miércoles, 22 de abril de 2015

Lectura crítica: "Tu rostro mañana"

De Javier Marías por sorprendente que pueda parecer sólo he hablado en una ocasión anteriormente y fue para comentar su novela “Corazón tan blanco” de la que acabé totalmente enamorado y que me dejó un gusto fabuloso y unas ganas tremendas de seguir leyendo a este grandísimo autor. Y digo que es sorprendente que no haya hablado más porque sin lugar a dudas hoy puedo afirmar, tras haber leído algunas de sus principales obras literarias y seguirle semanalmente leyendo sus artículos en El País, que es uno de mis autores españoles favoritos, si no el que más. Supongo que para gustos los colores como en todo, y quizá esto determine mis críticas sobre sus novelas, pero también he de decir que cuando ha habido algo en alguno de sus libros que no me ha gustado, o incluso me haya parecido pesado lo he pensado y me lo he dicho a mí mismo. Pero en términos generales Javier Marías, y sobre todo el estilo narrativo que tiene me tienen totalmente cautivado.

La novela, inmensa novela, que he acabado estos días ha sido “Tu rostro mañana”, que en el fondo, y a pesar de que yo la tengo en un único ejemplar de bolsillo, son tres novelas que conforman probablemente la mejor trilogía literaria que se ha escrito en este país en décadas. Esta trilogía está compuesta por: “Fiebre y lanza”, “Baile y sueño” y por último “Veneno y sombra y adiós”. En conjunto los tres libros suman, en su edición conjunta de bolsillo más de mil doscientas páginas; por tanto y aunque sólo sea por reconocer el mérito de Marías a la hora de lograr en esa cantidad casi inimaginable de páginas y palabras en las que se narra con hábil maestría sin perder el hilo argumental en ningún momento, pese a las múltiples divagaciones que se realizan, hay que reconocer que los tres libros son una genialidad. He de decir que no me he leído la novela completa del tirón, esto hubiera sido además de improducente para poder apreciar con mayor claridad y objetividad la propia obra una soberana paliza lectora. Ha sido un año el que he empleado en leer esta trilogía, como lo hicieron los lectores que la leyeron en su día cuando fueron publicados cada uno de los libros que la componen (entre 2004 y 2007). Ha sido un año que ahora que he acabado esta gran obra, la mayor de Marías, me ha parecido corto, como si me hubiera leído todo el libro de una sentada.

No voy a negar aquí que el argumento de “Tu rostro mañana” es algo secundario. Con secundario quiero decir que a pesar de que la novela tiene una trama muy bien definida, interesante, constante en el tiempo, pese a sus digresiones entre pasado, presente y futuro, y con personajes grandísimos perfectamente construidos en toda su complejidad, no es lo más importante. Lo más importante de está magnífica obra de Javier Marías es el propio lenguaje: la forma de narrar de este grandísimo escritor, que si el mundo y el destino son justos quizá algún día ingrese en ese selecto club de autores galardonados con el Nobel de Literatura, es tan peculiar, tan envolvente, tan sumamente elaborada y profunda que el lector parece sumergirse, siempre con gusto y esperanza de no salir nunca de la lectura, en la historia de tal manera que a veces se llega a perder la noción del tiempo. Tampoco voy, ni quiero, engañar a nadie: este es un libro, una trilogía, muy complicada de leer y de aguantar, sólo quien de verdad ame el estilo de Marías, o aquellos que quieran descubrirlo de verdad podrán terminarla, o siquiera pasar de los primeros capítulos del primer libro.

Para centrar un poco el asunto voy a intentar resumir un poco la trama de la novela. “Tu rostro mañana” nos presenta a Jaime, Jacques, Jacobo, Iago, James o Jack Deza, sin más. Este personaje es un español profesor durante un tiempo en Oxford en su pasado que es reclutado, gracias a un antiguo mentor suyo en la ciudad universitaria por antonomasia inglesa, para formar parte de un grupo secreto que forma parte de los Servicios Secretos del Reino Unido (MI5 y MI6) y que está dirigido por un misterioso y enigmático hombre llamado Tupra de apellido. Deza es además traductor e intérprete. Este grupo que no tiene nombre, y que realmente no existe, o pretende no existir se encarga de analizar personas, de saber que dicen sin pronunciar palabras, de leer el futuro comportamiento de las personas y sabes qué harían en tal o cual situación de peligro o no, interesada o altruista. A este grupo pertenecen también otros personajes que a lo largo de la novela tienen determinado protagonismo, unos más que otros. Entre estas personas que forman parte de este grupo tenemos a una joven mestiza (española e inglesa) Patricia Pérez Nuix que tiene un protagonismo bastante importante, y un papel interesante en la trama de la novela.

Mientras forma parte de este grupo Jaime Deza acompaña a Tupra a una serie de encuentros con personas en las que está interesado el Servicio Secreto, y a otros que pueden ser considerados encargos de particulares particulares. Hay que decir que el narrador de “Tu rostro mañana” es el propio Deza que va contando sus vivencias y recuerdos de esa etapa de su vida; sus impresiones y reflexiones sobre el mundo y sobre todo aquello que las personas sin querer hacen, dicen o muestran, o al contrario se callan, ocultan o evitan realizar. Pero como dije al principio esta trama argumental, que podríamos llamar principal, está totalmente salpicada con otras tramas secundarias, y las llamo secundarias porque ocurren en diversos momentos de la novela pero no tienen continuidad en el libro, aunque sin éstas la trilogía no se entendería en absoluto, perdería toda su razón de ser. A veces el lector tienen la sensación, yo mismo la he tenido, que Javier Marías en la voz de Jacobo Deza incorpora divagaciones demasiado extensas sin aparente sentido ni relación con la historia o trama principal, como si se perdiera el hilo argumental de la novela, pero nada es así: todo lo que se cuenta, narra y dice en la novela es fundamental para entenderla en su conjunto.

Además de estos personajes directamente relacionados con lo que es la vida en Londres del protagonista principal y narrador de “Tu rostro mañana”, aparecen tres personajes clave que, aunque parezca que no, tienen que ver mucho con la historia que a lo largo de toda la novela se entrevé velada por la trama argumental principal. Estos personajes son el profesor Wheeler, el padre de Jaime Deza, y su mujer (aunque viven separados y son más ex que otra cosa) Luisa. Los tres aparecen recurrentemente a lo largo de todo el libro, si no a través de los recuerdos de Jaime, directamente hablando por ellos. De todos ellos el que más me ha entusiasmado y gustado ha sido el del viejo profesor Wheeler, a la postre creador del grupo secreto al que ahora pertenece Deza y el que le recomendó a Tupra para ser reclutado. Este profesor, en el ocaso de su vida, brinda al lector muy probablemente las sub-tramas más interesantes de la novela, las más profundas y misteriosas y enigmáticas, no resueltas casi hasta el final de toda la trilogía.

El padre, sin embargo, es una figura que como personaje presente de la novela no aparece hasta la tercera parte de la trilogía (más concretamente si no recuerdo mal, en la última de las siete partes), pero que a través de los recuerdos de Jaime está presente desde el principio de la novela. Es con la historia del padre en la que se realiza la reflexión más profunda y turbadora de toda la novela. En su juventud, tras la Guerra Civil el padre de Jaime Deza fue traicionado por quien él consideraba un amigo de verdad, íntimo, personal, alguien a quien quería y respetaba. Y es sobre la amistad traicionada que trata la reflexión a la que me estoy refiriendo. Me falta hablar un poco también de Luisa, otro personaje que aparece realmente con peso protagonista al final de “Tu rostro mañana”, pero que desde el principio tiene un gran papel en la vida y en las reflexiones de Jaime Deza. Luisa es el gran amor de Jaime y aunque estén separados sigue deseando que esa situación se reconduzca y vuelva ella con él; siempre está en sus recuerdos y condiciona gran parte del final de la novela, en el que se sucede una sorpresa tras otra.

Una cosa importante de “Tu rostro mañana” es su estructura. Javier Marías tuvo a bien estructurar la inmensa novela en siete partes, repartidas casi equitativamente entre los tres tomos de la trilogía: dos, dos y tres. Esta división permite al lector poder digerir pausadamente si lo desea, leyendo poco a poco la novela, una parte de cada sentada lectora, la novela y así no saturarse con el estilo tan alambicado de este gran novelista y articulista. Esto es algo que he agradecido enormemente ya que me ha permitido ir leyendo poco a poco, y asimilando lentamente, todo cuanto se contaba en el libro. Como dije al principio ésta no es una novela sencilla de leer, a veces se hace dura: recuerdo un pasaje especialmente denso, y yo creo que inconexo realmente con el resto del libro (tengo la impresión de que Javier Marías lo introdujo más bien como alegato político e ideológico que por sumar a la trama), sobre un represaliado en la Guerra Civil. Sin embargo, a pesar de estos pasajes algo tediosos, la novela al final merece muchísimo la pena. He de ser fiel a la verdad y decir que para mí no hay demasiados pasajes de estos – densos, tediosos y espesos –, sino simplemente los justos. Pero aún así por el propio estilo de Marías es necesario leer, y a veces releer, con mucho cuidado ciertos pasajes porque es posible que uno se pierda entre tanta oración subordinada tras otra, en la que el punto final no se entrevé ni intuye, pero que al final llega. Yo mismo he tenido que releer en varias ocasiones páginas enteras para poder recobrar el hilo de la trama o argumentación que se estuviera haciendo.

Esta novela hay que leerla tranquilo, dejándose llevar por ella y no teniendo prisa por acabarla. Hay que estar concentrado y saber que todo tiene un porqué. Como también dije al principio la trama de la novela es lo de menos en “Tu rostro mañana”. Lo importante, lo realmente interesante, donde Marías llega a exprimir al lector y darle una lección magistral de estilo narrativo y argumentación literaria es en las reflexiones sobre muy diversos temas, todos muy variados, que se realizan en esta obra. El amor, la amistad, la traición, el sexo, la guerra, la envidia, lo que se dice, lo que se calla, lo que se puede llegar a ser, lo que nunca se será, lo que se fue y no se quiso ser, el presente inevitable, el pasado fijo e inmutable, el futuro incierto e inescrutable o casi, la muerte, el destino imposible de evitar, el perdón, el odio, la vergüenza. Todos estos temas, vitales en la existencia del hombre, que llenan sus inquietudes durante toda su vida están tan minuciosamente diseccionados, expresados, argumentados en todas sus vertientes, analizados y tratados desde diversos puntos de vista todos opuestos y a la vez similares, que el lector no puede hacer otra cosa que rendirse ante la grandeza de este autor y amar u odiar, ya que no cabe término medio, su estilo y forma de escribir.

Por todo lo anterior “Tu rostro mañana” es una de las mejores novelas/trilogías que me he leído en español, y probablemente en cualquier idioma. Ir haberme sumergido durante tres periodos de un año entero en la lectura de las partes de esta obra inmensa ha sido un verdadero placer y al acabar he sentido que terminaba algo importante en mi vida de lector. Obviamente Javier Marías no gusta a todo el mundo, por su estilo, por su forma de contar o de ser, pero creo que a quien le gusten los libros profundos que no solo entretengan, que de esos hay multitud, debería intentar leer esta magnífica obra de arte, una obra maestra de las letras españolas sin duda alguna. También digo que o la devoras, con precaución siempre, o la odias a más no poder y arrojas el libro lo más lejos posible. Indiferente no dejará a nadie, y quien la acabe no será el mismo lector que la empezó.

Caronte.

viernes, 10 de abril de 2015

Lectura crítica: "El pintor de batallas"

Arturo Pérez-Reverte ha sido uno de esos autores que he tenido aparcado más tiempo del que merecía y del que hubiera querido tenerle. Siempre que me decía que tenía que empezar, o mejor dicho retomar, la lectura de sus novelas ya que hace años ya me leí las del Capitán Alatriste, había otro libro o autor que distraía mi atención y me llamaba más la atención en ese momento. Sin embargo gracias a varios factores y casualidades el año pasado casi por estas mismas fechas recomencé a leerle y justo hace unos días me he terminado una de sus novelas, tras la lectura de la cual he terminado de confirmar el grandísimo error que cometí en su día dejando de lado a este gran escritor polifacético español, que además no tiene ningún pelo en la lengua a la hora de hablar de ningún asunto cuando es entrevistado y que por cierto hace nada ha sacado su última novela que mis padres, muy acertadamente, me han regalado por mi cumpleaños.

Este último libro de Pérez-Reverte que me he leído ha sido “El pintor de batallas”, y ha sido este prácticamente de casualidad ya que lo compré casi sin pensarlo en mi librería de segunda mano favorita de todo Madrid una mañana que estuve dando una vuelta por el centro con un amigo. Por sólo dos euros me hice con una edición de tapa dura (o cartoné que es como la editorial que publica a Pérez-Reverte saca sus libros no siendo de bolsillo) en muy buen estado de conservación. Un chollo en toda regla. Pero es más, por sólo estos dos euros – para que luego la gente se atreva a decir que es caro leer, lo que es caro es asesinar neuronas propias viendo Gran Hermano VIP – he descubierto una de las novelas más intensas, adictivas, crudas, realistas e interesantes de cuantas he leído en estos últimos meses. A pesar de su relativamente corta extensión, en esta novela hay tal intensidad narrativa que se me hacía muy difícil dejar de leer, y cuando no tenía más remedio que dejarlo por atender otras obligaciones sin duda menos provechosas lo pasaba hasta mal queriendo seguir sabiendo más de la historia.

En “El pintor de batallas”, Pérez-Reverte nos presenta a dos personajes, dos hombres, que son los que van a llevar todo el peso de la historia y la narración: Faulques e Ivo Markovic. Pero además, y aunque no sea un personaje del tiempo narrativo presente de la novela también juega un papel muy importante otro personaje más, una mujer, Olvido Ferrara, pieza clave en el devenir de la historia. El escenario de la novela es una torre vigía de la costa española, perdida en lo alto de un acantilado prácticamente inaccesible tanto por mar como por tierra, donde vive un fotoperiodista muy famoso por las fotos que tomó en diversos conflictos bélicos a lo largo y ancho de todo el mundo, Faulques, que tras retirarse de la fotografía se dedica a pintar dentro de la torre un mural sobre una batalla inspirándose en todas sus vivencias e imágenes grabadas en su mente, así como en los grandes maestros de la pintura bélica de la historia del arte.

El argumento de “El pintor de batallas” es sencillo pero esconde una serie de sombras que el lector poco a poco a medida que avancen en su lectura irá descubriendo. En la novela se narra el encuentro entre Faulques e Ivo Markovic, que no es otra persona que un serbio, o un bosnio, no recuerdo bien, que fue protagonista de una de las fotografías más premiadas y conocidas de Faulques, gracias a la cual ganó el más prestigioso reconocimiento en el mundo del fotoperiodismo. Sin embargo esa foto que lanzó a la fama a Faulques también tuvo una serie de consecuencias para su involuntario protagonista, ese soldado envuelto en una batalla, en una guerra, que no era la suya sino de los militares y gobernantes de su nación. Pero también sobrevuela todo el tiempo el personaje de Olvido Ferrara, una antigua amante de Faulques que empezó como modelo, luego se pasó a ser fotógrafa de moda y tras conocer a Faulques se convirtió al fotoperiodismo, pero al contrario que él, ella no intentaba fotografías personas, almas, vida y muerte, sino más bien la destrucción, lo que no podía hablar, ni ver, ni oír, ni sentir en definitiva, aquello que siempre había estado inerte hasta que la guerra llegó y lo convirtió en mudos y fríos testigos de la destrucción y la sinrazón humana. A pequeños retazos, delicadas pinceladas, se irá viendo qué relación tuvieron de verdad Faulques y Olvido Ferrara, y solo al final se resolverá el misterio que envuelve esa historia velada por la principal, pero con la que también tiene mucha importancia.

Esta es la historia de “El pintor de batallas”, al menos las líneas maestras del argumento. Pero lo que Pérez-Reverte consigue además en esta extraordinaria y soberbia novela es mostrarnos su propio mundo interior. Ésta es sin lugar a dudas la más personal de las novelas de Pérez-Reverte, donde se ve más claro en quién se ha inspirado para el protagonista principal, ya que no es otro que él mismo. Sin intentar en ningún momento ocultarlo, salvo por el escenario, lo del mural y demás asuntos que se suelen usar en la literatura para dar forma, o quizá deformar a personajes, el lector que conozca un poco la vida de Pérez-Reverte se dará pronto cuenta que todas la vivencias que el protagonista, Faulques, cuenta las podría haber contado Pérez-Reverte perfectamente sin inventarse toda esta historia. No hay que olvidad que antes que escritor, y de gran éxito hay que añadir, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, Pérez-Reverte fue reportero de guerra cubriendo grandes conflictos internacionales, entre ellos la guerra de Bosnia que es la que mayor peso tiene en este libro.

Gracias a todo lo que Pérez-Reverte ha vivido durante años como testigo y narrador para el mundo de las barbaridades de la guerra y del ser humano, “El pintor de batallas” es un retrato durísimo de la propia condición humana; de lo mejor y peor de lo que el ser humano es capaz; de la barbarie de la guerra, y de las atrocidades que personas que hasta ayer pueden ser normales y corrientes, hoy pueden ser perfectamente monstruos sanguinario y salvajes. Sin ningún tipo de anestesia o ambages, Pérez-Reverte pone en boca de los protagonistas de esta novela, todo aquello que sus ojos han visto; todo eso que al principio repugna, como el odio desmedido, la crueldad de las personas, el sadismo, las vejaciones a niños y ancianos, las violaciones a mujeres, las torturas, las mutilaciones, los asesinatos gratuitos, tras verlo decenas de veces termina por ser considerado como natural del ser humano, como propio de su naturaleza oculta por la paz.

Hubo momentos durante la lectura de “El pintor de batallas” en los que tuve que levantar la vista de sus páginas para reflexionar un poco sobre lo que había leído, y pararme a asumir las barbaridades que en algunos pasajes se narran y terminan por helar la sangre y erizar la piel. Además lo bueno de este libro es que aparte de una historia muy interesante y misteriosa, que engancha desde el principio al lector, éste termina por reflexionar sobre la propia condición humana y el sentido de las guerras y sobre los motivos por los que se libran. Éste no es un libro que vaya a dejar indiferente a ningún lector, todos acabarán planteándose algo de lo que los propios personajes del mismo se plantean e intentan discutir. Por esta razón creo que me ha gustado tanto, porque además de una historia interesante también hace que el lector se plantee algunos asuntos que parecen estar muy lejanos de nosotros pero que en el fondo deberían importarnos.

Por acabar me gustaría recomendar “El pintor de batallas” a todo ese lector que en un libro no busque solo una buena historia, sino algo más allá. Y es que esta novela de Pérez-Reverte, aparte de parecerme la mejor que me he leído suya sin ninguna duda, es la más personal, intimista, dura, fría, realista e intensa que he leído últimamente. Para nada se parece a otras novelas de Pérez-Reverte, por tanto quien sea aficionado de largo tiempo a este autor encontrará esta novela muy alejada de su registro habitual y es posible que no le guste; sin embargo creo que quien quiera descubrir a este escritor ésta puede ser una buena opción, ya que además de no muy extensa y por tanto rápida de leer, está muy bien escrita con un estilo nada rebuscado ni excesivamente culto. En definitiva es una novela para disfrutar leyendo.

Caronte.

lunes, 6 de abril de 2015

Lectura crítica: "Ventanas de Manhattan"

El último libro de Muñoz Molina que me he leído no se puede considerar una novela al uso. De hecho desde el primer momento que puse mi atención en su lectura supe que no iba a leer una ficción, ni una historia elaborada, ni una trama policíaca o amorosa, misteriosa o de suspense. Sabía que me iba a adentrar en una narración muy personal, muy íntima sobre la Gran Manzana, esa ciudad a la que todo el mundo parece querer soñar con ir como es Nueva York. Sabía que empezar a leer este libro iba a ser como meterme sin que me llamaran en una parte de la vida de su autor y descubrir sus gustos, pasiones, inquietudes y miedos a través de un viaje narrativo increíble por las calles, plazas, locales, parques y avenidas de Nueva York.

Como he dicho este libro, “Ventanas de Manhattan”, no es una novela. En sus páginas no encontramos personajes oscuros, con fantasmas pasados que perseguir e intentar borrar, ni historias llenas de recuerdos e imágenes melancólicas de pasados mejores o peores, pero que sin duda marcan el presente. Este no es un libro al uso. Y nada tiene que ver con las novelas de Muñoz Molina que me he leído hasta ahora. Este libro es un viaje a través de la palabra a una ciudad que abarca miles de sensaciones, muchas de las cuales se plasman en las páginas de esta obra y hacer que el lector huela, vea, saboree, oiga y sienta lo que experimentaría entre la multitud en una esquina de Nueva York justo antes de cruzar un paso de cebra, esperando a que el semáforo se ponga verde e indique se puede pasar con la palabra WALK. Que nadie espere encontrar nada más, pero tampoco nada menos.

Puede que haya mentido un poco a la hora de decir que en “Ventanas de Manhattan” no hay personajes, sí los hay. Son dos: Antonio Muñoz Molina y Nueva York. El primero es el propio autor que a través de su estilo profundo e intimista narra su visión personal de la ciudad de los rascacielos, sus paseos por sus calles y avenidas, sus días con sus amaneceres y puestas de sol, sus mercadillos, sus barrios étnicos y multiculturales, la soledad de la gran multitud que se agolpa en las calles y que se cruza sin ni siquiera verse, sus días grises, sus días de verano en otoño, y de invierno meses antes de que llegue de verdad, sus museos grandes y pequeños, sus bibliotecas, etc. Pero además de Muñoz Molina, el otro gran protagonista del libro es sin lugar a dudas Nueva York; esa ciudad ingente, inabarcable, de grandes edificios donde se alojan las grandes compañías multinacionales, los grandes despachos de abogados y las compañías de seguros, y de barrios que viven en la más absoluta de las miserias, olvidados y abandonados, a la sombra de las relucientes torres de cristal que atraen en exclusiva a los turistas venidos de todos los rincones del globo.

A lo largo de las páginas de “Ventanas de Manhattan” el lector se trasladará prácticamente en cuerpo y alma a Nueva York, y acompañará a Muñoz Molina en sus paseos por calles, parques, avenidas, plazas y mercadillos callejeros, en sus miradas a través de los cristales de las ventanas de los edificios, en sus visitas a pequeñas galerías de arte y museos poco conocidos de la gran manzana, en sus búsquedas de tiendas donde encontrar alguna anticualla. Pero además de esta visita a Nueva York, el lector también se adentrará en los propios recuerdos del autor, y así podrá retraerse a ese fatídico día en el que la respiración de todo el mundo conocido se paró, ese día en que cambió la percepción de la realidad, en que unos terroristas estrellaron dos aviones contra las torres gemelas violando la paz en la que quizá ficticiamente vivíamos tranquilos, felices y sin preocupaciones, ignorando aquello que podía ocurrir y que por desgracia aconteció aquella mañana del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, momento en que enmudeció la ciudad durante unos instantes para una vez asumida la realidad de lo que estaba pasando estallar en llantos, ruidos, sirenas, gritas y silencio mortal. Quizá sean los capítulos del libro más intensos, los que más me han gustado estos que hablan de aquellos días, ya que por primera vez he leído lo que pasó a pie de calle, lejos de los focos de las cámaras de televisión. Además ese momento, clave en el libro, marcará el resto de los recuerdos y visiones de la ciudad que narrará Muñoz Molina en las páginas siguientes.

Sin embargo a pesar de no poder considerar “Ventanas de Manhattan” como una novela sí puedo decir que tiene todo aquello que me gusta de Muñoz Molina, sobre todo su estilo tan elaborado e intenso, con esas magníficas descripciones, no ya de lugares o sitios, en este caso de Nueva York, sino más bien de emociones, sentimientos y sensaciones, que le hacen a uno evocar recuerdos propios casi olvidados. En este libro Muñoz Molina no deja a un lado en ningún momento el estilo que han marcado sus más famosas novelas como “El Jinete Polaco” o “Sefarad”, sino que lo usa para dar a la narración de sus recuerdos e impresiones de la gran manzana un aire nostálgico muy poco usual al hablar de una ciudad como esta, tan cosmopolita, independiente y aparentemente fría. En las páginas de este libro el lector encontrará un Nueva York muy alejado del que suele salir en las películas de Hollywood y al que todos estamos acostumbrado. Aquí Muñoz Molina muestra un Nueva York, que sin dejar de ser el de Central Park, la Quinta Avenida, el Empire State Building, Brookling o el metro destartalado, oscuro y maloliente, es también un Nueva York de barrios marginales, de turismo desaforado con el que algunos pretender hacer negocio convirtiendo en souvenir todo lo que pueda resultar morboso incluso como el atentado de las Torres Gemelas, de la proliferación del barrio chino que come terreno al italiano, de las calles vacías y peligrosas cuando cae la noche, de los mendigos que viven en Central Park y que solo se les ve cuando ya el sol se ha ocultado.

Todo esto y más, como los locales de jazz donde Muñoz Molina pasaba muchas noches escuchando curtidas gargantas de cantantes negras, sudorosas y sensuales; amplios pulmones ajados por el esfuerzo quizá de míticos trompetistas y saxofonistas de esta música rebelde, oveja negra de los diferentes géneros, algo marginada durante muchos años, y encumbrada hasta límites insospechados cuando se puso de moda y pasó a ser algo popular entre una minoría. Esos locales perdidos en calles de Nueva York a los que sólo saben llegar aquellos que realmente los buscan y casi los huelen, como un sabueso a su presa en un día de caza mayor. En “Ventanas de Manhattan” el lector también descubrirá historias muy particulares de personajes diversos, algunos famosos para bien o para mal, pero sobre todo de personajes anónimos que jalonan las experiencias personales de Muñoz Molina en la gran manzana.

He de decir para no faltar a la verdad que no tenía muchas esperanzas puestas en este libro. No me esperaba gran cosa de él, básicamente porque pensaba que iba a ser muy novela de viajes, con muchas descripciones, e impresiones sobre lugares de Nueva York. Sin embargo a medida que iba leyendo “Ventanas de Manhattan” cambié de opinión. Hay pasajes del libro que se pueden hacer algo pesados, no por nada sino porque pueden resultar faltos de interés para según qué lectores. Pero en términos generales he de decir que acabé disfrutando hasta la última página de este viaje novelado, narrado con una delicadeza exquisita, al corazón de la ciudad que dicen que nunca duerme: Nueva York. Creo que todo el mundo que haya viajado a la gran manzana, esté deseando hacerlo o ni por todo el oro del mundo piense poner un pie en sus calles y avenidas, debería leer este libro. Los primeros para ver si de verdad han visitado Nueva York o sólo lo que los guías turísticos enseñan; los segundos para terminar de abrirles el apetito de ir; y los terceros para que puedan confirmar o replantear sus afirmaciones e ideas preconcebidas de la ciudad. De todos modos quien se atreva con él no va a encontrar un libro de viajes, ni mucho menos, sino más bien una narración de todas las sensaciones que uno puede llegar a experimentar en la gran mezcla de vidas que es la ciudad de los rascacielos.

Caronte.