viernes, 29 de enero de 2021

En la corte del lobo

 

La trilogía de Hilary Mantel sobre los Tudor y Thomas Cromwell llevaba pendiente en mi lista imaginaria de libros por leer bastante tiempo: prácticamente desde que se publicó el primero de los volúmenes y recibió el Booker (galardón que repitió con el segundo y que casi logra con el tercero; lo que hubiera sido toda una proeza única y, casi, irrepetible). Sin embargo, luchas internas en mi cabeza han hecho que haya ido posponiendo su lectura año tras año tras año. Y así hemos llegado a este 2021 donde pedí a SS.MM. los Reyes Magos de Oriente que me trajeran el primero de los volúmenes. He roto esta vez mi costumbre de leer a los autores, siempre que puedo, en su idioma original, y lo he hecho básicamente porque no me veía leyendo una novela de más de 700 páginas en inglés. No sé si he hecho bien o no por el tema de matices en la traducción, pero sé que por mi comodidad sí que he acertado eligiendo la edición en español.

En la corte del lobo” inicia una trilogía muy ambiciosa en la que la autora Hilary Mantel se propuso contar la historia de Thomas Cromwell en la Inglaterra de Enrique VII, probablemente uno de los períodos históricos más interesantes de la historia de ese país. Trilogía que comenzó con esta novela de más de 700 páginas allá por 2009 y que no ha acabado más que el año pasado con la publicación de la tercera parte.

Lugares, personajes y eventos históricos que se suceden en las páginas de “En la corte del lobo” están perfectamente documentados gracias a una ingente labor de investigación llevada a cabo por Mantel y se ciñen a la perfección a la historia. Por ello, quien se adentre en esta trilogía sabe de ante mano qué sucede o sucederá con todos los personajes; se sabe quién muere o vive, quién enviuda, quién pierde la cabeza, quién maquina y quién sentencia. Entonces, ¿qué gracia tiene la novela? Pues la gracia está en cómo Mantel narra todo eso tejiendo un tapiz histórico con palabras, humanizando a los personajes que siempre han vivido en los libros de historia, haciéndolos reales y llenos de sentimientos, dudas, miedos, alegrías, sueños e ilusiones.

A pesar de que considero que “En la corte del lobo” es una novela histórica fantástica que dota de profundidad humana, humor y sentimientos a la fría e inmóvil historia que simplemente narra acontecimientos sin poder saber qué sentían y pensaban los protagonistas de la misma, he de decir que la novela tiene algunos elementos que la hacen densa y pesada de leer en algunas partes y tramos de la misma. Y es que Mantel tira mucho de los cambios de ubicación sin previo aviso, pasando de un escenario a otro en párrafos consecutivos, lo que hace que si no tienen claro quién es quién puedas perder tiempo intentando ubicarte y por tanto perdiendo un poco el hilo de la narración.

Pero no solo esos cambios de escenario son abruptos, también lo son los cambios repentinos del foco de la historia. Y es que a pesar de que “En la corte del lobo” se centra principalmente en la figura, inmensa y poderosísima figura de Thomas Cromwell, también son centrales los personajes de Wolsey, Enrique VIII, Ana Bolena, Catalina de Aragón o Jane Seymour, y muchas veces Mantel pasa de estar centrado en uno a estarlo en otro, o a hablar de unos u otros usando apellidos de casados o solteros, o motes sin previo aviso, cosa que a mí personalmente me ha desquiciado. Menos mal que la novela incluye una guía de personajes al inicio en el que se indica quién es quién.

Ahora toca decir algo que me ha molestado mucho de este libro. No tiene que ver nada con su contenido, ni afecta a que sea para mí una grandísima novela histórica. Sin embargo, sí que creo que es un problema muy grande a la hora de comprender de un vistazo de qué va “En la corte del lobo”. Y es que lo que voy a comentar afecta directamente al título de la novela; a su traducción, mejor dicho. En inglés, el título original de esta novela es “Wolf Hall”, que si lo analizamos en términos puramente lingüísticos podría asimilarse mucho al título escogida para la novela en español. Pero para nada esto es así. Wolf Hall aparece como tal en más de una ocasión en la novela, y de hecho es el enlace con la siguiente en la trilogía. Básicamente porque Wolf Hall no es un juego de palabras sino un lugar: concretamente la casa familiar de los Seymour, una familia noble inglesa de la época de los Tudor que tuvo una relevancia muy significativa en el desarrollo de la vida de Enrique VIII. Quién sepa un poco de historia sabrá quien fue Jane Seymour y qué consecuencias tuvo su figura. Por eso me parece un error absoluto el título escogido para la novela

Dejando a un lado mis comentarios sobre el título, “En la corte del lobo” es una muy buena e interesante novela histórica. Un libro de esos de los que sales más sabio de lo que entras. A pesar de la ingente cantidad de datos, personajes, nombres de lugares, idas y vueltas al pasado, cambios de escena y de foco, merece la pena mucho perderse en las páginas de esta novela en la que Hilary Mantel nos traslada literalmente a la época dorada de los Tudor, a la corte de uno de los reyes más famosos de la historia europea para adentrarnos en la vida de uno de los personajes clave más importante de Europa e Inglaterra en el siglo XVI: Thomas Cromwell. Eso sí, una vez que alguien se decida a sumergirse en las páginas de esta novela debe ser valiente y concluir la trilogía.

Caronte.

viernes, 22 de enero de 2021

Las deudas del cuerpo

He tardado más de lo que me hubiera gustado, pero de nuevo diversas lecturas y libros se han interpuesto en mi camino hacia el encuentro, o mejor dicho rencuentro, con la Saga Napolitana de Elena Ferrante. Por fin he leído (devorado sería la palabra más adecuada) la tercera de las entregas de esta tetralogía que pronto se convertirá en un clásico de las letras italianas universales conformándose en libros de lectura obligada para entender el siglo XX italiano y las dinámicas sociales del país más mediterráneo de Europa, y si no de toda la bota italiana sí de su parte más única como es Nápoles (y con Nápoles no me refiero únicamente a la ciudad vecina del Vesubio, sino a todo el territorio que en su día conformó el reino napolitano). Una vez terminada esta tercera entrega me reafirmo en lo que ya pensé cuando leí las dos primeras: Elena Ferrante, aunque sea nombre ficticio, es una de las más grandes narradoras que he tenido el gusto de leer.

Las deudas del cuerpo” continúa con la vida de Lila y Lenù tal y donde la dejamos en el libro anterior: ambas amigas un tanto distanciadas, frías, con una amistad sólida, necesaria por ambas partes, pero muy arisca, con muchas aristas cortantes que al menos descuido puede generar un corte que desangre a alguna de las dos mujeres. Sin embargo, en esta tercera entrega hay un cambio de punto de vista: la novela se centra mucho más en Lenù, en la escritora Elena Greco cuya novela rompe moldes y sacude a la sociedad italiana, y menos en Lila, aunque esta siga muy presente en la vida de Lenù.

Lugares y personajes ya conocidos por los lectores de Ferrante y los seguidores de esta saga napolitana verán de nuevo como en las páginas de “Las deudas del cuerpo” se van sucediendo las escenas en Nápoles, en el viejo y ajado barrio de Lila y Lenù, pero también en Florencia, Milán y otras ciudades italianas de renombre y cultura. Y también nos rencontraremos con personajes de siempre, intermitentes, dolientes, extraños, sentimentales, peligrosos: Nino, Pascuale, Enzo, Anonio, Gigliola, Nunzia, Ada, los Solara, los Carracci, Bruno Soccavo; y al mismo tiempo, mientras el lector recuerda quienes son esos personajes de siempre, los que llenaron páginas y páginas de las dos novelas anteriores, también nuevos nombres se añaden a la madeja que teje el telar de la vida de las dos amigas: Pietro, Adele, Dede, Elsa, Eleonora, Nadia…

Los que hemos ido leyendo con fruición a Elena Ferrante y su saga napolitana vemos cómo en “Las deudas del cuerpo” hay un cambio radical en los personajes: ya no son intentos de adultos, sino adultos propiamente dicho. Lenù y Lila ya son más bien Elena y Lina, cada una con su vida, sus problemas, su intento de encontrar un hueco en el mundo, su lucha constante contra ellas mismas, su pasado, su presente y su previsible futuro. Sueños, miedos, fantasmas del pasado, presencias constantes, amenazas, ideales, lágrimas, risas, recuerdos; las páginas de este libro están repletas de vida, de la vida común y ordinaria de todos nosotros. Porque, a fin de cuentas, la vida de Lila y Lenù no es más que nuestra propia vida: la vida de gente corriente que intenta hacer su vida sin saber muy bien cómo.

Pero dejadme hablar de Elena Ferrante porque en “Las deudas del cuerpo” vuelve a hacer fácil algo que los que intentamos escribir, lográndolo o no a duras penas, sabemos que es enormemente complicado: hilar la historia que queremos contar. Y digo que hace fácil algo que no lo es porque no es sólo que Ferrante haya logrado hacer una novela redonda, es que de momento los tres libros de la tetralogía de Nápoles que he leído son absolutamente perfectos: estilo maravilloso, personajes grises perfectamente definidos y caracterizados cuya evolución a lo largo de las páginas va siendo palpable, ciudades con su idiosincrasia y lugares comunes perfectamente descritas con sencillez, relaciones interpersonales complejas expuestas de manera práctica, sentimientos complejos plasmados en papel con tal intensidad y verdad que por momentos uno siente el mismo miedo ante lo desconocido que los propios personajes.

Envidio profundamente lo que Elena Ferrante está consiguiendo no solo en “Las deudas del cuerpo” sino en las dos novelas anteriores y probablemente también en la que cierra la saga. Pero es que además de plantear una historia de una amistad desde sus comienzos, también está siendo capaz, y en esta novela se ve más claramente que en las anteriores, de narrar la historia de Italia, de Nápoles y quizá de todo el sur del país transalpino, desde finales de los años 40 en adelante. Hay mucha política en las páginas de esta tercera entrega; mucho fascismo, mucha violencia, mucho camorrismo, mucha revolución social, mucho empoderamiento de la mujer, mucho comunismo. La complejidad hecha relato es lo que es esta saga: la complejidad humana y social narrada con tal sutileza y buen hacer que el lector no puede más que quedar prendado de las páginas de los libros de esta saga.

No puedo recomendar “Las deudas del cuerpo” sin recomendar las dos entregas anteriores básicamente porque los 4 libros que componen la Saga de las Dos Amigas, o Saga Napolitana de Ferrante conforman un todo-uno. No pueden leerse por separada porque en el fondo son un único libro, una única historia: la de dos niñas/chicas/mujeres que desde siempre se han conocido y han vivido de manera entrelazada sus vidas sabiéndose atadas la una a la otra, aunque en diferentes etapas de su vida esa amistad pudiera no ser tal. Lo que sí recomiendo es que si alguien se anima a hincar el diente a estos libros que se siente y disfrute de horas de la mejor literatura que se puede encontrar.

Caronte.

jueves, 14 de enero de 2021

Black, black, black

Llevaba mucho tiempo ya queriendo leer a Marta Sanz. Y mucho tiempo es mucho tiempo, en plan: varios años. Sin embargo, por unas cosas o por otras el momento nuca llegaba; siempre encontraba lecturas que se interponían entre la autora y yo, excusas varias que me ponía por miedo a descubrir un autor nuevo y que no me gustara. Miedos que surgen por hacerse quizá ideas preconcebidas por recomendaciones, buenas reseñas o simplemente dejarse llevar por instinto. Pero año nuevo, nuevas lecturas, nuevos horizontes literarios, nuevas historias por descubrir, nuevos autores por traer a mi biblioteca personal. Pero ha llegado 2021 después de un 2020 un tanto raro para todos y me he decidido a descubrir nuevos autores, y sobre todo autoras. Quiero leer a más escritoras porque revisando lo leído el año pasado solo uno de cada seis libros que leí estuvo estaba escrito por una mujer. Y me avergüenzo por ello. Me he dispuesto terminar con ese error y feminizar mis lecturas y creo que no he podido empezar mejor que con Marta Sanz.

Black, black, black” es una novela que podría calificar de coral, porque está dividida en tres partes (cada uno de los black del título) narradas cada una por un personaje diferente. La trama es aparentemente sencilla: unos padres encargan a un investigador privado, Arturo Zarco, que averigüe quien asesinó a su querida hija; para ello Zarco se acerca a la comunidad de vecinos donde vivía la difunta y allí entra en un microcosmos muy típicamente español, donde todos los vecinos tienes relación entre ellos, ya sea buena o mala, y donde los prejuicios, rencillas y disputas nimias terminan haciendo el día a día. Y todo se complica con un segundo cadáver. Y entran en juego una vecina deprimida y sola, y su hijo homosexual, y una pareja de ancianos dependientes, y la típica vecina que todo lo sabe y todo lo quiere controlar. Y aparece también la ex mujer de Zarco con quien éste mantiene una relación extraña de amigos que son al mismo tiempo ex, que se quieren y detestan, se cuidan y se hacen daño mutuamente.

He dicho que la trama es sencilla y puede que tras lo escrito no lo parezca. He de admitir que “Black, black, black” no es una novela negra tan simple como puede parecer. Y no lo es por la propia estructura de la novela. La primera parte está narrada por Zarco y es una especie de recopilación de llamadas telefónicas con su ex mujer, Paula, cuya extraña relación marca la realidad del caso que está bajo investigación privada. La segunda parte de la novela es el diario de Luz, la vecina cuyo hijo veinteañero es homosexual y del que Zarco queda locamente prendido (porque sí, Zarco es homosexual con exmujer), y cuya soledad y falta de cariño y caso por parte de nadie la llevan a fabular un diario donde la realidad y la invención conviven a la perfección. Por último, la tercera parte de la novela es igual que la primera, pero teniendo como protagonista e investigadora a la ex de Zarco, a Paula.

Y ante este magnífico lío, aparente solamente, el lector no puede hacer más que disfrutar de “Black, black, black” ya que su lectura es adictiva. Me terminé el libro en apenas tres días (prácticamente a parte por día). Y es que no podía dejar de leer. Me parecía tan fascinante la historia, tan imbricada, tan indescifrable (ya que hasta las últimas quince o veinte páginas no sabes quién ha sido el autor de los asesinatos en esa curiosa y peculiar comunidad de vecinos), y tan soberbio el estilo, la mezcla de voces narrativas, la combinación de realidad y fabulación dentro de la narración, que me quedaba pegado a las páginas de la novela como si fuera un guante de lana pegado a un trozo de velcro.

Siempre he sido un gran lector de novela negra, pero llevaba muchos años sin acercarme al género. “Black, black, black” me ha devuelto la ilusión por el “noir” por su gran originalidad y su gran oscuridad. No hay personajes blancos en la novela, ni tan siquiera Olmo el joven homosexual del que Zarco quede encaprichado. Ninguno de los vecinos puede decirse que tienen un aura buena o blanca; ni mucho menos Zarco y Paula que forman un tándem tan perfecto como incómodo. Y es que es probablemente esta pareja tan extraña, tan irrelevante, tan sincera, tan mordaz y tan cruel entre ellos lo mejor de la novela. Vaya dos animales literarios son estos personajes, vaya par de seres que ojalá fueran reales para hacerme sus amigos, porque verles en plena batalla dialéctica sería todo un espectáculo del bueno.

Si antes de atreverme a leer a Marta Sanz me dice que una vez leída mi primera novela suya quedaría tan satisfecho, tan entretenido y tan divertido como lo he hecho no lo hubiera creído. “Black, black, black” es puro nervio narrativo, además de muy visual y con un ritmo que deja sin aliento. Además, la primera y tercera parte dan tanto juego al lector que es imposible que pueda aburrirse al ver tanto las pericias como los dardos envenenados que se lanzan Zarco y Paula. También añado antes de concluir que el perfil y el análisis psicológico de todos y cada uno de los personajes de la novela es complejo y cada uno aporta algo al juego que Marta Sanz propone al lector para que éste no se aburra y mantenga la atención puesta en adelantarse a la novela y saber quién mató a quién. El problema está en que Marta Sanz engaña muy bien y esconde el desenlace hasta el final, dejando al lector perplejo, no por quizá la evidencia de la resolución sino por cómo se ha llegado hasta allí. Sin duda es una gran novela para pasar una tarde encerrado en casa.

Caronte.

viernes, 8 de enero de 2021

El camino

Aunque estemos ya en 2021 – por cierto ¡Feliz Año a todos! – voy a hablar de mi última lectura de 2020. Y es que, necio de mí, casi termino el año el centenario Delibes sin leer nada del maestro vallisoletano, castellano por excelencia, de las letras. Como muchas de mis lecturas, con esta me topé de casualidad en una de mis últimas visitas a mi librería de segunda mano preferida. Me tiré de cabeza a por el libro: uno de los grandes títulos dentro de la obra narrativa de Delibes. Fue de esas oportunidades que pasan muy extraordinariamente en la vida de un lector. Que el lector se cruce con el libro adecuado en el momento adecuado es de esas sensaciones que más pueden llenar a los amantes de la lectura y que más reconfortan. No todos los libros se pueden leer en cualquier momento. Cada lectura, cada libro tiene su momento, su tiempo, su ánimo, su predisposición y si no concuerdas con él difícilmente podrás disfrutarlo como se merece. Creo que los caminos (permitidme el juego de palabras) de esta novela y el mío se encontraron en el instante justo.

El camino” es una de las grandes obras de Miguel Delibes; una novela que publicada en 1950 (ahí es nada, 70 años de novela) sigue hoy manteniendo una profunda actualidad y relevancia por cuanto es una novela de aprendizaje, de cambio, de paso de la infancia y primera adolescencia, a la juventud madura. Una historia de ruptura, de salida de lo que ahora se llama zona de confort, para afrontar una vida casi adulta que nos llevará lejos de nuestras raíces, a vivir y desarrollarnos independientemente de nuestro propio pasado.

Con una miríada de personajes, todos ellos a su manera entrañables, que dejan huella en el lector y que son perfectamente identificables para los que hemos tenido pueblo al que ir por temporadas, “El camino” narra la noche de insomnio y recuerdos de Daniel el Mochuelo previa a su marcha a la capital a estudiar y formarse para ser alguien más que un condenado a la quesería de su padre en un pueblo que empieza a olerse que en años venideros no será más que un aparcamiento de recuerdos, ecos y voces del pasado.

Ambientada en una zona rural del norte de España y con todos los personajes teniendo su propio mote y el porqué del mismo, “El camino” se descubre al lector como una lectura sencilla, amena, divertida, seria, profunda, enternecedora. Ver las andanzas de el Mochuelo junto con sus dos amigos inseparables, el Tiñoso y el Moñigo, hace recordar a nuestra infancia, cuando, ya fuera en un pueblo en los años 60, en la plaza del barrio en los 80, o en el patio común de una urbanización a finales de los 90, jugábamos con nuestra cuadrilla de amigos, más o menos íntimos, hasta que el tiempo – ese malvado ser eterno e incorpóreo – nos va separando y llevando a cada uno por nuestro camino. Porque al final la novela es eso: esa búsqueda, más o menos orientada, más o menos dirigida, más o menos improvisada, del camino que nos conducirá, sin nosotros poder hacer mucho, a nuestro destino, a nuestro yo del futuro.

Lo que puede parecer un asunto de una profundidad filosófica insondable que docenas y docenas de eruditos llevan años debatiendo y argumentando, queda sencilla y simplemente reflejado en “El camino” de manera magistral. Miguel Delibes supo concretar en una novela que no llega a las 200 páginas un asunto al que todos, antes o después, nos enfrentamos. Es dolorosa darse cuenta de esos cambios que nos transformarán del todo y nos alejarán sin remisión de lo que hemos sido. Afrontar esos cambios es inevitable, asumirlos ya es otro cantar.

No creo que nadie que lea “El camino” pueda quedar ajeno a los recuerdos de su propia vida, que se agolparán inmediatamente en nuestra mente haciéndonos pensar que no fue hace tanto que los generamos. Esa es una de las grandezas de esta novela: trasladarnos a una época lejana de nuestras vidas, a cuando éramos inocentes, a cuando empezábamos a descubrir algunas cosas de la vida adulta que mientras éramos niños se nos ocultaban o tergiversaban para evitarnos “traumas” o vete a saber qué cosas; quizá una falsa protección innecesaria ante la vida.

Podría afirmar que ha tenido que ser la última de mis lecturas de 2020 la que más me ha llenado, atrapado y gustado de todo el año, pero quizá sería algo injusto para con el resto de libros que he leído en los últimos 12 meses. Lo que sí puedo afirmar es que “El camino” es de lo mejor que he leído en los últimos tiempos. Sencillez de estilo, nada pretenciosa, bellísima, llena de emociones, amistad, sentimientos, humor, drama, tristeza, vida y muerte; esta novela es una joya escondida tras un título y un autor que de primeras puede llegar a imponer, pero que es totalmente recomendable y que creo que debería volver a ser de lectura obligatoria, no ya en bachiller, sino probablemente mucho antes. ¡Qué grande fue Delibes! Y qué injusto fue que no recibiera el Nobel mereciéndolo más que otros muchos que sí lo recibieron.

Caronte.