Isaac Rosa es uno de esos escritores a los que he descubierto en los
últimos meses y casi por casualidad en la librería de segunda mano a la que más
voy. Este libro es el segundo que leo en apenas seis meses de este escritor
andaluz y probablemente vuelva a él en el futuro porque los dos libros suyos
que he leído me han dejado muy buen sabor de boca. En concreto esta novela la
compré en una librería de segunda mano de Cádiz durante uno de mis últimos
viajes por España. Últimamente en mis itinerarios turísticos por ciudades
incluyo sus librerías con más solera y encanto para deleitarme con mi
maravilloso atoramiento durante unos minutos entre sus estanterías. Y doy
gracias a encontrarme con este libro ya que probablemente si no hubiera dado
con él en aquel viaje luego en Madrid no lo hubiera encontrado ni por tanto
leído.
Me resulta muy complicado tratar sin más este libro como una novela
porque en el fondo creo que esta obra de arte va más allá de esa simple
definición. Es cierto que a día de hoy el término novela se aplica a cualquier
patraña que se escribe, pero creo que quedarse en esta palabra para definir “El vano ayer” es quedarse muy
corto. Podría hablar de una meta novela con todas las complicaciones
definológicas que ello conlleva, pero es que creo que es el apelativo que mejor
le acompaña.
En “El vano ayer”
Isaac Rosa juega con el lector, le vacila por así decirlo, le engaña, le lleva
por senderos que acaban en callejones sin salida, le tuerce y retuerce el
intelecto para que en ningún momento sepa ese lector dónde está y qué tiene
entre manos. Por esta razón, este libro me ha recordado mucho a “HhHH” de Laurent Binet, un libro
del que aún guardo unos recuerdos inmensos y que me dejó una sensación de
orfandad al acabarlo que no había vuelto a sentir hasta que he dado con esta
novela de Rosa.
En la novela de Binet se mezclaba la narración histórica ficcionada y
documentada con hechos reales junto con la propia experiencia del autor durante
el proceso de escritura. En “El vano
ayer” ocurre algo similar ya que Rosa lo que hace muchas veces es
interpelarse en nombre de los lectores, acusarse de falsario a veces, de
prestidigitador que usa una chistera para engañar a su público, en este caso
los lectores.
Durante la lectura de “El vano
ayer” muchas veces he dudado sobre qué estaba leyendo y he llegado a
pensar que todo no era más que un juego con el que Isaac Rosa se ríe a menudo
recordando la cara de pánfilos que se nos queda a los lectores a medida que
vamos avanzando con su obra. Pero esto que parece que lo estoy diciendo como
reproche no es más que la única manera que tengo para plasmar con palabras el
gusto que he tenido leyendo esta novela.
“El vano ayer” por
simplificar y centrar el foco es una novela sobre la represión franquista y los
coletazos que dicha represión aún dio muerto el Dictador. Parte de una voluntad
del autor de escribir algo diferente sobre el franquismo sin caer en las mismas
manías narrativas que pocos matices otorgan a ese periodo tan gris (porque en
el fondo no hay ni negros ni blancos absolutos en la historia). Esa voluntad se
plasma en la búsqueda de un protagonista: un supuesto (y real) profesor de la
universidad de Madrid. Una vez Rosa tiene su personaje investiga de archivo en
archivo y de biblioteca en biblioteca hasta ir dando con otro nombre: el de un
estudiante que, de la noche a la mañana, y siempre tras un misterioso paso por
la DGS de la Puerta del Sol se esfuma sin dejar ni rastro en una España
sesentera donde el franquismo ya pesa mucho en los estratos más jóvenes de la
sociedad.
Pero insisto lo que es el mero desarrollo de la novela no es la trama
ni el destino de estos dos personajes que forman el corazón de “El vano ayer”. El corazón de la
novela son los propios conceptos de novela, historia, trama, literatura; Isaac
Rosa juega con ellos y muestra al lector delante de sus narices todas las
herramientas que tiene para escribir la novela siguiendo uno u otro camino, o
quizá ninguno de ellos. Rosa da al lector todas las cartas posibles: desde las
más maniqueas y manipuladoras, hasta las más impopulares para continuar
narrando. Es el lector de este libro, y cada lector en este caso es un mundo,
quien debe decidir si creer lo narrado o no, si aceptar lo que el autor nos
presenta en las hojas de su libro o cerrarlo asqueado por ese juego complejo
que es la literatura con mayúsculas.
Tras la lectura de “El vano
ayer” tengo claro que, pese a que no es un autor multitudinariamente
famoso, Isaac Rosa es uno de esos escritores que hacen de cada uno de sus libros
una obra de arte. Si bien la novela puede hacerse pesada de leer por sus largas
parrafadas, la organización en capítulos más o menos cortos que además
retuercen constantemente el camino de la propia trama permite que el lector
nunca se encuentre ante una lectura monótona y uniforme. Quien se anime a abrir
este libro debe estar dispuesto a ser engañado, a tomar decisiones, a ver como
se ríen en su cara y ante todo a dejarse asombrar por como la literatura (sin
más etiquetas) logra convertirnos en otras personas.
Caronte.