jueves, 10 de febrero de 2022

Tocar el agua, tocar el viento

Hacía mucho tiempo ya que tenía pendiente acercarme a la obra de Amos Oz, quizá uno de los escritores israelíes más importantes de las últimas décadas tanto por relevancia como por activismo objetivo de la causa de la paz en Oriente Próximo. Mucho tiempo llevaba también este libro en mi pila de lecturas pendientes esperando a que se abriera el hueco justo para poder leerlo. El momento ha llegado y tras su lectura tengo que decir que no sé si he encontrado lo que esperaba encontrar, si me he perdido en una lectura extremadamente simbólica o si, una vez acabado de leer, volveré a leer alguna otra de sus novelas. Es cierto que no tenía muchas referencias sobre este escritor, simplemente su nombre y haberlo siempre visto, hasta su fallecimiento, en las eternas listas de perennes candidatos al Nobel, siendo quizá uno de los más célebres no ganadores del máximo galardón de las letras universales. Quizá esta falta de referencia y puntos de partida han jugado en mi contra.

Tocar el agua, tocar el viento es una novela de una tremenda simbología (como ya he adelantado antes) en la que Amos Oz relata la vida de un matrimonio que durante la IIGM se ve obligado a separarse y siguen caminos diferentes durante 40 años hasta que se reencuentran en un kibutz en Israel tras haber llevado vidas cargadas con el peso del pasado y de sus raíces judío-polacas. Lo que, a priori, podría parecer un argumento atractivo para acercarse al éxodo permanente y a la persecución histórica a los que los judíos han hecho frente desde que existen, termina siendo una lectura, al menos para mí, desenfocada debido a la gran carga simbólica que presenta la escritura de Oz y a las, supongo, numerosas referencias a la cultura judía que se me terminan por escapar.

Durante toda la lectura de Tocar el agua, tocar el viento he tenido la impresión, que en el fondo era más bien certeza, de que estaba ante una novela superior a mis capacidades como lector, a mis propios conocimientos y posibilidades para captar con la necesaria lucidez los símbolos que Oz utiliza para narrar el periplo por Europa de este matrimonio separado por las circunstancias y que, a pesar de que solo en el final se encuentran en Israel, no dejan de añorase ni buscarse de una manera u otra intentando ante todo sobrevivir como judíos en un mundo que siempre les ha perseguido hasta la culminación más atroz de todas como fue el Holocausto.

Es de suponer que hacer una novela sobre un éxodo (porque lo que en esta novela se narra no es un exilio, sino un éxodo) no es tarea fácil sin caer en sentimentalismos o durezas extremas. De ahí que Amos Oz haya recurrido a la simbología y quizá al misticismo también para narrar esta historia. Tocar el agua, tocar el viento no es simplemente una novela de amor en el que una pareja que se ama se separa por su propia supervivencia, sino que representa también el anhelo de paz y libertad que el pueblo judío lleva toda la vida (y esta expresión en este caso no es para nada ninguna exageración) buscando: su sueño de pertenencia; su deseo de inmovilidad tras generaciones y generaciones de persecuciones, odio y muerte.

Muchas son las novelas escritas por judíos relatando sus penurias en campos de concentración u ocultos en sótanos malolientes sin ventilación alguna durante años o huyendo de pasaporte en pasaporte falso de un país a otro sabiendo en el fondo que nunca estarás a salvo de lo que eres, pero Tocar el agua, tocar el viento es diferente puesto que Oz no pretende contarnos su vida, simplemente plasmar mediante una fábula plagada de simbolismo el errar esperanzador, puesto que la esperanza es lo último que se ha de perder, de los judíos durante el siglo XX.

Si no fuera por ese exceso de simbología Tocar el agua, tocar el viento hubiera supuesto una lectura enriquecedora, pero he terminado perdido intentando saber qué quería decir Oz con determinados pasajes de la novela, con determinadas figuras, con ciertas metáforas, con las fábulas que intercala en la narración “lineal”. No quiero decir con esto que la lectura de esta novela me haya dejado un mal sabor de boca, porque no es así. Simplemente reconozco mis limitaciones lectoras ante una obra que probablemente si hubiera leído tras haberme acercado a la obra de Oz de otra manera hubiera disfrutado mucho más.

Desde luego he errado acercándome a la obra de Amos Oz empezando por Tocar el agua, tocar el viento, lo reconozco. Pero esto no quita para que, aunque su lectura me haya decepcionado, no tanto por el propio libro sino por mí, sí que me haya despertado la curiosidad para volver a intentar acercarme a la obra de este escritor en algún momento en mis próximas lecturas. Que vaya a ser antes o después dependerá mucho de los libros y lecturas que se me vayan cruzando a lo largo de este año. Por lo tanto, queda pendiente volver a leer algo de este autor israelí ya fallecido en 2018, pero cuya vigencia probablemente siga intacta.

Caronte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario