Plantarme delante de un libro de más de 500 páginas siempre me ha puesto algo nervioso. Ver novelas de 600, 700, 800 y hasta 1000 páginas me he impresionado siempre y siempre he tenido mucho respeto por esos libros. Respeto y también algo de pereza, porque soy de los que piensa que mucho y muy bueno tiene que ser lo que quieres contar, y hacerlo extremadamente bien, como para que esa cantidad ingente de páginas puedan resultar atractivas a un lector. Por esta razón, a no ser que tenga muy buenas referencias de un libro o de un autor intento evitar libros que excedan el medio millar de páginas. No siempre lo consigo, y llevo de hecho varios libros que rondan y sobrepasan ese límite auto impuesto que no implica más que una manía mía personal sin relación alguna con nada objetivo. En el caso de esta novela llevaba tiempo no solo queriendo leer a Padura, sino con ganas de sumergirme en sus páginas.
Cuando empecé a interesarme por la obra de Leonardo Padura, escritor cubano galardonado hace unos años con el Premio Princesa de Asturias de las Letras, me fijé en el título de esta novela porque me resultaba curioso. Sin embargo, no pasé de considerar El hombre que amaba los perros como una novela que pudiera leer debido a su enorme tamaño. Esto cambió cuando me interesé más por ella y me di cuenta que ese título tan llamativo escondía la historia real, histórica, de uno de los episodios más oscuros y ocultados de la historia: el asesinato de León Trotski en Ciudad de México a manos de Ramón Mercader, un comunista catalán, por órdenes de Stalin a través de su servicio secreto.
El hombre que amaba los perros es una obra densa, extensa y perfectamente construida. Que sea densa no la hace mala: unas natillas, una mousse de chocolate, o una papilla de cereales con miel de bebé, son alimentos densos pero que a mí personalmente me apasionan y considero una delicia. No, que este libro sea denso es simplemente gajes del oficio: encajar la vida de tres hombres unidos por el destino, la historia y las casualidades, cuyas vidas se van desarrollando en ambientes y lugares diferentes, no es sencillo. Y, sin embargo, Padura en este libro consigue armar una historia construida a la perfección (de hecho, como pocas que haya leído) manteniendo al lector constantemente con ganas de más, haciendo que las más de 750 páginas de libro sean simplemente una característica más del mismo y no un hándicap.
De oídas todos conocemos quién fue Trotski: comunista camarada de Lenin en el asalto del palacio de invierno en 1917, uno de los artífices de la revolución bolchevique, y posteriormente enemigo acérrimo de Stalin por estar en contra de sus postulados y políticas. Fue exiliado por sus ideas, perseguido y asesinado en México a manos de un anónimo personaje perdido en la oscuridad de las tinieblas del tiempo y la historia. El hombre que amaba los perros cuenta los últimos años de exilio e itinerantica por Europa y América de León Trotski y los designios que la historia, de manos del tirano Stalin, le depararon.
Si bien es cierto que el hilo narrativo de El hombre que amaba los perros es ese asesinato y cómo se urdió, planeó y ejecutó, no estamos simplemente ante una novela que narra el final de la vida de un personaje que cayó en el olvido pronto. Ésta también es la novela de Ramón Mercader, cuya mano asió el piolet que se incrustó en el cráneo del pensador y dirigente bolchevique. Mercader de familia acomodada catalana por parte de padre, cuya Madre cae de lleno en la revolución proletaria abandonando a sus hijos, es reclutado en el frente de la Guerra Civil para servir a la causa más justa que un comunista puede llevar a cabo: asesinar al traidor Trotski. La novela sigue también los pasos de Mercader, su propia vida desde que nace, hasta su paso por la Guerra Civil y luego su entrenamiento en Rusia y posterior despliegue en terreno para ir poco a poco generando un personaje ficticio con el que poco a poco irá acercándose a los círculos de Trotski para tener la oportunidad de hacer historia y luchar por la causa proletaria universal.
Pero El hombre que amaba los perros también nos cuenta la vida de un tercer hombre: Daniel, escritor cubano lleno de ilusiones que es ve golpeado por la realidad del sistema político de la isla cuando al intentar publicar un libro de relatos se golpea de frente con que atenta contra los ideales del comunismo y la revolución. Este golpe le llenará de inseguridades y miedo. Pero el destino le llevará a encontrarse por casualidad, gracias a la admiración por los perros, con Mercader en una playa cubana y a inmiscuirse sin él desearlo en algo que le cambiará su existencia.
De hecho, Padura se basa en una técnica clásica de narración para plantearnos la vida de Trotski y su verdugo. Es este personaje anónimo y anodino (en comparación con sus otros dos compañeros de narración), este escritor abrumado por la realidad de su Cuba natal y amada el que nos cuenta la vida de Trotski y Mercader, además de la suya propia. El hombre que amaba a los perros no es una historia, sino tres, unidas, además, por el destino, la ficción y, sobre todo, la increíble capacidad narrativa de Leonardo Padura que, sin tapujos ni pelos en la lengua, emplea a Daniel para retratar una Cuba engañada y mísera, pero luchadora.
El enorme trabajo de documentación y de encaje narrativo y literario que ha hecho Leonardo Padura en esta novela es digno de estudio y de resaltar. El hombre que amaba a los perros funciona a la perfección atrapando a un lector en una narración triple que se va alternando en capítulos en los que o bien Daniel nos habla de su vida en Cuba y de cómo va conociendo a Mercader y su la propia historia de éste, o bien se centra el foco en Trotski o en su ejecutor. Y funciona bien porque Padura sabe cómo hacer que el lector sienta ganas de continuar leyendo y se sienta bien tratado a lo largo de la que será una larga lectura poco a poco deshojando la margarita para concluir las tres historias sobre las tres vidas de tres hombres que amaban los perros.
Confieso que empecé a leer El hombre que amaba los perros con miedo a que su lectura se me hiciera pesada, larga, monótona y por momento aburrida; pero tras su lectura reconozco que esos prejuicios hacia las novelas extensas quedaron atrás una vez me adentré en las páginas de este libro y en las vidas de los tres hombres que lo protagonizan a su manera. Quien quiera sumergirse en las páginas de esta obra magistral y monumental encontrará tres vidas extraordinarias en su anonimato y olvido, además de un fresco objetivo de lo que ha sido el comunismo llevado al personalismo dictatorial de aquellos revolucionarios que se creyeron dioses y sometieron a su pueblo sin admitir crítica ni pensamiento adverso. Leer siempre nos tendría que aportar, enseñar, educar, ilustrar, y esta novela lo consigue con creces.
Caronte.