sábado, 8 de mayo de 2021

Simón

 

Llego quizá un par de meses (si no más) tarde a esta novela que rompió listas de ventas y estuvo en boca de crítica y público durante semanas y semanas. La espera tiene su porqué, sus razones, y no hay espera que al final no valga la pena. Esperar es sinónimo de paciencia. Quizá tendría que haber leído esta novela en enero tras haberla recibido como regalo de Reyes, pero SS.MM. de Oriente no dejaron bajo el árbol de Navidad sus páginas. Ha sido cuatro meses después, para mi cumpleaños, cuando he recibido este libro de imponente, llamativa y simple portada naranja. También es cierto que haber dejado pasar los meses, dejar que el soufflé creado tras la publicación de esta novela bajara ha servido para que mi lectura haya sido más tranquila, menos presionada por las expectativas (que aun así han sido altas). Y es que es curioso cómo un libro de un autor no famoso que publica en una editorial nada pretenciosa ni megalómana haya podido calar tanto en el mundo literario y se haya convertido en un fenómeno tan relevante.

Llego a Simón con muchas expectativas y ganas, es posible que demasiadas. Y eso nunca es bueno. No lo es porque son ideas preconcebidas falsas, propias, personales, creadas por vivencias pasadas que nada tienen que ver con el presente o la realidad y por tanto peligrosas. Tras la lectura de esta novela de Miqui Otero, a pesar de que no todas las expectativas se han cumplido, sí que puedo decir que no he salido decepcionado y que todo lo que esperaba de la novela se ha visto cumplido.

Y llegó Simón. Miqui Otero nos lleva de la mano a conocer la vida de este chico barcelonés, de padres y tíos gallegos, que regentan un bar de taxistas de toda la vida, lleno siempre de clientes fijos y no tan fijos, de esos que se llaman de toda la vida y que conforman un paisaje de fondo sin el cual la vida no se termina de entender. Simón, de la mano de su primo hermano que, así como el pijoaparte aquel de Marsé, Otero llama primohermano, conoce una Barcelona pre olímpica que le impacta y a unos personajes que le marcarán toda su vida. Pero un día todo ese sueño involuntario se esfuma, de la noche a la mañana, cuando su primo desaparece.

Si comparo a Miqui Otero con Marsé es siempre con el máximo respeto que le tengo al segundo, desgraciadamente fallecido el año pasado, y salvando las enormes distancias que les separan. Pero hay algo en Simón que me recuerda a las novelas de Marsé. Por supuesto que la Barcelona de las novelas de Marsé, trasladada unos lustros hacia adelante en el tiempo, es la que aparece en esta novela: una Barcelona cuyo pasado de barrios pobres y humildes sigue presente y vivo; una Barcelona pre y postolímpica; una Barcelona golpeada por la crisis económica de 2007 y por los atentados de las Ramblas de 2017. Junto con esta Barcelona tan marsesiana, también tiene aires de Marsé los personajes y situaciones llenas de ese realismo mágico barcelonés que tanto me gusta y que sin haber pisado Barcelona más que unos pocos días me ha hecho enamorarme de la ciudad gracias a los libros que he ido leyendo ambientados en ella.

Mucho se ha hablado de Simón, tanto que quizá poco se puede aportar que no haya sido dicho o comentado. Para mí ha sido una novela intensa, tierna, dolorosa, divertida y sobre todo llena de vida. Porque al final, alejándonos de cualquier trama principal o secundaria, este libro va sobre la vida. Y diréis “claro, esta novela es sobre la vida de Simón, su protagonista”, y yo contestaré que sí, que va sobre Simón, pero también sobre todos los Simones que hay en España, esos niños nacidos en los 80 que vivieron el boom de los noventa, que se han dado la hostia en los 2000 y que viven ahora de un pasado que fue, un presente que no es y de un futuro que prefieren ni mirar.

Simón es una novela de aprendizaje, que sigue la gran tradición literaria de este tipo de novelas en las que es el paso de la niñez a la juventud y de ahí a la edad adulta el eje alrededor del cual se articula todo. La pérdida de la inocencia, las decepciones, la supervivencia en un mundo en el que o eres un pícaro cretino aprovechado o te comes los mocos (hablando mal y pronto como dicen en mi casa). Miqui Otero ha escrito una magistral obra narrativa sobre Barcelona y sus gentes de barrio, curritos que sobreviven, familias que se aguantan, gente que intenta sacarse las castañas del fuego, amigos que se apoyan, amores que no condensan y otros que quedan suspendidos en una amistad sincera. Y esto no es fácil de conseguir.

No obstante, y pese a que creo que Simón merece gran parte de los elogios que en estos meses ha recibido, creo también que quizá no es esa obra perfecta sobre toda una generación y una época. Creo que al principio de la novela le falta ritmo y algo de enganche, al menos a mí me ha costado mucho superar el primer centenar de páginas porque era incapaz de vibrar el mismo ritmo que lo hacía la narración. El estilo de Miqui Otero es muy particular, todo hay que decirlo, e involucra mucho al lector en esta historia, apelándole constantemente, haciéndonos directamente partícipes de todo cuanto acontece, incluso avanzándonos cosas que están por venir en la narración. Estilo que se agradece por su frescura, pero con el que al principio me costó llevarme bien.

Probablemente quien lea esto o haya leído ya Simón o esté a punto de hacerlo o, hastiado por la omnipresencia de la portada naranja en librería y blogs de literatura, ni se plantee leerlo. Sea cual sea el caso de quien a este texto se acerque, la novela de Miqui Otero ha roto un mundo literario dividido entre los escritores experimentadores de estilo críptico y forma aún más desconcertante, y los escritores de siempre de pluma ligera y textos superfluos. Esta obra es tradicional pero el mismo tiempo fresca y diferente, y su lectura (pese a que a mí me costara entrar en la historia) es agradable y amena, tierna, intensa y divertida, llena de vida y con muchos ecos de Marsé. Quien quiera disfrutar de un buen libro ahora que ya parece q llega el calor para quedarse y se puede leer en parques y jardines, este puede ser buena opción para pasar el rato.

Caronte.

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