sábado, 2 de julio de 2016

Lectura crítica: "Colmillo blanco"

Ya lo tengo completamente claro: los libros que uno no espera leer, o que no tiene planeado leer en el corto plazo, son los libros que más llegan y gustan al final. Esto es lo que me ha pasado con una de mis últimas lecturas, todo un clásico de la literatura de aventuras, por clasificar esta novela de algún modo, de Jack London, uno de los escritores más fascinantes que ha dado la literatura de principios del siglo XX. Y es que este libro lo encontré en mi librería de segunda mano de referencia, a muy buen precio, y en un estado que ni comprado nuevo en la mejor librería de toda la capital. No iba buscando esta novela, ni mucho menos. Buscaba un libro que vi en otra visita a esta librería de la que hablo y que me quedé con muchas ganas de comprar pero que no compré. Pues bueno aparte de comprar ese gran libro que me dejó marcado di de bruces con esta novela de Jack London y sin pensármelo dos veces me hice con ella. No me he arrepentido de seguir más a mis instintos de librópata que a mi razón de librófilo.

No creo que haya ninguna persona que no haya oído hablar nunca de “Colmillo blanco”, el problema está en que este título hace que la gente se acuerde más de la película para toda la familia que Disney estrenó en 1991. Sin embargo, y por descontado, yo no voy a hablar de la película, que vi en su día y no me desagradó, pero que no es el objeto de este artículo. Poca gente al oír este título lo relaciona con la maravillosa novela de Jack London. Hay quien sí que lo hace pero entonces cae en el tremendo error de considerar la película una adaptación de la novela, cuando se parecen lo mismo que un huevo a una castaña. La película no tiene nada que ver con la novela, es más para mí, después de haber leído la novela, no es más que una triste y pésima adaptación de una novela a la que no hace justicia.

Colmillo blanco” es una historia de aventuras, pero sobre todo de superación, adaptación y aprendizaje. Su protagonista, aunque no aparezca hasta bien avanzada la novela, es un perro-lobo, cuyo nombre da título a la propia novela. Siempre desde el punto de vista animal, de lo que siente, piensa, razona, intuye, teme, odia y ansía Jack London cuenta una historia salvaje, de una época perdida para siempre en la que el hombre y la naturaleza debían convivir lo mejor posible, pero en la que ya se empezaba a ver cómo el ser humano empezaba a doblegar a la naturaleza en vez de convivir con ella. Quizá quedarse con que este libro es una novela de aventuras sería injusto, ya que para mí ha sido mucho más. Hay aventura, mucha aventura; aventuras de esas que bien podrían clasificarse de duras, salvajes, crudas y frías, de las que marcan para toda la vida. Pero es que en el fondo el libro narra la vida de Colmillo blanco, desde que nace y se va criando como cachorro salvaje de lobo, hasta que esta parte es amaestrada y doblegada por su parte de perro. No hay más y mejor aventura que la propia vida.

Una de las cosas que más me han sorprendido de la novela es su empiece. “Colmillo blanco” tiene desde mi humilde punto de vista uno de los mejores comienzos de la literatura. Los tres primos capítulos de la novela, que se encuadran en la primera de las cinco partes en la que se divide la obra, para mí son una obra maestra de la literatura más pura de aventuras, y por qué no decirlo también de suspense. ¡Aventura y suspense, vaya mezcla! Sí, una mezcla muy rara que no me esperaba encontrar para nada en esta novela. Estos tres primeros capítulos de los que hablo me tuvieron totalmente enganchado durante una medie hora a la novela. No podía soltarla. En las páginas que ocupan estos capítulos se narra la huida, o mejor dicho el intento de vuelta a casa de una expedición de aventureros por las Tierras Vírgenes; de dos aventureros y un cadáver que sucumbió a lo salvaje que son perseguidos por una manada de lobos capitaneados por una loba única y extraordinaria, Kiche. Poco a poco los perros que tiran del trineo de los exploradores van desapareciendo. La manada de lobos perseguidores está hambrienta. Estos son los ingredientes de tres capítulos que me hicieron pasar mucha angustia y, por qué no decirlo, también miedo.

Pero el comienzo de “Colmillo blanco” no es más que una ambientación, magistral eso sí, pero ambientación a fin de cuentas. Jack London plantea así cómo son las Tierras Vírgenes, lugar donde se irá desarrollando la novela. El Yukón, el Klondike, la fiebre del oro, la nieve, las chozas indias, las cabañas de madera, los fuegos en mitad de la noche, los aullidos de los lobos hambrientos. No son en vano los tres primeros capítulos, para nada. A partir de esos capítulos empieza la que se puede decir ya, historia de Colmillo Blanco. Pues es Kiche, la jefa de la manada de lobos perseguidores del principio de la novela, la madre del protagonista de la novela. Poco a poco, de manera muy sutil, simple, sencilla, directa, pero firme, Jack London va guiando al lector por la vida de Colmillo Blanco. Una vida nada fácil. Primero en el bosque, en lo salvaje, en su aprendizaje a ser un lobo y a vivir como tal. Luego como perro de tiro de trineo para Castor Gris, un indio jefe de tribu. Pasará luego a ser el perro de pelea de un desgraciado y miserable ser humano como es Guapo Smith que tratará a Colmillo Blanco con una crueldad desproporcionada e inhumana y lo usará para ganar dinero en peleas a muerte con otros perros.

Al final Colmillo Blanco, un perro-lobo que se ha visto condicionado en su forma de ser por todo su alrededor, que pierde a su madre siendo apenas un cachorro, que es maltratado por sucesivos amos terribles, duros y tan salvajes como las mismísimas Tierras Vírgenes, que es rechazado por la misma naturaleza, y que se ha visto obligado a ser duro, a matar para ser respetado, termina conociendo el amor, el cariño, el respeto y la amistad. Weedon Scott, salva a Colmillo Blanco de las manos de Guapo Smith y se lo lleva consigo para hacerle su compañero. Como se puede ver “Colmillo blanco”, la novela de Jack London, nada tiene que ver con la película que Disney se inventó en 1991. Es todo lo contrario, aquella cinta se hizo para ablandar corazones, para provocar una lágrima fácil; mientras que la novela fue escrita para estremecer al lector, para mostrarle qué es la naturaleza en todo su esplendor. En ninguna novela he visto describir la muerte de manera tan directa, fría y sobrecogedora como hace London en esta.

Sin embargo tampoco he leído muchos libros como “Colmillo blanco” en los que se muestre de manera tan sutil pero fría la propia naturaleza de la vida. Jack London fue capaz de crear hace ya más de cien años una novela maravillosa, escrita con una delicadeza extrema, no para emocionar sino para ilustrar sobre la vida. El protagonista es un perro-lobo salvaje, pero bien podría haber sido un chaval de clase baja criado en un barrio conflictivo y sin mucho futuro de una gran ciudad tan fría y tan salvaje dentro de lo racional como lo son las Tierras Vírgenes del Gran Norte Americano. Esta novela es para disfrutarla, para leerla con calma, aunque sea difícil por lo adictiva que puede resultar a veces por el cariño que se coge a Colmillo Blanco.

Advierto también de que a pesar de que tras haber leído “Colmillo blanco” me he quedado con la sensación de que debería haber leído esta novela hace muchos años, probablemente cuando tenía trece o catorce años, ésta no es una novela para jóvenes preadolescentes actuales que no saben qué es la vida ni la naturaleza. Hay escenas de este libro que por su dura crudeza pueden herir sensibilidades. Pero es lo que hay. La novela no describe nada que no sea el mundo y la vida. Aunque hay que tener en cuenta la época en la que se escribió, cuando lo salvaje era todavía salvaje de verdad. No obstante, a pesar de lo que acabo de decir, creo  firmemente que esta novela es fundamental y que debería ser leída en los colegios no ya simplemente como clásico de la literatura de aventuras y aprendizaje, sino como vía para descubrir cómo fue una vez el mundo, y cómo es en el fondo. Tras la lectura de este libro me quedan en el cuerpo muy buenas sensaciones y una única mala, y es que debería haberlo leído mucho antes.

Caronte.

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