miércoles, 18 de julio de 2018

Lectura crítica: “The spy who came in from the cold”


Hasta la fecha solo ha habido un par de libros que me haya releído y ambos han sido de Harry Potter allá por la época en que era un joven imberbe y lleno de ilusión por todo que esperaba con ansias el estreno cada año de las películas sobre los libros. No ha habido más relecturas desde ese momento. No me considero un lector que pueda permitirse el lujo de volver a leer un libro teniendo tantos libros pendientes en la recámara. Sin embargo, este año durante mis vacaciones me propuse volver a leer una de esas novelas que en su día creo que no valoré como debería haber hecho. Y así hice: en la maleta que me llevé a Fuerteventura hace apenas quince días metí dos libros que ya había leído hacía unos años. De uno de esos libros ya hablé en el blog hace un tiempo del otro pienso hacerlo hoy. Tras esta relectura tengo claro dos cosas: que un libro bueno gana con lecturas sucesivas y que voy a empezar a plantearme el volver a leer algunos libros que en su día me marcaron.

Creo que ya va siendo hora de que confirme que mi escritor favorito es John Le Carré y que siempre le tengo en el punto de mira ya sea deseando que saque algún libro nuevo, cosa que ya por desgracia y debido a su edad poco va a suceder ya, ya sea porque quiero leer algún libro suyo que no haya leído. Esta vez he vuelvo a Le Carré porque tenía ganas de releer “The spy who came in from the cold”, quizá la novela que puso a este inglés de Cornualles en el mapa literario mundial aupándolo a las alturas, al Olimpo de la literatura. Sin ser su primera novela, este fue el libro que le dio fama mundial y que le hizo poder abandonar su puesto de funcionario en el Servicio de Inteligencia Británico para dedicarse a darnos a sus admiradores decenas de obras magníficas con las que soñar ser otras personas.

The spy who came in from the cold” quizá sea la novela de espías perfecta, de principio a fin. La novela arranca en Berlín, en la frontera entre las dos Alemanias, en el Muro, en uno de sus pasos fronterizos. Se está produciendo una espera tensa, Alec Leamas, espía británico está esperando que llegue uno de sus agentes, que salga por fin de Berlín oriental. Pero la espera se alarga, algo va mal. Algo se tuerce. El agente aparece a lo lejos, entre las sombras. No logra llegar al otro lado del Muro. Leamas vuelve a Londres derrotado. Ahí empieza el frío, la hibernación de este agente. Ahí empieza a tejerse una operación que debe acabar con una de las grandes cabezas de la inteligencia de la Alemania comunista.

A partir de este momento “The spy who came in from the cold” se vuelve una novela condenadamente frenética, con un ritmo endiablado que lleva al lector de salto en salto, de sorpresa en sorpresa, sin dejarle respirar, sin ganas de abandonar la lectura de la novela para comer, dormir, o ir al servicio a hacer sus necesidades. Hasta que llega el final, ese final que deja la boca seca, las manos temblorosas y al lector incrédulo por ver la escena que se acaba de desarrollar ante sus ojos y dentro de su mente sin haber podido hacer nada por evitarla.

La primera vez que leí “The spy who came in from the cold” quedé con la escena final grabada a fuego en mi memoria, pero no recordaba mucho más, salvo un viejo y gris aeropuerto berlinés y el tétrico Muro. De esa primera vez también recuerdo a Alec Leamas, ese cínico idealista desfasado inglés, espía de convicción que urde junto a los grandes nombres del Circus, Control, Smiley (aquí aparece ya el que será a la postre el gran personaje de Le Carré y uno de los más resaltables personajes de la literatura inglesa del siglo XX), Peter Guilliam… Ahora sin embargo, en esta segunda lectura me he dado cuenta de que esta novela entrañaba mucho más y en ella John Le Carré retrataba un mundo en plena descomposición de ideales y valores, tanto sociales como personales. También es cierto que aquella primera vez era un lector novel, un pipiolo admirador de Le Carré no preparado para admirar en toda su amplitud esta novela.

Para mi “The spy who came in from the cold” es quizá, después de esta relectura, la mejor de las novelas de John Le Carré. No hay un solo segundo de tregua en la trama. Tiene un argumento tan bien urdido y tejido que el lector no se da cuenta de nada hasta que llega el final y queda con la boca abierta no sabiendo muy bien en qué momento todo se torció, o en qué momento quedó engañado por los dobles y triples juegos de los diferentes personajes. El ambiente de la novela, los escenarios de la misma, todos sutiles pero al mismo tiempo tan importantes, hacen también de esta novela una novela de sensaciones, muy fotográfica y cinematográfica. Todo detalle aunque parezca nimio tiene su impronta en la trama dándola esos toques grises que acentúan el doble juego de sus personajes.

Con la relectura de “The spy who came in from the cold” he podido comprobar cómo Le Carré domina a la perfección el análisis psicológico de los personajes. El escritor inglés es un maestro de los diálogos y en esta novela lo demuestra haciendo que éstos sean fundamentales, ya que toda la acción prácticamente se desarrolla gracias a diálogos entre personajes. Los diálogos son fundamentales para entender el mundo que hemos dejado atrás, la época de la Guerra Fría especialmente; uno de ellos, el que se desarrolla en el juicio que tiene lugar hacia el último tercio de la novela, es probablemente la mayor clase magistral de historia del espionaje durante la Guerra Fría, cómo convicciones e ideales se supeditan a un bien mayor como era el Estado en la Alemania Democrática. En estas aguas tan grises y turbias Le Carré se mueve como nadie ha hecho y como nadie va a poder hacer.

The spy who came in from the cold” es esa clase de novelas que llevan al lector a querer ser partícipe de la historia ya sea de una manera o de otra. El personaje de Alec Leamas es muy atractivo por todas las contradicciones que acumula, el ambiente del otro lado del Telón de Acero es sumamente interesante y algunos diálogos dejan al lector tan estupefacto que es necesario volver a leerlos para aceptarlos tal como son. En definitiva esta novela es el perfecto thriller de espías, la novela perfecta de espionaje, ese libro que puedes leer en bucle sin aburrirte y siempre descubriendo matices que en lecturas anteriores se pasaron por alto. No será la mejor novela de la segunda mitad del siglo XX, pero es una obra maestra de su género. Sinceramente si alguien quiere entrar en el mundo Le Carré debería empezar por esta novela, aunque se corre el riesgo que después nada parezca semejante.

Caronte.

martes, 3 de julio de 2018

Lectura crítica: "Colinas que arden, lagos de fuego"

No ha sido premeditado pero al final me ha venido casi como anillo al dedo. No hay mejor manera que afrontar un periodo vacacional soñando con un viaje. En apenas un par de días iré de nuevo al aeropuerto para coger un avión que me llevará hasta las Islas Canarias para pasar allí unos merecidos y, por qué no decirlo, también anhelados días de vacaciones. Voy a la playa a desconectar y olvidarme de todo lo bueno y lo malo que tengo en la cabeza. Y me voy con las ganas que cualquier viajero tiene al emprender cualquier aventura lejos del hogar. Ha querido el azar, aunque mi mano también tiene mucho que decir en esto, que haya sido un libro de Javier Reverte, el gran escritor de viajes español, el que me haya acompañado en los días previos a este viaje. Obviamente Canarias no es el África que Reverte muestra en las hojas de este nuevo libro suyo que leo, pero en sus páginas si he encontrado las ganas que siempre hay que tener para seguir ideando y soñando viajes futuros.

Quien me conoce y sigue el blog sabe que Javier Reverte es uno de mis escritores de cabecera, al que recurro de vez en cuando sobre todo cuando me siento un poco perdido en relación a qué leer. No suele defraudarme tampoco ya que desde aquel primer libro suyo que leí hace ya unos cuantos años no ha habido libro de viajes suyo (ni novela tampoco, aunque estas han sido las menos) que me haya decepcionado. “Colinas que arden, lagos de fuego” no iba a ser una excepción. No lo ha sido. Tampoco lo hubiera podido ser por nada del mundo tratándose de un libro más sobre África: ese continente incrustado en el alma de Reverte y que por suerte o por desgracia también me ha incrustado a mí (aunque en mi caso nunca haya puesto un pie en África).

En esta ocasión Javier Reverte une en “Colinas que arden, lagos de fuego” dos viajes al continente africano. El primero de ellos a Kenia para recorrer a pie varias zonas icónicas del país, entre ellas el Monte Kenia, para llegar hasta el Lago Turkana. El otro viaje tiene como escenario Tanzania y en él el principal objetivo de Reverte fue montar en el Liemba, el trasbordador que semanalmente recorre de punta a punta el Lago Tanganika, una de las últimas reminiscencias de la época dorada del África postcolonial. En ese segundo viaje también hay un aparte especial en el que Reverte se acerca hasta dos lugares muy especiales para todo enamorado del continente negro: el lugar donde David Livingstone, el gran descubridor de África, el gran misionero blanco, el mayor afectado por el mal de África, se encontró con Henry Stanley; y el sitio donde se dice que está enterrado su corazón. Lugares de leyenda.

Tengo que apuntar un dato relevante sobre “Colinas que arden, lagos de fuego” y es que probablemente vaya a ser el último libro de Javier Reverte sobre África. La pasada Feria del Libro de Madrid, donde compré este libro y Reverte me lo firmó, pude intercambiar con el autor varias palabras y tras decirle yo que cada vez que leo un libro suyo me entran más ganas de visitar África como él lo ha hecho, me dijo que me animara y no dejara de hacerlo ya que él no volvería ya al continente negro. Es por tanto relevante tener este dato en mente ya que hay ocasiones en las que la melancolía de Reverte al escribir traspasa las páginas y llega al lector, para conmoverle y hacerle echar de menos África aún sin haberla pisado nunca.

La literatura de viajes en España es un género casi residual a diferencia de en el Reino Unido y otros países en los que este género tiene un respeto enorme. Javier Reverte es sin lugar a dudas el mejor exponente de escritor de viajes que tenemos en España ya que no solo sabe narrar con maestría sus aventuras y anécdotas personales, sino que combina eso con historia y leyenda. En “Colinas que arden, lagos de fuego” no iba a ser menos y además de viajar prácticamente con él día a día por África, sufriendo hoteles de mala muerte, carreteras inmundas y polvorientas, y animales salvajes, nos va completando la historia del continente africano que en anteriores libros ya ha ido narrando. Realidad, historia y leyendas se mezclan en las páginas de esta obra en la que el lector es un miembro más de la expedición de Reverte por tierras africanas.

Lo bueno que tienen los libros de Reverte sobre África es que cada uno es diferente. El paisaje y los escenarios pueden ser parecidos pero como en ocasiones se dice en el libro, África nunca es la misma. En “Colinas que arden, lagos de fuego” el lector acostumbrado a Reverte haya ecos lejanos de otros de sus libros y descubre nuevos horizontes a los que, y es mi caso particular, uno quiere ir y dejarse llevar por la aventura, el caos y lo inesperado. Leer sobre África es siempre soñar, ya que África siempre ha estado en la imaginación colectiva: desde los documentales de La 2 de la hora de la siesta, hasta la película del Rey León, pasando obviamente por los zoos a los que de pequeños nos llevaban nuestros padres. África está en el ADN de nuestra memoria, solo hace falta que activemos la enzima necesaria que nos lleve hasta ese inabarcable continente.

No soy neutral con Javier Reverte, y menos aún con un libro suyo sobre África. Por ello me es muy complicado no amar “Colinas que arden, lagos de fuego” ya que en él he vuelto a sentir las mismas sensaciones que experimenté hace ya unos años cuando leí su primer libro sobre el continente africano. Haber vuelto a leer a Reverte narrar sus experiencias africanas, sus noches de incesantes ruidos salvajes, sus días de agobiante calor, sus tratos con gentes locales, sus trayectos en coches que se caen a pedazos, sus caminos de polvo, sus historias legendarias y el pasado histórico de un continente en el que surgió la vida en la Tierra hace muchos miles de años; como digo haber vuelto a tener estas sensaciones con la lectura de un libro es algo impagable. Por esta misma razón recomiendo, no ya este libro, sino cualquiera de Javier Reverte en el que el escritor madrileño narre alguno de sus viajes a África o a cualquier otra parte del mundo, porque con él se viaja, se aprende y se crece como lector y persona.

Caronte.