miércoles, 24 de diciembre de 2014

Cinco y acción: "El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos"

Por fin llegó el tan esperado desenlace cinematográfico del mundo de Tolkien. Por fin después de catorce años de películas Peter Jackson ha puesto punto y final a una de las sagas más espectaculares y fantásticas de las últimas décadas del cine. Con muchas ganas he esperado este momento. Todo un año hemos tenido que esperar los aficionados al Señor de los Anillos para ver acabar esta epopeya. Desde el pasado mes de diciembre de 2013 que fui solo al cine a ver la segunda parte de “El Hobbit” he estado deseando que llegara esta última entrega, entusiasmado de ver lo que Peter Jackson nos tenía guardado. Y al final llegó el día. Esta vez fui al cine con un grupo numeroso de personas con alguna de las cuáles ya había intentado ir a ver las entregas anteriores sin que quisiera, lo que hacía tiempo no hacía. Mejor. Más posibilidades de comparar opiniones acabada la película.


Voy a intentar ser lo más objetivo posible, pero creo que es algo complicado teniendo en cuenta que soy un gran fan de las dos trilogías ideadas por Jackson a partir de las célebres novelas de Tolkien. Las comparaciones siempre son odiosas y sobre todo en el cine, pero era obvio que quienes habíamos visto y disfrutado como nunca antes con las trilogía de El Señor de los Anillos, íbamos a comparar ésta con la nueva trilogía de “El Hobbit”. Y así ha sido, no conozco a nadie que no haya comparado, para bien o para mal una con otra. Y siendo sincero conmigo mismo, yo también he comparado, y en esta comparación nada tiene que hacer esta nueva trilogía con la mítica original.

Si en “El Señor de los Anillos” la épica comparte sitio con un mensaje ético y moral muy fuerte, basado en la fuerza de la lealtad, el coraje, la valentía y sobre todo la amistad; en “El Hobbit” hay épica pero poco más. No es que sea poco la épica. Es más a lo largo de las tres películas de “El Hobbit” hay mucha épica, y escenas que realmente ponen los pelos de punta, pero poco o nada tienen que ver con las de El Señor de los Anillos. En esta nueva trilogía, y sobre todo en la última entrega, falta algo de humanidad, de sentimiento sincero, de entrega por parte de los actores incluso. Parecen ya cansados de este mundo originalmente ideado por Tolkien y remodelado por Peter Jackson. Es una pena la verdad que haya acabado de ver estas narraciones cinematográficas de este mundo fantástico con tan mal sabor de boca. O quizá no sea mal sabor de boca, pero sí he acabado con la sensación de vacío, de no estar satisfecho del todo, de que Peter Jackson me ha dejado a medias.

Vuelvo a comparar, pero esta vez no con la trilogía anterior, sino con la novela de J. R. R. Tolkien. Se supone que Peter Jackson, obviamente, se ha basado para la trilogía de “El Hobbit” en la novela homónima. Sin embargo creo, y no exagero, que de lo que se ha visto en las tres películas un 80% es invención de Peter Jackson y el 20% restante, libro. Es más una vez vistas las tres películas de “El Hobbit” me queda la sensación extraña de que la novela de Tolkien es un resumen de las mismas. No sé en qué estaría pensando Peter Jackson, pero sinceramente habiendo leído el libro de “El Hobbit” dos veces, que por cierto es una delicia de novela que se lee muy fácilmente al contrario de lo que pasa con las de “El Señor de los Anillos”, creo que ha fastidiado una historia que es muy interesante y que podría haber sido perfectamente llevada al cine sin tanta pompa ni haciendo tres películas de una libro de unas trescientas páginas. Supongo que Jacskon sabiendo lo que vendió con la trilogía anterior quería repetir el éxito, pero ya se sabe eso de que quien mucho abarca, poco aprieta.

Pero tampoco quiero criticar el hecho de que hayan salido tres películas de no sé dónde. Es más creo que en algún pasaje que otro Peter Jackson se ha lucido, véase Bosque Negro y huída del mismo en barriles de la segunda película o  la llegada salvadora de la águilas y la presentación de los enanos a Bilbo en la primera. Claro que no me extraña que le hayan salido tres películas teniendo en cuenta que de la reunión inicial de los enanos en la Comarca con Bilbo, pasaje que en el libro son veinte hojas, en la película sean casi cuarenta minutos. Lo que sí voy a criticar es que a lo largo de la trilogía lo que está basado en el libro al cien por cien va descendiendo paulatinamente; es decir, así como en la primera película de “El Hobbit” la mayor parte de la misma tenía que ver con el libro, la segunda ya tenía menos que ver, y la última que es de la que estoy hablando hoy, apenas tiene el hilo conductor básico del final de la historia. Esto me ha molestado. Que haya incluido historias que en la novela original no aparecen, pero que sirven para contextualizar la trilogía de “El Señor de los Anillos”, no me parece mal, quizá algo excesivo pero nada más.

Volviendo ahora sí a la tercera parte de “El Hobbit”, quiero decir que para nada es tan espectacular como se ha pintado desde los medios de comunicación y la prensa. Hay acción, sí, pero mucha menos de lo que yo me esperaba. Hablaban de cuarenta y cinco minutos de batalla final, es probable que la hubiera pero lejos está de mantener al espectador tan en tensión y con la boca abierta como la batalla de los Campos de Pelennor de “El Retorno del Rey”, aquello sí fue una batalla. Para ser sinceros la película está muy entretenida. Hay mucha accione, mucha batalla, muchos orcos, muchos enanos, muchos elfos, mucho de todo. Toda la película en general es un exceso. Pero también uno se divierte con todo ello. También hay una relación amorosa, o intento al menos, que acaba mal. Relación amorosa imposible entre una elfa y un enano, que no puede acabar bien, y que de hecho no aparece en el libro de Tolkien (es un regalito de Peter Jackson, para intentar humanizar la película, aunque creo que no lo consigue). Advierto que quien no haya visto las películas anteriores no se va a enterar de la mitad, y que por tanto evite ir al cine. Como todas las sagas de películas, o se siguen todas o no.

Una de las escenas que más me ha gustado de toda la trilogía de “El Hobbit” se produce en esta tercera entrega. La escena en cuestión es en la que Gandalf es liberado de las sombras por la Dama Galadriel que le protege frente a los nueve espectros del anillo, secuaces de Sauron. Además de Gandalf y la Dama Galadriel, intervienen dos de los personajes que a mí más me han gustado en las dos sagas: Saruman (interpretado por Christopher Lee, que haga de lo que haga en una película siempre da caché) y Elrond. Para proteger a Gandalf de las sombras y traerle de nuevo a la vida la Dama Galadriel le transmite casi toda su fuerza y su luz, mientras que Saruman y Elrond se despachan a gusto con los espectros del anillo para evitar que ataquen a Gandalf. Como digo es una de las escenas más espectaculares de las dos trilogías. Por fin aparece esa magia que se supone tienen los magos y los elfos. Magia y poder que se enfrentan a las sombras, y a un renacido Sauron, que parece que está volviendo. Esta es la única parte que agradezco a Peter Jackson que haya incorporado a “El Hobbit”, es decir, toda la parte referente al resurgir de Sauron, que le da a la saga un aire mucho más interesante, con una trama algo más rebuscada.

Los amantes de los efectos especiales también disfrutarán enormemente ya que en esta entrega sale todo el armamento pesado que Peter Jackson tenía guardado, y prácticamente no hay escena sin efectos especiales recreados por ordenador. Pero sin embargo este es otro punto que a mí me ha decepcionado bastante, no por defecto de efectos especiales sino por exceso. Y vuelvo a comparar con “El Señor de los Anillos”, donde a pesar de los efectos especiales, todo parecía mucho más realista, empezando por los orcos y los elfos que eran personas maquilladas. Sin embargo en las tres películas de “El Hobbit” todo parece mucho más irreal, como creado todo por ordenador. Para mí en este punto la película pierde enteros. Igual que la música. En esta ocasión la banda sonora me ha dejado mucho que desear, no hay una pieza o melodía que vaya a recordar especialmente, como pasaba en la anterior trilogía.


Mucho tenía que intentar superar Peter Jackson volviendo a la tierra media para recrear “El Hobbit” teniendo como referencia todos los aficionados la trilogía anterior, difícilmente superable. Y en parte ha conseguido su objetivo. Obviamente no ha superado la épica y grandiosidad de las tres películas de “El Señor de los Anillos”, pero no se ha quedado lejos, al menos en cuanto al nivel de efectos especiales. Sin embargo si tengo que juzgar en conjunto la trilogía de “El Hobbit” le doy un notable bajo. Creo que la saga ha ido decreciendo en intensidad narrativa, lo que pasa al alargar algo de manera innecesaria, e interés desde la primera película que sí me recordó a la saga anterior, pero la segunda y tercera entregas ya no han sido para tanto. Frío puedo decir que me quedé tras ver la película, y no fui el único. Del grupo con quien fui al cine dos amigos también pensaron como yo y se quedaron a medias. Lo malo, al final, es que este mundo ya se ha acabado, y ya no volveré a la Tierra Media más.

Caronte.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Cinco y acción: "St. Vincent"

Siempre antes de que llegue el invierno miro cuáles van a ser los estrenos de cine para los meses de los premios cinematográficos (diciembre y enero), para ver si hay alguna película que me pueda valer la pena ir a ver al cine, solo o acompañado. Y este año ha querido la suerte que en estos dos meses que he dicho va a haber bastantes películas que intentaré ir al cine a ver, aunque sé que a todas las que tengo apuntadas no podré ir, tendré que priorizar aquellas que pueda ir acompañado a ver para no parecer el rarito que va solo al cine. Lo cierto es que este año hay más títulos que quiero ver que los dos últimos, parece a primera vista que puede haber mejor material. Una de las películas que no tenía ni idea que se iban a estrenar era “St. Vincent”, protagonizada por Bill Murray, quien para mí es uno de los mejores cómicos puros de Hollywood.

No voy a negar que para empezar la película tenía todas consigo para que me gustara. Bill Murray es de los pocos actores que me hacen ir al cine, bueno más que me hacen, me obligan a coger el coche y acercarme al cine más cercano. He visto sus cuatro últimas películas, incluida ésta, pero esta es la primera en la que hace de protagonista casi omnipresente. Todavía recuerdo la primera vez que vi a este actorazo en una película, “Space Jump”, y desde entonces he intentado ver todas las películas suyas que echaban en la tele. No sé por qué, porque hay quien no soporta a este actor. Supongo que los actores buenos de verdad son aquellos que generan verdadera admiración o total desagrado. Ver el tráiler de “St. Vincent” me animó a ir a verla, sabiendo que fijándome solo en el tráiler podría llevarme un chasco. Sin embargo no fue así.

St. Vincent” es ante todo una película de entusiasmo vital, que ensalza las virtudes que puede llegar a tener el ser humano si no se deja llevar por el mal camino y no pierde la esperanza por la vida. Sin embargo para mostrar este lado brillante de la vida y del ser humano se parte de unos dramas familiares y personas que marcan a cada uno de los personajes que salen en la película. Una de las cosas buenas de esta película es que no hay excesivos personajes. De hecho, principales hay do: Vincent interpretado por Bill Murray, y Oliver interpretado por un chavalín llamado Jaeden Lieberher. Luego hay otros tres o cuatro personajes que tienen algo de peso en la película pero que sirven básicamente de acompañamiento a los principales.

La trama de la película se basa en la entrada en la vida de Vincent de sus nuevos vecinos, Oliver y su madre, y cómo este hecho cambia la vida de unos y de otros. Vincent es una persona ya algo mayor, veterano de la guerra de Vietnam que vive en una casa completamente destartalada, llena de suciedad y basura, con papeles tirados por todo el suelo. Vive solo en la casa, aunque se intuye que algo le tuvo que pasar a su mujer porque sí hay alguna foto de casado, salvo por su gato Félix. La vida de Vincent es una vida amargada, que se mueve entre el alcohol, las apuestas en el hipódromo, las deudas y la relación que tiene con una prostituta rusa (papel interpretado por una magnífica Naomi Watts). En definitiva es una vida triste, de alcohólico sin esperanza aunque hay un pequeño secreto que hace ver todo ese ambiente marginal en el que se mueve Vincent con otros ojos, como una vía de escape de una vida arruinada. Sin embargo todo esto empieza a cambiar cuando llegan sus nuevos vecinos: una madre que se está separando con su hijo Oliver. Ambos darán un vuelco en la vida de Vincent, y asimismo en la suya propia.

Oliver es un chaval judío que estudia en un colegio nuevo cristiano y que por ser el nuevo recibe insultos y abusos por parte de sus compañeros de clase más veteranos. Un día le roban todo lo que lleva, cartera, llaves de su casa, móvil y ropa (salvo el chándal de hacer deporte) y cuando llega la hora de volver a casa tiene que pedir ayuda a su vecino Vincent. A partir de ese día Vincent se convertirá en el cuidador de Oliver por las tardes durante todo el tiempo que su madre esté trabajando. En este punto es cuando “St. Vincent” se vuelve más interesante y cómica. La relación entre Oliver y Vincent pasa por ser la que un tío tendría con su sobrino, o casi. Los momentos hilarantes se enlazan unos con otros, los momentos que pasan juntos ambos son de lo mejor de la película. Poco a poco Vincent, o mejor dicho su lado más oscuro, dejado y desesperanzador dan paso a una personalidad más irónica, con más vida e ilusión. No es que Vincent se convierta en alguien ejemplar estando Oliver en su vida, todo lo contrario sigue con las mismas malas costumbres, pero tienen un cariz diferente, más vitalista. La relación se hace tan estrecha que Vincent comparte con Oliver su secreto y le hace cómplice de sus “ilegalidades”.

Pero no todo puede ser coser y cantar. También en “St. Vincent” hay un punto en el que todo parece irse a la porra. En un momento dado todo parece reventar de la presión, y Vincent vuelve a las andadas debido a un ictus que le deja muy tocado. Sin embargo con todas las personas que tienen su alrededor, sin él saberlo saldrá adelante poco a poco. Estos altibajos en la historia, los cambios inesperados en el comportamiento de sus personajes hace a la película muy amena y entretenida y emotiva. Quizá el mejor calificativo para esta cinta sea una tragicomedia emotiva, ya que hay mucha comedia, pero es una comedia que envuelve los problemas de la gente normal, problemas que tenemos que llevar a cuestas durante nuestra vida y que si no sabemos llevar con algo de humor, y sobre todo con ayuda, terminan acabando con nosotros. El final de la película culmina con toda la burbuja de emoción que se va generando en la misma. Quizá, por ser algo crítico, sea más emotivo que lo justo y necesario, intentando ser efectista en los sentimientos que se pretenden transmitir al espectador, pero si este era el objetivo al menos conmigo lo lograron.

En el capítulo personajes quiero destacar por encima de todos a Bill Murray que vuelve a deleitar al público con uno de esos papeles que llevaba mucho tiempo si interpretar pero que fueron los que le dieron la fama de gran caballero de la comedia pura y dura. En “St. Vincent” está soberbio, de principio a fin, creando un personaje totalmente creíble en el que se pueden ver todos los defectos de la sociedad moderna, pero que también puede mostrar todas las virtudes. Bill Murray es un genio y en esta película lo vuelve a demostrar. Muy merecida tiene la nominación al Globo de Oro al Mejor Actor de Comedia (y más merecido aún tendría ganar el premio); no sé si será nominado al Oscar porque este año parece que va a estar muy peleado. Sin embargo la película no es toda él. El chaval que interpreta a Oliver también hace un papel estupendo, a pesar de su corta edad.

Quiero destacar el papel de prostituta embarazada que interpreta Naomi Watts. La verdad es que me costó reconocerla en ese papel. Está muy bien caracterizada como mujer que cobra por dar placer pero que al estar embarazada no trabaja como debería. Y destaco esta interpretación porque creo que de los puntos más divertidos de “St. Vincent” muchos los tiene este personaje, que además tiene una relación con Vincent, aunque sea esporádica. Esta prostituta parece dura, y curtida por la vida y su trabajo, pero también tiene su corazón y cuando Vincent sufre el ictus le cuida, aunque quizá por interés quien sabe. El personaje de la madre de Oliver aunque creo que se podría haber sacado más jugo también es importante para terminar de dar coherencia a la película y para añadir un drama más al argumento para crear esa atmósfera emotiva que termina por ensalzar a Vincent como un buen samaritano, aunque en apariencia parezca lo contrario.

Pocas quejas o críticas negativas puedo dar de “St. Vincent” porque es una película que me ha gustado bastante. Si tengo que ser sincero los primeros minutos de la cinta, son un poco aburridos y no dicen gran cosa, y por esto tuve miedo de que la película me decepcionara. Sin embargo superados esos primero minutos de toma de contacto con la historia, toda cambia y tengo que reconocer que superó mis expectativas. “St. Vincent” es una película que a pesar de una atmósfera de degradación y problemas personales, detrás hay historias de grandes corazones y de ayuda desinteresada (o casi). La película pretende ser un canto a la esperanza en el ser humano, y gracias unas magníficas interpretaciones y un guión también bastante decente (aunque a algunos personajes se les podía haber sacado algo más de sustancia y haber dado un punto algo más hilarante) la película consigue transmitir buenas sensaciones, emoción (al final a mí se me saltó alguna lágrima) y vitalidad. Recomendaría a todo aquel que quiera pasar un rato divertido y a la vez lleno de emoción sincera y que quiera salir con las pilas cargadas que vaya a ver esta película (y ya si os gusta Bill Murray seguro que no os defrauda).

Caronte.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Lectura crítica: "El americano impasible"

De Graham Greene sólo he leído dos novelas, contando con esta de la que hoy estoy escribiendo, y sin embargo sé que este escritor inglés ya es uno de mis preferidos y que seguiré leyendo su obra hasta que me termine la última página que haya escrito. No suelo sacar conclusiones sobre un autor con tan poco material leído, pero las dos novelas suyas que ya he acabado me han resultado más que estimulantes, y las he devorado como devoraría una buena tarta Sacher. Tanto “Nuestro hombre en la Habana”, de la que ya hablé en su día, como esta que acabo de terminar, “El americano tranquilo” o “El americano impasible” (pongo estas dos traducciones del título porque no hay mucho consenso a la hora de titular esta novela en castellano, en inglés está claro: “The Quiet American”), son dos novelas que aparte de narrar una historia más que entretenida, consiguen ahondar en asuntos que hacen al lector reflexionar después de leer unas cuantas páginas.

En esta novela Greene nos transporta a Indochina durante la guerra de la independencia contra Francia a principios de los años 50 del siglo pasado. Aunque sea ficción lo que se narra en las páginas de “El americano impasible”, hay mucha parte también de la propia experiencia de Greene como corresponsal de aquella guerra para varios periódicos accidentales. Si uno se para a pensar en la vida de Graham Greene se dará cuenta que en comparación con la de cualquiera de nosotros la suya fue una vida llena de aventuras y experiencias de todo tipo a lo largo y ancho del mundo, en definitiva una vida llena de vida. Con estas vivencias es lógico que consiga en sus novelas un realismo descarnado que pocos autores consiguen. Es complicado no ver en Thomas Fowler, el protagonista principal de la novela que a su vez hace también de narrador, la imagen de Greene. Muchos son los paralelismos que les unen, ambos son ingleses y corresponsales en la guerra de Indochina; sin embargo no hay que olvidar que la historia es ficción.

Como he dicho el narrador de la historia de “El americano impasible” es Thomas Fowler, un veterano corresponsal de guerra, lleno de cinismo y con un carácter yo diría que algo oscuro, pero lleno de matices y riquezas. El otro personajes principal de la historia es Alden Pyle, o simplemente Pyle como se le conoce durante prácticamente toda la novela (su nombre de pila apenas sale un par de veces), un joven norteamericano idealista con pasaporte diplomático que intenta promover en los ciudadanos de Indochina las ideas de libertad y democracia. Pyle es “el americano impasible” que reza el título de esta novela, y a lo largo de la misma el lector descubrirá por qué le llaman así en la historia. El nexo de unión entre Fowler y Pyle, aparte de ser ambos occidentales en un país donde eso es ya simplemente un hecho diferenciador, una carta de presentación, es una joven nativa de nombre Phuong, cuyo carácter y personalidad no quedan nunca claros en la novela. Phuong es la amante de Fowler, casi por conveniencia por su parte para obtener protección de un occidental, y dinero, pero cuando Pyle entra en escena éste se enamora de ella e intenta por todos los medios que ella se vaya con él.

Con este planteamiento alguien podría llegar a pensar que “El americano impasible” es una novela que versa principalmente de amor. Pero no es del todo así. Es cierto que hay una carga argumental muy importante que tiene que ver con el trío amoroso que he citado antes, pero no es  el hilo argumental principal. La verdad es que me gustaría encuadrar esta novela en algún género para poder ser más claro hablando sobre ella, pero no creo que haya ninguno en el que encaje al cien por cien. En esta novela, que generalmente se encuadra dentro del género de guerra, se mezclan hechos históricos, intriga, espionaje, guerra y una dosis muy elevada de amor con sus consiguientes sentimientos. Todo esto han hecho que este libro me haya mantenido pegado a sus páginas sin desear despegarme, sin querer llegar nunca a la universidad o a mi casa en el metro para seguir leyendo un poco más.

Sin embargo quizá lo más interesante de la novela no es simplemente su argumento, que por cierto está muy bien llevado y hasta el final de la novela no se terminan de aclarar las cosas, sino todo lo que va rodeando al tema principal. Muy interesantes me han resultado las escenas que Greene narra y describe sobre la guerra in situ, y el ambiente tan diferente que había en aquel lejano país de Asia de nombre mítico e histórico entre la parte que estaba en guerra y las zonas donde el sonido de las explosiones todavía quedaba demasiado lejos como para poder oírlo de primera mano. La vida cotidiana, los bares oscuros, los prostíbulos, los hoteles occidentales en cuyos salones y bares se reúnen periodistas con militares franceses, éstos con diplomáticos extranjeros, o con miembros de la resistencia indochina, hombres de negocio, y se comentan, no siempre de manera oficial, asuntos intrigantes que permiten a Greene ir metiendo de vez en cuando alguna que otra reflexión sobre el sentido de las guerras y sus necesidades. La crueldad, la frialdad, el sinsentido y la extraordinaria aleatoriedad en la que el destino decide quien vive o quien muere, y que impregnan todas las guerras desde que hay registros en el mundo también es un tema que a lo largo de las páginas de “El americano impasible” Graham Greene trata bastante. Como he dicho, con esta novela el lector puede llegar a hacerse una imagen muy completa y acertada de lo que es una guerra, o mejor dijo de lo que era una guerra cuando éstas se libraban todavía sobre el terreno.

Pero aún hay una parte mucho más interesante y esa es la gran maestría con la que Graham Greene logra retratar la compleja personalidad del ser humano. No hablo ya de simplemente las diferentes posiciones que tienen Fowler y Pyle con respecto a la guerra de Indochina; el primero manteniendo una actitud mucho más neutral mientras casi dejándose llevar por los acontecimientos, tanto que incluso ve con buenos ojos morir ejerciendo su profesión de corresponsal, de contar la historia; mientras que el segundo mantiene una actitud mucho más activa, quizá egoísta en cierto punto, en el que alienta la búsqueda de la libertad mientras que intenta mantenerse alejado de la actividad para no terminar salpicado por ella. Hablo también, y sobre todo de las diferentes concepciones sobre el amor que aparecen en “El americano impasible”, por parte de los tres personajes afectados por ese sentimiento del alma: Fowler, Pyle y Phoung.

Es una delicia leer las profundas conversaciones que mantienen Pyle y Fowler, ya sea en la casa de este último o en un restaurante, o incluso en lo alto de una torre de vigilancia en el frente de guerra que termina siendo atacada. Greene plantea con estos dos personajes dos visiones completamente opuestas del amor, y en definitiva de la vida; si Pyle es soñador y entiende el amor como pasional y como medio de protección para Phuong, Fowler lo asume como algo más egoísta (y supongo que en este aspecto Fowler muestra su lado más cínico) para consigo mismo entendiendo su amor por Phuong como algo que le permita acabar sus días con alguien en vez de estar solo. Durante las intensas conversaciones que mantienen y durante las cuales también terminan por hacerse amigos, si es que puede existir la amistad entre dos personas que buscan quedarse con la misma chica, se ven claramente las miserias de ambos y sus contradicciones, incluso las mentiras que se sueltan entre sí para poder encajar sus ideas. Quizá sean estas conversaciones en las que salen todo tipo de temas lo que más me ha gustado de “El americano impasible”, porque la verdad es que tras leerlas se me quedaba en el cuerpo y en la mente una sensación extraña que me hacía reflexionar sobre ellas.

Poco más se puede decir de una novela no muy extensa pero que tiene una intensidad narrativa y argumental muy fuerte. Se lee bastante bien, al menos en inglés, y por tanto si no han hecho una chapuza de traducción en español también se entenderán a la perfección todos los matices. Lo bueno de “El americano impasible” es que tiene de todo con la suficiente intensidad como para conformar una historia completa muy bien hilada y con un trasfondo histórico real en el que se desarrollan una serie de relaciones personales que terminan marcando a todos los protagonistas y haciéndoles, en parte, cambiar, aunque esto nunca es definitivo. Amor, cinismo, conveniencia, traiciones, envidias, odios, espionajes, guerra y muerte; poco más se puede pedir a una novela y esta lo tiene todo. Agradezco enormemente a mis amigos que me permitieran descubrir el año pasado, gracias al regalo que me hicieron por mi cumpleaños, a Graham Greene que ha conseguido lo que pocos escritores pueden hacer en buen grado como es hacerme leer con entusiasmo y atención infinita, y no querer dejar de hacerlo por querer seguir sabiendo más y reflexionando y profundizando en el análisis de los sentimientos humanos.

Caronte.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Cinco y acción: "Exodus"

Esta era sin duda una de las películas más esperadas del año. Mucho se había hablado de “Exodus”, la película con las que Ridley Scott volvería a deslumbrar a los espectadores y amantes del séptimo arte, y en la que rescribiría la historia de Moisés y el pueblo judío. Sin embargo que de una película se hable mucho y durante mucho tiempo, y que se espere como agua de mayo no implica nada más que expectación. Y en ese caso era normal la espectación, teniendo en cuenta que es Ridley Scott quien firma la nueva revisión de la mítica historia de Moisés y la liberación del pueblo judío de las garras del faraón egipcio, el autor de películas tan famosas y reconocidas como “Blade Runner” o “Alien”; y el protagonista es Christian Bale, el mejor Batman de todos los tiempos.

Pero expectación no es sinónimo de éxito. Muy ardua tenía la tarea Scott para igualar la épica película de 1956 “Los Diez Mandamientos” del gran director Cecil B. DeMille, protagonizada por Charlton Heston y Yul Brynner, y de la que todos hemos oído hablar, o incluso visto (mi madre cada vez que la echan en la ultracatólica TeleMadrid se pasa toda la tarde viéndola, con sus casi cuatro horas de metraje). A pesar de la maestría demostrada con hecho de Scott parece que esta vez la montaña que tenía que escalar le ha vencido. Reconozco que no lo tenía fácil, pero sinceramente me esperaba mucho más de “Exodus”, y no es simplemente mi opinión porque fui al cine con un amigo que también tenía muchas ganas de ver la película, tanto por Ridley Scott como por Christian Bale, que salió con las misma sensaciones que yo.

Y me decepcionó por varias razones, entre ellas la omisión de algunas escenas míticas de la versión original de la película que todos tenemos grabadas en la retina por haberlas visto alguna vez y que no entiendo muy bien las razones (si es que las hay) para que no hayan sido incluidas en esta nueva versión. Por otro lado  la película sí que es efectista, en el sentido de que tiene las elevadas dosis de súper efectos especiales que caracterizan últimamente a las mega-producciones de Hollywood. Pero ahí se acaba lo interesante, si es que dichos efectos especiales son interesantes per se, que tengo mis dudas, ya que en algunas ocasiones no se sabe si lo que se ve en la pantalla es un escenario natural o una recreación por ordenador (yo todo esto que se supone que la película ha sido rodada en España en espacios naturales envidiables e inigualables a lo largo y ancho del mundo).

En cuanto a la historia “Exodus” sigue las líneas maestras argumentales de la versión original de 1956 y los principales hechos de aquella cinta se narran en esta de manera similar, aunque con los suficientes cambios como para hacer atractiva en el siglo XXI una película de hace casi sesenta años incluyendo elementos que entonces no hubieran salido por haber sido considerados inadecuados. Sin embargo como he dicho antes hay varios elementos que me faltan y no entiendo los motivos para esa ausencia. En primer lugar siempre que se recuerda “Los Diez Mandamientos” nos viene a la mente la imagen de Moisés acompañado siempre por su inseparable callado. Pues bien ahora ya no es así. En ningún momento en la película, al menos en momentos cruciales, Moisés aparece con su callado, sino con una espada algo simbólica que al principio de la película el Faraón le entrega así como a Ramsés. Pero esto no es lo más sangrante a mi modo de ver, sino que lo es el hecho de que la escena de las serpientes, cuando Moisés demuestra el poder de su Dios haciendo que su callado se convierta en un ejemplar de dicha especia y devora a otras dos varas transformadas por los hechiceros del Faraón. Sinceramente señor Ridley Scott, no entiendo que se suprimiera esta escena.

Otra cosa que no me ha gustado nada de la película es que representen a Dios en forma humana a través de un niño que solo ve Moisés, y que tiene pinta de desharrapado o de haber sido abandonado por sus padres a su suerte y vaga de pueblo en pueblo viviendo de la misericordia de la gente. Dios no tiene forma, a qué viene representarle físicamente, con lo bien que hubiera quedado una voz en off potente de esas que Hollywood sabe incluir en escenas sin sentido de muchas películas. Aquí también me gustaría señalar que otra de mis decepciones fue la imagen de la zarza ardiente que revela a Moisés su destino como enviado y profeta de Dios, y es que creo que la de los “Los Diez Mandamientos” es mil veces mejor y más lograda a pesar de los casi sesenta años que tiene. Pero para decepción grande la que me llevé, así como mi amigo que me acompañó a ver la película, en la escena de la separación de la aguas del Mar Rojo. Esta sí que ha sido una decepción y no la eliminación de España del Mundial de Brasil. ¿Cómo se puede, señor Scott, reproducir una de las escenas más espectaculares y épicas de la historia del cine de manera tan mala? En una película que se supone una superproducción de Hollywood con un presupuesto de 140 millones de dólares no puede haber una escena tan paupérrima como esta de la separación de las aguas que ha hecho Ridley Scott en “Exodus”. Porque es que realmente no hay separación de las aguas propiamente dicha. El hecho es que llegan los judíos al borde del Mar Rojo perseguidos por los egipcios y se ven incapaces de poder cruzar. En ese momento Moisés se ve sin solución, sin respuesta, y desesperado lana la espada que le regaló el Faraón al mar. En ese momento yo me esperaba una separación de aguas digna de una película que tanta expectación había levantado. Pero no ocurrió nada. Fue a la mañana siguiente cuando se dio cuenta Moisés de que las aguas estaban retrocediendo, como si bajara la marea. Lo dicho un chapuza monumental.

Eso sí, si a la hora de separar las aguas Scott hace una de las mayores pifias de la historia del cine, cuando deben volver a su sitio, sí que sale a relucir su alma de director de gran superproducción hollywoodiense y la escena merece todos mis aplausos. Pero quizá sean los únicos que reciba. En el tema plagas de Egipto he de decir que me dejaron un sabor agridulce, por un lado me parece que estaban bien tratadas y se nota que se ha gastado buena parte del presupuesto de efectos especiales en ellas, pero por otro lado me falta verosimilitud a las mismas, porque que yo recuerde en “Los Diez Mandamientos” cada una de las plagas iba anunciada por Moisés, sin embargo en “Exodus” no es así y mientras Egipcio sufre todas las desdichas posibles Moisés está organizando una especie de Podemos a lo hebreo.

En el ámbito de las interpretaciones hay de todo. Creo que Christian Bale no hace del todo un mal papel, aunque está lejos de hacer el mejor de su vida y creo que él mismo lo sabe porque en muchas escenas no se le ve nada convincente. Supongo que debe ser algo duro pasar de interpretar al mejor Batman de la historia, papel que, aunque pueda parecer una frivolidad lo que voy a decir, hubiera merecido a mi entender un Oscar de Hollywood, a intentar emular a Charlton Heston. Sin embargo quien le da la réplica y tiene que hacer el papel de Ramsés, Joel Edgerton (actor que no conocía), no le llega ni a la suela de los zapatos a Yul Brynner, es más creo que es una de las peores interpretaciones que he visto en mi vida. Con perdón a quien se pueda sentir ofendido por lo siguiente, a mí me ha dado la sensación de que el personaje de Ramsés era un poco tonto, sin muchas luces quiero decir, y creo que no debería haber sido así.

Dejando a un lado aquello que no me ha gustado de la película y aquello que me ha decepcionado profundamente, paso a detallar algún detalle digno de mención para el aficionado al cine español. Resulta que muchos de los escenarios naturales de la película, aquellos que no están recreados por ordenador, han sido filmados entre Almería y Fuerteventura. No es de extrañar ya que Ridley Scott no es la primera vez que se fija en España para rodar alguna película, ya pasó con “El Reino de los Cielos” en el castillo de Loarre, y no me sorprende ya que España tiene de los mejores paisajes naturales del planeta. Sin embargo en la película no se hace merecida justicia de dichos paisajes, quedan muchas veces desdibujados por los efectos especiales encaminados a ampliar la grandeza de los mismo. Otras dos notas españolas de la película son la actriz María Valverde que interpreta a la mujer de Moisés, y Alberto Iglesias que ha sido encargado de poner música a la película. Quiero resalta este último toque español porque creo que la música de la película está bastante bien, y cumple con le épica que se le debe exigir a la banda sonora de una película de estas características.

Pero esto es quizá lo único decente y aceptable de la película, por decir algo buena vaya. Porque si tuviera que ser realmente franco diría que la película no me ha gustado nada. Ha sido una decepción monumental. Me esperaba mucho más tanto del director, como de los actores, como de la propia historia que falla en momentos clave que todos recordamos cuando nos hablan de Moisés. Quizá para la próxima peli de Scott, éste recupere se magnífico pulso narrativo, porque en esta desde luego que no lo ha conseguido.

Caronte.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Lectura crítica: "El inocente"

Sobre la novela de la que hoy me toca hablar leí hace no mucho tiempo un artículo que, entre otras novelas del mismo estilo, alababa una serie de títulos imprescindibles para los amante de la literatura de espías y espionaje. En esa lista de títulos había otros que ya había leído y que realmente están muy bien, y quizá por ello me decidí a leerla. Por esto y porque su autor, Ian McEwan, se ha empezado a convertir en uno de mis favoritos. Otro factor que contribuyó a que escogiera esta novela y no otra de temática similar (en este punto he de confesarme adicto a las novelas que tratan sobre espías y se ambientan en épocas donde el espionaje era de verdad un trabajo en el que se jugaba el destino de parte del mundo), además de que hice entre mis amigos de la universidad una encuesta para que eligieran por mí, fue que se desarrollaba en Berlín y este año se ha cumplido el 25 aniversario de la caída del muro.

El inocente” no es sin embargo una novela de espías al uso. En el fondo poco espionaje de peso sale o se trata en la historia. El único nexo existente con el espionaje es el entorno que rodea al protagonista de la novela, un joven inglés ingeniero, que es e enviado a Berlín, una ciudad ocupada por cuatro países, dividida realmente en dos bloques que intentan llevarse lo mejor posible sabiendo que no se soportan, para trabajar con los americanos en el proyecto de un túnel secreto que les servirá para interceptar comunicaciones rusas. Este joven inglés, de nombre Leonard, es nuestro “inocente”, porque así es como llega a una ciudad que está en ruinas destruida por la guerra que ya hace quince años que ha acabado. Sin embargo su inocencia durará más bien poco, el mundo en el que sin quererlo ni saberlo de primeras se mete le cambiará para siempre y le hará cuestionarse muchas cosas. En Berlín, Leonard perderá su inocencia en muchos ámbitos de la vida, se quitará el velo con el que todo ser humano nace.

La historia que se narra en “El inocente” está basada en una operación de inteligencia real que llevó a la CIA y al MI6 a cooperar para la construcción de un túnel entre los sectores americano y ruso de Berlín para monitorizar las comunicaciones del Alto Mando Ruso. Con esa trama de fondo, en la que el joven Leonard se verá envuelto en un juego de secretos y círculos de seguridad, poco a poco irán apareciendo personajes que llenarán de misterio la novela porque el lector nunca sabe si está ante un personaje que va de frente con buenas intenciones y que en definitiva es quien parece ser; o si por el contrario se está ante un personaje que no es ni de lejos aquello que en un principio parece ser. Este juego de sombras, de diferentes tonos de grises en una paleta cromática de tonos ocres y sin vida, dibuja un Berlín donde el miedo y los ecos de los bombardeos de una guerra no tan lejana todavía siguen pesando sobre la conciencia colectiva de sus habitantes, y las ruinas de los edificios se esparcen por las parcelas sin que nadie parezca preocuparse lo más mínimo por ellos.

La historia no se centra solo en la relación de Leonard con el túnel secreto y con los diferentes compañeros, en principio de armas, con los que convive diariamente y bajo cuya supervisión se encuentra, sino que pronto empieza cobrar un matiz más personal. Y ese matiz no puede estar introducido más que por una mujer. Esta mujer, de nombre Maria, es alemana y tiene varios años más que Leonard, además está divorciada, hecho que al principio podría llegar a pasar desapercibido, pero que con el paso de las páginas gana en importancia, no el mero hecho de estar divorciada sino más bien su ex marido que se convierte sin quererlo en una pieza fundamental en la transformación y pérdida de inocencia de Leonard en un momento dado de la novela que no puedo desvelar aquí.

Desde mi punto de vista ninguna novela de espionaje, o de espías como cada uno quiera llamarlas, es tal sin una historia de amor, o mejor dicho de pasión. Hablando con propiedad nunca hay amor en las novelas de espías, no puede haberlo porque la propia idiosincrasia del espía le impide que crea en nadie, o que se entregue a nadie. Es la pasión la que cobra importancia. Amor y pasión no representan la misma cosa. El amor es una relación que más allá de la mera atracción entre dos personas, hay un vínculo muy duro basado en la confianza. Por el contrario, la pasión es más impulsiva, puede conducir al amor, pero en un principio muchas relaciones se pueden llegar a confundir con ataques de pasión. En “El inocente” es la pasión la que domina esta relación entre Maria y Leonard. No puede ser otra cosa. Es con Maria con la que Leonard pierde también en parte la inocencia, esa inocencia que durante más o menos tiempo nos tiene a todos alejados del deseo carnal. En esta novela, Ian McEwan mezcla con una maestría que en pocos libros he podido ver, amor, pasión, secretos y dudas. Como he dicho, creo que una novela de espías sólo es buena si hay una relación difícil entre un hombre y una mujer, si hay pasión.

 Pasión, espionaje y traición forman parte de la misma ecuación y en “El inocente” están presentes en todas y cada una de sus páginas. McEwan crea desde el principio una atmósfera de dudas, incluso sobre el propio protagonista de la historia, aunque las dudas que en un principio se pueden tener sobre Leonard pronto desaparecen debido a su ingenua inocencia, o inocente ingenuidad. El juego se sombras que se ve en el propio Berlín y en la misión secreta en la que trabaja Leonard, y en la que nadie parece ser quien dice ser, se contagia también a su relación con Maria, en la que ésta no termina de decir por completo quién es ni cuál ha sido su pasado. Y como suele pasar siempre, el pasado termina por volver, es algo que no podemos evitar. Es una noche cuando este magnífico cóktail termina por explotar, justamente cuando el pasado termina por volver a llegar y Leonard termina por perder toda su inocencia.

Me gustaría poder contar más pero no puedo hacerlo. En este momento “El inocente” se vuelve agobiante para el lector que asume como propias las angustias de Leonard por todo lo que en un instante se termina por desencadenar sin saber muy bien cómo manejarlo. Hay pasajes de la novela en los que McEwan recrea una atmósfera totalmente desconcertante y además con un ritmo narrativo que llega a conseguir que al lector se le acelere el pulso. La combinación de regresiones al pasado con la narración presente hace aún más apetecible e interesante la novela porque hace que el lector tenga que estar muy atento a todo lo que sucede para saber en qué momento se mueve y no perder el hilo. Siempre es gratificante encontrar novelas, y escritores, que obliguen al lector a mantener una atención superior a la media durante la lectura. Esto suele pasar en las novelas de espionaje, aunque si no se sabe controlar bien esta tensión narrativa puede llegar a ser excesiva y en vez de obligar al lector a permanecer enganchado a la historia, se pierda su interés.

El libro me ha parecido excepcional, de los mejores con atmósfera de espías que he leído recientemente. Si he de poner alguna pega para que no todo sea tan bonito y reluciente, podría decir que he echado en falta algo más de espionaje, más oscuridad y dobles sentidos, más máscaras, más dobles o triples juegos, más traición. Pero a pesar de estas pegas he de decir que tiene todos los ingredientes necesarios para gustar a los amantes de la novela de espías, sobre todo en el ámbito pasional. Aunque pueda parecer que McEwan se centra mucho en el ámbito amoroso/pasional entre Leonard, nuestro inocente, y Maria, el lector terminará por darse cuenta que nada sobra, ni una línea, ni una página, y que todo: túnel secreto, vecinos un tanto impertinentes, ex marido de Maria, jefe de Leonard, guardias de seguridad, círculos de confianza, etc., termina siendo fundamental para el final de la historia.

Con “El inocente” Ian McEwan ha construido un puzle gigante en el que al final todas las piezas terminan encajando de una manera u otra, y ninguna de manera artificial o forzada. Con esta novela uno aprende que el amor, la pasión, el espionaje, los secretos, los dobles juegos y la traición forman parte de un mismo juego que siempre suele conllevar la pérdida de la inocencia de aquellos que se animan a jugar. Aunque si no se juega no hay nunca oportunidad de ganar, aunque por el camino se haya perdido nuestra inocencia.

P.S.: Si se tiene la posibilidad sería interesante que la novela se leyera en inglés, porque se consiguen muchos más matices, y en esta novela son más necesarios que en otras.

Caronte.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Lectura crítica: "El Palacio de la Luna"

No voy a descubrir la electricidad diciendo que Paul Auster es mi escritor americano favorito, y uno de mis favoritos en inglés (junto con John le Carré). Pero aún así cada vez que descubro y leo alguna de sus novelas esta atracción por Auster se acrecienta y con “El Palacio de la Luna” he vuelto a quedar anonadado por la capacidad de este escritor para mostrar y describir sin pudor el mundo interior del ser humano, ese mundo que todos vivimos personalmente y que pocas veces compartimos con otras personas. Esta novela de Auster fue publicada en 1989, ha llovido mucho desde entonces, pero aún así lo que se plasma en sus páginas sigue teniendo vigencia, y lo tendrá siempre porque lo que esta novela narra por encima de todo es cómo somos los seres humanos y qué sentimos dentro de nosotros mismos, y esto siempre será así por mucho que cambie la sociedad en su conjunto, porque los individuos que la formamos poco cambiamos nuestros mundo interior.

La historia que se narra en “El Palacio de la Luna” se desarrolla en Nueva York. Siempre está esta ciudad presente en las novelas de Auster, aunque las historias no se desarrollen en ella. La eterna ciudad gris de hormigón, acero y cristal, inmensa e inabarcable, multicultural e individualista, rica y miserable. No hay nadie mejor que Auster para describir su ciudad, no ya lo más conocido mundialmente sino aquello que Nueva York se guarda para aquellos que la aman. No he ido nunca a Nueva York pero supongo el día que ponga por primera vez un pie en sus calles poco o nada me resultará extraño, aparte de por el cine que ha retratado eternamente a la ciudad de los rascacielos en multitud de películas, también por las novelas de Auster que siempre llevan al lector a rincones extraños, extravagantes, bohemios y ante todo desconocidos.

En esta ocasión Auster nos presenta a un joven estudiante desnortado, desubicado en el mundo que ha perdido el rumbo de su vida y que se ve incapaz de recobrarlo, llamado Marco Stanley Fogg. La vida de Fogg pierde sentido cuando muere su tío Víctor, con quien había vivido desde que su madre falleció en un accidente de tráfico, y queda sólo en el mundo. Desde este momento Fogg pierde su norte, no encuentra el sentido de nada y sin ese sentido que todos debemos ver para poder seguir día a día viviendo y siendo, termina por dejarse llevar por la vida, simplemente sin hacer absolutamente nada de manera racional. Una vez se le acaba el dinero que su tío le dejó en herencia, tiene que empezar a vender la inmensa colección de libros que también le lega, hasta que llega un momento en que no tiene más que vender. Sus amigos de la facultad o mejor dicho su amigo de la facultad, Zimmer, intenta ayudarle, pero Fogg termina por rechazar la ayuda. Cuando tiene que dejar el apartamento donde vive de alquiler por impago empieza a deambular por las calles de Nueva York de un lado a otro sin rumbo, sin sentido.

Como no tiene ningún lugar donde ir, decide que lo mejor es ir a Central Park, donde suelen vivir los vagabundos y mendigos. Allí es donde una noche lluviosa después de muchas penurias acaba por sucumbir y cae a lo más hondo de su ser. Cae enfermo y si no es por su amigo de la universidad y por Kitty Wu una joven china que conoció un día por casualidad y de la que se quedó prendado, hubiera perecido en una especie de cueva en mitad de Central Park, solo. En este punto empieza a cambiar todo. Tras pasar una temporada en el hospital, va a casa de Zimmer y termina de recuperarse. Mientras tanto su amor con Kitty Wu sigue creciendo y haciéndose cada vez más fuerte. Este amor parece que le hace volver a recuperar un poco el rumbo de su vida, por ello recuperadas sus fuerzas decide buscar trabajo.

A partir de este momento empieza la parte más profunda de “El Palacio de la Luna”, esa donde Auster muestra su maestría con las letras, donde demuestra que es uno de los grandes. Fogg entra a trabajar para un viejo, Thomas Effing, muy particular. Este Effing es uno de los mejore personajes que desde mi punto de vista Auster ha creado en sus novelas, es un viejo gruñón, callado, que no ve y que va en silla de ruedas, que vive en su casa con una mujer que le ayuda y le asiste y con la que suele tener enfrentamientos cargados de ironía, maldad y duras palabras, pero que siempre acaban soportándose. Effing busca a alguien joven que le saque por la ciudad y vea por él. Ese alguien termina siendo Fogg. Empieza aquí una relación extraña, casi diría yo estrambótica. Poco a poco se ve que Fogg no será un simple acompañante de Effing, sino alguien mucho más importante, una parte de un todo más amplio que poco a poco irá descubriendo. Effing tiene un plan y ese plan es contar quien es, quien fue y quien no será, porque también tiene planeada la fecha de su muerte. Fogg termina encargado de redactar la necrológica de Effing, y de contar su verdadera historia que se hunde muy profundamente en la mente y personalidad humanas.

Nada de lo que pasa en esta parte de “El Palacio de la Luna” es lo que parece, nada pasa por pasar, todo es relevante, nada sobra. Auster crea una magnífica tela de araña que atrapa al lector en una historia que se va enredando a medida que se avanza en las páginas de este libro. Sin embargo este enredo aparente no es tal, ya que todo está meticulosamente hilado, y además con puntada fina. No hay respiro en la novela, y cada dos por tres se producen situaciones que cambian por completo la percepción de la historia por parte del lector. La historia poco a poco va mutando y el lector no tiene tiempo, ni capacidad, para anticiparse a la historia y por tanto cada vez que pasa algo que trastoca lo que se daba por casi seguro es como si se volviese al principio. El lector se ve en la obligación de ir cada poco recomponiendo la trama y el carácter de los personajes que ya de por sí siempre es complejo, lo que le da a la novela un realismo increíble.

Lo que pasa después de que Fogg conoce a Effing y empieza a escribir la historia de su vida, y sobre todo de su pasado, no lo voy a contar, ni si quiera esbozar porque entonces esos cambios en “el guión” no serían desconcertantes. Este constante desconcierto es el que hace de este libro un novelón, para mi gusto el mejor que me he leído por el momento de Auster. Cada página que pasaba era adentrarse más y más en las profundidades más inhóspitas de la personalidad humana. Auster es un maestro en reflejar en sus historias, y más aún en los personajes que las protagonizan, las diferentes personalidades que se pueden dar en la sociedad y diseccionar al milímetro los sentimientos humanos. No hay otro autor que sea capaz de mostrar con tanta claridad la complejidad del ser humano y de su mundo interior, siempre tan complejo, mutable y borroso incluso para nosotros mismos. En “El Palacio de la Luna” Auster despliega toda su maestría narrativa en este aspecto y todos los personajes que realmente tienen algo que ver en la historia representan formas de ser completamente diferentes unas de otras. Además también se puede disfrutar de los cambios que se van produciendo en la forma de ser, de pensar, de sentir y de vivir de los personajes principales y las mutaciones que se dan en sus respectivos mundos interiores.

Otro elemento que siempre está presente en las novelas de Auster y que en “El Palacio de la Luna” llega a una dimensión superior a todas las demás es el lirismo de su narrativa. Las imágenes que con la palabra crea Auster son difícilmente igualables pero en esta novela para mí ha alcanzado el zenit. A lo largo de todo el libro hay un elemento conductor que está siempre presente, directa o indirectamente, como es la Luna que termina siendo casi un personaje más de la historia. Un personaje guía, que como la luz de un faro parpadea a lo largo de las páginas y que va guiando tanto al lector como al protagonista principal, Fogg. No tiene que ser siempre la luna de manera directa, puede ser el nombre de un restaurante, o un cuadro con la luna de protagonista, o el nombre de una canción, o la letra de la misma, pero siempre está presente, de principio a fin. Esta constante a lo largo de la novela crea un ambiente mágico que se plasma en reflexiones y miradas al interior de uno mismo realmente impresionantes, que Auster enlaza con la novela de manera prodigiosa, como casi siempre hace en sus novelas.

Podría escribir hojas y hojas alabando esta novela, pero creo que lo mejor es que quien quiera leerla lo haga porque es complicado hacer justicia escribiendo de alguna novela de Auster. Para descubrir el mundo de Paul Auster hay que leerle, y “El Palacio de la Luna” puede ser una la puerta grande que conduzca al lector a descubrir nuevos horizontes literarios, un mundo diferente pero a la vez tan igual al que diariamente vivimos. Auster en esta novela ha superado todos los límites que pensaba que tenía y ha conseguido hacerme olvidar el mundo en el que vivía durante los minutos que cada día pasaba leyendo esta novela, y además me ha demostrado que los sentimientos que alguna vez también yo he vivido no son únicos. Es probable que des este libro saque lecciones importantes para mi vida, y es por ello que recomiendo vivamente su lectura. También quiero decir que no dejará indiferente a nadie, y o gusta hasta la médula o termina siendo repulsivo.

Caronte.

martes, 18 de noviembre de 2014

Lectura crítica: "Un saco de canicas"

En esta ocasión me toca hablar de un libro que nos recomendó mi profesor de francés de la Alianza Francesa de Madrid el curso pasado antes de acabar el curso. Asumí la recomendación y el pasado mes de septiembre compre este libro en francés para además de entrenar un poco este idioma, poder captar todos los matices originales de la novela y poder así entender mejor la historia en todo su contexto. Si he de decir la verdad hasta que mi profesor lo nombré, nunca antes había oído hablar de este libro, a pesar de que es uno de los más famosos y vendidos de nuestros vecinos del norte. “Un saco de canicas” es desde la fecha de su publicación en Francia una de las novelas más famosas, sobre todo entre adolescentes que se quieren empezar a familiarizar con la literatura algo más seria y formal.

Un saco de canicas” está escrito en primera persona a modo de experiencia vital de su autor. Y es que es precisamente esto lo que es: una narración sobre la vida de su autor cuando éste contaba con doce o trece años. Joseph Joffo narra en este libro su historia durante la II Guerra Mundial: vivencias y experiencias durante una de las épocas más oscuras en la reciente historia europea. Pudiera parecer un libro más sobre una infancia y adolescencia traumática a causa de la guerra, pero es mucho más que esto; esta novela es un alegato a que todo lo malo siembre termina por acabarse, nunca dura para siempre, un libro que intenta mostrar la más dura de las realidades vividas por su autor pero desde un punto de vista mucho más positivo que las novelas tradicionales sobre la ocupación nazi de Francia, o simplemente sobre la IIGM.

La historia empieza en París. Un París ocupado donde a pesar de este hecho todo sigue como siempre. Nuestro guía durante toda la historia, Joseph Joffo, con doce años va al colegio donde es de los mejores y después de clase juega por las calles de su barrio. Sin embargo todo esto cambia un día en que las autoridades nazis obligan a los judío a llevar una distinción sobre sus ropas para ser distinguidos como judíos; una estrella de David amarilla. Es en ese momento cuando todo cambia. En el colegio ya queda marcado como judío y sus amigos y profesores prefieren no tener mucho contacto con él para no ser señalados por los nazis. Aquí es donde empieza el miedo constante que se ve en “Un saco de canicas”. Desde este momento Joseph empieza a darse cuenta de que algo no va bien.

La situación para los judías sigue empeorando y un día los padres de Joseph deciden que lo mejor es que sus dos hijos menores dejen París y pongan rumbo al sur de Francia e intenten pasar a la Zona Libre. En este punto se produce una separación que no se revertirá hasta el final de “Un saco de canicas”. Joseph y su hermano Maurice, mayor que él, dejan París y se despiden de sus padres. Desde ese momento están solos, y deben enfrentarse solos al mundo, un mundo que de un día para otro puede cambiar radicalmente, tanto para bien como para mal, un mundo que persigue a los judíos por creerlos inferiores. Uno de los consejos que Joseph recibe de su padre es que nunca admita ser judío, que lo niegue siempre, algo que Joseph no entiende y nunca logrará comprender. Las primeras dificultades para los dos hermanos se producen justo en la frontera entre la Francia Libre y la Ocupada, en la estación donde el tren que los ha sacado de París les ha dejado. Allí sortean a los primeros nazis que supervisan los papeles de la gente gracias a la generosidad de un cura. Esto será siempre un motivo recurrente en la novela, la solidaridad de la gente que no entiende nada del mundo en el que vive.

Una vez en zona libre, los dos hermanos llegan hasta la Costa Azul donde empiezan a buscarse la vida como pueden. En este punto la historia se vuelve un poco más amable y se puede ver cómo era la vida en la Francia que aún en guerra, vivía libre de la ocupación nazi. Aquí el Joseph Joffo vive tranquilo, libre, en paz, descubriendo el mundo y creciendo a marchas forzadas sin sus padres cerca. Pasados los meses los padres y hermanos mayores de Joseph y Maurice llegan a la zona libre y se reúnen con sus hijos. Sin embargo lo bueno no suele durar mucho, y menos en aquella época tan convulsa en Europa, y pronto las cosas dejan de estar tan tranquilas. Los dos hermanos acaban trabajando en un campo de trabajo donde viven, en condiciones bastante decentes, y donde pueden hacer una vida más o menos normal. Los padres vuelven a tener que esconderse, o al menos a fingir no ser quien realmente son. Hasta que llega un día en que todo esto que parecía estabilizarse en tranquilidad, cambia de manera radical.

La Francia Libre ya no es más libre y por ello los hermanos vuelven a tener que huir dejando a sus padres atrás, sin embargo caen en manos de los nazis. A partir de este momento el lector encontrará la parte más dura de “Un saco de canicas”, donde se verá la dureza y la sinrazón del nazismo que tomaba como criminales a meros adolescentes que nada habían hecho para estar detenidos, sólo ser judío o ser sospechosos de serlo. Vuelve a ser la gente la que con su generosidad ayuda a que los hermanos Joffo eviten las crueles garras de los nazis, la generosidad y las falsificaciones. Sin embargo las mentiras tienen las piernas cortas y ellos lo saben, por lo que una vez los nazis les dejan libres por no encontrar pruebas que demuestren que son judíos, huyen sin mirar atrás. Alcanzan un pueblo en el corazón del Macizo Central de Francia donde la Resistencia es más importante. Es aquí donde la novela desarrolla su última parte y donde Joseph Joffo se muestra mucho más melancólico y revive recuerdos que parecen sacados de lo más profundo de su memoria; recuerdos y vivencias revestidas de una especie de niebla que hace que el lector imagine todo nublado y gris, con frío e incluso lluvia.

El final sabemos todos como es. Los Americanos desembarcan en Normandía en julio de 1944 y a partir de ese momento la Francia Ocupada vuelve a ser Libre y aquellos que un día colaboraron con los nazis terminan pasándolo más, mientras que aquellos que en los últimos años habían estado todo el tiempo huyendo de sus garras pueden al final respirar libres y tranquilos. Aquí acaba “Un saco de canicas”. Los hermanos Joffo vuelven a París, a su calle, a su casa, a la peluquería de su familia donde sus hermanos mayores están de nuevo cortando el pelo a los clientes y su madre preparando la comida. Lo único que la vuelta a Paris no es como la salida. Mucho ha cambiado, esa calle que al principio del libro estaba llena de vida, ahora está más vacía de lo habitual; las familias del barrio están incompletas, falta mucha gente. Y entre la gente que falta en aquel París del principio de la novela está el padre de Joseph Joffo, al que los alemanes se llevaron pero no tvo la suerte de regresar.

A lo largo de las páginas de esta novela se muestra una Francia muy diversa a través de los personajes con los que los hermanos Joffo se van cruzando en su continua huida. Vemos como la desesperanza, el miedo, la vergüenza y la ignorancia se mezclan para dar como consecuencia el sinsentido de una época dominada por un miedo general a no saber cómo uno tenía que comportarse para no ser señalado, para no dar que hablar e intentar pasar lo más desapercibido posible esperando que la guerra acabara pronto. Quien busque en “Un saco de canias” un retrato de la crueldad de un campo de concentración, o las intrigas de la Resistencia Francesa, o la persecución cruel de los judíos, no lo va a encontrar aquí. Quien por el contrario busque un relato sobre una época gris de Europa, de sentimientos y vivencias en primera persona, aunque sean vivencias y anécdotas algo pobres y no llenas de grandeza; en resumidas cuentas quien busque un relato en primera persona de las penalidades a las que la gente corriente se vio forzada a vivir en una época absurda y llena de sinrazones, ésta es su novela, ésta es su historia.

No sé cómo será la traducción al español, pero quien pueda leer este libro en su idioma original ganará en matices, a pesar de que los traductores españoles suelen ser bastante buenos, sin embargo nunca se llega a poder transmitir del todo en una traducción lo que el autor quiso en su versión original. También he de decir que no es una novela entretenida, básicamente porque la historia que cuenta no lo es, sin embargo sí tiene un tono más positivo que el que este tema transmitiría normalmente y es de agradecer, porque todos sabemos las barbaridades que se cometieron en esa época. Se me olvidada comentar el título, del que no he hablado......pero es mejor que no hable de él; quien lea el libro descubrirá a qué viene el título de “Un saco de canias”. Solo me queda animar al lector a leer esta historia conmovedora que a su vez es la propia vida del autor, o al menos sus recuerdos que no son pocos.

Caronte.

martes, 4 de noviembre de 2014

Lectura crítica: "Chacal"

Hace unas semanas hablé de “ODESSA” una novela de Frederick Forsyth, la cual me defraudó bastante teniendo en cuenta las expectativas que yo me había creado con respecto a este autor. Hoy me toca hablar de otra novela de este mismo escritor, en este caso “Chacal”. Y con alegría puedo decir que esta vez mis primeras expectativas sí se han cumplido y he podido descubrir a ese Frederick Forsyth del que tanto había escuchado hablar con una novela que mantiene al lector en tensión durante casi todo el tiempo. He de apuntar que esta novela es quizá la más famosa de este autor ya que se ha llevado al cine en varias ocasiones, la última vez estuvo protagonizada por Bruce Willis (cuando tenía pelo), y aunque poco o nada tenía que ver el argumento de la película con el del libro, ambos tenían como protagonista al mismo asesino implacable.

Chacal” es una novela, aunque siempre quedará la duda de si los hechos que se narran en ella llegaron a producirse en algún momento. Está ambientada en el año 1963, en Francia, en una época en la que el ambiente en el país vecino estaba bastante caldeado debido a la independencia de Argelia, antigua colonia francesa, propiciada en parte por el General Charles de Gaulle, que por aquel entonces era el Presidente de Francia, además de héroe de la IIGM por ser el adalid de la Resistencia francesa contra la invasión nazi (aunque él estuviera “a salvo” al otro lado del Canal de la Mancha). En esta época hubo una serie de atentados contra la vida de De Gaulle realizados por una organización paramilitar, la OAS, conformada en gran parte por antiguos militares franceses proveniente sobre todo de la colonia argelina, que se sentía defraudados por De Gaulle por haber vendido Francia y hacer que el orgullo patrio cayera por los suelos a la altura del betún.

La historia de “Chacal” parte de un hecho real, como es un atentado contra De Gaulle que casi termina con la vida del Presidente. Tras este atentado los servicios de seguridad y secretos franceses dan los cabecillas de la OAS y con el principal instigador de esta trama que termina condenado a muerte y ejecutado. Tras esta ejecución tres de los más importantes miembros de la OAS se tiene que dar a la fuga y esconder para salvar sus vidas. Es sólo entonces cuando la novela echa a andar definitivamente. Estos tres fugitivos, lejos de amedrentarse por la persecución de la que son objeto, siguen con sus planes de atentar contra la vida del Presidente de la República. Para este fin deciden contactar con un asesino infalible y letal, El Chacal, un pistolero del que nunca se termina por saber la nacionalidad ni el nombre verdadero durante toda la novela que no está fichado por ningún servicio secreto ni policía del mundo y que por tanto podría llevar a cabo la misión de asesinar a De Gaulle sin ser detectado.

Pero ningún plan es cien por cien seguro de principio a fin. Todos tienen alguna fisura, aparentemente invisible para el ojo o el entendimiento humano pero que está ahí. Sin embargo en esta historia esta fisura es tan débil que apenas permite seguir indagando a través de ella. Como suele pasar siempre estas fisuras vienen producidas por los sentimientos, en el caso de “Chacal”, por los sentimientos de uno de los guardaespaldas del principal miembro de la OAS, que engañado por los servicios secretos franceses abandona a sus jefes para ir a visitar a su hija que según cree está moribunda. Es en ese momento cuando cae en manos de las autoridades francesas (en operación secreta) y “canta”. A partir de entonces y aunque sea con indicios mínimos empieza una persecución increíblemente narrada por Frederick Forsyth.

He de puntualizar en este punto una cosa que no me ha gustado del libro. Desde mi punto de vista el primer tercio del libro es tedioso, ya que a pesar de que sirve para contextualizar la novela y plantear la historia para que entronque con la realidad, termina siendo como una clase magistral sobre los servicios franceses de policía, seguridad, espionaje y contraespionaje y de todas las secciones y subsecciones existentes en cada uno de ellos, así como de las organizaciones criminales “escindidas” del ejército que pretendía atentar contra la vida de Charles de Gaulle. La verdad es que estuve a punto de dejar el libro transcurridas únicamente cien páginas (y la novela tiene unas quinientas). También es verdad que una vez el lector supera no sin dificultad esta primera parte de “Chacal” la novela se empieza a poner interesante y el ritmo narrativo es tan intenso que se crea un ambiente cargado de tensión tan elevada que el propio lector puede incluso sentir la presión que le imponen al policía encargado de dar caza a El Chacal y la templanza y sangre fría que éste emplea para seguir con su misión.

Además de la propia trama de la novela que muestra al lector una época histórica reciente de Francia, que quizá muchos (entre los que me incluyo) desconocíamos y nunca hubiéramos dicho que se pudiera dar en un país tan recto y cabal como siempre han sido nuestros vecinos, muy interesante, “Chacal” tiene otros temas interesantes que Frederick Forsyth ha narrado y descrito con destacada maestría. Una de las cosas que más me han gustado de la novela ha sido la visión tan detallada y descriptiva que se da sobre la vida, usos y costumbres de un asesino profesional a sueldo; es impresionante como el lector termina por casi mimetizarse con El Chacal. Forsyth narra todos y cada uno de los pasos que da este asesino infalible, desde el robo de identidades investigando a todas y cada una de las personas que elije como “víctimas” para robar la identidad y convertirse en ellas de la manera más fiel posible, hasta la consecución de todo el material que necesita para realizar su misión (pasaportes falsos, ropa adecuada para cada identidad, coche, el fusil con el que realizar el encargo, el lugar desde donde disparará…). También resulta admirable como se describe la sangre fría de este asesino que pone al lector en tal angustia al ver que pasa el tiempo y que la policía no logra dar nunca con él, o cuando está a punto de atraparlo y desbaratar la misión el asesino cambia de identidad y de plan para driblar a las autoridades.

Me falta todavía hablar del personaje contrapunto a nuestro asesino, y este es el inspector Lebel de la policía francesa. Considerado uno de los mejores policías de Francia se le encarga atrapar a El Chacal sea como sea, con todos los medios de los que quiera disponer y lo antes posible, con la condición de que nada sea público para no desprestigiar públicamente ante el mundo a Francia. Es también admirable como Forsyth ha sido capaz de crear a este policía y hacerle tan sereno y seguro de sí mismo, aunque haya también veces en las que hasta él mismo se desespere y pierda los nervios. Frenética es la caza que inicia Lebel contra El Chacal, casi diría yo de infarto, tanto que como ya he dicho antes el lector entra de lleno en ella y se implica emocionalmente con los sinvivires y sinsabores que este inspector de policía pasa. En esta parte de “Chacal”, la novela coge un ritmo más que frenético con un estilo narrativo cercano al telegráfico en el que Forsyth únicamente cuenta aquello que merece la pena ser contado, no se entretiene en disquisiciones sin sentido, en descripciones innecesarias, o en diálogos insulsos. El autor va al grano directamente, dando un ritmo a la narración que no he visto muchas veces en una novela (también es cierto que si una novela de este tipo no tiene ritmo, como pasa al principio de ésta, puede resultar más que tediosa inaguantable, o ambas cosas a la vez lo que sería mucho peor), cosa que es de agradecer.

Lo dicho como dije al principio con esta novela Forsyth sí me ha convencido. Aunque “Chacal” al principio sea un poco tediosa y con tanto dato histórico real canse demasiado hasta el punto de que el lector que no persevere y tenga algo de paciencia puede que no pase la primera parte de la historia, al final resulta una novela muy entretenida, digna de ser considera una de las más importantes en su género, y sin lugar a dudas la más aclamada de este autor. A quien le guste este tipo de literatura, en la que se mezcla realidad y ficción a partes iguales – tanto que con esta novela el lector no sabrá muy bien al final si lo narrado en ella pasó o no de verdad – disfrutará mucho leyendo sus páginas, se divertirá e invertirá bien su tiempo libre. También quiero añadir aquí que aunque esta novela haya terminado por dejarme buen sabor de boca, creo que no voy a seguir leyendo a Frederick Forsyth. Aquí acaba mi aventura con este autor. De los dos libros que me he leído suyos sólo me ha gustado como para repetir dos terceras partes de uno de ellos, algo que no es suficiente para engancharme en empresas siguientes. Sin embargo esto no quita para que reconozca el mérito de este autor en gran parte de “Chacal”.

Caronte.

domingo, 26 de octubre de 2014

Lectura crítica: "El día de mañana"

En mi afán de descubrir nuevos autores que leer y que enriquezcan mi biblioteca personal, hace unos meses topé con Ignacio Martínez de Pisón, un autor aragonés afincado en Barcelona. Di con este autor tras leer en la prensa una entrevista con él hecha con motivo de la publicación de su última novela “La buena reputación”. Con total sinceridad digo que antes de leer esta entrevista y empezar a indagar un poco sobre él, no lo conocía de nada, ni había oído hablar de él. Y todo esto a pesar de que con su anterior novela “El día de mañana”, novela que hoy me ocupa, consiguió multitud de premios literarios entre ellos el de la Crítica, uno de los más prestigiosos e independientes de cuantos se conceden en este país. Quizá esta última razón fue la que me llevó a querer descubrir a este autor y además fue éste libro tan premiado el que elegí para adentrarme en su literatura. Como apunte extra he de decir que tuve el honor de conocer a Ignacio Martínez de Pisón en la pasada edición de la Feria del Libro de Madrid y que me firmara este libro.

El día de mañana” es una novela peculiar, distinta a todas las que me he leído hasta ahora no por temática, sino por la estructura narrativa que tiene y de la que hablaré más adelante. La trama principal de esta novela se ambienta en la última década del franquismo y los primeros años de la Transición española, una época gris en todos los ámbitos de la sociedad, donde el miedo a pesar estaba instaurado en todos los estratos sociales. Toda la acción de la novela se desarrolla en Cataluña, y más concretamente en Barcelona y alrededores. El personaje principal de la historia es Justo Gil, un individuo oscuro, solitario y árido, además de multifacético. Es aquí donde la estructura de la novela tiene mucho que decir ya que la historia de Justo Gil no la cuenta un narrador externo, ni uno interno únicamente, ni si quiera es el propio personaje el que cuenta su historia. La historia de Justo Gil la cuentan multitud de personajes que narrar desde su propia vida y sus propias experiencias con Justo la vida de éste y quién era y cómo era.

Este puzle de historias dispares con denominador común llamado Justo Gil conforma una visión muy amplia de un momento de nuestra historia más reciente, que es además la más oscura, oculta y gris. En todo momento Justo es un personaje secundario en la novela, ya que en cada fragmento de las vidas de los narradores aparece como socio, compañero de trabajo, confidente de la policía, amigo o amante. Pero Justo también es el personaje omnipresente y por tanto es el protagonista de esta historia. “El día de mañana” cuenta a través de diferentes ángulos y visiones particulares la vida de Justo como confidente de la Brigada Político Social del régimen franquista. A lo largo de las páginas de este libro vemos cómo se convierte en confidente de un policía, Mateo Moreno; cómo va infiltrándose en organizaciones contrarias al régimen de Franco; cómo va poco a poco pasando información al policía; cómo se enamora de una chica, Carme Román, que se convertirá en su amor platónico y por tanto imposible pero que hará que Justo haga todo lo que esté en su mano para evitar que le pase nada a ella.

A pesar de ser Justo el protagonista principal de la novela, también hay varios personajes más que podrían considerarse también como claves en la vida de Justo y son al fin y al cabo los que llevan el peso de la narración en “El día de mañana”. A los ya nombrados Mateo Moreno y Carme Román, que son los que más peso tienen en la historia después de Justo ya que son ellos los que más relación tienen con él, se unen otros mucho más secundarios pero que cobran vital importancia en los momentos más claves de la novela como son Noel  León y Manel Pérez. Según el lector la importancia de los personajes cambia, y para mí estos son los que más importancia tienen en la vida de Justo. Mateo Moreno que empieza siendo el policía que le tiene amenazado por cuestiones de fraude económico y que le utiliza para obtener información sobre simpatizantes de izquierdas contra el régimen franquista, acaba siendo sino el único uno de los pocos amigos que tiene Justo. Carme Román, es una mujer que tuvo unas relaciones sentimental y comercial con Justo qua acabaron mal ambas, sin embargo Justo nunca la pudo olvidar y siempre la quiso. Hacia el final del libro aparecen las figuras de Manel Pérez, un joven periodista que intenta encontrar cuál es su camino y que antes de acabar escribiendo sobre organizaciones ultraderechistas catalanas tras la muerte de Franco fue miembro de algunas de ellas y fue allí donde conoció a Justo que por esa época era el enlace de la Policía dentro de esas organizaciones para controlarlas; por su parte Noel León en un muchacho que termina relacionándose con Justo porque éste se empieza a construir una casa donde poder vivir sin que nadie le conozca al lado de donde vive Noel. Noel termina siendo también amigo de Justo.

La historia que Ignacio Martínez de Pisón cuenta en “El día de mañana” es una radiografía muy detallada de unos años muy difíciles en la vida española, donde todo el mundo tenía miedo y desconfiaba de todo el mundo, y esa desconfianza hacía que nadie fuera quien parecía ser. La de la novela es una época de bailes de máscaras donde lo más importante es que nadie sepa quién se esconde detrás de cada una. Aquellas personas que como Justo se movían con especial facilidad por muy diversos ambientes fueron amenazadas y utilizadas para castigar a los contrarios al pensamiento único. Justo representa a esas personas que a pesar de estar amenazadas no tenían escrúpulos es traicionar a nadie porque a nadie eran leales, y como pasa en la novela si era necesario cambiar de chaqueta se cambiaba con tal de sobrevivir como fuera. Esta fue una época en la que el miedo, la ética, el afán de supervivencia, la fidelidad a unos ideales y el fanatismo estaban muy íntimamente relacionados y la frontera entre el bien y el mal muchas veces no estaba tan clara como se puede creer.

La historia de la novela me ha parecido muy interesante, ya que es una parte de nuestra historia que por delicada y por tratar asuntos en los que para opinar hay que mojarse bastante y por tanto quedar retratados, no siempre ha quedado muy bien retratada. En “El día de mañana” se trata el tema desde una perspectiva muy caleidoscópica, desde muchos ángulos y puntos de vista, y desde pensamientos muy diversos que hacen que el conjunto quede bastante homogéneo y bien expresado. Sin embargo por muy interesante que sea el tema no termina de convencerme del todo y quizá tenga mucho que ver en esto la propia estructura narrativa de la novela.

Quizá sea demasiado clásico en este tema y no me gusten mucho los experimentos literarios, aunque creo que son más que necesarios para que poco a poco se vaya renovando la literatura. Pero a mí esta estructura de puzle que Ignacio Martínez de Pisón ha utilizado en “El día de mañana” para narrar la historia de Justo no me ha gustado nada. Y no me ha gustado porque si no es porque al final del libro hay un pequeño índice en el que se indica en qué páginas habla cada uno de los narradores/personajes del libro que han conocido a Justo en uno u otro momento de sus vidas, me hubiera perdido en más de una ocasión. Me parece muy arriesgado por parte de Martínez de Pisón el haber usado esta estructura que apenas diferencia entre narradores salvo por una separación mayor entre párrafos de distintos narradores. Además esta estructura se termina haciendo pesada porque cada vez que  empieza un párrafo aparte se tiene que recurrir a la fórmula “…dice Mateo Moreno” o “…dice Carme Román”. Había momentos durante su lectura en los que he tenido que parar para saber quién era el narrador en ese momento y pensar si había aparecido anteriormente o no. Esto es otra cosa que no me ha convencido. Me parece bien que se innove en la forma de narrar una historia y que sean varios personajes los que a través de sus vivencias personales den cuenta de la vida de un personaje principal, pero si quieres hacer esto unifica narradores y que de continuo sea uno por uno quienes vayan contando la historia.

Por ir concluyendo, “El día de mañana” cuenta una buena historia, muy interesante y en cierto modo también muy triste, ya que al final terminé sintiendo pena por la vida que había llevado el protagonista, Justo Gil. Pero al mismo tiempo que digo esto, añado que la estructura de la novela no me ha gustado nada y creo que es un error absoluto. Es más creo que si se hubiera estructurado la novela de otra manera hubiera sido mucho más interesante y entretenida de leer. Sí es cierto también que quizá sea yo el anticuado en este tema y también algo intransigente, pero en el fondo como toda opinión la mía es tan censurable como respetable. Quien quiera descubrir una historia, que casi nunca se cuenta, sobre nuestro pasado más reciente y además narrada de una manera rompedora con la manera tradicional de narra: este es su libro.

Caronte.