No voy a descubrir
la electricidad diciendo que Paul Auster es mi escritor americano favorito, y
uno de mis favoritos en inglés (junto con John le Carré). Pero aún así cada vez
que descubro y leo alguna de sus novelas esta atracción por Auster se
acrecienta y con “El Palacio de la
Luna” he vuelto a quedar anonadado por la capacidad de este escritor
para mostrar y describir sin pudor el mundo interior del ser humano, ese mundo
que todos vivimos personalmente y que pocas veces compartimos con otras
personas. Esta novela de Auster fue publicada en 1989, ha llovido mucho desde
entonces, pero aún así lo que se plasma en sus páginas sigue teniendo vigencia,
y lo tendrá siempre porque lo que esta novela narra por encima de todo es cómo
somos los seres humanos y qué sentimos dentro de nosotros mismos, y esto
siempre será así por mucho que cambie la sociedad en su conjunto, porque los
individuos que la formamos poco cambiamos nuestros mundo interior.
La historia que se
narra en “El Palacio de la Luna”
se desarrolla en Nueva York. Siempre está esta ciudad presente en las novelas
de Auster, aunque las historias no se desarrollen en ella. La eterna ciudad
gris de hormigón, acero y cristal, inmensa e inabarcable, multicultural e
individualista, rica y miserable. No hay nadie mejor que Auster para describir
su ciudad, no ya lo más conocido mundialmente sino aquello que Nueva York se
guarda para aquellos que la aman. No he ido nunca a Nueva York pero supongo el
día que ponga por primera vez un pie en sus calles poco o nada me resultará
extraño, aparte de por el cine que ha retratado eternamente a la ciudad de los
rascacielos en multitud de películas, también por las novelas de Auster que
siempre llevan al lector a rincones extraños, extravagantes, bohemios y ante
todo desconocidos.
En esta ocasión
Auster nos presenta a un joven estudiante desnortado, desubicado en el mundo
que ha perdido el rumbo de su vida y que se ve incapaz de recobrarlo, llamado Marco
Stanley Fogg. La vida de Fogg pierde sentido cuando muere su tío Víctor, con
quien había vivido desde que su madre falleció en un accidente de tráfico, y
queda sólo en el mundo. Desde este momento Fogg pierde su norte, no encuentra
el sentido de nada y sin ese sentido que todos debemos ver para poder seguir
día a día viviendo y siendo, termina por dejarse llevar por la vida,
simplemente sin hacer absolutamente nada de manera racional. Una vez se le
acaba el dinero que su tío le dejó en herencia, tiene que empezar a vender la
inmensa colección de libros que también le lega, hasta que llega un momento en
que no tiene más que vender. Sus amigos de la facultad o mejor dicho su amigo
de la facultad, Zimmer, intenta ayudarle, pero Fogg termina por rechazar la
ayuda. Cuando tiene que dejar el apartamento donde vive de alquiler por impago
empieza a deambular por las calles de Nueva York de un lado a otro sin rumbo,
sin sentido.
Como no tiene
ningún lugar donde ir, decide que lo mejor es ir a Central Park, donde suelen
vivir los vagabundos y mendigos. Allí es donde una noche lluviosa después de
muchas penurias acaba por sucumbir y cae a lo más hondo de su ser. Cae enfermo
y si no es por su amigo de la universidad y por Kitty Wu una joven china que
conoció un día por casualidad y de la que se quedó prendado, hubiera perecido
en una especie de cueva en mitad de Central Park, solo. En este punto empieza a
cambiar todo. Tras pasar una temporada en el hospital, va a casa de Zimmer y
termina de recuperarse. Mientras tanto su amor con Kitty Wu sigue creciendo y
haciéndose cada vez más fuerte. Este amor parece que le hace volver a recuperar
un poco el rumbo de su vida, por ello recuperadas sus fuerzas decide buscar
trabajo.
A partir de este
momento empieza la parte más profunda de “El
Palacio de la Luna”, esa donde Auster muestra su maestría con las
letras, donde demuestra que es uno de los grandes. Fogg entra a trabajar para
un viejo, Thomas Effing, muy particular. Este Effing es uno de los mejore
personajes que desde mi punto de vista Auster ha creado en sus novelas, es un
viejo gruñón, callado, que no ve y que va en silla de ruedas, que vive en su
casa con una mujer que le ayuda y le asiste y con la que suele tener
enfrentamientos cargados de ironía, maldad y duras palabras, pero que siempre
acaban soportándose. Effing busca a alguien joven que le saque por la ciudad y
vea por él. Ese alguien termina siendo Fogg. Empieza aquí una relación extraña,
casi diría yo estrambótica. Poco a poco se ve que Fogg no será un simple
acompañante de Effing, sino alguien mucho más importante, una parte de un todo
más amplio que poco a poco irá descubriendo. Effing tiene un plan y ese plan es
contar quien es, quien fue y quien no será, porque también tiene planeada la
fecha de su muerte. Fogg termina encargado de redactar la necrológica de
Effing, y de contar su verdadera historia que se hunde muy profundamente en la
mente y personalidad humanas.
Nada de lo que
pasa en esta parte de “El Palacio de
la Luna” es lo que parece, nada pasa por pasar, todo es relevante, nada
sobra. Auster crea una magnífica tela de araña que atrapa al lector en una
historia que se va enredando a medida que se avanza en las páginas de este
libro. Sin embargo este enredo aparente no es tal, ya que todo está
meticulosamente hilado, y además con puntada fina. No hay respiro en la novela,
y cada dos por tres se producen situaciones que cambian por completo la
percepción de la historia por parte del lector. La historia poco a poco va
mutando y el lector no tiene tiempo, ni capacidad, para anticiparse a la
historia y por tanto cada vez que pasa algo que trastoca lo que se daba por
casi seguro es como si se volviese al principio. El lector se ve en la
obligación de ir cada poco recomponiendo la trama y el carácter de los
personajes que ya de por sí siempre es complejo, lo que le da a la novela un
realismo increíble.
Lo que pasa
después de que Fogg conoce a Effing y empieza a escribir la historia de su
vida, y sobre todo de su pasado, no lo voy a contar, ni si quiera esbozar
porque entonces esos cambios en “el guión” no serían desconcertantes. Este constante
desconcierto es el que hace de este libro un novelón, para mi gusto el mejor
que me he leído por el momento de Auster. Cada página que pasaba era adentrarse
más y más en las profundidades más inhóspitas de la personalidad humana. Auster
es un maestro en reflejar en sus historias, y más aún en los personajes que las
protagonizan, las diferentes personalidades que se pueden dar en la sociedad y
diseccionar al milímetro los sentimientos humanos. No hay otro autor que sea
capaz de mostrar con tanta claridad la complejidad del ser humano y de su mundo
interior, siempre tan complejo, mutable y borroso incluso para nosotros mismos.
En “El Palacio de la Luna”
Auster despliega toda su maestría narrativa en este aspecto y todos los
personajes que realmente tienen algo que ver en la historia representan formas
de ser completamente diferentes unas de otras. Además también se puede
disfrutar de los cambios que se van produciendo en la forma de ser, de pensar,
de sentir y de vivir de los personajes principales y las mutaciones que se dan
en sus respectivos mundos interiores.
Otro elemento que
siempre está presente en las novelas de Auster y que en “El Palacio de la Luna” llega a una dimensión superior a
todas las demás es el lirismo de su narrativa. Las imágenes que con la palabra
crea Auster son difícilmente igualables pero en esta novela para mí ha
alcanzado el zenit. A lo largo de todo el libro hay un elemento conductor que
está siempre presente, directa o indirectamente, como es la Luna que termina
siendo casi un personaje más de la historia. Un personaje guía, que como la luz
de un faro parpadea a lo largo de las páginas y que va guiando tanto al lector
como al protagonista principal, Fogg. No tiene que ser siempre la luna de
manera directa, puede ser el nombre de un restaurante, o un cuadro con la luna
de protagonista, o el nombre de una canción, o la letra de la misma, pero
siempre está presente, de principio a fin. Esta constante a lo largo de la
novela crea un ambiente mágico que se plasma en reflexiones y miradas al
interior de uno mismo realmente impresionantes, que Auster enlaza con la novela
de manera prodigiosa, como casi siempre hace en sus novelas.
Podría escribir
hojas y hojas alabando esta novela, pero creo que lo mejor es que quien quiera
leerla lo haga porque es complicado hacer justicia escribiendo de alguna novela
de Auster. Para descubrir el mundo de Paul Auster hay que leerle, y “El Palacio de la Luna” puede ser
una la puerta grande que conduzca al lector a descubrir nuevos horizontes
literarios, un mundo diferente pero a la vez tan igual al que diariamente
vivimos. Auster en esta novela ha superado todos los límites que pensaba que
tenía y ha conseguido hacerme olvidar el mundo en el que vivía durante los
minutos que cada día pasaba leyendo esta novela, y además me ha demostrado que
los sentimientos que alguna vez también yo he vivido no son únicos. Es probable
que des este libro saque lecciones importantes para mi vida, y es por ello que
recomiendo vivamente su lectura. También quiero decir que no dejará indiferente
a nadie, y o gusta hasta la médula o termina siendo repulsivo.
Caronte.