jueves, 27 de mayo de 2021

El hombre que amaba los perros

 

Plantarme delante de un libro de más de 500 páginas siempre me ha puesto algo nervioso. Ver novelas de 600, 700, 800 y hasta 1000 páginas me he impresionado siempre y siempre he tenido mucho respeto por esos libros. Respeto y también algo de pereza, porque soy de los que piensa que mucho y muy bueno tiene que ser lo que quieres contar, y hacerlo extremadamente bien, como para que esa cantidad ingente de páginas puedan resultar atractivas a un lector. Por esta razón, a no ser que tenga muy buenas referencias de un libro o de un autor intento evitar libros que excedan el medio millar de páginas. No siempre lo consigo, y llevo de hecho varios libros que rondan y sobrepasan ese límite auto impuesto que no implica más que una manía mía personal sin relación alguna con nada objetivo. En el caso de esta novela llevaba tiempo no solo queriendo leer a Padura, sino con ganas de sumergirme en sus páginas.

Cuando empecé a interesarme por la obra de Leonardo Padura, escritor cubano galardonado hace unos años con el Premio Princesa de Asturias de las Letras, me fijé en el título de esta novela porque me resultaba curioso. Sin embargo, no pasé de considerar El hombre que amaba los perros como una novela que pudiera leer debido a su enorme tamaño. Esto cambió cuando me interesé más por ella y me di cuenta que ese título tan llamativo escondía la historia real, histórica, de uno de los episodios más oscuros y ocultados de la historia: el asesinato de León Trotski en Ciudad de México a manos de Ramón Mercader, un comunista catalán, por órdenes de Stalin a través de su servicio secreto.

El hombre que amaba los perros es una obra densa, extensa y perfectamente construida. Que sea densa no la hace mala: unas natillas, una mousse de chocolate, o una papilla de cereales con miel de bebé, son alimentos densos pero que a mí personalmente me apasionan y considero una delicia. No, que este libro sea denso es simplemente gajes del oficio: encajar la vida de tres hombres unidos por el destino, la historia y las casualidades, cuyas vidas se van desarrollando en ambientes y lugares diferentes, no es sencillo. Y, sin embargo, Padura en este libro consigue armar una historia construida a la perfección (de hecho, como pocas que haya leído) manteniendo al lector constantemente con ganas de más, haciendo que las más de 750 páginas de libro sean simplemente una característica más del mismo y no un hándicap.

De oídas todos conocemos quién fue Trotski: comunista camarada de Lenin en el asalto del palacio de invierno en 1917, uno de los artífices de la revolución bolchevique, y posteriormente enemigo acérrimo de Stalin por estar en contra de sus postulados y políticas. Fue exiliado por sus ideas, perseguido y asesinado en México a manos de un anónimo personaje perdido en la oscuridad de las tinieblas del tiempo y la historia. El hombre que amaba los perros cuenta los últimos años de exilio e itinerantica por Europa y América de León Trotski y los designios que la historia, de manos del tirano Stalin, le depararon.

Si bien es cierto que el hilo narrativo de El hombre que amaba los perros es ese asesinato y cómo se urdió, planeó y ejecutó, no estamos simplemente ante una novela que narra el final de la vida de un personaje que cayó en el olvido pronto. Ésta también es la novela de Ramón Mercader, cuya mano asió el piolet que se incrustó en el cráneo del pensador y dirigente bolchevique. Mercader de familia acomodada catalana por parte de padre, cuya Madre cae de lleno en la revolución proletaria abandonando a sus hijos, es reclutado en el frente de la Guerra Civil para servir a la causa más justa que un comunista puede llevar a cabo: asesinar al traidor Trotski. La novela sigue también los pasos de Mercader, su propia vida desde que nace, hasta su paso por la Guerra Civil y luego su entrenamiento en Rusia y posterior despliegue en terreno para ir poco a poco generando un personaje ficticio con el que poco a poco irá acercándose a los círculos de Trotski para tener la oportunidad de hacer historia y luchar por la causa proletaria universal.

Pero El hombre que amaba los perros también nos cuenta la vida de un tercer hombre: Daniel, escritor cubano lleno de ilusiones que es ve golpeado por la realidad del sistema político de la isla cuando al intentar publicar un libro de relatos se golpea de frente con que atenta contra los ideales del comunismo y la revolución. Este golpe le llenará de inseguridades y miedo. Pero el destino le llevará a encontrarse por casualidad, gracias a la admiración por los perros, con Mercader en una playa cubana y a inmiscuirse sin él desearlo en algo que le cambiará su existencia.

De hecho, Padura se basa en una técnica clásica de narración para plantearnos la vida de Trotski y su verdugo. Es este personaje anónimo y anodino (en comparación con sus otros dos compañeros de narración), este escritor abrumado por la realidad de su Cuba natal y amada el que nos cuenta la vida de Trotski y Mercader, además de la suya propia. El hombre que amaba a los perros no es una historia, sino tres, unidas, además, por el destino, la ficción y, sobre todo, la increíble capacidad narrativa de Leonardo Padura que, sin tapujos ni pelos en la lengua, emplea a Daniel para retratar una Cuba engañada y mísera, pero luchadora.

El enorme trabajo de documentación y de encaje narrativo y literario que ha hecho Leonardo Padura en esta novela es digno de estudio y de resaltar. El hombre que amaba a los perros funciona a la perfección atrapando a un lector en una narración triple que se va alternando en capítulos en los que o bien Daniel nos habla de su vida en Cuba y de cómo va conociendo a Mercader y su la propia historia de éste, o bien se centra el foco en Trotski o en su ejecutor. Y funciona bien porque Padura sabe cómo hacer que el lector sienta ganas de continuar leyendo y se sienta bien tratado a lo largo de la que será una larga lectura poco a poco deshojando la margarita para concluir las tres historias sobre las tres vidas de tres hombres que amaban los perros.

Confieso que empecé a leer El hombre que amaba los perros con miedo a que su lectura se me hiciera pesada, larga, monótona y por momento aburrida; pero tras su lectura reconozco que esos prejuicios hacia las novelas extensas quedaron atrás una vez me adentré en las páginas de este libro y en las vidas de los tres hombres que lo protagonizan a su manera. Quien quiera sumergirse en las páginas de esta obra magistral y monumental encontrará tres vidas extraordinarias en su anonimato y olvido, además de un fresco objetivo de lo que ha sido el comunismo llevado al personalismo dictatorial de aquellos revolucionarios que se creyeron dioses y sometieron a su pueblo sin admitir crítica ni pensamiento adverso. Leer siempre nos tendría que aportar, enseñar, educar, ilustrar, y esta novela lo consigue con creces.

Caronte.

jueves, 13 de mayo de 2021

Del color de la leche

 

Tan complicado es que la lotería te toque (y hablo no de una pedrea en Navidad, sino de un pellizco de esos que te permiten pagar un piso y coche nuevos e irte de vacaciones) como de encontrar y leer una novela perfecta. Bueno, pues con este libro me ha tocado la lotería. Y mirad que lo llevaba teniendo pendiente mucho tiempo, y mucho es mucho, de verdad. Llevaba siguiendo la pista a esta novela desde que ganó el premio a mejor novela del año concedido por los libreros de Madrid, pero nunca terminaba de animarme a comprarlo ni leerlo. Por suerte, gracias en este caso a Wallapop, hace unos días me hice con él y no solo lo he leído con un arrobamiento indecente prácticamente, sino que lo he devorado en un fin de semana por no querer posponer su desenlace ni un solo instante más.

Del color de la leche es una novela que, si dejamos a un lado su aspecto formal que más adelante comento, es una típica novela inglesa ambientada en la primera mitad del siglo XIX en la campiña donde además se reflejan los contrastes sociales entre una familia muy humilde de granjeros y otra más acomodada del vicario de un pueblo. Y todo contado en primera persona por la narradora de esta novela, que no es más que Mary, una joven de quince años, de lengua viva y sin filtro que dice todo aquello que siente y piensa y que actúa sin tener en cuenta las posibles consecuencias de sus actos, única y exclusivamente guiada por el presente y por lo que ella considera vida.

El hecho de que la novela esté narrada en primera persona y con Mary constantemente exhortando al lector y explicando que es ella misma la que está escribiendo de su puño y letra lo que ha vivido a lo largo de todo un año (de primavera a primavera) hace que Del color de la leche sea un libro que invita al lector a formar parte de la vida de esta joven de mente lúcida y espíritu lleno de vida. Es por esta técnica que Nell Leyshon, la autora de la novela, consigue que el lector quiera constantemente avanzar y avanzar, y conocer más de la vida de Mary.

De este modo Del color de la leche nos plantea el contraste entre una vida dura, ruda, animal, llena de incomodidades y desconocimientos, vivida al minuto y con el sol, con otra vida más tranquila, ordenada, cómoda, donde el conocimiento, los libros y la palabra sustituyen a las manos como forma de vida, y donde es el reloj el que marca los ritmos. Este contraste entronca directamente con los grandes clásicos ingleses del siglo XIX, pero narrado desde el siglo XXI. Leyshon además se sirve del clima, de las estaciones del año para añadir cierto aire bucólico, ideal, melancólico, emocional y sensorial a la novela, haciendo que a medida que avanza el año durante el que transcurre la novela pasemos de una primavera llena de vida y esperanzas a un invierno oscuro, frío, distante, quieto…

Es impresionante e indescriptible lo que sucede cuando uno da con un libro perfecto: cuyas piezas encajan a la perfección; cuya historia atrae, conmueve, enternece y enrabia; con un estilo novedoso sin ser pedante ni pretencioso; y con unos personajes tan carismáticos que es imposible no sentir algo por alguno de ellos. Del color de la leche es de esas novelas que escasean, que no se leen a menudo y que, por desgracia, suelen pasar un poco desapercibidas por no estar publicada por una de las grandes editoriales. Esta es desde luego una de mis lecturas de este año, uno de los libros que más me ha entusiasmado, que más me ha hecho quedarme leyendo minuto tras minuto y que más fuertemente me ha golpeado.

Curioso es también como yo, un lector que suele ser muy reticente a las innovaciones formales y de estilo, he asumido con naturalidad el hecho de que en Del color de la leche no haya ni una sola mayúscula. Pero es que todo tiene una razón para ser. Es pura lógica que en esta novela no haya ni una sola consonante o vocal en mayúscula, porque Mary, su protagonista, aprende a escribir apenas unos meses antes de contarnos en estas páginas su historia y su aventura gracias al vicario a cuyo servicio queda por un acuerdo entre éste y su padre. Es ese aprendizaje el que cambia todo en la vida de la joven lenguaraz y extremadamente sincera.

Querría destacar la fuerza que tienen las escenas de Del color de la leche en las que coinciden Mary y su abuelo inválido. Esas conversaciones llenas de ironía, de humor, de sentido de la vida, de pasión por vivir, de ternura, de amor, de fidelidad, de compasión. Es quizá por esas escenas que Mary deja de ser un personaje narrador más, a ser uno de esos personajes que marcan un libro y una lectura y que se quedan grabados en la memoria del lector. Y a medida que nos va contando cómo es su vida, primero en la granja trabajando con sus hermanas mayores, su madre y su padre ordeñando, limpiando y arando, y luego en la casa del vicario cuidando de la mujer de este, encontrándose con el hijo libertino y vivalavirgen, chocando con la pobre criada anterior y sobre todo en su estrecha relación con el vicario, cuando vamos descubriendo un secreto, una terrible verdad que va poco a poco apareciendo a medida que la propia novela se va haciendo más oscura, más carente de esperanza, más fría, pero, al mismo tiempo, más adictiva, más interesante, más absolutamente maravillosa.

Como dije al principio, Del color de la leche tiene todo, es absolutamente redonda, perfecta, impecable. Tanto por estilo como por historia. Tanto por personajes llenos de carisma, como por una ambientación extraordinaria que traslada al lector a la Inglaterra rural de principios del siglo XIX. Qué pena no haberla leído y disfrutado antes, pero qué maravilla haberlo podido hacer ahora. No exagero si digo que es de lo mejor que he leído este año y que probablemente terminen siendo una de las novelas que más recuerde por todo lo que me ha hecho sentir y por cómo me ha atrapado casi desde el principio la historia de Mary. Esto es para mí gran literatura: un libro que atrape con una historia interesante y genial y originalmente escrita.

Caronte.

miércoles, 12 de mayo de 2021

Panza de burro

 

Siempre he pensado que la literatura, la buena literatura, debe hacer visible y dar voz a todo lo que, pese a serlo realmente, queda en la oscuridad de la sociedad silenciado por aquello que creemos más relevante e importante. Un buen libro debe sacar a la luz esas voces interesantes, claras, directas y contundentes que nos abren los ojos de realidades que nos quedan muy cerca, pero que, por pereza, desconocimiento, distracción o incluso desidia obviamos sin querer o deliberadamente. Esto es lo que debe hacer la buena literatura y no simplemente entretenernos durante las horas que dure la lectura de un libro o hacernos imaginar mundos diferentes o viajar en el tiempo. Esas realidades diferentes, diametralmente opuestas a nuestras propias vidas diarias, no siempre están en mundos lejanos, paisajes exóticos o tiempos extraños, sino a la vuelta de la esquina, solo que por miedo y prejuicios preferimos no fijarnos en ellas.

Panza de burro es de esas novelas de las que todo el mundo habla, generalmente para bien, que surgen casi de la nada, sin pretensiones y sin una campaña de márquetin inmensa (ya que la editorial que la ha publicado es minúscula y fuera de todos los grandes circuitos editoriales) pero que sacuden el mundo editorial y literario surtiendo el efecto purificador que suele tener un ventanal abierto en una casa cerrada durante muchos años. Este libro es puro aire fresco, nuevo, totalmente renovado, no olido ni visto ni sentido con anterioridad, o muy pocas veces experimentado, pero que es necesario.

Andrea Abreu, la joven autora (26 años) que ha creado esta maravillosa novela, ha conseguido aunar en Panza de burro un estilo novedoso, fresco, lleno de colorido y musicalidad canarias gracias a un léxico local, lleno de palabras mágicas de barriada pobre y prácticamente rural, con una historia conmovedora, tierna, realista y llena de amistad, amor y, ante todo, sinceridad. La historia de dos amigas de apenas una decena de años narrada por una de ellas, que viven en casas extremadamente humildes, sin lujo alguno, salvo algún capricho, en un ambiente en el que el universo acaba con la última casa del barrio, donde las abuelas son las madres, donde la calle es la mayor y mejor escuela de vida, donde el amor se vive sin tapujos y los instintos priman a la razón, es el hilo conductor de una novela absolutamente rompedora y fresca.

Cuando empecé a oír hablar de Panza de burro solo escuchaba halagos principalmente a la manera en que estaba narrada. Hay quien calificaba este libro como experimental, con un estilo único y poco visto; extremadamente original incluso. Estas alabanzas, quizá en algunos casos desmesuradas, me echaron un poco para atrás. Sin embargo, gracias a la recomendación de un apreciado amigo canario, lector y escritor incansable, me animé a hacerme con ella intentando no empezar a leerla con prejuicios en mi cabeza. Lo conseguí y me acerqué a sus primeras páginas con cautela, para en seguirá caer rendido ante la manera de narrar de Abreu y, página tras páginas, y capítulo tras capítulo (son cortitos, como una exhalación de aire frío en la cara) fui cayendo rendido no solo ante el estilo, la gramática y el léxico empleado, sino también ante una historia que bien podría ser la de cualquier barrio humilde de cualquier ciudad española, pero que gracias a ese color canario tan maravilloso, se convierte en una historia única.

Panza de Burro no es solo una novela rompedora en el panorama literario español, es también un libro atrevido y valiente que da voz a quienes nunca la han tenido, o lo han hecho, pero en muy raras y contadas ocasiones. Los excluidos de la sociedad, los sin futuro, los sin voz, los invisibles, los que, con su trabajo duro diario, sus sacrificios, sus ausencias, sus silencios levantan la sociedad en la que vivimos. Andrea Abreu, a través de la mirada inocente, pero con cierta madurez, de una niña canaria nos muestra qué es la vida fuera de los focos de las grandes calles y plazas y barrios de nombre famoso, de las ciudades españolas, centrando además el ámbito geográfico en una periferia más absoluta: Canarias, allí donde “solo se va de vacaciones a una hora menos que en la península”. Esto es lo que comentaba al principio: dar voz y sacar de la oscuridad a esa parte del mundo, de la sociedad, que existe y es, pero que queremos ignorar por sentir algo de rechazo.

Para mí este libro es pura literatura, o al menos lo que yo creo que debe ser la literatura. Panza de burro es un golpe brutal a los convencionalismos literarios. Estamos ante una historia diferente, cautivadora, sugerente y extremadamente necesaria. Dar voz literaria a una niña de diez años que vive con sus padres y abuela en un suburbio de Tenerife, que es criada principalmente por su abuela ya que sus padres trabajan para el turismo y la construcción, que vive más en la calle que en la casa, que cuenta con ojos de niña que está empezando a descubrir el mundo adulto su vida y su relación con otra niña de su edad a la que quiere (querer sin tapujos ni dobles sentidos ni hipocresías); todo esto es necesario en literatura, porque es necesario hacer literatura actual, que rompa con los cánones que llevan fijos sin casi ninguna mutación muchos años.

Panza de burro ha superado todas mis expectativas y tirado por tierra todos los prejuicios que tenía de él antes de empezarlo. Andrea Abreu ha conseguido con esta novela dar un golpe en la mesa, poner en la órbita literaria una manera de contar diferente, directa, sin pelos en la lengua y sin tapujos, dando voz y vida a los silenciados con una historia que atrapa, conmueve, divierte y que conecta perfectamente con aquellos que sobre los años 2000 teníamos unos 10 años. He disfrutado como un niño pequeño leyendo esta historia cuyo final, además, es tan drástico que el cerebro no puede más que explotar. Leedla por favor.

Caronte.

sábado, 8 de mayo de 2021

Simón

 

Llego quizá un par de meses (si no más) tarde a esta novela que rompió listas de ventas y estuvo en boca de crítica y público durante semanas y semanas. La espera tiene su porqué, sus razones, y no hay espera que al final no valga la pena. Esperar es sinónimo de paciencia. Quizá tendría que haber leído esta novela en enero tras haberla recibido como regalo de Reyes, pero SS.MM. de Oriente no dejaron bajo el árbol de Navidad sus páginas. Ha sido cuatro meses después, para mi cumpleaños, cuando he recibido este libro de imponente, llamativa y simple portada naranja. También es cierto que haber dejado pasar los meses, dejar que el soufflé creado tras la publicación de esta novela bajara ha servido para que mi lectura haya sido más tranquila, menos presionada por las expectativas (que aun así han sido altas). Y es que es curioso cómo un libro de un autor no famoso que publica en una editorial nada pretenciosa ni megalómana haya podido calar tanto en el mundo literario y se haya convertido en un fenómeno tan relevante.

Llego a Simón con muchas expectativas y ganas, es posible que demasiadas. Y eso nunca es bueno. No lo es porque son ideas preconcebidas falsas, propias, personales, creadas por vivencias pasadas que nada tienen que ver con el presente o la realidad y por tanto peligrosas. Tras la lectura de esta novela de Miqui Otero, a pesar de que no todas las expectativas se han cumplido, sí que puedo decir que no he salido decepcionado y que todo lo que esperaba de la novela se ha visto cumplido.

Y llegó Simón. Miqui Otero nos lleva de la mano a conocer la vida de este chico barcelonés, de padres y tíos gallegos, que regentan un bar de taxistas de toda la vida, lleno siempre de clientes fijos y no tan fijos, de esos que se llaman de toda la vida y que conforman un paisaje de fondo sin el cual la vida no se termina de entender. Simón, de la mano de su primo hermano que, así como el pijoaparte aquel de Marsé, Otero llama primohermano, conoce una Barcelona pre olímpica que le impacta y a unos personajes que le marcarán toda su vida. Pero un día todo ese sueño involuntario se esfuma, de la noche a la mañana, cuando su primo desaparece.

Si comparo a Miqui Otero con Marsé es siempre con el máximo respeto que le tengo al segundo, desgraciadamente fallecido el año pasado, y salvando las enormes distancias que les separan. Pero hay algo en Simón que me recuerda a las novelas de Marsé. Por supuesto que la Barcelona de las novelas de Marsé, trasladada unos lustros hacia adelante en el tiempo, es la que aparece en esta novela: una Barcelona cuyo pasado de barrios pobres y humildes sigue presente y vivo; una Barcelona pre y postolímpica; una Barcelona golpeada por la crisis económica de 2007 y por los atentados de las Ramblas de 2017. Junto con esta Barcelona tan marsesiana, también tiene aires de Marsé los personajes y situaciones llenas de ese realismo mágico barcelonés que tanto me gusta y que sin haber pisado Barcelona más que unos pocos días me ha hecho enamorarme de la ciudad gracias a los libros que he ido leyendo ambientados en ella.

Mucho se ha hablado de Simón, tanto que quizá poco se puede aportar que no haya sido dicho o comentado. Para mí ha sido una novela intensa, tierna, dolorosa, divertida y sobre todo llena de vida. Porque al final, alejándonos de cualquier trama principal o secundaria, este libro va sobre la vida. Y diréis “claro, esta novela es sobre la vida de Simón, su protagonista”, y yo contestaré que sí, que va sobre Simón, pero también sobre todos los Simones que hay en España, esos niños nacidos en los 80 que vivieron el boom de los noventa, que se han dado la hostia en los 2000 y que viven ahora de un pasado que fue, un presente que no es y de un futuro que prefieren ni mirar.

Simón es una novela de aprendizaje, que sigue la gran tradición literaria de este tipo de novelas en las que es el paso de la niñez a la juventud y de ahí a la edad adulta el eje alrededor del cual se articula todo. La pérdida de la inocencia, las decepciones, la supervivencia en un mundo en el que o eres un pícaro cretino aprovechado o te comes los mocos (hablando mal y pronto como dicen en mi casa). Miqui Otero ha escrito una magistral obra narrativa sobre Barcelona y sus gentes de barrio, curritos que sobreviven, familias que se aguantan, gente que intenta sacarse las castañas del fuego, amigos que se apoyan, amores que no condensan y otros que quedan suspendidos en una amistad sincera. Y esto no es fácil de conseguir.

No obstante, y pese a que creo que Simón merece gran parte de los elogios que en estos meses ha recibido, creo también que quizá no es esa obra perfecta sobre toda una generación y una época. Creo que al principio de la novela le falta ritmo y algo de enganche, al menos a mí me ha costado mucho superar el primer centenar de páginas porque era incapaz de vibrar el mismo ritmo que lo hacía la narración. El estilo de Miqui Otero es muy particular, todo hay que decirlo, e involucra mucho al lector en esta historia, apelándole constantemente, haciéndonos directamente partícipes de todo cuanto acontece, incluso avanzándonos cosas que están por venir en la narración. Estilo que se agradece por su frescura, pero con el que al principio me costó llevarme bien.

Probablemente quien lea esto o haya leído ya Simón o esté a punto de hacerlo o, hastiado por la omnipresencia de la portada naranja en librería y blogs de literatura, ni se plantee leerlo. Sea cual sea el caso de quien a este texto se acerque, la novela de Miqui Otero ha roto un mundo literario dividido entre los escritores experimentadores de estilo críptico y forma aún más desconcertante, y los escritores de siempre de pluma ligera y textos superfluos. Esta obra es tradicional pero el mismo tiempo fresca y diferente, y su lectura (pese a que a mí me costara entrar en la historia) es agradable y amena, tierna, intensa y divertida, llena de vida y con muchos ecos de Marsé. Quien quiera disfrutar de un buen libro ahora que ya parece q llega el calor para quedarse y se puede leer en parques y jardines, este puede ser buena opción para pasar el rato.

Caronte.