sábado, 30 de julio de 2022

Ceniza en la boca

Continuo mi racha de lecturas de escritoras iberoamericanas con una novela que vuelve a ser una recomendación de varias personas por redes sociales de las que me fío y a las que respeto por sus lecturas. Y vuelve a ser un libro de los que me compré en la pasada Feria del Libro de Madrid: de los 15 libros con los que me hice durante los tres fines de semana que duró la feria ya apenas me quedan 4 por leer, los más extensos, los menos frescos de leer para los trayectos en metro o tren hasta el trabajo o inmerso en el calor de mi piso por las tardes o las mañanas. Está siendo un verano de lecturas en femenino y desde el otro lado del atlántico, donde el español conversa ese colorido, esas expresiones, esa sonoridad que lo hace ser tan diferente al monotono español castellano (sé que es muy antiguo llamar castellano al español, pero me permitís esta pequeña licencia).

Ceniza en la boca comienza muy fuerte, con el relato y descripción del suicidio de la protagonista narradora de esta historia. Este hecho, este shock brutal y frío, que se narra sin contemplaciones ni miramientos y que estremece por imaginarlo tan vivamente como si estuviéramos viendo como cae el cuerpo de un joven desde un quinto hasta estamparse contra el suelo en directo rompe cualquier molde narrativo. Podría incluso ser muy Tarantino este inicio de novela, muy hardcore. Se leen hasta los posibles sonidos que el cuerpo pudo hacer al chocar contra el pavimento de la calle. Tiene incluso cierto tono de regodeo e incluso de humor negro. Este suicidio da pie a una novela corta, intensa y muy social que dejará sin duda poso y huella en el lector una vez cierre el libro.

Brenda Navarro parte de un suicidio, algo que sigue siendo tabú en nuestra sociedad y que, sin embargo, es más habitual que muchas de las causas de muerte a las que estamos acostumbrados y de las que hablamos con total y absoluta normalidad. Ceniza en la boca es una novela que sirve como catalizador social ya que enciende la mecha del lector para que este piense y reflexione sobre temas a los que el debate público da la espalda continuamente. ¿Cómo llega un chico joven a suicidarse? ¿Qué se le pasa por la cabeza para querer acabar no ya con su vida actual sino con la infinidad de vidas que tiene por delante según las decisiones que pueda tomar? Esas preguntas y muchas otras son las que a lo largo de la novela sobrevuelan al lector.

Pero hay más, porque Brenda Navarro utiliza Ceniza en la boca y el suicidio que da comienzo a la novela para hacer una denuncia social inmensa sobre las actitudes sociales actuales. Desarraigo, migración, pobreza, explotación, racismo, machismo… Todas las grandes lacras de las sociedades actuales se dan la mano en una misma historia sin desentonar, sin parecer exagerado y sin caer en la autocompasión. Porque la protagonista de esta historia, la hermana del joven que decide quitarse la vida saltando por la ventana, huye de su país natal para intentar encontrar paz y tranquilidad, prosperidad y cierta felicidad en su vida pero termina encontrándose explotada en trabajos de mierda, malviviendo sin llegar a fin de mes, habitando cuartuchos insalubres alquilados por una dinerada al mes, cuidando ancianas en una Barcelona donde solo importa el dinero y la prosperidad y se oculta todo lo que huela, parezca y se oiga mal…

Ceniza en la boca es también una novela sobre la migración, sobre cómo en España son los inmigrantes los que sacan adelante las tareas más desechadas y desagradecidas, pero más necesarias para que cada vez que vayamos a un restaurante todo esté limpio, cada mañana al llegar a la oficina nuestra mesa y espacio estén limpios, que las camas de los hoteles todo incluido a los que vamos estén hechas cada vez que por la noche vayamos a acostarnos, que nos cuiden a nuestros mayores cuando estos ya son totalmente dependientes, que nos traigan ese antojo alimenticio a nuestra casa desde la otra punta de la ciudad, desde nuestro restaurante favorito en una noche fría de invierno en que no nos apetece salir de casa… Son los inmigrantes a los que llamamos negros, guachupines, latinos, ladrones y miserables y de los que nos queremos diferenciar porque nos creemos mejores los que sacan adelante el país y solo somos capaces de pagárselo mediante explotación y racismo, y si es mujer además con un machismo recalcitrante.

Siendo español y viviendo en Madrid (que es equiparable a Barcelona, donde se desarrolla parte de la novela) Ceniza en la boca es un espejo en el que reflejar las dinámicas racistas, aporófobas y machistas de esa parte de la sociedad española que se cree superior a todos, clasista, engreída, egoísta y prepotente. Quien se ofenda cuando le dicen una verdad que no quiere oír o ve un hecho que pretende esquivar cerrará esta novela tras las primeras páginas, porque no es agradable leer sobre problemas que generamos y ante los que preferimos callar y ser cómplices para no arreglarlos y que todo siga así mientras a nosotros no nos salpique. Lo que ha conseguido Brenda Navarro en esta novela es sobrecogedor y todo con contundente sencillez.

Caronte.

jueves, 28 de julio de 2022

Cometierra

Hay autores cuya sombra es demasiado alargada y ni tan siquiera son su muerte mengua. Uno de esos autores, que además está en el imaginario de cualquier lector ya sea porque lo haya leído como por haber oído hablar de leer y tener pendiente leerlo, es Gabriel García Márquez, quizá el escritor más relevante e influyente de toda una generación de escritores iberoamericanos y uno de los más grandes autores en español de la historia. Sin haber sido el inventor ni el ideólogo del realismo mágico, García Márquez ha dejado una impronta tal en las letras iberoamericanas que en cualquier autor contemporáneo del otro lado del charco se pueden leer ecos de su manera de contar la realidad, las penas y tristezas de la vida, la desgarradora, desoladora y dolorosa existencia humana, de tal manera que el lector sepa que pese a todo siempre hay color, música, tactos y gustos que nos pueden devolver las ganas de vivir y seguir buscando esa felicidad que muchas veces tenemos sin saberlo.

Dolores Reyes ha escrito una novela que entronca directa y frontalmente con la tradición narrativa iberoamericana más pura rescatando un realismo mágico que sirve no solo como fondo y tono de la narración sino como elemento fundamental de esta historia. Cometierra nos lleva a un mundo de violencias a través de una mujer, una niña prácticamente, que comiendo tierra de lugares que han vivido un acontecimiento traumático puede ver qué pasó allí. Así, de episodio traumático en episodio traumático y mediante capítulos cortos, pero de muy alta intensidad, nos vamos adentrando en una sociedad podrida y maldecida por una violencia estructural que lo cubre e inunda todo sin dejar un solo resquicio para la tranquilidad y la paz, ahogando aspiraciones, sueños y deseos de aquellas gentes que lo único que pretenden es vivir tranquilamente su vida, prosperar e intentar ser felices con lo que tienen.

Bien planteada, bien narrada y bien concluida Cometierra es una primera novela soberbia, rica, llena de matices y con una profundidad en lo que nos cuenta que duele y lleva a pensar porqué el mundo está tan lleno de violencia, tan podrido, tan ávido de sangre y muerte. Tendemos a pensar que el ser humano es bueno por naturaleza, pero cuando leemos novelas así donde, pese a la ficción, el componente de relato realista es tan alto uno piensa si el hombre no será la mayor lacra que existe actualmente en el mundo para la vida. Estremece leer sobre la violencia generalizada que existe en diferentes partes de Iberoamérica, una violencia enquistada y ya acostumbrada, que parece inherente a ciertos ambientes pero que termina alcanzando a todos los estratos de la sociedad de una manera u otra.

Que la violencia engendra violencia es, además de una frase hecha, una muy triste y lamentable realidad. Cometierra no solo nos habla de una violencia que tiene como foco y objetivo a las mujeres para atemorizarlas, someterlas y hacerlas nulas en cuanto a poder de decisión, sino de todas aquellas violencias que derivan de esta violencia principal. Violencia hacia las chicas jóvenes, vistas como objeto sexual y medio de saciar instintos básicos, animales y primarios siempre a través de sometimiento. Violencia en el matrimonio donde la mujer calla con tal de que esa violencia no se extienda a los hijos, sin darse cuenta que tarde o temprano se extiende. Violencia llena de odio y venganza, que intenta resarcir muertes con más muertes.

Narrar toda esta violencia y el proceso de maduración de una joven muchacha huérfana de padres (madre muerta y padre ausente) que tiene en su hermano el único apoyo fiel y tierno no es sencillo, y no hubiera sido igual de lúcido hacerlo sin recurrir a ese realismo mágico tan puro como el que Dolores Reyes usa en esta novela. Cometierra se convierte así en quizá la novela más mágicamente realista de todas las que desde García Márquez he leído haciendo que su lectura sea todo un viaje sensorial que atraviesa todo nuestro cerebro para posarse allí donde más necesitamos: donde las sensaciones y emociones se transforman en sentimientos y reacciones físicas en nuestro cuerpo. Generar emoción con la escritura no es sencillo; hacerlo además con tu primera novela es casi imposible.

Quiero concluir añadiendo que si no fuera por las recomendaciones que he recibido para animarme a leer esta obra no la hubiera buscado con ahínco ni comprado en la pasada feria del libro de Madrid. Cuando se publicó fue verdaderamente todo un soplo de aire fresco editorial y no me extraña que así fuera. Plantear una realidad tan amarga de manera tan poco usual, dejando que lo inverosímil sea el medio de contar una triste realidad no es algo que se vea muy a menudo sin caer en algo forzado e irreal. Cometierra tiene todo lo que una novela del realismo mágico debe tener al mismo tiempo que trata aquellos temas que la literatura iberoamericana escrita por mujeres debe tratar. Desde luego, creo que quien la lea no quedará defraudado.

Caronte.

viernes, 22 de julio de 2022

Elena sabe

Llevaba tiempo queriendo leer algo de Claudia Piñeiro, pero no me he decidido a hacerlo hasta que hace un par de meses nominaron a esta novela al Booker International. Suelo seguir bastante los premios literarios internacionales (los patrios, ligados siempre a editoriales, me parecen tal sarta de ombliguismo, corrupción y apología de la literatura basura que me dan mucha pereza) y al Booker le considero de los más prestigiosos y decentes, y de sus nominados y ganadores siempre he sacado alguna que otra buena lectura. Por estas razones, la pasada Feria del Libro este fue uno de los que compré y pasó a engrosar mí, ya de por sí, enorme pila de libros pendientes de lectura que espero bajar durante este verano tan sofocante y angustioso donde estar por la calle es un verdadero suplicio infernal y donde mejor se está, aunque sea con aire acondicionado o ventiladores a tope, es en casa sin que el astro rey fusile nuestra piel o haga que nuestra salud peligre.

Elena sabe cuenta una historia de temas tabú, de esos que intentamos siempre ocultar o que si tratamos lo hacemos de manera sutil, sin profundizar, intentando que pasen desapercibidos y el foco sobre ellos dure lo mínimo posible. La narradora y coprotagonista de esta novela es una mujer que entra ya en su tercera edad, enferma de Parkinson con necesidades de asistencia y medicación permanentes para no correr el riesgo de asfixiarse al comer o beber, o simplemente para moverse y desplazarse por el mundo. Esta mujer, consciente de su enfermedad, de sus limitaciones y de su destino, de su propio futuro, o de la escasez del mismo, se enfrenta a la investigación personal que emprende para intentar entender y esclarecer la muerte de su hija, misteriosa solo para ella, clara y cristalina para los policías que la investigaron.

Al tiempo que Elena sabe se convierte en una especie de thriller policial donde no hay investigación policial sino una madre empeñada en comprender por qué su hija ya no está a su lado para cuidarla y hacer que su enfermedad pese menos, es también una novela sobre las relaciones familiares que tenemos por obligación con nuestros seres queridos, por cotidianeidad, por tradición, porque siempre ha sido así y porque debemos querer a nuestra familia, a aquellos que tienen nuestra misma sangre. Claudia Piñeiro no se corta ni un pelo a la hora de plantear una historia donde el hartazgo supone el final de una mentira y donde los deseos de que la realidad sea como nosotros queremos que sea acaban por golpearnos y hacernos abrir los ojos ante la verdad.

Lo que me gusta de ciertos libros es que nos pongan frente a un espejo, no ya a nivel personal, sino como sociedad. Elena sabe hace esto: nos pone frente a nuestro reflejo como sociedad para mostrar lo miserables que podemos llegar a ser, lo ciegos que estamos ante un mundo que nada tiene que ver con lo que imaginamos que es y lo necios que somos al pretender vivir vidas que no queremos solo porque pensamos que debemos vivirlas así. La obcecación de la madre por ver una cosa donde no hay nada que ver; la historia de la hija que la cuida y siempre ha estado a su lado hasta que su muerte la aleja para siempre; y el cómo se llega hasta la verdad, hasta la más simple de las verdades: la única que a veces, por miedo, por ser parte de esa verdad incómoda, no queremos ver.

Desde que nacemos se nos dice que los vínculos familiares son sagrados, que la vida misma es sagrada, que debemos amar, respetar y querer a aquellos que llevan nuestra sangre. Pero, ¿alguien alguna vez se ha parado a pensar que la familia no es más que un conjunto de extraños en medio del cual vienes al mundo y creces y que por tanto simplemente quererlos y amarlos y respetarlos no es más que una aberración antinatural socialmente? Si eso pasa genial, pero lo normal sería todo lo contrario. Elena sabe es una novela que ahonda en estos temas. Piñeiro trata con naturalidad y sutileza, al mismo tiempo que con rotundidad, esta disfuncionalidad social yendo quizá a la que siempre nos han dicho que es la más sagrada de las relaciones familiares: la madre-hija.

El lector que se anime a abrir Elena sabe se va a encontrar con una historia que va creciendo a medida que avanza; que, por momentos, es incómoda de leer por meternos en la piel de una mujer mayor enferma de Párkinson que no es dueña ya de un cuerpo, el suyo, que debe drogar medicándolo para que reaccione a lo que su cabeza, aún lúcida, ordena; y que debe confirmar poco a poco las sospechas que a medida que avanza la narración va teniendo sobre el destino de la hija muerta. Enfrentar esas revelaciones, esas reflexiones que todos nos hemos hecho alguna vez pero que rara vez confesamos y si lo hacemos es con esas personas a las que llamamos amigos y que a la postre configuran nuestra verdadera familia y no la que por sangre nos toca en suerte, es revelador e incómodo porque todo lector puede verse pensando lo que la narradora y coprotagonista de la novela nos va contando. Desde luego, la nominación al Booker International que mencioné al principio está más que merecida y justificada.

Caronte.