miércoles, 10 de agosto de 2022

La ciudad de los vivos

Los que amamos la literatura somos muchos y en un mundo editorial trufado semanalmente de novedades y lanzamientos estrella y novelas del mes, del año, de la década y del siglo, muchas veces es complicado realmente encontrar esos libros que hacen que sigamos amando la literatura como desde ese primer día en que terminamos de leer el libro que nos convirtió definitivamente en lectores empedernidos. No es sencillo, sin embargo, dar con uno de esos libros que nos reafirmen en nuestra confianza en la literatura como poder transformador de las personas y la sociedad. A veces simplemente pasa que un libro, proclamado como libro del año, lo cumple y tras su lectura te quedas diciendo “¿qué acabo de leer?” anonadado e intentando asimilar lo que el autor te ha contado en un buen puñado de páginas. Asombra la rotundidad con la que este libro ha puesto de acuerdo a lectores, editores, libreros y críticos; no suele pasar.

La ciudad de los vivos es la reconstrucción minuciosa de un terrible, brutal e inhumano asesinato en Roma en el año 2016, cuando dos hombres de unos 30 años mataron cruelmente e infligiendo una tortura y un sufrimiento poco común a un chaval de unos 20 años asestándole puñaladas, cortes y martillazos. Nicola Lagioia se obsesionó con un crimen sangriento y cruel, que conmocionó a toda Italia y que durante meses fue carne de tertuliar televisadas, crónica negra en prensa y morbo en redes sociales con infinidad de mensajes y comentarios y vídeos y publicaciones al respecto. De esa obsesión ha salido un libro brutal, soberbio y que actúa como un puñetazo en el mentón del lector para despertarlo ante una realidad que ni la más negra o terrorífica de las novelas es capaz de igualar.

No hay dudas de que el asesinato de Luca Varani a manos de Marco Prato y Manuel Foffo fue un acto terrorífico y La ciudad de los vivos lo atestigua gracias a la labor de documentación y recolección de documentación y testimonios de personas involucradas en aquel suceso de Lagioia. Pero, lo que más pavor me causa, lo que más me turba es que todo lo que en las páginas de este libro se narra es la más pura y tangible de las realidades. Ni la más imaginativa y perversa de las novelas negras que haya leído hasta el momento llevan a un asesinato así, quizá también porque aparentemente, y que se haya podido saber tras investigaciones policiales y judiciales de este caso, no hubo ningún móvil aparente para que Prato y Foffo acabaran con la vida de Varani.

Se podría llegar a pensar si más de 450 páginas no es un poco excesivo para contar un asesinato. Es lógico, quizá solo el asesinato no daría para tanto, pero como toda historia basada en una obsesión en esta Lagioia también nos habla del entorno social en el que todo este suceso tuvo lugar. Roma es un elemento esencial en La ciudad de los vivos, de hecho, da título al libro. La decadencia de una ciudad vendida al turismo, donde nada funciona, donde todo el mundo va a su bola y a su libre albedrio porque nadie desde el poder hacer nada por arreglarlo, donde la corrupción política, moral, ética, cultura y social impregnan todos los rincones, y donde las ruinas del antiguo Imperio Romano no son más que la materialización macabra e irónica de la ruina interior que vive la capital de Italia.

En La ciudad de los vivos conviven una crítica feroz a la sociedad actual que ha hecho que los jóvenes no tengan un futuro hacia el que orientarse, con una definición de la toxicidad de las relaciones que la juventud entabla con su alrededor, tanto sentimentales como de amistad, donde la soledad, la desubicación personal, la represión de uno mismo, la homofobia (porque es de homofobia dentro y fuera del colectivo lgtbi), las drogas y el alcohol como ejes vertebradores del ocio juvenil y la escasez de dinero en un mundo donde todo gira en torno a tenerlo en grandes cantidades para creerse libre marcan a las personas. Este libro no es simplemente la crónica de un asesinato, su concepción, su ejecución y sus consecuencias posteriores, sino que se convierte en un espejo macabro en el que leer lo que somos como sociedad (y, aunque Roma sea la ciudad donde se centra todo, cualquier capital o gran ciudad del mundo pueden verse reflejadas en ella de una u otra manera).

La homofobia aún instaurada en la sociedad está en el corazón de esta historia. Una homofobia interna y externa, desde uno mismo a la sociedad, que hace que las personas teman y se nieguen a ser quienes son. Prato, Foffo y Varani eran homosexuales, el primero abiertamente, los otros dos se lo negaban permanentemente engañándose a ellos mismo y cayendo en pozos de perdición personales por vivir permanentemente una doble vida embustera. La ciudad de los vivos muestra como tanto la sociedad como nosotros mismos (ya que nosotros somos parte indisoluble de la sociedad) condicionan y generan acciones, sentimientos y odios cruzados que nos destruyen. Miedo da además reconocer en las páginas de este libro verdades como puños y ver cómo nos dirigimos a la ruina existencia casi sin frenos.

Quien empiece La ciudad de los vivos no lo va a soltar. Y no lo hará porque desde el primer momento subyuga, desde la primera página el lector se va a ver arrastrado por una mezcla de morbo, repulsión, odio y voluntad de saber y comprender el porqué de un asesinato de este calibre y magnitud. Pero como buen espejo que es de la sociedad que nos está tocando vivir, como pantalla en la que el lector va a ver los vicios y las pocas virtudes de una sociedad sin rumbo que exige y exige sin pararse a pensar en cuales son los debes y obligaciones para con ellos mismo y para con la sociedad, tampoco es fácil enfrentarla con total sinceridad, porque cada lector, todos a fin de cuenta vamos con ideas preconcebidas sobre cada uno de los temas que aquí se tratan. Lean y disfruten.

Caronte.

domingo, 7 de agosto de 2022

Tengo miedo torero

Hacer caso de una recomendación puede parecer algo sencillo y fácil, sobre todo si quien te recomienda una novela sabe un poco qué te gusta, pero siempre hay riesgos de error, de recomendar un libro que no conecte con la persona a la que le has hecho la recomendación, básicamente porque cada lector es un mundo y cada libro otro muy distinto. Para mí una novela puede implicar y significar una cosa y para otra persona puede ser un libro totalmente diferente, aun teniendo los mismos o muy parecidos gustos literarios. Por eso nunca es fácil recomendar un libro y cuando algún amigo me dice que le recomiende alguna novela para engancharse a la lectura o simplemente porque lleva varios libros que no le transmiten nada intento escurrir el bulto o tirar de libros que tras más de una lectura siguen demostrándome porqué me gustaron en su momento. Aunque, insisto, no es fácil nunca recomendar un libro a alguien. Esta novela ha sido eso: una recomendación de varios conocidos y al comprarla en la Feria del Libro de Madrid el propio librero que me la vendió me dijo que iba a ser una gran lectura.

Contextualicemos un poco la novela: Chile, año 1986; Augusto Pinochet gobierna el país con mano de hierro y esparciendo miedo para mantenerse como dictador de Chile; las protestas contra la dictadura son cada vez más normales y más descaradas; los movimientos estudiantiles hacen presión contra un gobierno corrupto y dictatorial, donde la violencia contra la disidencia es la norma. Es en este contexto histórico donde se desarrolla la historia de amor y desamor de Tengo miedo torero. Pocos autores se atreverían a mezclar en una misma novela, y en una misma historia, además, la lucha contra la dictadura de Pinochet y, en concreto, el atentado que casi le cuesta la vida de septiembre de 1986, y una historia de pasión protagonizada por un homosexual entrado ya en su madurez y un joven estudiante entusiasta e idealista. Pedro Lemebel mezcla en esta novela política, amor y homosexualidad, y con esto simplemente ya estaríamos hablando de un libro en mayúsculas.

No es sencillo entrar en esta novela. El estilo tan personal y Lemebel, los coloquialismos del lenguaje del español de América no hacen fácil iniciar la lectura de Tengo miedo torero. Me ha costado un buen puñado de páginas adaptarme al ritmo narrativo y al estilo de Lemebel, a saber quién me habla desde las páginas de la novela y a saber discernir tonos, ambientes y voces. El colorido, la musicalidad y la textura del español del otro lado del charco hace que cada novela de un autor iberoamericano que se coge y se lee sea totalmente diferente. Por eso también amo la literatura iberoamericana: por ponerme difícil su lectura, por enseñarme matices y palabras nuevas de un idioma que es mi materno pero que solo conociendo una parte del mismo (el español de España) hace que nos perdamos una inmensa riqueza en matices.

En Tengo miedo torero, Lemebel da forma a un thriller político que se mezcla con una historia de amor no correspondido, o al menos no correspondido como las partes merecerían. La Loca del Frente es un homosexual bordador de prendas para la élite que vive en los bajos fondos de un Santiago de Chile revuelto por las protestas contra Pinochet. Carlos es un joven estudiante involucrado de lleno en el intento de magnicidio contra Pinochet. Dos mundos quizá encontrados, quizá destinados a no cruzarse nunca, pero que se cruzan. La Loca del Frente se enamora de Carlos, un chico dulce, que le trata bien, le escucha y no le juzga: una rara avis en una época donde el estigma contra los homosexuales era enorme y la violencia física y verbal contra ellos la norma. Carlos quizá se aprovecha de la Loca del Frente para sus intereses, pero nunca la trata mal, nunca lo hace con mala fe y nunca sin el beneplácito de la Loca.

Si a todo esto además se suma que el propio Pinochet y su mujer son dos personajes más a los que Lemebel da voz pintándoles a él como un pelele sin sangre, cobarde y autoritario, y a ella como una cacatúa que no calla ni debajo del agua hasta el punto de agotar a su marido constantemente, resulta que Tengo miedo torero puede ser también una especie de sátira mezclada con el thriller político y con la novela social homosexual.

Una vez el lector sea capaz de adaptarse al estilo y al ritmo narrativos de Tengo miedo torero y de Pedro Lemebel encontrará una novela intensa, emotiva, cruda y cuya lectura entre líneas es mucho más importante que la directa. Porque no es solo lo que esta novela nos cuenta en su lectura sino lo que insinúa entre líneas, esta vez más centrado en La Loca del Frente y su vida pasada como homosexual afeminado en una sociedad como la chilena, aunque podría ser cualquiera latinoamericana, muy machista y ruda. Como dije al principio recomendar no es sencillo, pero en este caso esta recomendación me ha sorprendido de principio a fin porque no esperaba una novela tan variada y llena de facetas diferentes, tantas aristas y tantas posibles lecturas. Una delicia de libro en definitiva.

Caronte.

miércoles, 3 de agosto de 2022

La librería

Hay libros que automáticamente se convierten en un puro canto amor por los propios libros, por la literatura y por la lectura. Este es uno de esos libros. Escrito en 1978 por Penelope Fitzgeral inmediatamente se convirtió en una de sus obras más famosas y celebradas (de hecho, fue nominada al Premio Booker, que no ganó Fitzgerald ese año pero que, al siguiente, con otra de sus novelas, sí consiguió). En el año 2017, la directora Isabel Coixet llevó al cine una adaptación de esta novela, con ligeros cambios en el guion haciendo que la versión cinematográfica, a mi parecer, sea algo más dramática y sensiblera que el propio libro. En mi verano literario en femenino, planeado casi de improviso durante la última Feria del Libro, tenía claro que de la Editorial Impedimenta (cuya labor y edición es exquisita) me iba a llevar a casa esta magnífica novela, que desde que vi la película de Coixet en su día llevaba queriendo leer.

Como el propio nombre de la novela indica, La librería gira en torno a la librería que, obstinadamente, Florence Greene pretende abrir en una casa muy codiciada y, según dicen, encantada y llena de fantasmas, pero abandonada en un pequeño pueblo marítimo inglés donde los poderes sociales establecidos desde hace decenios no ven con buenos ojos. Esa obstinación, ese tesón, esa terquedad si se quiere decir, que emana simplemente del amor a la cultura y a los libros como puertas magníficas y robustas de acceso a ese mundo infinito del conocimiento y las aventuras, son lo que mueven a Florence a superar cualquier obstáculo, cualquier comentario malintencionado, cualquier palo en la rueda y terminar abriendo su librería y vendiendo libros a los vecinos de su pueblo pesquero.

Penelope Fitzgerald no escribió una simple novela, una historia más en La librería, sino toda una carta de amor por los libros y la literatura, por el arte que es escribir. Un canto de libertad hacia una de las maneras de arte más versátiles que existen, de cultura y conocimiento, de aventuras y viajes más allá de nuestras vidas y entornos. Pero también mostró, de manera sutil pero firme, cómo no siempre la cultura, el saber y el conocimiento triunfan, y cómo siempre, se vaya donde se vaya, hay quien intentará torpedear una buena idea y amaestrar a la población para que piense que los privilegios de unos pocos son los derechos de todos.

No dio puntadas sin hilo Fitzgerald en La librería y lo que, en ocasiones, parecen simplemente un lance entre personajes, una conversación intrascendente para dar verosimilitud y trasfondo a la historia, son dardos lanzados con una intención muy clara: criticar a la burguesía rural inglesa que durante décadas, por tradición más que por derecho, han ejercido una influencia dañina y mezquina, ruin y miserable, sobre poblaciones humildes, impidiendo un beneficio general de la comunidad para simplemente manejar las cosas para engrosar aún más su poderío y sus propiedades, valiéndose de cualquier arma a su alcance.

No quiero decir con lo anterior que La librería sea una novela política o social, ni que sirva para denunciar ningún comportamiento enquistado. Para nada. De hecho, no hay la profundidad suficiente en el análisis, planteamiento y desarrollo de esos aspectos como para que no sean más que retazos de esbozos. Pero ahí están: no fueron casuales, ni accidentales y no pretendían simplemente decorar una narración. Si el personaje de Florence Greene representa el tesón, la osadía y la luz de la cultura; su contraparte, la Señora Gamart representa el antiguo régimen, la tradición y la inmovilidad, los privilegios y el egoísmo más cegador. El enfrentamiento indirecto permanente entre ambas mujeres termina siendo ganado por la poderosa, como casi siempre, haciendo que Florence cierre la librería y tenga que marcharse del pueblo para seguir con su sueño en otra parte donde pudiera ser mejor recibida.

Leer La librería ha sido todo un chute de energía a nivel personal. No puedo negar que desde hace unos años uno de mis sueños más recurrentes es abrir mi propia librería donde poder no solo vender y recomendar libros a todos aquellos lectores que hasta ella se acercaran, sino organizar actos de amor a los libros y a los escritores con los que demostrar que los libros, la escritura, la literatura son uno de los grandes pilares de la cultura y las artes. Penelope Fitzgeral llevó a las páginas de su libro lo que ahora es para mí un sueño. Sueño que sé que no voy a cumplir a corto o medio plazo porque sé que económicamente no es viable a día de hoy que monte una librería, y mucho menos quizá en Madrid, donde se vería engullida por ese espíritu competitivo y ultra liberal que marchita todo lo que toca y que en Madrid ya es epidemia casi mortal. Quien sabe si en algún momento podré ser una Florence Greene exitosa en alguna población y tener mi propia librería, para la que incluso ya tendría nombre.

En estos días tediosos de verano que estamos viviendo y que llevamos sufriendo de manera continuada más tiempo del que sería deseable en Madrid, tomar en nuestras manos La librería, viajar hasta un pequeño pueblo pesquero inglés, idílico, y acompañar a Florence Greene en su sueño de tener un oasis de cultura y libros es de los mejores planes que se pueden tener. Y, además, nunca está de más leer un clásico de la literatura que se lee como una fábula de amor por los libros.

Caronte.

sábado, 30 de julio de 2022

Ceniza en la boca

Continuo mi racha de lecturas de escritoras iberoamericanas con una novela que vuelve a ser una recomendación de varias personas por redes sociales de las que me fío y a las que respeto por sus lecturas. Y vuelve a ser un libro de los que me compré en la pasada Feria del Libro de Madrid: de los 15 libros con los que me hice durante los tres fines de semana que duró la feria ya apenas me quedan 4 por leer, los más extensos, los menos frescos de leer para los trayectos en metro o tren hasta el trabajo o inmerso en el calor de mi piso por las tardes o las mañanas. Está siendo un verano de lecturas en femenino y desde el otro lado del atlántico, donde el español conversa ese colorido, esas expresiones, esa sonoridad que lo hace ser tan diferente al monotono español castellano (sé que es muy antiguo llamar castellano al español, pero me permitís esta pequeña licencia).

Ceniza en la boca comienza muy fuerte, con el relato y descripción del suicidio de la protagonista narradora de esta historia. Este hecho, este shock brutal y frío, que se narra sin contemplaciones ni miramientos y que estremece por imaginarlo tan vivamente como si estuviéramos viendo como cae el cuerpo de un joven desde un quinto hasta estamparse contra el suelo en directo rompe cualquier molde narrativo. Podría incluso ser muy Tarantino este inicio de novela, muy hardcore. Se leen hasta los posibles sonidos que el cuerpo pudo hacer al chocar contra el pavimento de la calle. Tiene incluso cierto tono de regodeo e incluso de humor negro. Este suicidio da pie a una novela corta, intensa y muy social que dejará sin duda poso y huella en el lector una vez cierre el libro.

Brenda Navarro parte de un suicidio, algo que sigue siendo tabú en nuestra sociedad y que, sin embargo, es más habitual que muchas de las causas de muerte a las que estamos acostumbrados y de las que hablamos con total y absoluta normalidad. Ceniza en la boca es una novela que sirve como catalizador social ya que enciende la mecha del lector para que este piense y reflexione sobre temas a los que el debate público da la espalda continuamente. ¿Cómo llega un chico joven a suicidarse? ¿Qué se le pasa por la cabeza para querer acabar no ya con su vida actual sino con la infinidad de vidas que tiene por delante según las decisiones que pueda tomar? Esas preguntas y muchas otras son las que a lo largo de la novela sobrevuelan al lector.

Pero hay más, porque Brenda Navarro utiliza Ceniza en la boca y el suicidio que da comienzo a la novela para hacer una denuncia social inmensa sobre las actitudes sociales actuales. Desarraigo, migración, pobreza, explotación, racismo, machismo… Todas las grandes lacras de las sociedades actuales se dan la mano en una misma historia sin desentonar, sin parecer exagerado y sin caer en la autocompasión. Porque la protagonista de esta historia, la hermana del joven que decide quitarse la vida saltando por la ventana, huye de su país natal para intentar encontrar paz y tranquilidad, prosperidad y cierta felicidad en su vida pero termina encontrándose explotada en trabajos de mierda, malviviendo sin llegar a fin de mes, habitando cuartuchos insalubres alquilados por una dinerada al mes, cuidando ancianas en una Barcelona donde solo importa el dinero y la prosperidad y se oculta todo lo que huela, parezca y se oiga mal…

Ceniza en la boca es también una novela sobre la migración, sobre cómo en España son los inmigrantes los que sacan adelante las tareas más desechadas y desagradecidas, pero más necesarias para que cada vez que vayamos a un restaurante todo esté limpio, cada mañana al llegar a la oficina nuestra mesa y espacio estén limpios, que las camas de los hoteles todo incluido a los que vamos estén hechas cada vez que por la noche vayamos a acostarnos, que nos cuiden a nuestros mayores cuando estos ya son totalmente dependientes, que nos traigan ese antojo alimenticio a nuestra casa desde la otra punta de la ciudad, desde nuestro restaurante favorito en una noche fría de invierno en que no nos apetece salir de casa… Son los inmigrantes a los que llamamos negros, guachupines, latinos, ladrones y miserables y de los que nos queremos diferenciar porque nos creemos mejores los que sacan adelante el país y solo somos capaces de pagárselo mediante explotación y racismo, y si es mujer además con un machismo recalcitrante.

Siendo español y viviendo en Madrid (que es equiparable a Barcelona, donde se desarrolla parte de la novela) Ceniza en la boca es un espejo en el que reflejar las dinámicas racistas, aporófobas y machistas de esa parte de la sociedad española que se cree superior a todos, clasista, engreída, egoísta y prepotente. Quien se ofenda cuando le dicen una verdad que no quiere oír o ve un hecho que pretende esquivar cerrará esta novela tras las primeras páginas, porque no es agradable leer sobre problemas que generamos y ante los que preferimos callar y ser cómplices para no arreglarlos y que todo siga así mientras a nosotros no nos salpique. Lo que ha conseguido Brenda Navarro en esta novela es sobrecogedor y todo con contundente sencillez.

Caronte.

jueves, 28 de julio de 2022

Cometierra

Hay autores cuya sombra es demasiado alargada y ni tan siquiera son su muerte mengua. Uno de esos autores, que además está en el imaginario de cualquier lector ya sea porque lo haya leído como por haber oído hablar de leer y tener pendiente leerlo, es Gabriel García Márquez, quizá el escritor más relevante e influyente de toda una generación de escritores iberoamericanos y uno de los más grandes autores en español de la historia. Sin haber sido el inventor ni el ideólogo del realismo mágico, García Márquez ha dejado una impronta tal en las letras iberoamericanas que en cualquier autor contemporáneo del otro lado del charco se pueden leer ecos de su manera de contar la realidad, las penas y tristezas de la vida, la desgarradora, desoladora y dolorosa existencia humana, de tal manera que el lector sepa que pese a todo siempre hay color, música, tactos y gustos que nos pueden devolver las ganas de vivir y seguir buscando esa felicidad que muchas veces tenemos sin saberlo.

Dolores Reyes ha escrito una novela que entronca directa y frontalmente con la tradición narrativa iberoamericana más pura rescatando un realismo mágico que sirve no solo como fondo y tono de la narración sino como elemento fundamental de esta historia. Cometierra nos lleva a un mundo de violencias a través de una mujer, una niña prácticamente, que comiendo tierra de lugares que han vivido un acontecimiento traumático puede ver qué pasó allí. Así, de episodio traumático en episodio traumático y mediante capítulos cortos, pero de muy alta intensidad, nos vamos adentrando en una sociedad podrida y maldecida por una violencia estructural que lo cubre e inunda todo sin dejar un solo resquicio para la tranquilidad y la paz, ahogando aspiraciones, sueños y deseos de aquellas gentes que lo único que pretenden es vivir tranquilamente su vida, prosperar e intentar ser felices con lo que tienen.

Bien planteada, bien narrada y bien concluida Cometierra es una primera novela soberbia, rica, llena de matices y con una profundidad en lo que nos cuenta que duele y lleva a pensar porqué el mundo está tan lleno de violencia, tan podrido, tan ávido de sangre y muerte. Tendemos a pensar que el ser humano es bueno por naturaleza, pero cuando leemos novelas así donde, pese a la ficción, el componente de relato realista es tan alto uno piensa si el hombre no será la mayor lacra que existe actualmente en el mundo para la vida. Estremece leer sobre la violencia generalizada que existe en diferentes partes de Iberoamérica, una violencia enquistada y ya acostumbrada, que parece inherente a ciertos ambientes pero que termina alcanzando a todos los estratos de la sociedad de una manera u otra.

Que la violencia engendra violencia es, además de una frase hecha, una muy triste y lamentable realidad. Cometierra no solo nos habla de una violencia que tiene como foco y objetivo a las mujeres para atemorizarlas, someterlas y hacerlas nulas en cuanto a poder de decisión, sino de todas aquellas violencias que derivan de esta violencia principal. Violencia hacia las chicas jóvenes, vistas como objeto sexual y medio de saciar instintos básicos, animales y primarios siempre a través de sometimiento. Violencia en el matrimonio donde la mujer calla con tal de que esa violencia no se extienda a los hijos, sin darse cuenta que tarde o temprano se extiende. Violencia llena de odio y venganza, que intenta resarcir muertes con más muertes.

Narrar toda esta violencia y el proceso de maduración de una joven muchacha huérfana de padres (madre muerta y padre ausente) que tiene en su hermano el único apoyo fiel y tierno no es sencillo, y no hubiera sido igual de lúcido hacerlo sin recurrir a ese realismo mágico tan puro como el que Dolores Reyes usa en esta novela. Cometierra se convierte así en quizá la novela más mágicamente realista de todas las que desde García Márquez he leído haciendo que su lectura sea todo un viaje sensorial que atraviesa todo nuestro cerebro para posarse allí donde más necesitamos: donde las sensaciones y emociones se transforman en sentimientos y reacciones físicas en nuestro cuerpo. Generar emoción con la escritura no es sencillo; hacerlo además con tu primera novela es casi imposible.

Quiero concluir añadiendo que si no fuera por las recomendaciones que he recibido para animarme a leer esta obra no la hubiera buscado con ahínco ni comprado en la pasada feria del libro de Madrid. Cuando se publicó fue verdaderamente todo un soplo de aire fresco editorial y no me extraña que así fuera. Plantear una realidad tan amarga de manera tan poco usual, dejando que lo inverosímil sea el medio de contar una triste realidad no es algo que se vea muy a menudo sin caer en algo forzado e irreal. Cometierra tiene todo lo que una novela del realismo mágico debe tener al mismo tiempo que trata aquellos temas que la literatura iberoamericana escrita por mujeres debe tratar. Desde luego, creo que quien la lea no quedará defraudado.

Caronte.

viernes, 22 de julio de 2022

Elena sabe

Llevaba tiempo queriendo leer algo de Claudia Piñeiro, pero no me he decidido a hacerlo hasta que hace un par de meses nominaron a esta novela al Booker International. Suelo seguir bastante los premios literarios internacionales (los patrios, ligados siempre a editoriales, me parecen tal sarta de ombliguismo, corrupción y apología de la literatura basura que me dan mucha pereza) y al Booker le considero de los más prestigiosos y decentes, y de sus nominados y ganadores siempre he sacado alguna que otra buena lectura. Por estas razones, la pasada Feria del Libro este fue uno de los que compré y pasó a engrosar mí, ya de por sí, enorme pila de libros pendientes de lectura que espero bajar durante este verano tan sofocante y angustioso donde estar por la calle es un verdadero suplicio infernal y donde mejor se está, aunque sea con aire acondicionado o ventiladores a tope, es en casa sin que el astro rey fusile nuestra piel o haga que nuestra salud peligre.

Elena sabe cuenta una historia de temas tabú, de esos que intentamos siempre ocultar o que si tratamos lo hacemos de manera sutil, sin profundizar, intentando que pasen desapercibidos y el foco sobre ellos dure lo mínimo posible. La narradora y coprotagonista de esta novela es una mujer que entra ya en su tercera edad, enferma de Parkinson con necesidades de asistencia y medicación permanentes para no correr el riesgo de asfixiarse al comer o beber, o simplemente para moverse y desplazarse por el mundo. Esta mujer, consciente de su enfermedad, de sus limitaciones y de su destino, de su propio futuro, o de la escasez del mismo, se enfrenta a la investigación personal que emprende para intentar entender y esclarecer la muerte de su hija, misteriosa solo para ella, clara y cristalina para los policías que la investigaron.

Al tiempo que Elena sabe se convierte en una especie de thriller policial donde no hay investigación policial sino una madre empeñada en comprender por qué su hija ya no está a su lado para cuidarla y hacer que su enfermedad pese menos, es también una novela sobre las relaciones familiares que tenemos por obligación con nuestros seres queridos, por cotidianeidad, por tradición, porque siempre ha sido así y porque debemos querer a nuestra familia, a aquellos que tienen nuestra misma sangre. Claudia Piñeiro no se corta ni un pelo a la hora de plantear una historia donde el hartazgo supone el final de una mentira y donde los deseos de que la realidad sea como nosotros queremos que sea acaban por golpearnos y hacernos abrir los ojos ante la verdad.

Lo que me gusta de ciertos libros es que nos pongan frente a un espejo, no ya a nivel personal, sino como sociedad. Elena sabe hace esto: nos pone frente a nuestro reflejo como sociedad para mostrar lo miserables que podemos llegar a ser, lo ciegos que estamos ante un mundo que nada tiene que ver con lo que imaginamos que es y lo necios que somos al pretender vivir vidas que no queremos solo porque pensamos que debemos vivirlas así. La obcecación de la madre por ver una cosa donde no hay nada que ver; la historia de la hija que la cuida y siempre ha estado a su lado hasta que su muerte la aleja para siempre; y el cómo se llega hasta la verdad, hasta la más simple de las verdades: la única que a veces, por miedo, por ser parte de esa verdad incómoda, no queremos ver.

Desde que nacemos se nos dice que los vínculos familiares son sagrados, que la vida misma es sagrada, que debemos amar, respetar y querer a aquellos que llevan nuestra sangre. Pero, ¿alguien alguna vez se ha parado a pensar que la familia no es más que un conjunto de extraños en medio del cual vienes al mundo y creces y que por tanto simplemente quererlos y amarlos y respetarlos no es más que una aberración antinatural socialmente? Si eso pasa genial, pero lo normal sería todo lo contrario. Elena sabe es una novela que ahonda en estos temas. Piñeiro trata con naturalidad y sutileza, al mismo tiempo que con rotundidad, esta disfuncionalidad social yendo quizá a la que siempre nos han dicho que es la más sagrada de las relaciones familiares: la madre-hija.

El lector que se anime a abrir Elena sabe se va a encontrar con una historia que va creciendo a medida que avanza; que, por momentos, es incómoda de leer por meternos en la piel de una mujer mayor enferma de Párkinson que no es dueña ya de un cuerpo, el suyo, que debe drogar medicándolo para que reaccione a lo que su cabeza, aún lúcida, ordena; y que debe confirmar poco a poco las sospechas que a medida que avanza la narración va teniendo sobre el destino de la hija muerta. Enfrentar esas revelaciones, esas reflexiones que todos nos hemos hecho alguna vez pero que rara vez confesamos y si lo hacemos es con esas personas a las que llamamos amigos y que a la postre configuran nuestra verdadera familia y no la que por sangre nos toca en suerte, es revelador e incómodo porque todo lector puede verse pensando lo que la narradora y coprotagonista de la novela nos va contando. Desde luego, la nominación al Booker International que mencioné al principio está más que merecida y justificada.

Caronte.

jueves, 30 de junio de 2022

Clea (Cuarteto de Alejandría IV)

Acabo la última de las novelas que constituyen El Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell sabiendo que he termino de leer algo grande e importante, no ya solo porque sea una de las obras narrativas inglesas más importantes del siglo XX sino porque enfrentarme a la lectura de estas cuatro novelas ha sido todo un reto lector personal ya que no sabía cómo terminaría algo que me impresionaba e imponía antes si quiera de sumergirme en la lectura del primero de los libros. Acabo hoy Clea sabiendo que difícilmente voy a poder encontrar un conjunto de novelas que me llenen como estas cuatro han hecho y que me resulten tan atractivas tanto como lector como por intento de escritor (frustrado pero realista, casi aliviado por saber que nunca nada de lo que escriba podrá ver la luz, porque total, para qué).

Clea no solo es el cierre del cuarteto que narra las relaciones entre sí y con la propia ciudad de Alejandría de los diferentes personajes y amigos que dan no solo nombre a los cuatro libros, sino que acompañan al lector en una narración intensa, profunda y sutilmente filosófica donde se reflexiona sobre el amor, las pasiones humanas, el arte o la escritura. Esta novela es también la más personal, íntima, metafísica, críptica y surrealista de las cuatro que componen esta obra magna narrativa. Esta es una de las razones por las que me imponía leer el cuarteto, porque investigando un poco me daba cuenta de Lawrence Durrell podría inscribirse en una tradición literaria de estilo críptico y mundos y temas propios, de muy alto nivel intelectual y cultural que, sin embargo, para mí quedaría muy alejados. Nada más lejos de la realidad. Por eso también acabar este conjunto de novelas ha supuesto todo un reto literario del más alto nivel y del que más orgulloso me siento.

A modo de últimas puntadas del tapiz general, o como últimas pinceladas en el fondo de un fresco magnífico y complejo de personajes y relaciones entre ellos llenas de matices y sombras, Clea cierra de manera magnífica todo el Cuarteto de Alejandría. No flaquea Durrell en su forma de narrar, tan sutil pero tan contundente, que hace que la lectura no sea un mero descubrimiento de una trama, que queda en segundo plano por un estilo narrativo que eclipsa todo, sino un placer vigoroso y fuerte, constante, por ver cómo diversas voces narrativas, diversos estilos y formas de narrar desfilan ante los ojos atónicos y atentos del lector que no puede más que admirar la construcción de estas novelas con cierta perplejidad, gratitud y, si alguna vez ha sentido el impulso de la escritura, con bastante envidia.

En Clea se cierran las historias de varios personajes que han ido apareciendo en el cuarteto; sigue de fondo el áurea magnética de Justine y su tremendo atractivo que hace que los hombres se vuelvan locos por estar en su órbita; varias muertes siguen sucediéndose, secundarias, pero trágicas y demoledoras para los afectados; varios misterios surgen sobre personajes que cualquier lector creería secundarios; y quien simplemente parecía un mero narrador, Barley, pasa a ser depositario y actor principal en el escenario místico y de leyenda decadente de Alejandría.

Todos y cada uno de los libros que forman el cuarteto, en sus variedades y formas, en sus tramas ligeras y en las profundas, en su ambientación en una extinta Alejandría diplomática, cosmopolita, burguesa, de cafés de aspiración europea y barrios árabes donde lo místico y legendario deja a lo terrenal en la más tenebrosa oscuridad, han sido un viaje narrativo intenso y complejo en el espacio y el tiempo y en la psique humana. Clea cierra un todo, un conjunto literario único y complejo que, aunque podría leerse de manera independiente, conforma un análisis profundo del alma humana, de sus pasiones desatadas, de sus deseos más prohibidos…

Sin embargo, acabar de leer Clea y con ella El Cuarteto de Alejandría me plantea un problema: ¿Qué leo yo ahora? ¿Qué se lee cuando has estado durante todo un mes leyendo las obras magnas de dos hermanos escritores como son Lawrence y Gerald Durrell intercalando las del cuarteto del hermano mayor con las de la Trilogía de Corfú del menor? ¿Qué se puede empezar a leer sabiendo que el listón está tan alto que sabes que cualquier cosa la vas a comparar con lo recientemente leído? Me hago estas preguntas con resignado optimismo porque siempre pienso que los libros están para ser leídos y solo entonces opinados. Pero, aún así, me siento un poco huérfano y vacío.

Clea ha supuesto el final de un reto lector que me impuse hace un mes. Reto que creo que he superado con creces demostrándome a mí mismo que ningún tipo de obra o género literario, o ningún autor deben impresionarme o darme rechazo leer por pensar que no estaré a la altura. Estas cuatro obras de Lawrence Durrell me han confirmado que estoy más preparado de lo que yo pensaba para leer cualquier cosa que pueda proponerme siempre que mi voluntad sea no tanto disfrutar de una buena historia, sino simplemente dejarme llevar por el arte que implica la buena literatura. Y El Cuarteto de Alejandría es buena literatura.

Caronte.

miércoles, 29 de junio de 2022

El Jardín de los Dioses (Trilogía de Corfú III)

Culmina con este libro, de título bíblico y resonancias legendarias, Gerald Durrell su Trilogía de Corfú y sus memorias sobre la estancia de cinco años de su familia en la isla griega del Corfú. Avisa en el prólogo el menor de los Durrell que aquellos cinco años de su vida, de su primera juventud, del paso de su infancia a su adolescencia, fueron felices porque siendo una familia inglesa adinerada para los cánones y estándares de la isla griega sus preocupaciones se centraban en vivir la vida y en disfrutar de familiares, amigos y conocidos a través de fiestas, cenas y comidas a orilla del mar o bajo el parral que tenían por porche en su casona corfiota. Y ese disfrute de la vida como máximo objetico de su vida diaria se nota en cada una de las páginas de la trilogía y, por tanto, también en las de este último volumen que la cierra.

El jardín de los dioses es un magnífico cierre a una magnífica trilogía autobiográfica donde naturalismo, zoología, divulgación, anécdotas, familiares, amigos y conocidos, campesinos y personajes totalmente variopintos se mezclan para dar un relato que, aunque pueda parecer en ocasiones inverosímil, no muestra más que el placer por vivir y disfrutar de una vida, la que cada uno de nosotros disfrutamos sin saber el tiempo que tenemos para ello, sin complicaciones y sin dar una importancia que no tiene a cosas que mejor sería pasar por alto.

Leyendo a Gerald Durrell y la vida que llevó entre los 10 y los 15 años en Corfú, rodeado de su familia, de gente con inquietudes naturalistas como Teodoro, de animales por descubrir, con una voluntad de hierro a la hora de aprender más y más sobre la fauna y la flora que le rodeaba uno se da cuenta que hemos olvidado qué es vivir. El jardín de los dioses no solo es una divertida obra donde un escritor da cuenta de sus años más felices y cómo los recuerda, mezclando su pasión por la naturaleza y las anécdotas familiares más destartaladas; este libro es también y, ante todo, un canto a la libertad, a vivir la vida con intensidad, feliz, sin preocupaciones y sin dar excesiva importancia a los problemas mundanos que no lleva a nada.

La belleza con la que Durrell nos cuenta y termina de complementar sus recuerdos de aquellos cinco años pasados en Corfú hacen de El jardín de los dioses otra lectura igual de placentera, divertida y formativa como las anteriores, donde nuevos animales, nuevas aventuras y, sobre todo en este libro más que en los anteriores, anécdotas familiares donde sus propios hermanos o conocidos de la familia demuestran como la realidad muchas veces puede ser tanto o más increíbles que la más pura de las imaginaciones novelescas.

Hace ya décadas que el ser humano vive en constante prisa, sin descanso, buscando permanentemente estar ocupado en algo temeroso de que, al parar y descansar, al no tener nada que hacer, su aburrimiento sea tal que se vea abocado a pensar en su propia y miserable vida vacía de contenido y no sepa cómo llenarla de manera sosegada. Hace ya décadas que hemos perdido perspectiva para solo mirarnos el ombligo y ser incapaces de comprender que vivimos en un mundo en el que no estamos solos y nos rodean seres y criaturas, paisajes y parajes impresionantes e inolvidables. El jardín de los dioses es volver a una época donde las prisas no existían, leer sobre algo ya extinto en prácticamente cualquier parte de Europa y “Occidente” y que está en vías de extinción en el resto del planeta, devorado por la incesante necesidad de mercantilizar absolutamente todo como si todo fuera monetizable.

Hemos olvidado quiénes somos. Hemos pensado que el hombre está por encima de todo ser que pisa este planeta menospreciando aquello que no conocemos o que nos repele o que simplemente creemos inferior solo por no razonar ni hablar… En la Trilogía de Corfú que cierra El jardín de los dioses, Gerald Durrell pretendió no solo plasmar sus años de juventud libre y sin ataduras de ningún tipo disfrutando del mundo encapsulado en la isla de Corfú, sino que intentó abrirnos los ojos ante un mundo al que estamos dando la espalda y que cuando menos lo esperamos nos la dará a nosotros dejándonos tirados y abandonados siendo incapaces de adaptarnos a los cambios que provocará nuestra propia actitud orgullosa y prepotente.

El viaje que ha supuesto para mi leer La Trilogía de Corfú ha sido inmenso, porque nunca antes me había enfrentado a una lectura tan seguida de una serie de libros enlazados y relacionados y, mucho menos, de libros de no ficción autobiográficos donde el aspecto divulgativo, descriptivo y anecdótico personal fuera el eje de la narración. Todo ha merecido la pena porque he descubierto a un hombre inmenso como Gerald Durrell y una obra fundamental para reencontrarse con un pasado que no es tan lejano y que estamos a punto de perder del todo si no somos capaces de pararnos a pensar quiénes somos y dónde vivimos. Leed a Durrell, pero, sobre todo, vivid que al final es lo que nos quiere decir el adulto Gerald recordando a su niño Gerry.

Caronte.

lunes, 27 de junio de 2022

Mountolive (Cuarteto de Alejandría III)

Tercera novela de las que componen El Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell. Tercera novela que poco o nada tiene que ver con las otras ni por fondo ni por forma. Tercera novela que me está dejando totalmente encantado con la lectura, como si fuera un niño la mañana de Navidad y Reyes viendo bajo el árbol de Navidad regalos y más regalos dispuestos para su disfrute inmediato o relajado. Y es que lo que estoy disfrutando de la lectura del cuarteto, de cada uno de los libros que llevo leídos (ya tres, restándome únicamente el último con el que se desenlazará toda), no creo recordar que lo haya disfrutado antes con ningún otro, salvo quizá alguno de Javier Marías o Antonio Muñoz Molina. Tengo, además, sensaciones encontradas, porque por un lado quiero concluir la lectura del cuarteto para terminar de hacerme una idea del fresco que Durrell quiso mostrar en él, pero, al mismo tiempo, sé que tras su lectura quedaré un poco huérfano y desnortado para encontrar alguna lectura que esté a la altura.

Mountolive es la historia del embajador británico en Egipto: personaje también importante en las relaciones que se dan entre los protagonistas del cuarteto, Justin y Nessim, Melisa y Barley (que protagonizaron más directamente las dos novelas anteriores). Los entresijos de las relaciones personales de David Mountolive desde que llega a Egipto por primera vez de joven, conoce a los Hosnani (Nessim y Naruz, piezas clave de la historia que Lawrence Durrell nos está contando), consigue plaza diplomática, da vueltas por diferentes legaciones de su país, y vuelve de nuevo a Egipto en un momento clave, personal y político, para reencontrarse con pasiones y lealtades pasadas y presentes que debe gestionar; estos entresijos son el eje alrededor del cual se narra esta novela.

Esta es además una novela de corte y estilo clásico, muy británica e inglesa, muy de personajes sobrios que intentan controlar sus emociones y pasiones sin conseguirlo, donde el deber y la lealtad son pilares fundamentales en las relaciones personales. David Mountolive es un personaje prototípico inglés que, cumpliendo siempre su deber para con su país, se enfrentará a una ciudad, Alejandría, y a unas personas que le llevarán a perderse en sí mismo para intentar controlar sus impulsos y tomar decisiones de calado que afectan a sus amigos y conocidos. Mountolive es al mismo tiempo una novela histórica, psicológica, pasional, romántica y puramente narrativa que cualquier amante de la literatura disfrutará saboreándola poco a poco.

Vuelve a ser Alejandría el trasfondo en el que todo pasa, donde las relaciones personales entre los diferentes personajes, ya familiares para el lector, se desarrollan, envenenad y desenlazan. Y es aquí cuando Lawrence Durrell saca a pasear su grandeza literaria, su saber hacer narrando para entregarnos una pieza más de ese gran fresco que lleva pintando desde que comenzó el cuarteto, de ese gran tapiz que lleva tejiendo desde Justine, la primera novela de las cuatro que lo forman. En Mountolive, Durrell sigue ahondando en la ciudad trampantojo que fue Alejandría antes de la Segunda Guerra Mundial y que, tras la misma, con la llegada del Egipto, moderno desapareció. Como en Justine y Balthazar, en esta novela hay un pasaje memorable y fastuoso en el que Lawrence Durrell narra una especie de trance del embajador Mountolive por las calles alejandrinas que llevan al delirio y en el que con una descripción oscura, cruda y fantasmagórica dibuja una Alejandría en el borde mismo de la luz y la oscuridad, ambigua, discutible, penumbrosa, ocre, calurosa y engañosa.

Nada sobra en una narración perfectamente hilada y tejida que da como resultado una pieza del tapiz general que conforma El Cuarteto de Alejandría esencial para comprender todo en su conjunto. Mountolive es, por así decirlo, la novela esencial para comprender todo el trasfondo que une las diferentes vidas de los personajes que ya hemos ido conociendo en las dos novelas predecesoras. Como un hilo invisible, esta novela va poco a poco entre lanzando fragmentos que ya conocíamos, pero desde otro punto de vista. El narrador de esta novela no es ningún personaje, sino uno omnisciente que conoce todo y que nos va trasladando de un foco a otro para ir arrojando luz sobre aquellos sectores de la historia que seguían permaneciendo en penumbra.

La manera en que Lawrence Durrell plasma en una historia compleja de relaciones personales, pasionales y sentimentales, cómo los sentimientos y las pasiones determinan todo nuestro mundo y nuestra vida es soberbia, tanto en forma como en fondo. Mountolive es puro clasicismo narrativo, pero encaja a la perfección con sus novelas compañeras de cuarteto. No sirve de nota discordante, sino más bien todo lo contrario, es el acorde que ordena y guía correctamente a buen puerto la sinfonía sobre la Alejandría legendaria previa al conflicto mundial que cambió el mundo para siempre. Las diferentes formas de amar y querer, el cómo se despliegan las pasiones en un entorno convulso, lleno de matices y dobles sentidos, de sutilezas y susurros y sombras en el atardecer, es tan tremendamente actual que para la época debería sonar exótico y hasta extravagante, no siéndolo en absoluto.

Me resta la última de las novelas que conforman el cuarteto alejandrino de Lawrence Durrell, pero Mountolive ya va confirmando que probablemente este conjunto literario, esa enorme obra narrativa donde forma y fondo se mezclan y complementan tan bien que es imposible no envidiar su creación, serán obras que me marcarán inevitablemente como lector, de esas novelas que quedan tan grabadas que luego toda lectura posterior no es sino una búsqueda imposible de volver a sentir lo mismo que con ella. Se va acercando el final de mi empresa lectora de junio, y siento pena por ello, al mismo tiempo que entusiasmo por lo que me puedan deparar futuras lecturas.

Caronte.

jueves, 23 de junio de 2022

Bichos y demás parientes (Trilogía de Corfú II)

Vuelve Gerald Durrell a Corfú, a sus recuerdos de una infancia plena, libre y feliz, de crío inquieto e inteligente, amante de la naturaleza y aventurero en esencia. Debió ser tan plena los cinco años que el escritor y naturalista inglés vivió con su familia en la isla griega de Corfú que lo allí vivido durante esos cinco años, esos más de mil ochocientos días, con sus horas y minutos y segundos que tras la publicación de Mi familia y otros animales y viendo el gran éxito que cosechó el libro, creyó necesario ampliarlo con una nueva entrega de esas memorias que van de lo costumbrista, a lo familiar pasando por lo divulgativo y el amor a la flora y fauna griegas. Son inagotables las anécdotas que en este segundo volumen de la Trilogía de Corfú vuelve a contar el más joven de los Durrell, tan inagotables como variada e interesante es la fauna de Corfú, que como en la anterior entrega, también en este libro tiene una especial importancia por ser, junto a la familia del escritor, uno de los ejes alrededor del cual gira todo.

Bichos y demás parientes no es una “continuación” de su predecesora en la trilogía de Corfú de Gerald Durrell. No. Este libro es una narración paralela a la primera en la que Durrell cuenta anécdotas y describe fauna y flora que en el primer libro no había metido por considerar quizá que fueran menores. Sin embargo, y esto es una opinión personalísima, en esta segunda entrega Durrell nos presenta un libro quizá más íntimo que el primero, en el que las anécdotas familiares ganan a las naturalistas y donde sus aventuras son tan estrambóticas y estrafalarias que el lector bien podría pensar que la mitad son inventadas o que no pueden pasar tantas cosas tan extraordinarias en tan “poco” lapso de tiempo (esos 5 años pasados por la familia Durrell en Corfú durante los años previos a la IIGM).

No hay en principio un orden cronológico en la narración y aunque estos dos primeros libros pueden leerse por separado sin conocer la existencia el uno del otro, es recomendable empezar por el principio la trilogía para así llegar a Bichos y demás parientes y poder saber de quien habla el joven Gerry cuando menciona a su burra, sus perros o los diferentes animales que va coleccionando, vivos y muertos, en su cuarto pese a las quejas y lamentaciones, histriónicas a veces, de sus hermanos, principalmente del mayor, el también escritor Lawrence “Larry” Durrell. Entran en liza además personajes y amigos de la familia Durrell que quizá sin conocerlos de antes pueden quedar un poco colgados ya que, aunque Gerald Durrell al volver a mencionarlos hace una brevísima introducción y presentación de los mismos, no lo hace con la misma gracia, garbo y profundidad con que lo hizo en el primer libro de la trilogía.

Abrumadoras vuelven a ser las descripciones naturales que hace Gerald Durrell de sus escapadas aventureras por la isla de Corfú en busca de nuevos descubrimientos para colmar su mente inquieta y amante de los animales y la naturaleza en todo su esplendor y conjunto. Bichos y demás parientes no solo es la recolección de anécdotas y recuerdos de un escritor rememorando años en los que fue realmente feliz en el mundo, un mundo inocente aún, primigenio y rural, humano, sino que también es un canto a la naturaleza y un ensayo precioso en el que se ensalza la belleza de la naturaleza como gran casa común para toda la humanidad que es.

Como su predecesor en la trilogía Bichos y demás parientes es un verdadero canto a la libertad y la felicidad, a la vida simple, contemplativa y tradición, a una forma de existir y estar en el mundo que ya no existe y que probablemente nunca vuelva. Obviamente, y el mismo Gerald Durrell así lo dice en el prefacio del tercer libro (que ya he empezado a leer mientras escribo estas líneas), la familia Durrell no era normal en el sentido que eran ricos para los estándares griegos de la época y, por tanto, tanto la madre como los cuatro hermanos podía dedicarse a lo que más les gustara y llenara en una isla que tanto contraste hacía con la gris Inglaterra de la que venían.

Acabo de mencionar que ya estoy inmerso en la lectura del libro que cierra y complementa la Trilogía de Corfú. Probablemente no me cuente nada diferente de lo que el primero y este Bichos y demás parientes me han contado ya. Pero leer a Gerald Durrell, con ese tono tan maravilloso y entusiasta, tan cómico como lírico, tan divulgativo como literario, es un placer. Y es un placer porque leer algo que te hace viajar, disfrutar, sonreír y querer vivir lo mismo, aunque sea de otra manera es siempre un gusto. Porque la literatura, en todos sus géneros y formas implica hacer que el lector, durante el tiempo que esté leyendo, sea otro en otro lugar y otro tiempo. Leed esta trilogía y disfrutad tanto de la maravillosa isla de Corfú, como de sus gentes, su fauna, sus paisajes, sus playas, y sobre todo de la disparatada familia Durrell.

Caronte.

viernes, 17 de junio de 2022

Balthazar (Cuarteto de Alejandría II)

Me adentro, tal y como prometí, en la segunda novela del Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell con unas expectativas quizá aún más altas que en Justine debido a que esta, como apertura del cuarteto, me pareció soberbia y absolutamente envidiable. Continuo además el cuarteto casi de seguido, intercalando entre cada uno de sus cuatro libros uno de la Trilogía de Corfú, también de un Durrell, Gerald en este caso. Es quizá el reto literario más importante que me haya impuesto nunca y de momento no puedo decir que me esté costando ni defraudando para nada; más bien al contrario: estoy disfrutando de contrastes en forma, fondo y todo maravillosos que quizá leyendo cada una de las series literarias por separado y distanciadas una de la otra no sería capaz de apreciar.

Quien piense que El Cuarteto de Alejandría es una serie de libros cuyo desarrollo temporal es lineal se dará de bruces con una realidad total y radicalmente distinta. Lawrence Durrell escribió en cuatro volúmenes una misma historia vista desde cuatro perspectivas diferentes y en tiempos, no ya paralelos, sino superpuestos unos a otros. Yo mismo estaba errado pensando que sí que iba a encontrar en el cuarteto una narración temporalmente lineal, clásica, en el que en cada libro íbamos a avanzar en una misma historia. Pero no. He sido el primer sorprendido y maravillado al mismo tiempo. Balthazar es una novela en la que el narrador de Justine vuelve a la misma historia del primer libro para completar un puzle que es incapaz de resolver, no por incapacidad intelectual, sino por no tener delante de él todas las piezas necesarias.

Por continuar con una metáfora que me suele gustar mucho usar cuando considero pertinente, podría decirse que en Justine Lawrence Durrell presenta un tapiz deconstruido a través de las madejas de las cuales deben salir los hilos que han de tejerlo. Pero nos las presente enmarañadas y el lector no sabe muy bien de qué hilo tirar, ni tan si quiera si debe tirar, para poder empezar a hacerse una idea del conjunto, es decir, del tapiz completo. En Balthazar, sin embargo, Durrell empieza a tejer, a enhebrar las diferentes agujas y a elaborar el complejo tapiz que tiene de fondo una Alejandría casi diría yo que mitológica, donde las pasiones primitivas del ser humano, que afectan por igual a hombres y mujeres, el sexo y el amor se desatan y alcanzan niveles de locura y paranoia.

Y cambia además la manera de contarnos las cosas Durrell. Si en el primer tomo del cuarteto el narrador nos contaba desde su punto de vista y simplemente a través de recuerdos de amigos una serie de vivencias pasadas que marcaron a cuatro amantes en una Alejandría tórrida y mestiza. Ahora, en Balthazar, el mismo narrador del primer libro lo que hace es contarnos lo que un amigo, el abogado que da nombre a este segundo libro y que ya apareció en el primero, le cuenta que pasó desde su punto de vista. Este cambio en la manera de narrar, no solo da brío al libro y hace que el lector tenga que asumir una versión complementaria más que diferente de lo ya leído, sino que además ayuda a ampliar el foco, a llegar a lugares e instantes en la historia que de otra manera sería difícil alcanzar y alumbrar con la luz de la verdad narrativa.

Aunque en Balthazar la historia y su desarrollo, lo que en esta novela se narra y cuenta es más importante que en Justine, sigue siendo el cómo está narrado lo que más atrae y atrapa de ella. Esa sutileza narrativa, ese estilo pulcro y depurado, donde reflexiones, descripciones y acción se entremezclan con cuidado consigue que la lectura, pese a que podría resultar pesada y de un nivel un tanto elevado, resulta de lo más fluida y agradable. Y sobre y ante todo, la maestría de Durrell a la hora de describir Alejandría, a sus gentes, tradiciones y contrastes, su decadencia, su aislamiento, su élite local y extranjera, sus relaciones prohibidas, llenas de lujuria y pecado, donde lo prohibido se sabe pero se calla o se mira hacia otro lado para hacer lo mismo uno mismo. Es fastuosa, hacia el final de la novela, la descripción que hace Durrell de la fiesta de carnaval que termina desencadenando uno de los hechos más reveladores, y eje del tapiz que pretende tejer el autor, de todo el cuarteto. Disfraces, dobles sentidos, insinuaciones, infidelidades, liberación de pasiones medianamente controladas de manera habitual… A través de las palabras del mayor de los Durrell el lector no solo viaja a una ciudad que ya no existe, no por hecatombe, sino por haber perdido su esencia entre dos aguas, entre dos culturas, sino que termina formando parte de ella misma, mezclándose a su vez con el coro de personajes que vuelven a salir en esta segunda novela del cuarteto.

Balthazar es una continuación, quizá no del nivel de Justine, pero sí de un nivel que le va a la zaga y que hace que el cuarteto, ya mediada su lectura, se esté convirtiendo en una de mis lecturas favoritas y a la que guardaré probablemente en un lugar preminente de mi memoria. Una vez lanzado a la aventura literaria en la que estoy inmerso, vuelvo a recalcar el enorme contraste narrativo que tienen el mayor y el menos de los Durrell. Ambos se disfrutan igual, pero de manera distinta, porque cada uno ofrece al lector un tipo de libro bordando a su vez la escritura. Lawrence Durrell me está pareciendo un escritor sumamente dotado para la evocación de una época y unos personajes definidos al milímetro. Y como ya dije en la reseña de Justine, envidio profundamente lo que Larry Durrell consiguió con este cuarteto.

Caronte.

martes, 14 de junio de 2022

Mi familia y otros animales (Trilogía de Corfú I)

Continuo mi empresa literaria particular, mi primer y más ambicioso reto lector hasta la fecha, de alternar la lectura de las obras más relevantes de dos hermanos humanistas y escritores, Lawrence y Gerald Durrell, con el primer libro de los que conforman La Trilogía de Corfú. Estar inmerso en lo que en el fondo es una aventura literaria que me llena de orgullo me hace sentir vivo. La literatura en su más alto grado y nivel, expresada en dos obras tan distintas y dispares entre ellas como comunes al buen gusto y estilo literario, llenas de elementos enriquecedores y atractivos para mentes inquietas y literarias como siento que es la mía, siempre es de los placeres más intensos y preciados que un amante del arte puede tener. No deberíamos olvidar que la literatura debería aspirar a no ser simplemente un divertimento, un modo de pasar un buen rato, sino que debería de llegar a alcanzar la belleza formal que la escritura, el jugar con letras y palabras, puede proveer.

Tras acabar Justine, libro que da comienzo al Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, el mayor de los hermanos, cambio totalmente de registro para empezar la Trilogía de Corfú con Mi familia y otros animales del hermano pequeño, Gerald. Menudo contraste se produce entre ambos hermanos. Nada más que el apellido y la presencia del mayor como parte del elenco protagonista del libro del menor une a ambos hermanos en su escritura; bueno, esto y que ambos son capaces de narrar con un estilo tan elegante y depurado que la lectura se hace tan amena y fluida como un río tranquilo que no levanta turbidez a lo largo de su cauce.

A la hora de leer Mi familia y otros animales el lector tiene que tener en cuenta que Gerald Durrell ha sido uno de los naturalistas y divulgadores científicos más importantes de su generación, además de un escritor excepcional dotado de un privilegiado sentido del humor y una ironía tan fina como acertada. Partiendo de esta base se puede uno sumergir en este primer libro que no cuenta otra cosa que la experiencia de la familia Durrell, y de un jovencísimo Gerry (en la novela, durante la que transcurren 5 años, Gerald Durrell va desde los 10 a los 15 años) en particular, tras decidir abandonar la húmeda, lluviosa, fría y reumática Inglaterra por la soleada, cálida y mítica Corfú.

Mezclando anécdotas familiares y de gente local a la que van incorporando al clan Durrell como personajes de toda la vida de la familia, y explicaciones zoológicas y narraciones de las expediciones del joven curioso e incipiente amante de la naturaleza que fue en su día Gerry, el más joven de los hermanos Durrell conforma en Mi familia y otros animales una narración tan amena como didáctica, tan divertida como divulgativa y tan irónica como comprometida con la naturaleza. Nunca se cae en la parodia, ni de su familia, ni de la isla griega que parece anclada en un pasado aún más remoto que en el que se desarrolla el libro, ni de los diferentes amigos y conocidos que a lo largo de las páginas van apareciendo en la familia de los Durrell.

Siendo Mi familia y otros animales (1956) contemporánea absoluta de Justine (1957), ambas novelas no podrían ser más opuestas. Pero es que claro, ambos hermanos, Larry y Gerry, no podrían ser más distintos. Ya lo dice en el prólogo Lawrence Durrell diciendo que siente que él sea el hermano más cascarrabias y quizá antipático, o al menos el que mayor impresión de gruñón da, pero probablemente los caracteres de los dos hermanos, distanciados 12 años entre ellos, forjaron su devenir literario creando obras radicalmente opuestas en fondo y tono, pero compartiendo algo que pocos escritores logran: un estilo envidiable, donde la historia fluye sola, con la enorme dificultad que esto tiene y que bien sabemos aquellos que alguna vez nos ha dado por escribir algo (o al menos intentarlo).

No es necesario que un libro trate sobre temas trascendentales para el ser humano para interesar a una mente inquieta. Tampoco es necesario que nos atrape en un misterio o en una historia morbosa donde las pasiones desatadas o los crímenes más crueles son los hilos conductores. Muchas veces la simple narración de la vida, la evocación de una época donde el tiempo era sosegado, las descripciones de animales y anécdotas cotidianas pueden servir para configurar una lectura de esas que llenan a uno. Mi familia y otros animales es ese tipo de libro: una lectura sosegada de bellas imágenes y descripciones zoológicas que a uno le animan a luego investigar por su cuenta tras la lectura para poder poner “cara” a todos los animalillos que el desmedido Gerry va acogiendo en su cuarto/museo. Por mencionar una escena en particular, se narra un baño en el mar entre delfines, luciérnagas y plancton fluorescente; la belleza de esta escena, narrada entre el lirismo y lo científico, es tal que hubiera soñado estar en el mar con los Durrells viviéndola.

Si de la primera novela del Cuarteto de Alejandría deseé haberla escrito yo mismo, de Mi familia y otros animales hubiera deseado formar parte de esa familia, como Durrell o como allegado, para poder vivir, aunque solo fuera un instante, su vida, su día a día lleno de naturaleza, gozo y vida. Se podría reducir el comentar este libro a simplemente decir que es una narración autobiográfica de los cinco años que los Durrell pasaron en la isla de Corfú, pero con esto uno se quedaría no solo corto, sino que faltaría a la verdad. Este libro es una oda a la vida, a la alegría de vivir y a la naturaleza exuberante que nos rodea y a la que solemos ignoran constantemente incluso persiguiéndola y destruyéndola por comodidad y miedo. En las páginas de este libro no hay más que vida.

Caronte.

viernes, 10 de junio de 2022

Justine (Cuarteto de Alejandría I)

La lectura debe ser siempre un lugar refugio donde acudir tanto para huir de una realidad que quizá no nos emociona demasiado o no nos motiva lo suficiente o no nos reta intelectualmente lo que necesitamos. El oficio de escribir, de narrar y contar una historia reflexionando por el camino sobre lo más diversos temas que causan preocupación al ser humano no es tarea sencilla y conlleva un trabajo aún mayor que el simple y mero hecho de enfrentarse a un papel en blanco y empezar a hilar letras y palabras y oraciones: vivir. Solo el escritor que vive su vida como quiere y puede y lo hace con intensidad y obsesiones será capaz de plasmar en papel historias que perdurarán en el tiempo. Porque por mucho que las generaciones cambien y el tiempo vuelva ancianos a quienes una vez fueron jóvenes el interior suele quedar intacto, y nuestras mentes funcionando sin tener en cuenta el desgaste de nuestro cuerpo que nos recordará siempre que nuestro tiempo continúa imperturbable su discurrir.

El Cuarteto de Alejandría, cuya primera novela es Justine, es quizá la obra más relevante de su autor, Lawrence Durrell, y muy seguramente una de las obras narrativas y literarias más importantes de la historia inglesa. Partiendo de estas afirmaciones uno podría pensar que está ante una obra hermética y de difícil y árido acceso lector: nada más lejos de la realidad. También es cierto que llego al cuarteto con unas enormes ganas y expectativas muy elevadas. Además, para rizar el rizo he decidido emprender una empresa literaria quizá un tanto ambiciosa (y que de momento va bien) consistente en leer alternando los tomos de este cuarteto de Lawrence Durrell y los tomos de La Trilogía de Corfú de su hermano menos Gerald Durrell. (Para los frikis de los datos y las curiosidades Los Durrells, la serie de televisión que hace un tiempo estuvo en boca de muchos, está inspirada en la trilogía de Gerald y en ella sale también Lawrence.)

Hablemos de Justine. En esta obertura del cuarteto Lawrence Durrell tira de oficio escritor y presenta una novela donde la trama y lo que en ella sucede pasan a un lugar secundario. Es cómo se cuenta lo importante. El estilo de Lawrence es depurado y alternando recuerdos del narrador, con los de otros personajes va dando forma a la historia de una joven alejandrina, Justine, cuya pasión desatada por los hombres causa estragos en todos aquellos incautos que se dejan llevar por su fuerte instinto de seducción. Marcada de joven por un evento que solo se deja entrever, Justine es una mujer que intenta desesperadamente disfrutar de sí misma a través del sexo y de las pasiones que levanta en los hombres de todas las edades y condiciones.

La exploraciones de las diferentes maneras de amar, las muy variadas formas en las que se pueden expresar la pasión y las pulsiones sexuales, conforman los grandes temas sobre los que el mayor de los Durrell reflexiona en Justine partiendo de diversos triángulos amorosos y testimonios de personajes vitales que a lo largo de todo el cuarteto acompañarán al lector dando diversos puntos de vista sobre las vidas y acontecimientos que en una Alejandría mítica de los años previos a la IIGM se desarrollan entre todos ellos. Pero, insisto, realmente lo que pasa en la trama de la novela no es lo más relevante y muy acertadamente queda en un segundo plano para que el lector, el buen lector, sea capaz de apreciar la manera tan sutil y a la vez tan compleja de narrar temas y situaciones vitales obsesivas de manera tan soberbia.

Justine no es solo el comienzo de un cuarteto determinante en la literatura inglesa, en una obra literaria de primer nivel, es además quizá la gran novela sobre Alejandría y sobre un Egipto ya extinto, mítico y legendario que guardaba parte de su áurea de época dorada y faraónica, donde las leyendas y supersticiones marcaban el paso del tiempo. Lawrence Durrell da a la propia ciudad carácter de personaje y sus complejas relaciones sociales, sus estratos étnicos, sus colores, su luz, sus olores, sus gentes, sus calles, mezquitas, cafés y habitaciones de ventanas protegidas del sol y el calor por contraventanas de madera que ocultan, pero no impiden permanecer alerta, son pilares fundamentales sobre los que se sustenta la propia trama argumental. Sin esa Alejandría, sin sus calles estrechas, sin sus estancias decoradas de manera oriental, sin su paseo a orilla de mar esta novela no sería lo que es.

Escribir no es una tarea sencilla. Todos lo podemos hacer porque aprendemos a ello, al menos teóricamente, a muy temprana edad. Pero hacerlo bien (emocionar y transmitir, evocar y hacer que un desconocido de una generación diferente a la del autor y con muchos años de diferencia se emocione) usando la palabra escrita es tarea muy complicada. Lawrende Durrell ha conseguido con Justine algo que pocos escritores han logrado: darme envidia. Sí, envidia. Envidia por no poder ser capaz en mi vida, porque no voy a ser capaz de hacerlo, de escribir una novela así: donde ambientación, personajes, estilo, forma y reflexiones se mezclen tan a la perfección que el resultado termine siendo eterno. Pocas mejores cosas puedo decir de una novela que expresar mi envidia y admiración, mi sueño de poder escribir algo así en mi vida. Las expectativas puestas en el cuarteto se han empezado cumpliendo con creces.

Caronte.

lunes, 30 de mayo de 2022

The Spoilt City

Hace dos años gracias a la editorial Libros del Asteroide di con una autora y una novela que iniciaba una trilogía ambientada en la Europa siempre más olvidada, aquella que también ha sido siempre maltratada en parte por ese mismo olvido: los Balcanes, Rumanía y Grecia. Libros del Asteroide recuperó La Gran Fortuna, libro que inicia la Trilogía de los Balcanes de Olivia Manning: una escritora inglesa, injustamente olvidada y eclipsada por la pluma de otros hombres contemporáneos con ella, pero que cumple con absolutamente todas las características para ser un clásico de la narrativa inglesa del siglo XX donde la aristocracia y la burguesía, junto con ciertas dosis de épica y de espionaje, han sido unos de los grandes temas. No sé si Libros del Asteroide tiene pensado o no concluir la trilogía de Manning, lo bueno es que en inglés también se han reeditado recientemente y gracias a ello podré en los próximos meses, lecturas pendientes mediante, concluir con ella.

The spoilt city continua la historia de la joven pareja conformada por Harriet y Guy Pringle junto en el momento exacto en el que se dejó en The great fortune. Olivia Manning no hace fantasiosos avances temporales y continúa explorando a sus personajes de la misma manera que en el primer libro. Se nota que fue una trilogía pensada como un único libro, escrita como un único libro, algo de agradecer por parte del lector que no se ve impuesto por saltos temporales absurdos que no hacen más que incomodar muchas veces. La evolución de los acontecimientos es totalmente lineal y apenas hay digresiones o solapamientos de eventos.

Bucarest sigue siendo el centro neurálgico de la acción y el grupo de amistades locales e inglesas de los Pringle siguen siendo los acompañantes del lector durante toda la novela. Pero hay un cambio en The spoilt city, y es que toda la normalidad que hasta ahora se vivía en Rumanía y su capital empieza a tambalearse. La historia y su curso imparable barren de un plumazo la tranquilidad rumana en la periferia de la IIGM y los acontecimientos sobrepasan a todos aquellos que pensaban que la diplomacia y las buenas maneras haría que ni la tradición ni la tranquilidad se quebrarían. Pero cuando un loco genocida aspira a todo, nada puede pararle. Pero esto no son más que los acontecimiento históricos que pasan al mismo tiempo que la propia intrahistoria de los protagonistas que se ven arrastrados por el tsunami de la guerra y la historia sin poder ofrecer más que una resistencia simbólica, sabiendo que solo si no se aferran a nada fijo podrán intentar salir adelante en una tierra que empieza a dejar de ser amigable y se convierte en hostil, donde un inglés ya no es un miembro de la burguesía extranjera en una ciudad pobre, sino un enemigo del pueblo y de la lucha de las naciones fuertes (del Eje).

La relación entre Harriet y Guy en The spoilt city empieza a ser más madura. Y si en la primera entrega de la trilogía el matrimonio daba sus primeros pasos de casados con ilusión y miedo al mismo tiempo, partiendo de esperanzas diferentes y con objetivos diversos cada uno, y lejos de casa, en un entorno entre hostil y exótico, en esta segunda entrega Harriet da un cambio gigantesco en su forma de ser: deja de ser una joven sumisa a pensar por sí misma, a exigir a Guy su parte del matrimonio, que lo ejerza, que no sea simplemente parte de un papel firmado ante Dios. Guy por su parte sigue tan idealista como siempre, tan estoico en sus decisiones, tan inglés hasta el final, hasta que los acontecimientos les barren de arriba abajo y la barbarie se instala en una vida relativamente cómoda en el confín de un continente y tan lejos de su plácido (aunque en guerra esté en llamas y parcialmente ruinoso) y aristocrático Londres.

No puedo negar que este tipo de novelas donde los protagonistas son burgueses de alta cuna que se las dan de amantes del mundo y protectores del bienestar social, que frecuentan tanto fiestas populares y dan limosna a los pobres interesándose por ellos como van a fiestas privadas con caviar y champán, trajes obscenamente deslumbrantes y música actual de fondo, me encantan. The spoilt city tiene mucho de este tipo de novelas de burguesía, pero además tiene ese eco y trasfondo de novela clásica inglesa de espionaje, de maniobras en la oscuridad, de diplomacia a través de agentes culturales, o propaganda sucinta pero clara. Es una mezcla perfecta, narrada además de manera sutil y delicada como solo Manning puede hacer, sin dar esos aires de grandilocuencia que los hombres suelen dar a estas novelas.

Si no habéis leído aún The Great Fortune estáis tardando (ya sea en español o en inglés) y si lo habéis hecho y aún no os habéis hecho con The spoilt city estáis tardando aún más (aunque en este caso en español aún no esté disponible, o si lo está probablemente lo esté en alguna librería de segunda mano perdida en algún callejón torcido de alguna ciudad). Tengo ganas además de leer el cierre de la trilogía, que abrirá un nuevo horizonte en la relación de los Pringle al estar separados por la guerra y en lugares diferentes: Atenas y Bucarest. Nuevos horizontes y probablemente nuevas maneras de abordar su vida que me apetece explorar.

Caronte.

martes, 24 de mayo de 2022

Un lugar llamado Antaño

Los Premios Nobel siempre me han generado mucho respeto. Creo que ser digno de una distinción como la sueca presupone ya cierto nivel, cierta categoría, en el mundo de la literatura. Pero que un autor tenga el Nobel no es sinónimo de que su obra deba gustar. Vargas Llosa, Cela, García Márquez, Saramago, son autores a cuya obra vuelvo constantemente porque me hacen sentir par lectora y reconfortarme con historias sobre temas universales contadas con estilos llenos de matices. Sin embargo, Böll, Golding o Grass se me hicieron pesados de leer (por no querer decir infumables). Pero los premios literarios de cierto prestigio son así y nadie puede hacer nada para que eso cambie. La aclamación de crítica y público rara vez coinciden, por eso cuando lo hacen las sensaciones son soberbias. Poder conectar con un Nobel, para mí, es una sensación extraña, que me acerca a un nivel de lecturas alto, con cierto prestigio (puede que suene pretencioso, pero es así). Mientras que cuando leo un Nobel y me quedo indiferente y frío algo se rompe y retrocede en mi mundo literario.

Un lugar llamado Antaño fue una de las primeras novelas publicadas por la reciente (2018) Nobel Polaca Olga Tokarczuk allá por 1996, aunque no haya sido hasta hace bien poco que se haya editado y publicado en España (al albur de la concesión del Nobel supongo). Que comprara y leyera esta novela, que ni de lejos estaba en mi lista mental de libros y escritoras que descubrir, es culpa de un amigo editor que una mañana mientras paseábamos por la Feria del Libro Viejo y de Ocasión de Madrid, y viendo esta novela en uno de los puestos, me dijo que me comprara el libro que probablemente me iba a gustar. Bueno, lo de gustar lo podría entrecomillar porque no es que me haya disgustado sino, que simplemente me ha dejado bastante igual la lectura de una novela que venden como llena de un realismo mágico a la europea, pero con la que yo no he logrado conectar en ningún momento.

Es un poco indignante que en el propio resumen del libro que se hace en la contraportada se hable de Un lugar llamado Antaño como una novela de realismo mágico. Me parece un insulto que se intente encuadrar este libro en una corriente de la que García Márquez fue uno de sus principales valedores y cuyas novelas sí están impregnadas de un realismo mágico que deja al lector en la frontera de un mundo imaginario pero real. Tokarczuk narra la vida en un pueblo mediano polaco de sus habitantes: sus relaciones personales, sus envidias, rencores, rencillas y perdones… Pero de realismo mágico no veo nada de nada… Que simplemente porque el pueblo donde se desarrolla la acción no exista y porque en toda la novela se usen recursos literarios que deforman la realidad que, comúnmente, un lector entiende como verídica, empleando trucos bastante manidos ya no debería ser suficiente como para tratar esta novela dentro del realismo mágico.

Para mi el realismo mágico implica una deformación de la realidad donde lo fantástico e improbable se entremezclan con lo real y tangible para conformar una unidad narrativa casi perfecta en la que la ficción sirve para explicar y entender mejor el mundo en el que vivimos. Un lugar llamado Antaño es una novela que roza el realismo costumbrista, más el que el mágico. No hay una deformación suficiente de la realidad y se exponen hechos en lugares y condiciones que bien se pueden identificar con cualquier pueblito polaco que haya vivido el siglo XX con sus dos guerras mundiales y su dictadura comunista bajo el yugo asfixiante de la URSS. En esto no veo yo mucho realismo mágico y, sin embargo, he estado toda la novela buscando paralelismos con aquellos autores y novelas del realismo mágico como yo lo entiendo y poco he encontrado, por no decir nada…

No voy a quitar méritos a una novelista como Tokarczuk, que supongo que tiene su público y que por algo recibió el Premio Nobel hace un par de años. Tampoco quiero que parezca que Un lugar llamado Antaño es una pésima novela, porque no lo es para nada. Solo quiero dejar claro que aquello que se vende como una novela llena de fantasía para contar el terror del día a día de una sociedad y un pueblo prototípico y representativo de un todo, dejando a un lado la frialdad que a veces puede tener el costumbrismo. Como novela realista costumbrista estamos, aunque una novela notable en el que su coral de personajes conforma una partitura narrativa digna de mención. Pero pese a esto tengo que decir que no he llegado a conectar con la novela, ni con la trama, ni con el ritmo.

Como dije al principio, no haber llegado a conectar con Un lugar llamado Antaño, con esta novela de la novela Tokarczuk me hace sentir mal. Y no sé el motivo real para ello. En el fondo debería sentirme orgulloso de ser capaz de leer a un nobel y cuestionarle, pero también tengo la sensación de haber fracasado como lector no sabiendo valorar lo que he leído. Pero cuando uno no conecta con algo no conecta y pocas más vueltas se le puede dar al asunto. Siento si esta reseña desanima a alguien a leer esta novela o a acercase a la escasa obra publicada en español de Olga Tokarczuk, pero me dije en su momento que intentaría siempre escribir sobre lo que leo sin medias tintas y sin dejarme nada en el tintero por decir.

Caronte.

domingo, 15 de mayo de 2022

Temporada de huracanes

Me adentro de nuevo en la literatura iberoamericana. Esta vez con una novela también muy reciente que causó furor entre libreros y lectores hace un par de años y que he dejado pasar para intentar no subirme a la ola en toda la cresta y defenestrarme si no terminaba de surfearla bien. Como ya he comentado en otras ocasiones, no suelo leer novedades a no ser que sean de escritores a los que ya conozco y por tanto de los que espero con ganas sus novelas nuevas. Y no lo hago porque prefiero que el tiempo de a cada novela su lugar tanto en librerías como en mis propias ganas de leerlas. Hay novelas que creo querer leer en el momento de su publicación y que evito comprar para saber si pasado el tiempo sigo queriendo leerlas. Algunas superan este tiempo de hibernación y otras, probablemente para mi bien, caen en el olvido una vez el foco mediático editorial pasa a otra novedad más inmediata. Esta ha superado la hibernación y tras su lectura me reafirmo en mi estrategia.

Temporada de huracanes es, como su propio nombre indica, un verdadero vendaval de sensaciones que atrapa y arrastra al lector a un torbellino del que apenas puede salir y cuando lo hace no es indemne. Si empleo la comparativa entre este libro y parte de su título es porque sinceramente la narración de esta novela es un puro huracán: una narración continuada sin apenas puntos y a parte que hacen de su lectura todo un reto. Lo que puede parecer un hándicap para una novela en la etapa actual que vive la narrativa, en esta ocasión es todo un acierto y una vez el lector se hace a la forma y al ritmo de la narración esta se convierte es un puro torrente de emociones y sensaciones difíciles de expresar.

Como ya es también tradición en mis últimas lecturas, empecé Temporada de huracanes sin saber nada de lo que iba. El mero hecho de ser una novela iberoamericana, estar escrita por una mujer y haber sido tan celebrada en librerías desde que se publicó, ha bastado para que mi interés por ella haya permanecido intacto y quisiera leerla. Como no sabía nada de este libro al comenzarlo me sentí abrumado por enfrentarme a una narración continua sin casi descansos que, aunque no es la primera vez que leo algo así, siempre suele desanimarme la lectura. Pero superé cualquier prejuicio y me adentré en una historia de violencia sin paliativos, contada desde diferentes puntos de vista, desde diferentes ángulos y con diferentes sensibilidades que conforman un puzle narrativo casi perfecto.

Violencia. Violencia contra las mujeres, violencia contra los hombres, violencia por envidia, por miedo, por amor, por venganza… Violencia en todas sus formas. Violencia como manera de controlar una sociedad y atarla a la más absoluta de las indigencias culturales, sociales y económicas. Temporada de huracanes es una novela que gira sobre un estado de violencia generalizado en México. Violencia como diosa a la que se reza, a la que se entregan sacrificios y alrededor de la cual gira todo en ciertas partes de México y Latinoamérica.

Por encina de todas las violencias que Temporada de huracanas toca de manera directa o indirecta, está la violencia que deriva de un machismo que impregna toda la sociedad mexicana, desde hombres a mujeres desde que son apenas unos adolescentes. Y, sí, también las mujeres de esta novela son machistas, mucho, y su machismo arrastra a los hombres a un mayor machismo, a una violencia que queda justificada como demostración de hombría, de ser un buen macho, de ser un hombre con todas las letras y en mayúscula. Pero es que cuando la violencia está instalada y normalizada en la sociedad, cuando es una parte más de la manera en que las personas se relacionan entre sí, cuando es un proceso más de ubicación social, de adaptación a un medio en el que si no eres hostil y violento es probable que acabes en una cuneta o simplemente como medio de desfogue del resto, poco se puede hacer para romper el círculo.

Fernanda Melchor, la autora de Temporada de huracanes, ha dado un golpe en la mesa con esta soberbia novela en la que trata la violencia estructural social mexicana con total crudeza, sin dejarse llevar por el sentimentalismo y sin ocultar ni los orígenes de la violencia ni lo que entraña la misma en la sociedad. La novela además tiene una fuerza terrible, no solo por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta. El estilo, el cómo está narrado, el uso del lenguaje, el toque de realismo mágico que impregna la novela… Todo suma. Todo hace que esta novela sea casi perfecta, casi redonda (y no afirmo que es perfecta o redonda porque creo que eso no existe).

Probablemente no descubro nada nuevo a quienes os gusta la literatura o a los que seguís el blog hablando de Temporada de huracanas. Sin embargo, para aquellos que en algún momento os ha tentado acercaros a esta novela y no lo habéis hecho por miedo, por no querer enfrentaros a una narración donde la violencia es el centro y el eje alrededor del cual gira este huracán sin compasión, o por la forma en que está narrado, dejar a un lado todos vuestros temores y prejuicios y sentaros a leer una novela que te secuestra y te introduce en un mundo hostil donde apenas hay hueco para lo positivo.

Caronte.