Ya sabéis los que me conocéis del
blog que tengo una debilidad (adquirida muy tardiamente) por Bernardo Atxaga y
su obra literaria. Por eso no debería sorprender que vuelva a una de sus
novelas y me toque hoy hablar de ella. Aunque en sus novelas más recientes se
había alejado algo de los temas vascos más delicados, dejando a un lado el tema
de ETA, el terrorismo y los años grises y oscuros de Euskadi bajo el yugo del
miedo, la cobardía y el señalamiento público, hubo una época que Atxaga
escribió directamente sobre el conflicto vasco significándose bastante con el
mismo (no en el sentido que algunos podrían pensar y, desde luego, tampoco como
algunos pretender hacer ver ver). Esta es también otra de las razones que me
han llevado a leer esta novela: descubrir por mi mismo el tratamiento que Atxaga,
probablemente el escritor vasco más importante de las últimas décadas, dio al
conflicto terrorista.
Como gran amante de su tierra, de
sus paisajes, tradiciones y memoria, y sobre todo de su lengua (toda la obra de
Atxaga está en euskera), Bernardo Atxaga siempre ha tenido en sus novelas una
querencia especial por el País Vasco y su esencia, su alma. Todas las novelas
de Atxaga tienen parte de esa esencia vasca tan única e inimitable, pero Un
hombre solo, a diferencia de otras novelas que consagraron a su autor, no
solo tiene siempre de fondo a Euskadi (a pesar de que la novela esté ambientada
en Barcelona) sino que también toca y enfrenta el conflicto vasco de manera
directa.
Un hombre solo narra la
historia de un hombre, vasco, antiguo militante en ETA que tras alejarse de la
banda armada y de la lucha y resistencia contra la dictadura y tras haber
pasado por la cárcel y ser amnistiado compra un hotel en Barcelona, cerca de
Monteserrat, con sus amigos y se hace hotelera con ellos, además de panadero. Durante
los Mundiales del ’82, en esa España unida por la droga del fútbol, pero alerta
por la dureza y frialdad de las balas etarras, y alojando en su hotel a la selección
polaca, rodeado por tanto de policías, decide esconder a dos fugitivos de ETA
durante unos días en los sótanos del pequeño edificio que utiliza como
panadería y su refugio frente a todo. Es ese choque de un presente realista
donde sus amigos y antiguos compañeros de cárcel y lucha armada han pasado página
y un pasado muy presente por la presencia de esos nuevos militantes por la “libertad
de Euskadi”, el que se analiza durante toda la novela.
Atxaga utiliza la forma y los
recursos de la novela policiaca de suspense (centrada eso sí, no en la policía
que pretende desenmascarar a los malos, sino en la otra cara de la misma
moneda) para crear una novela donde confronta de manera directa el conflicto
vasco, desde sus orígenes al presente de la novela (años 80) pero mirados con
la perspectiva de escribirla en los años 90. Un hombre solo es un choque
de realidad, una muestra palpable de que nada en este mundo es de un único
color y que la verdad única o el relato monocolor y monocorde de la historia no
existe (o no debería existir).
En las páginas de Un hombre
solo conviven la lucha, concreta, armada de ETA contra una dictadura que
sometía bajo un yugo de sangre al pueblo vasco y a su lengua y cultura (por
analfabetismo fascista) con otra lucha, ya indiscriminada, de unos jóvenes
vascos atraídos por un relato manipulado de la lucha por un pueblo y una
identidad contra un Estado ya no tiránico. Ese choque de realidad, mostrado más
por los amigos del protagonista que por él mismo, a quien corroe la culpa del pasado,
la melancolía por los que ya no están y el anhelo quizá de volver a sentirse
tan vivo como cuando su lucha buscaba acabar con una serie de injusticias
ejerciendo incluso la violencia.
Sin embargo, no estamos ante una
novela que justifique a ETA en ninguno de sus aspectos. Para nada. Bernardo Atxaga
plantea los hechos con claridad y nitidez, sin vergüenza y sin el peso que
podría tener el juicio de lectores y público sobre sus espaldas. Un hombre
solo es una novela sobre cómo la soledad, la impuesta o la buscada, lleva a
decisiones no siempre fáciles, a tomar caminos a veces erróneos, a veces
acertados, pero cuya responsabilidad recae en uno mismo a pesar de que esas
acciones individuales que uno piensa propias, puedan acarrear consecuencias no
medidas o pensadas que pueda afectar de manera irremediable a terceras personas.
He leído esta novela tanto como thriller
político como novela sociológica (no voy a mencionar aquí todas las conversaciones
políticas que se llevan a cabo durante la novela y que le dan una dimensión
filosófica y social tan profunda). No podía dejar de leer la novela. Atxaga ha
conseguido con Un hombre solo que toda mi atención se fijara y centrara
en cómo el protagonista de esta historia saldría del trance tan difícil en el que
su pasado y su presente le habían metido simple y llanamente por no pedir ayuda
a sus amigos, por pensar que podría hacer las cosas como casi siempre las había
hecho: solo. Es de admirar también, además, que Atxaga escribiera esta historia
cuando lo hizo sin pararse a pensar en el qué dirán. Esta es también una novela
sobre ETA, pero quizá no la que nos querrían vender como tal aquellos que
pretendieran fijar una única visión sobre el pasado.
Caronte.
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