¿Qué es un clásico? Para mí, nada
más que una etiqueta que se le encasqueta a un libro y que determina su
concepción por los lectores tanto para bien como para mal. El quién determina
qué es un clásico y qué no ya es bastante más dudoso. Hay obras universales de
la literatura que adquieren su carácter por tradición, por representar el
culmen de una época o por implicar un cambio de paradigma literario. Otras obras,
por el contrario, se convierten en clásicos porque una serie de críticos
literarios y expertos estudiosos lo dicen pasando a ser así consideradas por
lectores que no han pasado más que una decena de sus páginas para leerlas. La
única conclusión aceptable entonces de lo que es un clásico es la de un libro
que está siempre en la conciencia colectiva y que por tanto “hay que” leer, amándolo,
odiándolo o siendo absoluta y totalmente indiferente al mismo. Pues esto último
me ha pasado con este supuesto clásico de la literatura europea y austríaca.
La Marcha Radetzky es una
de esas novelas que llevan el apelativo de clásico de la literatura supongo que
derivado de otra época en la que sí que le vendría al pelo y podría ser
considerado como tal. Que hoy siga siendo considerado como un clásico cuando lo
que cuenta, a fin de cuentas – la decadencia de una familia que no sabe
adaptarse a un presente cambiante – es un tema tan manido en la literatura como
el del amor prohibido es básicamente porque cuando a un libro le cae la
etiqueta de clásico es casi imposible quitársela.
No puedo negar el valor histórico
que pudo suponer el año de su publicación La Marcha Radetzky. En 1932
ver plasmada en papel la decadencia social de todo un imperio como el Austrohúngaro
que arrasó con toda una concepción de la vida que hasta el momento se consideraba
prácticamente eterna e inmutable por los siglos de los siglos tuvo que se un
rotundo éxito lleno de nostalgia y melancolía. Pero a día de hoy, con todos
aquellos eventos en el pozo oscuro y profundo del olvido, poco puede aportar
una novela que, para mí, queda desfasada en un tiempo pretérito que poca conexión
con la realidad tiene y cuyos posibles paralelismos con una época de decadencia
actual no logro vislumbrar.
La historia de la familia Trotta,
desde el abuelo convertido en héroe de la Batalla de Solferino tras salvar al
Emperador hasta el nieto que vive en sus propias carnes el cambio de paradigma
social de una época de ocaso pasando por el padre alto funcionario de un
Imperio descomunal en proceso interno de desintegración, me causa pesadez en la
lectura. Apenas he sido capaz de mantener una atención digna en la narración de
La Marcha Radetzky; de hecho, lo que más deseaba era acabar la novela
para poder pasar a otra lectura quizá más edificante. Y decir esto de cualquier
libro es casi peor que decir que lo has abandonado por imposible.
No he conectado ni con la trama de
La Marcha Radetzky ni con el estilo de Joseph Roth. Y es que esa es
otra. A menudo he leído comparaciones, para bien, entre Roth y Stefan Zweig,
tanto por estilo de escritura como por mundo literario donde ambos profundizan
en las más íntimas pasiones del ser humano y engloban todo en una época de
cambios sociales profundos en el seno de la vieja Europa, la Europa de las
grandes naciones y los vastos imperios. Pero, así como la etiqueta de clásico
para esta novela, la comparación entre Roth y Zweig es, para mí, una sobre ventilación
absurda. Hay rasgos comunes en ambos escritores, sí, pero de ahí a casi equipararlos,
pues lo siento, pero no. Creo que Zweig está varios escalones por encima de
Roth en cuanto a nivel de escritura y en cuanto a enfoque de tramas y análisis
de la propia existencia humana en relación a su contexto histórico.
Pasa con los libros lo que con
muchas otras cosas en la vida: no puedes decir si te gusta o disgusta si no lo
lees o lo intentas al menos. La Marcha Radetzky es un libro que quería
leer por muchas razones, todas buenas, válidas y loables, pero que tras su
lectura me ha dejado decepcionado y totalmente indiferente a lo narrado en sus
páginas. Por esto hay que leer siempre, leer y leer y leer. Leer tanto lo que uno
sabe que le va a gustar, como aquello que, arriesgando un poco más, puede que
no entendamos del todo, o incluso aquello que lo más probable es que no nos
guste. No se puede hablar de libros y de literatura si solo leemos aquello en
lo que nos sentimos cómodos. Joseph Roth, como Stefan Zweig o Sandor Marai son
de esos escritores clásicos europeos que están casi en el olvido y por ello,
puedan gustar o no, hay que leerlos siempre.
Caronte.
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