domingo, 31 de agosto de 2014

Lectura crítica: "La mancha humana"

Hoy no me toca hablar de un libro cualquiera, de una novela más de las que se publican a lo largo de un año. Hoy me toca hablar de un novelón, tal y como suena con todas sus sílabas. No-ve-lón. El título de este novelón es “La mancha humana” y su autor es el aclamado, tanto por la crítica especializada como por el público soberano, Philip Roth. Como siempre soy sincero y tengo que decir que me esperaba mucho de esta novela y de este escritor del que tanto he oído hablar siempre y la verdad no sólo este libro ha colmado todas las expectativas previas que tenía puestas en él sino que las ha superado más que con creces. Como llevo haciendo ya últimamente con los últimos libros de autores ingleses o americanos que me leo, esta vez he vuelto a leerme este libro en su versión original, es decir en inglés, y ha sido la primera vez que a pesar de las dificultades de leer a un escritor tan culto como lo es Roth, he ido devorando el libro como si estuviera escrito en español. Una semana he tardado en leerlo, cuando pensaba que me iba a llevar mucho más tiempo entender bien el libro, supongo que esto querrá decir que ha merecido la pena.

La mancha humana” es ante todo una historia sobre la libertad de las personas para ser lo que decidan ser, siempre y cuando se sea consciente de lo que esa libertad conlleva, y de las consecuencias de las decisiones que tomamos en nuestra vida para alcanzar esa libertad. En esta novela se nos presenta la vida, y sobre todo el gran secreto de la vida, de Coleman Silk, un prestigioso decano de universidad, profesor de Arte y Literatura Clásica, que se ve envuelto al final de su vida en una serie de ataques contra su persona debidos básicamente a la hipocresía y el cinismo de la sociedad americana. A su vez la novela está narrada de principio a fin por Nathan Zuckerman, personaje recurrente en las novelas de Roth, que en “La mancha humana” se hace amigo de Coleman Silk quien le encarga que escriba la historia, o el secreto oculto, de su vida.

La novela se ambienta en 1998, justo cuando estalla el mayor escándalo sexual en la historia de los EE.UU., el caso Lewinsky. A parte de tratar esta hipocresía americana que casi le cuesta el puesto al presidente Bill Clinto, simplemente porque una becaria le estuviera haciendo un “trabajillo” (todos sabemos cuál, por eso no lo voy a nombrar aquí directamente) en el Despacho Oval. Esa moral de quita y pon, una moral cínica e hipócrita que impide que un política pueda tener un affair con una secretaria pero que permite que EE.UU. entre en guerra por todo el mundo apoyando regímenes dictatoriales cuando le conviene, y derribándoles cuando el viento sopla del lado contrario, está presente durante toda la novela. También es esta moral la que lleva a que el protagonista de “La mancha humana” se vea forzado a renunciar a su puesto en la universidad porque unas palabras suyas son malinterpretadas intencionadamente para echarle por racista.

Este tema del racismo también es otro de los grandes ejes vertebradores de la novela, pero no está tratado de manera condescendiente y partidista a favor de los derechos de los ciudadanos afroamericanos. Todo lo contrario. En “La mancha humana” se ve las dos caras del tema del racismo en los EE.UU., un asunto también muy delicado, que sigue muy vigente a día de hoy cuando por mucho que se dejara atrás hace décadas la segregación racial, sigue habiendo abusos contra los ciudadanos de color americanos. Tanto la cara dura del racismo, que se ve claramente cuando Coleman Silk le cuenta a su amigo Nathan Zuckerman cómo fue su infancia y juventud en un barrio donde había muchos afroamericanos. Pero también se trata el racismo como tema de puro oportunismo, tanto por parte de negros para subir puestos en la sociedad como grandes defensores de los derechos y libertades de dichas comunidades, como por parte de los blancos que lo usan para su propio beneficio y para que esa moral tan puritana americana les tache de gente moderada y tolerante, cuando ni los primeros son tan altruistas como los segundos tan generosos.

Pero “La mancha humana” no se queda simplemente ahí, y es que como he dicho es todo un novelón que también profundiza en uno de los temas que más ha marcado y calado en la sociedad americana desde el último tercio del siglo pasado como fue la Guerra de Vietnam y sus consecuencias no para una, sino para varias generaciones de americanos mandado al frente en esa guerra absurda que EE.UU. comenzó con la intención de acabar con el comunismo en el mundo, y que terminó desangrando a la sociedad civil americana. También este tema es tratado con toda la dureza y realismo que se puede tratar. También en este caso la hipocresía de la sociedad americana sale a relucir y Philip Roth, de manera sutil pero clara, critica esa doble moral que se ha tenido siempre para con los veteranos de aquella guerra. Por un lado se reniega de esa guerra diciendo que fue un grandísimo error de los EE.UU. meterse donde nadie les había llamado solo para seguir cazando brujas comunistas por todo el mundo y se pedía continuamente que se acabara la guerra, mientras que una vez los soldados volvían después de haber visto todas las crueldades y barbaridades habidas y por haber de las que el ser humano es capaz de hacer, se les daba la espalda y se les dejaba a su propia suerte lidiando con todas las secuelas físicas y mentales que aquella guerra dejó en sus cuerpo y mentes. Una moral que para calmar la conciencia, hace que se dedique un día a los veteranos de las diversas guerras americanas y se les levantes estatuas para conmemorar su valor, eso sí, únicamente por un día.

Todo esto envuelve la vida de Coleman Silk, de manera más o menos directa. Y toda esta doble moral, todo este cinismo y toda esta hipocresía se explotan en la cara al final de su vida. Una vida que es un total secreto que terminará por aflorar a la luz de manos del narrador de “La mancha humana”, Nathan Zuckerman, que como observador externo de la vida de Coleman Silk va contando al lector poco a poco ese secreto, desgranándolo con sumo cuidado. Si fuera poco el ser obligado a renunciar a tu prestigiosa carrera, arruinada por unas acusaciones falsas, hechas únicamente para saciar la moral de la sociedad, de racismo; a todo se suma la muerte de la mujer de Silk y el hecho que tras esto conozca a una mujer de casi la mitad de años que él y que también sea sojuzgado por ello, con otra moral también hipócrita y falsa, pero esta vez feminista, encarnada en una mujer, compañera de Coleman en la universidad, que intenta difamarle por todas las formas posibles y tacharle de machista por estar con una mujer tan joven, haciendo creer a todo el mundo que es su “chica de compañía”. Esta actitud contra Coleman es también totalmente infundada, pero la persona que lo hace es una feminista de palabra que se siente superior a todos por ser mujer y por tener que recibir un trato mejor que el que recibe el resto por ello. Lo dicho, doble mora otra vez.

Racismo, hipocresía, doble moral y también falso feminismo. Todo esto se mezcla en las páginas de “La mancha humana”, de una manera tan brillante que hay pasajes del libro que bien merece la pena releerlos para terminar de entenderlos. Esto he tenido que hacer yo en varias ocasiones, no ya sólo por la propia complejidad formal al haberla leído en inglés con la dificultad que eso conlleva en un escritor de tanto nivel como Roth, sino también por la dificultad conceptual y por la profundidad del tratamiento de algunos de los temas que ya he mencionado. La historia de Coleman Silk, termina también de forma abrupta en un accidente de tráfico que su amigo Zuckerman no quiere terminar de creer que fue tan accidental. La trama poco a poco se va complicando y al final nadie termina siendo lo que parece ser, y el lector puede terminar con la sensación de no saber quién es quién en la novela, pero en el fondo, como en la vida misma, pocas veces podemos saber a ciencia cierta quién en quien, ni muchas veces ni siquiera quienes somos nosotros.

Todos los personajes de la novela, tienen su momento de gloria en la misma y todos están manchados por sus propias decisiones en sus vidas, decisiones humanas que generan vidas y muertes, aciertos y errores; amor y dolor. “La mancha humana” es ante todo una novela que critica esa doble moral con la libertad: por un lado se exige tener libertad para todo, para amar, para callar, para hablar, para mentir y para decir la verdad; pero por otro lado es exige que siempre se ama a quien se tiene que amar, que se calle lo que hay que callar, y que se hable lo que se tiene que hablar, nunca mintiendo y siempre diciendo la verdad. La sociedad quiere la libertad pero a su vez impone qué libertad debe ser y cómo debe conseguirse. Esa falta de moral, esa doble vara de medir, esa hipocresía y ese cinismo están presentes en toda la novela, y Roth lo trata de manera magistral, soberbia. Quien de verdad quiera echar unas horas intensas leyendo este novelón no se va a arrepentir y lo va a disfrutar muchísimo, eso sí hay que estar preparado para releer ciertos pasajes para comprenderlos en toda su extensión, porque las reflexiones que impone Roth son más que interesantes. Nunca pensé que iba a acabar tan encantado con este libro, pero siempre hay que estar dispuesto a encontrar estas joyas.

Caronte.

martes, 26 de agosto de 2014

Lectura crítica: "Solar"

Tras haberme leído hace unos meses “Chesil Beach” de Ian McEwan, novela de la que ya hablé en su día, y haber quedado un tanto frío después de su lectura, que aunque interesante se me quedó muy corta, me he atrevido con “Solar”, y esta vez sí que he terminado completamente contento con ella. Quizá a primera vista el argumento de la novela no llegue a atraer demasiado la atención del lector, como me pasaba a mí, pero tras verla recomendada en muchos sitios y por las buenas críticas internacionales que tenía me animé a leerla y a ver qué me deparaba su lectura. Para profundizar algo más en los matices de la novela, decidí leerla en inglés, para seguir practicando el idioma e intentar captar en el idioma original todos los matices en su verdadero sentido.

Solar” tiene como protagonista principal y absoluto a un premio Nobel de Física, un gran científico de éxito en su campo profesional pero que su vida personal no es que haya sido, ni sea ejemplar. Vamos que hace aguas por todos lados. Este físico se llama Michael Beard, y además de un brillante físico, es un mujeriego empedernido que ha tenido cinco matrimonios, aparte de otras numerosas aventuras con otras mujeres, bebedor y comedor impulsivo, un tanto cobarde y por qué no decirlo bastante irónico y algo cínico. Quizá lo único admirable de Michael Beard sea su vida académica, porque por todo lo demás se podría decir que puede llegar a ser despreciable, aunque haya momentos en la novela en la que se sienta lástima por este eminente Nobel de Física.

En la novela se entrelazan de manera brillante el amor y las dudas sobre las relaciones personales que tiene Beard, con una crítica satírica y muy irónica sobre el cambio climático, visto siempre desde una posición muy hipócrita y cínica por parte de todos los personajes que aparecen en la novela. Personajes todos ellos, muy secundarios ya que apenas sólo uno o dos aparecen recurrentemente durante toda la novela. “Solar” se divide en tres partes, que sitúan la historia en los años 2000, 2005, y 2009. Como he dicho amor y cambio climático se entremezclan en esta excepcional novela, no excesivamente extensa ya que en la edición inglesa no llega a las trescientas páginas, y que se lee con mucho interés. La novela primeramente nos presenta la desastrosa vida amorosa de Michael Beard, que está casado con su quinta mujer, a la única que realmente ha querido nunca y por la que siente verdadera pasión y teme perderla, a pesar de sacarla bastantes años. Pero como sus anteriores matrimonios acaba mal, pero esta vez a diferencia de los anteriores es él el cornudo cosa que nunca ha experimentado y que le cae como un jarro de agua fría. La primera parte de “Solar” se centra en esta separación y en las reacciones de Beard ante ello, viendo como la que todavía es su mujer se larga con el albañil que les ha hecho la reforma de la casa en donde viven. Además de la parte amorosa y de la vida personal de Beard, en la primera parte de la novela se empieza a introducir el tema del cambio climático. Michael Beard es el jefe de un centro de investigación encargado de buscar nuevas formas de energía que sustituyan a las que están destruyendo el planeta.

Es quizá la parte relacionada con el cambio climático la que hace más interesante al libro, y donde se recrean las discusiones más serias sobre este tema de manera tan hipócrita, satírica y sarcástica que terminan por hacer reír al lector. He de decir que en varias ocasiones “Solar” me ha provocado verdaderas carcajadas en referencia a este tema. Poco a poco la trama se va desarrollando gracias a momentos épicos y a los pocos escrúpulos de nuestro protagonista el Premio Nobel, que sin pensárselo dos veces usa en beneficio propio el trabajo de uno de sus subalternos becarios en el Centro de Investigación sobre un proyecto que imitaría la fotosíntesis de las plantas para crear energía. Dicho subalterno termina acostándose con su quinta mujer, mientras que están en proceso de separación, y pillado in fraganti en su propia casa y con su propia casa y tras una estrambótica conversación entre Beard y su becario, éste último termina muerto en circunstancias más que estrambóticas.

Tras este episodio todo cobra velocidad, y la acción de “Solar” se desarrolla más rápidamente. Beard se ha convertido en el jefe de otro proyecto sobre energía renovable en el Estado de Nuevo México en EE.UU. y está aplicando los conocimientos y proyectos de su malogrado becario. En este punto de la novela es cuando se muestra el verdadero carácter de nuestro protagonista, su cinismo e hipocresía, su falta de valor y escrúpulos, y en definitiva su personalidad poco ejemplar. Nadie diría que se tratara de un Premio Nobel el protagonista de esta serie de aventuras e incidentes más que graciosos, o incluso en algunos casos grotescos. Es especialmente interesante el discurso que da Beard en el Hotel Savoy de Londres delante de posibles inversores para su planta solar de Nuevo México donde desarrolla esa nueva forma de energía limpia y potente que usa el sol como materia prima. Y digo que es interesante por lo hipócrita que es. No intenta vender su nueva forma de energía como una solución para proveer de energía limpia a todo el planeta y así poder salvarlo del calentamiento global, sino como una forma más de hacer negocio y ganar ingentes cantidades de dinero, para que los que ahora hacen ya fortunas con el carbón, el petróleo y el gas, las puedan seguir haciendo con el sol a costa del calentamiento del planeta. Es sin duda uno de los momentos álgidos de “Solar”, y la verdad es que pocas cosas superan el cinismo de Michael Beard durante el resto de la novela.

Pero aparte de todo lo cínico, hipócrita y cobarde que es Michael Beard, y que su personalidad, fuera del campo científico, donde puede ser un brillante físico, sí es cierto que su vida merece algo de pena, y al final se termina cogiendo cariño al protagonista de “Solar”. Viendo todas las situaciones que vive y de las que más o menos siempre sale indemne, el lector termina por congraciarse con él, porque en el fondo, muchas de las cosas que hace, piensa o dice, las hacemos, pensamos o decimos en algún momento u otro de nuestras vidas todos nosotros, aunque en algunos casos no siempre queramos reconocerlo. Es muy gracioso como poco a poco, Beard se va dando cuenta a lo largo de la novela que ya no es lo que un día fue en el plano personal, hasta tal punto que termina siendo padre y, aunque esta faceta no está del todo pulida en la novela, parece que buen padre, aunque siempre dijo que no lo iba a ser (he de decir que es padre con otra mujer diferente a su quinta exmujer). Michael Beard, es todo un personaje particular y especial, calvo y regordete, que intenta ponerse en forma para poder parecer más atractivo a las mujeres pero que nunca lo consigue porque siente una especial adicción a la comida insana, lo que le lleva a engordar y engordar durante toda la historia.

El final de “Solar” asimismo es fantástico porque es abierto. Deja mucho por cerrar, pero creo que es mejor así. Es mejor que cada lector se elabore un final diferente para Michael Beard y su vida. La última parte de la novela es la que más desarrollo tiene, y en la que más cosas se van poco a poco amontonando sobre la vida de este desdichado Premio Nobel, desde las dudas de su socio principal al frente de la investigación de la fotosíntesis y los paneles solares sobre el proyecto, hasta la reaparición del primer amante de su quinta mujer que causó su divorcio, un viaje sorpresa de su actual pareja y su hija de tres años, y una mala noticio, casi una broma del destino, relacionada con la salud de nuestro protagonista. Todo termina como tiene que terminar, abierto. Y aquí es donde cada uno puede imaginar un final diferente para Michael Beard y sus historias personales.

Para todo aquel que quiera de verdad pasar un rato agradable leyendo, un rato divertido en el que la historia de Michael Beard pondrá en más de una ocasión una sonrisa en nuestras caras, “Solar” es su libro. No sólo por el propio protagonista y sus venturas y desventuras, amores y deseos, y su miserable vida personal, sino porque el tema de fondo que toca la novela, como es el cambio climático, sufre en este libro un juicio bastante satírico que hace que nos riamos, quizá no sin amargura, del mismo y lo veamos con otros ojos y desde otra perspectiva, haciéndonos algunas preguntar a nosotros mismo que sería interesante contestarse. Humor, amor, relaciones personales, cinismo, hipocresía, cobardía y sobre todo mucha sátira se encierran en este libro. En esta ocasión Ian McEwan sí ha logrado agradarme de verdad y animarme a seguir leyéndole. Como he dicho “Solar” es un libro altamente recomendable que doy por sentado alegrará las tardes, noches o mañanas de lecturas de todo aquel que se atreva con él.


Caronte.

martes, 19 de agosto de 2014

Lectura crítica: "Nuestro hombre en la Habana"

¿Cómo es posible que haya estado todos estos años de lecturas sin tener conocimiento de este gran escritor británico como es Graham Greene? Respuesta: no tengo la más mínima idea. Esto es así. Gracias a mis amigos de la universidad, Miguel, Pablo y Chema, descubrí a este escritor, ya que para mi cumpleaños me regalaros un par de portadas de los diarios de tirada nacional del día que nací (concretamente la del ABC y la de La Vanguardia). En ambas portadas, pero especialmente en la del ABC, que lo llevaba como foto principal, aparecía la noticia del fallecimiento de Graham Greene. Justo el día en que yo nacía lloraban en Reino Unido a este gran maestro de las letras anglosajonas. Es posible que la falta de conocimiento que tenía de este gran escritor se debiera a mí mismo y al no haber indagado en los grandes escritores en lengua inglesa, o a no haber indagado lo suficiente. Pero este error ya está subsanado y ahora ya sé quién fue Graham Greene y conozco su obra que poco a poco iré leyendo.

Una vez leí algo sobre la vida y obra de Greene decidí que la primera novela suya que me iba a leer sería “Nuestro hombre en La Habana”. Pocas novelas dice en su título tanto como esta. Como no podía ser de otra manera esta magnífica obra, que decidí asimismo leerme en versión original, es decir en inglés, para practicar un poco el idioma de Shakespeare, es de espías. Está ambientada al comienzo de la guerra fría, en Cuba, cuando todavía no se había producido la revolución comunista que llevaría a Fidel Castro al poder en la isla caribeña pero los indicios de revolución ya empezaban a preocupar a “occidente” (pongo occidente entre comilla porque siempre me ha resultado extraño dividir el mundo entre occidente y el resto, como queriendo decir que los países más democráticos – o mejor dicho, los menos dictatoriales – son los mejores, mientras que el resto son una manada de salvajes, división que no comparto en absoluto).

Una de las mejores cosas que tiene “Nuestro hombre en La Habana” son sus personajes, empezando por su despreocupado e inocente protagonista, un vendedor de aspiradores eléctricos que tiene su vida tranquila en La Habana, el señor Wormold, que un buen día recibe la visita de un tal Hawthorne, miembro del Servicio Secreto británico que le recluta como agente en la isla para recabar información de primera mano de todo lo que ocurra por allí pensando que como vendedor de dichos aparatos para el hogar sus clientes serían de altas esferas. Wormold, termina aceptando casi sin saber cómo, atraído en gran parte por el dinero que le ofrece, ya que su hija Milly, otro de los grandes personajes secundarios de la novela, aparte de ser una devotísima cristiana empedernida, más preocupada de rezar un rosario y pedir a Dios ayuda que de cualquier otra cosa, también es una compradora compulsiva que se gasta todo lo que su padre le da y más. Wormold, agobiado por las compras de su hija termina aceptando ese pequeño trabajo extra sin saber qué tiene que hacer, o cómo tiene que actuar.

Otro de los grandes personajes secundarios de la novela, aunque quizá debería considerarlo también principal, es el doctor Hasselbacher, un alemán que lleva afincado en la isla de Cuba durante más de treinta años y con el que nuestro querido vendedor de aspiradoras tiene una más que sincera y estrecha relación de amistas. Con él comparte tardes en los bares más tradicionales de La Habana, bebiendo whisky o combinados caribeños como si fueran agua, y charlando y compartiendo inquietudes y preocupaciones. Las conversaciones entre ambos amigos constituyen los mejores pasajes, a mi juicio, del todo el libro dando profundidad a los temas morales que se tratan en “Nuestro hombre en La Habana”, como la lealtad, la amistad, las creencias ciegas o la propia moralidad y el doble juego que las personas pueden llegar a realizar en beneficio propio, así como los vicios del ser humano. Por cierto durante toda la novela, pero especialmente en los encuentros entre el Doctor Hasselbacher y Wormold, el alcohol está siempre presente, así como los vicios del cuerpo, concretamente el sexo, a través de los prostíbulos y cabarets que durante “Nuestro hombre en La Habana” van apareciendo, y los vendedores de postales y fotografías eróticas que asaltan en la calle a cualquier hombre que parezca que busca compañía.

Todavía me faltan dos personajes por presentar. Dos personajes de una importancia vital, sobre todo a partir de la mitad del libro, como son el Capitán Segura, un policía sanguinario, conocido por sus torturas de los detenidos, y que se vanagloria de clasificar a las personas como torturables o no torturables. El Capitán Segura, desde el principio de la novela tiene una relación particular con nuestro vendedor de aspiradoras, ya que, aunque la saca bastantes años, está detrás de Milly y pretende su mano, cosa que a Wormold desde que descubre como conocen al señor Segura intenta que su hija no esté con él ni un solo minuto. Por último me queda presentar a la que servirá de compañera de trabajo y ayuda incondicional de nuestro espía a la fuerza, Beatrice, que mandada por Londres hará de secretaria de Wormold en La Habana. Poco a poco Wormold y Beatrice, desde que se topan el uno con la otra en una inverosímil cena de cumpleaños de Milly en uno de los clubes más famosos de la ciudad, van acercándose más allá de lo profesional y pasa al plano de lo personal. Una relación muy sutil pero siempre presente a lo largo de las páginas de “Nuestro hombre en La Habana”.

Todos estos personajes forman un conjunto tan heterogéneo como inquietante, todos tienen sus puntos débiles y sus puntos fuertes, y todos muestran un sentido de la moral, cada uno en su campo muy interesante. Las conversaciones que durante toda la novela tendrán entre ellos los diferentes personajes aunque parezcan superficiales, no lo son en absoluto y todas muestran un equilibrio sutil entre lo moral y lo inmoral, y además todas ocurren en el momento justo. El amor, la lealtad, la fe y la religión, los escrúpulos y la traición son  los principales temas que Greene trata en “Nuestro hombre en La Habana” siempre con un toque lo suficientemente irónico como para quitar hierro al asunto y darle un aire más desenfadado, llegando a situaciones irreverentes y cómicas en muchas ocasiones.

Pero lo más irreverente y divertido de la novela, es que esta sea de espías y no haya espías, ¡es genial! Desde el primer momento en que es reclutado, Wormold al no saber qué tiene que hacer, ni de dónde puede sacar la información que Londres le reclama, y como necesita el dinero que Hawthorne le ofrece de manera casi ilimitada para poder complacer los caprichos de su hija Milly, decide inventarse todo. Urde historias personales de sus agentes en el terreno cogiendo nombres al azar de las listas de miembros de un club, envía dibujos de sus aspiradores a Londres diciendo que son planos de armas secretas, inventa el paradero de una base militar secreta que nadie sabe que existe. Londres traga con todo, y Wormold, pensando que está a salvo y que todo le está saliendo bien sigue adelante. Pero todo se empieza a torcer cuando entra en juego la contrainteligencia, los enemigos invisibles, el Este y el Oeste, si es que alguna vez han existido. Ahí todo empieza a revolverse, todo empieza a sorprender, y el lector de “Nuestro hombre en La Habana” no sabe que creer ya, si toda la mentira es a su vez una mentira, o no. En el juego empiezan a entrar elementos que hacen sospechar y que crean una atmósfera en los capítulos finales del libro completamente agobiante, sin dejar de lado los toques irreverentes e inverosímiles.

Si antes de empezar a leerme “Nuestro hombre en La Habana” me hubieran dicho que me lo iba a pasar tan bien, y que al mismo tiempo iba a sentir la misma angustia que siente Wormold quedando tan desconcertado con cada episodio como él mismo, no lo hubiera creído. La novela es fabulosa, y la manera de narrar de Greene completamente impresionante, nada queda al azar, todo lo que se dice es necesario que sea dicho, incluso lo que no se dice, aquello que se deja para que el lector complete en su mente, también está planeado. Greene es un maestro con la palabra, es uno de los grandes del thriller, de la novela de espías y del sentido del humor más típicamente británico. Tengo claro que a partir de ahora, después de leerme esta novela voy a seguir leyéndome más novela suyas, aunque vaya con algunos años de retraso, aunque en esto de la literatura no hay retrasos ni adelantos sino momentos justos para empezar a leer una novela o a un escritor. Ha querido el destino que fuera para mi 23 cumpleaños que conociera la existencia, por la noticia de su muerte, de Graham Greene gracias a mis amigos de la universidad y su regalo de cumpleaños. Nunca es tarde si la dicha es buena, dice el refrán, pues he aquí una dicha que realemten merece la pena. “Nuestro hombre en La Habana” es un gran libro y estoy seguro que a quienes les gusten los thrillers y las novelas de espías, con esta obra no se sentirán defraudados.

Caronte.

lunes, 18 de agosto de 2014

Lectura crítica: "La canción de los misioneros"

No voy a negar que John Le Carré es mi escritor favorito en lengua inglesa hasta le fecha, a falta de leer y conocer a otros muchos escritores. Desde que empecé a leerle estando en el instituto por recomendación de mi profesora de historia de segundo de bachillerato, no ha habido año que no me haya leído un par de novelas suyas, y desde entonces libro que ha publicado libro que me he comprado sin falta. Dicho esto, también he de apuntar que no siempre sus libros me han gustado, en su gran mayoría sí, pero hay alguno, sobre todo de los últimos publicados, que no están a la altura de sus grandes novelas. La novela de la que hoy me toca hablar, y que he devorado con verdadera ansia ha sido “La canción de los misioneros”, una fabulosa historia sobre la corrupción moral a la que está sometida la sociedad en sus más altas esferas.

Esta novela de Le Carré vuelve a ahondar como ya lo ha hecho en alguna que otra vez anterior en la miseria que occidente ha hecho y está haciendo de África y su gente. En “La canción de los misioneros” se ve la corrupción moral y la falta de ética de los seres humanos frente a las desgracias de los países africanos, en este caso El Congo. La miseria humana sale a relucir espoleada por el enriquecimiento a toda costa, caiga quien caiga y haciendo las guerras que hay que hacer. Le Carré deja a un lado sus novelas e historias sobre el espionaje entre de la guerra fría y sus corruptelas morales y dobles juegos, para centrarse en denunciar mediante una historia conmovedora la falta de consideración que se tiene y se ha tenido siempre con los países más desfavorecidos, por parte de las élites políticas y económicas de las países occidentales que siempre han puesto por delante los intereses económicos de unos pocos, en detrimento del avance y desarrollo de África y sus diferentes pueblos.

La historia que cuenta “La canción de los misioneros” la protagoniza un traductor e intérprete de lenguas africanas casi desconocidas que ha sido reclutado por los servicios de inteligencia británicos para hacer algún que otro trabajo de traducción. Uno de estos trabajos le lleva a una conferencia secreta en una isla del norte de las Islas Británicas donde dos grupos de personas se van a reunir para determinar cómo salvar a El Congo y a su gente de la tiranía de la guerra y del desangramiento continuo al que se ve avocado desde hace décadas. En principio Bruno, nuestro intérprete mestizo, mitad inglés mitad congoleño, y por tanto de piel color café con leche, un tanto ingenuo y amante de África a más no poder, ve encantado como puede haber una solución para su tierra amada africana. Sin embargo toda la conferencia y todo lo que se dice allí no es más que un simple doble juego en el que como ha pasado siempre los vencedores siempre serán los blancos occidentales y algunos señores de las guerra congoleños, y los perdedores también serán los de siempre, los ciudadanos africanos que ya de por sí mueren diariamente de enfermedades que no interesa curar y del hambre que no interesa paliar.

Esta también es una historia de amor y desamor, nuestro protagonista está casado pero su mujer le queda grande casi fue un matrimonio de despecho y para reafirmarse ella ante su familia, pero él quiere otra cosa, cosa que acaba encontrando en una enfermera congoleña, Hannah, de la que se enamora perdidamente y que resulta también ser una ferviente defensora de los cambios en El Congo para dar todas las riquezas de ese inmenso país a sus ciudadanos para que puedan al fin vivir en paz. A lo largo de “La canción de los misioneros” esta historia de amor va pasando del amor a primera vista a la pasión desenfrenada, al amor y a reencontrarse con sus orígenes ambos, Bruno y Hannah. Al final del libro es cuando esta relación de amor se hace más intensa y crucial, y termina siendo fundamental para el desarrollo final de la novela, con giros inesperados, de esos que de manera tan inesperada nos regala Le Carré a sus fieles lectores y con los que quedamos más asombrados y en muchos casos desconcertados. Amor y espionaje, traiciones y eliminación de vendas en los ojos, todo tiene cabida en esta novela de Le Carré.

Una vez Bruno se da cuenta de para qué le han contratado realmente, poco a poco se quita la venda de los ojos y ve en qué mundo tan maloliente se ha metido y del que saldrá muy escaldado. Todo pasa entonces a ser un juego de equilibrios, de intereses y de sombras. Nadie termina siendo como parece ser al principio, todos los personajes que Bruno al principio piensa pueden ser un paradigma de moralidad y buen actuar, ingleses de pura cepa, Philip, Maxi, el señor Anderson y Lord Brinkley. Todos parecen ser unos y terminan siendo otros. Todos al fin y al cabo llevados por la falta de escrúpulos y ética, movidos única y exclusivamente por su afán de enriquecimiento personal y de sus socios. Ningún interés han tenido nunca en salvar El Congo por mucho que alguno de los miembros de las dos delegaciones de la reunión secreta puedan pretender. Todo termina siendo corrupción y miseria moral. Cuando Bruno ve la verdad de la reunión, pensando que solo Philip y Maxi están detrás del complot que pretende llevar a El Congo a un golpe de estado que propicie la llegada al poder del Mwaganza, líder negro que pretende sanear el marchito Congo, empieza a hacer aquello que no tenía por qué hacer. Y empieza el juego de equilibrios.

Su amor a Hannah, a su tierra natal y a su padre adoptivo, un misionero inglés, lleva a Bruno a hacer copias de las grabaciones de las escuchas secretas que nunca debió escuchar para intentar seguir a su conciencia y hacer algo de valor alguna vez en su vida. Pero nadie se puede enfrentar con el poder si el poder no muestra nunca su verdadera cara. Cuando pretende actuar para evitar otra guerra que desangre El Congo, Bruno acudirá a todos aquellos que él consideraba puros de corazón y verdaderos samaritanos interesados de verdad en la causa para salvar a El Congo. Nadie es como él pensaba, todos y cada uno a los que acude sólo están movidos por su conciencia de enriquecimiento personal, sin moral o ética alguna. Es aquí donde Le Carré muestra sus más duros golpes a la sociedad y a las altas esferas, su denuncia más personal, el doble juego y las máscaras que los más altos personajes del mundo político y económico tienen. Una doble moral que mueve el mundo, la que se puede mostrar públicamente y que hace que nos hagamos una imagen de alguien, y la verdadera, la que muestra cuando sus intereses son los que deben prevalecer frente a los miserables negro de África. Esta es por desgracia la visión general sobre ese desdichado continente, siempre tratado como una zona sin posibilidad alguna de mejora, habitado por seres inferiores que ni siquiera deberían tener la consideración de seres humanos.

Una vez más John Le Carré muestra su habilidad narrativa en “La canción de los misioneros”, para crear una historia que siempre va de menos a más. He de reconocer que el principio del libro es algo flojo, pero pasado el primer tercio de la narración todo se empieza a acelerar y a cobrar sentido, el juego de máscaras y moralidades empieza a enganchar al lector, que al igual que Bruno termina siendo engañado por todos los personajes que parecen moralmente aceptables. Todos caen al final en el cesto de la indecencia ética, y de la miseria personal. La historia termina convergiendo en unos capítulos finales maestralmente llevados y acabados, con un frenesí narrativo que muy pocos escritores pueden imprimir a sus historias. A diferencia de otras novelas suyas, y para beneficio de sus lectores y sobre todo de quienes quieran empezar a descubrir a este magnífico escritor, esta novela no da salto extraños en su narración, es prácticamente lineal, con alguna que otra referencia a la infancia del protagonista (digo esto porque Le Carré no es un escritor fácil de leer, lo que es de agradecer en estos tiempo en los que cualquiera aunque no lo haya hecho nunca escribe una novela y se la publican; Le Carré por norma general no es fácil de leer pero esta novela es una excepción, todavía recuerdo bien la primera novela suya que me leí, “Nuestro juego”, ambientada en los Balcanes, que me dejó completamente desconcertado por los cambios constantes en la línea temporal de la narración).

Amor, espionaje y thriller en su mejor versión eso es lo que ofrece a los lectores “La canción de los misioneros”, todo sazonado con una prosa increíblemente clara y directa sin rodeos o digresión innecesarios. Siempre es un placer leer a Jonh Le Carré, y libros como este siguen confirmándole como mi escritor preferido. Animo a los que quieran arriesgarse a descubrir algo nuevo y diferente a lo que se hace hoy en día a que lean esta novela.

Caronte.

viernes, 15 de agosto de 2014

Lectura crítica: "El río de la luz"

El libro del que voy a hablar en esta ocasión me lo empecé a leer hace ya un mes, justo antes de empezar mis vacaciones recorriendo Europa con mis amigos en coche. Lo empecé con la intención de que me diera ánimos para vivir grandes aventuras a lo largo y ancho del continente que me disponía a recorrer en coche y con la intención también de poder coger ideas para así yo poder escribir algún día lo que iba a vivir en ese viaje. Y la verdad es que ganas e ilusión sí que me dio el libro. Siempre que voy a empezar un viaje fuera de España, por mucha ilusión que le ponga durante los meses de preparativos del mismo, justo cuando llega la semana de antes de partir me entran dudas y miedos, y me invade una sensación extraña que me hace plantearme no iniciar el viaje. Esto me ha pasado siempre desde que empecé a viajar por Europa en 2006, y supongo que es una sensación que le pasa a más gente y que en el fondo lo único que quiere decir es que nuestro yo interior nos dice que queremos volver a nuestra casa pase lo que pase.

El río de la luz” es una novela de viajes de Javier Reverte en la que el autor narra su viaje por el lejano y frío norte del continente americano, por las inhóspitas y casi abandonadas tierras de Canadá y Alaska, en el extremo noroeste de Norteamérica. Más concretamente Javier Reverte ha querido plasmar en este libro un sueño de su infancia: seguir los pasos de uno de sus héroes literario, Jack London por el río Yukon durante la época de la fiebre del oro de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Para esta misión, el autor se embarca en un aventura cuyo punto álgido, y parte más interesante del libro, es su descenso en canoa por el río Yukon, junto a otros cinco compañeros de expedición. A parte de este descenso en canoa, el libro también nos transporta a una zona del mundo considerado civilizado deshabitada en su mayor parte, donde la naturaleza es la protagonista; una naturaleza salvaje, potente y que rige todos los destinos de las personas que habitan aquellos parajes. Bosques interminables, lagos de aguas heladas, montañas de alturas inimaginables que nacen prácticamente a nivel del mar, ríos de plata llenos de oro. Todo esto es lo que el lector que se atreva a empezar “El río de la luz” se encontrará en sus páginas.

Este es el segundo libro que me leo de Javier Reverte; libro diametralmente opuesto al primero que me leí suyo, “El sueño de África”. En aquella primera novela suya que me leí, Reverte narra su viaje al corazón del continente africano, cumpliendo un sueño más que anhelado por él, donde se encuentra con esos paisajes tantas veces mistificados por los europeos por ser tan exóticos y diferentes a lo que tenemos por estas tierras, y que tanto han llamado siempre la atención de las almas aventureras con un punto de aire salvaje y primitivo. Por el contrario, en esta segunda novela suya que cae en mis manos, Reverte me ha transportado gracias a su maestría a la hora de narrar viajes a una zona completamente diferente a África, aunque tenga sus parecidos con aquella tierra calurosa y también salvaje.

El viaje que nos presenta Javier Reverte en “El río de la luz” nos trasladará irremediablemente muy lejos del lugar donde estemos leyendo, ya sea nuestra habitación, tumbados en la cama, el sofá del salón de nuestra casa, o un banco en el Parque del Retiro. A aquellos que nos gusta viajar y que consideramos que es uno de los mayores placeres de la vida y una de las experiencias más enriquecedoras que cualquier persona puede tener, este libro nos trasladará a las frías tierras de Alaska y Canadá, y nos traerá el frío viento y las gélidas aguas hasta casi poder sentirlo como si estuviésemos allí junto con el autor. La manera tan directa y sencilla que Javier Reverte usa en sus novelas siempre facilita ese viaje sensorial, ya sea a África o como en este caso al extremo norte del continente americano. A lo largo de las páginas de este libro el lector, convertido en viajero y aventurero a partes iguales, visitará los bosques tupidos de pinos que apenas dejan pasar la luz del sol, navegará por las aguas gélidas del Yukon en canoa, y por las del Pacífico Norte en diferentes barcos, se cruzará con osos negros y pardos, comerá salmón y carnes a la brasa, y descubrirá una tierra que aunque parezca dura e inhóspita alberga a unas gentes amables y que siempre están dispuestas a ayudarse las unas a las otras.

Además de la propia narración del viaje que hizo por estos territorios de noroeste americano siguiendo los pasos de miles de buscadores de oro que afectados de la fiebre del oro dejaron atrás todo lo que tenían, que a veces era muy poco, y se lanzaron a la aventura en busca de riquezas inconmensurables, se mezcla también la historia de esta tierra tan noble, dura y recia. Poco a poco Javier Reverte va desgranando cómo surgieron y se desarrollaron las pequeñas ciudades que salpican la majestuosa naturaleza al calor de la fiebre del oro a finales del siglo XIX. Junto con las descripciones de los lagos, bosques y ciudades por las que va pasando, Javier Reverte nos va presentando a numerosos personajes históricos sin los cuales aquella tierra no sería lo que hoy en día es. Desde Jack London que la inmortalizó en numerosos cuentos y libros sobre aquella tierra, hasta Wyatt Earp, el más que célebre bandido/héroe tantas veces llevado al cine por Holywood; además de otros muchos personajes menos famosos que los dos que he citado pero que también fueron historia por aquellas latitudes en una época en la que la épica y la aventura llenaban los corazones salvajes de aquello pioneros que se atrevieron a habitar esas tierras tan desfavorables al hombre. A parte de todos estos personajes del pasado, durante las páginas de “El río de la luz” también aparecen otros muchos personajes que no son famosos y cuyos nombres nunca serán recordados jamás por nadie, gente normal y corriente con la que el autor se va cruzando durante su aventura alasko-canadiense, muchos de los cuales terminan por calar en el lector y los acaba echando de menos.

Si he de resaltar alguna parte del libro, creo que lo mejor aparece a partir de la mitad más o menos, a partir de la narración que hace Javier Reverte del descenso en canoa del Yukon. Quizá sea el capítulo en el que narra dicha aventura, el zénit de su viaje, la parte más intensa de leer y la que más hace viajar al lector. Leyendo yo esta parte, me entraron unas ganas locas de liarme la manta a la cabeza y decirle a un amigo mío también mucho más aventurero que yo que nos marcháramos al Yukon a descenderlo en canoa. Pero esto no son más que sueños. A partir de la aventura del Yukon, el libro se hace más libro de viajes en el que el autor nos descubre lugares y parajes impresionantes siempre llenos de una luz eterna que por aquellas latitudes tan septentrionales y en verano (que es cuando se desarrolla la aventura, ya que en invierno sería más que imposible realizarla) acapara casi todas las horas que tiene el día. Es esta luz la que siempre está presente durante todo el libro. Una luz blanca de vida y calor, sin la cual todo se vuelve gris apático, que envuelve todo, bosques, montañas, ríos, lagos, ciudades y el mar.

Cuando he terminado el libro, apenas hace unos días, me he quedado con una sensación extraña. Parte de mi corazón sentía melancolía por despedirme, aunque sea de manera literaria, de aquella tierra tan majestuosa y fría a la que quizá nunca iré personalmente, pero a la vez sentía alegría por haber podido compartir gracias a Javier Reverte la aventura que ha supuesto “El río de la luz”. Todo aquel que sienta que en su interior, aunque sea muy en el fondo, hay un aventurero escondido o un viajero empedernido debería leer en algún momento alguno de los libros de Javier Reverte, ya que haciéndolo conseguirá que ese aventurero o viajero oculto cada vez que termine uno de sus libros salga más a la luz, más a la superficie y se despierte ese ánimo y ese gusto por viajar que tan bien hace a las personas. Viajar es un privilegio que en el siglo XXI tenemos más a mano que nunca y que a pesar de las masificaciones que se producen en ciertos lugares siempre quedan zonas a las que sólo los verdaderos viajeros aventureros pueden llegar y poder henchir su corazón con verdaderas hazañas que sólo el destino guarda a aquello que se atreven con ellas y sin miedo parten a la aventura iniciando un viaje que puede deparar gratas sorpresas y experiencias impagables. Recomiendo vivamente este libro, y en general a este autor.


Caronte.

martes, 12 de agosto de 2014

Lectura crítica: "El amor en los tiempos del cólera"

Todavía tengo pendientes de leer decenas de grandes obras de la literatura universal, tarea que probablemente me lleve toda la vida, tarea que seguro nunca podré llegar a ver cumplida. Pero a partir de hoy me falta una obra menos por empezar y terminar. “El amor en los tiempos del cólera” del gran maestro de las letras recientemente fallecido Gabriel García Márquez, es el último libro que me he leído, la última de las joyas literarias que he acabado y de la que he quedado completamente prendado. No hace falta que piropeé en exceso a esta magna obra de este magnífico escritor, mucho y muy bien se ha escrito ya de ella y por tanto lo que yo pueda decir de ella poco aportará a su fama, pero creo que merece la pena que lo haga porque la verdad es que cuando empecé esta novela no pensé que me iba a llegar tan dentro como al final lo ha hecho.

Como su propio título indica, “El amor en los tiempos del cólera” es una novela que versa sobre el amor y todas las consecuencias buenas, malas y regulares que tiene sobre las personas que lo sufren y disfrutan. Sus dos protagonistas principales, aunque en el primer capítulo no lo parezcan, son Fermina Daza y Florentino Ariza, y a lo largo de las exquisitamente escritas páginas de este libro se va desgranando su historia de amor y desamor, de encuentros y desengaños, de cartas furtivas y canciones secretas, desde su juventud hasta bien entrada ya la edad dorada del ocaso de la vida. Más de sesenta años se narran en esta enorme novela sobre el amor en todas sus vertientes. Como he dicho al principio he quedado mucho más que satisfecho con esta novela al encontrar aquello que no esperaba en la misma, y he quedado con un sabor de boca y unos sentimientos mucho mejores que cuando el año pasado, también por época estival,, me leí “Cien años de soledad” obra cumbre de las letras iberoamericanas.

En “El amor en los tiempos del cólera” García Márquez nos presenta una verdadera historia de amor, pero el libro empieza con trampa, ya que en el primer capítulo se narran las últimas horas del marido de la protagonista, el Doctor Juvenal Urbino, en unas primeras páginas que por sí solas perfectamente podrían constituir una novela corta o un cuento largo, como se quiera ver, y que para mí conforman uno de los inicios más deslumbrantes de cuantos he leído hasta la fecha, creando un ambiente lleno de fantasía y alegorías caribeñas, de música y colores vivos, de aromas penetrantes y de personajes increíbles que sólo pueden existir en la imaginación de una persona extraordinariamente dotada para soñar mundos como lo era García Márquez. Pero sin ese delicioso capítulo primero en el que el lector se mete de lleno en el libro, el resto de la historia quedaría huérfana. Es a partir de este primer capítulo cuando se empieza a desarrollar la historia de verdad, la del amor desbridado de Florentino Ariza por Fermina Daza, un amor que llevará a ambos a lugares del corazón que desconocían y de cuya existencia en algún momento también dudaron.

García Márquez a través de una gran variedad de personales durante toda la novela nos presenta al amor en todas sus facetas, etapas, dichas y desdichas, y como lo experimentan tanto hombres como mujeres. En “El amor en los tiempos del cólera” se nos presentan a su vez un único amor vestido con diferentes trajes que hacen parecer que son diferentes tipos de amor, pero todos están supeditados a una única cosa como es el corazón. En ningún momento la razón entra a formar parte del juego que llevan los personajes en el que el amor es la única manera de alcanzar. Podríamos diferencias varias etapas en la novela y en la historia de los protagonistas. Una primera etapa sería la juventud de ambos, cuando se conocen y surge ese amor desmedido y sin posibilidad de contención que se manifiesta en las cartas de amor constantes que Florentino Ariza hace llegar de las maneras más imaginativas e increíbles posibles a Fermina Daza, que las devuelve con la esperanza de que nunca cesen. Primero es un amor a distancia, oculto al padre de ella, que lo único que quiere es casar a la hija con alguien que la haga ser una señora en la ciudad. Mucho tiempo dura este amor, hasta que termina por salir a la luz de lo evidente que termina resultando. Una segunda etapa de este amor es cuando ya es público y sabido para el padre y por tanto se convierte en un amor prohibido y vetado para ambos, y en ese sentido Fermina Daza es obligada a abandonar su casa para irse con su prima lejos de la ciudad donde está Florentino Ariza para ver si ese amor se apaga. Pero el amor no se apaga, las cartas siguen usando de cómplices a los compañeros de él en la telegrafía. Sin embargo hay algo que sí cambia en ese viaje de Fermina, algo hace que el amor que siente por Florentino Ariza se tambalee sin ella saberlo. Es a la vuelta cuando tras volver a verle le dice que se olvide de ella de manera muy poco blanda.

Es en este momento en el que en la novela se abre todo el abanico del amor, todas sus facetas diferentes que en el fondo son una sola. Florentino Ariza queda sumido en una enfermedad que sólo su madre sabe que es mal de amores, el desamor, y que los médicos confunden con los síntomas del cólera. Por otro lado reaparece en la historia Juvenal Urbino, que llega de estudiar de Europa con un aura de gran señor que nada más ver a Fermina Daza cae rendido ante ella, e intenta con artes muy diferentes a las de Florentino Ariza conquistar a la dama. Al final el amor por compañía termina por triunfar y ambos terminan casado y formando una familia, con la que el lector ya ha tenido contacto al principio del libro. Desde que conoce la noticia Florentino Ariza lo único que desea es que muera el Doctor Urbino ya que sabe que esa es la única posibilidad que tiene para poder concluir su amor con Fermina Daza.

En este momento la novela va poco a poco desgranando los años que van pasando, y se va alternando entre la vida de casados de Juvenal Urbino y Fermina Daza, con su amor de matrimonio ganado con la constancia que termina por ser un amor verdadero tanto o más que el loco amor juvenil carteado que tenía con Florentino Ariza, y la vida de desamor o de amor contenido que tiene Florentino Ariza. Quizá las desventuras que va teniendo él en las que siempre, por mucho que no lo desee, termina estando presente el recuerdo de su amada prohibitiva, son las más interesantes de “El amor en los tiempos del cólera”. Es en los diferentes amores que va teniendo en su vida Florentino Ariza, y las diversas mujeres que pasan por su corazón, algunas entrando en él, otras simplemente acariciándolo, en las que se despliega ente el lector las diferentes formas del amor y el sexo. Amores por necesidad, por comodidad, por dulzura y por compasión, se mezclan siempre con el amor necesario que siempre siente por Fermina Daza. Prostitutas, viudas, amantes, casadas, incluso niñas en su vejez pasan por su vida y a todas las quiere y termina por amar, pero por ninguna siente ese amor que quita la vida y sin el que no se puede vivir que siente por su amada de siempre. Tambien el sexo aparece bien retratado en “El amor en los tiempos del cólera”, el sexo como pura necesidad primaria que termina siendo la demostración más grande que hay del amor, el sexo como desahogo, y como pasión desmedida, sexo pagado, sexo como liberación personal y sexo como promesa de virginidad. Todo es en el fondo parte de una misma cosa, el amor sin fisuras y único que Florentino Ariza siente por Fermina Daza.

La historia termina bien, como a García Márquez le gusta terminar sus historias de manera mágica y única en la que el lector se queda siempre con ganas de seguir sabiendo más sobre la vida, venturas, dichas y penalidades de los personajes. Pero esto también es lo bueno de las grandes novelas como “El amor en los tiempos del cólera”, que llenan por completo las expectativas del lector hasta dejarle queriendo más, pero no hay más porque está todo lo que tiene que haber en las páginas ya acabadas. Sólo me falta decir que quien se sumerja en este libro encontrará un mundo y unos personajes tan reales como ilusorios, llenos de matices y frases inteligentes que hacen de la historia lo que es una obra maestra, una maravilla que debería ser leída por toda persona que se considere culta en el ámbito de la literatura. Al acabar esta novela he sentido algo de tristeza por dejar de oler los aromas que emanan las páginas de “El amor en los tiempos del cólera”, por dejar de oír los sonidos caribeños, por dejar de ver los colores que dan forma y luz a la historia.

Por último me gustaría decir que “El amor en los tiempos del cólera” es un libro con mayúsculas con el que te ríes, con el que piensas y reflexionas en este caso sobre un tema capital en la historia del mundo como es el amor sin el cual no avanzaríamos a nivel personal nadie, con el que te emocionas y con el que te terminas enamorado y con el que caes en la contradicción de querer acabar cuanto antes para ver cómo termina ese amor imposible y cargado de tantas desventuras que parece que nunca va a acabar bien, y no querer terminar el libro para seguir sumergido en este mundo único que sólo Gabriel García Márquez sabe crear. Es una pena haber terminado esta magna obra de la literatura universal y espero que quien quiera leerla sienta lo mismo que he sentido yo leyéndola.

Caronte.