Hay libros que llaman la atención por su portada, otros por su título, otros porque son de un autor famosísimo, otros por el morbo de lo que cuentan, otros simplemente porque sirven para calzar el sofá cojo que tienes en el pueblo. Y luego están los libros que conjugan varias de esas atracciones. Es lo que me ha pasado a mí con esta novela con bastantes tintes autobiográficos de Anna Pacheco (escritora de mi quinta, nacida también en 1991): portada llamativa, título extravagante y contenido interesante. Lo de la portada queda casi descontado porque Caballo de Troya edita con un mismo estilo visual todos sus libros y todos sin excepción me llaman la atención; el título me conquistó desde que lo vi por primera vez promocionado en blogs de literatura; y el contenido me atrajo desde el primer momento por sentirlo cercano, casi propio, y no suele pasar eso a menudo o en muy pocas ocasiones. Creo además que va siendo hora de empezar a llenar mi biblioteca y mis lecturas de libros diferentes con historias diferentes y con escritores jóvenes, y sobre todo escritoras.
La protagonista de ‘Listas, guapas, limpias’ nos cuenta en primera persona una ruptura, no ya solo sentimental, sino con su propia vida en cierto sentido. El dejar a un novio no deja de ser una excusa para contarnos cómo la vida, el cambiar de aires, el moverse en diferentes ambientes nos va moldeando y haciendo que cambiemos y nos vayamos convirtiendo en la persona que terminamos siendo cuando dejamos este mundo. Porque es el final el mundo al que tenemos que adaptarnos y en el que tenemos que vivir el que nos va a definir. Ni nuestro pasado, ni nuestras raíces, ni nuestra infancia, ni nuestros padres, abuelos, tíos, primos, son claves para definirnos, o no lo son tanto como los ambientes en los que vamos viviendo cada una de las etapas de nuestra vida. No dejamos de ser en esencia la misma persona, pero en cada etapa que vamos cerrando cambiamos.
No es sencillo en toda la maraña de libros que se publican al año en España (muchos de ellos morralla infumable) encontrar uno en el que te veas reflejado y te identifiques con lugares comunes tan claramente como he hecho yo con ‘Listas, guapas, limpias’. Lo cotidiano, lo normal, no usual, lo común, todo esto aparece en las páginas de esta novela que se lee en un suspiro y que al estar en primera persona narrada involucra al lector llevándole de la mano por lo que la joven que nos cuenta sus miedos, temores, dudas y cambios va viviendo durante un verano en el que evoca otros veranos de su vida.
La vida de la protagonista de esta historia (que dudo mucho que diste demasiado de la de la propia autora) aunque pueda parecer estar a un mundo de la mía, por ejemplo, no lo está tanto y hay lugares comunes que se evocan en ‘Listas, guapas, limpias’ con los que me siento cómodo, a gusto, feliz, melancólico a veces. Referencias culturales, problemas personales, dudas, miedos, ambientes, nombres, dichos, sensaciones, interacciones, todo me es conocido, común y familiar. Salvando las distancias entre Barcelona, donde se ambienta la novela, y Madrid, donde vivo y he vivido toda mi vida yo; y que ella es mujer y yo hombre, todo lo demás forma parte de los ecos de mi propia vida pasada, muebles ajados de mis recuerdos.
Es curioso como pensamos que nuestras vidas son única, originales e irrepetibles y sin embargo no estamos más que engañados. Al final a mismo ambiente de vida, vidas semejantes. No puedo decir iguales porque eso ya sí que es imposible; tampoco pueden ser paralelas porque daría entonces miedo que así fuera. Pero ‘Listas, guapas, limpias’ demuestra que, perteneciendo a un mismo ambiente, a una misma clase social, las vidas no distan mucho unas de otras, ya sea en Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia o cualquier otra ciudad medianamente grande con barrios obreros y populares donde se mezclan todo tipo de personas con todo tipo de intereses y aspiraciones.
‘Listas, guapas, limpias’ es también, aunque quizá no lo pretendiera, una novela social. Y lo es porque en ella se plasma todos los vicios, lacras, losas, lastres y también, por qué no decirlo, virtudes, de los años 90 y 2000 en un barrio de clase humilde y trabajadora donde las visitas a las tiendas de saldos, a los todo a cien, a las hamburgueserías para salir por ahí a cenar con amigos del cole o el insti, y los veranos en los pueblos lejanos eran las rutinas de vida y sociabilidad. Pero hay gente para quienes las fronteras de lo cotidiano, de lo de siempre se quedan cortas, como me pasó a mí y como le pasa a la protagonista de esta novela, que ve cómo cambiar de aires al ir a la universidad la cambia también en distancias cortas con sus espacios de siempre, sus amigos de siempre, sus rutinas de siempre.
Al final ‘Listas, guapas, limpias’ no es más que la historia de unos cambios que llevan a otros cambios que nos dan miedo, vértigo, pereza, pero que asumimos porque es lo que todo el mundo antes, durante y después de nosotros hará. No podemos cambiar lo que tiene que ser, solo podemos asumir lo que nos va viniendo. Pero, a veces, esa resignación tranquila no lo es tanto y nos queremos rebelar contra esos cambios imparables y el paso del tiempo y, al vernos incapaces, acabamos frustrados y enrabietados ante la realidad.
Si he devorado en apenas un día ‘Listas, guapas, limpias’ no ha sido porque no llega a las 200 páginas, sino porque ha sido una lectura fresca, nueva, diferente, con la que he empatizado y conectado de manera muy íntima y particular y en la que me he visto muy reflejado. Merece la pena arriesgar y leer novelas fuera de los grandes títulos que aparecen en los mostradores de novedades de las grandes cadenas de librerías; merece la pena leer y descubrir nuevos autores y autoras que nos cuenten cosas diferentes ya, más cercanas, más actuales, más de la vida que nos ha tocado vivir.
Caronte.
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