Suerte es que una de mis
librerías de segunda mano de cabecera (ya son varias a las que doy este
apelativo que, por tanto, empieza a perder significado real) publicara en
Instagram que tenía varios ejemplares de las ediciones conmemorativas del
centenario del nacimiento de José Saramago. Bueno, suerte… Suerte plena sería
si ese anuncio coincidiera con que me hubiera tocado la lotería y por tanto el
gasto de dinero no fuera una preocupación y solo me tuviera que preocupar de
encontrar hueco futuro a esos libros y tiempo para leerlos entre tantas
lecturas como tengo pendientes. Pero, sí, fue suerte. Me lancé en cuanto tuve
una tarde libre a la librería y me pude hacer con tres de esos ejemplares
preguntando por otros que ya había volado por la mañana. Al menos me pude hacer
con tres ejemplares, siendo este el primero que me he leído y del que, por
tanto, voy a escribir a continuación. En lo que resta de año probablemente pueda
leer los restantes.
Saramago retoma en Caín
los temas bíblicos eligiendo a uno de los grandes personajes del Antiguo
Testamento y usándolo como guía a través de distintos episodios de las Sagradas
Escrituras para mostrarlas desnudadas de cualquier ropaje católico, apostólico
y romano y mostrarlas tal y como son analizadas desde la razón y no desde la
fe. Y parte desde el principio de los tiempos y la existencia: desde Adán y Eva
y desde ahí el lector recorrerá la Biblia y sus principales hechos anteriores a
Jesucristo: la Torre de Babel, el becerro de oro, la destrucción de Sodoma y
Gomorra, el derrumbe de las murallas de Jericó, el sacrificio de Abraham, las
penurias de Job, el diluvio universal…
Todos conocemos a Caín, todos
conocemos su historia, seamos creyente o no. Vivimos en una sociedad cristiana
en la cual desde pequeños nos enseñan la Biblia (o al menos a mí me la
enseñaron, para poco sirvió, pero me la enseñaron) y conocemos todos, o casi
todos los episodias que Saramago retoma en su Caín, llevando al lector
no solo a un recorrido por la historia de la religión católica, sino también a
una reflexión más profunda sobre la propia concepción de la religión.
Saramago, a quienes le tenemos
como autor de cabecera y refugio en momentos lectores flojos, nos tiene
acostumbrados a lecturas no solo de trama interesante sino a reflexiones profundas
sobre la vida y aquellos temas que recorren la existencia del ser humano. En Caín,
y usando un personaje villano para la religión católica, el Nobel portugués nos
presenta una mirada a la religión y a la fe totalmente descreída, poniendo voz,
rostro y vestimenta a Dios incluso, y haciéndonos verle como lo que en el fondo
es: un ser tiránico, envidioso, cruel y vengativo; un Dios que solo es capaz de
imponer la fe y su propia idolatría a los hombres mediante el miedo, la muerte,
la sangre y las amenazas.
Obviamente alguien muy muy muy
creyente, o esos creyentes que no son capaces de ver la religión y la fe como
temas cuestionables ni discutibles no serán capaces de ver en Caín una
obra de un calado reflexivo muy interesante. Desde la frialdad y el análisis
crudo e irónico de un Saramago ateo y escéptico ante creencias irracionales, el
lector recorre los episodios más famosos de la Biblia de mano de un Caín
marcado por su destino y por un Dios cruel que le condenó a ejecutar a su
hermano con sus propias manos y a vagar sin rumbo por la existencia. Saramago
se toma sus licencias, como todo novelista, para hacer malabares narrativos y,
cual novela fantástica, trasladar de una frase a otra a Caín de un momento a
otro del Antiguo Testamento para ir dando muestras y ejemplos de la absurdez de
la fe cristiana y de la crueldad del ser al que llaman Dios los católicos.
Como novela Caín es un
artificio narrativo digno de pocos autores, y es que Saramago sabe hacer magia
con poco y a partir de temas o personajes que a la mayoría de escritores les
parecería quimérico utilizar. Por algo le dieron el Nobel, y es que es de los
pocos galardonados con este premio que se ha convertido en autor refugio: ese
tipo de autores a los que vuelvo constantemente cuando tengo una crisis lectora
porque sé que no me van a fallar y que la lectura de cualquier de sus libros sé
que me reconfortará y dará ánimos para continuar descubriendo libros y autores.
Lo bueno que suelen tener las
novelas de Saramago es que, pese a un estilo tan peculiar como único y
personal, su lectura anima a no abandonarla y lleva al lector en volandas de
páginas en página casi sin darse cuenta. Caín es una novela con mucha
parte de reflexión y ensayo sobre la fe y la religión, sobre la existencia de
Dios y su propia identidad. No es apta para creyentes fervorosos y mucho menos
para fanáticos de la fe. Para todos los demás este libro supondrá un verdadero
divertimento lector.
Caronte.
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