Siempre he pensado que la literatura, la buena literatura, debe hacer visible y dar voz a todo lo que, pese a serlo realmente, queda en la oscuridad de la sociedad silenciado por aquello que creemos más relevante e importante. Un buen libro debe sacar a la luz esas voces interesantes, claras, directas y contundentes que nos abren los ojos de realidades que nos quedan muy cerca, pero que, por pereza, desconocimiento, distracción o incluso desidia obviamos sin querer o deliberadamente. Esto es lo que debe hacer la buena literatura y no simplemente entretenernos durante las horas que dure la lectura de un libro o hacernos imaginar mundos diferentes o viajar en el tiempo. Esas realidades diferentes, diametralmente opuestas a nuestras propias vidas diarias, no siempre están en mundos lejanos, paisajes exóticos o tiempos extraños, sino a la vuelta de la esquina, solo que por miedo y prejuicios preferimos no fijarnos en ellas.
Panza de burro es de esas novelas de las que todo el mundo habla, generalmente para bien, que surgen casi de la nada, sin pretensiones y sin una campaña de márquetin inmensa (ya que la editorial que la ha publicado es minúscula y fuera de todos los grandes circuitos editoriales) pero que sacuden el mundo editorial y literario surtiendo el efecto purificador que suele tener un ventanal abierto en una casa cerrada durante muchos años. Este libro es puro aire fresco, nuevo, totalmente renovado, no olido ni visto ni sentido con anterioridad, o muy pocas veces experimentado, pero que es necesario.
Andrea Abreu, la joven autora (26 años) que ha creado esta maravillosa novela, ha conseguido aunar en Panza de burro un estilo novedoso, fresco, lleno de colorido y musicalidad canarias gracias a un léxico local, lleno de palabras mágicas de barriada pobre y prácticamente rural, con una historia conmovedora, tierna, realista y llena de amistad, amor y, ante todo, sinceridad. La historia de dos amigas de apenas una decena de años narrada por una de ellas, que viven en casas extremadamente humildes, sin lujo alguno, salvo algún capricho, en un ambiente en el que el universo acaba con la última casa del barrio, donde las abuelas son las madres, donde la calle es la mayor y mejor escuela de vida, donde el amor se vive sin tapujos y los instintos priman a la razón, es el hilo conductor de una novela absolutamente rompedora y fresca.
Cuando empecé a oír hablar de Panza de burro solo escuchaba halagos principalmente a la manera en que estaba narrada. Hay quien calificaba este libro como experimental, con un estilo único y poco visto; extremadamente original incluso. Estas alabanzas, quizá en algunos casos desmesuradas, me echaron un poco para atrás. Sin embargo, gracias a la recomendación de un apreciado amigo canario, lector y escritor incansable, me animé a hacerme con ella intentando no empezar a leerla con prejuicios en mi cabeza. Lo conseguí y me acerqué a sus primeras páginas con cautela, para en seguirá caer rendido ante la manera de narrar de Abreu y, página tras páginas, y capítulo tras capítulo (son cortitos, como una exhalación de aire frío en la cara) fui cayendo rendido no solo ante el estilo, la gramática y el léxico empleado, sino también ante una historia que bien podría ser la de cualquier barrio humilde de cualquier ciudad española, pero que gracias a ese color canario tan maravilloso, se convierte en una historia única.
Panza de Burro no es solo una novela rompedora en el panorama literario español, es también un libro atrevido y valiente que da voz a quienes nunca la han tenido, o lo han hecho, pero en muy raras y contadas ocasiones. Los excluidos de la sociedad, los sin futuro, los sin voz, los invisibles, los que, con su trabajo duro diario, sus sacrificios, sus ausencias, sus silencios levantan la sociedad en la que vivimos. Andrea Abreu, a través de la mirada inocente, pero con cierta madurez, de una niña canaria nos muestra qué es la vida fuera de los focos de las grandes calles y plazas y barrios de nombre famoso, de las ciudades españolas, centrando además el ámbito geográfico en una periferia más absoluta: Canarias, allí donde “solo se va de vacaciones a una hora menos que en la península”. Esto es lo que comentaba al principio: dar voz y sacar de la oscuridad a esa parte del mundo, de la sociedad, que existe y es, pero que queremos ignorar por sentir algo de rechazo.
Para mí este libro es pura literatura, o al menos lo que yo creo que debe ser la literatura. Panza de burro es un golpe brutal a los convencionalismos literarios. Estamos ante una historia diferente, cautivadora, sugerente y extremadamente necesaria. Dar voz literaria a una niña de diez años que vive con sus padres y abuela en un suburbio de Tenerife, que es criada principalmente por su abuela ya que sus padres trabajan para el turismo y la construcción, que vive más en la calle que en la casa, que cuenta con ojos de niña que está empezando a descubrir el mundo adulto su vida y su relación con otra niña de su edad a la que quiere (querer sin tapujos ni dobles sentidos ni hipocresías); todo esto es necesario en literatura, porque es necesario hacer literatura actual, que rompa con los cánones que llevan fijos sin casi ninguna mutación muchos años.
Panza de burro ha superado todas mis expectativas y tirado por tierra todos los prejuicios que tenía de él antes de empezarlo. Andrea Abreu ha conseguido con esta novela dar un golpe en la mesa, poner en la órbita literaria una manera de contar diferente, directa, sin pelos en la lengua y sin tapujos, dando voz y vida a los silenciados con una historia que atrapa, conmueve, divierte y que conecta perfectamente con aquellos que sobre los años 2000 teníamos unos 10 años. He disfrutado como un niño pequeño leyendo esta historia cuyo final, además, es tan drástico que el cerebro no puede más que explotar. Leedla por favor.
Caronte.
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