jueves, 29 de diciembre de 2016

Lectura crítica: "Patria"

Hace apenas cuatro días que un señor entrado en carnes y años, ataviado de rojo, a bordo de un trineo tirado por una manada entera de renos y surcando el cielo de oriente a occidente dejó debajo de mi árbol de Navidad un regalo. Envuelto en el papel de una conocida red de librerías no podía ser otra cosa que un libro. Bien, pues ese libro de unas seiscientas cincuenta páginas ya ha sido leído y asimilado, y puedo ya decir sin ningún género de dudas que es quizá el mejor regalo que San Nicolás, Santa Klaus o Papá Noel me han traído nunca. Y añado que quizá este libro venido por Navidad a mis manos es el mejor que me he leído, no ya este año, que sin duda, sino probablemente en mucho tiempo. Hacía muchos años que no devoraba un libro con tanta fruición como lo he hecho con este, quizá desde los años en los que leía a Harry Potter. Ha merecido la pena, las mañanas y las tardes pasadas leyendo una tras otra las páginas de esta novela, que quedará marcada en mi memoria mucho tiempo.

Patria” es la segunda novela de Fernando Aramburu que me leo y la segunda con el trasfondo del terrorismo de ETA/conflicto vasco como hilo conductor. Estoy sin palabras. Hacía tiempo que una novela no me hacía sentir lo que esta ha conseguido: levantar la vista de sus páginas, dejar unos segundos su lectura, y aguantar un nudo en la garganta que pugnaba por convertirse en lágrimas. Aramburu ha conseguido hilvanar una historia real sobre el sufrimiento, el dolor, la muerte y la ignorancia que más de cuarenta años de muertes y sangre han provocado en el País Vasco, y por qué no también en el resto de España.

La trama de “Patria” se desarrolla alrededor de dos familias, amigas de toda la vida, rotas y descompuestas por el terrorismo y la intolerancia, por el odio y la ignorancia a fin de cuentas. Por un lado está la familia de Bittori el “Txato”, víctima de un atentado cobarde (todos lo son), asesinado con cuatro tiros por la espalda muy cerca del portal de su casa, y sus dos hijos Nerea y Xabier. Por otro lado está la familia de Miren y Joxian, con sus tres hijos, Arantxa, Joxe Mari, miembro de ETA, terrorista, y el menor, Gorka. Aramburu con estos nueve personajes, a los que habrá que sumar unos cuantos secundarios más cuenta la realidad del conflicto vasco, del terrorismo de ETA, desde donde de verdad se ha sufrido: desde todos los puntos de vista posibles de la sociedad normal y corriente, la que sufrió a ETA, de muy diversas formas.

Todos los personajes de “Patria” forman en conjunto un caleidoscopio fabuloso, envidiable para todos aquello que tenemos el gusanillo de la escritura. Cada uno de los miembros de las dos familias protagonistas representan una postura diferente y todos son víctimas de ETA y su odio. Aramburu no basa su novela en el dolor, ni en recrearse con la muerte o los atentados, ni en posturas políticas que todos conocemos. Cuenta la verdad. Y la verdad suele ser seca y dura. Esta novela es ambas cosas: seca y dura. No hay condescendencia. No hay compasión. No hay posicionamiento ideológico. Aramburu simplemente narra hechos y elabora una historia que bien podría ser real de verdad, si es que no lo es.

Como acabo de decir “Patria” es una novela seca y dura. Desde el principio queda claro que el lector va a enfrentarse a algo que quizá va a llevarle por sentimientos muy encontrados y confrontados. Al ir leyendo la novela e ir adentrándose en la intrahistoria de estas dos familias lo primero que el lector se encontrará es la fuerza de las madres y cabezas de familia: Bittori y Miren. Ambas cabezonas, obcecadas, grandes madres y amantes de su familia a la que cuidan, protegen y defienden a muerte. Una mujer de un asesinado. La otra madre de un terrorista. Ambas amigas inseparables, de café y porras, charlas íntimas, confesiones inconfesables. Ambas enemigas, víctimas de ETA. Sí, aunque suene raro, ambas son víctimas.

En “Patria” no hay bandos, no hay ni vencidos ni vencedores. Todos en la novela han perdido. Unos han perdido a un marido y un padre, y otros se han perdido a sí mismos por el miedo, el qué dirán, por unas convicciones ignorantes. Yo lo veo así. No hay ninguno de los nueve protagonistas que no sea víctima del conflicto/terrorismo de ETA. Y lo más duro quizá es que el que todos sean víctimas implica necesariamente que toda la sociedad, vasca en este caso, perdió durante cuarenta años de muerte, miedo, cobardía, odio, sangre y lágrimas. Y al final de la novela se ve cómo todos son víctimas.

Patria” es una novela que hacía falta en este país, y además escrita por un vasco. Nadie más podría haberlo hecho. Aramburu ha creado unos personajes por los que al mismo tiempo se puede sentir pena y rechazo. Quizá sólo hay un miembro de estas dos familias, al menos para mí, que me genera únicamente admiración y es Arantxa, la hermana de Joxe Mari, miembro de ETA. Arantxa no se calla, ni cuando sufre un ictus que la silencia y la postra en una silla de ruedas sin posibilidad de moverse. Es Arantxa también la que de vez en cuando me ha provocado una sonrisa al leer y ver que Aramburu no ha creado una narración pesimista, fría y distante de una época de este país que todos recordamos, sino que ha creado un relato vivo, real, que pisa tierra y lo hace verosímil. Esta verosimilitud es la que después de leer cada día hacía que me recorriera un escalofrío por todo el cuerpo al volver a pensar en lo que acababa de leer.

Puede que suene exagerado cuando digo que “Patria” debería ser lectura obligada en institutos. Pero lo creo firmemente. Y lo creo porque al ir leyendo me he dado cuenta de que esta novela va a sacar los colores a mucha gente: terroristas (si es que alguno la termina leyendo), familiares de terroristas, víctimas de ETA, fuerzas de seguridad del estado, y ante todo la sociedad vasca que con su silencio, su permisividad, su miedo entendible y su retirada de saludo a amigos de toda la vida, de partida de mus los viernes, comida en la sociedad gastronómica los sábados y ruta cicloturista los domingos, hizo que tras cuarenta años todos sean víctimas de unos pocos asesinos.

Una novela como “Patria” daría para comentar mucho más, porque hay mucho más en las vidas de los nueve personajes que la forman, cada uno con su historia, cada uno con su penitencia, cada uno formando un prisma diferente por el que ver y entender lo que pasó en una tierra que muchos llamaron patria sin saber qué era eso. Pero no voy a comentar más porque este libro debe ser leído. Como dije al principio hacía mucho tiempo que no leía algo que mereciera tanto la pena. Fernando Aramburu quedará como ese autor al que no le tembló la mano al escribir de su patria, aunque viva a muchos kilómetros de ella en Alemania con su familia desde hace muchos años. Ojalá se escribieran novelas como esta más a menudo. Novelas que merezca la pena leer, que no dejen indiferente, que hagan sentir al lector, que se queden con él después de haber cerrado el libro, que hacen a uno levantar la vista y recordar por ejemplo ese día de julio en el que cogido de la mano de su madre un niño de seis años se encamina a la plaza de su pueblo a llorar la muerte, junto con decenas de personas más que se saltaron la siesta, de un señor que era concejal de un partido político y que se llamaba Miguel Ángel Blanco.

Solo añado: gracias Fernando Aramburu por “Patria”.


Caronte.

lunes, 26 de diciembre de 2016

Lectura crítica: "Enduring love"

De nuevo en este blog vuelvo a hablar de una novela de Ian McEwan. Todos los lectores tenemos unos escritores a los que siempre recurrimos cuando no nos apetece innovar y descubrir nuevas plumas a las que engancharnos. Desde que comencé a leer a McEwan con “Chesil Beach”, hace ya varios años, no he dejado de hacerlo. Sin embargo aquel primer libro fue el único que leí en español y desde entonces he leído a este inglés en su idioma original que es como deberían leerse los libros para realmente poder apreciar todos y cada uno de los matices de los mismos, a pesar de que las traducciones al castellano puedan ser obran tanto o más ricas que las originales. El libro lo adquirí en una de las tiendas de libros de segunda mano más famosas de todo Londres, tienda que recomiendo encarecidamente a todo amante de la lectura y los libros aunque no voy a dar el nombre para que nadie me la robe, no tenía pensado comprarlo pero no pude resistirme a hacerlo viendo el precio y el magnífico estado en el que se encontrada. Y así es cómo llegó a Madrid y el por qué hoy escribo sobre él.

Enduring Love”, o “Amor perdurable” en castellano en un ejemplo casi inaudito de traducción literal del título original, es una novela en la que Ian McEwan vuelve sobre temas ya muy tratados en otras novelas suyas posteriores. Y digo posteriores porque es la novela más antigua de McEwan que me he leído. La trama del libro gira en torno a la obsesión, al amor, y a cómo después de un episodio traumático la vida de sus protagonistas puede cambiar de manera radical. La novela empieza con una escena tensa y narrada de manera magistral en la que el lector deja atrás el ambiente en el que esté leyendo para desplazarse a los montes Chiltern donde Joe y su mujer, Clarissa, van a hacer picnic. Sin embargo el picnic nunca llega a producirse porque de repente son testigos de cómo un globo aerostático se vuelve loco y como desde la cesta del mismo un niño pide ayuda teniendo a su abuelo en el suelo. Sin dudarlo Joe se lanza a correr para ayudar al viejo y a su nieto, junto con otras cinco personas que estaban por la zona. La tensión crece en la narración hasta que se produce un hecho trágico que cambiará la vida de varios de los protagonistas de esa escena.

Después de ese trágico suceso entra en escena Jed Parry. Una mirada basta, durante el trágico suceso, para que Jed quede obsesionado con Joe, y se crea que este último está enamorado de él. Ian McEwan recurre en “Enduring Love” a la ciencia para usar una enfermedad mental como es el síndrome de De Clerambault para hilar una historia en la que el racionalismo de Joe, escritor científico y ateo, choca de lleno con la religiosidad y la fe de Jed, un joven creyente enfermo y obsesionado de manera enfermiza. La novela por tanto está plagada de referencias científicas y médicas, explicadas e introducidas en la trama de manera sutil y siempre reflexiva por Ian McEwan.

Pero quizá lo que más interesa de “Enduring Love” no es su trama, ni unos personajes muy bien dibujados y minuciosamente diseccionados hasta que el lector puede incluso llegar a prever cuáles van a ser las reacciones de uno u otro en cada situación que se produce en la novela. No. Para mí lo más importante de esta novela es que hace que el lector quiera leer más, un párrafo más, una hoja más, un capítulo más, y así hasta que miméticamente uno queda obsesionado con seguir leyendo una historia que parece que no pero termina enganchando. Puede que esto ocurra, como acabo de decir, por unos personajes a los que el lector termina conociendo como a un padre, un hijo o un amigo, o por plantear cuestiones tan pocas veces plasmadas en una novela actualmente que hacen pensar y trabajar a nuestro cerebro y nos hacen sentir incluso mal a veces. Desosegados. Una novela no tiene que ser fácil de leer, aunque esta lo es; ni tiene que dejar al lector con buen sabor de boca, ni con una muy breve y simple reflexión nada más acabar. Una novela debe mover el espíritu y esta lo hace.

Tengo que añadir que la lectura de “Enduring Love” es bastante sencilla ya que está dividida en veinticuatro capítulos no muy extensos en los que se entremezclan, diálogos muy bien conducidos y reflexiones muy interesantes sobre la condición humana, la vida y nuestra existencia en el mundo. La novela está narrada en primera persona por Joe, el protagonista, y gracias a eso se puede ver, mejor que en muchos libros más extensos y clásicos, una grandísima evolución personal. Así si al principio se ve a un Joe muy racional, muy cuadriculado y estricto, fiel defensor de la ciencia y la razón, una vez ocurre el trágico incidente del principio de la novela se desvela la verdadera condición humana en él; esa condición sobrenatural en la que nada es racional ni científico aunque el ser humano sea un ser racional y la ciencias no envuelva en cada una de las representaciones de la vida. Ese choque absoluto entre lo que siempre ha creído Joe y lo que ve que es la vida llega a su máxima expresión cuando empieza a volverse paranoico, con razón, con Jed Parry, personaje que muestra ese otro lado oscuro de la condición humana.

Insisto de nuevo diciendo que “Enduring Love” es una novela muy intensa y profunda en la que el lector va a adentrarse en unas vidas que van a cambiar radicalmente de la noche a la mañana por un indecente que no tendría que haber pasado, o sí, un día en el que la razón y la ciencia decían que todo iba a ser perfecto y a salir como estaba planeado. Ese azar, esa inevitabilidad de la vida que hace que en un instante infinitesimal cambie todo a nuestro alrededor, centran la trama de la novela. Sin embargo, creo también que al final Ian McEwan, queriendo quizá alargar una trama que no daba para más para hacer hincapié en los temas que más le inquietan y preocupan, termina por crear una trama a ratos un poco irreal y poco verosímil.

No obstante, “Enduring Love”, ha sido una muy grata lectura, que me ha tenido enganchado de principio a fin queriendo saber cómo iba a terminar la historia de esta obsesión enfermiza y terrorífica en la que el amor queda expuesto a los engaños, los ocultamientos, la irracionabilidad de la vida y el azar del destino. Es una buena novela; de las mejores y que mejor sabor de boca me han dejado de Ian McEwan. Y a pesar de que no es perfecta, y está lejos de serlo, creo que a todo aquel que quiera testar su forma de entender la vida y de explorar ámbitos que crea que no le incumben le puede gustar. Porque al fin y al cabo la literatura, la buena literatura, debe hacer que el lector no se sienta cómodo leyendo sobre temas banales que puedan entrar en su zona de confort intelectual, sino todo lo contrario. Y es esto McEwan es un maestro.


Caronte.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Lectura crítica: "The Pigeon Tunnel"

Hoy aunque voy a hablar de un libro de John le Carré, sí lo reconozco soy muy pesado con Le Carré pero es que no puedo evitar sentir una especial y muy fuerte atracción por este escritor al que considero el más grande escritor vivo en lengua inglesa, no lo hago para comentar ninguna de sus novelas sino su autobiografía. Y es que este año David Cornwell, que es como realmente se llama este inglés que ya hace muchos años y debido a su trabajo como agente en el Servicio Secreto Inglés decidió ser otra persona a la hora de escribir, ha hecho de sí mismo y aunque sigue escribiendo como Le Carré en esta ocasión su personaje principal no ha sido ningún agento secreto, ni ningún idealista soñador inglés, ni ningún marginado y perseguido, sino David Cornwell, él mismo en estado puro. Y dio también la casualidad que saliera este libro mientras estaba yo en Londres en uno de mis, casi ya tradicionales, viajes a la capital del Támesis y que pudiera comprarlo todavía calentito recién salido de las imprentas.

Se habla de “The Pigeon Tunnel”, título traducido al castellano como “Volando en Círculos” en un ejemplo más de las pésimas traducciones que se hacen de los títulos de películas y libros en inglés a la hora de presentarlos al público hispanohablante, como de la autobiografía de John le Carré/David Cornwell; sin embargo no creo que este libro sea un volumen autobiográfico ni mucho menos, creo que es más bien un conjunto de recuerdos que aunados y compilados en un libro sí pueden llegar a dar una imagen general de lo que ha sido toda una vida. Este libro es un libro de memorias en el que John le Carré, aunque creo que a pesar de que el libro está firmado bajo este seudónimo en esta ocasión más que nunca John ha dado paso a David, usando su magnífico estilo literario ha querido demostrar, sin tener que hacerlo, que todo lo que en sus novelas aparece tiene un porqué una realidad de fondo.

Es muy curioso cómo cuando leemos ficción a pesar de quien sea el escritor que haya hecho el libro que estemos leyendo consideramos que la ficción es ficción y nada más. Al leer “The Pigeon Tunnel” y tomar todo lo que aparece en el libro como real, dando la suficiente credibilidad, verosimilitud y confianza a la palabra de David Cornwell, quien haya leído a John Le Carré y tenga sus novelas como obras maestras se dará cuenta de que la ficción siempre tiene vínculos, más o menos fuertes, con la realidad. En el caso de las novelas de John Le Carré, como bien justificadas vienen en este libro de memorias, todas y cada una tienen punto de unión con la realidad. Y es en ese punto, tras haber leído estas memorias, cuando me he dado cuenta de que todo lo que he leído salido de la pluma de Le Carré ha sido verdad, aunque en las novelas aparezca de manera distorsionada.

Ante la más que extendida media verdad como es que Le Carré fue espía del Servicio Secreto Británico, en “The Pigeon Tunnel” David Cornwell desmonta esta faceta suya y nos la presenta como lo que fue de verdad: apenas un par de años de casi niñera de los altos cargos de la RFA que visitaban el Reino Unido para ver cómo debía ser una democracia con sus elecciones, instituciones, corrupción, etc. Esto no quita para que en los años que pasó en el Servicio Secreto Le Carré se impregnara de todo el ambiente sórdido y secreto del espionaje durante la Guerra Fría. De hecho en el libro aparecen capítulos muy estrechamente relacionado con el espionaje, entre ellos uno muy interesante en el que narra una serie de encuentros con Nicholas Elliot, el gran amigo de Kim Philby (véase la crítica hecha en este blog sobre “Un espía entre amigos”), una de las figuras más enigmáticas y oscuras de la historia reciente de Inglaterra y su servicio de espionaje.

John Le Carré no fue el único escritor que en su día fue miembro de los servicios secretos y trabajó como “espía”. También lo fueron Graham Greene, Ian Fleming o Frederick Forsyth. Del primero hay retazos durante todas las memorias, del segundo se hace apenas una mención muy escueta casi para criticarle la banalización del espionaje al crear a James Bond y del último no hay ni una sola línea. Pero vuelvo a repetir “The Pigeon Tunnel” no es simplemente un libro de memorias sobre los años que  John Le Carré pasó como funcionario del servicio secreto. Las memorias son eso, retazos de una vida vivida a mi juicio muy intensamente por una persona más que interesante. Así en las páginas de este libro se van sucediendo recuerdos de toda una vida: la de David Cornwell como John Le Carré, o viceversa.

Puede incluso parecer muy presuntuoso John Le Carré por algunos capítulos de “The Pigeon Tunnel”. Que si un encuentro más que misterioso y accidentado con Yaser Arafat en Palestina en una especie de cueva que serviría luego para ambientar “La chica del tambor”; que si almuerzos con Margaret Tatcher a la que define clara y concisamente con apenas unas líneas; días de reuniones y necesidades imperiosas con Richard Burton; comidas y cenas con Stanley Kubrick, For Coppola y otros grandes del cine para adaptar sus películas; que si seguimientos y despistes a espías rusos en Moscú y San Petersburgo durante visitas ya como escritor para promocionar sus libros; que si reuniones con embajadores que no son lo que parece; que si peticiones privadas del Presidente de la República Italiana en el Quirinal para que le hablase de uno de sus libros; y así durante trescientas páginas. Lo que se dice unas memorias de verdad.

Uno de los temas que más aparece en “The Pigeon Tunnel”, y que obviamente se corresponde también con uno de los grandes temas tratados por Le Carré en sus novelas es la URSS, la Guerra Fría y el comunismo. David Cornwell es ateo y de ideas más bien progresistas, por no usar palabras con mayores connotaciones políticas y la URSS como utopía fallida es uno de los grandes puntos de interés de Le Carré, del que habla con un tono bastante melancólico a veces y de decepción en otras ocasiones. El otro gran tema de estas memorias, aunque sólo ocupa un capítulo, quizá el más profundo y de tono más grave de todo el libro, es su relación con su padre Ronnie. Como muchos miembros de la sociedad acomodada inglesa de primeros del siglo XX Le Carré tuvo que sufrir una vida familiar bastante desestructurada, con una madre maltratada y anulada que abandonó a sus hijos, y un padre estafador, mentiroso, embaucador, mujeriego, alcohólico y vicioso. Es en este capítulo en el que Le Carré, usando como siempre ese estilo tan personal y maravilloso que le caracteriza, muestra más a David Cornwell y se abre más en lo que de verdad sería su vida y no sus memorias.

The Pigeon Tunnel” no es un libro para leer si no se ha leído antes ninguna obra de John Le Carré, porque muchas de las anécdotas y memorias que se relatan en esta obra guardan una muy estrecha relación con sus libros y tienen un porqué en ellos. Y al mismo tiempo estas memorias tampoco son para dejarlas leídas de manera independiente, sino para ir apuntando cosas y releer, muy probablemente de manera paralela, cada una de las novelas que se citan para poder contextualizarlas de verdad mucho mejor y, estoy seguro de ello, sacarles mucho más jugo. Solo me queda añadir que estas memorias me han hecho comprobar que hay gente tocada por la historia, o por la vida en mayúsculas, que puede presumir de haber vivido lo que muchos en todas las reencarnaciones que nos queden nunca viviremos. Y como siempre, doy las gracias esta vez a David Cornwell por existir y escribir.


Caronte.

lunes, 5 de diciembre de 2016

Lectura crítica: "The naive and sentimental lover"

Quien conoce mis gustos literarios sabe perfectamente cuál es mi escritor en lengua inglesa preferido. Sí, es John Le Carré. Desde que le descubrí gracias a mi profesora de historia del instituto no he podido dejar de leer sus libros. Cada vez que publica un libro nuevo me acerco a una librería a comprarlo. Incluso si tengo que viajar al Reino Unido a por ese libro lo hago... Vale está bien, no soy tan radical. Pero sí es cierto que su último libro, de memorias, lo compré durante mi último viaje a Londres el pasado mes de septiembre. Pero no es de este libro del que voy a hablar hoy aquí sino de su primera novela no de género que publicó allá por 1971, hace 45 años que se dice rápido, cuando era ya todo un aclamado escritor de novelas de espías, género del que sigue siendo el maestro absoluto. La novela de la que voy a hablar también la compré en Londres y me acompañó a Riad donde la empecé el mismo día que me liberaba de una prisión a la que había entrado también voluntariamente. Esta fue la novela que me acompañó durante el vuelo de vuelta a mi hogar en España.

Como ya he dicho “The naive and sentimental lover” (o “El amante ingenuo y sentimental”, como sería su título en castellano), fue la primera obra de Le Carré que no seguía los esquemas que hasta entonces llevaban sus demás libros. En esta ocasión dejó a un lado el mundo oscuro y nebuloso del espionaje, de los dobles juegos, del chantaje político, de la hipocresía, del cinismo y de la traición para decantarse por una novela normal y corriente. Aquí no hay espías del MI6 adictos a algún tipo de vicio, de personalidades complejas y desarraigadas vidas. En esta novela el protagonista es un exitoso hombre de negocios cuyo matrimonio hace aguas y que se ve envuelto en una relación tormentosa y muy extraña con una pareja de excéntricos ingleses.

Así el protagonista de “The naive and sentimental lover” es Cassidy (Le Carré usa durante toda la novela el apellido y no el nombre de pila). Cassidy como hemos dicho es un hombre exitoso de negocios, pero su éxito acaba ahí. En el ámbito personal es una persona bastante mediocre, o si no mediocre si lo suficientemente acomodada a su vida como para no haber experimentado nunca nada más que aquello que tenía que hacer en lugar de lo que quería. Al inicio del libro Cassidy buscando una casa para comprar da con una pareja, Shamus y Helen (en este caso sí se usan los nombre de pila), de excéntricos: él artista crítico con la burguesía y la gente adinerada siendo en el fondo uno de ellos; ella una mujer de impulsos. Esa pareja atrae desde el principio a Cassidy en muchos ámbitos. En ellos dos ve una puerta de escape a su ingenua vida; una puerta que puede llevarte al mundo de los sentimientos.

Durante toda la novela Le Carré juega con estos tres personajes, sin descuidar otros muchos relacionados con Cassidy: su mujer Sandra, sus hijos Hugo y Mark, su padre el Viejo Hugo, su suegra, la niñera de sus hijos, sus vecinos y amigos, sus compañeros de trabajo... “The naive and sentimental lover” es casi una novela coral en la que cada personaje tiene algo que aportar a la personalidad de Cassidy, a eso de lo que sin saberlo muy bien quiere huir a toda costa. Pero es el triangulo sentimental que forman Cassidy, Shamus y Helen el que teje toda la novela y el que hace sentir al lector muchos y muy diversos sentimientos, algunos encontrados y otros que muy probablemente nunca se ha planteado.

Este no es un libro sencillo de leer – y mucho menos en inglés como yo lo he hecho, cosa que no recomiendo a no ser que se esté seguro del nivel de cada uno – pero eso es lo bonito de algunos libros. “The naive and sentimental lover” es una novela muy compleja tanto por cómo está escrita ya que Le Carré empieza en esta obra a utilizar sus magistrales cambios de tiempo narrativo, sus saltos al pasado desde el presente de la novela, y sus mareos constantes al lector que va leyendo como si de un telegrama se tratase, mediante pequeñas dosis de la historia, que la hacen avanzar a la manera de Le Carré. Y es que en esto de ir dando salto y desconcertar al lector Le Carré es un maestro indiscutible y ostenta un trono que muy difícilmente cuando falte podrá llenarse. Nadie como Le Carré sabe jugar con una historia despiezándola y dejando poco a poco esas piezas para que el lector, si es que es capaz de hacerse con esta forma de escribir, las junte de nuevo en su cabeza e imaginación y de forma a la novela. No es una novela fácil de leer, repito.

The naive and sentimental lover” como novela se estructura en cinco partes ambientadas cada una en un lugar: Londres (en un par de ocasiones), Paris y un chalet en Suiza (¿es curioso que Le Carré tenga un chalet también en suiza no? No, no lo es). Cada una de las partes además se subdivide en capítulos y estos en narraciones telegráficas, casi escenas de teatro independientes, que van dando forma a un libro que en su conjunto es una obra total y completa de alta literatura. No faltan tampoco esas frases que se quedan marcadas a fuego en la memoria y que terminan siendo esas citas que de vez en cuando a uno le vienen a la boca. Una de estas frases, que en la novela se repite mucho, es: “a un hombre no se le juzga por lo que busca, sino por lo que encuentra”. Nadie puede negar la fuerza en esta frase. Simple. Sencilla. Con una fuerza impresionante. La misma fuerza narrativa que todas las páginas de la novela emiten.

No voy a negar la fuerza de esta novela. Ni tampoco puedo hacerlo siendo justo. Pero “The naive and sentimental lover” a pesar de todo esto que acabo de decir no es para mí lo mejor de Le Carré. Simplemente podría decir que es un puno de inflexión, que pocas veces ha vuelto a producirse en la vida de este escritor. Supongo que esto se debe a que la novela respondió a un impulso muy personal tras su divorcio de su primera mujer. Por ello esta novela tiene muchos aspectos que guardan mucho paralelismo con la vida real de su autor. El amor, la pasión, el deseo, la lujuria, las dudas, los miedos ante lo nuevo, ante una vida jamás vivida, ante una vida malvivida, hacen de esta novela una obra dura, a ratos triste a ratos divertida, tierna en alguna ocasión, desconcertante muchas veces, reflexiva casi siempre y que puede resultar desasosegante a aquellas personas que puedan llegar a identificarse con Cassidy, el protagonista.

Sin embargo pese a todo lo dicho de “The naive and sentimental lover” no puedo recomendar esta novela. ¿Y por qué? Pues básicamente porque estaría tirando piedras en el extraordinario tejado de la casa de la literatura de John Le Carré. Esta novela está hecha para aquellas personas que ya conocen a este maestro indiscutible de la literatura universal, cuya pluma será muy difícil de reemplazar – por no decir imposible – el día que la vida se lo lleve para que otros que ya no están lo disfruten en privado. Esta novela es para esos lectores a los que les ponen, les excitan, los retos literarios; y esta novela ante todo es eso: un reto de los que tras superarlo dejan muy buen sabor de boca.


Caronte.

martes, 8 de noviembre de 2016

Lectura crítica: "Saturday"

Que Ian McEwan es uno de mis referentes en la literatura en ingles no debería ser una sorpresa para quien sigue de vez en cuando este blog. Este no es el primero, ni probablemente sea el último, artículo sobre un libro de McEwan que escriba. Desde que descubrí a este escritor inglés han sido ya varios los libros escritos de su puño y letra que he leído… yo todavía me quedan unos pocos. El libro que comento hoy lo adquirí en una de las librerías más famosas e importantes de la capital británica, Foyles, durante mi último viaje a esa urbe que está en mi corazón grabada con pasión. Viaje por cierto que acabo con una maleta llena de libros, una docena en total, de autores a los que llevo varios anos siguiendo y otros a los que pretendo descubrir poco a poco. Antes de comenzar la crítica de la novela de McEwan quiero comentar un hecho extraordinario que envidio muchísimo, y es que en muchas librerías inglesas suele haber ofertas del estilo 3x2 en libros, cosa que nunca he visto en España y que por desgracia no me asombra dado el general y apático sentimiento hacia la cultura. Pero vayamos a lo que nos debe ocupar.

La novela que terminé de leer ayer es “Saturday”. Como se puede observar el título a pesar de ser corto lo dice todo, o al menos debería ser así. Pero a pesar de lo escueto del título, el libro esconde en sus páginas toda la complejidad que envuelve los sentimientos y la vida del ser humano. Para ser claros desde el principio, esta novela no tiene trama; aquí no hay que descubrir ningún asesino, ni seguir las pistas de una muerte, ni enamorar a nadie. En esta novela McEwan simplemente ahonda en lo más profundo de las inquietudes humanas, en la felicidad y el amor, y en todo aquello que por simple que parezca (hechos, palabras, encuentros fortuitos…) acaban por trastocar nuestra visión sobre la vida y nuestra existencia.

Lo que podría ser un lastre para cualquier novela, el no tener una trama definida, en “Saturday” no es así. La novela es intensísima en su desarrollo y en sus páginas (no llega a las 300) McEwan se nos presenta la vida de Henry Perowne, un neurocirujano de prestigio con una familia ejemplar a la que ama, empezando por su mujer, Rosalind, y siguiendo por sus hijos, Theo y Daisy. La historia se desarrolla durante un sábado de 2003 en el que Londres está tomada por manifestantes contra la Guerra de Irak. Para ese sábado el protagonista de la historia ha preparado una serie de actividades ya que es su día libre, que tienen que culminar en una cena familiar en la que su hija, prototipo de escritora, debe reconciliarse con su abuelo materno, escritor consagrado. Hasta aquí algo casi normal, por no decir anodino. Sin embargo, estos planes casi idílicos de una familia de clase media-alta londinense se verán si no truncado, si modificados por situaciones no esperadas que llevaran a la familia al completo, y a Henry Perowne en especial, hasta sus límites, llegando incluso a cuestionar su vida como hasta ese día la estaban llevando.

La novela se estructura en 5 partes en las que Ian McEwan con calma pero sin pausa va desarrollando la historia que quiere contar en “Saturday”. Y es en este desarrollo donde la novela alcanza un nivel de maestría que pocas otras novelas suyas tienen, a mi juicio claro. Para mi esta novela es la mejor que me he leído de McEwan hasta la fecha. Su intensidad narrativa, que por momentos hacía que me costara mucho dejar de leer para dormirme, es tal que la novela tiene momentos realmente angustiosos para el lector. Cada una de las partes va situando y metiendo al lector poco a poco tanto en la vida de la familia Perowne, y especialmente en la de Henry y su relación con su mujer, sus hijos y su suegro (con algún retazo de la relación que le une a su madre enferma de demencia), como en la historia que se va creando en torno a ese sábado idílico al principio, pero que poco a poco se ira torciendo.

Los personajes que Ian McEwan traza en “Saturday”, pese a que la propia novela no es quizá lo suficientemente larga como para hacer una descripción y caracterización profundas,  quedan claramente definidos para el lector. Así Henry queda retratado como un padre que ama a su mujer y la desea como cuando la conoció, que adora a sus hijos aunque a veces no los entienda y que es un gran profesional en el mundo de la neurocirugía. Su mujer Rosalind es una mujer trabajadora quizá llena de miedos, pero que los disimula con mucha decisión personal; Theo es un joven inquieto que dejo sus estudios para ser músico y lo está logrando; y Daisy es una chica muy delicada, con una sensibilidad especial para la poesía, don quizá heredado de su abuelo materno. Esta es la familia Perowne, perfecta aparentemente, y feliz. Sin embargo en la novela hay otro personaje crucial para la historia de ese sábado y ese personaje es Baxter, un matón de mala calaña, que padece una de esas enfermedades del cerebro que no tienen cura y que le lleva a sufrir más de lo que él mismo cree.

Pero si algo tiene “Saturday” y sobre todo el estilo y la prosa de McEwan son sus minuciosas descripciones. La novela está plagada de momentos en los que el autor se recrea de manera magistral en describir una operación neuronal, un partido de squash o simplemente como se hace un plato de comida. Esto es lo que hace de esta novela algo especial. Estas descripciones no son para nada pesadas sino que sirven para atar al lector a la historia y meterle dentro de la propia mente de Henry Perowne para llegar a sentir como él y padecer como él. Además nada de lo que McEwan incorpora a la narración de la novela es casual ni accesorio, todo sirve para ambientar la vida de los Perowne para de lo ordinario y normal hacer algo extraordinario. Hay que recordar que durante las 280 páginas de la novela solo discurre un único día, pero de tal intensidad que bien podría haber sido toda la vida de esta familia acomodada.

Para rematar la novela la cuarta parte de “Saturday” es de esas narraciones que por sí mismas deberían estar enmarcadas en un museo de la literatura. En esas pocas páginas McEwan recrea una cena, una tarde, que empieza de manera idílica, y acaba de manera abrupta poniendo en vilo al lector con una situación que hizo que yo mismo me planteara dejar de leer por no encontrarme con un desenlace que no me gustar por vil e injusto. Pero… No puedo contar más porque destriparía el resto de la novela.

Quien no conozca a IanMcEwan y su obra tiene muchas opciones para comenzar a hacerlo, pero yo personalmente recomiendo esta novela. Como ya he dicho, “Saturday” es hasta la fecha su novela que más me ha gustado y atrapado, tanto por estilo como por temática, a pesar, repito, de que no tiene una trama definida: McEwan simplemente presenta al lector la vida y sus miedos e inquietudes, sus cambios bruscos e inesperados, sus injusticias, sus complejidades y simplezas. Además he de añadir, que este libro es uno de los mejores que me he leído este año y eso que no han sido pocos los que han pasado por mis manos (y los que quedan hasta que acabe este 2016 tan movido para mí). Han sido una semana de noches muy intensas leyendo las páginas de esta novela y no queriendo dejarla y deseando que llegara la noche siguiente para volver a leer.


Caronte.

martes, 1 de noviembre de 2016

Lectura crítica: "La Esfinge de los hielos"

La literatura universal, esa que se escribe con mayúsculas, tiene dos tipos de escritores: los que marcan una época y las leyendas. Los primeros son recordados por sus generaciones contemporáneas y quizá la siguiente a la suya, son estudiados en las escuelas y universidades desde un punto de vista teórico relativamente corto en lo temporal. Los segundos son ese puñado de escritores de los que todo lector siempre ha escuchado hablar sea cual sea su época de los que siempre se hablara, generación tan generación. A este segundo grupo de escritores es al que pertenece uno de los más nombrados y conocidos de la historia de la literatura: Julio Verne. Desde el siglo XIX generación tras generación de lectores han leído sus libros y aventuras y se han rendido a su desbordante imaginación. Los libros del universal francés han hecho que miles y miles de personas, jóvenes en su mayoría ya que suele ser en la juventud cuando primero se oye hablar de Verne y sus libros, descubrieran un universo con infinidad de posibilidades y mundos: el universo de las letras y los libros.

Sin embargo, pese a que Julio Verne pertenece a ese grupo de escritores que siempre están en la conciencia común, esos de los que se pueden citar más de tres obras sin dudar ni pestañear, muchas veces el lector convencional se queda en sus títulos, cinco o seis, más conocidos y famosos. Yo esos títulos los tengo superados, de hecho fueron los primeros que me leí, y ahora me toca disfrutar de la prosa y la imaginación de Julio Verne en todo su esplendor. Por esta razón hace unos meses decidí buscar en la biografía de Verne y tope con un título que me llamó la atención desde el principio: “La Esfinge de los hielos”. Creo que nadie con un poco de sentido literario y gusto por la belleza puede quedar impasible ante un título que de primeras es tan sugerente. Y probablemente Verne escogió dicho título a propósito. Mezclar la imagen de una esfinge que a todos nos lleva a Egipto, lugar de tierras cálidas y amarillas por efecto de la arena del desierto, con el frío que provoca la palabra hielo es algo que llama al subconsciente de todo lector aventurero que quiere que cada libro que cae en sus manos le transporte a vivir algo extraordinario.

Verne es además un maestro excepcional de la literatura y en “La Esfinge de los hielos” lo demuestra como lo hace por norma general en cualquiera de sus títulos más famosos. Aquí, tira de tradición literaria y plantea al lector una especie de continuación de otro libro, no suyo esta vez sino de otra leyenda de la literatura, Edgar Allan Poe. Este libro viene a ser una especie de continuación de “La Narración de Arthur Gordon Pym”, novela de aventuras de Poe en la que El protagonista, Arthur Gordon Pym, se embarca clandestinamente en el barco ballenero Grampus y en la que tras muchas experiencias y desgracias (motines, naufragios, canibalismo, guerras con nativos) que ponen en riesgo su vida, se interna en parajes prodigiosos de los mares antárticos, hasta que sufre una sobrecogedora revelación con la que culmina la historia.

Es este final del libro de Poe el que sirve a Verne para presentarnos la aventura de la goleta Halbrane y su tripulación. El narrador de la historia, como en muchos otros libros de Verne, es una especie de humanista/científico que busca contemplar la naturaleza y el mundo, y embarcarse en alguna aventura que le lleve a descubrir confines desconocidos del planeta. Jeorgling es el narrador de “La Esfinge de los hielos” y gracias a él sabremos de las aventuras y vicisitudes que tiene que superar el Halbrane y todos los marineros a bordo. El enlace con la historia de Poe se produce mediante el capitán de la citada goleta, LenGuy, hermano de unos de los personajes que aparecen en su novela, así como de Dick Peter (o Hunt como aparece al principio) que también aparece en la novela de Poe y es amigo íntimo del protagonista de aquella, Arthur Gordon Pym.

La aventura de “La Esfinge de los hielos” se cimienta en la voluntad de LenGuy de encontrar a su hermano William. Esto en un primer momento hace que Jeorgling piense que el capitán del Halbrane este loco ya que pretende buscar a alguien que es un personaje de ficción, pero poco a poco y tras varios acontecimientos y revelaciones Jeorgling reconoce que quizá la historia narrada por su admirado Poe no es ficción sino simplemente narración de la realidad. Realidad y ficción, ficción y realidad, esta dualidad tan usada por los clásicos de la literatura, es la que usa Verne para atrapar al lector en una narración que desde la primera página está llena de imágenes bellas y atractivas para una mente y un espíritu viajero y aventurero. Jeorgling se embarcara desde las islas Kerguelen en un viaje que, sin un destino inicial fijado, irá llevando al Halbrane y a su tripulación por los mares australes y antárticos en un ejemplo más de la capacidad de Verne de anticipar acontecimientos históricos y científicos posteriores a su época.

La Esfinge de los hielos” es un clásico de aventuras, no porque se relea constantemente y esté siempre entre esas novelas e historias que se recomiendan a un lector principiante para que se enganche a la droga de la lectura. Esta novela es un clásico porque sigue las más básicas reglas de la novela de aventuras y podría incluso usarse para explicar dichos cánones. AsíJeorgling va metiendo al narrador en la historia mediante descripciones escasas pero de una minuciosidad tal que todo detalle que se da lleva al lector a unos lugares tan lejanos y misteriosos que hacen que quiera seguir leyendo más y más. Pero no solo eso, Verne va dando de manera sosegada las dosis justas de misterio y aventura, de peligros y giros inesperados en la trama.

También como en muchas novelas de Verne, en “La Esfinge de los hielos” se dan muchos datos científico-técnicos que podrían resultar pesados en una novela pero que Verne sabe introducir tan magistralmente que en este caso resultan un acompañamiento perfecto a una trama con tintes épicos y legendarios por los mares gélidos de la Antártida, plagados de criaturas marinas, icebergs, tempestades de fuerza y magnitud telúricas, noches y días eternos, frío glacial y auroras australes. De destacar también son los diálogos que, en esta novela más que en otras de Verne que he leído, cobran un significado y una fuerza prominentes en el desarrollo de la historia. En estos diálogos, siempre con Jeorgling como uno de los protagonistas como narrador, los diferentes personajes que toman la palabra van expresando sus miedos y angustias ante una aventura con incierto devenir, en la que nadie sabe cuál va a ser el siguiente paso a tomar. Estos diálogos vienen también acompasados por reflexiones por parte del narrador sobre la aventura y lo que esta pueda deparar: siempre incertidumbre.

En conjunto “La Esfinge de los hielos” conforma una novela de aventuras completa. De la mano de Jeorgling, es decir Verne, el lector se irá metiendo en una historia glacial donde la épica, la ambición por descubrir y llegar a los confines del mundo donde nadie ha llegado antes llenan cada página; páginas llenas de intensidad y giros inesperados de la trama. Leer esta novela es viajar a lo más profundo de la tradición literaria universal, es embarcarse en una aventura sin rodeos llena de emoción, es forzar la imaginación y probar como de aventureros y atrevidos podemos llegar a ser. Y todo esto de la mano de un autor como Julio Verne que con simpleza y facilidad fue capaz de crear decenas de historias diferentes entre sí, con un único elemento en común: la aventura.


Caronte.

martes, 4 de octubre de 2016

Lectura crítica: "Los Herederos de la Tierra"

Hace 10 años un escritor desconocido hasta entonces en España, no porque su obra anterior fuera inferior sino porque no existía tal obra anterior, publicó una novela que en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en uno de los éxitos editoriales más importantes de los últimos años en España. Ildefonso Falcones con su primera novela, “La Catedral del Mar”, logró el sueño de cualquier persona amante de las letras y que se imagina escribiendo un libro (a un servidor, que escribe esta reseña, le pasa por ejemplo): escribir el bombazo literario no ya sólo del año sino quizá de las últimas décadas. Pocos escritores logran un éxito tan rotundo, hablo en sentido general a lo largo de toda una vida, y mucho menos con una primera novela. Falcones lo hizo y desde entonces, y gracias al tirón de su obra prima, cada libro suyo se convertía en un verdadero acontecimiento que trascendía el ámbito de lo literario.

Pero un éxito tan contundente es único y pocas veces se puede repetir. Como he comenzado diciendo en esta reseña, hace diez años Falcones publicó “La Catedral del Mar”, y para celebrar ese aniversario redondo, hace unas semanas se ha publicado la continuación de aquella obra cuya historia se situaba en la Barcelona medieval de los siglos XIV y XV. En “Los Herederos de la Tierra”, Falcones retoma la historia que nos dejó en su primera novela, aunque no al uso, ya que esta es una segunda parte diferente a cualquier segunda parte de algo. Solo hay un nexo de unión entre las dos novelas y es que el protagonista de la primera, Arnau Stanyol, se convierte en mentor durante un muy corto periodo de tiempo del protagonista de la segunda, Hugo Llol. Y ya está, no hay más conexiones. Bueno, de hecho sí que hay más conexiones entre ambas novelas: Barcelona las une de nuevo.

Como pasaba en la primera novela con Arnau, en “Los Herederos de la Tierra”, Falcones recrea la vida de Hugo Llor desde que es apenas un chaval con ilusión de convertirse en mestre d’aixa, constructor de barcos en las Atarazanas Reales de Barcelona, hasta que es ya un adulto respetable y viticultor (el vino es también un personaje más de la novela ya que da alegrías y penas a todos sus protagonistas). Y como sucedía en la primera novela, Falcones durante las casi 900 páginas con las que cuenta el libro, narra las penurias, porque en el fondo solo hay penurias, de Hugo Llor.

La novela se estructura en cuatro partes en las que se presenta al lector un Hugo Llor diferente en cada una. Las vivencias, penurias, retos, riesgos, calamidades que se van sucediendo a lo largo de la historia van cambiando poco a poco a su protagonista, aunque siendo sinceros no tanto como sucedía en “La Catedral del Mar”. Solo hay penas y tristezas en “Los Herederos de la Tierra”, poco hueco ha dejado Falcones para las alegrías de verdad, las que suelen reconfortar el lector al saber que un personaje al que se ha cogido cariño y que sufre muchos tormentos por parte de otros personajes odiosos, sale resarcido al final. Creo que Falcones ha interpretado muy mal el porqué del éxito de su primera novela. En aquella primera obra Arnau Stanyol pasaba por situaciones muy, pero que muy complicadas que terminaban revolviendo el estómago del lector. Sin embargo en esta continuación, el lector, o al menos ese ha sido mi caso, termina revuelto pero por sobrecarga de penas.

Si en la primera obra de Falcones me entregué como un poseso a la lectura y no podía dejar de leer queriendo siempre aguantar una página más para saber qué le pasaba a su protagonista: en “Los Herederos de la Tierra” no he tenido en ningún momento esa sensación. El comienzo de la historia me ha parecido difuso, nada atrapante. El desarrollo de la trama con todas las penurias y maldiciones que Hugo va soportando desde que es apenas un niño y hasta la última de las páginas, termina siendo cansina, aburrida y pesada, por no decir que algunas de las cosas que le pasan a su protagonista de manera tan consecutiva resultan más que forzadas, y creo que eso es lo peor que le puede pasar a un libro que pretende ser, y que de hecho es, la continuación de una de las mejores novelas históricas de los últimos tiempos en España.

Una vez leída, “Los Herederos de la Tierra” pasa de ser una novela que pretende mucho, que ilusiona porque se anuncia como continuación de un libro que termina dejando poso en el lector, a una novela que acaba decepcionando. A mí me gustó mucho “La Catedral del Mar” y comencé su continuación con muchas expectativas, cosa que quizá no debería haber hecho ya que un libro no debe comenzarse nunca con ideas preconcebidas sobre él, pero tras llevar unas centenas de páginas ya supe que no iba a llegar ni de lejos a ser una novela del nivel de la primera. Y es una pena.

Lo que pasa es que el problema de “Los Herederos de la Tierra” no está en que sea simplemente una novela que no termina por enganchar sino que tiene una hermana mayor con la que todo lector la va a comparar. Y como se suele decir, las comparaciones son odiosas. Eso es lo que ha pasado. Eso es lo que me ha pasado. Pero en el fondo si “La Catedral del Mar” está siempre en la mente del lector de la última novela de Falcones es porque así se ha vendido. Y eso ha sido un error monumental. Nada tiene que ver una novela con la otra, sobre todo en calidad literaria y argumentativa. Tengo la sensación que esta novela se ha escrito simplemente porque se cumplían 10 años de la publicación de la primera, siendo algo forzado. Pero como todas las cosas forzadas nunca salen bien, esta no iba a ser una excepción. Si la primera novela de Falcones estaba llena de elementos que atraían al lector y le enganchaban constantemente sin excederse nunca con las penurias y los males que le sucedían a su protagonista; en esta última novela Falcones se excede en la utilización de los recursos que ya usó en la primera novela y falla estrepitosamente.

Si hay algo que puede salvarse en la novela es la propia Barcelona y algún que otro personaje más o menos secundario. Falcones conoce Barcelona y la ha estudiado para poder plasmar el espíritu de la ciudad durante un periodo de la edad media durante el cual, calles y plazas bullían de actividad y la Historia con mayúsculas se respiraba en el ambiente. Las descripciones de la ciudad y sus alrededores que Falcones da en “Los Herederos de la Tierra” permiten al lector imaginarse perfectamente tanto la geografía física como humana de una ciudad tan importante en aquella época como lo era Barcelona. Pero poco más puedo destacar de la novela, ya que ni siquiera la ambientación histórica resulta bien plasmada: es como si Falcones se fuera olvidando a medida que escribía de que estaba creando una novela histórica y de vez en cuando mete casi con calzador apuntes históricos lo suficientemente dispersos como para que el lector pierda el hilo de un periodo histórico más que interesante.

Los Herederos de la Tierra” peca de ser una novela escrita únicamente para conmemorar un aniversario, para venderla como continuación de un bombazo editorial, para hacer caja y ganar dinero. Y eso se nota. No se ve por ningún lado la frescura temática, la agilidad narrativa ni la profundidad de personajes que todos los que leímos hace diez años “La Catedral del Mar” recordamos con cariño. Quizá quien lea esta novela sin haber leído la anterior, porque se puede hacer perfectamente, sea capaz de encontrar algo interesante y sentir que está leyendo un muy buen libro con una muy buena historia. Yo no lo he sentido así, muy probablemente también porque siempre he tenido en mente aquella primera obra de Falcones que tanto cautivó a todo el mundo. Ha sido una pena de 900 páginas de lectura. Por mucho que lo diga el titulo de esta nueva novela de Falcones, nada se hereda de La Catedral del Mar”.


Caronte.

viernes, 19 de agosto de 2016

Lectura crítica: "Vagabundo en África"

Cuando uno está fuera de su casa necesita tener la mente siempre despierta para no caer en la más absoluta melancolía y añoranza de su hogar. Los libros son siempre grandes compañeros de viaje, ya sean estos grandes o pequeños (loa viajes o lo libros). Los libros hacen compañía, disminuyen la distancia entre uno mismo y sus recuerdos lejanos, su hogar, sus amigos, su familia, en definitiva todo aquello que ama y quiere, que necesita para ser. Estoy en Arabia, en mitad del desierto y echo en falta mi hogar: Madrid, mi familia, mis amigos... Sabía que me iban a faltar muchas cosas antes de marcharme, pero una vez aquí me di cuenta de que necesitaba todo eso más de lo que pensaba. Por eso me traje libros. Necesitaba tener un nexo de unión entre este lugar extraño que va a ser mi hogar durante un tiempo que todavía no sé cuánto será y mi hogar en España. No dudé ni un segundo en elegir algunos de los autores que me iban a acompañar en esta aventura. Javier Reverte iba a ser uno de ellos, y no elegí mal.

Vagabundo en África” es de esos libros que hacen que uno no se sienta desamparado en un lugar desconocido y hostil a primera (y también a segunda) vista. Ya que iba a tener que viajar a más de 5000 kilómetros de mi casa por necesidad de trabajo y estar en mitad del desierto más inhumano, feo y desastroso durante un tiempo indeterminado a priori, decidí que Javier Reverte me iba a acompañar en dicha aventura. Y no lo iba a hacer de cualquier manera. Reverte tiene novelas de ficción, novelas que todavía no he leído, pero sobre todo Javier Reverte es un maestro narrando sus propias aventuras personales en los viajes que su alma decide emprender y llevar a su cuerpo. Y el alma de Javier Reverte creo que es africana, como creo que también mi propia alma tiene algo de africana.

Es una sensación muy extrañan la que siento cada vez que veo imágenes de África. No de esa África sensacionalista de telediario y prensa en la que aparecen los dramas de la guerra, los conflictos tribales y el Hambre. Eso no es África. Eso es lo que occidente ha hecho con África. África va mucho más allá del drama. En “Vagabundo en África” Javier Reverte muestra esa verdadera África, la que es pavorosamente hermosa, terriblemente bella y penosamente atractiva y adictiva. El Continente Negro es una tierra brutal, salvaje tanto en lo natural como en lo humano. Es una tierra pura y original todavía, en la que uno no sabe nuca qué puede encontrar. Es un lugar que todavía expira misticismo. Y Javier Reverte ama dicho continente y ha hecho que yo también ame África sin haberla visto nunca (solo he podido contemplar uno de los ríos más míticos del mundo, el Nilo, desde las alturas cuando vine hasta Arabia hace ya más de un mes).

Javier Reverte en “Vagabundo en África” narra el viaje que hizo literalmente por media África en 1997, recorriendo Sudáfrica, Zambia, Zimbabue, Uganda y recayendo también en de Mozambique. Sin embargo aunque pueda parecer chocante el objetivo del viaje no era ninguno de estos países. De hecho Reverte no buscaba encontrarse con la belleza de la naturaleza salvaje desatada en todo su esplender. Reverte buscaba el corazón de las tinieblas. No me he equivocado al citar el título de una de las novelas más conmovedoras de la literatura del maestro Conrad. Reverte en su segundo viaje a África buscaba el río Congo, recorrerlo en el mismo sentido y siguiendo los pasos de Joseph Conrad para poder vivir en su propia alma qué es eso del corazón de las tinieblas y ver que existe y está en el mismo mundo que tiene en Paris por ejemplo la ciudad de la luz.

De todos los libros de Javier Reverte que me he leído este es quizá el más crudo de ellos. “Vagabundo en África” muestra un África realista. Es muy importante recordar que en 1997 África estaba saliendo de una época muy convulsa. En Sudáfrica no hacía ni diez años que había terminado el Apartheid, en Uganda los rescoldos de la guerra todavía estaban calientes, los muertos todavía olían y los vivos parecían aún moribundos y se escondían de cualquiera. Todavía África recelaba del hombre blanco y eso Javier Reverte lo muestra con naturalidad. Pero África es África y ese terror del que siempre es protagonista sea la época que sea no es más que una anécdota y una broma macabra que no acaba nunca. África sigue siendo el continente salvaje donde la naturaleza y la vida tienen su máximo esplendor. Así, de la mano de Reverte y a través de las hojas de este libro el lector escuchará el terrible retumbar de las cataratas Victoria; podrá pasar una noche en medio de la nada dentro de un todoterreno escuchando los ruidos de la noche durmiendo sin dormir, disfrutando del miedo que da saberse rodeado de la vida salvaje; sufrir, salir asqueado y con ganas de vomitar y matar a alguien después de ver los restos de los muertos de la guerra de Uganda un una iglesia y cómo no quedar a merced de la voluntad del río Congo sin saber si uno va a vivir o no.

Como en todas las novelas de Javier Reverte, en “Vagabundo en África” el lector no solo viaja sin moverse, simplemente con su imaginación, sino que también aprende. En este caso, Reverte, en la primera parte del libro, la que se desarrolla en Sudáfrica, cuenta de manera bastante resumida (quizá un poco liosa en algunos momentos) la historia más reciente del país que cierra el continente por el sur. En esta primera parte hay poco de libro de viajes y mucho de libro de historia, cosa que no está mal pero que no es lo que el buen lector de Javier Reverte busca. La segunda parte se centra en parte en la guerra de Uganda y los horrores y masacres cometidos por el odio racial, lodos sembrados por el hombre blanco con polvos en la época colonial, cuando África no era más que un terreno de juego de la política y la estrategia económica mundial. A pesar de que en esta segunda parte hay también mucha parte de historia, en ella ya hay más Javier Reverte también y es quizá en esta parte donde el lector encuentras las imágenes más bellas de África de mano de las magníficas descripciones de Reverte.

Pero es en la tercera parte, que además está escrita en forma de diario, donde “Vagabundo en África” muestra todo su esplendor; donde Javier Reverte demuestra que ama África hasta el punto de aventurarse a recorrer en 1997 quizá el río más peligroso del momento: el Congo. Esta última parte del libro no tiene prácticamente nada que no sea la experiencia de Javier Reverte a bordo de una enorme barcaza surcando las aguas marrones e imprevisibles del río de las tinieblas siguiendo los ecos de Joseph Conrad. Lo que Reverte muestra en este libro es más que una pasión, una obsesión por el río Congo, y eso se nota en como escribe y describe lo que va viviendo en el río. Por ello, esta última parte del libro por sí misma justifica todas las páginas anteriores. He de reconocer que si no fuera porque al leer por las noches después de más de quince horas despierto y diez de trabajo terminaban cayéndoseme los parpados y tenía que dejar el libro para la noche siguiente, me hubiera leído esta última parte del libro del tirón.

No sé cuando iré yo a África pero sé que en algún momento iré y disfrutaré de ese continente no a la manera de Javier Reverte en “Vagabundo en África” porque no creo que sea capaz de dormir en hoteles que tienen ese nombre porque antros de mierda queda muy mal, o viajar en una barcaza durmiendo en un sofá lleno de cucarachas. Pero viajaré a África y me dejaré conquistar por el continente que vio nacer al hombre a la vida. El continente negro, el continente más terriblemente hermoso de la Tierra, allí donde la humanidad puede ver los paisajes más hermosos, de los que dejan sin aliento, al mismo tiempo que puede contemplar la más absoluta miseria y horror. África es un país de contrastes y gracias a Javier Reverte amo ese continente o, mejor dijo, he descubierto que amo ese continente y necesito vivirlo en mis propias carnes. Como siempre ha sido un placer leer a Javier Reverte y volver de su mano a África. Y hoy más que ayer doy gracias a este escritor por haberme hecho viajar lejos de donde estoy viviendo a día de hoy por necesidad y olvidarme de que mi hogar queda muy lejos.


Caronte.

domingo, 7 de agosto de 2016

Lectura crítica: "A small town in Germany"

Leer para mí lleva siendo una necesidad imperiosa desde hace unos años. No puedo estar sin leer un día. De hecho sí que puedo estar un día sin leer pero lo paso bastante mal y busco cualquier pretexto para poder hacerlo. Por eso desde que sé que me tenía que marchar por razones de trabajo a Riad, una ciudad hostil donde las haya en un país que no le va a la zaga, lo primero que se me vino a la cabeza fue si podía llevar conmigo libros que poder leer durante las tardes eternas que se me plantearían durante mi estancia en mitad del desierto. Tras cerciorarme de que sí que podía venir con libro a Riad vino la tarea de seleccionar cuales iban a ser esos libros que me acompañarían en ese viaje y me harían compañía a falta de mi familia y algún que otro amigo muy querido. Uno de los autores que tuve claro desde el primer momento que se vendrían conmigo al desierto era John Le Carré. No podía no traerme alguna de las novelas de este grandísimo escritor británico que me faltaban por leer.

La obra que seleccioné para traerme fue “A small town in Germany” por su título en inglés, cuya traducción a la lengua de Cervantes es “Una pequeña ciudad de Alemania”. Apunto que al haberla leído en su idioma original, es decir el dialecto de Shakespeare, usaré su título en inglés para referirme a ella en el presente artículo. Si elegí esta novela no fue por otra razón más que por el hecho de que hace un tiempo decidí leer todo lo que me queda por leer de Le Carré en orden cronológico. De ahí que este libro, el quinto que publicaba Le Carré allá por el año 1968 cuando todavía era un joven escritor (tenía solo 37 años) aupado a la fama mundial gracias a su novela “El espía que surgió del frio”. Esta fue en esencia la primera novela de Le Carré en la que su personaje más celebre, y quizá uno de los más famosos y misteriosos de la literatura universal, George Smiley no aparecía ni como personaje principal ni como secundario.

A small town in Germany” como su propio nombre indica se desarrolla en Alemania, y la pequeña ciudad que de título a la novela es Bonn, la capital de la Republica Federal, donde radicaban las sedes diplomáticas de todos los países, entre ellos la Inglesa. Bonn, o la pequeña ciudad de la novela, aparece en este libro casi como un personaje más y no como mero escenario de la acción de la obra. Le Carré dibuja una ciudad gris, con un clima extraño que bien puede hacer que en mitad del invierno haga un sol primaveral o en mitad de los meses estivales surja una niebla rara que suma en la más profunda melancolía a los personajes y habitantes de la ciudad. Cerrando más el objetivo, la novela se desarrolla fundamentalmente en la embajada británica y sus personajes son todos trabajadores de la misma.

Mas formalmente hablando la trama de “A small town in Germany” se centra en la desaparición, o sustracción como se quiera ver, de una serie de documentos altamente sensibles tanto para los intereses ingleses como para los alemanes de la RFA en mitad de unas negociaciones comerciales y políticas con trasfondo europeo. Junto con la desaparición de estos documentos también se evapora del mapa Leo Harting, un oficial de segundo grado de la embajada, cuya búsqueda, a la postre, centra la trama de la novela. Ante la desaparición de estos documentos y las sospechas de que Harting pudiera ser un topo que estuviera pasando información a los comunistas, Londres envía a Bonn a Alan Turner para que encuentr a Harting y recupere los documentos.

Comienza así una caza desesperada, una serie de investigaciones llevadas a cabo por Turner entre los miembros de la embajada de Bonn para poder no ya poner rostro a Harting sino descifrar las razones para su desaparición y con la de este la de los sensibles documentos. Le Carré a partir de estos ingredientes crea en “A small town in Germany” una atmosfera de tensión envidiable para muchos otros escritores que después del maestro han intentado imitar su estilo. Turner y Harting son como dos gotas de agua en espectros opuestos. Son tan iguales que no tienen ni un solo punto en común. Parece una contracción absoluta pero no lo es para nada.

La llegada de Turner a Bonn y sus pesquisas y entrevistas “amistosas” con los diferentes miembros del personal de la embajada centran el desarrollo de “A small town in Germany”. Harting no aparece nunca de manera física en la novela, no hay diálogos de los que se protagonista directo, pero siempre está ahí. Los diálogos por medio de los cuales Turner va dibujando la personalidad de Harting y sus últimos movimientos antes de desaparecer con los documentos sensibles son brillantes, Le Carré es un maestro recreando estas conversaciones llenas de dobles sentidos, de sobreentendidos y silencios incómodos. Grande es también la descripción psicológica de los diversos personajes de la novela. Varias de esas conversaciones son merecedoras de una doble lectura, y de hecho yo mismo realice alguna que otra relectura de algunos pasajes para poder comprender mejor lo que en ellos se decía. A veces esos diálogos pueden parecer insubstanciales para la trama, pero que nadie se lleve a engaños si Le Carré los pone y escribe es por algo. Ninguna palabra ni frase de esta novela está ahí escrita al azar.

Como en muchas de sus novelas posteriores, en “A small town in Germany” John Le Carré muestra un mundo del espionaje, o en este caso de la diplomacia, hipócrita y cínico, con unos valores muy discutibles desde el punto de mira de la moral de los seres humanos normales. Turner y Harting son dos caras de la misma moneda, dos personas a la postre comprometidas con una causa por la que luchan hasta el final con ahínco y esperanza; mientras que Bradfiel o Siebkron, otros dos personajes de relevante importancia en la trama de la novela, el primero jefe de embajada y el segundo alto funcionario del Ministerio del Interior Alemán, muestran ese lado amoral del mundo político o diplomático, en el que todo vale por conseguir “triunfos”. Es con estos dos últimos personajes que acabo de nombrar con los que Turner tiene los diálogos que más me han gustado y que no tienen ni un ápice que perder. En ellos Le Carré empezó a demostrar el porqué de su fama posterior.

Al final como en muchas de las novelas de Le Carré, “A small town in Germany” da una serie de giros poco esperados por el lector. Y como también pasa en muchas de sus novelas, esta acaba con el personaje central, Turner o Harting, aquí depende de cada lector el asignarle a uno u otro dicho papel, siendo objeto de la pena o lástima del lector. No puedo engañar a nadie diciendo que la novela acaba bien con todos los cabos bien atados y cerrada la trama para bien o para mal. Le Carré hace lo que mejor sabe hacer y que ha demostrado con los años que domina a la perfección: deja todo en aire, y al lector con cierta mala leche y ganas de obtener un porqué a todo. Porqué que no se da y que es el lector el que tiene que encontrar reflexionando sobre lo leído en las páginas de la novela.

Es muy probable que “A small town in Germany” sea novela de varias lecturas y que sean necesarias varias lecturas para poder apreciar todas y cada uno de sus matices como de verdad se merecen. Ahí John Le Carré como siempre es un maestro, quizá el más grande escritor vivo que tiene el Reino Unido. Para mí siempre es un placer leer a este ex espía y maestro de escritores, y ha sido un verdadero gusto poder leerlo tan lejos de mi casa, en una cama que aunque sea la mía mientras dure mi aventura en Riad nunca llegará a ser mi cama. Libros como este, en el que uno como lector tiene que mantener toda su atención en la lectura para poder llegar a captar todos los matices son aquellos por los que un día decidí amar la literatura y por los que la amo realmente. John Le Carré no gustará a todo pero a quien quiera creerme y aceptar mi consejo le digo que merece la pena intentar que a uno le guste porque si es así hay literatura de nivel para rato en cualquiera de sus libros, con muy contadas excepciones.


Caronte.

miércoles, 6 de julio de 2016

Lectura crítica: "El último vuelo de Poxl West"

Una de las sensaciones más extrañas ya a la vez reveladoras que un lector, un amante de la lectura y los libros, puede tener es leer por primera vez un libro de un autor novel. Escribir es una actividad muy complicada y compleja, que requiere abstraerse del mundo y de la vida para poder así crear otros mundos y vidas diferentes a las propias. Escribir el primer libro debe ser aún más difícil. Pero intento ponerme en la piel de Daniel Torday, que según explica en los agradecimientos estuvo varios años dedicado en exclusiva a documentarse para poder dar forma a su primera novela, y darme cuenta de lo que debe ser pensar que esa primera obra salida de la imaginación y la voluntad de dar forma a una idea, una historia que contar, sea leída por miles y miles de personas en todo el planeta. Algo parecido he pensado yo al haber acabado de leer esta primera novela de Torday: siento una mezcla de sentimientos al haber tenido el privilegio, porque leer siempre es un privilegio, de leer este libro.

Para empezar ya a entrar más en materia he de decir que “El último vuelo de Poxl West”, es una novela histórica con destellos de narrativa clásica. La trama principal se desarrolla y se va dividiendo en dos tiempos diferentes: un presente en el que el narrador es un profesor universitario que recuerda la época en la que tenía por héroe a su tío Poxl West, quien da nombre a la novela; y otro tiempo en el que es Poxl West quien narra sus aventuras como piloto de la RAF durante la IIGM. Pero esto es simplificar mucho. El libro comienza cuando el narrador de la parte presente recuerda a su tío, que en realidad no era familia sanguínea, y un asunto relacionado con la publicación de sus memorias en las que se mezclaban las intrépidas y arriesgadas misiones militares de la IIGM en Europa y el amor. Poxl West es un hombre ya mayor cuando el narrador empieza a situar la historia, que vive un éxito descomunal por su libro Skylock en el que plasma sus experiencias vitales durante la Segunda Guerra Mundial.

Los dos tiempos narrativos en los que se divide “El último vuelo de Poxl West” permiten a Daniel Torday plasmas dos puntos de vista completamente diferentes y dos historias que teniendo puntos en común expresan inquietudes y sentimientos muy diferentes. En la parte de memorias de Poxl West, éste cuenta su pasado; un pasado lleno de huidas, decisiones y arrepentimientos, que le marcan para el resto de sus días y que le terminan por perseguir hasta el presente. Ese presente es el que se plasma en la novela en el tiempo narrativo narrado por su sobrino Eli, quien va contando cómo la grandísima admiración, casi devoción absoluta, por su tío Poxl se termina por tornar primero en decepción tras la salida a la luz de una revelación muy dura sobre el libro de memorias de Poxl West en la que las mentiras serán las protagonistas, para luego pasar a ser desconcierto y amargura por no terminar de entender el por qué de aquellas mentiras.

De la trama no puedo contar nada más, porque debe ser el lector que se anime con las páginas de “El último vuelo de Poxl West” quien debe descubrir qué más pasa en el libro. Sí puedo decir que esta novela es mucho más que un libro más ambientado en la Segunda Guerra Mundial, de hecho casi podría decir que en esta ocasión la Guerra no es más que un escenario en algunos momentos secundario, pero que ciertamente lo termina envolviendo todo, más o menos sutilmente, pero de manera irresoluble. Es quizá en los pasajes en los que Daniel Torday describe bombardeos sobre Londres o ciudades alemanas cuando el libro cobra mayor intensidad narrativa, y cuando se consiguen los párrafos más bellos con un estilo muy depurado que permite al lector imaginarse como un personaje más de la historia (con y sin mayúsculas). Pero hay mucho más que guerra, sangre, sudor y lágrimas en esta historia.

El último vuelo de Poxl West” es un libro fundamentalmente que trata cómo las decisiones que vamos tomando en nuestra vida terminan por determinar nuestro deambular por este mundo y cómo si esas decisiones no son acertadas, o las juzgamos no acertadas, terminan por perseguirnos constantemente atormentándonos hasta que no conseguimos expiarlas, y eso no siempre es posible, o fácil, conseguir. A lo largo de las páginas de esta novela, Daniel Torday es capaz de elaborar un relato muy intenso y duro sobre la toma de decisiones y cobre cómo estas influyen de manera determinante en la vida. Y además el autor lo hace de una manera poco displicente, sin dejar nada sin tocar y siendo muy duro. En la novela Poxl West toma decisiones llevado por la ira y el miedo, y sus decisiones están encaminadas no a avanzar sino a huir. Esa huida es la que se plasma en esta novela también. Esa huida que en el fondo quien más quien menos hacemos y protagonizamos no sabiendo que a la larga siempre tendrá consecuencias.

Las consecuencias de las decisiones vitales también están presentes en “El último vuelo de Poxl West” como he dicho. Esas consecuencias son las que ligan los dos tiempos narrativos y a los dos protagonistas de la novela, al narrador Eli y a Poxl West. Las decisiones del segundo tanto en su vida pasada como en el momento de ponerse a escribir sus novelas y suplantar su propio pasado para huir de él, acarrean también consecuencias no planeadas en el primero en forma de decepción y miedo. Y todo por amor. Porque en definitiva todo lo que he dicho viene motivado por el amor; ese sentimiento más fuerte que el más letal de los venenos y la más adictiva de las drogas. El amor de Poxl West por una prostituta de Rotterdam es el hilo conductor de toda la novela. Françiose es el nombre de la chica en esta historia; y es este nombre el que hace huir constantemente a Poxl West hasta que es un mero fugitivo de su vida y ya no sabe de qué huir.

Antes de acabar quiero mencionar dos aspectos de “El último vuelo de Poxl West” que me han llamado mucho la atención. El primero es el detalle de los personajes que van apareciendo en la historia. Todos y cada uno de ellos, sobre todo los que sustentan la trama, están perfectamente definidos y el lector puede saber cómo son aunque la definición de sus rasgos físicos no permita ponerles cara realista. Destaca, cómo no, Poxel West, un hombre atormentado que tuvo que huir de su hogar cerca de Praga despidiéndose mal de su madre, para ir a parar a Rotterdam de donde volvería a huir malamente para terminar en Londres e Inglaterra donde terminaría de forjar su huida. El segundo  de los aspectos que quiero destacar, y que me ha gustado bastante, es la constante mención hacia Shakespeare y otros grandes personajes de la cultura universal, partiendo del Bardo y pasando por Picasso, T.S. Eliot o Schiele. Estas menciones que como miguitas de pan en el camino del lector  alimentan la curiosidad y la cultura.

Acabo simplemente diciendo que “El último vuelo de Poxl West” es una novela que, a pesar de que desde mi punto de vista no es esa grandísima novela que a los críticos americanos les gusta ver siempre en las novelas de gran calidad de autores noveles que salen a la luz imaginándolas como la gran novela americana, es digna de lectura. No es simplemente una novela histórica, es mucho más, es prácticamente una autopsia de los miedos y fantasmas que toda persona que vive intensamente tiene a su espalda durante toda su vida debido a las decisiones que toma y que a la postre juzga erróneas y a las huidas que se producen por estas decisiones que hacen que nos conformemos como meros fugitivos de nuestra vida. Poco más se puede pedir a una novela en la que además hay amor e intensidad a raudales, aventura, riesgos y descripciones fabulosas de lo que tuvo que ser la época dorada de la aviación de guerra mundial, para desgracia de los habitantes de las ciudades inglesas y alemanas. Recomiendo vivamente la lectura de esta novela que estoy seguro dejará buen sabor de boca a quien se atreva con ella.

Caronte.