sábado, 27 de junio de 2015

Lectura crítica: "Sin novedad en el frente"

En el año en el que se conmemora el final de la Segunda Guerra Mundial, voy yo y decido leer sobre la otra gran guerra del siglo pasado: la Primera. La mayor parte de la gente sabe qué causó la IIGM, quiénes fueron sus protagonistas y cuáles fueron sus eventos principales. El cine y la televisión han contribuido largamente a este hecho, así como centenares de biografías y libros sobre batallas y política durante esos años. Sin embargo poco o nada se sabe de la Primera Guerra Mundial, o como yo a veces la llamo la última guerra convencional, la última guerra en la que se usó caballería y se combatió en su mayoría hombre a hombre oliendo el sudor del enemigo, o rival en contienda, hincando bayoneta y lanzando granadas a las trincheras contrarias para evitar que desde esas mismas trincheras lanzaran a la propia una granada que acabara con tu vida. El libro que he terminado de leer hace unos días trata precisamente de la Gran Guerra, narrada desde el punto de vista de alguien que estuvo en el barro del frente, moviéndose entre la lluvia de balas y granadas.

Sin novedad en el frente”, del escritor alemán Erich Maria Remarque, es un relato totalmente desgarrador del día a día de la IGM. La novela, narrada en primera persona, describe con nitidez y claridad la cotidianeidad del frente de guerra durante este conflicto: tanto los momentos de ofensiva en los que el lector lee impávido como los jóvenes reclutas de 19 y 20 años se arman de todo el valor posible para atacar al enemigo e intentar sobrevivir a la experiencia; como los momentos menos bélicos, en los que los soldados están en la retaguardia esperando a ser llamados al frente para actuar, momentos de algo más de distensión y de reflexiones sobre la guerra, la vida antes del conflicto y la vida que será después de la batalla y la vuelta de la paz. Remarque, con un estilo sobrio, sin rodeos y con frases cortas y concisas realiza un retrato veraz de lo que es la guerra: odio, miedo, muerte, sinsentido, absurdo.

En las apenas doscientas cincuenta páginas de “Sin novedad en el frente” el lector presencia los horrores más ocultos de la guerra, esas cosas que no suelen salir nunca en libros de historia, porque en el fondo lo que representan son las pequeñas historias personales de los cientos de miles de combatientes que lucharon durante los cuatro años que duró aquél conflicto bélico de escala mundial y que se desarrolló en tierras europeas casi por completo. La supervivencia diaria de gente sencilla que simplemente porque un día en esferas políticas que a un humilde cartero de pueblo, un maestro de escuela, un granjero que se gana la vida dejándose el aliento de sol a sol en el campo, o de jóvenes que tendrían toda la vida por delante si la guerra no se la arrebatara de sopetón, les quedan totalmente alejadas de sus preocupaciones cobran en esta novela una importancia capital, ya que es el eje alrededor del que gira toda la historia.

Sin novedad en el frente” es ante todo una novela antimilitarista en la que Remarque, a través de sus propias experiencias como soldado durante este conflicto, muestra como decisiones de políticos y militares que están a miles de millas de los frentes de batalla toman decisiones que condicionan la vida de millones de personas, no ya de los simples soldados, sino también de países, y hasta continentes, enteros. Muchos son los momentos en la lectura de esta novela en la que he tenido que levantar momentáneamente la vista para asimilar lo que acababa de leer para comprender en toda su magnitud la dureza, crueldad y absurdez de la guerra. Hay pasajes de la novela de una dureza sobrecogedora en los que la muerte y su aceptación, así como el miedo que se siente cuando llega, son los verdaderos protagonistas. Sangre, miembros mutilados, cuerpos que se arrastran por el suelo como pueden buscando seguir con vida unos segundos más aunque el destino sea el mismo, disparos que desgarran piel y destrozan huesos, granadas que acaban instantáneamente con toda esperanza, largas agonías de jóvenes que no deberían estar agonizando sino disfrutando de su vida con sus novias o con muchachas de su edad, aprendiendo en una escuela y formándose para tener un futuro, futuro que también muere en el campo de batalla.

Pero en esta novela también hay hueco para relatos menos trágicos y tensos. En “Sin novedad en el frente” no todo es frente de guerra, muerte y miedo. Remarque no solo decidió incorporar en este libro los momentos del día a día en el frente propiamente dicho, sino todo lo que envuelve la guerra: cuarteles, hospitales de campaña, días de permiso. Así, cuando el protagonista y sus compañeros no están intentando evitar ser atravesados por una bayoneta, gaseados inclementemente o alcanzados por una granada, una esquirla de metralla, sus conversaciones versan sobre su pasado, sus recuerdos anteriores a la guerra, y también sobre cómo será su vida una vez vuelvan a sus casas. Son quizá estos últimos pensamientos, los de futuro, los que más llegan a conmover al lector ya que están cargados de melancolía y falsas esperanzas. Todos los personajes de la novela sueñan con que acabe la guerra para volver a sus casas, pero al mismo tiempo saben que nada será como antes del conflicto. Muchos podrán sobrevivir a las balas, con más o menos heridas, pero todos habrán sucumbido a la Guerra. Ninguno, salvo el narrador de la novela, volverá a su casa. Todos poco a poco se irán muriendo, con más o menos agonía, con más o menos sufrimiento, pero todos presas del pánico, el miedo y el horror.

Es muy probable que quienes suelen declarar guerras e iniciarlas debieran leer esta novela para, sino cambiar de idea si pensarse dos veces que sus decisiones tomadas desde calientes salones rodeados de asesores diplomáticos, tienen consecuencias en la vida de millones de personas que ven como su presente queda totalmente comprometido a una causa que en muchas ocasiones les es ajena y su futuro en muchos casos es eliminado en un abrir y cerrar de ojos. Remarque en “Sin novedad en el frente” plasma esta realidad de la guerra, no la épica de las grandes batallas por ideales supremos de libertad y justicia universal. Las guerras son guerras y en ellas el horror es la única realidad, el coraje el único pasaporte que permite avanzar y el miedo el alimento diario. Creo que nadie que después de leer esta novela puede declararse pro-bélico, nadie en su sano juicio después de leer los horrores de la sinrazón humana puede decir que una guerra es algo necesario en algunas ocasiones. Las guerras lo único que generan es muerte, horror y desesperanza, y nunca traen nada nuevo. Las guerras solo se llevan cosas, entre ellas miles de vidas de personas ajenas en muchas ocasiones a las razones que originaron la guerra.

Quiénes se animen con esta novela, que se lee muy fácilmente por el estilo claro y nada rebuscado de Remarque, se encontraran con un relato conmovedor y en muchas ocasiones duro y desgarrador de lo que fue la Gran Guerra y todo lo que originó. Es posible que “Sin novedad en el frente” pueda resultar una novela dura y sin interés alguno, sin embargo creo que es todo lo contrario. Esta obra es fundamental para aquellos que creemos que las guerras nunca deben ser el primer recurso a la hora de resolver ningún conflicto, y nos demuestra a todos que las guerras no las hacen los generales desde despachos, sino los soldados en el campo de batalla donde mueren, sufren y mueren llenos de miedo y terror.

Caronte.

martes, 23 de junio de 2015

Cinco y acción: "Jurassic World"

Hacía ya catorce años de la última entrega de la saga más brutal del cine en el que realidad, fantasía y ficción se complementan para alentar la imaginación y los sueños de miles de fans de todo el mundo. Los dinosaurios han vuelto a la pantalla, y creo que lo han hecho por la puerta grande. La primera entrega de la saga Jurásica se estrenó allá por 1993, la segunda lo hizo en 1997 y la tercera en 2001. Cuatro años de decalaje entre cada una de las entregas, siempre con la mano maestra de Spielberg detrás, ya fuera como director en las dos primeras como de productor ejecutivo en la última. Pero han pasado como he dicho catorce años para volver a sentir aquello que los que apreciamos estas películas de dinosaurios guardamos en nuestra memoria. En esta última ocasión Spielberg como en la tercera entrega de la saga no está detrás de las cámaras, pero su mano y su sombra son alargadas y su influencia está presente en el espíritu de la película.

Jurassic World” es la última película que he ido al cine a ver. No podía faltar a una cinta tan épica que además forma parte de una de las sagas cinematográficas que más me gustan. Sin embargo mi relación con los dinosaurios de Parque Jurásico no siempre ha sido amistosa. He de reconocer que hasta que no tuve diez o doce años, aunque me avergüence reconocerlo, no fui capaz de ver la película entera. Me aterrorizaba el Rex y era incapaz de aguantar la tensión de las escenas en las que uno sabe que va a haber un susto o algo malo terminará pasando. Y digo que me avergüenzo de este miedo, creo que totalmente justificado, porque en la sala de cine, bastante llena para lo que es habitual en esto tiempos, había niños de cinco, seis y siete años viendo la película con total normalidad y disfrutando de ella. Por un lado, como digo, sentí algo de vergüenza, pero por otro me alegré mucho íntimamente al ver cómo las nuevas generaciones siguen disfrutando de Spielberg y del mundo que en su día creó hace más de veinte años.

La nueva entrega de la saga jurásica sigue teniendo el mismo espíritu que es su día sus antecesoras, aunque siendo sincero creo que está más a la altura de la primera que de las dos siguientes. En “Jurassic World” volvemos a tener un inicio tranquilo, idílico, en el que todo es perfecto, todo funciona a la perfección y parece que nada puede fallar en el parque de atracciones donde los dinosaurios resucitados a partir del ADN encontrado en los mosquitos atrapados en ámbar. Aquí se nos presentan a los que durante toda la película van a ser los protagonistas de la historia y las aventuras que se desencadenarán. En esta ocasión son la directora del parque, siempre ataviada, durante toda la película (incluso en momentos en los que parece más que inverosímil que pueda ser verdad), con unos zapatos de tacón que muchas mujeres querrían para ellas, sus dos sobrinos que van de vacaciones al parque a disfrutar de los dinosaurios, y un aguerrido y apuesto entrenador de Velocirraptores que hará las veces de héroe durante toda la película. Obviamente no son los únicos protagonistas de la película, también hay secundarios que intentan crear ese trasfondo algo moralista que se intuye en la película pero que queda totalmente eclipsado por la acción y los efectos especiales.

Una de las cosas que quien sea amante de la saga de Parque Jurásico notará desde el primer momento, más por entrenamiento después de haber visto probablemente decenas de veces cada cinta, es que sabrá tras el primer vistazo decir quiénes serán los protagonistas que desgraciadamente para ellos morirán en las fauces de las bestias jurásicas clonadas genéticamente. Es algo instantáneo. Al menos así es como lo experimenté yo, y no fallé en ninguna ocasión, además incluso supuse correctamente qué dinosaurio daría cuenta de cada uno. Era ver a un nuevo personaje y decir “tú terminarás mal”, y dicho personaje terminaba mal. Pero esto no es ningún demérito para “Jurassic World”, más bien creo que al contrario. Esto es algo que a los que nos gustan las películas notamos por deformación profesional, pero que los que se inician en la saga no tienen ni idea y serán sorprendido como yo mismo lo fui en su día. Otra cosa que sigue igual que en las películas anteriores es la tensión que se sigue viviendo en ciertos momentos que tienen que ver, claro está, con los dinosaurios que durante las tres películas anteriores nos han mantenido en un sin-vivir constante y con los nervios de punta durante toda la película. Y sustos sigue habiendo, Spielberg no puede renunciar a una de sus señas de identidad.

Mención aparte quiero hacer de la banda sonora de “Jurassic World”. Esta vez no es John Williams, el maestro de maestros, el más grande compositor de bandas sonoras de la historia del cine, mal que le pese a muchos puritanos del séptimo arte que piensen los contrario y puedan incluso a considerarme un pecador por lo que acabo de expresar, quien ha compuesto la banda sonora y esto se nota. Si en las películas anteriores era clara la mano de Williams en las composiciones musicales de los momentos más cruciales y épicos; en la cinta que nos compete es Michael Giacchino el autor de la música que ni de lejos está a la altura de aquella mítica de “Parque Jurásico” con la que el espectador sentía que estaba siendo testigo de algo único e irrepetible, maravilloso y ante todo real. Para mí la pieza principal de la banda sonora original de la primera película, y en su conjunto la banda sonora de aquella primera cinta, es la mejor de la historia del cine. Y por suerte también está presente en esta nueva película, y como siempre acompañando a los visitantes a la isla de los dinosaurios en su llegada y descubrimiento de todas las maravillas. No creo que sea capaz de expresar con palabras, sensaciones que hay que vivir para poder compartir y entender, pero cuando los acordes de esa pieza musical empezaron a sonar los pelos se me pusieron de punta, y una alegría enorme, mezcla de nostalgia y emoción contenida, se invadió por completo haciendo incluso que varios escalofríos me recorrieran todo el cuerpo y asomaran en mis ojos alguna que otra lagrimilla. Larga vida al maestro John Williams.

Pasemos a la parte dinosaurios. En “Jurassic World” para chasco de los grandes fans de la saga no es el Tyrannosaurus Rex el que generará miedos y agobios en la sala, sino un híbrido de laboratorio el Indominus Rex, una dinosaurio hembra que generará quizá tanto respeto como nuestro ya querido y amado Rex. Es esta dinosaurio la que causará el terror en el parque de atracciones jurásico y la que deberá ser cazada y aniquilada. Es en esta cuestión, la del laboratorio genético, en la que se plantean las cuestiones éticas y morales que creo que no terminan de calar en la película y que están muy forzadas y poco desarrolladas para lo que creo que era la intención. Sí está siempre presente el dilema de hasta qué punto estamos dispuestos a llegar, a por cuánto estamos dispuestos a hipotecar nuestra ética y nuestra conciencia por el dinero o por la fama o por cualquier otro elemente efímero. Pero entre tanta acción, tantos efectos especiales, tanta épica, estos dilemas se pierden y al final el espectador no termina por hacerles caso y lo único que quiere y ve en la película es que el Indominus Rex es un peligro que hay que eliminar. También son parte importante en esta cuarta entrega de la saga los Velocirraptores, pero en este caso no terminan de ser villanos, aunque siguen siendo los protagonistas de los momentos de mayor angustia de la película. ¿Y qué es del Tyrannosaurus Rex? Pues que a pesar de que su papel en esta cinta es pequeño solo diré que el Rey sigue siendo el Rey.

Para terminar he de decir que “Jurassic World” es una muy digna última entrega de la mítica saga ideada por Spielberg hace más de veinte años. Creo que de todas las secuelas de aquella legendaria “Jurassic Park” es la más entretenida y la más parecida a ella. Los fans más puritanos podrán encontrar extravagante que el dinosaurio villano de esta entrega sea un tipo que no existió y que no es más que un engendro creado gracias a la mezcla de otros dinosaurios. Aún así la película ha cumplido con sus expectativas, al menos con las mías: es entretenida, es épica, hay acción, hay muchos dinosaurios (más que en ninguna otra entrega de la saga), muchos efectos especiales y muchos sustos, tensión y adrenalina. Creo que con esto basta para entretener y para convencer a la taquilla. Quien vaya a ver la película se encontrará con dos horas de entretenimiento puro y duro; dos horas que se pasarán voladas y que habrán merecido la pena.

Caronte.

martes, 16 de junio de 2015

Lectura crítica: "Un espía entre amigos"

Hoy no me toca hablar de una novela, ni de ninguna historia de ficción. Hoy toca comentar uno de los mejores libros de este año, sin paliativos y sin duda alguna. Muchas veces leemos historias que parecen reales, y alabamos a los escritores por ello, cuando en el fondo todo lo que se puede narrar en un libro no son más que situaciones, conversaciones y acciones que en mayor o menor medida el autor ha vivido en su propia piel y por tanto solo tiene por delante la tarea de sazonar ligeramente para mostrarlas como extraordinarias y fabulosas. Esta tarea no es sencilla y tiene mucho mérito. Pero creo que más mérito tiene aún el narrar hechos reales, conversaciones que sí que han pasado, acciones que sí se han llevado a cabo y han ocurrido en la realidad, y que además nada tienen que ver con quien las describe y narra.

Pocas veces antes había leído un libro que no narrara una historia de ficción, y que todo su contenido se mantuviera siempre dentro de la investigación periodística y documental; pero el día ha llegado y cuando oí hablar de este libro sobre uno de los mayores y mejores espías de todos los tiempos no podía dejar pasar la oportunidad de saber más, aún sabiendo que quizá no iba a ser la lectura más entretenida. Sin embargo tras haber leído “Un espía entre amigos” puedo decir que no sólo ha cumplido mis expectativas en cuanto a conocer más la vida de uno de esos personajes clave que han habitado y habitan en las sombras, sino que las ha desbordado por completo al haberme encontrado con un libro, que sin dejar nunca de lado los hechos y la realidad, se me ha descubierto como la historia más emocionante que nunca he leído en relación con el espionaje y eso que soy una grandísimo admirador de dos de los grandes genios del género literario de espías como John Le Carré y Graham Greene.

Un espía entre amigos” narra de manera brillante e intensa la vida como espía de Kim Philby. Se mire desde el ángulo desde el que se mire la vida de este hombre no tiene nada de corriente ni común, y si decidiéramos compararla con la que cualquiera de nosotros vamos a llevar, muy probablemente nos deprimiríamos bastante al pensar que nunca viviremos ni una centésima parte de las aventuras que este británico vivió. Kim Philby fue un espía del MI6 y del KGB, o mejor dicho, fue un espía del KGB que el MI6 consideraba suyo únicamente. Es quizá el doble agente más famoso del espionaje internacional de toda la historia. Su trabajo para la KGB pasando información sobre decenas de operaciones secretas de los Servicios Secretos Británicos supuso el fracaso de muchas de esas operaciones, y también la muerte de decenas, sino cientos, de personas. Todavía hoy su nombre causa escalofríos y sonrojos avergonzantes si se menta en el cuartes general del MI6, e incluso en el de la CIA. La vida de Philby discurría tal velocidad y con tantísima intensidad que al resto de mortales les costaría más de dos y tres vidas poder llegar a experimentar lo mismo que él.

La historia va mucho más allá de la simple narración de la trayectoria como espía de Kim Philby. “Un espía entre amigos” cuenta también parte de la historia del grupo de dobles agentes comunistas conocido como “Los cinco de Cambridge”. Este grupo estuvo formado por cinco jóvenes de inquietudes comunistas, de buenas familias inglesas, que podrían haber pasado perfectamente por perfectos gentleman ingleses, que trabajaron en el MI6 aunque rendían cuentas ante la KGB, ante la Madre Patria Rusia. No es la primera vez que oigo hablar, ni leo de “Los cinco de Cambridge”, y que ya me he leído varias novelas inspiradas en estos espías (novelas de Ian MacEwan, John Banville, Graham Greene y John Le Carré); pero sí es la primera vez que leo algo real sobre este grupo, con hechos, documentos, citas y operaciones reales en las que intervinieron para fracaso occidental y victoria comunista.

Como he dicho lo que se narra en “Un espía entre amigos” va mucho más allá de una simple biografía sobre Kim Philby. Como el propio nombre del libro indica, en él también se habla de amistad. Nick Elliot fue uno de los más grandes y fieles amigos de Philby. Ambos se conocieron siendo muy jóvenes. Elliot aprendió el oficio de espía de Philby y siempre le admiro, yendo esa admiración más allá del plano profesional y pasando a convertirse en una verdadera amistad. Elliot permaneció siempre fiel al MI6, siempre luchó contra el fascismo y el nazismo primero y, acabada la guerra, contra el comunismo levantando el telón de acero e intentando derribar el régimen ruso. Philby era todo lo contrario. Esta relación de amistad duró muchos años, y nunca se vio truncada pese a las dudas que en determinado momento surgieron en torno a la figura de Philby, ante las cuales Elliot desplegó tal defensa que ni un padre con su hijo. Hasta ese punto se respetaban, admiraban y querían. Pero al final la verdad terminó saliendo a la luz. Cuando Elliot asumió todas las pruebas que apuntaban a Philby como espía comunista, fue él quien decidió ir a por él. Quizá sea esta la parte de la historia más emocionante e intensa, esos encuentros entre dos amigos ya sin máscara alguna, uno decepcionado el otro sabiéndose atrapado sin más que una única opción de seguir adelante. Philby terminó por desertar a Rusia. Elliot siempre quedó marcado por esa amistad, quizá interesada, quizá real, pero seguro que determinante para Rusia, que gracias a ella pudo desbaratar muchas de las operaciones encaminadas desde occidente para tumbar su régimen comunista.

Ben Macintyre, el autor de “Un espía entre amigos” es columnista y editor en The Times, diario para el cual también ha trabajado como corresponsal en Nueva York, París y Washington. Pero ante todo es un narrador excepcional que ha creado una biografía muy bien documentada, con numerosas citas que dan veracidad a la historia, magníficamente narrada y que logra más intensidad en sus hechos que muchas novelas de espías de autores que pretenden conseguir lo que este periodista ha conseguido sin buscar escribir una novela. En muchos momentos del libro el lector tiene la verdadera sensación de que está totalmente inmerso en la lectura de un thriller de espionaje, sin embargo al instante se vuelve a dar cuenta de que lejos de la realidad, lo que está leyendo es una historia real. Las películas de James Bond (o las novelas de Ian Fleming, que también sale en este libro citado en un par de ocasiones), los libros de Graham Greene (que también aparece en las páginas de “Un espía entre amigos”) y los de John Le Carré, han hecho que los lectores a los que nos gusta este género tomemos como ficción acciones y elementos que vistos ahora en este libro resultan totalmente verídicos. Hay momentos en que tenía que levantar la vista de las páginas para recolocar mis ideas y volver al pasado para asumir que lo que había leído en novelas de espías no eran invenciones de sus autores sino realidades que han ocurrido, aunque la gente normal no nos hayamos dado cuenta de nada.

Puede que muchos lectores al saber que “Un espía entre amigos” es un libro biográfico sobre la carrera profesional de alguien que existió en la realidad, con muchas citas, datos reales y documentos que se exponen para ser comprobados si el lector es demasiado incrédulo, no se atrevan a leer este libro. Sin embargo puedo decir tras haberlo leído que yo lo compré por esa misma razón, porque quería saber más sobre una personaje que me generaba admiración y curiosidad, pero que al final he terminado amando este libro porque lo que en él se cuenta es de tal envergadura, y está narrado de manera tan sobresaliente que mantiene al lector con ganas de saber más y más y más. Además, es un libro con momentos de todo tipo, desde divertidos, irónicos, sarcásticos, hasta de una tensión que se puede casi cortar con un cuchillo, pasando también por momentos duros en los que se ve la traición a una amistad de manera directa. Recomiendo vivamente la lectura de este libro, que no quiero tachar de novela porque narra hechos reales pero que supera con creces a muchas noveles de espías. Para mí ha sido una grandísima sorpresa.

Caronte.

viernes, 5 de junio de 2015

Lectura crítica: "Rabos de lagartija"

Juan Marsé es uno de esos grandes escritores españoles de la segunda mitad del siglo XX de los que apenas había leído nada y no tenía noticias, a pesar de haber sido premiado con los más prestigiosos galardones literarios de este país (sólo le falta el Princesa de Asturias creo). Algo lamentable sin contemplaciones. Por esta razón, y para paliar en cierto modo esta carencia literaria, cuando vi en la librería de segunda mano El Rincón de Lectura de la Plaza del Dos de Mayo este ejemplar de una de sus novelas más aclamadas y premiadas no lo dudé dos veces y lo cogí (además de que estaba en muy buen estado, casi nuevo, y me costó sólo un cuarto de su precio original). Sin embargo a pesar de que lo compré con mucha ilusión he ido retardando su lectura porque no me terminaba de ponerme con él pensando que no me acabaría de convencer y con la sensación de no querer perder el tiempo habiendo tantos otros libros que me llamaban más la atención y que me apetecía más leer. Al final el haber retardado la lectura de este libro no ha hecho más que retrasar el disfrute de esta historia conmovedora y totalmente rompedora con lo que estoy acostumbrado a leer.

Rabos de lagartija” es una novela ambientada en la Barcelona de los años de posguerra, no ya solo de la Guerra Civil Española sino también de la IIGM, en una barriada muy humilde de la ciudad. Se nos presenta una familia formada por una madre, pelirroja (este hecho no es baladí, y a lo largo de la novela siempre es una signo recurrente para señalar que se habla de este personaje) y su hijo, David, que hace las veces de narrador de la historia (aunque también hay otros narradores), y el feto – sí habéis leído bien, el feto – que lleva la madre en su vientre y que también cumple una función narrativa muy importante, a la par que original. Junto con estos dos/tres personajes, también aparecen otros secundarios como son el padre de David que tuvo que huir de la policía por no ser afín al régimen de Franco y que está siendo buscado por la policía; el Inspector Galván que con la excusa de estar buscando al padre de David entabla relación con la madre y la lleva regalos y la acompaña muchas tardes; y Paulino, un amigo de costumbres un poco raras de David, que se dedica durante toda la novela a buscar lagartijas para cortarlas el rabo para así hacer un mejunje que cure sus almorranas. Todos y cada uno de estos personajes tienen bastante peso en la novela, y siempre están presentes de una u otra manera. Sin embargo es David, por concretar, el personaje principal de la historia, y alrededor de él gira toda la novela.

Como digo la trama de la novela gira en torno a estos personajes y en ella Marsé plasma de manera magistral una época en la que los cambios, los silencios, el miedo y el pasar desapercibido era lo que se llevaba. “Rabos de lagartija” muestra la España de los años 40 desde el punto de vista de una familia señalada en parte por los vencedores de la guerra al tener a uno de sus miembros fugado, el padre. Esa España del estraperlo, del qué dirán, de los murmullos de los vecinos, de los estigmas, de las cartillas de racionamiento y del sobrevivir con lo que se pudiera. Dentro de este ambiente semi marginal en el que vive la familia de David, el protagonista, vemos además otro mundo totalmente diferente y paralelo. David es un niño especial, con una sensibilidad diferente a la del resto de niños y con una personalidad tocada por unos ataques de dolor en los oídos y en la cabeza que a veces le hacen viajar a un mundo imaginario. Así muchas veces David habla con su hermano que todavía no es más que un feto, o con su perro ya sea estando este vivo o muerto, o con la maqueta de una oreja de un otorrinolaringólogo, o con la foto de un aviador irlandés atrapado por los nazis durante la IIGM, o incluso con su padre desaparecido. Esas fantasías, esas imaginaciones, nunca terminan de estar del todo claras y el lector tampoco termina por saber muy bien si estamos ante la realidad o la fantasía.

La estructura narrativa de la novela es bastante compleja. Cuando comencé a leer “Rabos de lagartija” estuve a punto de dejarla porque no me terminaba de meter en la historia y no comprendía esos bandazos sin sentido y sin avisar que se dan en los puntos de vista de la narración y en los narradores. Pero me dije que tenía que seguir. Fue una sensación extraña ya que me gustaba y a la vez me parecía tan extraña que parecía que la iba a aborrecer. Me terminé enganchando a la novela y al final quería leer y leer sin parar hasta saber qué pasaba, cómo iba siendo la relación de David con su amigos Paulino, las aventuras de este último y sus problemas con su tío; o como terminaría la relación entre el inspector Galván y la madre de David, siempre tan al borde del amor y el contacto físico, pero sin atreverse nunca por parte de ninguno de los dos a atravesar esa frontera y dejarse llevar por lo que el lector termina intuyendo que ambos sienten y desean, pero que por unas razones él y otras ella (éstas debidas a su hijo David que nunca ha visto con buenos ojos al policía) nunca van a más.

Pese a la complejidad estructural de la novela también debo añadir que se lee de forma muy sencilla y sin ningún problema. El estilo de Juan Marsé es directo sin muchas imbricaciones ni demasiadas vueltas a un asunto o tema. Tampoco abundan las descripciones de lugares o situaciones, solo se dice lo necesario para contextualizar un diálogo o una acción, nunca más. El vocabulario por el contrario es muy variado y rico, lleno de expresiones coloquiales y populares que hacen de la lectura de “Rabos de lagartija” sea una gozada a la hora de conocer cómo era el ambiente de una barriada pobre en los años duros de la posguerra. Permanente es durante toda la narración la nostalgia y la melancolía por la ausencia del padre, por la dureza de una represión y un miedo a la policía que con simples brochazos y pequeños ejemplos muestran la realidad de una época que ya casi está olvidada, no sé si para bien o para mal.

Al final la novela engancha y bastante, lo digo en serio; y si al principio me costaba leerla básicamente por la estructura y los cambios de estilo narrativo (de directo a indirecto), de personajes que hablan y cuentan sus experiencias y de lugares y escenarios, al ir avanzando en su lectura fui cogiéndole el pulso a la novela y puedo asegurar que “Rabos de lagartija” una vez terminada de leer, es de esas novelas que dejan un buen poso en el lector. Uno acaba con gusto la novela y casi desea que hubiera seguido durante más páginas para haber podido así disfrutar de los personajes y ante todo de la tremenda imaginación de Marsé. Imaginación y casi diría yo surrealismo, que en ocasiones toca el verdadera lirismo en la evocación de algunas imágenes que se usan para ambientar. Cuando estaba leyendo la novela parecía que estuviera leyendo algo de otra época, mucho más antigua, por ejemplo la de la las vanguardias, cuando se experimentaba en la escritura y se dejaba al libre albedrío la imaginación de los escritores para que fuera ésta la que guiara la escritura. Mención aparte debo hacer del final de la novela en el que se desarrollan los acontecimiento de tal manera que el lector se quedará sin aliento y muy tocado anímicamente.

Termino ya diciendo que “Rabos de lagartija” ha sido todo un descubrimiento, no por la propia novela en sí, que también es extraordinaria y muy poco común para lo que se escribe hoy en día, sino también por el propio escritor, Juan Marsé, cuya originalidad creo que es mayúscula y su imaginación totalmente desbordante. Ésta es una novela fresca, llena de alegría y melancolía, que a pesar de que puedan parecer sentimiento opuestos no lo son para nada; pero también es una novela cargada de pesimismo, el pesimismo de una época y una clase social que veía que poco o nada podía hacer para mejorar en ese Régimen que había en España en los años 40 del siglo pasado. Recomiendo encarecidamente la novela; además quien la lea, al final de la misma se llevará una sorpresa dura que hará cambiar con perspectiva la imagen que se haya formado de la novela y del conjunto de la historia.

Caronte.