Tercera novela de las que
componen El Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell. Tercera novela que poco
o nada tiene que ver con las otras ni por fondo ni por forma. Tercera novela
que me está dejando totalmente encantado con la lectura, como si fuera un niño
la mañana de Navidad y Reyes viendo bajo el árbol de Navidad regalos y más
regalos dispuestos para su disfrute inmediato o relajado. Y es que lo que estoy
disfrutando de la lectura del cuarteto, de cada uno de los libros que llevo
leídos (ya tres, restándome únicamente el último con el que se desenlazará
toda), no creo recordar que lo haya disfrutado antes con ningún otro, salvo
quizá alguno de Javier Marías o Antonio Muñoz Molina. Tengo, además,
sensaciones encontradas, porque por un lado quiero concluir la lectura del
cuarteto para terminar de hacerme una idea del fresco que Durrell quiso mostrar
en él, pero, al mismo tiempo, sé que tras su lectura quedaré un poco huérfano y
desnortado para encontrar alguna lectura que esté a la altura.
Mountolive es la historia
del embajador británico en Egipto: personaje también importante en las
relaciones que se dan entre los protagonistas del cuarteto, Justin y Nessim,
Melisa y Barley (que protagonizaron más directamente las dos novelas anteriores).
Los entresijos de las relaciones personales de David Mountolive desde que llega
a Egipto por primera vez de joven, conoce a los Hosnani (Nessim y Naruz, piezas
clave de la historia que Lawrence Durrell nos está contando), consigue plaza
diplomática, da vueltas por diferentes legaciones de su país, y vuelve de nuevo
a Egipto en un momento clave, personal y político, para reencontrarse con
pasiones y lealtades pasadas y presentes que debe gestionar; estos entresijos
son el eje alrededor del cual se narra esta novela.
Esta es además una novela de
corte y estilo clásico, muy británica e inglesa, muy de personajes sobrios que
intentan controlar sus emociones y pasiones sin conseguirlo, donde el deber y
la lealtad son pilares fundamentales en las relaciones personales. David
Mountolive es un personaje prototípico inglés que, cumpliendo siempre su deber
para con su país, se enfrentará a una ciudad, Alejandría, y a unas personas que
le llevarán a perderse en sí mismo para intentar controlar sus impulsos y tomar
decisiones de calado que afectan a sus amigos y conocidos. Mountolive es
al mismo tiempo una novela histórica, psicológica, pasional, romántica y
puramente narrativa que cualquier amante de la literatura disfrutará
saboreándola poco a poco.
Vuelve a ser Alejandría el
trasfondo en el que todo pasa, donde las relaciones personales entre los
diferentes personajes, ya familiares para el lector, se desarrollan, envenenad
y desenlazan. Y es aquí cuando Lawrence Durrell saca a pasear su grandeza
literaria, su saber hacer narrando para entregarnos una pieza más de ese gran
fresco que lleva pintando desde que comenzó el cuarteto, de ese gran tapiz que
lleva tejiendo desde Justine, la primera novela de las cuatro que lo
forman. En Mountolive, Durrell sigue ahondando en la ciudad trampantojo
que fue Alejandría antes de la Segunda Guerra Mundial y que, tras la misma, con
la llegada del Egipto, moderno desapareció. Como en Justine y Balthazar,
en esta novela hay un pasaje memorable y fastuoso en el que Lawrence Durrell
narra una especie de trance del embajador Mountolive por las calles
alejandrinas que llevan al delirio y en el que con una descripción oscura,
cruda y fantasmagórica dibuja una Alejandría en el borde mismo de la luz y la
oscuridad, ambigua, discutible, penumbrosa, ocre, calurosa y engañosa.
Nada sobra en una narración
perfectamente hilada y tejida que da como resultado una pieza del tapiz general
que conforma El Cuarteto de Alejandría esencial para comprender todo en su
conjunto. Mountolive es, por así decirlo, la novela esencial para
comprender todo el trasfondo que une las diferentes vidas de los personajes que
ya hemos ido conociendo en las dos novelas predecesoras. Como un hilo
invisible, esta novela va poco a poco entre lanzando fragmentos que ya conocíamos,
pero desde otro punto de vista. El narrador de esta novela no es ningún
personaje, sino uno omnisciente que conoce todo y que nos va trasladando de un
foco a otro para ir arrojando luz sobre aquellos sectores de la historia que
seguían permaneciendo en penumbra.
La manera en que Lawrence Durrell
plasma en una historia compleja de relaciones personales, pasionales y
sentimentales, cómo los sentimientos y las pasiones determinan todo nuestro
mundo y nuestra vida es soberbia, tanto en forma como en fondo. Mountolive
es puro clasicismo narrativo, pero encaja a la perfección con sus novelas
compañeras de cuarteto. No sirve de nota discordante, sino más bien todo lo
contrario, es el acorde que ordena y guía correctamente a buen puerto la
sinfonía sobre la Alejandría legendaria previa al conflicto mundial que cambió
el mundo para siempre. Las diferentes formas de amar y querer, el cómo se
despliegan las pasiones en un entorno convulso, lleno de matices y dobles
sentidos, de sutilezas y susurros y sombras en el atardecer, es tan
tremendamente actual que para la época debería sonar exótico y hasta
extravagante, no siéndolo en absoluto.
Me resta la última de las novelas
que conforman el cuarteto alejandrino de Lawrence Durrell, pero Mountolive
ya va confirmando que probablemente este conjunto literario, esa enorme obra
narrativa donde forma y fondo se mezclan y complementan tan bien que es
imposible no envidiar su creación, serán obras que me marcarán inevitablemente
como lector, de esas novelas que quedan tan grabadas que luego toda lectura
posterior no es sino una búsqueda imposible de volver a sentir lo mismo que con
ella. Se va acercando el final de mi empresa lectora de junio, y siento pena
por ello, al mismo tiempo que entusiasmo por lo que me puedan deparar futuras
lecturas.
Caronte.
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