domingo, 15 de enero de 2017

Cinco y acción: "La, La, Land"

Después de siete meses lo he vuelto a hacer. Casi lo había olvidado. Casi se habían de borrado de mi mente las rutinas previas o preliminares, las sensaciones, los tópicos, los olores y los ruidos inherentes a esta actividad. ¿Cómo he sido capaz de aguantar tanto tiempo sin volver a hacerlo? No lo sé, simplemente ocurrió. Una serie de catastróficas desdichas han hecho que estuviera siete meses sin probarlo, sin experimentar ese erizamiento del pelo de la coronilla, esa felicidad inmensa que recorre las venas, esa sensación que se apodera del cuerpo durante el tiempo que dure la experiencia. Me juro ahora mismo, y ante todas las personas que lean esto, que por suerte no serán muchas, que no volverán a pasar meses sin hacerlo de nuevo. ¡Uy! Quizá esto esté sonando muy mal. ¿Es posible que alguien haya pensado que estaba hablando de “eso”? Muy probablemente. Necios hablo del cine. Siente meses sin pisar una sala y sentarme en una butaca junto con otras personas delante de una gran pantalla para descubrir el mundo que algún director haya decidido llevar desde su mente a la realidad de Holywood.

Todavía hoy, tras haber dormido toda la noche, soy incapaz de sacarme de la cabeza la melodía del tema principal de “La, La, Land”. Las dos horas y poco más que ayer por la tarde pasé en el cine con mis padres, algo todavía más extraordinario, han sido las mejores que he pasado en el cine en toda mi vida, exceptuando “Los Miserables”, otro musical por cierto, e “Intocable”. Todavía estoy algo en shock por la película, no por nada malo, sino por todo lo contrario. Todavía soy incapaz de asumir el maravilloso rato que pasé ayer tarde en el cine.

La, La, Land” es el musical clásico de Holywood traído al siglo XXI con actores de moda pero no excesivamente famosos o comerciales que hace que el espectador empiece la película con una amplia sonrisa que le puede dejar incluso cara de imbécil o bobo y que durante la misma sienta muy de vez en cuando escalofríos de felicidad y placer que hagan que su piel tome la apariencia de la de un pollo desplumado. Y eso es exactamente lo que sentí ayer desde el primer plano secuencia de la película de algo más de cuatro minutos más o menos en el que la música y el baile inundaron no solo la autopista de Los Ángeles que aparece en pantalla sino también toda la sala de cine, y me atrevería a decir que incluso todos los corazones de los espectadores que ayer asistíamos al cine.

Como no puede ser de otra manera en un musical “La, La, Land” empieza con un soberbio número de cante, baile y música coral en el que los dos protagonistas de la película sin embargo están ausentes. A partir de ese empiece uno podría pensar que la película no puede hacer otra cosa que disminuir su intensidad. Pues no pasa eso. Es cierto que se relaja, pero poco. El argumento de la película se centra en la historia de amor entre Mia, una actriz que no consigue ningún papel y que es rechazada en cuantas audiciones hace, y Sebastian un músico de jazz empeñado en recuperar el alma verdadera de este estilo musical y que sueña también con abrir su propio club. En la ciudad de las estrellas todo puede pasar, aunque parezca inverosímil, y en esta película lo inverosímil no se oculta ni se intenta maquillar de casual, se deja como tal, y eso es lo que me gusta de esta película. Los musicales son así.

El argumento de la película es simple y se acompaña como no puede ser de otra forma con números musicales muy variados y siempre entretenidos que terminan por dibujar una sonrisa en la cara del espectador. Y por ello hay que dar miles de gracias a “La, La, Land”, a su director el prácticamente novel Damien Chazelle, y a sus intérpretes, sobre todo a Ryan Gosling y Emma Stone, que están extraordinarios y que demuestran una vez más que un actor no solo debe saber interpretar papeles desde lo dramático y trágico hasta lo más cómico, sino que deben ser moldeables como la plastilina y poder cantar y bailar si es necesario.

Cualquier cosa que diga sobre “La, La, Land” va a quedarse corto. La película es una delicia y se disfruta desde el primer minuto de metraje. La música es excepcional, tanto que en muchas ocasiones se me iban los pies intentando seguir el ritmo y los compases de los números musicales más animados y espectaculares. No puedo dejar de recordar el empiece de la película. Pero es que el siguiente número musical que acaba en una fiesta de la jet set hollywoodiense no es menor, como tampoco son despreciables los solos. El número de baile con el atardecer desde las colinas de Los Ángeles me puso los pelos de punta. Y es imposible no rendirse ante el magistral, aunque aviso agridulce, final de la película en el que durante siete minutos el espectador queda totalmente prendado de la magia verdadera del cine y en cierto modo acaba, por así decirlo, engañado y desasosegado por como acaba todo. Se me olvidaba: de una delicia y delicadeza exquisitas es el baile surrealista y daliniano que se marcan Stone y Gosling entre las estrellas en el observatorio de Los Ángeles.

Las interpretaciones de Stone y Gosling en “La, La, Land” bien merecerían sendas estatuillas de la Academia de Hollywood, pero no sé si ésta se atreverá a premiar a los actores de un musical en lugar de a actores con interpretaciones dramáticas. Sin duda yo creo que esta película en su conjunto merecería todos los premios que se concedieran, porque sólo ella por sí sola vale por todo el cine que en los últimos años he visto y creo que se ha hecho. Mia y Sebastian encarnan en esta película el amor más sincero y verdadero, también el más amargo a veces, que se puede ver en el cine, y que de hecho he visto; y Stone y Gosling dan piel a estos dos idealistas que solo persiguen un sueño de manera tan penetrante que el espectador queda prendado de ellos dos. Además lo mejor de todo es que no hay nada de empalago o dulzura excesiva de la que pecan historias que sin ser musicales pretenden mostrar este tipo de relación amorosa.

¿Qué más puedo decir de una película, “La, La, Land”, que desde su primer plano me conquistó y me dejó boquiabierto sin posibilidad de reacción? Nada. No puedo añadir nada. Es una película de diez. Es una película con la que el espectador perderá totalmente la noción del tiempo y olvidará todo aquello que le inquiete y preocupe. Y para eso está el cine: para hacernos soñar, para hacernos creer, para divertirnos, para hacernos olvidar, para hacernos reír, para dejarnos felices tras dos horas sentados en una butaca delante de una pantalla. Esto es cine del que casi se había olvidado en Hollywood. Sólo puedo recomendar ir a ver esta película, porque me gustaría que todo el mundo pudiera sentir lo que yo sentí ayer viéndola: escalofríos, alegría, felicidad.


Caronte.

martes, 10 de enero de 2017

Lectura crítica: "Al este del Edén"

Todo libro tiene su historia, no ya para su autor, sino especialmente para el lector que lo ha escogido como su próxima lectura. Cuando fui a mi librería de segunda mano de cabecera no lo hice con la intención de comprar este libro. Si me acerqué la víspera de Nochebuena hasta el corazón de Malasaña fue para comprar el hermano mayor de este libro, y probablemente la novela más importante de su autor John Steinbeck, al que ya había echado el ojo otra tarde. Sin embargo como suele pasar a quienes dejamos escapar los trenes que nos paran en nuestras propias narices, cuando fui a comprar “Las uvas de la ira” ya no estaba donde lo vi. No obstante, tras haberme recuperado de la enorme decepción que recorrió mi cuerpo, me di cuenta de que su lugar lo ocupaba esta otra gran obra de Steinbeck. Esta vez sí que no dudé y directamente me hice con él por si, durante el tiempo que pasara en la librería, alguien le echaba el ojo y era más hábil que yo y se lo ponía debajo del brazo como tesoro desenterrado en una isla desierta en mitad del Mar Caribe.

Es posible que tras haber leído “Al Este del Edén” novela considerada por el propio Steinbeck como su obra cumbre, cuando quiera leer la novela que iba buscando ya no me produzca la misma impresión. Pienso en ello y me pregunto cómo el destino cambia las cartas cuando menos nos lo esperamos y nos hace encontrarnos en nuestro camino con cosas y personas, aunque este no es el caso, que terminan por desterrar de nuestra mente aquello que en principio suponíamos debía de pasar. Pero el deber y el tener nada tienen que ver, y poco tienen en común salvo el pertenecer a la misma familia de verbos acabados en –er.

Al Este del Edén” es un libro trampa. Me explico: parece lo que no es y es lo que no parece. Por un lado viendo un libro tan grande un lector normal, medio, podría llegar a pensar que es un tostón; un libro que puede llegar a hacerse pesado en muchos instantes debido a su grosor, es decir, a su extensión. Y sin embargo no lo es. También podría decirse de esta novela, siempre a primera vista, que al ser una de esas consideradas “obras maestras” luego termina por defraudar. Y sin embargo no pasa, no defrauda en ningún momento. Lo que no parece esta novela es una obra en la que son los personajes y los diálogos que se establecen entre ellos los que la guían dejando la prosa de Steinbeck siempre como algo anecdótico (siento usar esta palabra) que los complementa. Y sin embargo esto es lo que es esta inmensa novela.

La historia que Steinbeck teje de manera magistral como una tela de araña que atrapa al lector y le impide dejar de leer salvo para poder relacionarse con otras personas de su entorno y para poder realizar el resto de funciones vitales en “Al Este del Edén” se fundamenta en dos familias, los Hamiltos y los Trask, desde sus orígenes humildes, hasta su establecimiento en el Valle de Salinas en California. En sus casi 700 páginas la novela cubre el periodo entre guerras: contra los indios nativos americanos y la IGM. En todos esos años el lector es testigo de las venturas y desventuras, dicha y penuria, de ambas familias. Sin embargo, y a pesar de que son estas dos familias las que el lector seguirá en su periplo vital, son los Trask con los que más relación tendrán, pasando a ser los Hamilton una especie de testigos mudos de la vida de los primeros.

Pese a muchas críticas e interpretaciones que he leído después de haber acabado “Al Este del Edén” que consideran a uno u otro personaje como principal en la novela, y pese a que la película homónima y protagonizada por el maldito e idolatrado James Dean se centra en uno de esos personajes, no creo que en esta novela tan compleja se pueda estar hablando de personajes principales o secundarios. Es una obra coral en la que cada miembro de alguna de las dos familias protagonistas tiene que aportar a la trama y al ambiente que genera la novela en el lector. Es más son quizá aquellos personajes que los críticos más aclamados tachan de secundarios los que para mí tienen papeles más importantes en el libro.

No. “Al Este del Edén” no tiene un protagonista claro para mí. Sí es cierto, como he dicho antes, que la familia Trask tiene un peso especial empezando por Adam Track, por así decirlo el núcleo de esta rama de la trama, y sus hijos Aron y Caleb, o mejor dicho Cal. Pero alrededor de esta familia también aparecen el hermano de Adam, Charles, Cate o Katy, Lee y otros muchos personajes que sin apellidarse Trask forman parte de su trasfondo. Pasa lo mismo con los Hamilton empezando por Samuel y su mujer Liza, que viven en un rancho muerto y seco donde crían felices a sus innumerables hijos y que terminan entrelazándose con los Trask de manera a la vez sombría y tierna. Y a pesar de que ningún personaje es para mí el principal, también debo decir que todos y cada uno de ellos tiene una parte clave en la novela. Todos tienen su propia trama que como partes de esa tela de araña que tejió Steinbeck terminan por atrapar al lector.

Este reparto coral hace de “Al Este del Edén” una novela inolvidable en cuanto a personajes. Todos aportan algo; todos tienen sus páginas de gloria, ¡y qué páginas algunas!; todos van a quedar de alguna manera u otra marcados en el recuerdo de los lectores. Pero como en todo, también aquí hay preferencias. Las mías se centrar en dos personajes, Lee el criado, mentor, filósofo, niñera, consejero de la familia Trask, y Sam Hamilton, ese encorajinado inventor de gran corazón y mente inquieta que marcará las vidas de varios de los personajes de la novela, y también la del lector. Para mí son estos dos personajes los que terminan por definir realmente la magna obra que John Steinbeck culmina con este libro. Son estos dos personajes, que además se cogen un cariño más que sincero, los que vertebran la filosofía de esta novela; y son sus conversaciones, entre ellos y con los demás personajes, los que en varias ocasiones me han dejado mudo literalmente hablando. No puedo más que rendirme ante la perfección de Steinbeck en estos diálogos, y en definitiva en todos los que jalonan la novela, ya que sin exagerar más de tres cuartos de la novela son diálogos.

No he hablado de la trama pero es que una novela como “Al Este del Edén” no necesita que se hable de la trama, cualquiera puede buscarla en internet. Además creo que no sería capaz de expresar con palabras exactas y precisas lo que esta novela ha llegado a representar para mí durante su lectura. Amor, odio, pasión, culpa, pena, tristeza, ambición, maldad, bondad, justicia, el peso del pasado... No podría ser nunca justo con esta novela intentando describir su trama. Porque además así como para mí no hay un personaje principal, tampoco hay una única trama. Vale, sí hay una que sobrepasa al resto y es la especie de maldición que persigue a los Trask durante toda la novela, pero al no tener un personaje claro sobre el que recaiga el peso de la trama no puedo considerar que exista una sola.

Y aquí, al final, es donde debería recomendar o no la lectura de “Al Este del Edén”. De hecho nunca recomiendo que no se lea una novela, ya que cada lector es diferente y lo que a mí me puede parecer brillante a otro simplemente opaco. Esta novela hay que querer leerla porque así se disfrutará más, y al mismo tiempo quien la empiece quedará inevitablemente atrapado no ya por la historia en sí y sus personajes a medida que los vaya conociendo, sino también por la grandiosa habilidad de Steinbeck al evocar paisajes y ambientes de manera tan sutil y a la vez tan perfecta.


Caronte.