lunes, 25 de enero de 2016

Lectura crítica: "El último día de Terranova"

Nunca antes me había leído un libro de Manuel Rivas. Tampoco había oído mucho, o nada para ser sinceros, de este escritor gallego. Pero por casualidades del destino me vi con su último libro en las manos, como caído del cielo, como un regalo de la providencia. Y me lo leí. Ojalá hubiera conocido antes a Rivas y hubiera leído algo más de él porque después de terminar ésta su última novela he de decir que he quedado cautivado con esa manera sutil de narrar, esa manera delicada de contar que lleva al lector a un estado de casi ingravidez mientras lee.

La última novela de Manuel Rivas es “El último día de Terranova” y en ella a partir del anuncio de cierre inminente de una librería en una ciudad gallega que mira al mar y se abre al horizonte infinito se nos presenta un conjunto de personajes que dejaran mella y huella en el lector y a los que terminará cogiendo tanto cariño que cualquiera de los acontecimientos que viven también le terminarán afectando. El protagonista y narrador de la novela es Vincenzo Fontana, un librero, dueño de la Librería Terranova, que debe desprenderse del proyecto vital de sus padres y su tío por la presión inmobiliaria de unos tiburones insaciables que pretenden hacer negocio con el edificio de la librería. Bien podría decirse que esta novela es un canto a la esperanza y en defensa del papel fundamental que juegan en la sociedad esos lugares, templos de las letras y la sabiduría, que son las librerías. Pero es mucho más.

El último día de Terranova” tiene dos hilos narrativos, que en el fondo conforman uno solo que sería la propia vida de la librería. Estos hilos narrativos se sitúan temporalmente en el presente, el año 2014 en el que la librería debe cerrar si nada lo impide, y el pasado. Un pasado que fundamentalmente se centra en los años inmediatamente posteriores a la muerte de Franco. Unos años todavía duros, de dictadura blanda, en los que a pesar de que el tirano jefe ya estaba muerto y enterrado todavía quedaba toda la estructura de poder y miedo que había sustentando a Franco y a los suyos, y que estos últimos debido a muchas cosas, todas ella oscuras y sucias, imposibles de limpiar, querían mantener intactas para seguir con sus privilegios y mandando en la sombra aunque el jefe ya no estuviera para respaldarlos.

Pero la última novela de Rivas no es un libro sobre la dictadura franquista, ni sobre la represión, ni los años del plomo posteriores a la muerte del dictador durante los que España empezaba a despertar de un larguísimo letargo. “El último día de Terranova” es un libro sobre la resistencia a todo eso, es una novela que narra la historia de aquellas personas que con su actitud se revelaban contra la dictadura e intentaban preservar la cultura a través de los libros. Eso es en el fondo la librería Terranova. Podríamos olvidarnos de todos los personajes que va introduciendo Rivas de manera magistral, dando sus pseudónimos, sus nombres clandestinos, casi en clave, para luego revelarnos sus verdaderas personalidades y sus enlaces con Vincenzo Fontana, el narrador; podrías dejan a un lado los nombres de las personas y centrarnos únicamente en la librería ya que es la verdadera protagonista de la historia y del libro.

Como ya he comentado “El último día de Terranova” tiene dos hilos narrativos temporales, que al final se unifican, pero que durante toda la novela están ahí. A pesar de que Vincenzo Fontana narra desde el presente, la novela se centra principalmente en la segunda mitad de los años 70, y en la actividad anterior de la librería, cuando sus fundadores, los padres de Vincenzo, Amaro y Comba, y su tío, Eliseo introducías libros prohibidos en España para que la cultura siguiera viva, aunque de manera latente. Es esta parte de la novela, la que se centra en la historia de persecuciones y lucha contra la dictadura y sus rescoldos tras la muerte del dictador la que a mí me ha parecido más interesante, la que de verdad me ha enganchado hasta tal punto que no quería dejar de leer para saber más. Con esto no digo que el presente de la historia no se igualmente interesante, pero me resulta un poco más impostado, más artificial y quizá algo más inverosímil.

Es cierto que la librería conforma el pilar maestro de “El último día de Terranova”, pero no es menos cierto que sus personajes, todos, también lo son, aunque siempre bajo el amparo y el embrujo de las paredes y estancias de la librería. Vincenzo, el narrador, es una persona melancólica, que tiene el pasado muy presente ya sea por la relación con su padre Amaro con quien tiene una serie de tensiones que le hicieron despotricar primero de los libros e ignorar la librería, para luego echarle de menos cuando ya no está; Amaro y Comba, lo fundadores de la librería, junto con Eliseo forman una triada fundamental en la historia, sobre todo en el hilo argumental del pasado. Son estos tres personajes la verdadera alma de la librería, a la que cuidan y aman por encima de todo. Son estos tres personajes la chispa indiscutible de esta novela, la seriedad, la ironía, la sabiduría. Pero me falta otro personaje importante como es Garúa, una chica argentina que Vincenzo conoce en Madrid en 1975 y de la que en cierto sentido se enamora, y que es una luchadora nata contra la dictadura que se está fraguando en Argentina y que sumirá a aquel país tan parecido a España en un pozo de ignorancia, intolerancia y miedo.

Ya he dicho que “El último día de Terranova” no es un libro sobre la dictadura española y sus coletazos posteriores. Tampoco lo es sobre la dictadura argentina aunque pueda parecerlo y aparezcan relatados las barbaridades que se cometieron por unos ideales. Esta novela es un canto a la vida y a la cultura, a la defensa de un mundo mejor en el que la cultura tenga un protagonismo importante, ya que sin cultura no hay historia, y sin historia no hay nada. Esta novela trata sobre la lucha por hacer de la sociedad un lugar donde la sabiduría ocupe un lugar importante, donde la belleza no sea solo un estereotipo y se vea únicamente por fuera, donde el bien prevalezca sobre el mal. En cierto modo creo que esta novela es una especie de manifiesto en el que se refleja la incultura de una parte de la sociedad que en su día quería seguir siendo la predominante; una parte de la sociedad que enterró la cultura por pensar que era mala y dañina para la “causa”.

Manuel Rivas ha conseguido con esta novela trazar un homenaje tan sutil, delicado, directo y hermoso a todas aquellas personas que aman la cultura y que consideran que la cultura y uno de sus vehículos más antiguos como son los libros, son fundamentales para la sociedad para que ésta sepa, lea, comprenda y recuerde siempre lo que fue y por tanto lo que puede volver a ser, tanto para bien como para mal. “El último día de Terranova” es un libro increíblemente escrito, con frases de una belleza difícilmente alcanzable. De hecho, yo como lector apasionado, no recuerdo ningún libro en el que una simple frase aparentemente inocua, transmita tanta belleza y tanto significado. El principio y el final de esta novela son magistrales, de un lirismo mágico, únicos. De hecho toda la novela es una delicia, una belleza de otro tiempo.

No puedo no recomendar “El último día de Terranova” a quien disfrute leyendo y quiera leer algo bello y hermoso; a quien le guste la cultura, los libros y pasar horas y horas en una librería simplemente mirando libros, simplemente impregnándose de la sabiduría que éstos rezuma aunque no se abran ni se lean. Manuel Rivas me ha demostrado que la belleza no solo está en un cuadro bonito o en una escultura soberbia, sino que también está en las palabras. Unas palabras las suyas que me han regalado momentos muy bonitos, de pura música narrativa, de delicadeza y contundencia, con esta historia sorprendente que va dejando poco a poco al lector sin hablar porque queda invadido por las palabras. No creo que esta novela pueda defraudar a nadie: ni por la historia, que está muy bien hilada y estructurada, ni por la manera en que está escrito el libro, que no creo que se pueda superar.

Caronte.

jueves, 21 de enero de 2016

Lectura crítica: "El juego sigue sin mí"

El libro del que me toca hablar en esta ocasión es de esos de los que desde el minuto uno que tengo conocimiento de él sé que tengo que leer bajo cualquier precio y circunstancia. Libros así existen y generalmente son libros actuales, de escritores contemporáneas y de muy diversas temáticas. Este libro del que hablo salió hace casi un año ya. Fue galardonado con el Premio de Novela Café Gijón, uno de los premios a los que más atento estoy ya que le doy bastante más credibilidad y prestigio, sobre todo por nivel literario, que a otros premios mucho más sonados y de largo mucho mejor dotados económicamente. Su autor es Martín Casariego, nombre bastante sonoro y atractivo sobre todo para aquellos que como yo vamos por las librerías de segunda mano buscando chollos relativamente baratos para leer; como digo su autor no es ningún novato en esto de escribir, de hecho ya tiene a sus espaldas bastantes libros, lo que pasa es que como suele ocurrir a menudo al no estar en el catálogo de ninguna de las grandes editoriales comerciales de este país, poca gente sabe de él. Una pena pero es así.

El juego sigue sin mí” que es como se titula la novela que he terminado recientemente y cuyo título me parece muy suculento y llamativo como para pasar desapercibido por nadie, es una novela de las clasificadas como de aprendizaje, un género tan antiguo como la propia literatura aunque no siempre se haya llamado así. Como toda novela de aprendizaje, ésta narra la historia de un chaval de trece años que empieza a recibir clases particulares de matemáticas de un joven de dieciocho. Pronto esas clases dejan de ser clases de matemáticas propiamente dichas, y pasan a convertirse en conversaciones entre dos personas jóvenes, que tienen su propia visión del mundo: una algo más idealizada, otra algo más realista aunque con los filtros habituales que la joven edad impone a los corazones y mentalidades de toda persona.

Hay que decir que la novela está narrada en primera persona por el propio protagonista de la historia, el chaval de 13 años que en ningún momento desvela su nombre. Y está escrita además desde un futuro en el que el chaval, ya con más de veinte años recuerda una serie de episodios de su vida, marcados fundamentalmente por la influencia de Raimundo, Rai a secas, que es el chaval que le va a dar clases particulares de matemáticas, y que desde antes de eso, desde que lo viera por su instituto, siempre le produjo una sensación magnética. Pero como digo “El juego sigue sin mí” es una novela de aprendizaje en la que los miedos, inquietudes, y cambios bruscos en la personalidad, marcados por la búsqueda constante de quiénes somos, aparecerán siempre rodeados de situaciones que si somos sinceros todos los que a día de hoy somos jóvenes, y yo ya tengo 24 años, hemos vivido de alguna u otra manera.

Martín Casariego aúna en “El juego sigue sin mí” a dos personajes muy distintos. Uno es Rai, un adolescente muy independiente, marcado también por un pasado que poco a poco se va desvelando durante la novela y que al final, cuando el lector termina de atar cabos con la historia que va contándole a su alumno particular, tiene mucho que ver con la propia vida personal real del autor. Otro es el chaval de trece años que hace las veces de narrador de la historia. Él es más joven, mucho más inexperto, pero como todo chaval de trece o catorce años quiere ser mayor para entender el mundo, para comérselo, para no tener que dar explicaciones y tener todas las respuestas. Es en este punto, en estas ansias del joven de trece años por crecer, madurar y descubrir su camino, cuando el lector de la novela ve el profundo contraste con Rai, que siendo ya mayor, o al menos más mayor que el protagonista de la novela. Ese contraste se basa en que nada ha cambiado entre la vida que uno se imagina tener cuando sea mayor, y la vida que se tiene cuando ya se es mayor.

Casariego consigue plasmar en “El juego sigue sin mí” la incertidumbre que se vive durante los años de mayores cambios en la personalidad de una persona, en la adolescencia y primera juventud. Cambios que son más físicos que de otro sentido, ya que por muchos miedos que se crea que se van a resolver teniendo dieciocho años, o por muchos caminos que vayamos a descubrir, uno se da cuenta poco a poco que toda la vida consiste en eso: buscar constantemente nuestro camino, encontrar un sentido a la vida que no lo tiene, enfrentarse y vencer constante y repetidamente una serie de miedos y temores que nunca terminan de disiparse ya que cuando creemos que los hemos superado surgen otros al menos igual de angustiosos que los anteriores. Y eso se ve en la novela. Los jóvenes quieres ser mayores para saber, para tener experiencia en muchas cosas, para vivir, y los mayores siempre tienen el lastre de la juventud, ya sea por algo que se anhela de aquellos tiempos o por algo que hubiera dejado marca indeleble.

Además “El juego sigue sin mí” está escrito en un lenguaje tan actual y trata temas secundarios tan presentes a día de hoy que el lector, al menos yo la tuve, tiene la sensación de estar leyendo cualquier crónica actual de la vida de cualquiera de los jóvenes adolescentes que se ven alrededor de las bocas de metro los viernes por la tarde en cualquier barrio. Es sorprendente lo reflejadas que están las redes sociales y las nuevas maneras de estar relacionados los jóvenes a través de internet. Casariego ha sabido introducir en un género clásico de la literatura como es la novela de aprendizaje nuevos matices que actualizan dicho género y lo hacen mucho más atractivo a un público más actual y joven. De hecho tengo la impresión después de haber leído el libro que bien podría ser un libro de lectura más o menos obligatoria en los últimos cursos de la educación secundaria obligatoria, ya que probablemente muchos adolescentes se verían reflejados en las inquietudes, los miedos y la forma de ser de los protagonistas, ya fuera en las de Rai o en las del narrador.

La única pega que le he encontrado a “El juego sigue sin mí” ha sido la aparente diferencia temática y de intensidad narrativa que tiene el libro. Si la primera mitad de la novela me pareció algo lenta e inconexa, sin un objetivo claro por parte del autor; la segunda por el contrario me pareció muy bien hilada, narrada y culminada en una apoteosis final en el que tanto el narrador/protagonista como Rai y los demás personajes secundarios de la novela se dan de bruces con la más cruda realidad, con la vida en toda su magnitud y radicalidad. No voy a negar que esta aparente dislocación de la novela acaba bien, ya que como acabo de decir el final deja sin habla y parcialmente en shock al lector; pero también tengo la sensación que así como durante la primera parte de la novela, los primeros capítulos creo que Casariego no estaba del todo centrado en la novela y divagaba sin rumbo de un tema a otro y de unos personajes a otros; durante la segunda parte encuentra el ritmo literario y la tensión narrativa necesaria para redondear una novela que parecía empezar a perderse.

No tengo mucho más que decir de “El juego sigue sin mí”, ya he comentado todos los aspectos que me han resultado más relevantes de la novela. Fue un impulso el que me llevó a leerla, y a pesar de que al principio tuve la sensación de que iba a defraudarme, al final ese presentimiento se probó totalmente infundado y acabé enganchado a la historia, no ya solo del joven narrador y protagonista de la misma, ni la del Rai, sino la de un personaje, Samuel, que a pesar que va apareciendo de vez en cuando de mano de Rai y que por tanto se podría considerar secundario, al final cobra mucha importancia y para mí es uno de los pilares de la historia en su conjunto. Invito sinceramente a todo aquel que quiera leer algo diferente, original y actual a que se anime con esta novela de Martín Casariego, ya que aparte de que es fácil y rápida de leer propone, una historia muy corriente con la que de un modo u otro mucha gente se puede identificar.

Caronte.

sábado, 16 de enero de 2016

Lectura crítica: "Moby Dick"

Este año lo he empezado fuerte a nivel literario: me ha dado por los grandes clásicos de la literatura universal. Si el primer libro que me he leído este 2016 fue uno de los más célebres y conocidos de la literatura inglesa como “Orgullo y prejuicio” de la inmensa Jane Austen; este segundo libro que leo este año me ha llevado a cruzar el charco para dar con una de las novelas más épicas y grandiosas de cuantas ha dado el intelecto humano de mano de Herman Melville. No hace falta ni tan siquiera que dé el nombre de la novela que acabo de terminar. Con solo leer el nombre del autor no creo que haya ser humano en este planeta que no sepa ya de qué libro se trata. A veces pasa que un escritor por muy bueno que sea y por muchas novelas que escriba sólo pasa a la posteridad por una de esas novelas. ¡Pero qué novela! Este norteamericano escribió hace unos ciento sesenta años una novela que a día de hoy es considerada como una de las cumbres literarias de la historia de la literatura.

Al igual que me pasó con la novela de Austen cuando decidí leer “Moby Dick”, ya queda descubierta la sorpresa aunque no creo que haya sido mucha la sorpresa ya que decir Melville es prácticamente decir el título de este libro, sentí verdadero miedo, muchísimo respeto. Tenía mis dudas y prejuicios con respecto a esta novela. El primero de todos estos prejuicios tuvo que ver con su considerable tamaño y extensión (no hay que olvidar que son más de seiscientas páginas de novela) que siempre me produjo cierto reparo a la hora de comprar el libro y comenzarlo. Y no sé por qué. Supongo que al ver un libro tan grande yo como lector pienso que es muy probable que en algún momento de la novela la intensidad y el interés decaigan y termine por aburrirme como una ostra. Otro de los miedos que me vino a la mente tenía relación con el hecho de quedar decepcionado tras leer un  clásico de la literatura de este calibre y que esa decepción me afectara para futuras otras lecturas similares.

Por suerte, tras acabar, en menos de una semana que todo hay que decirlo, “Moby Dick” puedo decir con total orgullo que la novela, la gran novela de Melville ha superado con creces todos esos prejuicios y miedos que tuve antes de leerla. Y es que a pesar de que el empiece de la novela, como suele ocurrir con libros tan antiguos, escritos en una época en la que la escritura era puro arte y una frase, una simple frase, tardaba en materializarse mucho tiempo y solo era plasmada en papel tras un largo periplo por la imaginación de escritor, es algo arduo y pesado, poco a poco la novela va ganándose al lector, y yo poco fui dejándome llevar por esta novela que me cautivó ya desde los primeros capítulos y que me ha dejado totalmente anonadado porque no me esperaba nada de lo que me he ido encontrando durante la aventura, porque no se puede calificar de otra manera, que ha supuesto su lectura para mí.

No voy a decir de qué trata “Moby Dick”. No creo que haya alguien a quien le guste leer y la literatura que no sepa la historia épica del capitán Ahab y su barco el Pequod, junto con toda su tripulación, en busca del monstruo blanco como la nieve de los océanos. Nadie habrá tampoco que no sepa quién es Ismael, el aventurero narrador de esta épica historia. Un Ismael que hace las veces de Melville, o un Melville que se transmuta en Ismael para narrar una de las historias más desgarradoras de cuantas se han escrito. No voy por tanto a decir nada más de la trama salvo que como todo el mundo sabe la historia de esta novela no es más que la historia de una caza obsesiva por parte del capitán Ahab para dar muerte a su gran enemigo terrenal, la ballena Moby Dick, ese gran cachalote blanco, níveo y ebúrneo que surca los mares causando miedo y terror en todos los balleneros.

Y no hablo más de la trama de “Moby Dick” porque para mí es secundaria. Esta novela no va, aunque pueda parecer chocante, según mi punto de vista de la aventura de una serie de marineros a bordo de un ballenero norteamericano capitaneados por Ahab que salen en busca de Moby Dick para darle muerte y así vengar a Ahab y el hecho de que este se quedara mutilado para siempre. No. Para mí esta novela es la historia del hombre, el hombre entendido como raza animal. Las páginas de este libro a pesar de que están llenas de aventuras y épica, de tormentos, miedos y persecuciones acuciantes para conseguir los más preciados botines de caza en forma de ballenas, no tratan ni de la caza de ballenas, ni de las ballenas, ni de la vida en el mar, ni de la aventura de enrolarse en un barco para pasar varios años sin pisar tierra. Esta novela es sin más la historia de las obsesiones humanas; unas obsesiones monomaniacas contra las que el hombre debe luchar durante toda su vida.

Obviamente si hay un personaje en “Moby Dick” que define a la perfección esta lucha y persecución de una obsesión destructiva es el capitán Ahab. Es él quien decide ir tras la gran ballena blanca, perseguirla incluso hasta el fin del mundo si fuera necesario, hasta el último aliento del último marino que quedara vivo a bordo del Pequod. Es Ahab quien encarna la obsesión más cruda que puede atacar al ser humano, que poco a poco va apoderándose de él, copando todos sus sueños, miedos y temores, todos sus pensamientos e ilusiones, hasta que solo es capaz de pensar en ella. Pero no sólo Ahab es un hombre obsesionado, sí es quien representa el más alto grado de obsesión, la obsesión que destruye el alma, la obsesión que si no se vence o se aprende a convivir con ella, termina por matar. Todos los marineros de Pequod, desde el más insignificante de los baldeadores de la cubierta, hasta el primer oficial de la embarcación, pasando por el narrador Ismael y su más fiel e inesperado amigo, Queequeg, arponero nativo de una tribu indígena americana, tienen algo de obsesión por una u otra cosa.

Melville presenta en “Moby Dick” una gran suerte de personajes, todos con sus peculiaridades y características propias, todos diferentes y a la vez iguales, todos obsesionados con algo. Pero además esta novela es de tal calibre que no solo es el más fiel retrato de las obsesiones humanas, de su persecución para vencerlas y de cómo un hombre puede llegar a enloquecer única y exclusivamente por dichas obsesiones. Esta novela es mucho más. Y esto no es una manera de hablar. Antes de leerla leí críticas de la novela en varias páginas de libros y de literatura, y como suele ocurrir con los clásicos que se leen fuera de su época que pueden ser descontextualizados, algo parecido fui leyendo en dichas críticas. Había muchas de esas opiniones encaminadas a criticar negativamente a la novela porque se centra mucho en explicar cómo es un ballenero, cuáles son las actividades a bordo de un barco de esas características, qué tipo de ballenas hay, qué es una ballena propiamente dicha, etc. Es decir que había mucha gente que criticaba a la novela simplemente porque no se centraba únicamente a la historia del Pequod, Ahab y su tripulación en busca de Moby Dick.

No puedo negar nada de lo que esas críticas negativas decían. Melville logra crear en “Moby Dick” una novela épica, no sólo porque la persecución y caza de la ballena blanca sea ya casi un mito, casi una leyenda marina, sino porque además ilustra de manera muy interesante qué significaba en la época en la que se publicó la novela la caza de ballenas. Ese es el problema que algunos de los lectores que se atrevieron con la novela reflejan en sus críticas negativas: están descontextualizados. Es verdad que hay algunos capítulos, en los que Melville se centra más en describir los utensilios de la caza y las peculiaridades de un barco ballenero, en los que la intensidad de la narración decae y el interés del lector se puede perder. Pero en términos generales la novela es una historia épica, de esas que hay que leer con atención, disfrutando de cada uno de los elementos y matices de la historia. Y todo cuanto se dice en la novela se dice por alguna razón.

Moby Dick” no es una novela para pasar un rato divertido. El lector que se anime a leerla no reirá, aunque hay momentos ciertamente hilarantes, ni llorará, aunque también hay ocasiones en las que llorar es la única opción posible ante lo que se está leyendo. Este es un libro en el que no hay una historia de amor; ni hay que descubrir a ningún asesino; ni se siente miedo, aunque hay situaciones que bien podrían inspirar una pesadilla de esas angustiosas; ni tampoco tensión o angustia. Esta novela está hecha para los amantes de la lectura, y digo bien de la lectura y no de la literatura. La historia de la persecución obsesiva de Moby Dick por parte del Ahab es digna de tardes grises, frías y lluviosas del más crudo invierno. Es una historia para simplemente disfrutar del acto de leer, el más puro y simple acto que el ser humano puede hacer.

Cada vez que me ponía a leer “Moby Dick” me dejaba llevar, me subía a bordo del Pequod, y como un Ismael más me sumaba a las tareas de la embarcación, sufría y sentía tensión durante cada jornada de caza, colaboraba en el despiece de los animales. Me es muy complicado explicar qué sentía realmente mientras leía este libro porque hay sensaciones que no se pueden ni escribir ni describir, que solo se pueden vivir y experimentar en carne propia. La lectura de este clásico universal ha sido una de esas sensaciones. Nunca pensé antes de empezar a leer esta novela que fuera a disfrutarla tanto, que fuera a reflexionar tanto y que fuera a sorprenderme tano (incluso con la propia historia ya que pensaba que no acababa como al final acaba). Ojalá no hubiera acabado de leer esta novela porque creo que hay pocas como ella.

No puedo recomendar este libro, porque “Moby Dick” no es una simple novela de aventuras, o de épica. No puedo recomendar esta novela porque no puedo hacerme cargo de que vaya a gustar. No puedo recomendar esta novela porque sólo aquel que realmente quiera leerla la disfrutará; sólo aquel a quien de verdad le guste leer y disfrute con el mero hecho de leer encontrará en las páginas ya más que centenarias escritas a mediados del siglo XIX por Herman Melville una historia que trasciende la literatura y que se sumerge en el mundo más oscuro de la propia razón de ser del hombre.

Caronte.

domingo, 10 de enero de 2016

Lectura crítica: "Orgullo y prejuicio"

Empiezo mi año de lecturas, año que indiscutiblemente estará marcado por la celebración del 400 aniversario de la muerte de dos de los más grandes escritores que nunca ha dado el mundo, a saber Cervantes y Shakespeare, leyendo uno de los clásicos más aclamados y conocidos de la literatura inglesa. Es el primer clásico de estas características que me leo en mi vida y por ello no puedo negar dos cosas. La primera es que hacía ya tiempo que tenía ganas de leer un libro de estas características, de esos considerados casi unánimemente como una obligación para todo aquel amante de la literatura de todo el mundo. La segunda es que a pesar de ese deseo, cada vez que en una librería me topaba con este libro de Jane Austen, una de las grandes y escasas damas de la literatura universal cuyas obras, casi todas, son consideradas como grandísimos clásicos, una sensación extraña me recorría todo el cuerpo; una sensación mezcla de miedo y respeto por este libro, escrito a finales del siglo XVIII pero publicado a principios del XIX, que tiene ya más de doscientos años. Miedo porque no me gustara y me defraudara; y respeto por quedar entristecido por la decepción. Sin embargo desde las primera páginas de esta novela todos mis prejuicio (y uso intencionadamente esta palabra) quedaron por los suelos y me enganché a la historia de tal manera que me era casi imposible dejar de leer, cosa que no me suele pasar muy a menudo.

Orgullo y Prejuicio” de Jane Austen no es un clásico como yo me lo esperaba: áspero, denso, confuso, con un lenguaje extraño, arcaico y difícil de leer, sobre temas pasados de moda y poco actuales. No. Esta magnífica y clásica novela inglesa ha roto todos mis esquemas sobre clásicos. Yo me esperaba otra cosa en el buen sentido. Es decir, antes de leer este libro yo tenía claro que muy probablemente no me iba a gustar por ser tan antiguo y porque la etiqueta de “clásico” pesa mucho, y no siempre para bien, sobre los libros. Sin embargo he de confesar orgulloso que no solo he podido con este libro, sino que me ha resultado una lectura muy interesante y enriquecedora, de esas que con el tiempo dejan poso, de esas que una vez has terminado de leer siguen en la cabeza del lector varios días sin salir de ella.

Quien sepa un poco de literatura sabrá cuál es la trama de “Orgullo y Prejuicio”, aunque muy probablemente ese conocimiento sobre la novela solo sea superficial y esté cargado, para variar, de prejuicios sobre la misma; prejuicios que yo también tenía y que en ningún caso se parecían a lo que la realidad me demostró sobre la novela. Para quien no se haya interesado nunca por este libro y siendo muy breve diré que la trama de la novela versa sobre la familia Bennet: los dos padres el señor y la señora Bennet, y sus cinco hijas, Jane, Elizabeth (Lizzy), Lydia, Mary y Catherine (Kitty). Los Bennet son una familia acomodada dueños de una hacienda respetable en la campiña británica. El Señor Bennet es un hombre abrumado por la vida, que solo está cómodo en su estudio leyendo tranquilamente sin que su mujer y sus hijas pequeñas (Lydia, Mary y Kitty) le increpen con sus necedades. La Señora Bennet tiene únicamente en la cabeza casar bien a sus hijas para que tengan un buen futuro.

Y es esa búsqueda de maridos para sus hijas la que ocupa la trama de “Orgullo y Prejuicio”. Entran en escena por tanto los pretendientes: un nuevo vecino de los Bennet, con una hacienda y una finca mucho mejores que la de éstos, el señor Bingley y un amigo de éste el señor Darcy. Entre baile y baile, insinuaciones veladas, conversaciones estándar, neutras y vagas y demás convencionalismos de la época a la hora de cortejar a una dama poco a poco las relaciones entre las señoritas Bennet y estos dos hombres va haciéndose más intensa. Jane se enamora desde un primer baile en su casa del señor Bingley, y Jane queda asombrada por la forma de ser del señor Darcy, en primer momento y por una serie de prejuicios para mal. Poco a poco en la novela entran en escena más personajes relacionados de una u otro manera con los Bennet (ya aviso que este es uno de los puntos más complicados de la novela: el saber de quién se habla en cada momento ya que hay tantas relaciones de amistad, parentesco, vecindad y amorosas, que el lector corre el riesgo, si no es muy metódico leyendo de perderse entre tanto personaje).

Aunque pueda parecerlo “Orgullo y Prejuicio” no es una novela amorosa al uso. De hecho desde mi humilde punto de vista, y aunque por todo el mundo se considere este libro como una de las más grandes y clásicas novelas románticas de la historia de le literatura, considero que esto no es así. Para mí esta obra cumbre de Jane Austen no es simplemente una obra en la que el amor, ese sentimiento universal que poco o nada ha cambiado con los siglos, si se habla del amor verdadero claro está, ese amor que destroza por dentro las entrañas, ese amor que no sale de la cabeza por muy lejos que se encuentren los enamorados y que genera un fuego insofocable en el corazón. Este libro para mí es ante todo una grandísima crítica a la sociedad, en su día la sociedad inglesa de finales del siglo XVIII y principios del XIX, pero que ahora se podría aplicar prácticamente con la misma validez a la sociedad actual.

Como su propio nombre indica, “Orgullo y Prejuicio” es una novela llena de personajes cuyas opiniones sobre otros personajes vienen dadas por las opiniones de terceros sin que medie en ellas el juicio propio de cada individuo. Así al señor Darcy se le otorgarán una serie de maldades que no son reales y que vienen infundadas por la envidia y el odio hacia su verdadera forma de ser. Esos prejuicios son los que finalmente Lizzy terminará venciendo para descubrir al verdadero señor Darcy que terminará por enamorarla hasta un punto inimaginable. También en la relación entre Jane y el señor Bingley obran en contra una serie de prejuicios y envidias que intentan frustrar dicha relación; obstáculos que al final son salvados por los verdaderos sentimientos de ambos que vencen a todo cuanto se diga. Pero también hay mucho orgullo en toda la novela; orgullo que se ve en los personajes y en su encorsetamiento social.

A pesar de sus más de doscientos años, “Orgullo y Prejuicio” bien podría haberse escrito hace apenas unas décadas, ya que la sociedad que muestra Jane Austen no es muy diferente a grandes rasgos de la que impera hoy en día. Todos y cada uno de los personajes que aparecen en las páginas de esta novela puede tener un igual entre nuestros conocidos. Gente avariciosa, orgullosa, necia, banal, sin escrúpulos e interesada, que dirige sus sentimientos de manera egoísta sin pensar en los afectados sino en sí misma. Gente que mira más por el qué dirán que por sus propios instintos y voluntades y que está dominada por las opiniones de los demás y que además cambia la suya propia según el ambiente y la situación.

En cuanto a los personajes no quiero acabar esta crítica sin destacar al señor Bennet. No puedo negar que cada vez que Jane Austen le daba voz en “Orgullo y Prejuicio” me levantaba una carcajada o al menos una sonrisa en la cara. Ojalá hubiera tenido más protagonismo en la novela porque. También quiero resaltar así mismo a la señora Bennet, una mujer necia a más no poder, absurda, cotilla y chismosa que cambia de parecer según vengas dadas las cosas y que por ello mismo también me generaba una serie de sentimientos encontrados, ya que por un lado me producía gracia ver su hipócrita forma de ser, pero al mismo tiempo me daba cierta pena. Otro personaje, aunque más secundario  que quiero destacar es a Lady De Bourgh, una gran dama aristocrática, tía del señor Darcy, llena de maldad que intenta por todos los medios frustrar la relación de su sobrino con Jane Bennet, para que éste se casara con su hija.

Es muy difícil condensar una novela tan compleja como “Orgullo y Prejuicio” en una crítica como esta sin extenderse mucho, pero debo terminar ya. Me dejo en el tintero muchas subtramas siempre entrelazadas con la principal y algunos personajes que también merecerían algo más de atención, pero casi es mejor que quien quiera descubrirlos se lea el libro. Libro que por otra parte, y como dije al principio, me ha sorprendido muy gratamente, no solo por cómo está escrito, ya que Austen emplea un lenguaje que una vez cogido el tranquillo es sencillo de leer y seguir, ya que por cierto abundan los diálogos (por cierto muy bien construidos y logrados), cosa muy de agradecer, sino también por el tema que a pesar de versar sobre una serie de historias de amor y dicha, se va más allá hasta profundizar en sentimientos muy humanos, algunos de los cuales hacen más mal que bien y que pueden terminar por anular a otros sentimientos más benignos y verdaderos. Ha sido una gran experiencia leer este libro y lo recomiendo vivamente.

Caronte.

domingo, 3 de enero de 2016

Lectura crítica: "Remando como un solo hombre"

Empiezo el año en este blog hablando de un libro que me empecé el último fin de semana del pasado 2015 pero que he terminado ya en 2016. Me hubiera gustado no traspasar el año leyendo un libro, sino haber cerrado 2015 terminando un libro y haber empezado este nuevo año empezando uno nuevo. Pero suele pasar esto a menudo, en el fondo el cambio de año no es más que un simple convencionalismo social y en el fondo el año nuevo es diferente para cada persona si tomamos de referencia realmente la fecha que en el fondo nos hace ser más viejos y cambiar de año en nuestra vida, como en la fecha de nuestro cumpleaños. Pero dejo ya las vicisitudes trascendentales para hablar del libro, que no novela, que me ha acompañado durante los últimos días de 2015 y los primeros de 2016. He hecho la diferencia entre novela y libro porque de hecho estreno año en este blog hablando de un libro de no ficción.

Remando como un solo hombre” es el título más que ambicioso que el traductor y la editorial que lo han publicado en español le han dado a un libro que en realidad en su versión original en inglés se llamó “The Boys in the Boat”. No sé cuál de los dos títulos merece mayor consideración. Si el título original en inglés muestra sencillez y humildad, lo mismo que los protagonistas de la historia que se narra en sus páginas, el título en español sin embargo es mucho más onírico y expresa, desde mi punto de vista, mucha más fuerza además de atraer más la atención de los posibles lectores que al leer dicho título sin duda esperarán encontrar una historia épica de superación, lágrimas, esfuerzo, dolor y pérdidas por conseguir un sueño. Por una vez aunque el título traducido de este libro no coincide con el original, ni se parece lo más mínimo, creo que es de lo más acertado y correcto. He de decir también antes de entrar en materia crítica que este libro se publicó originalmente en 2013 pero no ha sido hasta el pasado otoño cuando salió en español, publicado por una editorial no muy conocida: Nordica Libros.

Vamos por fin al asunto. “Remando como un solo hombre” narra la historia del equipo olímpico de remo de los EE.UU. que compitió en los JJ.OO. de Berlín de 1936 y que consiguió el oro olímpico en las propias narices de Hitler, Goebbels y Goering, dejando al bote alemán con la medalla de bronce. Daniel James Brown, el autor del libro, es un conocido escritor americano de libros de no ficción, además de profesor universitario. Esto hace que el libro sea un compendio magistral de investigación casi periodística y de profundización en archivos universitarios, periodísticos y deportivos. El hilo conductor de todo el libro y de la propia historia es la vida de uno de los jóvenes que formaron parte de dicho equipo olímpico, Joe Rantz. De hecho es a partir de los testimonios que Brown consiguió de primera mano de Joe Rantz antes de que falleciera de donde sale el libro propiamente dicho, de ahí y de una de las hijas de Rantz a través de quien el autor del libro consigue entrevistarse con los familiares y conocidos del resto de protagonistas de esta épica historia.

El libro narra el origen del equipo olímpico de remo a ocho con timonel, que es la modalidad más vistosa y prestigiosa de este deporte. “Remando como un solo hombre” no es simplemente la narración de cómo se ganó la medalla de oro en Berlín a la Alemania de Hitler. Es mucho más, ya que en este libro se ve como fueron jóvenes humildes y sencillos, que lucharon desde que fueron apenas unos adolescentes por ir a la universidad y ya dentro de ella por conseguir ser alguien. El remo en EE.UU. desde finales del siglo XIX era un deporte elitista, practicado sobre todo en las universidades más prestigiosas a semejanza de lo que sucedía en sus homólogas inglesas. Desde la misma época se celebraban prestigiosas regatas universitarias para dilucidar quienes tenían los mejores equipos. El equipo olímpico americano que venció en Berlín venía de la universidad de Washington en Seattle, pero lograr ser el equipo que representaría a su país en las olimpiadas no fue un camino sencillo.

A través de la vida de Joe Rantz y de sus orígenes humildes y nada fáciles en una familia en la que la madre murió joven y el padre se volvió a casas con una mujer mucho más joven que pronto echó a Joe de casa para que se buscara la vida porque no le soportaba, “Remando como un solo hombre” va poco a poco metiendo al lector en el ambiente del remo universitario y del equipo que poco a poco se iba formando en la universidad de Washington bajo la batuta y la sabiduría primero de Tom Bolles, entrenador del equipo de primer aña de la universidad, y posteriormente de Al Ulbrikson, quien fuera una leyenda del remo norteamericano. Es la vida de Joe Rantz la que hila toda la historia y a través de la cual Brown va poco a poco enseñándonos y mostrándonos al resto de protagonistas de la consecución de oro olímpico. A los ya nombrados Ulbrikson y Rantz hay que unir al resto de los jóvenes estudiantes que conformaron el equipo olímpico, a destacar el timonel Moch y el remero de popa Hume; así como la figura de George Pocock, constructor del barco que hizo grandes y eternos a estos chicos humildes de Seattle que consiguieron casi lo imposible; no quiero olvidar tampoco, porque son importantes en la vida del protagonista indirecto del libro, Joe Rantz, a su novia y posterior mujer para toda la vida, Joyce que sirvió de apoyo emocional a un joven inseguro que hasta que no se dio cuenta de que el remo es un equipo en el que no se puede ir por libre en el bote si se quiere ser grande, no logró liberarse de una carga muy pesada derivada de su juventud falta de cariño y llena de soledad.

Remando como un solo hombre” es un libro extenso, ampliamente documentado, con muchos datos históricos de diferentes competiciones de remo en las que los chicos que al final se alzaron con el oro olímpico compitieron. También hay muchas referencias personales íntimas de los jóvenes, y muchos datos también de sus vidas privadas alejadas de la universidad, sobre todo de Joe Rantz que todos los veranos debía trabajar duro para conseguir el dinero que le permitiría un año más ir a la universidad y seguir persiguiendo su sueño. Por esta razón, debido a tantos datos y el querer contarlos de la mejor manera posible, el libro tiene muchos altibajos. Si bien es cierto que en los momentos en los que se describen las regatas en las que se va decidiendo quien va a ser el equipo que representará a los EE.UU. en el 36 en Berlín, Brown transmite al lector toda la intensidad y la emoción de un competición deportiva; también es cierto que hoy otros pasajes en los que la narración (o quizá es la traducción al español que sinceramente creo que es bastante mejorable) se hace tedioso por no decir casi intragable.

De todas maneras es imposible no rendirse a la historia de “Remando como un solo hombre”. Una historia de superación y agallas, dolor y éxito, penurias y gloria, amor, constancia, amistad y sobre todo esfuerzo por conseguir un objetivo, un sueño. Pero esto no tiene nada de sorprendente. Es un motivo común de repetición esta épica humana. En la literatura, el cine, la música y toda expresión artística americana siempre hay altas dosis de heroísmo, aunque pueda que no haya para mucho más que una pequeña anécdota. Los americanos son capaces de convertir en héroe al bombero que abrió una lata de conservas a una señora de noventa años que quería tomarse unas sardinas en aceite. En la edición del libro en español, la portada lleva un subtítulo que reza “el equipo que humilló a Hitler”, más o menos. Nada más pretencioso. A pesar de que la victoria en Berlín fue milagrosa si todo lo que se narra sobre ella es verdad, no hubo tal humillación a Hitler. El equipo americano ganó el oro a los italianos por algo más de medio segundo de diferencia; los alemanes bajo la atenta mirada de Hitler acabaron terceros un segundo por detrás de los americanos. Para mí, que me esperaba mucha  más intensidad en el final del libro, una humillación hubiera sido ganar en Berlín sacando tres barcos a los alemanes.

No puedo decir sin embargo que “Remando como un solo hombre” me haya decepcionado. Lo que sí digo es que me esperaba algo más. Quizá haya sido la traducción o simplemente que se ha pretendido envolver en un aura celestial una hazaña que sin restarle méritos, es simplemente un compendio de duro sacrificio y esfuerzo por conseguir unos ideales. Es justo también decir que las páginas de esta novela están llenas de ejemplos de superación, compañerismo y lucha, que deberían estar mucho más presentes en la sociedad, sobre todo en las etapas más tempranas de la misma, en la adolescencia y juventud. Las diferentes historias personales de los chicos que consiguieron el oro en Berlín en remo a ocho con timonel son un verdadero ejemplo de tesón y superación, y ante todo es lo que este libro transmite.

Caronte.