La lectura debe ser siempre un
lugar refugio donde acudir tanto para huir de una realidad que quizá no nos
emociona demasiado o no nos motiva lo suficiente o no nos reta intelectualmente
lo que necesitamos. El oficio de escribir, de narrar y contar una historia
reflexionando por el camino sobre lo más diversos temas que causan preocupación
al ser humano no es tarea sencilla y conlleva un trabajo aún mayor que el
simple y mero hecho de enfrentarse a un papel en blanco y empezar a hilar
letras y palabras y oraciones: vivir. Solo el escritor que vive su vida como
quiere y puede y lo hace con intensidad y obsesiones será capaz de plasmar en
papel historias que perdurarán en el tiempo. Porque por mucho que las
generaciones cambien y el tiempo vuelva ancianos a quienes una vez fueron
jóvenes el interior suele quedar intacto, y nuestras mentes funcionando sin
tener en cuenta el desgaste de nuestro cuerpo que nos recordará siempre que
nuestro tiempo continúa imperturbable su discurrir.
El Cuarteto de Alejandría,
cuya primera novela es Justine, es quizá la obra más relevante de su
autor, Lawrence Durrell, y muy seguramente una de las obras narrativas y
literarias más importantes de la historia inglesa. Partiendo de estas
afirmaciones uno podría pensar que está ante una obra hermética y de difícil y
árido acceso lector: nada más lejos de la realidad. También es cierto que llego
al cuarteto con unas enormes ganas y expectativas muy elevadas. Además, para
rizar el rizo he decidido emprender una empresa literaria quizá un tanto
ambiciosa (y que de momento va bien) consistente en leer alternando los tomos
de este cuarteto de Lawrence Durrell y los tomos de La Trilogía de Corfú
de su hermano menos Gerald Durrell. (Para los frikis de los datos y las
curiosidades Los Durrells, la serie de televisión que hace un tiempo estuvo en
boca de muchos, está inspirada en la trilogía de Gerald y en ella sale también
Lawrence.)
Hablemos de Justine. En
esta obertura del cuarteto Lawrence Durrell tira de oficio escritor y presenta
una novela donde la trama y lo que en ella sucede pasan a un lugar secundario.
Es cómo se cuenta lo importante. El estilo de Lawrence es depurado y alternando
recuerdos del narrador, con los de otros personajes va dando forma a la
historia de una joven alejandrina, Justine, cuya pasión desatada por los
hombres causa estragos en todos aquellos incautos que se dejan llevar por su
fuerte instinto de seducción. Marcada de joven por un evento que solo se deja
entrever, Justine es una mujer que intenta desesperadamente disfrutar de sí
misma a través del sexo y de las pasiones que levanta en los hombres de todas
las edades y condiciones.
La exploraciones de las
diferentes maneras de amar, las muy variadas formas en las que se pueden
expresar la pasión y las pulsiones sexuales, conforman los grandes temas sobre
los que el mayor de los Durrell reflexiona en Justine partiendo de
diversos triángulos amorosos y testimonios de personajes vitales que a lo largo
de todo el cuarteto acompañarán al lector dando diversos puntos de vista sobre
las vidas y acontecimientos que en una Alejandría mítica de los años previos a
la IIGM se desarrollan entre todos ellos. Pero, insisto, realmente lo que pasa
en la trama de la novela no es lo más relevante y muy acertadamente queda en un
segundo plano para que el lector, el buen lector, sea capaz de apreciar la
manera tan sutil y a la vez tan compleja de narrar temas y situaciones vitales
obsesivas de manera tan soberbia.
Justine no es solo el
comienzo de un cuarteto determinante en la literatura inglesa, en una obra
literaria de primer nivel, es además quizá la gran novela sobre Alejandría y
sobre un Egipto ya extinto, mítico y legendario que guardaba parte de su áurea
de época dorada y faraónica, donde las leyendas y supersticiones marcaban el
paso del tiempo. Lawrence Durrell da a la propia ciudad carácter de personaje y
sus complejas relaciones sociales, sus estratos étnicos, sus colores, su luz,
sus olores, sus gentes, sus calles, mezquitas, cafés y habitaciones de ventanas
protegidas del sol y el calor por contraventanas de madera que ocultan, pero no
impiden permanecer alerta, son pilares fundamentales sobre los que se sustenta
la propia trama argumental. Sin esa Alejandría, sin sus calles estrechas, sin
sus estancias decoradas de manera oriental, sin su paseo a orilla de mar esta
novela no sería lo que es.
Escribir no es una tarea
sencilla. Todos lo podemos hacer porque aprendemos a ello, al menos
teóricamente, a muy temprana edad. Pero hacerlo bien (emocionar y transmitir,
evocar y hacer que un desconocido de una generación diferente a la del autor y
con muchos años de diferencia se emocione) usando la palabra escrita es tarea
muy complicada. Lawrende Durrell ha conseguido con Justine algo que
pocos escritores han logrado: darme envidia. Sí, envidia. Envidia por no poder
ser capaz en mi vida, porque no voy a ser capaz de hacerlo, de escribir una
novela así: donde ambientación, personajes, estilo, forma y reflexiones se
mezclen tan a la perfección que el resultado termine siendo eterno. Pocas
mejores cosas puedo decir de una novela que expresar mi envidia y admiración,
mi sueño de poder escribir algo así en mi vida. Las expectativas puestas en el
cuarteto se han empezado cumpliendo con creces.
Caronte.
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