viernes, 25 de febrero de 2022

Dora Bruder

Desde el año que concedieron el Nobel a Patrick Modiano y que aproveché para acercarme a la obra de este escritor francés al que hasta entonces desconocía, no había vuelto a leer nada suyo. Por suerte y casualidad, hace unos días, durante una de mis visitas a mi librería de segunda mano de referencia di con una de sus obras más famosas: esta que hoy voy a reseñar. No lo dudé y directamente salí de la librería con este libro en el bolsillo (literalmente, ya que, a diferencia de lo que pasa con las ediciones de bolsillo españolas, las francesas sí que caben a la perfección en el bolsillo de un abrigo). El haber leído esta novela sin tenerlo pensado de ante mano es de esas pequeñas sorpresas que me da la vida a veces y que hacen que mis lecturas anuales no siempre vayan por los caminos que pueda plantearme de ante mano.

Patrick Modiano es un escritor intimista, con un mundo literario y unas formas narrativas muy personales, no siempre típicas y comunes, que hacen que su obra sea diferente a lo que las corrientes literarias pueden marcar. Dora Bruder es un ejemplo perfecto de esta manera tan íntima y personal de entender la literatura. Partiendo de hechos reales ya que Dora Bruder fue una mujer de carne y hueso real que sufrió el holocausto nazi en su propia piel y que un buen día desapareció de la noche a la mañana, Modiano urden un libro melancólico donde se hace muchas preguntas sobre la vida, el pasado y el presente; preguntas que no siempre es capaz de responder.

A modo de libro que cuenta el proceso de investigación personal de Modiano para intentar reconstruir la vida de Dora Bruder, el escritor francés aprovecha para hacer también, como además es ya típico en sus novelas (al menos en las que yo he leído), una especia de radiografía de París y sus calles, plazas, bulevares y cafés intentando coser en un mismo plano presente y pasado evocando recuerdos que traen una ciudad, un eco de pasos, imposible de ubicar en la actualidad. Dora Bruder es un libro donde la ficción apenas hace aparición ya que son los hechos reales los protagonistas y si no estos, sí los recuerdos de Modiano.

Tirando de diversos hilos, tanto oficiales como los de su propio recuerdo, Modiano presenta en Dora Bruder una historia cruda de persecución judía durante los años de la ocupación nazi de Francia y de cómo París poco a poco se fue haciendo invivible para los judíos que ser vieron señalados primero, perseguidos después y por último encerrado en campos de concentración franceses o deportados para nunca retornar a sus casas. Sin embargo, pese a este trasfondo, este libro ni es pesimista ni sentimentalista ni dramático. Nada sórdido se narra en él, nada morboso o cruel. El tono es más bien melancólico y nostálgico por algo que pasó y que parece que cayó en el olvido.

Una de las características que más me gustan de Modiano es su sencillez a la hora de plantear temas que van más allá de lo simbólico y que dejan cierto poso post lectura en quien lee alguno de sus libros. Dora Bruder puede parecer un libro menor, simple y sin sustancia, pero una vez leído al final se tiene la impresión de que se ha buscado con el mismo ahínco a Dora, siguiendo por un París presente sus pasos por un París remoto e inexistente e intentando desentrañar qué pasó por la cabeza de esta joven judía durante la persecución nazi.

Lo bueno de los libros de Modiano es que no se pueden hacer pesados puesto que su extensión no suele ser excesiva, haciendo de sus lecturas, al menos en tiempo y duración de las mismas, algo breve. Esto no quita por supuesto para que alguno de sus libros pueda ser de un tedio absorbente, pero no suele pasar tampoco porque el Nobel francés sabe dosificar recuerdos personales con aquello que quiere transmitir y contar. Dora Bruder es un buen ejemplo representativo de la obra general de Modiano y es una lectura interesante, tanto por forma como por contenido, que avanza llevando al lector del presente al pasado y vuelta al presente de nuevo para hacernos vivir una historia dual: propia y ajena.

Para los que alguna vez se hayan ya acercado a la obra de Patrick Modiano, Dora Bruder es una lectura totalmente complementaria al resto de su obra. Aquí no van a encontrar ficción sino una historia real. Bueno, dos historias reales, la de Dora Bruder y la del propio autor intentando reconstruir pasos y emociones de la joven judía desaparecida sin dejar rastro muchos años después. No sé, sin embargo, si para quien no se haya acercado antes a la obra de Modiano si este libro puede despertarles el interés suficiente para tras su lectura proseguir descubriendo a un escritor muy particular e intimista que no pretende en sus libros más que encontrarse a sí mismo en sus recuerdos.

Caronte.

miércoles, 23 de febrero de 2022

Un hombre solo

Ya sabéis los que me conocéis del blog que tengo una debilidad (adquirida muy tardiamente) por Bernardo Atxaga y su obra literaria. Por eso no debería sorprender que vuelva a una de sus novelas y me toque hoy hablar de ella. Aunque en sus novelas más recientes se había alejado algo de los temas vascos más delicados, dejando a un lado el tema de ETA, el terrorismo y los años grises y oscuros de Euskadi bajo el yugo del miedo, la cobardía y el señalamiento público, hubo una época que Atxaga escribió directamente sobre el conflicto vasco significándose bastante con el mismo (no en el sentido que algunos podrían pensar y, desde luego, tampoco como algunos pretender hacer ver ver). Esta es también otra de las razones que me han llevado a leer esta novela: descubrir por mi mismo el tratamiento que Atxaga, probablemente el escritor vasco más importante de las últimas décadas, dio al conflicto terrorista.

Como gran amante de su tierra, de sus paisajes, tradiciones y memoria, y sobre todo de su lengua (toda la obra de Atxaga está en euskera), Bernardo Atxaga siempre ha tenido en sus novelas una querencia especial por el País Vasco y su esencia, su alma. Todas las novelas de Atxaga tienen parte de esa esencia vasca tan única e inimitable, pero Un hombre solo, a diferencia de otras novelas que consagraron a su autor, no solo tiene siempre de fondo a Euskadi (a pesar de que la novela esté ambientada en Barcelona) sino que también toca y enfrenta el conflicto vasco de manera directa.

Un hombre solo narra la historia de un hombre, vasco, antiguo militante en ETA que tras alejarse de la banda armada y de la lucha y resistencia contra la dictadura y tras haber pasado por la cárcel y ser amnistiado compra un hotel en Barcelona, cerca de Monteserrat, con sus amigos y se hace hotelera con ellos, además de panadero. Durante los Mundiales del ’82, en esa España unida por la droga del fútbol, pero alerta por la dureza y frialdad de las balas etarras, y alojando en su hotel a la selección polaca, rodeado por tanto de policías, decide esconder a dos fugitivos de ETA durante unos días en los sótanos del pequeño edificio que utiliza como panadería y su refugio frente a todo. Es ese choque de un presente realista donde sus amigos y antiguos compañeros de cárcel y lucha armada han pasado página y un pasado muy presente por la presencia de esos nuevos militantes por la “libertad de Euskadi”, el que se analiza durante toda la novela.

Atxaga utiliza la forma y los recursos de la novela policiaca de suspense (centrada eso sí, no en la policía que pretende desenmascarar a los malos, sino en la otra cara de la misma moneda) para crear una novela donde confronta de manera directa el conflicto vasco, desde sus orígenes al presente de la novela (años 80) pero mirados con la perspectiva de escribirla en los años 90. Un hombre solo es un choque de realidad, una muestra palpable de que nada en este mundo es de un único color y que la verdad única o el relato monocolor y monocorde de la historia no existe (o no debería existir).

En las páginas de Un hombre solo conviven la lucha, concreta, armada de ETA contra una dictadura que sometía bajo un yugo de sangre al pueblo vasco y a su lengua y cultura (por analfabetismo fascista) con otra lucha, ya indiscriminada, de unos jóvenes vascos atraídos por un relato manipulado de la lucha por un pueblo y una identidad contra un Estado ya no tiránico. Ese choque de realidad, mostrado más por los amigos del protagonista que por él mismo, a quien corroe la culpa del pasado, la melancolía por los que ya no están y el anhelo quizá de volver a sentirse tan vivo como cuando su lucha buscaba acabar con una serie de injusticias ejerciendo incluso la violencia.

Sin embargo, no estamos ante una novela que justifique a ETA en ninguno de sus aspectos. Para nada. Bernardo Atxaga plantea los hechos con claridad y nitidez, sin vergüenza y sin el peso que podría tener el juicio de lectores y público sobre sus espaldas. Un hombre solo es una novela sobre cómo la soledad, la impuesta o la buscada, lleva a decisiones no siempre fáciles, a tomar caminos a veces erróneos, a veces acertados, pero cuya responsabilidad recae en uno mismo a pesar de que esas acciones individuales que uno piensa propias, puedan acarrear consecuencias no medidas o pensadas que pueda afectar de manera irremediable a terceras personas.

He leído esta novela tanto como thriller político como novela sociológica (no voy a mencionar aquí todas las conversaciones políticas que se llevan a cabo durante la novela y que le dan una dimensión filosófica y social tan profunda). No podía dejar de leer la novela. Atxaga ha conseguido con Un hombre solo que toda mi atención se fijara y centrara en cómo el protagonista de esta historia saldría del trance tan difícil en el que su pasado y su presente le habían metido simple y llanamente por no pedir ayuda a sus amigos, por pensar que podría hacer las cosas como casi siempre las había hecho: solo. Es de admirar también, además, que Atxaga escribiera esta historia cuando lo hizo sin pararse a pensar en el qué dirán. Esta es también una novela sobre ETA, pero quizá no la que nos querrían vender como tal aquellos que pretendieran fijar una única visión sobre el pasado.

Caronte.

miércoles, 16 de febrero de 2022

Las intermitencias de la muerte

Muchas veces las tradiciones surgen de la nada, simplemente de un hecho que casualmente, consciente o inconscientemente, se repite con una cierta periodicidad o asiduidad hasta que pasa a ser una costumbre y alguien, un individuo o un conjunto de personas, lo asume como tradición. Sin quererlo voluntariamente, esto es lo que me ha pasado con Saramago desde que hace ya unos cuántos años lo leí por primera vez: y es que desde aquella primera novela suya que cayó en mis manos (tarde como me suele pasar con ciertos escritores) cada año leo entre una o dos de sus novelas dependiendo de las que encuentre en las librerías de segunda mano que son las que me han surtido de todos los libros suyos que he leído. Y ahora ya es una tradición qué procuró llevar a rajatabla y honrar anualmente sumergiéndome en alguna de sus novelas.

Tras haber leído probablemente sus novelas más famosas o de título más célebre, esta vez la que ha caído en mis manos es esta novela de título absolutamente atractivo (atractivo por lo que tiene de misterioso y límite mentar a la muerte en el título de una novela). Las intermitencias de la muerte es un libro en el que es la muerte, la parca, esa señora (siempre es una mujer la muerte, siempre en femenino) con guadaña, túnica negra y de aspecto la protagonista como en el fondo lo es de nuestra vida. Si digo la verdad, es la primera vez que leo una novela cuyo protagonista sea un elemento tan esencial y radical en nuestra vida como es la muerte: aquello que en el fondo le da sentido a nuestra existencia.

¿Qué es la muerte sino algo que desde el momento en que nacemos sabemos que tendremos que afrontar? ¿Qué es la muerte sino un evento cumbre en nuestra vida que llega sin nosotros saber cuándo y por tanto al igual que en hacer causará dolor y lágrimas aunque de muy distinto y contrario signo a aquellas que se producen en el alumbramiento de una vida? pues en esta novela Saramago da una respuesta un tanto alternativa y presenta a la muerte como una funcionaria que decide deja de hacer su trabajo. Esta es la premisa principal de Las intermitencias de la muerte: cómo se desarrollaría la vida en un país en una sociedad en la que nadie muriera. Difícil cuestión que nadie se plantea por lo inasumible de la misma y porque sería en cierto modo un alivio y un agobio al mismo tiempo.

Las novelas de Saramago, al menos las que hasta la fecha he leído, plantean siempre cuestiones morales, filosóficas y éticas que afectan al ser humano como individuo y como sociedad de manera profunda. Las intermitencias de la muerte no es una excepción y partiendo de un planteamiento absolutamente distópico o de ciencia ficción (qué son los géneros en los que yo englobaría la obra de Saramago) el Nobel portugués analiza los aspectos personal, a nivel de individuo, y social, a nivel de conjunto, que entrañaría el que no muriera nadie y que por lo tanto la vida no tuviera un fin (entendiendo este fin en dos vertientes: como objetivo y final).

Por desentrañar un poco la estructura y el contenido de la novela podríamos decir que es bastante claro que Las intermitencias de la muerte se podría dividir en dos partes perfectamente diferenciadas. Una primera mitad de la novela trata y analiza de diferentes vertientes como la sociedad en su conjunto a nivel gubernamental empresarial religioso y social afronta el hecho de que nadie muera. Es en esta primera mitad en la que Saramago, como suele hacer en sus obras, muestra su aspecto de escritor más ideológico y político analizando muchos aspectos claves de lo que a día de hoy es la sociedad capitalista en la que vivimos llevando al límite absolutamente todos los tabús morales y éticos que envuelven al final de la vida ya sea la enfermedad, la vejez y la propia muerte. Es muy interesante ir de la mano de Saramago y su magnífica lucidez cómo el intelectual que fue los diferentes aspectos que en una estructura de sociedad actual se verían afectados por este hecho fantasioso, ya que bajo la narración de una fábula entretenida y magistralmente escrita subyace siempre una crítica lúcida y voraz del sistema social absolutamente desbocado y desaforado que las sociedades capitalistas han impuesto.

Sin embargo, Las intermitencias de la muerte tiene una segunda mitad que choca radicalmente con la primera y que prácticamente constituye una segunda novela dentro del global. Y es que, en esta segunda mitad, Saramago se centra en la muerte y en su retorno al trabajo dando un preaviso de 7 días a aquellos que van a morir volviendo a plantear otra vez una serie de dilemas morales sobre este hecho, pero, sobre todo, humanizando a la muerte, a la que termina poniendo cuerpo físico y rostro de mujer para traerla entre los vivos e intentar culminar un trabajo que se niega a ser realizado.

Este contraste entre las dos partes de una misma novela hace de Las intermitencias de la muerte una de las obras de Saramago más complejas e interesantes de leer, puesto que se mezclan dos de las características fundamentales de la obra de este magnífico escritor portugués una narración comprometida con los dilemas sociales que tiene la vida y la reacción del ser humano a los mismos, con una fábula fantástica sobre la muerte y sus debilidades. Porque humanizando a la muerte Saramago lo único que hace es constatar que entre muchas cualidades la muerte es principalmente algo inherente a la vida y que no puede escapar de vivir como ningún vivo puede escapar de morir.

Caronte.

jueves, 10 de febrero de 2022

Tocar el agua, tocar el viento

Hacía mucho tiempo ya que tenía pendiente acercarme a la obra de Amos Oz, quizá uno de los escritores israelíes más importantes de las últimas décadas tanto por relevancia como por activismo objetivo de la causa de la paz en Oriente Próximo. Mucho tiempo llevaba también este libro en mi pila de lecturas pendientes esperando a que se abriera el hueco justo para poder leerlo. El momento ha llegado y tras su lectura tengo que decir que no sé si he encontrado lo que esperaba encontrar, si me he perdido en una lectura extremadamente simbólica o si, una vez acabado de leer, volveré a leer alguna otra de sus novelas. Es cierto que no tenía muchas referencias sobre este escritor, simplemente su nombre y haberlo siempre visto, hasta su fallecimiento, en las eternas listas de perennes candidatos al Nobel, siendo quizá uno de los más célebres no ganadores del máximo galardón de las letras universales. Quizá esta falta de referencia y puntos de partida han jugado en mi contra.

Tocar el agua, tocar el viento es una novela de una tremenda simbología (como ya he adelantado antes) en la que Amos Oz relata la vida de un matrimonio que durante la IIGM se ve obligado a separarse y siguen caminos diferentes durante 40 años hasta que se reencuentran en un kibutz en Israel tras haber llevado vidas cargadas con el peso del pasado y de sus raíces judío-polacas. Lo que, a priori, podría parecer un argumento atractivo para acercarse al éxodo permanente y a la persecución histórica a los que los judíos han hecho frente desde que existen, termina siendo una lectura, al menos para mí, desenfocada debido a la gran carga simbólica que presenta la escritura de Oz y a las, supongo, numerosas referencias a la cultura judía que se me terminan por escapar.

Durante toda la lectura de Tocar el agua, tocar el viento he tenido la impresión, que en el fondo era más bien certeza, de que estaba ante una novela superior a mis capacidades como lector, a mis propios conocimientos y posibilidades para captar con la necesaria lucidez los símbolos que Oz utiliza para narrar el periplo por Europa de este matrimonio separado por las circunstancias y que, a pesar de que solo en el final se encuentran en Israel, no dejan de añorase ni buscarse de una manera u otra intentando ante todo sobrevivir como judíos en un mundo que siempre les ha perseguido hasta la culminación más atroz de todas como fue el Holocausto.

Es de suponer que hacer una novela sobre un éxodo (porque lo que en esta novela se narra no es un exilio, sino un éxodo) no es tarea fácil sin caer en sentimentalismos o durezas extremas. De ahí que Amos Oz haya recurrido a la simbología y quizá al misticismo también para narrar esta historia. Tocar el agua, tocar el viento no es simplemente una novela de amor en el que una pareja que se ama se separa por su propia supervivencia, sino que representa también el anhelo de paz y libertad que el pueblo judío lleva toda la vida (y esta expresión en este caso no es para nada ninguna exageración) buscando: su sueño de pertenencia; su deseo de inmovilidad tras generaciones y generaciones de persecuciones, odio y muerte.

Muchas son las novelas escritas por judíos relatando sus penurias en campos de concentración u ocultos en sótanos malolientes sin ventilación alguna durante años o huyendo de pasaporte en pasaporte falso de un país a otro sabiendo en el fondo que nunca estarás a salvo de lo que eres, pero Tocar el agua, tocar el viento es diferente puesto que Oz no pretende contarnos su vida, simplemente plasmar mediante una fábula plagada de simbolismo el errar esperanzador, puesto que la esperanza es lo último que se ha de perder, de los judíos durante el siglo XX.

Si no fuera por ese exceso de simbología Tocar el agua, tocar el viento hubiera supuesto una lectura enriquecedora, pero he terminado perdido intentando saber qué quería decir Oz con determinados pasajes de la novela, con determinadas figuras, con ciertas metáforas, con las fábulas que intercala en la narración “lineal”. No quiero decir con esto que la lectura de esta novela me haya dejado un mal sabor de boca, porque no es así. Simplemente reconozco mis limitaciones lectoras ante una obra que probablemente si hubiera leído tras haberme acercado a la obra de Oz de otra manera hubiera disfrutado mucho más.

Desde luego he errado acercándome a la obra de Amos Oz empezando por Tocar el agua, tocar el viento, lo reconozco. Pero esto no quita para que, aunque su lectura me haya decepcionado, no tanto por el propio libro sino por mí, sí que me haya despertado la curiosidad para volver a intentar acercarme a la obra de este escritor en algún momento en mis próximas lecturas. Que vaya a ser antes o después dependerá mucho de los libros y lecturas que se me vayan cruzando a lo largo de este año. Por lo tanto, queda pendiente volver a leer algo de este autor israelí ya fallecido en 2018, pero cuya vigencia probablemente siga intacta.

Caronte.

martes, 8 de febrero de 2022

El enigma de las arenas

Esta es una de esas novelas a las que he llegado a través de otros libros en los que aparecía mencionada como uno de los grandes clásicos de las novelas de espionaje: quizá el origen de este género siendo pionera en el momento de su publicación allá por 1903. Y digo que llegado a este libro a través de otras lecturas porque es así: porque no ha sido ni uno ni dos los artículos que encontrado mencionando esta novela. Tampoco ha sido fácil dar con ella editada en castellano y tuve que recurrir a la segunda mano para hacerme con ella. De hecho, creo que ahora sale reeditada por Edhasa con prólogo de Arturo Pérez Reverte (quién está en todas las salsas de este tipo de novelas tan aventuras y con tanto mar) con lo que espero sea más fácil su lectura por aquellos que llevados por la curiosidad y buscando siempre lecturas interesantes y amantes obviamente de la novela de espías Hola decidan sumergirse en este viaje por el mar de frisia en velero intentando desentrañar un misterio.

Como pasa con todos los clásicos, esta novela hay que cogerla con mucho respeto; sobre todo aquellos lectores que, como yo, sentimos un especial interés y atracción por los libros y novelas de espías y tenemos en un pedestal a John le Carré o a Graham Greene. Hay que tener en cuenta también que El enigma de las arenas fue publicado en 1903 y que en esa época todavía había grandes coletazos de las novelas realistas naturalistas y costumbristas inglesas del siglo XIX. Por esta razón, que nadie se espere el nivel de acción o de reflexiones filosóficas que Hola novelas posteriores de espías fueron incorporando. En esta novela prima la descripción del paisaje, de una serie de sentimientos, diálogos muy concretos y actitudes sin dobles sentidos.

El enigma de las arenas gira en torno a un viaje en velero que un amigo propone a otro, funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores inglés, por las aguas del mar de Frisia entre islas frías, neblinosas y rodeadas por bancales de arena y canales que solo quedan navegables con la marea alta, mientras que cuando el agua baja periódicamente cada día se hace prácticamente imposible y muy peligroso navegar por esas aguas. Así, de un plan improvisado, surge una aventura en la que hay un misterio subyacente que los dos amigos por motivos diferentes cada uno pretende desentrañar.

Como muchas de las novelas de la época, esta es una novela de mar: hay mucho mar, mucho barco, muchos tecnicismos relacionados con la navegación, con los barcos y con la propia geografía marítima. El enigma de las arenas puede ser una novela que si nos quedamos simplemente en la descripción de maniobras náuticas, accidentes geográficos marítimos, rumbos, vientos y aparejos puede resultar tediosa de leer; como un Moby Dick cuando Herman Melville se pone erudito y relata describiendo cuál libro de anatomía las diferentes partes de una ballena, los diferentes tipos de arpones o de tipos de barcos que cazan cetáceos. No hay que olvidar el contexto y la época de aparición de este libro; sin él tampoco se entiende ni se entendería el por qué lo que está narrado está narrado.

Lo que tienen los clásicos es que una vez te adaptas a ellos y superas los prejuicios normales que se tienen a narraciones tan antiguas a las que no estamos ni por contexto ni por estilo acostumbrados hoy en día es que terminan atrapando. Por algo se los considera clásicos. Y más en este caso siendo El enigma de las arenas probablemente la primera gran novela de espionaje, pionera y precursora, por tanto, de este género tan importante durante todo el siglo XX y lo que llevamos de XXI. Tampoco hay que esperar de esta novela giros inesperados, cambios de trama a medio libro o sorpresas de última hora en cuanto al desarrollo de los acontecimientos; el argumento es lineal, original para la época y encuadrado en el contexto en el que se desarrollan los acontecimientos.

Con la perspectiva que da el tiempo y tras haber leído muchas novelas de espías de varios autores está claro que esta novela, que El enigma de las arenas es ese manantial del que, de una manera u otra, autores y libros han bebido, en mayor o menor cantidad, desde su publicación. Podría decir, siguiendo con los símiles náuticos y marítimos, que este libro es una especie de faro que cualquier escritor o escritora que quiera construir una novela de espías de corte clásico debe tener siempre como punto de referencia en su brújula y no perder de vista para no caer en artefactos falsamente originales que lo que se convierten es en tostones sin sentido.

Nadie que se diga amante de la novela de espías y que haya leído posteriormente a Conrad, le Carré, Greene, McEwan, Agatha Crhistie, y tantos debería dejar en el olvido El enigma de las arenas. Pese a tener poca relación con el contexto histórico actual esta novela sigue siendo una gran novela de aventuras y de espías clásicos. Además, teniendo en cuenta los años transcurridos desde su publicación, es admirable que se deje leer con tanta facilidad una vez te acostumbras a toda esa maraña de tecnicismos náuticos y marítimos que en el fondo dan a la novela ese aire tan clásico que tiene. Y como siempre digo de los clásicos al final siempre es un gusto leerlos.

Caronte.

viernes, 4 de febrero de 2022

El italiano

Que Arturo Pérez-Reverte saque novela todos los años ya no es noticia ni sorprende a nadie. Es un autor tan prolífico como pocos ha habido la historia de la literatura española; habría que remontarse a la época quizá de Umbral o a la época de Galdós para encontrar autores que publicasen tanto y tan bueno durante tantos años. Dejando a un lado el propio carácter de Pérez-Reverte que puede gustar más o menos tanto por opiniones como por actitudes, lo que es innegable es su grandiosa capacidad para escribir, para hacerlo bien y para, en su mayor parte, dar a los lectores novelas de aventuras de corte clásico que nos transportan a otra época y a escenarios muy diversos. Leo esta su última novela apenas pocos meses después de su publicación y con cierta incertidumbre por el estrepitoso fracaso (a mi modo de ver) que supuso su anterior novela sobre la guerra civil y qué me pareció de todo menos buena.

Cuando Pérez-Reverte se pone a hacer las cosas bien, cuando se remanga y se pone a escribir con gusto, sin prisas, sin encargos, sin obligaciones, sin intentar moralizar ni pontificar sobre absolutamente nada, es cuando Pérez-Reverte logra lo que ha logrado con El italiano: una novela de aventuras de corte clásico con sus dosis justas de amor, de personajes fuertes, valientes, heroicos, ambiguos, dignos… que entretiene de principio a fin y que traslada al lector directamente allí donde se desarrolla la novela y le hace formar parte de la historia.

Después de leer el año pasado Línea de fuego y quedar absolutamente decepcionado por la visión que Pérez-Reverte plasmó en sus páginas mostrando una falsa equidistancia sobre la guerra civil que lo único que demuestra es posicionamiento hacia uno de los bandos ya que, si en una guerra civil equiparas bandos, cuando todos sabemos lo que pasó en la nuestra, te estás poniendo en el lado vencedor quieras o no, de manera consciente o inconsciente, pero lo haces. Por esto cuando publicó El italiano decidí dejar pasar el tiempo antes de leerla. No quería ir influenciado por la lectura de su anterior novela y por tanto no disfrutar de lo que pudiera esconder el libro. Y, sin embargo, me he equivocado, lo reconozco, pero no es demérito mío sino mérito Pérez-Reverte al haber vuelto hacer aquello que mejor sabe: fabular.

El italiano nos traslada a 1942-1943 y a una zona muy interesante novelísticamente hablando cómo fue Gibraltar y la frontera con España (Algeciras, la Línea de la Concepción) toda esa zona fronteriza entre dos Estados enemigos en un periodo de guerra y en el que los espías, los contrabandistas y los militares se mezclaban permanentemente. Y no solamente eso, sino que Pérez-Reverte nos introduce en una historia basada en hechos reales sobre militares italianos con torpedos submarinos dirigidos por buzos, cuales motos de agua primigenias. Es sorprendente lo que puede hacer la imaginación a partir de un hecho real y lo que es capaz de hacer Pérez-Reverte con una historia que según él lleva escuchando toda la vida como mito leyenda o heroicidad de unos hombres que cumplían con su deber que era hacer el mayor daño posible a los enemigos.

Usa además Pérez-Reverte en El italiano un recurso clásico de los escritores más arraigado, como es introducirse a sí mismo como personaje (ficticio) de la novela para poder darle estructura y tener un hilo argumental paralelo que apoya a la recreación histórica de unos hechos ficticios pero que se basan en hechos reales totalmente contrastables y que ocurrieron en la Bahía de Algeciras y en Gibraltar durante la Segunda Guerra Mundial. Y como en el fondo esta novela tiene un aire clásico de principio a fin, no podría faltar una historia de amor puro (sin lujuria, sin florituras, sin lugares comunes a todas las historias de amor que se leen en la literatura muy empalagosas o idealizadas); es un amor clásico puro de película en blanco y negro de los años 50.

Perfectamente se podría hacer una serie o una película sobre El italiano porque la narración y la historia dan para ello. Pérez-Reverte entrega al lector una novela que se lee sola y no es un tópico que quiera poner aquí. he devorado la novela en apenas dos días porque no quería salirme de la historia quería saber qué pasaba en la siguiente página cómo evolucionan los personajes y qué les pasaba. en esto el escritor madrileño antiguo reportero de guerra es todo un maestro sabe escribir bien y urdir tramas entretenidas que mantienen al lector pegado a las páginas de sus novelas (quitando alguna que otra excepción como ya comenté al principio).

Con unos personajes típicamente revertianos; con unos protagonistas, hombre y mujer, con tintes de héroes de guerra, pero de héroes humanos clásicos no de superhéroes del siglo XXI; con una trama basada en hechos reales urdida con un recurso literario clásico como es el del autor personaje de su novela escrita con un ritmo formidable y ambientada como solo Pérez-Reverte sabe hacer. El italiano es un libro para disfrutar, de esos que reconfortan porque te sacan del sitio en el que lo estés leyendo y te llevan, en este caso, a 1942 y a la Bahía de Algeciras para vivir, como espectador, una historia puramente literaria llena de ficción pero que, por qué no, quizá pudo haber ocurrido. Esta es la magia de la literatura y la ficción.

Caronte.

miércoles, 2 de febrero de 2022

Punto de cruz

Ya dije hace un año que iba a empezar a leer literatura y libros diferentes a los que hasta entonces estaba acostumbrado a leer. Quiero decir con esto que quería diversificar un poco mi biblioteca personal acercándome a puntos de vista diversos, diferentes, no tan usuales como los que, entre comillas, el canon tradicional suele imponer. Por esa razón, desde el año pasado, llevo siguiendo de manera muy asidua todo el mundo de la literatura escrita por mujeres, intentando leer no solo a aquellos autores a los que siempre he leído, sino incorporar nuevos autores tanto en castellano, como en inglés, francés, italiano o catalán que puedan aportarme esos puntos de vista diferentes que estoy buscando y sobre todo, si puede ser, femeninos. Y a esta labor de diversificación de mi biblioteca y mis lecturas colabora desde hace no mucho una editorial que hace una labor inmensa publicando voces frescas, jóvenes y femeninas como es la editorial Tránsito Libros.

Punto de cruz es una novela sobre el paso de una adolescencia juventud a una madurez personal de tres jóvenes mexicanas de ideología progresista, de familias semi acomodadas, que son amigas y que las une tanto el amor por el punto de cruz, por tejer, como la literatura y la cultura. Narrada desde el punto de vista de una de estas tres amigas, la historia se recrea en recuerdos de su infancia, en recuerdos de sus otras dos amigas, en un viaje a Europa a visitar a una de ellas recorriendo Londres primero y París después, su vida preuniversitaria, sus amores juveniles, su descubrimiento del sexo, el afianzamiento de su amistad y el enfriamiento de esta con la madurez y la distancia.

Muchos y muy diversos son los temas que Punto de cruz trata siempre desde la perspectiva femenina y por tanto siempre desde una perspectiva quizá eclipsada generalmente por un mundo que, nos guste más o menos y lo aceptemos o no, está dominado por los hombres, por las conductas masculinas, dejando siempre a la mujer una serie de lugares propios y obligándola a asumirlos o, muy probablemente, ser tachada de diferente o sufrir diferentes violencias de género si no acata lo que la sociedad masculina se supone la obliga a aceptar. Y, además, todo partiendo de una sociedad como es la mexicana tremendamente machista donde la violencia contra la mujer es una lacra diaria y, por tanto, por ser rutinaria, casi invisible.

Cuando hace un año y pico decidí transformar mi manera de leer para incorporar a mis lecturas a más autoras, más escritoras, no era simplemente por una cuestión de vanidad o de postureo era una cuestión que me surgió después de darme cuenta de que el 80% de mis lecturas provenían de escritores, de hombres, y teniendo en cuenta que la mitad de la humanidad son mujeres no podía permitirme que la única visión literaria que tuviera fuera la descrita en obras escritas por hombres. Punto de cruz no solo es una novela escrita por una mujer, sino que además está escrita con la frescura que da la juventud, tratando temas que en el fondo son de mi propia generación, aunque pertenecientes quizá a las preocupaciones del sexo contrario, pero no dejan de ser las mismas preocupaciones y experiencias que he tenido yo cuando pasé de mi adolescencia a mi juventud y posteriormente a mi madurez.

Lo suelo comentar siempre que leo una novela escrita por un autor del otro lado del charco y es que en Punto de cruz como en otras muchas novelas el lenguaje es tan parecido y a la vez tan distante del español de España que lo hace maravilloso. Esa musicalidad, ese color, esas palabras que sin saber realmente lo que significan sabes qué quieren decir, esos dejes, esas características tan propias del español que se habla fuera de España hacen de todas las novelas latinoamericanas lecturas muy jugosas e interesantes para el lector.

Sin ser una novela excesivamente deslumbrante Punto de cruz es una historia de amistad, de cariño, de mujeres que luchan por sus ideales, por sus propias victorias, por llevar la vida que quieren, aunque el mundo les sea hostil por naturaleza. Tejida en tres hilos diferentes esta historia de lugares comunes a toda una generación dando igual el lugar de procedencia emociona y conmueve a partes iguales. Quiero reconocer la labor de publicar historias diferentes novelas diferentes todas escritas por mujeres de distintas generaciones, pero poniendo el foco principalmente en autoras jóvenes de la editorial Tránsito, que además edita de manera preciosa con un estilo único y particular que hace muy atractivo acercarse a sus libros.

Caronte.