viernes, 27 de agosto de 2021

Salvatierra


Intento, siempre que puedo, evitar los booms literarios tanto de autores como de obras notables. Dejo que el tiempo, y en parte el olvido, hagan su trabajo y den a cada cual su posición en el mapa literario. Con Pedro Mairal, que hace unos años publicó La Uruguaya con el que consiguió colocarse en boca de críticos, público, perfiles de redes sociales, revistas culturales y demás suplementos literarios, me ha pasado esto: he dejado que el tiempo hiciera su labor, que saliera de los focos mediáticos y que su nombre se fuera poco a poco asentando. Y, sin embargo, cuando he decidido leerlo no ha sido por aquel libro tan sonado sino con otra de sus novelas, más reciente, que compré casi el vuelo a un librero de segunda mano de confianza. He de decir que el tiempo ha hecho su trabajo y sin expectativas ni grandes ilusiones he leído esta novela corta, de estilo clásico, que me devuelve la fe en la aún existencia de escritores que son narradores natos y fabuladores llenos de ingenio e imaginación.

Salvatierra es una novela cuyo título es el apellido del pintor protagonista de quien su hijo (nuestro narrador en este caso), tras su muerte, decide exponer la única obra que le llevó toda su vida pintar: un cuadro de varios kilómetros de longitud, dividido en rollo de tella de unos 60 metros. Así, a través de lo que los hijos del pintor van preparando para poder encontrar un museo o galería, en Argentina o fuera del país, que esté interesada en su exposición pública. Lo que no esperan sus hijos es que Salvatierra fuera un padre en ocasiones desconocido, con muchos lugares de su vida e historia en penumbra, ocultos por la maleza del olvido y los secretos mudos que se guardó y evitó traicionar.

Como metáfora de lo que es la vida Salvatierra nos presenta la vida en toda su magnitud haciendo que un cuadro de varios kilómetros sea un reflejo perfecto de lo que es nuestro discurrir en la existencia del mundo. Un cuadro del que toda sección cobra importancia puesto que con huecos y lagunas no se termina de entender toda su dimensión y complejidad. Y justo es lo que pasa en esta novela: falta un rollo de tela, una sección del cuadro inmenso de toda una vida. Una sección que se vuelve misteriosa, guardiana de un secreto íntimo de Salvatierra que sus hijos no conocían ni se esperaban y que al ir descubriendo no saben si quieren seguir tirando del hilo para descubrir y terminar de cerrar el puzzle.

Salvatierra es una novela canónica, pura y dura, clásica como las de antes, donde la historia prima ante cualquier otra reflexión, sin paja y desnuda de artefactos narrativos inútiles que desvíen la atención del lector. Por eso es tan intensa, interesante y corta, porque se queda con lo esencial. Pedro Mairal es un narrador y fabulador nato, que teje una historia de cabo a rabo con los elementos clásicos de la narrativa, pero añadiendo esa magia, colorido y sonoridad que suele tener la literatura iberoamericana.

Sin dejar de lado el realismo costumbrista de la novela, Mairal introduce un elemento que para mí tiene un componente mágico inmenso: el cuadro. ¿A quién sino a Borges o García Márquez se les ocurriría plantear la existencia de un cuadro de toda una vida, literalmente, de más de 4 kilómetros de longitud dividido en rollos de tela de 60 metros? Pero funciona como una realidad tangible, perdida, olvidada, oculta por los designios del destino. Salvatierra devuelve al lector el placer de la lectura de una historia pura y original, con introducción, nudo y desenlace, y un desarrollo de la historia que mantiene al lector pegado a sus páginas sin casi pestañear.

Tras leer Salvatierra confirmo lo que ya venía leyendo sobre Pedro Mairal desde la publicación de La Uruguaya (quizá una próxima lectura suya que haga una vez reduzca un poco la pila de libros pendientes que tengo, aunque mejor sería hablar de pilas de libros pendientes), y es que es un narrador magnífico o al menos esta novela suya lo es. Si fuera profesor de literatura y me pidieran que pusiera un ejemplo de perfección narrativa y argumental creo que pondría este ejemplo. A Mairal le sobra con una novela que no llega a las doscientas páginas para desarrollar ante nuestra vista una historia redonda y, como digo, casi perfecta, donde el lector se queda prendado de la trama y quiere seguir leyendo para ir poco a poco descubriendo lo que se esconde tras ese cuadro inabarcable de toda una vida y del personaje de Salvatierra.

Dudo mucho que quien esté dentro del mundo editorial o cerca y le apasione leer no sepa aún de la existencia de Pedro Mairal, pero para quien aún no haya oído hablar de él, pese a su relevancia con La Uruguaya, le recomiendo que se acerque a su obra, si no con esa otra novela, sí con Salvatierra, que quizá por no tener tantas expectativas detrás uno se acerca a ella simplemente queriendo descubrir una buena lectura. Y esta lo es. Sin duda. Una lectura perfecta, para esas tardes en las que no se quiere hacer nada más que estar en casa en un sillón cómodamente pasando el tiempo.

Caronte.

viernes, 20 de agosto de 2021

Hamnet

 

Siempre que una novela levanta tantísimas buenas críticas y opiniones, y no hay blog, revista cultura, perfil de Instagram o comentario en Twitter que no la ensalce y la ponga por las nubes intento dar espacio y sobre todo tiempo antes de acercarme a ella. Y lo suelo hacer porque muchas veces (la mayoría de hecho) esas hiperventilaciones por cualquier expresión de arte, y la literatura es una de ellas, vienen cargadas de expectativas que nos obligamos a cumplir y a aceptar simplemente porque otros a los que admiramos, seguimos o damos credibilidad han hablado bien de un libro (o película, o serie, o exposición de arte, etc.). Compré esta novela en una librería barcelonesa recientemente abierta de la que me enamoré hasta tal punto de plantearme si mi vida no sería mejor y más feliz trabajando en una librería leyendo y recomendando libros por doquier. El libro ha estado unas cuantas semanas en mi pila de pendientes hasta que ha llegado este mes de agosto al erial en que se convierte Madrid por estas fechas y en una soledad enriquecedora de dueño y señor de mi casa vaciada por vacaciones parentales me he puesto a leer esta obra.

Hamnet es una novela soberbia. Maggie O’Farrel consigue aunar, para deleite de los lectores y apasionados de la literatura, una obra magistral sobre el amor, la pasión, el dolor, la pena, la pérdida, la muerte, el recuerdo y el olvido. Y lo consigue además con un estilo perfecto que trasciende el papel y la palabra para hacer que la lectura de este libro sea una experiencia meta sensorial en la que la lectura es un mejor instrumento para oír, sentir, saborear, palpar y ver absolutamente todo lo que a lo largo de las diferentes escenas y tiempos que se no presenta en el libro.

Con los ecos mitológicos que transfiere a la novela la figura, quizá difuminada por las dudas que general el tiempo, de Shakespeare y su vida, Hamnet nos recuerda demasiado a esa otra leyenda de la literatura como es Hamlet, la más grande de las obras del Bardo inglés. Una letra diferencia la obra del genio de la literatura universal de esta novela que lleva por título además el nombre del hijo muerto prematuramente del dramaturgo y poeta inglés. Maggie O’Farrel, partiendo de lugares, nombres y sucesos reales fabula la vida de toda una familia a través de la figura de un niño, de una criatura inocente que se distrae con facilidad de sus tareas atraído por el mundo que le rodea en una idílica campiña inglesa. Hamnet es el hilo conductor de toda la trama, y sin embargo no es protagonista de nada salvo de su muerte en el lecho de su hermana gemela mientras esta, enferma de la peste, lucha por su vida y por la que pide intercambiarse en un acto supremo de amor y generosidad fraternal. Y a veces, esas peticiones al destino y la muerte se cumplen.

Llena de lirismo, con una prosa perfecta, sensorial y sonora, Hamnet es una novela que lleva al lector directamente al corazón de la familia de Shakespeare. Así, a lo largo de las páginas de este libro el lector irá pasando de un miembro a otro para conocer un poco su vida, sus angustias vitales, sus intereses y deseos, su personalidad, sus temores y sus pasiones más íntimas. Anges, la madre amantísima de sus hijos: Sussana, Judith y Hamnet (estos dos últimos gemelos); Bartholomew, el hermano de Agnes; la familia de la madrasta de Agnes; Agnes, Agnes, Agnes… Alguien podría pensar que la novela podría haberse llamado antes Agnes que Hamnet. Y no le faltaría razón a quien pensara esto, porque es esta enigmática mujer, llena de fuerza y voluntad, que no recibe órdenes de nadie y que es más libre de lo que podríamos imaginar, para quien además la naturaleza es su hogar, si vida y la razón de su existencia; es Agnes, como digo el corazón de esta novela y de ella emana prácticamente todo.

Y llega la muerte. Con naturalidad, como suele llegar, sin bombo ni platillo, sin ser estrambótica, en silencio, de noche. Llega la muerte llevándose a Hamnet. Aunque quien empiece a leer esta novela ya sabe lo que pasa no es menos sorprendente cómo llega. Maggie O’Farrell narra desde la más absoluta normalidad, sin aspavientos ni grandilocuencia la muerte del joven gemelo y cómo todos los miembros de la familia quedan desolados incluido el lector. Y es quizá tras esta muerte producida sin esperarlo, al albor de otra muerte que no llega a ser, la de Judith por la que el lector pena igual que toda su familia, cuando Hamnet se vuelve más interesante aún, cuando el lector sufre y se hace preguntan al hilo de las que se hacen los propios personajes, como esa de Judith a su madre preguntándola qué es ella una vez perdido su hermano ya que no hay palabras para designar al gemelo que se queda sin su otro yo así como sí hay palabra para designar a la mujer que se queda sin el marido o al hijo que se queda sin padre. Simpleza compleja, compleja simplicidad. La vida misma.

Quiero hacer, antes de terminar, una mención especial a un capítulo que me parece lo más perfecto que he leído en mucho tiempo. Se encuentra antes de llegar a la mitad de la novela y en el Maggie O’Farrell hace un alarde soberbio de capacidad narrativa y fabuladora creando más un cuento que un capítulo de transición y ambientación en Hamnet. En este capítulo se narra, con un brío y una belleza digna de estudio, cómo llega a un pequeño pueblo inglés, a una pequeña casa de artesanos la enfermedad que acabará con la vida del pequeño Hamnet. Un capítulo para leer y releer disfrutando de lo que la literatura es: magia, viaje, creación, belleza.

Podría seguir y seguir comentando pasajes y escenas y momento de Hamnet que me han resultado tan buenos que no acabaría nunca la reseña. Debo ir terminando y no puedo hacerlo sin deciros que leáis esta novela, que la disfrutéis, que si no habíais oído hablar de ella la compréis y os sumerjáis en sus páginas, si la tenéis pendiente adelantadla en vuestras lecturas porque sin duda es una de las grandes novelas de este año publicadas en castellano (y no podría haber sido publicada en otra editorial que no fuera Libros del Asteroide, que poco a poco se está haciendo con el catálogo más interesante en español). Volveré a Maggie O’Farrell en el futuro y no la perderé la pista y muy probablemente también vuelva a esta novela, aunque su relectura en un futuro ya no sea igual a esta primera vez.

Caronte.

miércoles, 18 de agosto de 2021

Napalm al cor

 

Este año ya empecé a leer en italiano después de tirarme todo el año 2020 de pandemia estudiándolo de manera aficionada de forma online. 2021 ha servido para que también me pusiera a aprender catalán y poder así leer en la segunda lengua más hablada en España (lengua que creo que debería darse la opción de aprender en los colegios – junto con el euskera y el gallego – sirviendo así de base para una mejor vertebración y entendimiento de las gentes que poblamos nuestro maravilloso país). Y aquí me encuentro hoy: reseñando la primera novela que me leo en catalán y que compré en mi pasado viaje a Barcelona en junio tras la recomendación del librero de Calders donde me hice con el libro. Por cierto, he de señalar la cantidad de magníficas y maravillosas librerías con las que cuenta la ciudad condal, sitios únicos donde me quedaría a vivir y que visitaría día sí día también dejándome el sueldo mensual comprando libros por encima de mis capacidades lectoras.

No ha podido ir mejor mi primer contacto con la legua y literatura catalanas. Pol Guasch es un jovencísimo escritor que ha conseguido con esta novela recordar a uno de los grandes de la novela americana, Cormac MacCarthy y su La carretera. Napalm al cor (Napalm en el corazón cómo probablemente sea su título en castellano una vez sea traducido y publicado) es una novela tan diferente a todo lo que se escribe y publica en el mundo editorial nacional que se lee con una frescura inusual y con una intensidad poco frecuente.

Con reminiscencia apocalípticas de un mundo que quizá pueda venir en un futuro probablemente no tan lejano como quisiéramos, Napalm al cor nos cuenta una relación de amor, una pasión, inusual en literatura donde los tabúes y el pasado pesan demasiado quizá, y donde la dependencia emocional de una parte de la relación termina por ser dañina nublando la vista y el entendimiento y haciendo que la parte más platónicamente prendada de la otra sufra.

Mediante capítulos que son apenas impresiones de un narrador del que no sabemos el nombre ni mucho sobre sus orígenes, ni por supuesto dónde está ambientada la historia, Pol Guasch construye un puzle que el lector debe ir poco a poco haciendo, encajando sus piezas, para ver la foto completa al final de la novela, cuando el lector pone luz a muchas de las sombras que Napalm al cor tiene y que hacen que su lectura tenga una intensidad y genere una sensación de malestar y misterio mezclados con melancolía que hacen que la novela sea irresistible para aquellos lectores que nos acercamos a los libros buscando algo más que simple narrativa.

Dije al principio que Napalm al cor me recordaba a La carretera de MacCarthy y es que, salvando las obvias distancias y dejando claro que nada tiene que ver una con la otra, la atmósfera de uno y otro libro es similar. Ambas novelas retratan una sociedad donde la esperanza no existe, donde el futuro es amarillento y neblinoso, y donde los seres humanos desconfían unos de otros y no saben muy bien cómo relacionarse entre ellos. En este clima es donde se desarrolla la historia de pasión y amor de los dos protagonistas: su huida con un cadáver insepulto, su búsqueda de un lugar idílico que, probablemente, solo exista en la mente de Boris.

Me sorprende a la par que me da envidia que alguien tan joven como Pol Guasch (que apenas tiene 24 años) haya sido capaz de escribir una novela con tantas lecturas y facetas, con tantos rincones por los que transitar, tan profunda y tan bien escrita como Napalm al cor. He de reconocer que durante la lectura de este libro me he ido sintiendo intrigado a la par que sobrecogido por momentos, ya que en algunos pasajes la historia se hace críptica y misteriosa, rondando la fantasía apocalíptica desoladora de un fin de la humanidad del ser humano. Por eso quizá también en apenas dos días haya terminado de leer esta novela, cosa que además me enorgullece por haber sido mi primera incursión en la literatura en catalán con un texto que, aunque de lectura fluida y fácil, no considero simple ni mucho menos.

Pocas veces me ha pasado, y quizá si haga memoria resultaría que ninguna, que esté reseñando un libro que aún no pueda leerse en castellano. Pero es así: Napalm al cor aún no ha sido traducido, aunque habiendo ganado el premio Anagrama de novela en catalán y siendo un libro tan original con una historia tan poco convencional, en la línea de esa nueva literatura y narrativa de autores jóvenes que empieza a poblar (por suerte) las librerías, poco tardará en aparecer en español. Y es entonces cuando aquellos lectores que quieran disfrutar de una lectura diferente y única, de gran calidad tanto por forma como por contenido deberán ir a su librería de confianza a hacerse con este libro y disfrutar de cada una de sus páginas y palabras. Desde luego que no elegí mal guiado por los consejos y recomendaciones del librero cuando elegí esta novela para estrenarme en catalán.

Caronte.

jueves, 12 de agosto de 2021

La vida mentirosa de los adultos

 

Volver a leer algo de Elena Ferrante tras haber terminado la saga de las dos amigas de Nápoles hace unos meses era casi cuestión de necesidad para mí. Cuando supe que este año la misteriosa escritora italiana sacaría libro nuevo empecé a seguirle la pista. Obviamente sabía que las altas cuotas de calidad narrativa y literaria alcanzadas con las cuatro novelas de Nápoles iba a ser muy difícil de igualar. No obstante, pese a las altas expectativas que llevaba tenía ganas de volver a leer a Ferrante para sumergirme de nuevo en una historia de gente normal, en un universo tan particular como universal, ambientada en Nápoles como podría estar ambientada en Sevilla, Valencia o Madrid. Lo único malo que suelen tener las expectativas es que si son muy elevadas se corre el serio riesgo de quedar insatisfecho y decepcionado, con la consiguiente pérdida de confianza en la literatura ya que muchas veces se da por hecho que un escritor debe emularse continuamente en cada una de sus novelas, cuando para nada esto es una seguridad absoluta.

La mentira está en nuestras vidas desde el mismo momento en que salimos del engaño del ratoncito Pérez, los Reyes Magos o Dios. En el mismo momento en que entramos en la vida de los adultos, y no es necesariamente cuando se es mayor de edad, asumimos que el mundo está repleto de mentiras: que se miente para vivir o para sobrevivir. La vida mentirosa de los adultos es el relato de cómo una joven de familia acomodada y burguesa progresista de Nápoles entra en esa vida dándose cuenta de que mentir no es un accidente, sino parte del paisaje de la vida, inherente a nuestra existencia de hecho.

El escenario por el que se moverá el lector será de nuevo Nápoles: ciudad ya conocida para los lectores de Ferrante ya que en ella se desarrollan las cuatro novelas de la saga de las dos amigas que tanto furor despertaron hace años. Un Nápoles descrito a la perfección, tanto sus barrios acomodados como los más humildes y en el que se ven los grandes contrastes entre tradición y vanguardia, pobreza y burguesía, clase y vulgaridad. La vida mentirosa de los adultos es una novela que no tiene muchas pretensiones más que reflejar la cotidianeidad y la normalidad de personajes humildes con problemas comunes y relaciones interpersonales que da igual el lugar del mundo en el que estemos que siempre se dan de la misma manera.

Nadie puede dudar a estas alturas de que Elena Ferrante, con el bombazo que fue la saga napolitana rompió los moldes de la narración costumbrista retratando como pocos han hecho la vida humilde de gentes normales y corrientes con las que el lector puede sentirse totalmente identificado y retratado incluso. En La vida mentirosa de los adultos Ferrante sigue explotando ese filón costumbrista italiano/napolitano, pero pierde parte del tirón y la magia que tuvo su tetralogía. O, al menos, esto es lo que me ha pasado a mí: que no he entrado en la historia de la manera que entré en sus novelas anteriores.

Como siempre digo, que un libro no me haya llegado es más problema mío que del autor o autora. En este caso, sabiendo que Elena Ferrante escribe como pocos autores, tengo que asumir que el que tras la lectura de La vida mentirosa de los adultos haya quedado frío y quizá, muy a mi pesar, decepcionado, es más mi culpa que suya. Reconozco que me he aburrido mucho durante la lectura de esta novela que pretende alcanzar las cuotas de intimidad y profundidad emocional que tienen las novelas de su saga napolitana sin conseguirlo ni de lejos. No es una mala novela, pero no es la novela que esperaba encontrar.

Pese a que la historia que Ferrante cuenta en La vida mentirosa de los adultos no haya resultado de mi interés y me haya costado avanzar en ella por encontrarla quizá algo más repetitiva de lo normal y casi esperable, sí tengo que decir que no hay autora que retrate Nápoles (o cualquier otra ciudad) como hace Ferrante en sus novelas. En esta novela de nuevo Nápoles y sus barrios, sus gentes, sus ruidos y olores, sus tradiciones, calles, plazas y parques son un elemento fundamental en el desarrollo de la trama. Nápoles no es un mero escenario sino mucho más, significando toda la vida en sí misma con sus dobleces, contrastes, mentiras, evoluciones, malos y buenos momentos. Las novelas de Ferrante son perfectas guías turísticas espaciotemporales que nos llevan a una Nápoles que fue pero que, en cierto modo, estoy seguro, que sigue siendo.

Es cierto que La vida mentirosa de los adultos no me ha entusiasmado, pero es una novela que sigue la senda de la saga de las dos amigas. Ferrante narra como nadie los conflictos personales y familiares, sin contemplaciones ni remilgos, y retrata como pocos su ciudad. También es cierto que alcanzar el nivel que se alcanzó con las novelas de las dos amigas es muy difícil y por tanto todo lo que venga después pues lo más seguro es que no esté a la altura de aquello. Sin embargo, estoy seguro de que cualquier lector a quien le entusiasme una historia de madurez, de paso de la infancia inocente a la adultez mentirosa y contradictoria, donde las pasiones y los impulsos rigen la vida más que los placeres del vivir tranquilo, encontrará en esta novela una gran lectura, entretenida y perfecta para esas pérfidas tardes de agosto en la piscina o junto al mar.

Caronte.