sábado, 28 de noviembre de 2020

Mejor la ausencia

De vez en cuando hay que dejarse llevar y aconsejar por los libreros, que en el fondo son los que más saben de libros y gustos lectores, tanto por poder abarcar un mayor campo de visión literaria presente y pasada, como por encontrarse constantemente con preguntas, solicitudes de ayuda y peticiones de recomendación de lectores de infinidad de inquietudes. Sin embargo, pocas veces me he dejado yo asesorar en una librería, muy pocas, y todas en los últimos meses. Siempre he sido yo el que iba a librerías, de segunda mano o grandes cadenas de librerías, a mirar libros y dejar que estos decidieran por sí solo si querían venirse conmigo a mi casa para reposar durante el tiempo necesario en mis manos para que los leyera. A veces el destino quería que el libro comprado me iluminara y otras muchas el libro ha quedado difuminado en un olvido doloroso. Con este libro debo reconocer que la recomendación de los libreros de toda la vida de mi barrio me ha iluminado de manera soberbia.

Edurne Portela es una escritora que alcanzó la fama gracias a que el gremio de libreros de Madrid le concedió su premio anual por esta novela que hoy reseño: “Mejor la ausencia”. Si digo la verdad yo hasta ese momento no había escuchado hablar de ella ni leído nada sobre esta escritora y pasado el tiempo la verdad es que pasó desapercibida. Sin embargo, este libro suyo es probablemente uno de los grandes fenómenos literarios de los últimos tiempos, no por fama o celebridad sino por calidad.

Mejor la ausencia” narra en primera persona la vida de Amaia desde sus 5 añitos hasta su madurez con 35. Por tanto, es Amaia la que desde pequeñita nos va contando como es su vida, su familia, su entorno. Y encima nos lo cuenta como una niñita de 5 años lo contaría cuando tiene 5 años, como una adolescente lo narraría con 13, como una joven preuniversitaria nos contaría sus cosas con 17 y como una joven adulta de 35 nos hablaría de su vida. Edurne Portela construye una historia grandiosa tanto en todo lo relativo con lo que cuenta como por cómo lo narra. Ese lenguaje que va evolucionando a medida que el lector va pasando las páginas le da una plasticidad y un realismo a la novela poco común y que no he visto en muchos libros.

Ya he hablado de la forma de “Mejor la ausencia”, hablemos ahora del contenido. Esta novela es un gran fresco de las dos grandes violencias que han arrasado y siguen haciéndolo a la sociedad española. La violencia que ejerce el ser humano contra sus semejantes. La violencia encarnada, enquistada, la que se retroalimenta de más violencia, la que engendra constantemente más y más y más violencia. Terrorismo y violencia machista se dan la mano en esta obra que sobrecoge a cada página y que no da al lector un respiro de tranquilidad y paz en sus casi 250 páginas.

La familia de Amaia parece normal al principio, pero poco a poco se ve que la violencia enmascara todo viso de normalidad. Ella es la menor de 4 hermanos, que viven en el País Vasco de los años 80, a las afueras de Bilbao. Podríamos decir que esta familia es como un queso gruyere, bonito y perfecto por fuera, pero lleno de agujeros una vez lo abrimos por la mitad. “Mejor la ausencia” narra precisamente eso: cómo la ausencia es lo mejor en una familia que solo cuando cada uno de los miembros se aíslan puede vivir en paz, ya que en conjunto es imposible y se hacen la vida imposible unos a otros.

Todos los tópicos típicos de la violencia etarra y machista forman parte del tejido de “Mejor la ausencia”, pero de una manera que nada tiene que ver con la simplicidad que en otras ocasiones se ha tratado estos asuntos. Esta no es una novela como “Patria” de Aramburu, aquí la violencia de ETA es un escenario, un ruido de fondo, un decorado macabro y lleno de odio que envuelve el verdadero núcleo de la novela que es la violencia familiar. Porque esta novela no es simplemente violencia machista, sino violencia familiar, violencia desmedida generada por un ambiente en el que lo normal es insultar, hacer de menos, vejar y pegar, infligir un daño físico y moral constante, edulcorado con perdones egoístas y falsos.

Portela ha sabido mostrar en “Mejor la ausencia” las dos violencias, de ETA y familiar, con sosiego, sin efectismo, sin aspavientos, simplemente dejando que el lector lea hechos y juzgue por sí mismo sin ver escritos juicios de parte. Somos nosotros los lectores los que debemos darnos cuenta que reaccionar contra estas violencias siempre está en nuestras manos. Con ETA se acabó en el momento en el que los silencios dejaron de oírse y empezó a oírse a la sociedad, la vasca principalmente, clamar contra los asesinatos de paisanos, vecinos, amigos, compañeros inocentes. Del mismo modo, creo que esta novela deja bien claro que solo podremos acabar con la lacra de la violencia machista y familiar si toda la sociedad la sentimos como propia, si empezamos a no creer que es un tema privado que en privado debe ser tratado. En el momento que todos y todas nos sintamos afectados por lo que pase en las familias de las decenas de Amaias que hay en España habremos caminado en la dirección correcta.

No me extraña que en su día “Mejor la ausencia” fuera considerado por los Libreros de Madrid como la mejor novela de 2017. Y es una pena que un libro así, tan necesario, tan duro y tan real a la vez, haya pasado desapercibido para el gran público; pero claro el fenómeno Aramburu eclipsó todo cuanto se publicó en esas fechas que tuviera que ver, aunque fuera tangencialmente con ETA. Tras su lectura no puedo más que agradecer a los libreros de la Librería Jarcha de mi barrio en Madrid su recomendación, y solo me queda añadir que debéis leer esta novela y disfrutarla porque es una joya tanto por la forma como por el fondo.

Caronte.

lunes, 23 de noviembre de 2020

Los bosnios

En el día de las librerías, celebrado hace unos días, me acerqué a la librería de toda la vida de mi barrio. Fui con la idea de comprar tres libros: uno de ellos lo llevaba muy bien pensado, otro quería que fuera de una escritora en concreto, pero dejándome asesorar por los libreros, y el tercero quería que fuera recomendación pura y dura. No fueron tres los libros que compré sino cuatro, siendo el cuarto de ellos también recomendación 100% de los libreros que me escucharon decir de pasada que me interesaba mucho todo el tema de Europa del Este y de la guerra de Yugoslavia y los Balcanes y me encasquetaron la novela de la que hoy hablo. Y que buena recomendación ha terminado siendo. Para esto están las librerías de toda la vida, nuestros libreros de siempre, los que saben dan en el blanco con ese libro que nos llegue a la médula y nos abra en canal el cerebro activándolo como ninguna droga puede lograr.

Cada una de las escasas ciento veinte páginas de “Los bosnios” es una puñalada en el corazón, un disparo en la nuca, una laceración profunda en el abdomen, y corte certero en la yugular del lector. Velibor Čolić, autor de esta obra cruda y desalmada, realista y puramente sobrecogedora, sufrió en primera persona el desastre y el horro que fue la Guerra de Bosnia, o de los Balcanes, o de la Antigua Yugoslavia, la guerra, a fin de cuentas. Y no se anda con pequeñeces a la hora de narrar lo que vio o le contaron de aquellos años.

Los bosnios” se divide en 4 partes: las dos primeras se componen de retazos minúsculos, casi apuntes, de la vida de diferentes personas, ninguna anónima, todos con sus nombres y apellidos, con sus apodos incluso; otra de las partes se corresponde a las ciudades y cómo sufrieron la guerra; y la última corresponde a la propia experiencia del autor a la hora de huir de un probable horror más de la guerra para terminar viviendo en Francia y escribir sobre lo que vivió en francés, quizá asqueado de una tierra que le convirtió en extranjero de la noche a la mañana.

El conflicto de los Balcanes de los años 90 siempre me ha generado y despertado mucho interés, quizá porque soy nacido en esa época y es también la última gran guerra que ha vivido el continente europeo con implicación directa cuyos ecos aún no se han terminado de apagar. “Los bosnios” es la perfecta representación del horror que las guerras que se desarrollaron aquellos años causaron en pueblos que hasta entonces habían convivido históricamente en paz, o relativamente en paz.

La difuminación de razas, países, estados, naciones y creencias en los Balcanes queda unificada bajo el terror, la crueldad, el odio, la rabia y la muerte que genera siempre una guerra azuzada por militares y políticos que no sufrirán ninguna consecuencia (aunque en este caso los responsables de las matanzas producidas en aquella época sí que dieron con sus huesos en los banquillos de los tribunales internacionales de justicia). “Los bosnios” condensa todo eso soltándoselo a la cara del lector sin filtro y sin tamizar, buscando su shock emocional y paralizando su lectura.

Al estar narrada en pequeños retazos, breves, sin florituras y sin grandilocuencias narrativas, “Los bosnios” se convierte en una novela soberbia, fría, seca, directa, concisa. A veces una fotografía es capaz de mostrar más emociones y más sensaciones que todo un documental de varios capítulos. El horror que aparece en las páginas de este libro viene casi en forma de fotografías, o como se dice en la contraportada de esquelas mortuorias: breves y definitivas.

Aviso de ante mano que “Los bosnios” no es una novela fácil de asimilar. Su lectura sencilla y rápida se ve constantemente interrumpida por los puñetazos directos a los riñones, que doblan al lector y las patadas que dejan sin respiración y nos hacen parar para asimilar, si es que se puede asimilar lo que esta novela narra, lo que acabamos de leer. Quien no se sienta conmovido por las páginas de este libro es que no tiene sangre en sus venas, ni un ápice de misericordia en su corazón. Pocos libros han conseguido que interrumpa tanto la lectura a mitad de página, o de frase, o de párrafo para leer dos veces lo que acababa de pasar por delante de mis ojos clavándose en mi cerebro. Este libro ha conseguido lo que la literatura debería conseguir siempre: emocionar, conmover y cambiar al lector.

Caronte.

jueves, 19 de noviembre de 2020

Amigos absolutos

Aún, en lo que llevamos de año, no había leído nada de John Le Carré. Si hubiera acabado el año sin haber leído de quien para mí es el más grande escritor inglés vivo, hubiera corroborado la mierda de año que está siendo 2020. Por suerte no ha sido así, y algo, infinitesimal por su puesto, ha mejorado este año tan infame e histórico para todos. Todos los años desde que hace ya más de una década mi profesora de historia del instituto me lo recomendara he leído algo de Le Carré, leído o releído, porque ha sido uno de los pocos autores cuyos libros (obviamente no todos) he releído en más de una ocasión. Además, el escritor inglés me ha acompañado siempre en momentos raros, difíciles, de cambio, de soledad y de ausencias. Sus novelas me han acompañado en horas de metro, en tardes grises, en noches saudíes y en vuelos intercontinentales de retorno a casa. Es complicado que pueda expresar en palabras el tremendo honor y placer que es para mí leer a Le Carré y la profunda admiración que siento por él.

Amigos absolutos” (traducción literal del título inglés de la novela) sigue el esquema básico clásico de las novelas de John Le Carré: Guerra Fría, dobles agentes, o triples, o traidores, nunca se sabe a ciencia cierta, y hombres cínicos que juegan con hombre idealistas un juego peligroso solamente para los segundos. Es una novela canónica de Le Carré y, sin embargo, no tiene nada que ver con otras novelas suyas ya que en esta la Guerra Fría no es más que un largo trasfondo para introducir la amistad absoluta que une, en vida y destino, a los protagonistas de esta trama de espionaje: Ted Mundy, un inglés nacido en Pakistán, huérfano de madre, de padre militar que añora el viejo Imperio, idealista, rebelde contra los suyos a los que parece que nunca perteneció; y Sasha, un alemán del este, de padre pastor luterano, madre ausente y por tanto totalmente desarraigado en un mundo que no comprende y ante el que está en permanente lucha idealista.

La novela tiene por así decir tres tiempos narrativos diferentes, tres estadios temporales distintos entre sí en los que Ted y Sasha afianzan su larga y fiel, aunque intermitente amistad. El presente de la novela es el año 2003, en plena Guerra de Irak, en un mundo en shock aún por los atentados del 11-S; sin embargo, “Amigos absolutos” lleva al lector desde el Pakistán pre independencia hasta la caía del Muro de Berlín, pasado por el Berlín ocupado por los americanos donde Ted y Sasha se conocen y forjan una amistad a base de acciones anarquistas contra el imperialismo que ha invadido Alemania.

Nadie que lea a Le Carré estará cómodo haciéndolo porque los cambios temporales y los dobles juegos de personajes perseguirán al lector página tras página. Pero esa es su grandeza y eso es lo que admiro en este grandísimo escritor. “Amigos absolutos” es un soberbio ejemplo de juego con el lector. Le Carré nos va guiando poco a poco por una historia de dos hombres ordinarios, que luchan por una causa y que se dejan llevar por la historia de la mano del misterio, del idealismo de un mundo mejor y más justo, sin abusones, sin vencedores ni vencidos: de un mundo que no puede existir porque es una quimera y mientras sea el hombre quien deba habitarlo nunca podrá ser una realidad.

Pocos autores hay en el panorama actual que sean capaces de diseccionar tan perfectamente las miserias humanas, las pulsiones internas de los hombres y mujeres que pisan este mundo. “Amigos absolutos” no es solamente una novela de espías que funciona como un perfecto reloj suizo: con perfecta sincronización; sino que también es una fantástica obra que profundiza en las miserias y debilidades del ser humano: vanidad, prepotencia, orgullo, mediocridad, idealismo, cinismo, traición, amistad… Le Carré es un gran conocedor de aquellas lacras que frenan la sociedad y muestras, sin tapujos, como el mundo está dirigido por mediocres orgullosos, cínicos egocéntricos, que harán todo lo posible por conseguir sus propósitos caiga quien deba caer. Pocas veces en las novelas de Le Carré hay hueco para la bondad, pero también hay buena gente en sus novelas, gente inocente, gente ingenua, gente quizá demasiado bondadosa como para dejarse engañar por miserables manipuladores.

Hay autores que a uno le llegan muy profundo y cada novela que de ellos se lee acrecienta dicho amor y admiración. “Amigos absolutos” es de esas novelas secundarias de Le Carré que sin embargo consiguen atrapar al lector y hacerle meterse tanto en la historia que al final uno siente como propios las traiciones y los desencantos del mundo. No hay que dejar de mencionar, además, que esta novela muestra también a un Le Carré muy combativo ideológicamente que lapida al comunismo soviético y al mismo tiempo el imperialismo brutal de los EE.UU. No obstante, el propio Le Carré siempre se ha considerado a sí mismo socialista y en varias conversaciones (esas magníficas y profundamente intensas conversaciones de los libros de Le Carré) se muestra su lado más ideológico al lector.

Quien me conoce sabe que no puedo hablar mal de David Cronwell, que es el nombre real de John Le Carré. Y es que es el autor que más admiro, más me gusta leer y más me hace disfrutar con sus novelas. “Amigos absolutos” es una buena novela, mucho mejor de lo que yo mismo me esperaba por eso de que no es de sus más conocidas ni celebradas. Un libro que engancha, que recorre la historia desde la trastienda del espionaje, que nos plantea un dilema moral y ético de clamorosa actualidad. Cuando la pluma de Le Carré deje de rasgar el papel se habrá acabado una etapa dorada de las letras inglesas (permitidme la hipérbole en este caso). Recomiendo y recomendaré siempre cualquiera de los libros de este genial escritor.

Caronte.

domingo, 8 de noviembre de 2020

La biblioteca de la piscina

No llevo mucho tiempo inmerso en la literatura de temática homosexual o de género LGTBI como suele clasificarse actualmente. Y es que no considero que deba existir un género específico para una orientación sexual o concepción de género determinadas. La literatura, si es buena, si es grande, si es de calidad, si es reflejo de la sociedad contemporánea a la que pertenece no necesita de géneros particulares para colectivo social. Cada escritor o escritora debe escribir sobre aquello que le interese y le genere desasosiego, porque de eso se trata: de contar una historia que se lleve dentro esté protagonizada por un hombre, una mujer, un caballo, un gay, un hombre de color, un migrante argelino. Por ello me cuesta tanto referirme a una novela clasificándola dentro de un, mal llamado, género LGTBI. No obstante, si he leído esta novela no ha sido exclusivamente porque toda ella gire en torno al mundo gay, sino porque Alan Hollinghurst me interesa bastante al ser un autor de cierta relevancia en Inglaterra y que por desgracia no conocía hasta la fecha.

La biblioteca de la piscina” (título literalmente traducido del inglés) es una novela de contraste y paralelismo entre dos vidas: las dos vidas de sus personajes principales. Por un lado, tenemos a William, narrador de la novela, joven (25 años), atractivo y vigoroso, y, por otro lado, a Charles, anciano (85 años) aristócrata y Lord. Ambos homosexuales. El trasfondo de la novela es el Londres de mediados de los años 80 (alrededor de 1985) y el mundo gay sus escenarios principales. Para que se entienda mejor, como mundo gay en este caso tenemos un club privado, una piscina/gimnasio, la buhardilla de un hotel, galerías de arte de East End, cines X del Soho casas burguesas del Notting Hill.

Para mí uno de los aspectos más interesantes de “La biblioteca de la piscina” es fresco impresionante que se presenta ante el lector y que describe el mundo o la sociedad semi oculta aún homosexual en Londres en los ochenta. Es tan enorme el paralelismo con la actualidad, o al menos así lo veo yo, que me parece casi hiperbólico que el Londres reflejado de hace más de 30 años podría ser perfectamente el Madrid o la Barcelona de hoy en día. Una sociedad gay sin un faro que la guíe, donde el sexo y los encuentros sexuales desenfrenados que buscan solamente ampliar un, ya largo, listado de conquista o polvos, son las características principales; donde el amor, los sentimientos no son más que accidentes, y lo habitual sea simplemente la atracción por un físico perfecto y donde el tamaño (de un pene, de un músculo o de un culo) pesa más que la persona que haya detrás de ese físico.

En todo este trasfondo, en muchas ocasiones excesivo y eclipsante, se desarrolla la relación entre William y Charles. Una relación basada en el clásico maestro/alumno, aunque con diferencias notables. Ambos homosexuales de generaciones distantes 60 años muestran dos realidades muy distantes pero paralelas: ambos se enfrentaron a su sexualidad con naturalidad, pero en situaciones sociales muy diferentes. Si bien William disfruta de su sexualidad a lo loco sin pararse a pensar qué es el amor, pero creyendo que lo siente; Charles lo hizo desde la más absoluta soledad, abrazándola, asumiéndola y sin dejarse consumir por ella, eso sí, desde el ostracismo de clubes oscuros, casas privadas y secretos. “La biblioteca de la piscina” es una intensa muestra de que el avance de la sociedad suele dejar muchas víctimas en su camino, víctimas que no solo son físicas, sino también psíquicas.

Es muy relevante también como Hollinghurst narra de manera soberbia la vida de William. “La biblioteca de la piscina”, a pesar de poder ser considera incluso una novela histórica donde se ven los contrastes, las similitudes, las actitudes y los cambios durante 60 años en la sociedad inglesa y en su consideración y trato hacia los homosexuales, es una maravillosa novela sobre el paso de la adolescencia a la madurez mentales. Porque eso es lo que William va experimentando a lo largo de las páginas de esta intensísima novela: pasa de estar locamente enamorado, físicamente enamorado, de un chico de color más joven que él, Arthur, a la pesadumbre por su desaparición de la noche a la mañana, y a encapricharse y sentir dolor y miedo por perder a otro joven, Phil, a quien, sin embargo, no deja de poner los cuernos y ser infiel con cualquier joven que encuentra en cualquier lugar de ambiente gay.

Muy interesantes también es la vida de Charles, una vida de alguien de clase alta, de colegios masculinos privados, universidades elitistas, vida de funcionario colonial en África, y grandes casas londinenses y clubes privados. Creo de hecho que la parte en la que la historia bascula de William a Charles a través de los diarios de éste último es la más interesante y atractiva de “La biblioteca de la piscina”, y por desgracia está un poco infravalorada y no siempre se profundiza lo suficiente en ella teniendo el potencial que podría haber tenido. Creo que en este punto Alan Hollinghurst ha metido la pata, más aún, teniendo en cuenta que es en el último tercio del libro donde ese trasfondo dramático, donde el rechazo presente y pasado al mundo homosexual, se hace más evidente y por tanto da más peso y profundidad a la novela.

Pero este, para mí, error en el foco de la novela, también se ve agrandado, y de ahí que tenga sentimientos muy encontrados con ella, con el excesivo uso que Hollinghurst hace de las descripciones de ámbito sexual que hay en “La biblioteca de la piscina”. Hay momentos en la novela que parece que estuviera leyendo el guion de una película porno. Hay tantas descripciones de penes, culos, cuerpos, actos sexuales, fantasías, encuentros en vestuarios, duchas, baños públicos, cines, casas, que al final el lector tiene le sensación, y yo la he tenido, de estar ante una novela caricaturesca por hiperbólica que tiene de fondo el mundo homosexual. De hecho, es que creo que a la novela le sobran el 90% de las escenas sexuales, que por desgracia representan casi una quinta parte del libro.

Pese a para mí estas dos lacras importantes en la novela, “La biblioteca de la piscina” sigue siendo un libro sobradamente interesante, tanto si se es homosexual como si no, que pone sobre papel actitudes, fobias, filias, gustos, protoptipos, prejuicios, hipérboles y preocupaciones de un colectivo, que ha formado siempre parte de la sociedad que ha sufrido y, por desgracia, sigue sufriendo estigmatización (a veces gana da pulso, pero no por ello justificable), rechazo e, incluso, castigo. Si se está dispuesto a pasar por constantes escenas de sexo explícito, la historia que subyace es dura, reveladora y ante todo real de lo que los homosexuales durante mucho tiempo hemos vivido y seguimos viviendo a día de hoy: dudas, miedos, equivocaciones, desorientación, falta de confianza, soledad. Es un libro que, en el fondo, merece la pena por muchas más razones que la simple fachada del sexo pueda hacer pensar a primera vista.

Caronte.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Las golondrinas de Kabul

De nuevo me toca reseñar una novela leída en francés, idioma que he retomado después de muchos meses sin leer en él. Y reseño una de esas novelas cuyo eco suele quedarse resonando en la cabeza de los lectores durante un tiempo indeterminado y que nos hacen darnos cuenta del poder tan descomunal que puede tener la palabra escrita y de la fuerza que tienen los libros para perdurar en el recuerdo como si fueran vivencias experimentadas en la propia piel. Además, vuelvo a reincidir en una época concreta, reciente, misteriosa, desconocida y dolorosamente sangrante: Afganistán y los talibanes que han convertido aquel lejano país de resonancias míticas en una tumba abierta, en una fosa común donde el mundo está echando lo peor que el ser humano es capaz de generar. A esto sumo también el descubrir a un escritor nuevo, árabe (magrebí, mejor dicho), argelino, que asombrosamente, dado el origen que tiene, firma sus novelas con nombre de mujer: Yasmina Khadra.

Las golondrinas de Kabul” (título traducido exactamente desde el francés “Les Hirondelles de Kaboul”, no era difícil esta vez hacer una buena traducción) es una novela muy dura, diría que extremadamente dura y dolorosa, sobre el Kabul de los talibanes y la sinrazón que general la intolerancia, en este caso religiosa, en la población, cuando la violencia y la fuerza de las armas se imponen a cualquier otro designio.

A través de cuatro personajes principales y un par de ellos secundarios, “Las golondrinas de Kabul” esboza una ciudad, una sociedad, un país, sin futuro, sin presente y con un pasado enterrado en el olvido a base de odio, intolerancia, guerras, pobreza y muerte. Yasmina Khadra no da lugar a la compasión ni a la esperanza en su narración, y muestra sin tapujos una sociedad sin ilusión, sin posibilidad de resurgir a corto plazo: una sociedad fracasada a base de injerencias extranjeras y dejación de funciones de la comunidad internacional.

Son dos parejas las protagonistas, representadas principalmente por los hombres de cada una de ellas. Hay que recordar que en la sociedad afgana las mujeres no pintan nada, no son nadie, menos que objetos o animales, seres a los que se les permite vivir y que mejor que estén calladas y sumisas. “Las golondrinas de Kabul” retrata con desesperanza y desasosiego a dos tipos diferentes de hombres y mujeres: por un lado, el matrimonio de intelectuales burgueses que han visto como todo su mundo ha desaparecido y por otro el matrimonio de un hombre guardián de una prisión que odia a su mujer y la trata mal, con desprecio y resignación, tal y como sus “amigos” y “camaradas” radicalizados le dicen que tiene que proceder, pero que es incapaz de repudiar a su mujer para coger a otra.

Desde la primera escena de “Las golondrinas de Kabul” el lector sabe que va a presenciar y a leer en las páginas de esta novela unas historias que se entrelazarán al final, pero que huelen desde el principio a tragedia y drama, donde no hay posibilidad de felicidad, ni de un final con ilusión. Las pocas veces que Yasmina Khadra deja que el lector se ilusione es para a continuación hundirle aún más profundamente en el horror de una ciudad muerta en vida, donde sus habitantes deben malvivir, sobrevivir y arrastrarse con la cabeza agachada y humillada ante los talibanes armados y radicales que impedirán si quiera un esbozo de risa, indecorosidad o frivolidad.

La Guerra de Afganistán es uno de esos conflictos perennes en el tablero de juego internacional; eses pozo sin fondo donde la barbarie, la depravación, el fracaso de la sociedad occidental y la lucha de intereses han hecho morir a una sociedad que era inocente y que ahora debe enfrentarse a sus propios miedos y fantasmas. “Las golondrinas de Kabul” es buen ejemplo de ello ya que a lo largo de sus páginas vemos como lo que parecía perfecto no lo es, quien parecía ejemplar y tolerante deja de serlo y se convierte en un monstruo más llevado por la sinrazón y la ceguera del odio. Nadie en la novela es quien parece ser, nada parece que va a desarrollarse como se espera que ocurra.

Como he dicho ya, “Las golondrinas de Kabul” es una novela que deja un poso muy amargo en el lector y que hace que resuene en nuestras cabezas durante aún algunos días una vez se ha pasado la última de sus páginas. Pero no es para menos: si la primera escena golpea en el hígado un gancho directo que nos destroza y nos predispone para el horror, la última no se queda atrás y destroza la poca esperanza o ilusión que este libro pueda inspirar. Solo los pequeños sueños de uno de los protagonistas de esta historia parecen querer infundir algo de bienestar; solo quizá las menciones a los amaneceres inocentes de Kabul, a sus golondrinas, dan belleza a una historia que destroza cualquier corazón sensible.

Para terminar, creo que es conveniente avisar de que “Las golondrinas de Kabul” no es una novela para todos los públicos. Su dureza va más allá del simple efectismo de algunas novelas lacrimógenas: aquí también se plantean reflexiones interesantes al lector que nos hacen pensar. Si se está dispuesto a experimentar un desasosiego constante y no entrever casi luz al final de un túnel de horrores, sangre, muerte y odio, esta novela se puede disfrutar sabiendo que por desgracia la ficción que narra es la realidad oculta de un país que todos sabemos nombrar, pero al que nadie soñaríamos con ir.

Caronte.