jueves, 28 de abril de 2022

Amor se escribe sin h

Casi un año ha estado esta novela esperando en mi pila de lecturas pendientes. La compré en Barcelona, en el barrio de Gracia en una librería cafetería muy coqueta, con una selección de libros llena de diversidad y apertura de mentes y con un café de los más ricos que he tomado en mi vida. Y desde entonces ha estado esperando a ser leída, en parte porque me daba respeto empezarla, en parte porque en mi interior me decía que no me iba a gustar como debería y que el impulso que me llevó a comprarla me fallaría esta vez, como en otras ocasiones había acertado. Pero también digo que hay veces que es necesario que una novela repose un poco tras comprarla, que espere su turno de lectura, aunque pasen meses (o incluso años) hasta que un lector se decide a leerla. Las lecturas y los libros deben madurar, así como debe hacerlo el propio lector antes de afrontar una novela para poder disfrutarla como se merece.

Enrique Jardiel Poncela fue uno de los grandes dramaturgos de la primera mitad del siglo XX en España, y sus obras de teatro se representaban sin cesar por todo el país. Sigue siendo, hoy en día, referente en muchos aspectos e inspiración para muchos escritores que quieren adentrarse en el mundo del teatro y escribir con ironía y humor. Amor se escribe sin h, novela de título absolutamente llamativo (una de las razones que me llevaron a elegirla para acercarme a este autor), nos cuenta la más manida de las historias de la literatura: chico se enamora de chica, tienen una historia de amor, chica se cansa de chico, chico se queda destrozado… Y, sin embargo, Poncela lo escribe todo de manera tan surrealista y disparatada, rompiendo incluso lo que en el cine sería la cuarta pared para hablarle al lector de sí mismo, que lo que puede ser una historia repetida hasta la saciedad desde los inicios de la literatura tiene un aire fresco. Tan fresco incluso que si se publicara algo así hoy no desentonaría.

Si nos paráramos en la trama de Amor se escribe con h, pues tendríamos una novela más, sobre un tema universal como el amor, pero tratado con ironía, sarcasmo y un humor tan limpio como efectivo. Sin embargo, Poncela no solo crea una novela, sino que construye un libro extrasensorial, casi podría que decirse que interactivo si usamos los términos actuales (teniendo en cuenta que la novela se publicó en 1928), donde el escritor madrileño emplea dibujos, esquemas, y demás elementos no simplemente narrativos para hacerle la lectura al lector mucho más amena, entretenida y activa que una simple narración.

Tras leer Amor se escribe con h me vienen a la mente dos cosas. La primera es que mis prejuicios ante esta novela eran absolutamente infundados y absurdos (y que cualquier prejuicio ante cualquier novela es pura ignorancia). La segunda es que una vez leída esta novela y descubierto a Jardiel Poncela me doy cuenta la gran influencia que su humor ha tenido en escritores como Eduardo Mendoza, cuyas novelas más humorísticas me han recordado a esta. Un humor de lo absurdo, de expresiones disparatadas, de situaciones alocadas y totalmente surrealistas pero que podrían perfectamente darse en la vida real en uno de esos episodios que se viven y luego uno piensa que cómo ha sido posible que sucediera.

Hacer reír, por norma general y en cualquier ámbito y contexto, no es algo sencillo ni fácil. Conectar con alguien, con su idiosincrasia y sus referencias mentales, y ser capaz de despertarle una sonrisa que pueda acabar en carcajada es casi misión imposible. El llanto y la risa son emociones que la literatura bordea constantemente y que no siempre se consiguen transmitir. De hecho, en toda mi vida, solo he llorado de verdad con un libro. Por su parte, la risa me la han despertado un puñado de libros, entre ellos entra ahora Amor se escribe con h. Poncela tiene ese humor que tanto me gusta: ingenioso, irónico, lleno de inventiva y absurdo, surrealista a veces.

No puedo esconder mi entusiasmo tras haber leído esta novela. Y es que Amor se escribe con h me ha parecido de lo más entretenido que he leído recientemente. Ligero, ameno, divertido, interesante, retador… Jardiel Poncela sabía cómo tratar a su público, ya fuera en el teatro como en sus novelas (al menos en esta que es la única que de momento me he leído de él) y eso se nota en cómo escribe. Cualquiera que quiera leer algo diferente, fresco pese a ser un clásico, y justamente divertido que se haga con esta novela y se deje guiar por la pluma de Poncela.

Caronte.

lunes, 25 de abril de 2022

Caín

Suerte es que una de mis librerías de segunda mano de cabecera (ya son varias a las que doy este apelativo que, por tanto, empieza a perder significado real) publicara en Instagram que tenía varios ejemplares de las ediciones conmemorativas del centenario del nacimiento de José Saramago. Bueno, suerte… Suerte plena sería si ese anuncio coincidiera con que me hubiera tocado la lotería y por tanto el gasto de dinero no fuera una preocupación y solo me tuviera que preocupar de encontrar hueco futuro a esos libros y tiempo para leerlos entre tantas lecturas como tengo pendientes. Pero, sí, fue suerte. Me lancé en cuanto tuve una tarde libre a la librería y me pude hacer con tres de esos ejemplares preguntando por otros que ya había volado por la mañana. Al menos me pude hacer con tres ejemplares, siendo este el primero que me he leído y del que, por tanto, voy a escribir a continuación. En lo que resta de año probablemente pueda leer los restantes.

Saramago retoma en Caín los temas bíblicos eligiendo a uno de los grandes personajes del Antiguo Testamento y usándolo como guía a través de distintos episodios de las Sagradas Escrituras para mostrarlas desnudadas de cualquier ropaje católico, apostólico y romano y mostrarlas tal y como son analizadas desde la razón y no desde la fe. Y parte desde el principio de los tiempos y la existencia: desde Adán y Eva y desde ahí el lector recorrerá la Biblia y sus principales hechos anteriores a Jesucristo: la Torre de Babel, el becerro de oro, la destrucción de Sodoma y Gomorra, el derrumbe de las murallas de Jericó, el sacrificio de Abraham, las penurias de Job, el diluvio universal…

Todos conocemos a Caín, todos conocemos su historia, seamos creyente o no. Vivimos en una sociedad cristiana en la cual desde pequeños nos enseñan la Biblia (o al menos a mí me la enseñaron, para poco sirvió, pero me la enseñaron) y conocemos todos, o casi todos los episodias que Saramago retoma en su Caín, llevando al lector no solo a un recorrido por la historia de la religión católica, sino también a una reflexión más profunda sobre la propia concepción de la religión.

Saramago, a quienes le tenemos como autor de cabecera y refugio en momentos lectores flojos, nos tiene acostumbrados a lecturas no solo de trama interesante sino a reflexiones profundas sobre la vida y aquellos temas que recorren la existencia del ser humano. En Caín, y usando un personaje villano para la religión católica, el Nobel portugués nos presenta una mirada a la religión y a la fe totalmente descreída, poniendo voz, rostro y vestimenta a Dios incluso, y haciéndonos verle como lo que en el fondo es: un ser tiránico, envidioso, cruel y vengativo; un Dios que solo es capaz de imponer la fe y su propia idolatría a los hombres mediante el miedo, la muerte, la sangre y las amenazas.

Obviamente alguien muy muy muy creyente, o esos creyentes que no son capaces de ver la religión y la fe como temas cuestionables ni discutibles no serán capaces de ver en Caín una obra de un calado reflexivo muy interesante. Desde la frialdad y el análisis crudo e irónico de un Saramago ateo y escéptico ante creencias irracionales, el lector recorre los episodios más famosos de la Biblia de mano de un Caín marcado por su destino y por un Dios cruel que le condenó a ejecutar a su hermano con sus propias manos y a vagar sin rumbo por la existencia. Saramago se toma sus licencias, como todo novelista, para hacer malabares narrativos y, cual novela fantástica, trasladar de una frase a otra a Caín de un momento a otro del Antiguo Testamento para ir dando muestras y ejemplos de la absurdez de la fe cristiana y de la crueldad del ser al que llaman Dios los católicos.

Como novela Caín es un artificio narrativo digno de pocos autores, y es que Saramago sabe hacer magia con poco y a partir de temas o personajes que a la mayoría de escritores les parecería quimérico utilizar. Por algo le dieron el Nobel, y es que es de los pocos galardonados con este premio que se ha convertido en autor refugio: ese tipo de autores a los que vuelvo constantemente cuando tengo una crisis lectora porque sé que no me van a fallar y que la lectura de cualquier de sus libros sé que me reconfortará y dará ánimos para continuar descubriendo libros y autores.

Lo bueno que suelen tener las novelas de Saramago es que, pese a un estilo tan peculiar como único y personal, su lectura anima a no abandonarla y lleva al lector en volandas de páginas en página casi sin darse cuenta. Caín es una novela con mucha parte de reflexión y ensayo sobre la fe y la religión, sobre la existencia de Dios y su propia identidad. No es apta para creyentes fervorosos y mucho menos para fanáticos de la fe. Para todos los demás este libro supondrá un verdadero divertimento lector.

Caronte.

lunes, 18 de abril de 2022

La Marcha Radetzky

¿Qué es un clásico? Para mí, nada más que una etiqueta que se le encasqueta a un libro y que determina su concepción por los lectores tanto para bien como para mal. El quién determina qué es un clásico y qué no ya es bastante más dudoso. Hay obras universales de la literatura que adquieren su carácter por tradición, por representar el culmen de una época o por implicar un cambio de paradigma literario. Otras obras, por el contrario, se convierten en clásicos porque una serie de críticos literarios y expertos estudiosos lo dicen pasando a ser así consideradas por lectores que no han pasado más que una decena de sus páginas para leerlas. La única conclusión aceptable entonces de lo que es un clásico es la de un libro que está siempre en la conciencia colectiva y que por tanto “hay que” leer, amándolo, odiándolo o siendo absoluta y totalmente indiferente al mismo. Pues esto último me ha pasado con este supuesto clásico de la literatura europea y austríaca.

La Marcha Radetzky es una de esas novelas que llevan el apelativo de clásico de la literatura supongo que derivado de otra época en la que sí que le vendría al pelo y podría ser considerado como tal. Que hoy siga siendo considerado como un clásico cuando lo que cuenta, a fin de cuentas – la decadencia de una familia que no sabe adaptarse a un presente cambiante – es un tema tan manido en la literatura como el del amor prohibido es básicamente porque cuando a un libro le cae la etiqueta de clásico es casi imposible quitársela.

No puedo negar el valor histórico que pudo suponer el año de su publicación La Marcha Radetzky. En 1932 ver plasmada en papel la decadencia social de todo un imperio como el Austrohúngaro que arrasó con toda una concepción de la vida que hasta el momento se consideraba prácticamente eterna e inmutable por los siglos de los siglos tuvo que se un rotundo éxito lleno de nostalgia y melancolía. Pero a día de hoy, con todos aquellos eventos en el pozo oscuro y profundo del olvido, poco puede aportar una novela que, para mí, queda desfasada en un tiempo pretérito que poca conexión con la realidad tiene y cuyos posibles paralelismos con una época de decadencia actual no logro vislumbrar.

La historia de la familia Trotta, desde el abuelo convertido en héroe de la Batalla de Solferino tras salvar al Emperador hasta el nieto que vive en sus propias carnes el cambio de paradigma social de una época de ocaso pasando por el padre alto funcionario de un Imperio descomunal en proceso interno de desintegración, me causa pesadez en la lectura. Apenas he sido capaz de mantener una atención digna en la narración de La Marcha Radetzky; de hecho, lo que más deseaba era acabar la novela para poder pasar a otra lectura quizá más edificante. Y decir esto de cualquier libro es casi peor que decir que lo has abandonado por imposible.

No he conectado ni con la trama de La Marcha Radetzky ni con el estilo de Joseph Roth. Y es que esa es otra. A menudo he leído comparaciones, para bien, entre Roth y Stefan Zweig, tanto por estilo de escritura como por mundo literario donde ambos profundizan en las más íntimas pasiones del ser humano y engloban todo en una época de cambios sociales profundos en el seno de la vieja Europa, la Europa de las grandes naciones y los vastos imperios. Pero, así como la etiqueta de clásico para esta novela, la comparación entre Roth y Zweig es, para mí, una sobre ventilación absurda. Hay rasgos comunes en ambos escritores, sí, pero de ahí a casi equipararlos, pues lo siento, pero no. Creo que Zweig está varios escalones por encima de Roth en cuanto a nivel de escritura y en cuanto a enfoque de tramas y análisis de la propia existencia humana en relación a su contexto histórico.

Pasa con los libros lo que con muchas otras cosas en la vida: no puedes decir si te gusta o disgusta si no lo lees o lo intentas al menos. La Marcha Radetzky es un libro que quería leer por muchas razones, todas buenas, válidas y loables, pero que tras su lectura me ha dejado decepcionado y totalmente indiferente a lo narrado en sus páginas. Por esto hay que leer siempre, leer y leer y leer. Leer tanto lo que uno sabe que le va a gustar, como aquello que, arriesgando un poco más, puede que no entendamos del todo, o incluso aquello que lo más probable es que no nos guste. No se puede hablar de libros y de literatura si solo leemos aquello en lo que nos sentimos cómodos. Joseph Roth, como Stefan Zweig o Sandor Marai son de esos escritores clásicos europeos que están casi en el olvido y por ello, puedan gustar o no, hay que leerlos siempre.

Caronte.

viernes, 8 de abril de 2022

Snow falling on cedars

He de reconocer que compré este libro por pertenecer a una colección la editorial Bloomsbury donde se reunían 9 clásicos modernos con unas ediciones de bolsillo muy cuidadas y de portadas muy sugerentes. Claramente me guie por la apariencia y por la breve sinopsis de la novela antes que por otra cosa. Me dejé convencer por un aspecto cuidado quizá dejando a un lado el interesarme más por la propia historia pensando que, como los otros tres libros de esta colección que había leído me habían gustado, este también me iba a gustar. Y, sin embargo, ha pasado todo lo contrario, y es el que me ha gustado menos de todos. Aun así, con tesón y porque, en el fondo, el libro se deja leer bastante bien lo he terminado acabando. No me importaría hacerme con el resto de libros de esta colección, pero he estado mirando y parece ser que ya está descatalogada. Una pena, porque realmente su diseño está tremendamente cuidado para ser ediciones de bolsillo.

Snow falling on cedars (o Nieve sobre los cedros en castellano, aunque es muy complicado hacerse con ella en nuestro idioma, no sé por qué razón) es una novela judicial que sigue los pasos de las clásicas novelas de John Grisham, pero con un punto más de lirismo en su narrativa. La trama gira en torno al juicio a un pescador y ex militar americano de ascendencia japonesa acusado de asesinato en primer grado contra un compañero del mar y antiguo amigo de la infancia en mitad de una noche de espesa niebla y en mitad del mar. Alternando en la narración los interrogatorios a los testigos en el juicio y flashbacks de los principales personajes a momentos pasados que les marcaron de manera contundente y definitiva, la novela avanza a trompicones salteada como está de descripciones del ambiente y narraciones de transiciones entre escenas y lugares que no aportan más que páginas y páginas que, a mi juicio, resultan más que prescindibles y que en lugar de conseguir dar a la novela un aire clásico y literario la convierten en un bodrio bastante aburrido.

He comentado que esta novela tiene posos de John Grisham, el gran maestro de las novelas judiciales, pero simplemente lo he hecho por comodidad ya que hubo un tiempo en que leía a Grisham casi como obsesión. Snow falling on cedars tiene muy buen ritmo narrativo y es muy buena en el momento en que la narración se centra en el proceso judicial, fuera de ahí su autor se pierde intentando ser más un novelista lírico que reconociendo que está escribiendo una novela de género. Y es que tengo la impresión de que el autor quería y al mismo tiempo evitaba escribir una novela que pudiera clasificarse como judicial, cosa que en el fondo es y que no sería algo malo. Pero ha podido la voluntad de enmascararla y, para mí, sobran como 100 páginas de aquí y de allá donde lo narrado no aporta un ápice de interés a la narración.

Centrándonos en lo bueno de Snow falling on cedars debo decir que la ambientación judicial y la narración de los hechos delictivos está muy bien conseguida y prácticamente uno mientras lee se imagina cualquier película americana de juicios, con su juez pasota, el jurado serio, el fiscal arrogante, el abogado defensor voluntarioso y el acusado silencioso sabiendo que ha sido arrestado injustamente por malentendidos derivados en este caso de rencillas previas y de su origen racial. Además, es esta segunda parte, la del origen racial y el racismo generalizado en parte de EE.UU. durante la posguerra mundial contra americanos de origen japonés, cuyas vidas se vieron truncadas de golpe tras Pearl Harbour y que tras la victoria sobre Japón en el Pacífico quedaron tocadas por un velo de sospecha eterna simplemente por no parecerse al americano clásico de ascendencia europea.

Pero poco más positivo puedo decir de esta novela. Snow falling on cedars ha pasado sin pena ni gloria por mis manos. Si la he terminado es porque: primero, no me gusta dejar las novelas inacabadas y segundo porque no todo lo que sobra en el libro viene seguido. Si esto último hubiera sido así no hubiera pasado de la mitad. Fijaos si ha sido irrelevante el libro en mis manos que un día se me olvidó en la oficina y tuve que hacerme dos trayectos en metro (el de esa tarde y el del día siguiente para volver al trabajo) sin nada que leer, y casi que lo prefería. Al final terminé acelerando la lectura leyendo en diagonal párrafos y páginas enteras no notando que me haya faltado nada por leer o matizar. Creo que con esto queda dicho todo.

Caronte.

viernes, 1 de abril de 2022

El Gatopardo

A veces la literatura debe servir para sosegar, tranquilizar, calmar, para leer por el mero hecho de estar leyendo, sentado en un sillón, con un café cerca, relajado y dejando que la mente vague por el texto disfrutando. Hay pocos libros que se presten a ello, y de los que se escriben hoy en día casi ninguno es de este tipo. Ahora todo tiene que ir a una velocidad ultrarrápida y en las novelas deben pasar muchas cosas con muchos y diversos personajes. Lo contrario no solo no vende, sino que ni tan siquiera llama ya la atención. Hubo una época que no era así; una época en la que la literatura servía para tranquilizar sin tener que cumplir ningún tipo de entretenimiento como si fuera una canción o una película. Es como si los escritores (y los editores) tuvieran miedo de publicar novelas en las que solo pasa la vida y no hay asesinatos, ni romances, ni conflictos, ni mentiras…

El Gatoparto es una de estas novelas escritas para leer con calma y sosiego buscando, además, la tranquilidad que da una novela bien escrita donde lo que se cuenta, aún teniendo una importancia relativa, no es lo principal sino cómo está escrita y la paz que transmite en cada página. Giuseppe Tomasi di Lampedusa, de noble cuna y alta alcurnia, solo escribió una novela es toda su vida, ésta, pero qué novela… El de este noble italiano, de vieja estirpe y cultura excelsa, es uno de los casos literarios más extraordinarios: con una única obra publicada y escrita ha logrado ser una de las referencias culturales italianas, posicionando su novela en el canon clásico de la literatura de su país.

Ambientada en una Sicilia de otro tiempo, mediados del siglo XIX, y teniendo como centro al Príncipe de Salina y su vida en una isla y una Italia en transición entre dos mundos y formas de entender la sociedad, El Gatopardo es una novela histórica, costumbrista y familiar, con un trasfondo intenso de eventos políticos y cambios sociales que hacen de esta novela un fresco muy interesante para los amantes de la historia y de la propia literatura. El trasfondo general de la novela se desarrolla en plena revolución italiana en la que Garibaldi reunifica a todos los reinos italianos bajo un único monarca y bandera, bajo un único himno y una organización política única intentando llevar a Italia a la modernidad de la época sacándola de ese áurea medieval que aún cubría todos los aspectos de la sociedad.

Antes de acercarme a El Gatopardo lo único que me venía a la cabeza con esta novela era la película italiana clásica. Nada más. Bueno, sí, también me venía a la cabeza todo tipo de especulaciones sobre el contenido de una novela que siempre ha estado en libros pendientes de leer por tratarse de un clásico, pero que nunca terminaba de acercarme a ella por el mismo hecho de ser un clásico. Pero ha caído en mis manos, y a lo largo de sus páginas he viajado a una Sicilia probablemente ya extinta, pero que aún en la segunda mitad del siglo XIX tenían un aire medieval de servilismo muy acentuado. Iglesia y Nobleza eran los centros alrededor de los cuales giraba todo lo demás. La pleitesía a los nobles terratenientes por parte de campesinos y pueblo llano, la intelectualidad del cabeza de familia, la simpleza de las jovencitas enamoradas de los apuestos militares… Un clásico en toda regla, escrito a mediados del siglo XX pero con aires de novela del XIX inglesa.

Partiendo de que la novela perfecta no existe, hay muchas que, conformando un canon, pueden juntar cualidades entre ellas que las hacen rayanas a la perfección. El Gatopardo es una obra redonda, quizá no perfecta, pero sí de esas que quedan fijadas en el imaginario colectivo del mundo de la literatura y del Olimpo cultural de un país, en este caso Italia. En el imaginario colectivo literario de Sicilia e Italia está esta novela, donde el paisaje y el entorno son tan importantes como los propios personajes y las mismísimas reflexiones que en las páginas de este libro se narran. Hay mucho análisis de personalidades, muchas reflexiones sobre la vida, el amor y los cambios sociales que se avecinan dejando atrás un mundo y una época ya caduca y podrida por el tiempo.

Debo de confesar mi enorme sorpresa al terminar El Gatopardo y haberme encontrado con una novela que no imaginaba para nada así y cuya historia y su ambientación me han cautivado. Con un estilo elaborado, pero nada barroco o florido, Giuseppe Tomasi di Lampedusa logra en su primera y última novela lo que miles de escritores pretenden conseguir y nunca lograr en libros y libros fastuosos y pretenciosos. La lectura de esta obra merece calma, tranquilidad y reposo. Y, además, lo mejor para acercarse a esta novela ya clásica de la literatura italiana es hacerlo sin pretensiones y sin saber nada más de ella que su título. Quien se acerque a esta lectura así, en blanco, la disfrutará.

Caronte.