Intento, siempre que puedo,
evitar los booms literarios tanto de autores como de obras notables. Dejo que
el tiempo, y en parte el olvido, hagan su trabajo y den a cada cual su posición
en el mapa literario. Con Pedro Mairal, que hace unos años publicó La
Uruguaya con el que consiguió colocarse en boca de críticos, público,
perfiles de redes sociales, revistas culturales y demás suplementos literarios,
me ha pasado esto: he dejado que el tiempo hiciera su labor, que saliera de los
focos mediáticos y que su nombre se fuera poco a poco asentando. Y, sin
embargo, cuando he decidido leerlo no ha sido por aquel libro tan sonado sino
con otra de sus novelas, más reciente, que compré casi el vuelo a un librero de
segunda mano de confianza. He de decir que el tiempo ha hecho su trabajo y sin
expectativas ni grandes ilusiones he leído esta novela corta, de estilo
clásico, que me devuelve la fe en la aún existencia de escritores que son
narradores natos y fabuladores llenos de ingenio e imaginación.
Salvatierra es una novela cuyo
título es el apellido del pintor protagonista de quien su hijo (nuestro
narrador en este caso), tras su muerte, decide exponer la única obra que le
llevó toda su vida pintar: un cuadro de varios kilómetros de longitud, dividido
en rollo de tella de unos 60 metros. Así, a través de lo que los hijos del
pintor van preparando para poder encontrar un museo o galería, en Argentina o
fuera del país, que esté interesada en su exposición pública. Lo que no esperan
sus hijos es que Salvatierra fuera un padre en ocasiones desconocido, con
muchos lugares de su vida e historia en penumbra, ocultos por la maleza del
olvido y los secretos mudos que se guardó y evitó traicionar.
Como metáfora de lo que es la
vida Salvatierra nos presenta la vida en toda su magnitud haciendo que
un cuadro de varios kilómetros sea un reflejo perfecto de lo que es nuestro discurrir
en la existencia del mundo. Un cuadro del que toda sección cobra importancia
puesto que con huecos y lagunas no se termina de entender toda su dimensión y
complejidad. Y justo es lo que pasa en esta novela: falta un rollo de tela, una
sección del cuadro inmenso de toda una vida. Una sección que se vuelve misteriosa,
guardiana de un secreto íntimo de Salvatierra que sus hijos no conocían ni se
esperaban y que al ir descubriendo no saben si quieren seguir tirando del hilo
para descubrir y terminar de cerrar el puzzle.
Salvatierra es una novela
canónica, pura y dura, clásica como las de antes, donde la historia prima ante
cualquier otra reflexión, sin paja y desnuda de artefactos narrativos inútiles
que desvíen la atención del lector. Por eso es tan intensa, interesante y
corta, porque se queda con lo esencial. Pedro Mairal es un narrador y fabulador
nato, que teje una historia de cabo a rabo con los elementos clásicos de la narrativa,
pero añadiendo esa magia, colorido y sonoridad que suele tener la literatura
iberoamericana.
Sin dejar de lado el realismo
costumbrista de la novela, Mairal introduce un elemento que para mí tiene un
componente mágico inmenso: el cuadro. ¿A quién sino a Borges o García Márquez
se les ocurriría plantear la existencia de un cuadro de toda una vida,
literalmente, de más de 4 kilómetros de longitud dividido en rollos de tela de
60 metros? Pero funciona como una realidad tangible, perdida, olvidada, oculta
por los designios del destino. Salvatierra devuelve al lector el placer
de la lectura de una historia pura y original, con introducción, nudo y desenlace,
y un desarrollo de la historia que mantiene al lector pegado a sus páginas sin
casi pestañear.
Tras leer Salvatierra
confirmo lo que ya venía leyendo sobre Pedro Mairal desde la publicación de La
Uruguaya (quizá una próxima lectura suya que haga una vez reduzca un poco
la pila de libros pendientes que tengo, aunque mejor sería hablar de pilas de
libros pendientes), y es que es un narrador magnífico o al menos esta novela
suya lo es. Si fuera profesor de literatura y me pidieran que pusiera un
ejemplo de perfección narrativa y argumental creo que pondría este ejemplo. A Mairal
le sobra con una novela que no llega a las doscientas páginas para desarrollar
ante nuestra vista una historia redonda y, como digo, casi perfecta, donde el
lector se queda prendado de la trama y quiere seguir leyendo para ir poco a
poco descubriendo lo que se esconde tras ese cuadro inabarcable de toda una
vida y del personaje de Salvatierra.
Dudo mucho que quien esté dentro
del mundo editorial o cerca y le apasione leer no sepa aún de la existencia de
Pedro Mairal, pero para quien aún no haya oído hablar de él, pese a su
relevancia con La Uruguaya, le recomiendo que se acerque a su obra, si no con
esa otra novela, sí con Salvatierra, que quizá por no tener tantas
expectativas detrás uno se acerca a ella simplemente queriendo descubrir una
buena lectura. Y esta lo es. Sin duda. Una lectura perfecta, para esas tardes
en las que no se quiere hacer nada más que estar en casa en un sillón
cómodamente pasando el tiempo.
Caronte.