viernes, 10 de junio de 2022

Justine (Cuarteto de Alejandría I)

La lectura debe ser siempre un lugar refugio donde acudir tanto para huir de una realidad que quizá no nos emociona demasiado o no nos motiva lo suficiente o no nos reta intelectualmente lo que necesitamos. El oficio de escribir, de narrar y contar una historia reflexionando por el camino sobre lo más diversos temas que causan preocupación al ser humano no es tarea sencilla y conlleva un trabajo aún mayor que el simple y mero hecho de enfrentarse a un papel en blanco y empezar a hilar letras y palabras y oraciones: vivir. Solo el escritor que vive su vida como quiere y puede y lo hace con intensidad y obsesiones será capaz de plasmar en papel historias que perdurarán en el tiempo. Porque por mucho que las generaciones cambien y el tiempo vuelva ancianos a quienes una vez fueron jóvenes el interior suele quedar intacto, y nuestras mentes funcionando sin tener en cuenta el desgaste de nuestro cuerpo que nos recordará siempre que nuestro tiempo continúa imperturbable su discurrir.

El Cuarteto de Alejandría, cuya primera novela es Justine, es quizá la obra más relevante de su autor, Lawrence Durrell, y muy seguramente una de las obras narrativas y literarias más importantes de la historia inglesa. Partiendo de estas afirmaciones uno podría pensar que está ante una obra hermética y de difícil y árido acceso lector: nada más lejos de la realidad. También es cierto que llego al cuarteto con unas enormes ganas y expectativas muy elevadas. Además, para rizar el rizo he decidido emprender una empresa literaria quizá un tanto ambiciosa (y que de momento va bien) consistente en leer alternando los tomos de este cuarteto de Lawrence Durrell y los tomos de La Trilogía de Corfú de su hermano menos Gerald Durrell. (Para los frikis de los datos y las curiosidades Los Durrells, la serie de televisión que hace un tiempo estuvo en boca de muchos, está inspirada en la trilogía de Gerald y en ella sale también Lawrence.)

Hablemos de Justine. En esta obertura del cuarteto Lawrence Durrell tira de oficio escritor y presenta una novela donde la trama y lo que en ella sucede pasan a un lugar secundario. Es cómo se cuenta lo importante. El estilo de Lawrence es depurado y alternando recuerdos del narrador, con los de otros personajes va dando forma a la historia de una joven alejandrina, Justine, cuya pasión desatada por los hombres causa estragos en todos aquellos incautos que se dejan llevar por su fuerte instinto de seducción. Marcada de joven por un evento que solo se deja entrever, Justine es una mujer que intenta desesperadamente disfrutar de sí misma a través del sexo y de las pasiones que levanta en los hombres de todas las edades y condiciones.

La exploraciones de las diferentes maneras de amar, las muy variadas formas en las que se pueden expresar la pasión y las pulsiones sexuales, conforman los grandes temas sobre los que el mayor de los Durrell reflexiona en Justine partiendo de diversos triángulos amorosos y testimonios de personajes vitales que a lo largo de todo el cuarteto acompañarán al lector dando diversos puntos de vista sobre las vidas y acontecimientos que en una Alejandría mítica de los años previos a la IIGM se desarrollan entre todos ellos. Pero, insisto, realmente lo que pasa en la trama de la novela no es lo más relevante y muy acertadamente queda en un segundo plano para que el lector, el buen lector, sea capaz de apreciar la manera tan sutil y a la vez tan compleja de narrar temas y situaciones vitales obsesivas de manera tan soberbia.

Justine no es solo el comienzo de un cuarteto determinante en la literatura inglesa, en una obra literaria de primer nivel, es además quizá la gran novela sobre Alejandría y sobre un Egipto ya extinto, mítico y legendario que guardaba parte de su áurea de época dorada y faraónica, donde las leyendas y supersticiones marcaban el paso del tiempo. Lawrence Durrell da a la propia ciudad carácter de personaje y sus complejas relaciones sociales, sus estratos étnicos, sus colores, su luz, sus olores, sus gentes, sus calles, mezquitas, cafés y habitaciones de ventanas protegidas del sol y el calor por contraventanas de madera que ocultan, pero no impiden permanecer alerta, son pilares fundamentales sobre los que se sustenta la propia trama argumental. Sin esa Alejandría, sin sus calles estrechas, sin sus estancias decoradas de manera oriental, sin su paseo a orilla de mar esta novela no sería lo que es.

Escribir no es una tarea sencilla. Todos lo podemos hacer porque aprendemos a ello, al menos teóricamente, a muy temprana edad. Pero hacerlo bien (emocionar y transmitir, evocar y hacer que un desconocido de una generación diferente a la del autor y con muchos años de diferencia se emocione) usando la palabra escrita es tarea muy complicada. Lawrende Durrell ha conseguido con Justine algo que pocos escritores han logrado: darme envidia. Sí, envidia. Envidia por no poder ser capaz en mi vida, porque no voy a ser capaz de hacerlo, de escribir una novela así: donde ambientación, personajes, estilo, forma y reflexiones se mezclen tan a la perfección que el resultado termine siendo eterno. Pocas mejores cosas puedo decir de una novela que expresar mi envidia y admiración, mi sueño de poder escribir algo así en mi vida. Las expectativas puestas en el cuarteto se han empezado cumpliendo con creces.

Caronte.

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