Llevaba tiempo queriendo leer
algo de Claudia Piñeiro, pero no me he decidido a hacerlo hasta que hace un par
de meses nominaron a esta novela al Booker International. Suelo seguir bastante
los premios literarios internacionales (los patrios, ligados siempre a
editoriales, me parecen tal sarta de ombliguismo, corrupción y apología de la
literatura basura que me dan mucha pereza) y al Booker le considero de los más
prestigiosos y decentes, y de sus nominados y ganadores siempre he sacado
alguna que otra buena lectura. Por estas razones, la pasada Feria del Libro
este fue uno de los que compré y pasó a engrosar mí, ya de por sí, enorme pila
de libros pendientes de lectura que espero bajar durante este verano tan sofocante
y angustioso donde estar por la calle es un verdadero suplicio infernal y donde
mejor se está, aunque sea con aire acondicionado o ventiladores a tope, es en
casa sin que el astro rey fusile nuestra piel o haga que nuestra salud peligre.
Elena sabe cuenta una
historia de temas tabú, de esos que intentamos siempre ocultar o que si
tratamos lo hacemos de manera sutil, sin profundizar, intentando que pasen
desapercibidos y el foco sobre ellos dure lo mínimo posible. La narradora y
coprotagonista de esta novela es una mujer que entra ya en su tercera edad,
enferma de Parkinson con necesidades de asistencia y medicación permanentes
para no correr el riesgo de asfixiarse al comer o beber, o simplemente para
moverse y desplazarse por el mundo. Esta mujer, consciente de su enfermedad, de
sus limitaciones y de su destino, de su propio futuro, o de la escasez del
mismo, se enfrenta a la investigación personal que emprende para intentar
entender y esclarecer la muerte de su hija, misteriosa solo para ella, clara y cristalina
para los policías que la investigaron.
Al tiempo que Elena sabe
se convierte en una especie de thriller policial donde no hay investigación
policial sino una madre empeñada en comprender por qué su hija ya no está a su
lado para cuidarla y hacer que su enfermedad pese menos, es también una novela
sobre las relaciones familiares que tenemos por obligación con nuestros seres
queridos, por cotidianeidad, por tradición, porque siempre ha sido así y porque
debemos querer a nuestra familia, a aquellos que tienen nuestra misma sangre.
Claudia Piñeiro no se corta ni un pelo a la hora de plantear una historia donde
el hartazgo supone el final de una mentira y donde los deseos de que la
realidad sea como nosotros queremos que sea acaban por golpearnos y hacernos
abrir los ojos ante la verdad.
Lo que me gusta de ciertos libros
es que nos pongan frente a un espejo, no ya a nivel personal, sino como
sociedad. Elena sabe hace esto: nos pone frente a nuestro reflejo como
sociedad para mostrar lo miserables que podemos llegar a ser, lo ciegos que
estamos ante un mundo que nada tiene que ver con lo que imaginamos que es y lo
necios que somos al pretender vivir vidas que no queremos solo porque pensamos
que debemos vivirlas así. La obcecación de la madre por ver una cosa donde no
hay nada que ver; la historia de la hija que la cuida y siempre ha estado a su
lado hasta que su muerte la aleja para siempre; y el cómo se llega hasta la
verdad, hasta la más simple de las verdades: la única que a veces, por miedo,
por ser parte de esa verdad incómoda, no queremos ver.
Desde que nacemos se nos dice que
los vínculos familiares son sagrados, que la vida misma es sagrada, que debemos
amar, respetar y querer a aquellos que llevan nuestra sangre. Pero, ¿alguien
alguna vez se ha parado a pensar que la familia no es más que un conjunto de
extraños en medio del cual vienes al mundo y creces y que por tanto simplemente
quererlos y amarlos y respetarlos no es más que una aberración antinatural
socialmente? Si eso pasa genial, pero lo normal sería todo lo contrario. Elena
sabe es una novela que ahonda en estos temas. Piñeiro trata con naturalidad
y sutileza, al mismo tiempo que con rotundidad, esta disfuncionalidad social
yendo quizá a la que siempre nos han dicho que es la más sagrada de las
relaciones familiares: la madre-hija.
El lector que se anime a abrir Elena
sabe se va a encontrar con una historia que va creciendo a medida que
avanza; que, por momentos, es incómoda de leer por meternos en la piel de una
mujer mayor enferma de Párkinson que no es dueña ya de un cuerpo, el suyo, que
debe drogar medicándolo para que reaccione a lo que su cabeza, aún lúcida,
ordena; y que debe confirmar poco a poco las sospechas que a medida que avanza
la narración va teniendo sobre el destino de la hija muerta. Enfrentar esas
revelaciones, esas reflexiones que todos nos hemos hecho alguna vez pero que
rara vez confesamos y si lo hacemos es con esas personas a las que llamamos
amigos y que a la postre configuran nuestra verdadera familia y no la que por sangre
nos toca en suerte, es revelador e incómodo porque todo lector puede verse
pensando lo que la narradora y coprotagonista de la novela nos va contando.
Desde luego, la nominación al Booker International que mencioné al principio
está más que merecida y justificada.
Caronte.
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