Culmina con este libro, de título
bíblico y resonancias legendarias, Gerald Durrell su Trilogía de Corfú y sus
memorias sobre la estancia de cinco años de su familia en la isla griega del
Corfú. Avisa en el prólogo el menor de los Durrell que aquellos cinco años de
su vida, de su primera juventud, del paso de su infancia a su adolescencia,
fueron felices porque siendo una familia inglesa adinerada para los cánones y
estándares de la isla griega sus preocupaciones se centraban en vivir la vida y
en disfrutar de familiares, amigos y conocidos a través de fiestas, cenas y
comidas a orilla del mar o bajo el parral que tenían por porche en su casona
corfiota. Y ese disfrute de la vida como máximo objetico de su vida diaria se
nota en cada una de las páginas de la trilogía y, por tanto, también en las de
este último volumen que la cierra.
El jardín de los dioses es
un magnífico cierre a una magnífica trilogía autobiográfica donde naturalismo,
zoología, divulgación, anécdotas, familiares, amigos y conocidos, campesinos y
personajes totalmente variopintos se mezclan para dar un relato que, aunque
pueda parecer en ocasiones inverosímil, no muestra más que el placer por vivir
y disfrutar de una vida, la que cada uno de nosotros disfrutamos sin saber el
tiempo que tenemos para ello, sin complicaciones y sin dar una importancia que
no tiene a cosas que mejor sería pasar por alto.
Leyendo a Gerald Durrell y la
vida que llevó entre los 10 y los 15 años en Corfú, rodeado de su familia, de
gente con inquietudes naturalistas como Teodoro, de animales por descubrir, con
una voluntad de hierro a la hora de aprender más y más sobre la fauna y la
flora que le rodeaba uno se da cuenta que hemos olvidado qué es vivir. El
jardín de los dioses no solo es una divertida obra donde un escritor da
cuenta de sus años más felices y cómo los recuerda, mezclando su pasión por la
naturaleza y las anécdotas familiares más destartaladas; este libro es también
y, ante todo, un canto a la libertad, a vivir la vida con intensidad, feliz,
sin preocupaciones y sin dar excesiva importancia a los problemas mundanos que
no lleva a nada.
La belleza con la que Durrell nos
cuenta y termina de complementar sus recuerdos de aquellos cinco años pasados
en Corfú hacen de El jardín de los dioses otra lectura igual de
placentera, divertida y formativa como las anteriores, donde nuevos animales,
nuevas aventuras y, sobre todo en este libro más que en los anteriores,
anécdotas familiares donde sus propios hermanos o conocidos de la familia
demuestran como la realidad muchas veces puede ser tanto o más increíbles que
la más pura de las imaginaciones novelescas.
Hace ya décadas que el ser humano
vive en constante prisa, sin descanso, buscando permanentemente estar ocupado
en algo temeroso de que, al parar y descansar, al no tener nada que hacer, su
aburrimiento sea tal que se vea abocado a pensar en su propia y miserable vida
vacía de contenido y no sepa cómo llenarla de manera sosegada. Hace ya décadas
que hemos perdido perspectiva para solo mirarnos el ombligo y ser incapaces de
comprender que vivimos en un mundo en el que no estamos solos y nos rodean
seres y criaturas, paisajes y parajes impresionantes e inolvidables. El
jardín de los dioses es volver a una época donde las prisas no existían,
leer sobre algo ya extinto en prácticamente cualquier parte de Europa y
“Occidente” y que está en vías de extinción en el resto del planeta, devorado
por la incesante necesidad de mercantilizar absolutamente todo como si todo
fuera monetizable.
Hemos olvidado quiénes somos.
Hemos pensado que el hombre está por encima de todo ser que pisa este planeta
menospreciando aquello que no conocemos o que nos repele o que simplemente
creemos inferior solo por no razonar ni hablar… En la Trilogía de Corfú que
cierra El jardín de los dioses, Gerald Durrell pretendió no solo plasmar
sus años de juventud libre y sin ataduras de ningún tipo disfrutando del mundo
encapsulado en la isla de Corfú, sino que intentó abrirnos los ojos ante un
mundo al que estamos dando la espalda y que cuando menos lo esperamos nos la
dará a nosotros dejándonos tirados y abandonados siendo incapaces de adaptarnos
a los cambios que provocará nuestra propia actitud orgullosa y prepotente.
El viaje que ha supuesto para mi
leer La Trilogía de Corfú ha sido inmenso, porque nunca antes me había
enfrentado a una lectura tan seguida de una serie de libros enlazados y
relacionados y, mucho menos, de libros de no ficción autobiográficos donde el
aspecto divulgativo, descriptivo y anecdótico personal fuera el eje de la
narración. Todo ha merecido la pena porque he descubierto a un hombre inmenso
como Gerald Durrell y una obra fundamental para reencontrarse con un pasado que
no es tan lejano y que estamos a punto de perder del todo si no somos capaces
de pararnos a pensar quiénes somos y dónde vivimos. Leed a Durrell, pero, sobre
todo, vivid que al final es lo que nos quiere decir el adulto Gerald recordando
a su niño Gerry.
Caronte.
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