jueves, 30 de junio de 2022

Clea (Cuarteto de Alejandría IV)

Acabo la última de las novelas que constituyen El Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell sabiendo que he termino de leer algo grande e importante, no ya solo porque sea una de las obras narrativas inglesas más importantes del siglo XX sino porque enfrentarme a la lectura de estas cuatro novelas ha sido todo un reto lector personal ya que no sabía cómo terminaría algo que me impresionaba e imponía antes si quiera de sumergirme en la lectura del primero de los libros. Acabo hoy Clea sabiendo que difícilmente voy a poder encontrar un conjunto de novelas que me llenen como estas cuatro han hecho y que me resulten tan atractivas tanto como lector como por intento de escritor (frustrado pero realista, casi aliviado por saber que nunca nada de lo que escriba podrá ver la luz, porque total, para qué).

Clea no solo es el cierre del cuarteto que narra las relaciones entre sí y con la propia ciudad de Alejandría de los diferentes personajes y amigos que dan no solo nombre a los cuatro libros, sino que acompañan al lector en una narración intensa, profunda y sutilmente filosófica donde se reflexiona sobre el amor, las pasiones humanas, el arte o la escritura. Esta novela es también la más personal, íntima, metafísica, críptica y surrealista de las cuatro que componen esta obra magna narrativa. Esta es una de las razones por las que me imponía leer el cuarteto, porque investigando un poco me daba cuenta de Lawrence Durrell podría inscribirse en una tradición literaria de estilo críptico y mundos y temas propios, de muy alto nivel intelectual y cultural que, sin embargo, para mí quedaría muy alejados. Nada más lejos de la realidad. Por eso también acabar este conjunto de novelas ha supuesto todo un reto literario del más alto nivel y del que más orgulloso me siento.

A modo de últimas puntadas del tapiz general, o como últimas pinceladas en el fondo de un fresco magnífico y complejo de personajes y relaciones entre ellos llenas de matices y sombras, Clea cierra de manera magnífica todo el Cuarteto de Alejandría. No flaquea Durrell en su forma de narrar, tan sutil pero tan contundente, que hace que la lectura no sea un mero descubrimiento de una trama, que queda en segundo plano por un estilo narrativo que eclipsa todo, sino un placer vigoroso y fuerte, constante, por ver cómo diversas voces narrativas, diversos estilos y formas de narrar desfilan ante los ojos atónicos y atentos del lector que no puede más que admirar la construcción de estas novelas con cierta perplejidad, gratitud y, si alguna vez ha sentido el impulso de la escritura, con bastante envidia.

En Clea se cierran las historias de varios personajes que han ido apareciendo en el cuarteto; sigue de fondo el áurea magnética de Justine y su tremendo atractivo que hace que los hombres se vuelvan locos por estar en su órbita; varias muertes siguen sucediéndose, secundarias, pero trágicas y demoledoras para los afectados; varios misterios surgen sobre personajes que cualquier lector creería secundarios; y quien simplemente parecía un mero narrador, Barley, pasa a ser depositario y actor principal en el escenario místico y de leyenda decadente de Alejandría.

Todos y cada uno de los libros que forman el cuarteto, en sus variedades y formas, en sus tramas ligeras y en las profundas, en su ambientación en una extinta Alejandría diplomática, cosmopolita, burguesa, de cafés de aspiración europea y barrios árabes donde lo místico y legendario deja a lo terrenal en la más tenebrosa oscuridad, han sido un viaje narrativo intenso y complejo en el espacio y el tiempo y en la psique humana. Clea cierra un todo, un conjunto literario único y complejo que, aunque podría leerse de manera independiente, conforma un análisis profundo del alma humana, de sus pasiones desatadas, de sus deseos más prohibidos…

Sin embargo, acabar de leer Clea y con ella El Cuarteto de Alejandría me plantea un problema: ¿Qué leo yo ahora? ¿Qué se lee cuando has estado durante todo un mes leyendo las obras magnas de dos hermanos escritores como son Lawrence y Gerald Durrell intercalando las del cuarteto del hermano mayor con las de la Trilogía de Corfú del menor? ¿Qué se puede empezar a leer sabiendo que el listón está tan alto que sabes que cualquier cosa la vas a comparar con lo recientemente leído? Me hago estas preguntas con resignado optimismo porque siempre pienso que los libros están para ser leídos y solo entonces opinados. Pero, aún así, me siento un poco huérfano y vacío.

Clea ha supuesto el final de un reto lector que me impuse hace un mes. Reto que creo que he superado con creces demostrándome a mí mismo que ningún tipo de obra o género literario, o ningún autor deben impresionarme o darme rechazo leer por pensar que no estaré a la altura. Estas cuatro obras de Lawrence Durrell me han confirmado que estoy más preparado de lo que yo pensaba para leer cualquier cosa que pueda proponerme siempre que mi voluntad sea no tanto disfrutar de una buena historia, sino simplemente dejarme llevar por el arte que implica la buena literatura. Y El Cuarteto de Alejandría es buena literatura.

Caronte.

miércoles, 29 de junio de 2022

El Jardín de los Dioses (Trilogía de Corfú III)

Culmina con este libro, de título bíblico y resonancias legendarias, Gerald Durrell su Trilogía de Corfú y sus memorias sobre la estancia de cinco años de su familia en la isla griega del Corfú. Avisa en el prólogo el menor de los Durrell que aquellos cinco años de su vida, de su primera juventud, del paso de su infancia a su adolescencia, fueron felices porque siendo una familia inglesa adinerada para los cánones y estándares de la isla griega sus preocupaciones se centraban en vivir la vida y en disfrutar de familiares, amigos y conocidos a través de fiestas, cenas y comidas a orilla del mar o bajo el parral que tenían por porche en su casona corfiota. Y ese disfrute de la vida como máximo objetico de su vida diaria se nota en cada una de las páginas de la trilogía y, por tanto, también en las de este último volumen que la cierra.

El jardín de los dioses es un magnífico cierre a una magnífica trilogía autobiográfica donde naturalismo, zoología, divulgación, anécdotas, familiares, amigos y conocidos, campesinos y personajes totalmente variopintos se mezclan para dar un relato que, aunque pueda parecer en ocasiones inverosímil, no muestra más que el placer por vivir y disfrutar de una vida, la que cada uno de nosotros disfrutamos sin saber el tiempo que tenemos para ello, sin complicaciones y sin dar una importancia que no tiene a cosas que mejor sería pasar por alto.

Leyendo a Gerald Durrell y la vida que llevó entre los 10 y los 15 años en Corfú, rodeado de su familia, de gente con inquietudes naturalistas como Teodoro, de animales por descubrir, con una voluntad de hierro a la hora de aprender más y más sobre la fauna y la flora que le rodeaba uno se da cuenta que hemos olvidado qué es vivir. El jardín de los dioses no solo es una divertida obra donde un escritor da cuenta de sus años más felices y cómo los recuerda, mezclando su pasión por la naturaleza y las anécdotas familiares más destartaladas; este libro es también y, ante todo, un canto a la libertad, a vivir la vida con intensidad, feliz, sin preocupaciones y sin dar excesiva importancia a los problemas mundanos que no lleva a nada.

La belleza con la que Durrell nos cuenta y termina de complementar sus recuerdos de aquellos cinco años pasados en Corfú hacen de El jardín de los dioses otra lectura igual de placentera, divertida y formativa como las anteriores, donde nuevos animales, nuevas aventuras y, sobre todo en este libro más que en los anteriores, anécdotas familiares donde sus propios hermanos o conocidos de la familia demuestran como la realidad muchas veces puede ser tanto o más increíbles que la más pura de las imaginaciones novelescas.

Hace ya décadas que el ser humano vive en constante prisa, sin descanso, buscando permanentemente estar ocupado en algo temeroso de que, al parar y descansar, al no tener nada que hacer, su aburrimiento sea tal que se vea abocado a pensar en su propia y miserable vida vacía de contenido y no sepa cómo llenarla de manera sosegada. Hace ya décadas que hemos perdido perspectiva para solo mirarnos el ombligo y ser incapaces de comprender que vivimos en un mundo en el que no estamos solos y nos rodean seres y criaturas, paisajes y parajes impresionantes e inolvidables. El jardín de los dioses es volver a una época donde las prisas no existían, leer sobre algo ya extinto en prácticamente cualquier parte de Europa y “Occidente” y que está en vías de extinción en el resto del planeta, devorado por la incesante necesidad de mercantilizar absolutamente todo como si todo fuera monetizable.

Hemos olvidado quiénes somos. Hemos pensado que el hombre está por encima de todo ser que pisa este planeta menospreciando aquello que no conocemos o que nos repele o que simplemente creemos inferior solo por no razonar ni hablar… En la Trilogía de Corfú que cierra El jardín de los dioses, Gerald Durrell pretendió no solo plasmar sus años de juventud libre y sin ataduras de ningún tipo disfrutando del mundo encapsulado en la isla de Corfú, sino que intentó abrirnos los ojos ante un mundo al que estamos dando la espalda y que cuando menos lo esperamos nos la dará a nosotros dejándonos tirados y abandonados siendo incapaces de adaptarnos a los cambios que provocará nuestra propia actitud orgullosa y prepotente.

El viaje que ha supuesto para mi leer La Trilogía de Corfú ha sido inmenso, porque nunca antes me había enfrentado a una lectura tan seguida de una serie de libros enlazados y relacionados y, mucho menos, de libros de no ficción autobiográficos donde el aspecto divulgativo, descriptivo y anecdótico personal fuera el eje de la narración. Todo ha merecido la pena porque he descubierto a un hombre inmenso como Gerald Durrell y una obra fundamental para reencontrarse con un pasado que no es tan lejano y que estamos a punto de perder del todo si no somos capaces de pararnos a pensar quiénes somos y dónde vivimos. Leed a Durrell, pero, sobre todo, vivid que al final es lo que nos quiere decir el adulto Gerald recordando a su niño Gerry.

Caronte.

lunes, 27 de junio de 2022

Mountolive (Cuarteto de Alejandría III)

Tercera novela de las que componen El Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell. Tercera novela que poco o nada tiene que ver con las otras ni por fondo ni por forma. Tercera novela que me está dejando totalmente encantado con la lectura, como si fuera un niño la mañana de Navidad y Reyes viendo bajo el árbol de Navidad regalos y más regalos dispuestos para su disfrute inmediato o relajado. Y es que lo que estoy disfrutando de la lectura del cuarteto, de cada uno de los libros que llevo leídos (ya tres, restándome únicamente el último con el que se desenlazará toda), no creo recordar que lo haya disfrutado antes con ningún otro, salvo quizá alguno de Javier Marías o Antonio Muñoz Molina. Tengo, además, sensaciones encontradas, porque por un lado quiero concluir la lectura del cuarteto para terminar de hacerme una idea del fresco que Durrell quiso mostrar en él, pero, al mismo tiempo, sé que tras su lectura quedaré un poco huérfano y desnortado para encontrar alguna lectura que esté a la altura.

Mountolive es la historia del embajador británico en Egipto: personaje también importante en las relaciones que se dan entre los protagonistas del cuarteto, Justin y Nessim, Melisa y Barley (que protagonizaron más directamente las dos novelas anteriores). Los entresijos de las relaciones personales de David Mountolive desde que llega a Egipto por primera vez de joven, conoce a los Hosnani (Nessim y Naruz, piezas clave de la historia que Lawrence Durrell nos está contando), consigue plaza diplomática, da vueltas por diferentes legaciones de su país, y vuelve de nuevo a Egipto en un momento clave, personal y político, para reencontrarse con pasiones y lealtades pasadas y presentes que debe gestionar; estos entresijos son el eje alrededor del cual se narra esta novela.

Esta es además una novela de corte y estilo clásico, muy británica e inglesa, muy de personajes sobrios que intentan controlar sus emociones y pasiones sin conseguirlo, donde el deber y la lealtad son pilares fundamentales en las relaciones personales. David Mountolive es un personaje prototípico inglés que, cumpliendo siempre su deber para con su país, se enfrentará a una ciudad, Alejandría, y a unas personas que le llevarán a perderse en sí mismo para intentar controlar sus impulsos y tomar decisiones de calado que afectan a sus amigos y conocidos. Mountolive es al mismo tiempo una novela histórica, psicológica, pasional, romántica y puramente narrativa que cualquier amante de la literatura disfrutará saboreándola poco a poco.

Vuelve a ser Alejandría el trasfondo en el que todo pasa, donde las relaciones personales entre los diferentes personajes, ya familiares para el lector, se desarrollan, envenenad y desenlazan. Y es aquí cuando Lawrence Durrell saca a pasear su grandeza literaria, su saber hacer narrando para entregarnos una pieza más de ese gran fresco que lleva pintando desde que comenzó el cuarteto, de ese gran tapiz que lleva tejiendo desde Justine, la primera novela de las cuatro que lo forman. En Mountolive, Durrell sigue ahondando en la ciudad trampantojo que fue Alejandría antes de la Segunda Guerra Mundial y que, tras la misma, con la llegada del Egipto, moderno desapareció. Como en Justine y Balthazar, en esta novela hay un pasaje memorable y fastuoso en el que Lawrence Durrell narra una especie de trance del embajador Mountolive por las calles alejandrinas que llevan al delirio y en el que con una descripción oscura, cruda y fantasmagórica dibuja una Alejandría en el borde mismo de la luz y la oscuridad, ambigua, discutible, penumbrosa, ocre, calurosa y engañosa.

Nada sobra en una narración perfectamente hilada y tejida que da como resultado una pieza del tapiz general que conforma El Cuarteto de Alejandría esencial para comprender todo en su conjunto. Mountolive es, por así decirlo, la novela esencial para comprender todo el trasfondo que une las diferentes vidas de los personajes que ya hemos ido conociendo en las dos novelas predecesoras. Como un hilo invisible, esta novela va poco a poco entre lanzando fragmentos que ya conocíamos, pero desde otro punto de vista. El narrador de esta novela no es ningún personaje, sino uno omnisciente que conoce todo y que nos va trasladando de un foco a otro para ir arrojando luz sobre aquellos sectores de la historia que seguían permaneciendo en penumbra.

La manera en que Lawrence Durrell plasma en una historia compleja de relaciones personales, pasionales y sentimentales, cómo los sentimientos y las pasiones determinan todo nuestro mundo y nuestra vida es soberbia, tanto en forma como en fondo. Mountolive es puro clasicismo narrativo, pero encaja a la perfección con sus novelas compañeras de cuarteto. No sirve de nota discordante, sino más bien todo lo contrario, es el acorde que ordena y guía correctamente a buen puerto la sinfonía sobre la Alejandría legendaria previa al conflicto mundial que cambió el mundo para siempre. Las diferentes formas de amar y querer, el cómo se despliegan las pasiones en un entorno convulso, lleno de matices y dobles sentidos, de sutilezas y susurros y sombras en el atardecer, es tan tremendamente actual que para la época debería sonar exótico y hasta extravagante, no siéndolo en absoluto.

Me resta la última de las novelas que conforman el cuarteto alejandrino de Lawrence Durrell, pero Mountolive ya va confirmando que probablemente este conjunto literario, esa enorme obra narrativa donde forma y fondo se mezclan y complementan tan bien que es imposible no envidiar su creación, serán obras que me marcarán inevitablemente como lector, de esas novelas que quedan tan grabadas que luego toda lectura posterior no es sino una búsqueda imposible de volver a sentir lo mismo que con ella. Se va acercando el final de mi empresa lectora de junio, y siento pena por ello, al mismo tiempo que entusiasmo por lo que me puedan deparar futuras lecturas.

Caronte.

jueves, 23 de junio de 2022

Bichos y demás parientes (Trilogía de Corfú II)

Vuelve Gerald Durrell a Corfú, a sus recuerdos de una infancia plena, libre y feliz, de crío inquieto e inteligente, amante de la naturaleza y aventurero en esencia. Debió ser tan plena los cinco años que el escritor y naturalista inglés vivió con su familia en la isla griega de Corfú que lo allí vivido durante esos cinco años, esos más de mil ochocientos días, con sus horas y minutos y segundos que tras la publicación de Mi familia y otros animales y viendo el gran éxito que cosechó el libro, creyó necesario ampliarlo con una nueva entrega de esas memorias que van de lo costumbrista, a lo familiar pasando por lo divulgativo y el amor a la flora y fauna griegas. Son inagotables las anécdotas que en este segundo volumen de la Trilogía de Corfú vuelve a contar el más joven de los Durrell, tan inagotables como variada e interesante es la fauna de Corfú, que como en la anterior entrega, también en este libro tiene una especial importancia por ser, junto a la familia del escritor, uno de los ejes alrededor del cual gira todo.

Bichos y demás parientes no es una “continuación” de su predecesora en la trilogía de Corfú de Gerald Durrell. No. Este libro es una narración paralela a la primera en la que Durrell cuenta anécdotas y describe fauna y flora que en el primer libro no había metido por considerar quizá que fueran menores. Sin embargo, y esto es una opinión personalísima, en esta segunda entrega Durrell nos presenta un libro quizá más íntimo que el primero, en el que las anécdotas familiares ganan a las naturalistas y donde sus aventuras son tan estrambóticas y estrafalarias que el lector bien podría pensar que la mitad son inventadas o que no pueden pasar tantas cosas tan extraordinarias en tan “poco” lapso de tiempo (esos 5 años pasados por la familia Durrell en Corfú durante los años previos a la IIGM).

No hay en principio un orden cronológico en la narración y aunque estos dos primeros libros pueden leerse por separado sin conocer la existencia el uno del otro, es recomendable empezar por el principio la trilogía para así llegar a Bichos y demás parientes y poder saber de quien habla el joven Gerry cuando menciona a su burra, sus perros o los diferentes animales que va coleccionando, vivos y muertos, en su cuarto pese a las quejas y lamentaciones, histriónicas a veces, de sus hermanos, principalmente del mayor, el también escritor Lawrence “Larry” Durrell. Entran en liza además personajes y amigos de la familia Durrell que quizá sin conocerlos de antes pueden quedar un poco colgados ya que, aunque Gerald Durrell al volver a mencionarlos hace una brevísima introducción y presentación de los mismos, no lo hace con la misma gracia, garbo y profundidad con que lo hizo en el primer libro de la trilogía.

Abrumadoras vuelven a ser las descripciones naturales que hace Gerald Durrell de sus escapadas aventureras por la isla de Corfú en busca de nuevos descubrimientos para colmar su mente inquieta y amante de los animales y la naturaleza en todo su esplendor y conjunto. Bichos y demás parientes no solo es la recolección de anécdotas y recuerdos de un escritor rememorando años en los que fue realmente feliz en el mundo, un mundo inocente aún, primigenio y rural, humano, sino que también es un canto a la naturaleza y un ensayo precioso en el que se ensalza la belleza de la naturaleza como gran casa común para toda la humanidad que es.

Como su predecesor en la trilogía Bichos y demás parientes es un verdadero canto a la libertad y la felicidad, a la vida simple, contemplativa y tradición, a una forma de existir y estar en el mundo que ya no existe y que probablemente nunca vuelva. Obviamente, y el mismo Gerald Durrell así lo dice en el prefacio del tercer libro (que ya he empezado a leer mientras escribo estas líneas), la familia Durrell no era normal en el sentido que eran ricos para los estándares griegos de la época y, por tanto, tanto la madre como los cuatro hermanos podía dedicarse a lo que más les gustara y llenara en una isla que tanto contraste hacía con la gris Inglaterra de la que venían.

Acabo de mencionar que ya estoy inmerso en la lectura del libro que cierra y complementa la Trilogía de Corfú. Probablemente no me cuente nada diferente de lo que el primero y este Bichos y demás parientes me han contado ya. Pero leer a Gerald Durrell, con ese tono tan maravilloso y entusiasta, tan cómico como lírico, tan divulgativo como literario, es un placer. Y es un placer porque leer algo que te hace viajar, disfrutar, sonreír y querer vivir lo mismo, aunque sea de otra manera es siempre un gusto. Porque la literatura, en todos sus géneros y formas implica hacer que el lector, durante el tiempo que esté leyendo, sea otro en otro lugar y otro tiempo. Leed esta trilogía y disfrutad tanto de la maravillosa isla de Corfú, como de sus gentes, su fauna, sus paisajes, sus playas, y sobre todo de la disparatada familia Durrell.

Caronte.

viernes, 17 de junio de 2022

Balthazar (Cuarteto de Alejandría II)

Me adentro, tal y como prometí, en la segunda novela del Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell con unas expectativas quizá aún más altas que en Justine debido a que esta, como apertura del cuarteto, me pareció soberbia y absolutamente envidiable. Continuo además el cuarteto casi de seguido, intercalando entre cada uno de sus cuatro libros uno de la Trilogía de Corfú, también de un Durrell, Gerald en este caso. Es quizá el reto literario más importante que me haya impuesto nunca y de momento no puedo decir que me esté costando ni defraudando para nada; más bien al contrario: estoy disfrutando de contrastes en forma, fondo y todo maravillosos que quizá leyendo cada una de las series literarias por separado y distanciadas una de la otra no sería capaz de apreciar.

Quien piense que El Cuarteto de Alejandría es una serie de libros cuyo desarrollo temporal es lineal se dará de bruces con una realidad total y radicalmente distinta. Lawrence Durrell escribió en cuatro volúmenes una misma historia vista desde cuatro perspectivas diferentes y en tiempos, no ya paralelos, sino superpuestos unos a otros. Yo mismo estaba errado pensando que sí que iba a encontrar en el cuarteto una narración temporalmente lineal, clásica, en el que en cada libro íbamos a avanzar en una misma historia. Pero no. He sido el primer sorprendido y maravillado al mismo tiempo. Balthazar es una novela en la que el narrador de Justine vuelve a la misma historia del primer libro para completar un puzle que es incapaz de resolver, no por incapacidad intelectual, sino por no tener delante de él todas las piezas necesarias.

Por continuar con una metáfora que me suele gustar mucho usar cuando considero pertinente, podría decirse que en Justine Lawrence Durrell presenta un tapiz deconstruido a través de las madejas de las cuales deben salir los hilos que han de tejerlo. Pero nos las presente enmarañadas y el lector no sabe muy bien de qué hilo tirar, ni tan si quiera si debe tirar, para poder empezar a hacerse una idea del conjunto, es decir, del tapiz completo. En Balthazar, sin embargo, Durrell empieza a tejer, a enhebrar las diferentes agujas y a elaborar el complejo tapiz que tiene de fondo una Alejandría casi diría yo que mitológica, donde las pasiones primitivas del ser humano, que afectan por igual a hombres y mujeres, el sexo y el amor se desatan y alcanzan niveles de locura y paranoia.

Y cambia además la manera de contarnos las cosas Durrell. Si en el primer tomo del cuarteto el narrador nos contaba desde su punto de vista y simplemente a través de recuerdos de amigos una serie de vivencias pasadas que marcaron a cuatro amantes en una Alejandría tórrida y mestiza. Ahora, en Balthazar, el mismo narrador del primer libro lo que hace es contarnos lo que un amigo, el abogado que da nombre a este segundo libro y que ya apareció en el primero, le cuenta que pasó desde su punto de vista. Este cambio en la manera de narrar, no solo da brío al libro y hace que el lector tenga que asumir una versión complementaria más que diferente de lo ya leído, sino que además ayuda a ampliar el foco, a llegar a lugares e instantes en la historia que de otra manera sería difícil alcanzar y alumbrar con la luz de la verdad narrativa.

Aunque en Balthazar la historia y su desarrollo, lo que en esta novela se narra y cuenta es más importante que en Justine, sigue siendo el cómo está narrado lo que más atrae y atrapa de ella. Esa sutileza narrativa, ese estilo pulcro y depurado, donde reflexiones, descripciones y acción se entremezclan con cuidado consigue que la lectura, pese a que podría resultar pesada y de un nivel un tanto elevado, resulta de lo más fluida y agradable. Y sobre y ante todo, la maestría de Durrell a la hora de describir Alejandría, a sus gentes, tradiciones y contrastes, su decadencia, su aislamiento, su élite local y extranjera, sus relaciones prohibidas, llenas de lujuria y pecado, donde lo prohibido se sabe pero se calla o se mira hacia otro lado para hacer lo mismo uno mismo. Es fastuosa, hacia el final de la novela, la descripción que hace Durrell de la fiesta de carnaval que termina desencadenando uno de los hechos más reveladores, y eje del tapiz que pretende tejer el autor, de todo el cuarteto. Disfraces, dobles sentidos, insinuaciones, infidelidades, liberación de pasiones medianamente controladas de manera habitual… A través de las palabras del mayor de los Durrell el lector no solo viaja a una ciudad que ya no existe, no por hecatombe, sino por haber perdido su esencia entre dos aguas, entre dos culturas, sino que termina formando parte de ella misma, mezclándose a su vez con el coro de personajes que vuelven a salir en esta segunda novela del cuarteto.

Balthazar es una continuación, quizá no del nivel de Justine, pero sí de un nivel que le va a la zaga y que hace que el cuarteto, ya mediada su lectura, se esté convirtiendo en una de mis lecturas favoritas y a la que guardaré probablemente en un lugar preminente de mi memoria. Una vez lanzado a la aventura literaria en la que estoy inmerso, vuelvo a recalcar el enorme contraste narrativo que tienen el mayor y el menos de los Durrell. Ambos se disfrutan igual, pero de manera distinta, porque cada uno ofrece al lector un tipo de libro bordando a su vez la escritura. Lawrence Durrell me está pareciendo un escritor sumamente dotado para la evocación de una época y unos personajes definidos al milímetro. Y como ya dije en la reseña de Justine, envidio profundamente lo que Larry Durrell consiguió con este cuarteto.

Caronte.

martes, 14 de junio de 2022

Mi familia y otros animales (Trilogía de Corfú I)

Continuo mi empresa literaria particular, mi primer y más ambicioso reto lector hasta la fecha, de alternar la lectura de las obras más relevantes de dos hermanos humanistas y escritores, Lawrence y Gerald Durrell, con el primer libro de los que conforman La Trilogía de Corfú. Estar inmerso en lo que en el fondo es una aventura literaria que me llena de orgullo me hace sentir vivo. La literatura en su más alto grado y nivel, expresada en dos obras tan distintas y dispares entre ellas como comunes al buen gusto y estilo literario, llenas de elementos enriquecedores y atractivos para mentes inquietas y literarias como siento que es la mía, siempre es de los placeres más intensos y preciados que un amante del arte puede tener. No deberíamos olvidar que la literatura debería aspirar a no ser simplemente un divertimento, un modo de pasar un buen rato, sino que debería de llegar a alcanzar la belleza formal que la escritura, el jugar con letras y palabras, puede proveer.

Tras acabar Justine, libro que da comienzo al Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, el mayor de los hermanos, cambio totalmente de registro para empezar la Trilogía de Corfú con Mi familia y otros animales del hermano pequeño, Gerald. Menudo contraste se produce entre ambos hermanos. Nada más que el apellido y la presencia del mayor como parte del elenco protagonista del libro del menor une a ambos hermanos en su escritura; bueno, esto y que ambos son capaces de narrar con un estilo tan elegante y depurado que la lectura se hace tan amena y fluida como un río tranquilo que no levanta turbidez a lo largo de su cauce.

A la hora de leer Mi familia y otros animales el lector tiene que tener en cuenta que Gerald Durrell ha sido uno de los naturalistas y divulgadores científicos más importantes de su generación, además de un escritor excepcional dotado de un privilegiado sentido del humor y una ironía tan fina como acertada. Partiendo de esta base se puede uno sumergir en este primer libro que no cuenta otra cosa que la experiencia de la familia Durrell, y de un jovencísimo Gerry (en la novela, durante la que transcurren 5 años, Gerald Durrell va desde los 10 a los 15 años) en particular, tras decidir abandonar la húmeda, lluviosa, fría y reumática Inglaterra por la soleada, cálida y mítica Corfú.

Mezclando anécdotas familiares y de gente local a la que van incorporando al clan Durrell como personajes de toda la vida de la familia, y explicaciones zoológicas y narraciones de las expediciones del joven curioso e incipiente amante de la naturaleza que fue en su día Gerry, el más joven de los hermanos Durrell conforma en Mi familia y otros animales una narración tan amena como didáctica, tan divertida como divulgativa y tan irónica como comprometida con la naturaleza. Nunca se cae en la parodia, ni de su familia, ni de la isla griega que parece anclada en un pasado aún más remoto que en el que se desarrolla el libro, ni de los diferentes amigos y conocidos que a lo largo de las páginas van apareciendo en la familia de los Durrell.

Siendo Mi familia y otros animales (1956) contemporánea absoluta de Justine (1957), ambas novelas no podrían ser más opuestas. Pero es que claro, ambos hermanos, Larry y Gerry, no podrían ser más distintos. Ya lo dice en el prólogo Lawrence Durrell diciendo que siente que él sea el hermano más cascarrabias y quizá antipático, o al menos el que mayor impresión de gruñón da, pero probablemente los caracteres de los dos hermanos, distanciados 12 años entre ellos, forjaron su devenir literario creando obras radicalmente opuestas en fondo y tono, pero compartiendo algo que pocos escritores logran: un estilo envidiable, donde la historia fluye sola, con la enorme dificultad que esto tiene y que bien sabemos aquellos que alguna vez nos ha dado por escribir algo (o al menos intentarlo).

No es necesario que un libro trate sobre temas trascendentales para el ser humano para interesar a una mente inquieta. Tampoco es necesario que nos atrape en un misterio o en una historia morbosa donde las pasiones desatadas o los crímenes más crueles son los hilos conductores. Muchas veces la simple narración de la vida, la evocación de una época donde el tiempo era sosegado, las descripciones de animales y anécdotas cotidianas pueden servir para configurar una lectura de esas que llenan a uno. Mi familia y otros animales es ese tipo de libro: una lectura sosegada de bellas imágenes y descripciones zoológicas que a uno le animan a luego investigar por su cuenta tras la lectura para poder poner “cara” a todos los animalillos que el desmedido Gerry va acogiendo en su cuarto/museo. Por mencionar una escena en particular, se narra un baño en el mar entre delfines, luciérnagas y plancton fluorescente; la belleza de esta escena, narrada entre el lirismo y lo científico, es tal que hubiera soñado estar en el mar con los Durrells viviéndola.

Si de la primera novela del Cuarteto de Alejandría deseé haberla escrito yo mismo, de Mi familia y otros animales hubiera deseado formar parte de esa familia, como Durrell o como allegado, para poder vivir, aunque solo fuera un instante, su vida, su día a día lleno de naturaleza, gozo y vida. Se podría reducir el comentar este libro a simplemente decir que es una narración autobiográfica de los cinco años que los Durrell pasaron en la isla de Corfú, pero con esto uno se quedaría no solo corto, sino que faltaría a la verdad. Este libro es una oda a la vida, a la alegría de vivir y a la naturaleza exuberante que nos rodea y a la que solemos ignoran constantemente incluso persiguiéndola y destruyéndola por comodidad y miedo. En las páginas de este libro no hay más que vida.

Caronte.

viernes, 10 de junio de 2022

Justine (Cuarteto de Alejandría I)

La lectura debe ser siempre un lugar refugio donde acudir tanto para huir de una realidad que quizá no nos emociona demasiado o no nos motiva lo suficiente o no nos reta intelectualmente lo que necesitamos. El oficio de escribir, de narrar y contar una historia reflexionando por el camino sobre lo más diversos temas que causan preocupación al ser humano no es tarea sencilla y conlleva un trabajo aún mayor que el simple y mero hecho de enfrentarse a un papel en blanco y empezar a hilar letras y palabras y oraciones: vivir. Solo el escritor que vive su vida como quiere y puede y lo hace con intensidad y obsesiones será capaz de plasmar en papel historias que perdurarán en el tiempo. Porque por mucho que las generaciones cambien y el tiempo vuelva ancianos a quienes una vez fueron jóvenes el interior suele quedar intacto, y nuestras mentes funcionando sin tener en cuenta el desgaste de nuestro cuerpo que nos recordará siempre que nuestro tiempo continúa imperturbable su discurrir.

El Cuarteto de Alejandría, cuya primera novela es Justine, es quizá la obra más relevante de su autor, Lawrence Durrell, y muy seguramente una de las obras narrativas y literarias más importantes de la historia inglesa. Partiendo de estas afirmaciones uno podría pensar que está ante una obra hermética y de difícil y árido acceso lector: nada más lejos de la realidad. También es cierto que llego al cuarteto con unas enormes ganas y expectativas muy elevadas. Además, para rizar el rizo he decidido emprender una empresa literaria quizá un tanto ambiciosa (y que de momento va bien) consistente en leer alternando los tomos de este cuarteto de Lawrence Durrell y los tomos de La Trilogía de Corfú de su hermano menos Gerald Durrell. (Para los frikis de los datos y las curiosidades Los Durrells, la serie de televisión que hace un tiempo estuvo en boca de muchos, está inspirada en la trilogía de Gerald y en ella sale también Lawrence.)

Hablemos de Justine. En esta obertura del cuarteto Lawrence Durrell tira de oficio escritor y presenta una novela donde la trama y lo que en ella sucede pasan a un lugar secundario. Es cómo se cuenta lo importante. El estilo de Lawrence es depurado y alternando recuerdos del narrador, con los de otros personajes va dando forma a la historia de una joven alejandrina, Justine, cuya pasión desatada por los hombres causa estragos en todos aquellos incautos que se dejan llevar por su fuerte instinto de seducción. Marcada de joven por un evento que solo se deja entrever, Justine es una mujer que intenta desesperadamente disfrutar de sí misma a través del sexo y de las pasiones que levanta en los hombres de todas las edades y condiciones.

La exploraciones de las diferentes maneras de amar, las muy variadas formas en las que se pueden expresar la pasión y las pulsiones sexuales, conforman los grandes temas sobre los que el mayor de los Durrell reflexiona en Justine partiendo de diversos triángulos amorosos y testimonios de personajes vitales que a lo largo de todo el cuarteto acompañarán al lector dando diversos puntos de vista sobre las vidas y acontecimientos que en una Alejandría mítica de los años previos a la IIGM se desarrollan entre todos ellos. Pero, insisto, realmente lo que pasa en la trama de la novela no es lo más relevante y muy acertadamente queda en un segundo plano para que el lector, el buen lector, sea capaz de apreciar la manera tan sutil y a la vez tan compleja de narrar temas y situaciones vitales obsesivas de manera tan soberbia.

Justine no es solo el comienzo de un cuarteto determinante en la literatura inglesa, en una obra literaria de primer nivel, es además quizá la gran novela sobre Alejandría y sobre un Egipto ya extinto, mítico y legendario que guardaba parte de su áurea de época dorada y faraónica, donde las leyendas y supersticiones marcaban el paso del tiempo. Lawrence Durrell da a la propia ciudad carácter de personaje y sus complejas relaciones sociales, sus estratos étnicos, sus colores, su luz, sus olores, sus gentes, sus calles, mezquitas, cafés y habitaciones de ventanas protegidas del sol y el calor por contraventanas de madera que ocultan, pero no impiden permanecer alerta, son pilares fundamentales sobre los que se sustenta la propia trama argumental. Sin esa Alejandría, sin sus calles estrechas, sin sus estancias decoradas de manera oriental, sin su paseo a orilla de mar esta novela no sería lo que es.

Escribir no es una tarea sencilla. Todos lo podemos hacer porque aprendemos a ello, al menos teóricamente, a muy temprana edad. Pero hacerlo bien (emocionar y transmitir, evocar y hacer que un desconocido de una generación diferente a la del autor y con muchos años de diferencia se emocione) usando la palabra escrita es tarea muy complicada. Lawrende Durrell ha conseguido con Justine algo que pocos escritores han logrado: darme envidia. Sí, envidia. Envidia por no poder ser capaz en mi vida, porque no voy a ser capaz de hacerlo, de escribir una novela así: donde ambientación, personajes, estilo, forma y reflexiones se mezclen tan a la perfección que el resultado termine siendo eterno. Pocas mejores cosas puedo decir de una novela que expresar mi envidia y admiración, mi sueño de poder escribir algo así en mi vida. Las expectativas puestas en el cuarteto se han empezado cumpliendo con creces.

Caronte.