sábado, 21 de noviembre de 2015

Lectura crítica: "Un otoño romano"

Leer cualquiera de los libros de viajes de Javier Reverte, ya sea en la cama antes de dormirse, en el metro camino de la academia de idiomas en la sala de espera de un hospital o en una cafetería esperando a un amigo con el que has quedado para tomar algo, constituye una de las sensaciones más placenteras para un lector además sea amante de la aventura y los viajes. Sumergirse en las páginas de los libros de Reverte es viajar, implica marcharse no únicamente con la imaginación, sino prácticamente con todos los sentidos, a lugares no solo exóticos, sino míticos y llenos de historia. El último libro de Javier Reverte que he leído y del que voy a hablar en esta ocasión, es también el último publicado por este autor y lo compré el mismo día que se puso a la venta en las librerías su edición de bolsillo, porque a pesar de que prácticamente todos sus libros de viajes merecen la pena, también digo con toda sinceridad que no hay que gastarse los casi veinte euros que cuestan en “tapa dura”.

En “Un otoño romano”, como su nombre anuncia casi a bombo y platillo, Javier Reverte narra con su estilo tan peculiar, su estancia durante unos meses en la ciudad eterna, pero no cuando ésta bulle de vida, en verano, sino cuando esta vida empieza ya a declinar para dar paso a la tranquilidad del invierno. Según cuenta el propio Reverte esta estancia en Roma, nada más y nada menos que en la Academia de España en Roma, se debió a su inmenso deseo de conocer Roma de verdad, de sentirla como parte de su propia alma, ya que las veces que había estado en la ciudad de ciudades habían sido estancias más breves. Así este libro se estructura en forma de diario personal, en el que mediante anotaciones fechadas de manera más o menos concretas, Reverte va narrando sus paseos por la ciudad acompañado primero por su mujer, luego ya solo, sus encuentros con amigos, con personalidades españolas de la ciudad, sus comidas, el propio proceso de escritura del libro y sobre todo, y como suele hacer en sus libros muestra al lector cuáles son las sensaciones que invades su cuerpo al contemplar Roma desde uno de los lugares con mejores vistas de toda la ciudad.

Pero “Un otoño romano” no es simplemente un libro en forma de diario en el que Reverte simplemente detalle su día a día en la ciudad de los emperadores. Este libro también es, como por otra parte todos sus libros de viaje también son, una visión diferente, ligera y peculiar, a la historia de la propia ciudad, de sus poetas, de sus artistas, de sus gobernantes. Así a lo largo de las páginas de este libro, el lector además de visitar de la mano de Reverte el Coliseo, el Panteón de Agripa (varias veces además por ser el monumento favorito del autor), o San Pedro, también conocerá anécdotas de estos edificios y su historia. Pero Reverte va más allá, ya que también habla de este libro ilustrando al lector de los antiguos emperadores como Julio César, Marco Antonio, Adriano, también de los etruscos (civilización anterior a los romanos), y sobre todo, porque según una confesión de Reverte, de los escritores que alguna vez en su vida vivieron en Roma y se enamoraron de ella (o la odiaron profundamente) como Stendhal, Wilde, Goethe, etc.

Parte importante, cómo no, tienen los Papas en la historia de Roma, y por tanto en “Un otoño romano” se habla mucho de religión. Bueno de hecho de religión se habla poco. Más bien Javier Reverte toca la religión para hablar de sus gobernantes, desde los más ruines y asesinos, como el Papa Borja (o Borgia si se quiere usar el apellido italianizado) de quien Reverte habla largo y tendido explicando en pocas páginas cómo fue el reinado terrenal y divino de este valenciano que acaparó un poder casi absoluto en Roma y de su familia. Pero también habla de otro Papas menos cancerígenos para la historia de la Iglesia Católica. Papas como Julio II o León X, que gracias a su refinado gusto por el arte alentaron y financiaron a artistas de la talla de Rafael, Miguel Ángel, Bernini o Borromini. También en las páginas de este libro se habla de Leonardo (no hace falta ni tan siquiera mencionar el apellido Da Vinci) y de pintores de la talla de Caravaggio del que Reverte quedó totalmente enamorado y del que iba buscando cual sabueso a su presa, por todas las iglesias de Roma que tuvieran alguna de sus obras.

Pero en el fondo todo esto es casi accesorio en un libro que en realidad lo que intenta transmitir es esa legendaria aura que transmite la ciudad de ciudades, la ciudad eterna, la ciudad de los emperadores: Roma. En “Un otoño romano” Reverte lleva al lector a una ciudad en la que uno no puede dar un paso sin encontrarse con un pedazo de la historia de este mundo, de la sociedad occidental. Todas las plazas que recorre Reverte, desde la de Santa María del Trastevere, que tanto visita por estar a apenas cinco minutos de la Academia de España en Roma, hasta la de San Pedro, pasando por la Piazza Navona; todas las calles adoquinadas que pisa; todos los monumentos que contempla, desde estatuas de escritores hasta bellos obeliscos egipcios. Todo esto lleva al lector a Roma aunque esté a miles de kilómetros de la ciudad eterna.

Dejando a un lado lo que es propiamente dicho el libro, tengo que decir que “Un otoño romano” es sin duda el libro de Javier Reverte que más me ha gustado y llegado. ¿Por qué? Pues básicamente porque he estado en Roma, he paseado por las mismas calles que Reverte pasea, he visto los mismos monumentos que Reverte contempla y describe en las páginas de este libro, he entrado en la mayoría de las iglesias y museos que cita en las páginas de este libro. Pero también porque a mí también me dejó Roma un poso de amor de esa ciudad en mi alma. Amor por una ciudad llena de historia y mitos y leyendas. Un amor que desgraciadamente solo ha aparecido y se ha materializado en los últimos tiempos, en los últimos años. En Roma estuve en 2008 y si digo la verdad volví a Madrid con sensación de no volver, no porque no me gustara sino por el calor que sufrí aquel mes de julio de hace siete años. Pero desde hace unos meses me ronda en la cabeza la idea de volver a la ciudad de ciudades y descubrirla de verdad, como hace Reverte. Porque a pesar de que como he dicho he estado en muchos de los lugares que cita Javier Reverte en este libro, también hay otros muchos que ignoré y por lo que seguramente pasé de largo sin siquiera pararme a pensar qué tesoros y secretos guardarían.

Un otoño romano” ha reavivado las ganas de volver a Roma. Y estoy seguro de que lo haré, si puedo este año que viene, y si se cumplen mis deseos con algún amigo en lugar de hacerlo solo, amigo o pareja, aunque este último caso es más complicado y difícil. Leer esta novela implica dejarse llevar por el estilo de Javier Reverte y aceptar que después de acabarla uno terminará con el gusanillo de hacer la maleta, comprar el primer pasaje de avión que salga hacia Roma e ir allí a disfrutar de las calles, el arte, las plazas, las estatuas y en definitiva de la belleza ingente e inmensa de una ciudad milenaria, de una ciudad eterna. Sé que la literatura de viajes no gusta a todo el mundo por el componente totalmente subjetivo que tiene, más aún que la novela. Pero Javier Reverte en todas las novelas sobre sus viajes, ya sean a Alaska, a África o a Irlanda, pone todo el corazón y consigue que el lector no solo viaje a esos lugares tan lejanos, sino también que queramos viajar y dejarnos invadir por ese sentimiento que todo viajero, que no turista, experimenta: la aventura de conocer y descubrir.

Caronte.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Lectura crítica: "Los ojos del hermano eterno"

Vuelvo hoy a hablar de un escritor del que sólo he hablado una vez, Stefan Zweig, austríaco de nacimiento pero de corazón y espíritu ampliamente europeo. Y vuelvo a este autor para hablar de una de sus novelas. Hace tiempo que me interesé por este escritor y lo primero que leí de él fue “El mundo de ayer” una especie de autobiografía histórica del autor en la que además de contarnos cómo fue su vida, la enmarca en el desarrollo intelectual de Europa y de la defenestración de los ideales europeos como consecuencia de la IGM y posteriormente del surgimiento del nazismo. Ya hablé de este libro. Pero hoy vuelvo a Zweig para, como he dicho, hablar de una de sus novelas, cortas, escuetas y sencillas pero llenas de sentimiento y escritas con un estilo tan delicioso que el lector suele quedar atrapado desde el principio a la historia.

Los ojos de hermano eterno” es una novela de apenas cincuenta páginas, pero que a pesar de ello, aunque no entiendo porqué debería ser la longitud de una novela la característica que determinara su calidad, muestra una sabiduría y una filosofía que pocas de las novelas que he leído tienen. En este libro se cuenta, como si de una narración épica anónima transmitida durante siglos desde hace milenios, la historia de de Virata, un militar al servicio de un rey que tras un gran servicio en una guerra, y matar sin quererlo a su hermano, decide pedir a su rey que le releve del ejército porque no quiere volver a derramar la sangre de nadie, porque tiene grabada en su mente la imagen de los ojos de su hermano que le siguen mirando aunque su cuerpo no esté entre los de los vivos. El rey acepta y le nombra juez supremo por considerarlo lleno de sabiduría. Pero con el tiempo Virata también decide dejar de ser juez por darse cuenta, durante un caso en el que condena a un reo a pasar once años de su vida sin ver el sol encerrado en una cueva, de que no puede impartir justicia sin saber qué se siente al ser privado de libertad. Virata trama una argucia para poder sufrir en su carne un castigo, tras el cual pide al rey irse a meditar al bosque sin nadie a su alrededor para poder vivir en paz con el mundo y consigo mismo.

Tras unos años en un bosque incomunicado del mundo, viviendo prácticamente exiliado por propia voluntad, Virata vuelve a ser conocido por dar consejos para que la gente logre vivir en paz con dios. Lo que no sabe es que esos consejos también pueden traer la desgracia. Cuando el protagonista de “Los ojos de hermano eterno” se da cuenta de que uno de sus consejos ha causado muerte, decide dejar de meditar y pide al rey de nuevo entrar a su servicio. El rey cansado del viejo militar y creyendo que éste se cree mejor que él por la sabiduría que los largos años de reflexiones y meditación que ha acumulado le relega al cuidado de sus perros y le trata como un sirviente de tercera categoría. Y así es como acaba sus días Virata, quien fuera el más fiel y leal servidor de su rey y señor acaba en la más absoluta oscuridad, olvidado por todos.

Los ojos de hermano eterno” no es simplemente una novela que podría clasificarse como fábula mítica antigua, aunque fuera escrita en el siglo XX por uno de los más celebrados escritores europeos. Este libro es un canto a la búsqueda de la sabiduría, de la justicia y la paz interior. En las pocas páginas de esta novela, Zweig condensa, con un estilo magistral e inigualable, es más casi que diría inigualado, el afán de un hombre, Virata, por estar en paz consigo mismo y con el mundo que le rodea, cuestionándose todo tal y como está para intentar mejorarlo. Es un libro que muestra como un hombre solo puede intentar cambiar las cosas, pero también cómo al final si alguien no lo entiende queda relegado al olvido.

Mientras leía el libro hubo momento en los que tenía que dejar de leer, no porque estuviera cansado de la historia, o por pasajes duros de los que uno debe reponerse para continuar leyendo, sino porque hay pasajes de “Los ojos de hermano eterno” tras las cuales en necesaria una profunda reflexión. Es un libro cargado de sabiduría con el que el lector se dará cuenta de lo inútiles que pueden parecer nuestras vidas, de lo vacías que pueden llegar a estar, y de que todo en el este mundo es cuestionable para mejorarlo, sobre todo la propia condición humana. Si antes he dicho que esta novela tiene ese aire de historia antigua, transmitida de generación en generación desde los confines de la memoria del mundo, de padres a hijos y guardada con sumo cuidado y veneración por ancianos y viejos monjes en un aislado monasterio hinduista, es porque desborda de esa clase de sabiduría que solo la mitología antigua guarda.

Quizá “Los ojos de hermano eterno” no sea la novela de Zweig más famosa, ni la más celebrada. Tampoco este libro ha sido la primera novela de este autor que me he leído, ya que tengo un tomo en el que se recogen todas las novelas de este escritor recogidas bajo el título “Novelas”. Sin embargo las sesenta páginas más o menos que tiene esta historia son las que más me han conmovido y llevado a pararme a pensar unos minutos sobre el sentido que tiene nuestra vida, sobre qué es justicia y cómo una persona puede estar en paz consigo misma sabiendo que todo acto que hagamos y palabra que pronunciemos tendrá su consecuencia que por muy sabios que seamos no podremos prever ni parar una vez desencadenada. Si tengo que sacar una conclusión algo más concreta de esta novela, sería la de cómo vivir en paz con uno mismo, asumiendo lo que he dicho con anterioridad como un elemento de nuestra vida del que no nos podemos librar, ligado a nosotros desde el mismo momento en que nacemos por el destino de la vida.

Por todo esto no me queda otra que recomendar vivamente “Los ojos de hermano eterno”. Aparte de que es una novela que se lee en apenas dos horas y de que tiene un estilo tan magnético que mantiene al lector pegado a sus páginas cual adicto a las drogas; es una delicia para el intelecto. Todas las personas que sepan leer, que les guste la literatura que no simplemente entretenga de manera simplista y vulgar, ésta es su novela. Además es muy probable que después de leerla alguien decida seguir leyendo a Stefan Zweig, y entonces será cuando ese atrevido y valiente lector descubra una literatura de un nivel superior a todo lo que haya leído hasta ese momento. Poco más puedo añadir de esta novela sin casi extenderme más que el propio autor cuando la escribió. A disfrutarla.

Caronte.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Lectura crítica: "The sense of an ending"

Pocas veces antes el descubrimiento de un Nuevo escritor me había dejado tan buen sabor de boca. No lo digo por decir. Desde hace un tiempo me he propuesto descubrir nuevos escritores para empezar a leerlos y así ampliar mis horizontes literarios, sobre todo en otros idiomas. Tras mucho buscar y rastrear en diferentes páginas webs, blog literarios y después de leer muchas críticas sobre libros y escritores, me decidí a probar con Julian Barnes, un escritor británico poco conocido en España, pero que en el mundo anglosajón, sobre todo en las islas británicas, tiene muy buena fama siendo en varias ocasiones finalista del más importante premio literario que se concede en el Reino Unido, el Man Booker, ganándolo en 2011 con la novela de la que voy a hablar en este artículo. Si elegí este libro tan laureado no fue por otra razón que por intentar empezar a leer a este escritor por la que se supone es su mejor obra, ya que quizá si hubiera elegido otra guiándome solamente por mi instinto la resultado no hubiera sido el mismo y a lo mejor me hubiera terminado por decepcionar. Haciéndolo así al menos me he asegurado el volver a leer algo de este escritor.

The sense of an ending” como se titula la novela de la que voy a hablar, o en español “El sentido de un final” es una verdadera delicia de principio a fin. No es un novelón de más de cuatrocientas páginas. Más bien todo lo contrario. Es una novela muy corta, apenas ciento cincuenta páginas, pero intensísima. La verdad es que poco se puede contar de su argumento sin no revelar nada de la trama que sea fundamental para la sorpresa del lector, pero voy a hacer un esfuerzo. La novela está narrada por en primera persona por el protagonista de la misma, Tony Webster, que desde su edad ya tardía rememora su vida y aquellos momentos que le marcaron como persona y aquellos actos y palabras que dijo y que ahora cobran una fuerza y un sentido diferentes al que tuvieron cuando esos actos fueron realizados o esas palabras dichas.

Así en las pocas páginas que conforman “The sense of an ending” el lector se imbuye en la vida de Tony Webster. La novela está dividida en dos partes. En la primera de ellas el narrador/protagonista cuenta cómo fue su vida adolescente y juvenil; sus años en la universidad y las amistades que hizo entonces, así como la relación con su primera novia formal. Pero aunque parezca que esta primera parte simplemente es una evocación, en cierto sentido en tono melancólico y sabiendo que pasó y que no se puede recuperar, durante la segunda parte cobra fuerza y relevancia y los hechos narrados en la primera parte del libro tienen una importancia muy fuerte en el presente de Tony Webster.

Muy importantes en la novela son las figuras de Adrian Finn, uno de los amigos de Tony Webster de la universidad, que junto con otros dos compañeros formaron un cuarteto que se juró amistad eterna pero que con el tiempo, como todas las palabras que se las lleva el viento, empezaron a tener cada vez menos relación. Pero en “The sense of an ending” también es muy importante la figura de dos mujeres, cruciales en la vida de Tony Webster, como son Veronica, la que fue su primer gran amor de juventud; y Margaret, la que sería su mujer y madre de su única hija, y ahora en el presente su sabia ex mujer confidente en muchas ocasiones de aquello que le ronda por la cabeza. Estas dos mujeres forman un contraste perfecto la una con la otra. Si Veronica es impredecible, en muchas ocasiones altiva, distante y arrogante, al menos en la época de juventud que evoca Webster al principio, para tornar luego en su madurez y el otoño de su vida en una mujer oscura que ha sabido guardar en secreto su vida para total desconcierto de Tony Webster, que cuando quiere volver a tener contacto con ella sale mal parado. Por otro la está Margaret, una mujer mucho más comprensible y normal, realista y amable, que dice las cosas como son sin tener pelos en la lengua y que a pesar de que está divorciada de Webster sigue viéndose con él en términos muy amables.

En una novela tan corta como “The sense of an ending” su autor, si quiere hacer un buen trabajo y dejar un muy buen sabor de boca en los lectores, debe saber condensar en esas páginas todo aquello que quiere contar, dando más y mayor relevancia a aquellos hechos y reflexiones que más conmuevan y más hagan pensar al lector para que cada vez que deje de leer por cualquier razón eso que acaba de leer le siga rondando por la cabeza durante bastante tiempo. Esto es algo que Julian Barnes ha conseguido con creces. De hecho yo me leí la novela en día y medio, algo que por extensión de la novela no es muy difícil, pero que supone todo un hito para mí ya que al haberla leído en inglés, que no es mi lengua materna, me ha supuesto mayor esfuerzo. Pero todo ese esfuerzo ha merecido la pena porque después de terminarla me he dado cuenta de que me he quedado con ganas de más.

Me ha resultado increíble como Julian Barnes en “The sense of an ending” ha sabido condensar toda una vida y las reflexiones que a una persona se le pasan por la cabeza durante la misma y cómo todo esto vuelve a primer plano cuando nos damos cuenta de que estamos en nuestros últimos años de vida. Esta novela no es simplemente una historia más. Esta novela es la historia de una vida cualquiera, de la vida que cualquiera puede vivir y sobre la que cualquier puede reflexionar llegado el momento de nuestro otoño vital.  En este libro no hay grandes personajes con vidas interesantísimas, complicadas, turbadas por relaciones tempestuosas que generan conflictos internos. Para nada. Los personajes de esta novela, sobre todo su narrador y en cierto sentido protagonista, son gente normal, que han vivido vidas normales, con sus conflictos habituales y sus relaciones cotidianas con otras personas que pueden salir bien o mal. Pero nada más. Y creo que ahí es donde radica el verdadero significado de esta novela: toda vida se debe vivir como si fuera única; toda vida por muy insignificante que le pueda parecer a su dueño tiene parte de épica aunque no nos demos cuenta de ello.

Pero esta novela no se disfruta únicamente mientras se está leyendo. “The sense of an ending” es un libro que después de su lectura sigue en la cabeza del lector durante unos días haciendo que éste de vueltas a las muy interesantes reflexiones que durante el desarrollo de la trama el narrador de la misma, Tony Webster, va soltando paulatinamente. Además voy a comentar una cosa que me ha resultado fascinante y es el estilo de Julian Barnes. Más o menos sabiendo de qué trata la novela uno puede pensar que está escrita de manera densa y farragosa. Nada más lejos de la realidad. El estilo de Barnes es claro, directo y conciso; abundan en la novela los diálogos, muy ingeniosos y cargados de profundidad y significado. Todas las frases de la novela, sobre todo en las reflexiones de su narrador/protagonista a pesar de ser escuetas, cortas y concisas, esconden una profundidad y un significado enorme. Es este estilo el que quizá me ha terminado por cautivar y por decidirme a seguir leyendo novelas de este escritor británico.

Por todo esto animo a todos los que disfrutan con una novela que reflexionar a que lean “The sense of an ending” y descubran a Julian Barnes en quizá una de sus mejores obras, aunque esto ya lo juzgaré con el tiempo a medida que me vaya leyendo otras de sus obras. De momento esta novela de Julian Barnes me ha resultado de los mejores descubrimientos que he hecho en los últimos tiempos y sin duda repetiré con este autor lo antes posible. Aviso a los que se animen con este libro de que nada es lo que parece y la trama continuamente da gros insospechados que en ocasiones dejan al lector con la boca abierta y no creyendo lo que está leyendo, aunque en el buen sentido de la palabra.

Caronte.