jueves, 29 de abril de 2021

El cordero carnívoro

 

Llego a esta novela después de varias recomendaciones de amigos y conocidos a los que doy bastante crédito literario. Llego a este libro sabiendo que su autor, Agustín Gómez Arcos, español almeriense se vio forzado por la dictadura franquista a exiliarse primero a Londres y posteriormente a París, donde desarrolló la mayor parte de su obra literaria y donde pudo por fin ver sus obras publicadas y no censuradas, aunque para ello tuvo que escribirlas en francés dejando así atrás la lengua de sus padres. Llego a esta obra sabiendo que lo que iba a leer no iba a ser como lo que suelo leer, ni por temática ni por estilo narrativo, pero, aun así, he llegado a las páginas de esta novela con ganas, muchas ganas y mucha ilusión por descubrir a un autor olvidado prácticamente en España y a quien tenía infinitas ganas de leer desde hacía ya meses, y que leo gracias a un amigo de Barcelona que vendía un ejemplar de esta novela que tenía duplicado y que muy amablemente me mandó hasta dedicado.

El cordero carnívoro es una novela que ya desde el propio título llama la atención y provoca al lector una curiosidad que se aleja incluso de lo meramente literario para transitar por mundos de lo prohibido; en sus páginas el lector va a encontrar una historia familiar narrada por el más joven de los hijos desde que nace hasta que tiene unos veinticinco años. Ambientada en el sur español, en Almería, la última de las provincias andaluzas, casi olvidada, arisca, árida, violenta y seca; y en una familia “de bien” que empieza un deterioro social y económico sin freno causado en parte por la desgracia de la enfermedad del padre, en parte por la desidia de la madre y la lejanía de los hijos a su pasado familiar.

Lo que podría parecer una novela costumbrista más de una familia acomodada andaluza venida a menos en la España semi rural semi urbana del franquismo (en esta novela la Guerra Civil queda lejana pero sus ecos siguen escuchándose) no es lo que parece porque El cordero carnívoro va más allá. Esta es una novela descarnada, escrita de manera visceral, pensando y sin pensar en lo que se escribe y cuenta, sin pretender agradar al lector. Este libro es toda una declaración de principios que busca provocar al lector (provocar en el buen sentido se entiende) para que la novela no solo sea un simple pasatiempo para el metro, la sala de espera de un hospital o una tarde gris de lluvia, sino también un catalizador de nuestros instintos más profundos y nos haga ver el mundo desde otra óptica menos políticamente correcta.

El cordero carnívoro no se publicó en España hasta hace unos años gracias a una pequeña editorial independiente, Cabaret Voltaire, pero en Francia vio la luz en 1974. No sé qué reacción hubo en su momento ante este libro; lo que en esa fecha esta novela hubiera suscitado en España sí que lo sé: horror, escándalo, críticas feroces de un régimen franquista ya marchito, aunque aun dando coletazos de muerte y terror contra sus “enemigos” y probablemente la censura más absoluta.

No hay tema de la España católica apostólica y romana, de la España vencedora de la cruzada contra los enemigos de Dios y la Patria que no aparezca en El cordero carnívoro. La Iglesia y sus curas pederastas; la Iglesia y su fe cínica e hipócrita; los vencedores señalando a los vencidos y estigmatizándolos de por vida; la decadencia de las familias acomodadas; el desamparo de los vencidos perdedores de la guerra; una educación que no forma sino malforma; unas costumbres y usos familiares basados en el qué dirán… Todos los vicios, y quizá también virtudes, de la España del franquismo, de esa España que duró demasiadas décadas congelada inmóvil en los 50, quedan reflejados sin tabúes en la novela.

Dicho todo lo anterior, por encima de todo ello está el amor. El cordero carnívoro es una novela de amor. De un amor prohibido, provocativo, sensual, muy erótico, muy salvaje, muy primario. Pero amor, a fin de cuentas: puro y duro. Amor sin tapujos ni tabúes, sin límites más que los que impone el placer, el dolor, la distancia. Un amor incestuoso y homosexual entre los hermanos que muy probablemente en su momento si la novela se hubiera publicado en España hubiera generado ríos de tinta por escandalizar. Sin embargo, Gómez Arcos presenta esta relación amorosa de manera pura, de manera sensual, llena de pasión y emociones, donde la complicidad primero entre los hermanos y posteriormente la espera del menor a que el mayor vuelva a la casa para poner orden en ella, están repletas de imágenes llenas de lirismo gracias a un estilo maravillosamente depurada, simple y desnudo que adentra al lector en el mundo de la pasión desmedida y desatada, una pasión que no puede ser reprimida ni por la distancia, ni por la ausencia, ni por los convencionalismos sociales.

En esta novela además Gómez Arcos convoca un elenco de personajes que hacen la delicia del lector al plantear una familia llena de disfunciones y unos secundarios que dan mucho juego (el maestro que viene a dar clases al joven hijo, el cura que le bautiza, da la comunión y confirma, clientes del padre…). Por ejemplo: la madre y Clara, la criada, forman un dúo casi carnal y espectral, donde una es la imagen de la otra, pero a la inversa, en todos los sentidos. Dos mujeres unidas por un pasado, pero separadas por una condición social insalvable. Un padre ausente que marca la vida de su casa por sus ausencias y silencios. Un hermano mayor, Antonio, que es el deseo descarnado del menor y narrador de la novela. El cordero carnívoro es también un fresco pintado con las entrañas de una familia muerta pero que debe vivir como pueda.

Como anuncié al principio, llegué a El cordero carnívoro sabiendo que iba a leer algo diferente y rompedor. Y así ha sido. A pesar de que quizá hay pasajes en la novela que se hacen un poco cuesta arriba y que quedan un poco carentes de interés para mí, ésta ha sido una de las lecturas de cuanto llevo de año por tres motivos: porque me ha provocado con su sensualidad, erotismo y falta de pelos en la lengua; porque me ha atrapado en una historia de amor diferente, prohibida y tabú; y porque me ha trasladado en el tiempo a una España que fue y que en el fondo sigue siendo gracias a los posos que tantos años de larga noche franquista dejó en nuestra forma de ser y vivir. Desde luego quien quiera leer una gran novela éste es su libro.

Caronte.

viernes, 23 de abril de 2021

Tomás Nevinson

 

Tres años largos han pasado desde la última novela de Javier Marías. Tres años han pasado sin que leyera nada de él salvo los cuentos que publicó hace ya unos cuantos años. Tres años en los que casi había olvidado esa manera tan suya de narrar y a la que el lector debe dejarse ir y llevar para no caer en un sopor que podría ser mortal para quien intente resistirse a su manera de escribir envolvente. Pero qué delicia volver al universo Marías, donde nada ocurre y sin embargo todo pasa; donde la trama no es relevante, sino todo lo que acontece y pasa alrededor de la misma; donde las reflexiones sobre el tiempo, sobre lo que se hace o no, sobre lo que se dice o se calla, sobre cómo queda determinado el destino y nuestras vidas por las decisiones que tomamos o dejamos de tomar, son las protagonistas mostrando como si fuera una autopsia el mundo interior y personal del protagonista. En el fondo tenía ya mono de Javier Marías.

Como suele ser habitual en la (compleja) obra literaria de Javier Marías, en Tomás Nevinson, libro que toma el título del nombre del protagonista, marido además de Berta Isla, quien da nombre a su vez a su anterior novela, la trama, lo que pasa, no es relevante a pesar de que, en este caso, sí que resulta sumamente interesante. De hecho, la novela plantea la necesidad de localizar y eliminar a una terrorista participante en algunos de los ataques más bestiales de ETA en España. Y es Tomás Nevinson, quien se creía ya amortizado para los servicios secretos ingleses, quien recibirá ese encargo macabro y éticamente muy cuestionable de manos del sempiterno en las novelas de Marías, Bertram Tupra.

Tomás Nevinson no solo es la última novela de Marías (podría incluso ser la última obra de ficción del escritor madrileño según algunos rumores que he leído por ahí), sino que es la más extensa de cuantas ha escrito hasta la fecha (contando Tu rostro mañana como tres novelas independientes). Casi setecientas páginas donde Marías despliega su estilo para no solo desarrollar el proceso de localización de esta mujer terrorista que causó tanto dolor y que se supone vive apaciblemente en una ciudad ficticia del noroeste español llamada Ruán, sino para reflexionar, como hace siempre, sobre sus temas fetiches y más característicos.

Al mismo tiempo, Tomás Nevinson, es su obra más ficticia y con más trama y la que más reflexión tiene, donde lo ajeno a la trama, donde los pensamientos y el pasado y presente y futuro del protagonista tienen más peso. No obstante, la misión que Nevinson debe realizar le lleva a plantearse muchas cosas, a reflexionar hasta cuándo se puede hacer justicia, si el ser humano puede cambiar, si matar cambia algo, lo arregla, lo evita… Para ahondar en estas reflexiones, Marías, como suele hacer, tira de erudición y cultura y va a los clásicos, Shakespeare, T.S. Eliot, Baudelaire, a la historia misma con Ana Bolena, Juana de Arco, o un episodio que yo desconocía pero que es totalmente verídico de un alemán que tuvo a Hitler a mano para eliminarlo para siempre pero que llevó a cabo lo que se le pasó por la cabeza por pensar que no llegaría a más. Y sin embargo llegó a más.

Muy presente en esta novela está el tema de ETA y el IRA, ambas bandas terroristas hermanadas, que se ayudaban y apoyaban mutuamente. Y es muy revelador algunas de las conversaciones que se dan en Tomás Nevinson a consecuencia del asesinato de Miguel Ángel Blanco que ocurre en mitad del tiempo narrativo de la novela y que quizá desencadena los acontecimientos más relevantes de la trama de la misma. Hay reflexiones que bien podrían ser columnas de opinión de cualquier periódico incluso, y de hecho en todas ellas se nota claramente la impronta de Marías, así como algunos comentarios y opiniones en boca de personajes que no son más que licencias personales para dejar claro alguno de sus puntos de vista sobre la sociedad actual en la que vivimos y con la que tan crítico siempre es desde su última página en el suplemento de El País los domingos.

De lo que más me ha gustado de Tomás Nevinson es la capacidad narradora de Marías, su inconfundible estilo que envuelve al lector como si estuviera a la deriva en un mar a veces en calma y otras embravecido y en el que debe dejarse llevar para llegar a buen puerto. No ha habido novela de Marías además que no me haya abierto el apetito de descubrir nuevos libros, o temáticas, o me enseñe algo. Todas han sumado. Pero hay pegas también, y para esta novela tengo algunas que han hecho que no pueda estar plenamente satisfecho con ella pese a que en conjunto es una obra inmensa y muy relevante.

En primer lugar, tengo una pega que quizá no sería tal, pero que, para mí, siendo lector habitual de Marías me ha chirriado un poco. Tomás Nevinson se desarrolla casi íntegramente, al menos la parte más sustancial, en una ciudad ficticia que aúna características de varias ciudades norteñas españolas. Esto, que ya digo muestra una capacidad inmensa creativa y que sigue la estela de autores como Benet, me parece forzado ya que usa nombres de lugares un tanto ridículos, impostados, pretenciosos incluso, que restan capacidad de ubicación al lector. Y, sin embargo, cuando la acción se traslada a Madrid, con sus calles, plazas y barrios perfectamente, particularmente me siento más identificado y dentro de la novela.

Otra de las pegas que han hecho que Tomás Nevinson no termine de ser redonda a mi gusto es la excesiva extensión de la novela que la lleva a ser, irremediable e irremisiblemente, un poco repetitiva en cuanto a las técnicas que suele usar Marías para ir constantemente refiriéndose a esos subtemas intrínsecos que va introduciendo en la narración. Resultan repetitivos porque se producen tantas veces las referencias a hechos históricos, poemas, reflexiones, eventos pasado y referencias a la novela Berta Isla, que el lector termina teniendo la sensación de innecesariedad y repetición insulsa que no añade nada nuevo al relato.

Pero a Javier Marías yo se lo perdono casi todo, y a pesar de que con Tomás Nevinson no ha terminado de redondear un libro que de por sí ya es muy bueno, he reconocer que como siempre he disfrutado y aprendido de una lectura que obliga a que sea sosegada, sin prisa, pero sin pausa, tranquila y sin distracciones. Porque además de que bastaría con maravillarse con su estilo, esta novela introduce también el tema del terrorismo de ETA que todos hemos vivido como sociedad y cuyo recuerdo (y quizá en especial el de Miguel Ángel Blanco) pone los pelos de punta siempre. Javier Marías es quizá el novelista más importante que tenemos en España, eterno candidato al Nobel, que no sé si ganará algún día, casi mejor que no, y esta última novela suya una delicia para sus lectores.

Caronte.

jueves, 15 de abril de 2021

A burn-out case

 

Más de un año he tardado de volver a leer una novela de Graham Greene. Y mira que para mí es quizá, por encima de todos, el escritor más admirado y apreciado, con el que más he disfrutado y al que más me gustaría parecerme, si es que en algún momento en mi vida (me da que no) me convierto en novelista. De hecho, la última novela de Greene que leí lo hice durante un viaje en enero del año pasado, cuando aún éramos libres y la pesadilla que nos asola apenas era un atisbo en tierras lejanas. He dejado pasar, quizá, demasiado tiempo; pero como tiempo es algo de lo que nos sobra en este último año al final todo ha terminado llegando y de nuevo he podido sumergirme entre las páginas de una novela de madurez de Greene. Y una vez vuelto a hacer, debería grabarme a fuego e interiorizar que tendría que leerle algo más a menudo, porque con sus novelas disfruto como con pocas.

Cuando Greene vivía solía diferenciar sus novelas entre aquellas que él consideraba “serias” y las que consideraba un mero “divertimento”. Creo que el inglés era una persona muy exigente consigo misma para hacer esa distinción en su obra, que vista en conjunto no podría más que considerarse como sólida, seria y extraordinaria. A burn-out case no sé en qué categoría la puso su autor, pero bien podría pertenecer a ambos subgrupos.

Ambientada en el corazón de las tinieblas (si parafraseo a Conrad, que además queda aludido en la novela) del África más negra y recóndita, y aún colonial, y concretamente en una leprosería ubicada a orillas de un río afluente del Congo; A burn-out case narra la huida de la civilización, de su pasado y, en el fondo, de su propia vida, de Querry un reputadísimo arquitecto que decide dejarlo todo y marchar allá donde no se pueda ir más lejos. En África y en la leprosería encontrará personajes prototípicos en las novelas de Greene y que también podrían serlo de ese África ya extinta donde el hombre blanco era un accidente en el paisaje, no siempre malo, pero por normal general siempre perturbador.

Como en todas las novelas de Greene, los diálogos entre los diferentes personajes que aparecen en la novela son de lo mejor que la literatura inglesa ha dado en el siglo XX. Esas profundas reflexiones mundanas sobre temas de muy alta graduación ética y moral, como son la fe y su ausencia, la religión, el amor, el destino del ser humano, la falta de convicciones, el exceso de ellas, trufan la novela y hacen de A burn-out case un libro digno de leer reposando tras cada conversación entre personajes.

Algo que Graham Greene sabía hacer muy bien, a diferencia de muchos otros escritores, es definir a la perfección a sus personajes. A burn-out case es, como la mayoría de sus obras, una novela lleva de personajes típicamente característicos de la obra de Greene. Religiosos que lo son ya por resignación y no por férreas creencias y fe; hombres seglares más religiosos, o con más problemas de fe que los propios hermanos de Dios; mujeres sumamente atractivas y atrayentes que llevan a la perdición a un hombre; hombres cínicos, egocéntricos, perdidos, miserables, necesitados de ayuda e incapaces de aceptarla cuando se les tiende la mano.

Sabiendo que Greene estuvo destinado en África cuando trabajó para el Gobierno Británico, a nadie se le puede escapar que A burn-out case es una novela con bastante carga personal y, si no biográfica, sí bastante íntima. Me da mucha curiosidad saber en quiénes se basó para crear personajes tan dispares, extremos, carismáticos (para bien y para mal) y reales como los religiosos que llevan la leprosería; el médico que se encarga, lleno de idealismo, de tratar a los enfermos; la pareja insatisfecha, casi casada por conveniencia, que irrumpe sin nadie pedirlo en la vida de Querry el protagonista cambiándola de manera radical y definitiva; el periodista fanfarrón, orgulloso, cínico e hipócrita (de este periodista tengo una lejana idea de quién podría ser su imagen real, pero me la callo).

Para redondear una novela de por sí ya bastante completa y compleja, no por trama sino por temas tratados, está la maestría con la que Greene retrata África A burn-out case. Ese África colonial donde el ambiente y la gente marca la vida de todo el que pisa su tierra. Ese ambiente asfixiante de calor y humedad; ese río misterioso que rige las vidas de los habitantes de sus orillas; esos caminos selváticos donde a la mínima cualquiera se puede perder y no regresas; esas tormentas sonoras; sus olores; su caos circulatorio; sus ciudades empolvadas y ruidosas; sus misiones religiosas; el hombre blanco como regidor de la vida sometido a los tiempos del continente y sus gentes. África libera y envilece y lleva al extremo lo que en Europa o América no pasaría más que por una personalidad básica y anodina.

Creo que ha quedado meridianamente claro que me ha gustado A burn-out case y que he disfrutado de su lectura como no recordaba hacer con las novelas de Greene. Creo que también queda cristalino la admiración que siento por este escritor inglés que nos dejó este mes de abril de hacer ahora 30 años. Cualquiera de sus novelas aporta horas de lectura intensa, donde el lector no solo se entretendrá, sino que viajará de la mano de Greene allá donde se desarrolle la historia, en este caso África, para sentir compasión por los personajes desdichados, puritanos, perdidos y resignados que plagan sus páginas, y verse también confrontados con diálogos que piden del lector máxima atención y reflexión. Quien no haya leído nunca a Graham Greene tiene trabajo por delante, y estoy seguro que no se verá decepcionado.

Caronte.

jueves, 8 de abril de 2021

Las gratitudes

 

Mi búsqueda constante de nuevos autores y autoras para leer en sus idiomas maternos hace que tenga en la recámara una buena lista de escritoras (porque lo que este año más estoy buscando son mujeres) tanto en inglés como en francés. Una de esas autoras que llevan pendiente bastante más tiempo del que deseo es Delphine De Vigan, autora que hace tiempo sigo y de la que voy sabiendo novedades en español, pero a la que me falta tiempo para leer. Hace un par de años leí una primera novela suya que me dejó quizá más frío de lo que esperaba, quizá puede que fuera el momento de lectura de aquel libro, o quizá es que elegí mal el primer libro suyo que leer. No obstante, esta vez he tirado de recomendaciones a través de perfiles que sigo en redes sociales y he elegido una novela muy corta pero muy intensa, donde los sentimientos quedan a flor de piel.

Las gratitudes es de esas novelas que se leen en apenas un suspiro y que no dejan al lector respirar, agarrándole donde más le duele para soltarle destrozado después de una lectura vista y no vista. Y es que no exagero si digo que la novela se puede leer en apenas unas horas, en una tarde de climatología adversa que anime a no salir de casa y en la que las propuestas audiovisuales no convenzan del todo.

Una novela tan breve como Las gratitudes no puede tener un argumento ni un hilo narrativo demasiado complejo. Es así. En esta novela Delphine De Vigan nos presenta a tres personas: Jerôme, Marie y Michka (diminutivo de Michèle). Pero en el centro de ese trío está Michka, una anciana que empieza a no poder valerse por sí misma y se ve irremediablemente llevada a una residencia. Marie, una mujer joven, es una especie de vecina, amiga íntima de Michka, pero su relación, su vínculo es mucho más intenso que una simple vecindad o amistad; sin ser una relación de parentesco lo parece y de hecho al principio de la novela el lector puede llegar a pensar que es la sangre la que une a las dos mujeres. Jerôme por su parte es un simple especialista en la tercera edad, que visita a Michka en la residencia para intentar mejorar su estado y sus problemas de habla.

La novela está narrada por partes en las que se alternan las voces narrativas de Marie y Jerôme. Son ellos los que nos van llevando a lo largo de las páginas de Las gratitudes a través de la vida, o el final de la misma, de Michka. Aviso de que esta es una novela dura, donde los sentimientos siempre están a flor de piel, y donde se va viendo, página a página, el final de una persona, su degradación, su apagado. Todos los que hemos pasado por algo similar, como es ver a un familiar, a alguien muy cercano y querido, apagarse de esta manera, por días, sin prisa, pero sin pausa, encontraremos en esta novela un espejo donde mirarnos, donde ver cómo todo final es igual, aquí o en Francia o en el rincón más remoto del mundo.

Cuando llega un final, cualquier final, de cualquier tipo, pero sobre todo el final de la vida de alguien, y más si ese alguien es una persona amada, querida, apreciada, se pone de manifiesto lo importante que puede llegar a ser una palabra, una sola. Las gratitudes también es una novela sobre el decir y el callar, sobre cómo un “gracias” puede cambiarlo todo. Pero también quedamos advertidos en esta novela de cómo un silencio puede causar impotencia, infelicidad, dolor, muerte, desconsuelo y desconcierto. Palabra callada es palabra muerta, oportunidad perdida para expresar cómo nos sentimos.

En una sociedad como la actual donde las palabras pierden cada día su importancia mezcladas con debates absurdos sobre su uso, donde los políticos de toda índole pervierten el lenguaje a su favor vaciando de contenido palabras otrora sagradas Las gratitudes se yergue como una obra donde la palabra es lo importante, no solo debido al problema que vemos a lo largo de la novela que va sufriendo en mayor grado a cada página Michka, sino en su conjunto. Si no somos capaces de decir un gracias, un te quiero, un perdón, ¿qué nos queda? Nada: el olvido.

Las gratitudes es una novela que no va a dejar indiferente a nadie que la lea. Llega a lo más profundo del corazón y el espíritu y remueve conciencias. Nos plantea el final de una vida desde dos puntos de vista diferentes con el único punto en común de las palabras: tanto su presencia como su ausencia. Además, subyace en la propia historia de Michka un pasado también movido por una búsqueda para agradecer a quienes le salvaron su ayuda. Pero, en el fondo las tres personas que llenan esta novela tiene palabras para agradecer, gestos que denotan agradecimiento y ternura, vínculos generados difíciles de romper, emociones que les desgarran cuando el silencio se impone a la vida. Y al final, lo que creo que todos buscamos en una novela es que nos emocione, nos conmueva, no nos deje indiferente, y desde luego, esta novela no va a pasar sin pena ni gloria por el lector que decida leerla.

Caronte.

jueves, 1 de abril de 2021

Derecho natural

 

Soy un apasionado de las historias sencillas, aparentemente simples, donde gente normal y corriente son los protagonistas de una historia sin estridencias ni extravagancias. Por esto Ignacio Martínez de Pisón me paree un autor soberbio que es capaz de conjugar un realismo familiar perfecto con un estilo que conjuga drama y humor a la perfección. Hace tiempo leí que Martínez de Pisón es así como un Galdós de nuestro tiempo y, sin haber leído a Galdós y sólo guiándome por lo que estudié del gran genio canario de las letras, tengo la impresión que Martínez de Pisón sí que podría ser considerado como esa reencarnación del autor canario con un siglo de diferencia en cuanto a la época en la que se ambientan sus novelas. Por eso también es un gusto cuando doy con algún libro de Pisón que no he leído y puedo hacerme con él en alguna de las librerías de segunda mano que suelo frecuentar.

Derecho natural es la historia de una familia disfuncional, rara, deshecha o mal formada desde sus inicios, que va poco a poco sobreviviendo gracias a un vínculo invisible e indivisible como es la sangre y el parentesco pero que en el fondo no avanza en el tiempo más que con rencores, pullas, odios, desprecios y silencios. Y todo contado a través de un narrador que no es otro que el hijo mayor de la familia: Ángel, quién será el encargado de hablarnos de su infancia, sus hermanos, su padre y su madre a lo largo de casi 20 años entre finales del franquismo (más o menos desde el atentado contra Carrero Blanco) hasta un epílogo en los años 90, tras haber recorrido el Madrid y la Barcelona de la transición y los 80.

Antes de pertenecer a cualquier otro género, Derecho natural es una novela que yo encuadro en lo que llamo realismo familiar que es donde Ignacio Martínez de Pisón más cómodo se encuentra siempre narrando. En esta novela se nos presenta una familia llena de conflictos donde la relación entre los progenitores es pésima: donde el padre aparece y desaparece constantemente siguiendo unos sueños que no siempre comprenden el cuidar de su familia, y que incluso considera un estorbo la existencia de dicha familia; donde la madre no termina de encontrar un hueco y siempre se siente agraviada por la ausencia de su marido; donde el hermano pequeño resulta ser un jovenzuelo ladrón, donde las hermanas falsas gemelas son usadas como moneda de cambio para luchar familiares enconadas.

Derecho natural es todo lo anterior y algo más. Porque Ignacio Martínez de Pisón siempre da importancia a la época en sus libros, a la época y a dónde están narradas sus historias. En este caso Madrid y Barcelona conforman una pareja de ambientes casi antitética. Por un lado, tenemos la Barcelona familiar, donde se desarrolla la vida permanente de la familia, una Barcelona en continuo cambio; por otro lado, está el Madrid consolidado que sirve como vía de escape y excusa para “huir” tanto al hijo mayor y narrador de la novela, que va a la capital a estudiar y empezar a trabajar luego, como del padre que es dónde termina ganándose la vida en garitos de mala muerte y dudosa reputación haciendo imitaciones de Demi Russos.

Pero no nos podemos quedar sólo en los sitios donde se desarrolla Derecho natural, porque en el fondo esta novela es todo un retrato de una época a través de personajes normales y corrientes que podríamos ser nosotros mismos, o nuestros tíos, abuelos, padres, vecinos, amigos. Sin querer ser un cronista histórico, y sin ser esta novela histórica, Martínez de Pisón nos cuenta cómo fueros los últimos años de Franco, la llegada de la democracia con las primeras elecciones municipales libres, el referéndum de la constitución, el golpe de estado de 1981, los años de la movida en Madrid, los estragos de la heroína… Y todo con ligereza, sin entrar en detalle, simplemente como acompañamiento ambientador de la historia principal que narra. Y esto es lo que hace que sea el reflejo de una época y de cualquier familia normal y corriente.

Llevo ya años leyendo a Martínez de Pisón, y a pesar de que siempre plantea el mismo tipo de novela entre histórica, social y familiar, cada uno de sus libros es una pequeña obra de arte de la literatura. Derecho natural es un libro magnífico, escrito con gusto y sabiendo combinar en su justa medida dosis de humor, naturalidad, hechos históricos y drama familiar. Por esto este libro funciona también; bueno, por esto y porque se lee con una fluidez digna de estudio que pocos escritores consiguen en novelas tan complejas y tan puramente narrativas.

Derecho natural es una novela para leer sentado cómodamente en un sillón con un café o té al lado y pasar una buena tarde o mañana de lectura dejándose llevar por la maestría de Ignacio Martínez de Pisón, autor que para mí en unos años será reconocido con el Cervantes o el Princesa de Asturias, ya que sus novelas no solo son un ejercicio brillante de escritura y literatura sino que conforman un fresco magnífico de toda una época: esos años en los que se terminó de conformar lo que a día de hoy constituye el grueso de nuestra sociedad y que nos definen como tal. Desde luego es una novela muy buena.

Caronte.