Hacía mucho tiempo ya que tenía
pendiente acercarme a la obra de Amos Oz, quizá uno de los escritores israelíes
más importantes de las últimas décadas tanto por relevancia como por activismo
objetivo de la causa de la paz en Oriente Próximo. Mucho tiempo llevaba también
este libro en mi pila de lecturas pendientes esperando a que se abriera el
hueco justo para poder leerlo. El momento ha llegado y tras su lectura tengo que
decir que no sé si he encontrado lo que esperaba encontrar, si me he perdido en
una lectura extremadamente simbólica o si, una vez acabado de leer, volveré a
leer alguna otra de sus novelas. Es cierto que no tenía muchas referencias
sobre este escritor, simplemente su nombre y haberlo siempre visto, hasta su
fallecimiento, en las eternas listas de perennes candidatos al Nobel, siendo
quizá uno de los más célebres no ganadores del máximo galardón de las letras
universales. Quizá esta falta de referencia y puntos de partida han jugado en
mi contra.
Tocar el agua, tocar el viento
es una novela de una tremenda simbología (como ya he adelantado antes) en la
que Amos Oz relata la vida de un matrimonio que durante la IIGM se ve obligado
a separarse y siguen caminos diferentes durante 40 años hasta que se
reencuentran en un kibutz en Israel tras haber llevado vidas cargadas con el
peso del pasado y de sus raíces judío-polacas. Lo que, a priori, podría parecer
un argumento atractivo para acercarse al éxodo permanente y a la persecución
histórica a los que los judíos han hecho frente desde que existen, termina
siendo una lectura, al menos para mí, desenfocada debido a la gran carga
simbólica que presenta la escritura de Oz y a las, supongo, numerosas
referencias a la cultura judía que se me terminan por escapar.
Durante toda la lectura de Tocar
el agua, tocar el viento he tenido la impresión, que en el fondo era más
bien certeza, de que estaba ante una novela superior a mis capacidades como
lector, a mis propios conocimientos y posibilidades para captar con la
necesaria lucidez los símbolos que Oz utiliza para narrar el periplo por Europa
de este matrimonio separado por las circunstancias y que, a pesar de que solo
en el final se encuentran en Israel, no dejan de añorase ni buscarse de una
manera u otra intentando ante todo sobrevivir como judíos en un mundo que
siempre les ha perseguido hasta la culminación más atroz de todas como fue el
Holocausto.
Es de suponer que hacer una
novela sobre un éxodo (porque lo que en esta novela se narra no es un exilio, sino
un éxodo) no es tarea fácil sin caer en sentimentalismos o durezas extremas. De
ahí que Amos Oz haya recurrido a la simbología y quizá al misticismo también
para narrar esta historia. Tocar el agua, tocar el viento no es
simplemente una novela de amor en el que una pareja que se ama se separa por su
propia supervivencia, sino que representa también el anhelo de paz y libertad
que el pueblo judío lleva toda la vida (y esta expresión en este caso no es
para nada ninguna exageración) buscando: su sueño de pertenencia; su deseo de
inmovilidad tras generaciones y generaciones de persecuciones, odio y muerte.
Muchas son las novelas escritas
por judíos relatando sus penurias en campos de concentración u ocultos en
sótanos malolientes sin ventilación alguna durante años o huyendo de pasaporte
en pasaporte falso de un país a otro sabiendo en el fondo que nunca estarás a
salvo de lo que eres, pero Tocar el agua, tocar el viento es diferente
puesto que Oz no pretende contarnos su vida, simplemente plasmar mediante una
fábula plagada de simbolismo el errar esperanzador, puesto que la esperanza es
lo último que se ha de perder, de los judíos durante el siglo XX.
Si no fuera por ese exceso de
simbología Tocar el agua, tocar el viento hubiera supuesto una lectura
enriquecedora, pero he terminado perdido intentando saber qué quería decir Oz
con determinados pasajes de la novela, con determinadas figuras, con ciertas
metáforas, con las fábulas que intercala en la narración “lineal”. No quiero
decir con esto que la lectura de esta novela me haya dejado un mal sabor de
boca, porque no es así. Simplemente reconozco mis limitaciones lectoras ante
una obra que probablemente si hubiera leído tras haberme acercado a la obra de
Oz de otra manera hubiera disfrutado mucho más.
Desde luego he errado acercándome
a la obra de Amos Oz empezando por Tocar el agua, tocar el viento, lo
reconozco. Pero esto no quita para que, aunque su lectura me haya decepcionado,
no tanto por el propio libro sino por mí, sí que me haya despertado la
curiosidad para volver a intentar acercarme a la obra de este escritor en algún
momento en mis próximas lecturas. Que vaya a ser antes o después dependerá mucho
de los libros y lecturas que se me vayan cruzando a lo largo de este año. Por
lo tanto, queda pendiente volver a leer algo de este autor israelí ya fallecido
en 2018, pero cuya vigencia probablemente siga intacta.
Caronte.
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