Esta es una de esas novelas a las
que tenía respeto y ganas a partes iguales. Respeto porque en lengua y
literatura en secundaria y luego bachiller era de esos títulos que había que
aprenderse por formar parte de esa nueva generación de novelistas españoles que
se estudiaba como literatura contemporánea. Y ganas porque llevaba buscándola en
librerías de segunda mano en alguna edición decente (y no de colección de
periódico o quiosco) que me mereciera la pena. Hasta que la he encontrado en mi
librería de cabecera de segunda mano, donde siempre me conducen mis pasos
cuando ando perdido por Madrid y me apetece refugiarme mirando libros y no
sintiéndome solo ni extraño en la ciudad. Fue una grata sorpresa porque en el
fondo no esperaba encontrar esta edición ya que llevo años buscándolo y nunca
lo había encontrado, pero como la esperanza se lo último que se pierde la
perseverancia se ha visto correspondida y recompensada.
Manuel Vicent y su Tranvía a
la Malvarrosa es una de esas duplas reconocibles e indivisibles que se dan
de vez en cuando en la literatura (cosa que no sé si es bueno o malo, porque se
podría llegar a deducir que tal o cual escritor solo tiene famosa una novela, o
que incluso esa novela no sea por la que más orgulloso se sienta el escritor).
Y es que tanto novela como escritor conforman casi un único ente: cuando se
nombra al uno se hace referencia directa, voluntaria o no, a la otra. Joyce y
su Ulises, Ferlosio y su Jarama, Laforet y su Nada…
Siguiendo los pasos de la novela
de descubrimiento o de maduración, de paso de la juventud a la edad adulta, Tranvía
a la Malvarrosa narra en primera persona el despertar del amor, el deseo,
las responsabilidades y la propia realidad en un joven, siendo este quien nos
cuenta esos pasos inseguros, esos recuerdos de los diferentes cambios vividos y
sufridos, esas sensaciones melancólicas de empezar a pertenecer a un mundo que
va mostrándose mucho más distinto que lo que uno podría imaginar…
La verdad es que esta es una
novela que se deja leer de manera muy cómoda y casi como si su narrador fuera
nuestro amigo y nos contara en la terraza de un bar en una plaza de Valencia
una tarde soleada de primavera y tras mucho tiempo sin habernos visto su vida y
nos pusiéramos al día de todo añorando, recordando y soñando sobre el pasado. Tranvía
a la Malvarrosa es, en el fondo, la narración de una historia universal: la
del paso de la inocencia de un mundo infantil, propio en el que somos los
absolutos protagonistas, a otro donde no somos más que personajes sin valor ni
voz ni voto en lo que nos pasa e intentamos sobrevivir lo mejor posible siempre
soñando futuros ilusionantes y recordando pasados no acontecidos.
Guardando las distancias que dan
la época en la que la novela está ambientada (una Valencia a medio camino entre
urbe mediterránea y pueblo grande de ámbito, espíritu y corazón rural, a
mediados de los años 50, cuando el futuro aún no había llegado a esos lares y
el pasado seguía estando muy presente en la vida y las acciones de la sociedad),
el viaje vital que se narra en Tranvía a la Malvarrosa es el que todos,
de una manera u otra, vivimos a lo largo de nuestra vida. Las mismas
sensaciones, los mismos vértigos, la misma euforia y el mismo miedo ante
situaciones que no controlamos y que nos sacan de donde estamos más cómodos
para retarnos a solucionarlas.
Tranvía a la Malvarrosa
también es una novela sobre los primeros amores y el despertar del instinto
sexual. Sobre cómo asumimos como normales y naturales esas nuevas sensaciones,
fuegos, miedos… Sobre cómo nos relacionamos con el objetivo de saciar nuestra
sexualidad ya sea por mera lujuria para obtener placer, o por pasión y amor
desmedido para encontrar en otra persona aquello que necesitamos, que queremos
y que queremos compartir. No siempre es fácil aceptar esos cambios de
mentalidad, ese juego de palabras y acciones, de silencios y ausencias. Menos
fácil es aún saber interpretar esos mismos instintos sexuales en otras
personas, en aquellas a las que se los despertamos y de quienes recibimos a
veces señales sin darnos cuenta. Ese asumir que la realidad es compleja, ese
golpe en nuestra consciencia es el que más nos suele trastocar y es fundamental
saber aceptarlo y encajarlo para poder vivir en el mundo a nuestra propia
manera.
Es más que probable que muchos ya
conocierais Tranvía a la Malvarrosa, y no solo la conocierais, sino que
también la hubierais leído. Por esto es difícil hablar de una novela referente
de una época y característica de toda una generación de escritores españoles
que encaja a la perfección con la tradición literaria universal de la novela de
aprendizaje, madurez y crecimiento personal. Sin llegar a ser la novela que
esperaba ha superado, no obstante, las reticencias que tenía antes de su
lectura por la impresión que me daba leer una obra que había estudiado y que en
algún que otro examen de lengua y literatura tuve que nombrar. Estoy seguro
también de que pocos no habréis leído esta obra, para los que aún no os habéis
acercado a ella, hacedlo porque no solo es cómoda de leer por su cercanía, sino
que es entrañable poder ver sensaciones propias en las vidas de otros.
Caronte.
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