jueves, 28 de mayo de 2020

El hijo del acordeonista

Pues ya está confirmado, 2020 además de ser el año de la COVID-19 a nivel global va a ser el año de Bernardo Atxaga a nivel personal en cuanto a lecturas. Con este libro ya son tres los que me he leído de este maravilloso, y desconocido para mí hasta hace unos meses, escritor vasco. Hasta la lectura de esta novela los dos libros anteriores que había leído me dejaron cada uno con sensaciones opuestas: uno me encantó, el otro me dejó muy frío e indiferente. Con esta tercera lectura se ha deshecho el empate de sensaciones y ahora vuelve a predominar la admiración por la manera de narrar de Atxaga, confirmándome que estoy ante uno de los más grandes y originales fabuladores (sin perder contacto con la historia y la realidad vasca) de este gran país donde caben decenas de sentimientos e identidades. Atxaga ha logrado con esta novela transportarme directamente al corazón del ser vasco, del sentimiento de los valles perdidos y verdes de Euskadi.

El hijo del acordeonista” es una historia llena de dobles lecturas, de imágenes oníricas de un pueblo prototípico vasco, de melancolía por un pasado y una edad olvidada por los hombres; pero, es también una novela trampa que va escondiendo su objetivo durante todo el tiempo para poco apoco desenvolverlo en el último tercio de la misma. Bajo una historia narrada bajo el paradigma del manuscrito encontrado y transcrito encontramos la más absoluta verdad y realidad de lo que ha sido la historia del País Vasco y España en los últimos cincuenta años.

A través de la historia de dos amigos de toda la vida Bernardo Atxaga construye una historia mágica, llena de sentimientos, matices, pasado, lucha, fuerza, amistad, amor, patria, melancolía… “El hijo del acordeonista” es una novela narrada en dos tiempos: uno presente que transcurre en California, en un rancho con caballos, donde el pasado se encuentra con el presente y el sentimiento vasco traspasa el tiempo y las generaciones para seguir vivo lejos de los verdes valles vascos; el otro tiempo es el pasado, desde los años sesenta hasta la Transición, desde la más tierna niñez, hasta la juventud pasando por la adolescencia, donde van naciendo preguntas sobre quiénes somos y de dónde venimos, donde las personalidades se van transformando hasta moldearnos para convertirnos en quiénes somos.

Bernardo Atxaga desde el principio oculta el fondo de “El hijo del acordeonista”, tira de una trama sentimental, llena de referencias naturales, populares, de recuerdos de infancia y juventud inocentes, donde la música popular, los bailes y las tradiciones de un pueblo ficticio pero paradigmático del sentir vasco como es Obaba, ocultan la historia que este país y la sociedad oprimida vivió durante muchos años. Un pasado oculto, oscuro, con más susurros que voces directas, donde los odios se tragaban para no ser señalados y marginados, sino algo más grave.

Sin ser del todo una novela sobre los inicios del conflicto vasco, “El hijo del acordeonista” cuenta muy bien cómo fueron las ascuas, nunca definitivamente extintas, que dieron lugar a lo que durante cuarenta años terminó por ser una lacra muy oscura para la sociedad vasca. Atxaga no se deja llevar por el miedo al qué dirán y pinta lo que de verdad fue ese conflicto al principio: resistencia frente a la barbarie, frente al olvido, frente al ocultamiento de crímenes (no siempre sangrientos).

El estilo de Atxaga hace que poco a poco, sin uno darse cuenta, acabemos sumergidos hasta el cuello en Obaba. Nos hacemos amigos de los protagonistas, olemos y sentimos lo que los protagonistas huelen y sienten y ven. Los bosques, los valles, los riachuelos, las veladas en el hotel Alaska con música de acordeón. Odiamos como odia el protagonista, amamos como ama. Terminamos por coger cariño a muchos personajes y sufrimos con ellos injusticias. “El hijo del acordeonista” es una novela llena de personajes inolvidables, de esos que marcan y dejan huella, con una historia adictiva que duele, duele por lo que tiene de destructiva, por lo que tiene de verdad, a fin de cuentas.

Con “El hijo del acordeonista” Atxaga no pretende vender ninguna verdad absoluta, simplemente se basa en la ficción, en Obaba, su gran creación literaria (como la Región de Benet o la Mágina de Muñoz Molinba), para contar y hablar de su patria, de su tierra, de su hogar. Ese es el mensaje fundamental que creo que se puede sacar de esta historia: la patria de uno son sus recuerdos, su gente, su infancia, sus juegos y flirteos adolescentes y juveniles, su maduración, su constatación de la realidad del mundo exterior a nuestro infinito mundo interior.

Si tuviera que elegir una de las tres novelas que hasta ahora he leído de Atxaga para recomendar sin duda elegiría esta. “El hijo del acordeonista” tiene todo lo que es el mundo de este autor vasco, no por nacionalidad sino por lengua de escritura. Atxaga es capaz de transmitir belleza y melancolía al mismo tiempo que seriedad haciendo que los sentimientos que el lector va experimentando durante la lectura de este libro cambien de página a página. Es una novela que llega al corazón y lo deja tocado con las diferentes intrahistorias que contiene aparte de la principal. Añado, aunque esto es mucho más subjetivo, que es la novela que más me ha gustado de todas las que llevo leídas este año.

                                                                                                                                                     Caronte.


sábado, 9 de mayo de 2020

Las uvas de la ira

Para mí escribir sobre algún libro que haya leído es una tarea sencilla porque suelo expresar con palabras lo que esa novela ha despertado en mí durante su lectura. El problema viene cuando lo que se reseña no es una novela cualquiera, sino una de las grandes novelas de la historia de la literatura, cuya repercusión fue grande en el momento de su publicación, pero que sigue muy viva a día de hoy. John Steinbeck es uno de los grandes de la literatura americana y universal, y sus novelas, tanto las grandes como las menores (en extensión hablo), han quedado impresas en la memoria de millones de lectores en todo el mundo. No hay que pasar por alto que esta novela está considerada como uno de esos libros que todo lector debería leer, o al menos intentarlo (para gustos colores, ya sabemos). Frases como “una de las mejores novelas de la historia” o “la gran novela americana” pueden parecer hechas y enlatadas, pero creo que en este caso hacen justicia al referirse a este libro.

Las uvas de la ira” es uno de esos títulos de los que todo lector ha oído hablar en algún momento, ya sea en clase (instituto o universidad) o simplemente rebuscando en listas de mejores libros de la historia. Obviamente puede gustar más o menos, llamar la atención o causar repulsa de primeras, pero lo que es innegable es que tras transcurridos más de ochenta años desde su publicación sigue siendo una de las novelas fundamentales en la historia de los EE.UU. y, por tanto, y esto es así, de la historia de la literatura.

Para mí era un reto enfrentarme a la lectura de “Las uvas de la ira”. Es un libro que me imponía respeto y más teniendo en cuenta que se supone que es el mejor de Steinbeck, o por el que mayor reconocimiento tuvo. Después de haber disfrutado enormemente con “Al este del Edén” hace algunos años, siendo uno de los mejores libros que he leído, enfrentarme con su hermano mayor era algo que me generaba algo de ansiedad por las altas expectativas puestas en él. Pero las expectativas han sido colmadas.

Las uvas de la ira” narra la historia de la familia Joad, de Oklahoma, y su peregrinaje miserable hacia el oeste, hacia Califormia, buscando un porvenir que les haga sobrevivir. Tienen que abandonar su granja y sus tierras echados por los grandes terratenientes que han decidido prescindir de los aparceros para mecanizar las tierras y sacar más beneficio directo durante una época en la que junto a las pésimas cosechas se unió la Gran Depresión americana. Así, la madre, el padre, los abuelos, los dos hijos pequeños, la hija casada y embarazada con su marido, y los dos hijos solteros (Tom Joad entre ellos, recién salido de la cárcel por asesinato), junto con un predicador conocido de la familia parten hacia el oeste, hacia su ansiado El Dorado. La travesía es dura. Siguiendo la Ruta 66 van dando con gasolineras, cafeterías de carretera, otros emigrantes dentro de su propio país, americanos que les miran como si fueran apestados…

La narración de la novela se centra principalmente en Tom Joad, pero no puedo afirmar como he visto en otras críticas, que sea el protagonista, ya que para mí lo son todos y cada uno de los miembros de la familia Joad. “Las uvas de la ira” es un fresco vívido de lo que fue la Gran Depresión Americana, de la sociedad de su tiempo. Steinbeck, además, intercala la narración del viaje de los Joad con pequeños brochazos costumbristas que preparan al lector para el siguiente capítulo grande de esa búsqueda del bienestar y esa tierra verde prometida de California.

Esta es una novela dura. Sin contemplaciones. Una novela en la que el lector va viendo poco a poco como lo que parecía una familia sólida, unida, muy americana, va desintegrándose por el camino urgida por la necesidad. “Las uvas de la ira” puede llegar a ser un libro angustioso debido a que poco a poco vamos viendo como el escaso dinero del que cuentan van menguando, cómo la comida va escaseando y cómo California parece no llegar nunca. Y cuando llega tampoco es para bien.

Las uvas de la ira” se divide en dos partes claramente diferenciadas en la historia: el viaje hasta California y la estancia en este Estado americano. Además, no sé si adrede o no, Steinbeck logra hacer coincidir ese cambio de ritmo y ambiente, de pasar de ser una novela de carretera a ser una novela de situación, justo en la mitad del libro (al menos en la edición en castellano de Tusquets). Y todo cambia llegados a California, aunque no en el sentido que quizá los Joad quisieran. La familia sigue rompiéndose, sigue desintegrándose, pero el sueño de trabajar, de ganar dinero y prosperar no muere, sigue fuerte sobre todo en el espíritu de la madre.

A lo largo de las páginas de “Las uvas de la ira” he ido viajando con los Joad por la ruta 66, cruzando estados, desiertos, montañas, ríos, gasolineras solitarias, sintiendo el polvo y el calor del medio oeste americano, sintiendo miedo con los Joad por las noches, ansiedad y angustia. También he disfrutado y gracias a esta novela me han entrado muchas ganas de, si algún día puedo cumplir este sueño, coger un coche y hacer la misma ruta que los Joad hicieron y que Steinbeck tan magistralmente ha sabido plasmar en papel.

Antes de acabar quiero hablar de los personajes de “Las uvas de la ira”. Y es que Steinbeck logra reflejar en cada uno de ellos parte de la complejidad humana. Ninguno de los Joan pasa desapercibido, incluso los más pequeños juegan siempre su parte en la historia. Pero no solo los Joad merecen mención, también el ex predicador Casey, quizá una de las figuras claves de la novela, o los diferentes hombres y mujeres que jalonan el viaje hasta California o los que conviven con ellos una vez llegados al falso El Dorado.

Las uvas de la ira” causó gran repercusión cuando se publicó ya que expuso a las claras cómo fue la vida de aquellos que sufrieron el golpe de la Gran Depresión de manera más severa y rotunda. Y no me extraña que levantara ampollas porque Steinbeck no se corta a la hora de retratar la miseria moral de los terratenientes que se aprovechan de la necesidad para hacer dinero. Y esto es algo que a mi particularmente en algunos pasajes de la novela me ha levantado la ira.

Poco más puedo añadir de “Las uvas de la ira”. Bueno, de hecho, podría añadir mucho de este libro, pero creo que tampoco merece la pena hacer un análisis más en profundidad de una novela tan leída, reseñada y criticada (para bien y para mal). La mejor de las recomendaciones que puedo hacer es la de leerla. Leerla con calma, disfrutando cada descripción y cada diálogo y dejándose llevar por Steinbeck a bordo de la camioneta de los Joad.

Caronte.