Casi un año ha estado esta novela
esperando en mi pila de lecturas pendientes. La compré en Barcelona, en el
barrio de Gracia en una librería cafetería muy coqueta, con una selección de
libros llena de diversidad y apertura de mentes y con un café de los más ricos
que he tomado en mi vida. Y desde entonces ha estado esperando a ser leída, en
parte porque me daba respeto empezarla, en parte porque en mi interior me decía
que no me iba a gustar como debería y que el impulso que me llevó a comprarla
me fallaría esta vez, como en otras ocasiones había acertado. Pero también digo
que hay veces que es necesario que una novela repose un poco tras comprarla,
que espere su turno de lectura, aunque pasen meses (o incluso años) hasta que
un lector se decide a leerla. Las lecturas y los libros deben madurar, así como
debe hacerlo el propio lector antes de afrontar una novela para poder
disfrutarla como se merece.
Enrique Jardiel Poncela fue uno
de los grandes dramaturgos de la primera mitad del siglo XX en España, y sus
obras de teatro se representaban sin cesar por todo el país. Sigue siendo, hoy
en día, referente en muchos aspectos e inspiración para muchos escritores que
quieren adentrarse en el mundo del teatro y escribir con ironía y humor. Amor
se escribe sin h, novela de título absolutamente llamativo (una de las
razones que me llevaron a elegirla para acercarme a este autor), nos cuenta la
más manida de las historias de la literatura: chico se enamora de chica, tienen
una historia de amor, chica se cansa de chico, chico se queda destrozado… Y,
sin embargo, Poncela lo escribe todo de manera tan surrealista y disparatada,
rompiendo incluso lo que en el cine sería la cuarta pared para hablarle al
lector de sí mismo, que lo que puede ser una historia repetida hasta la
saciedad desde los inicios de la literatura tiene un aire fresco. Tan fresco
incluso que si se publicara algo así hoy no desentonaría.
Si nos paráramos en la trama de Amor
se escribe con h, pues tendríamos una novela más, sobre un tema universal
como el amor, pero tratado con ironía, sarcasmo y un humor tan limpio como
efectivo. Sin embargo, Poncela no solo crea una novela, sino que construye un
libro extrasensorial, casi podría que decirse que interactivo si usamos los
términos actuales (teniendo en cuenta que la novela se publicó en 1928), donde
el escritor madrileño emplea dibujos, esquemas, y demás elementos no
simplemente narrativos para hacerle la lectura al lector mucho más amena,
entretenida y activa que una simple narración.
Tras leer Amor se escribe con
h me vienen a la mente dos cosas. La primera es que mis prejuicios ante
esta novela eran absolutamente infundados y absurdos (y que cualquier prejuicio
ante cualquier novela es pura ignorancia). La segunda es que una vez leída esta
novela y descubierto a Jardiel Poncela me doy cuenta la gran influencia que su
humor ha tenido en escritores como Eduardo Mendoza, cuyas novelas más
humorísticas me han recordado a esta. Un humor de lo absurdo, de expresiones
disparatadas, de situaciones alocadas y totalmente surrealistas pero que podrían
perfectamente darse en la vida real en uno de esos episodios que se viven y
luego uno piensa que cómo ha sido posible que sucediera.
Hacer reír, por norma general y
en cualquier ámbito y contexto, no es algo sencillo ni fácil. Conectar con
alguien, con su idiosincrasia y sus referencias mentales, y ser capaz de despertarle
una sonrisa que pueda acabar en carcajada es casi misión imposible. El llanto y
la risa son emociones que la literatura bordea constantemente y que no siempre
se consiguen transmitir. De hecho, en toda mi vida, solo he llorado de verdad
con un libro. Por su parte, la risa me la han despertado un puñado de libros, entre
ellos entra ahora Amor se escribe con h. Poncela tiene ese humor que
tanto me gusta: ingenioso, irónico, lleno de inventiva y absurdo, surrealista a
veces.
No puedo esconder mi entusiasmo
tras haber leído esta novela. Y es que Amor se escribe con h me ha parecido de
lo más entretenido que he leído recientemente. Ligero, ameno, divertido,
interesante, retador… Jardiel Poncela sabía cómo tratar a su público, ya fuera
en el teatro como en sus novelas (al menos en esta que es la única que de
momento me he leído de él) y eso se nota en cómo escribe. Cualquiera que quiera
leer algo diferente, fresco pese a ser un clásico, y justamente divertido que
se haga con esta novela y se deje guiar por la pluma de Poncela.
Caronte.