miércoles, 31 de mayo de 2017

Lectura crítica: “Tinker Tailor Soldier Spy”

La última vez que empecé a leer una novela de John Le Carré – que no un libro suyo – fue el mismo día que dejaba mi anterior trabajo en Arabia Saudí. Recuerdo que lo comencé en el aeropuerto donde llegué con más de tres horas de adelanto, no por nada en especial, sino porque quería sentirme fuera de Riad lo antes posible después de varios meses de no vivir mi vida sino una ajena que sentía que no me correspondía. Hace apenas dos semanas he vuelto de nuevo a trabajar después de seis meses en paro, y como si de un reflejo espectral se tratara he vuelto a leer un libro de John Le Carré. Quien me conoce un poco, o mejor dicho, quien sabe cuáles son mis gustos literarios, sabrá que Le Carré es sin lugar a dudar mi escritor preferido en lengua inglesa; ese autor al que siempre suelo recurrir, y cuyas novelas siempre me acompañan y ocupan un lugar bastante destacado en mi biblioteca persona. Para más inri hace ya un par de años que decidí leerle en inglés, su idioma, para poder paladear todos y cada uno de los matices de su obra. Y así lo he hecho también esta vez.

No creo que me equivoque mucho, ni que exagere demasiado si califico a “Tinker Tailor Soldier Spy” como la novela más famosa, célebre y quizá conocida de John Le Carré. Quizá el título en inglés no suene demasiado bien es castellano, ya que aquí esta novela de título tan sonoro y extraño se llama “El Topo”, y no porque se haya hecho uno de esos ejemplos de traducción paupérrima a los que nos tenemos que ver abocados en cine y literatura provenientes de otros países, sino porque traducir de manera literal el título en inglés sería un absurdo que rayaría en el ridículo por referirse aquel a un juego de palabras y cancioncilla popular inglesa y que vendría a ser “Calderero Sastre Soldado Espía”. Lo dicho un sinsentido absoluto. Pero Le Carré es Le Carré y sus novelas son extraordinarias desde el mismísimo título.

Aplicando un símil torero, aunque no sea yo muy taurino que se diga, podríamos decir que John Le Carré en “Tinker Tailor Soldier Spy” realiza un faena redonda, bordando cada uno de los tercios de la corrida (libro), y rematando de manera sobrecogedora y limpia que pone en pie a toda la plaza (lectores) con ovación cerrada, dos orejas, rabo, vuelta al ruedo y salida por la puerta grande. En resumidas cuentas: esta novela de Le Carré bien merece todos los elogios recibidos desde que apareció publicada allá por 1974 (nótese que hace ya más de 40 años, ¡casi nada!).

Para resumir un poco cual es el argumento de “Tinker Tailor Soldier Spy” casi mejor recurrir a su título en español: George Smiley, uno de los personajes más importantes y famosos dentro de la literatura inglesa no ya del último siglo sino probablemente de todos los tiempos, es llamado por el Circus (nombre que en la novela recibe el MI6 británico) para que intente desenmascarar al topo – de aquí la traducción del título al español que aunque pueda destripar un poco el contenido y quitarle mucha gracia al juego de palabras es bastante más entendible en lengua castellana – que desde hace tiempo varios mandos importantes del mismo huelen que hay. No hay que olvidar tampoco que el “topo” de esta novela está inspirado en el personaje real de Kim Philby.  Hasta aquí todo normal y relativamente simple. Pero Le Carré no ha hecho nunca una novela simple, de argumento plano y lineal, y con personajes claramente identificados e identificables desde el principio. La trama principal es la de la caza del topo en el Circus, pero subyace otra a la que Le Carré dio continuidad en otras novelas también protagonizadas por su personaje fetiche, como es la enemistad palpable con Karla (el jefe del servicio de espionaje soviético), y alguna más secundaria que hace que las referencias al pasado sean constantes. Y como en ninguna novela negra o de espías puede faltar el amor carnal y pasional, en esta novela aparece en forma de infidelidad y relación tormentosa de Smiley con su mujer Ann.

No obstante, no es sencillo plasmar el argumento de una novela tan compleja como “Tinker Tailor Soldier Spy” es pocas líneas sin destripar demasiado el argumento. Pero si John Le Carré es uno de esos escritores a los que algún día echaré mucho de menos (el hombre tiene ya 85 años) es porque todas sus novelas, o al menos las que hasta la fecha me he leído, han requerido por mi parte, y supongo que no seré el único, una total concentración durante su lectura. Y no solo concentración sino también repetición de pasajes enteros de la novela y de algún que otro capítulo para terminar de enterarme de quien es quien en cada momento y no terminar por hacerme un lío y no enterarme de nada, cosa que sería un desastre de proporciones bíblicas. En esta novela hay múltiples personajes cuyos nombres no siempre son los de bautismo sino que a veces un mismo personaje aparece con un mote o con un nombre en clave o con su nombre verdadero (por no añadir que algunos apellidos en inglés pueden resultar bastante parecidos). En estos casos lo mejor es tener siempre disponible la Wikipedia al lado para consultar, en su página en inglés, pormenores del reparto de personajes de la novela.

Ya he nombrado antes a George Smiley, pero creo que el protagonista absoluto de “Tinker Tailor Soldier Spy”, y de buena parte de la obra de Le Carré, bien merece un comentario extra. Smiley es uno de esos personajes literarios que un buen amante de la literatura desearía que existiera de verdad para poder conocer a solas tomándose un té, o un whisky, en un rincón de un restaurante o café silencioso donde nadie se mete en los asuntos de nadie y donde se tratan temas y asuntos que es mejor dejar en el limbo de los hechos acontecidos y hablados. En esta novela aparece un Smiley ya veterano, que había sido jubilado por una operación que terminó mal y que dirigió, pero que debe volver a la acción para enfrentarse de nuevo a su mayor enemigo Karla (que no confunda el nombre de mujer). Lacónico, misterioso, con gabardina larga y gris, bebedor, melancólico... George Smiley solo sabe de una lealtad: a su país; y de una manera de hacer las cosas: la correcta. Imperturbable, incorruptible, quizá demasiado idealista en un mundo podrido por el dinero y los falsos mitos. Apesadumbrado por una mujer que le abandona y que le ha sido infiel con numerosos “primos” suyos. Este es George Smiley: toda una joya de la literatura contemporánea.

De John Le Carré podría tirarme hablando mucho tiempo y escribir hojas y hojas; lo mimo podría  hacer de “Tinker Tailor Soldier Spy” pero debo ir acabando por el bien de todos. Quizá esta no sea la mejor novela para empezar con John Le Carré, y sin embargo creo que no hay otra igual para descubrir por la puerta grande no solo al que para mí es el mejor escritor vivo que tiene el Reino Unido y las letras inglesas, sino al que quizá es uno de los personajes más magnéticos y enigmáticos de la literatura.  Amor, pasiones, ideales, mitos, mentiras, oscuridad, dobles identidades, dobles agentes, topos, espías ambiciosos, espías muertos y resucitados al tercer día (ojo a esto), sospechas infundadas, sospechas confirmadas, una persecución épica contrarreloj, espionaje y guerra fría... ¿Qué más se le puede pedir a un libro? Poco más y quien lo haga no es realista con sus peticiones y con su nivel literario. ¡Larga vida a John Le Carré! ¡Larga vida a George Smiley!

Caronte.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Lectura crítica: "Falcó"

El azar, la suerte, el destino, la vida... De vez en cuando alguna de estas cosas nos trae sorpresas inesperadas por improbables e impropias y es entonces cuando uno recibe en el cuerpo una especie de descarga emocional equiparable a una eléctrica de miles de voltios que nos recorre el cuerpo y nos hace revivir un poco. Cada persona siente esta descarga con una cosa diferente o con una persona. En mi caso hace unas semanas recibí esta descarga en forma de victoria en un concurso exprés publicado en una red social. Es una tontería comparado con otras posibles descargas emocionales que nos descompongan, pero es que lo que gané fue el último libro de Arturo Pérez-Reverte firmado por el autor (firma impersonal, mecánica) con motivo del pasado Día del Libro (el libro firmado y ganado no llegó hasta varias semanas después). Y para algunos ejemplares de la raza humana como es mi caso, un libro es uno de esos regalos que siempre me hacen mucha ilusión ya que siempre es un misterio recibir un regalo que no sabes si te va a gustar o no hasta que no lo has terminado de leer.

No voy a descubrir a nadie con esta crítica quien es Pérez-Reverte ya que no creo que haya muchas personas en España que no sepan quién es este escritor y académico, otrora reportero de guerra, y gran polemizador (palabra inexistente) de masas. Por esta razón no pretendo hablar de él sino de su cambio de registro y de la creación de un personaje que según sus propias palabras ha llegado a su pluma o máquina de escribir para quedarse durante un tiempo: Lorenzo Falcó. El apellido de este hombre canalla que solo trabaja para sí mismo aunque trabaje para otros da nombre a la novela de la que hoy hablo: “Falcó”.

En “Falcó” el lector se va a encontrar un libro corto, de lectura rápida, personajes claros y concisos, trama bastante sencilla, ambientación leve, y ante todo muy dialogado. Esto que acabo de decir tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Las buenas son que si alguien quiere empezar a leer a Pérez-Reverte con una novela de lectura ligera que no se le atragante y que nada tenga que ver con el Siglo de Oro español y Alatriste (el gran personaje de Reverte durante toda su obra), esta es su novela. Lo malo es que tengo la impresión de que Pérez-Reverte ha escrito este libro porque quería hacerlo y no porque tuviera la necesidad de hacerlo, que aunque parece lo mismo no lo es, y por ello le ha salido una novela que no termina de estar cuajada del todo para mi gusto, habiendo leído ya varias de sus obras anteriores.

En esta ocasión Reverte plantea en “Falcó” la historia de un hombre, una especie de mercenario, que presta sus servicios al mejor postor y protector, que sólo mira por sí mismo y que aparentemente no tiene ni moral ni prejuicios contra nada ni nadie. La trama gira en torno al intento de liberación de la cárcel de Alicante de José Antonio Primo de Rivera, líder de Falange durante la Guerra Civil. La misión se le encomienda a Falcó que debe llegarse hasta Cartagena (zona Roja o Republicana) y ponerse en contacto con miembros de la falange en la clandestinidad para llevar a cabo la misión. Esta es la trama tan sencilla con eso. No hay mucho más. Y digo que no hay mucho más porque quien lea esta novela se dará cuenta de que parece que no es más que una especie de preámbulo a algo más serio y real que está por venir pero que todavía no ha llegado.

Falcó” es o pretende ser una serie de libros al estilo de los del Capitán Alatriste. Está difícil la cosa, y no es que a mí me apasionen las aventuras del militar de los tercios españoles, pero el carisma y el cariño que tienen los lectores hacia Alatriste va a ser difícil que lo sientan por Falcó. Y es que Lorenzo Falcó es un ser que a ratos uno aprecia y con el que uno llega a reírse, pero que en otras ocasiones muestra su lado más canalla y falto de cualquier tipo de valor humano: mujeriego, pendenciero, socarrón, amoral, apolítico, quizá machista... Hay quien ha tachado al protagonista de este libro como un ser sin moral ni ética; a mí no me lo parece. Más bien todo lo contrario: Falcó tiene moral y ética, pero en un universo paralelo donde lo que en el mundo real sería despreciable allí no es más que una muesca más en la culata de la vida. Lo que a Lorenzo Falcó le parece bien y normal al resto de los mortales nos debería parecer mal y despreciable, o si no tenemos un problema importante.

Durante todo el tiempo que uno pasa leyendo “Falcó” tiene la impresión de que la novela no es más que el acto de presentación del personaje en sí, ya que es él y solo él el centro de atención de la narración: sus formas y maneras de trabajar, su forma de vestir, sus gustos, su estilo, su forma de hablar, retazos de un pasado turbulento y oscuro, etc. Pérez-Reverte no ha creado una novela normal y corriente, bien construida con trama y personajes bien ambientados, sino una especie de tarjeta de presentación de su nueva creación literaria. No lo estoy criticando que conste, pero creo que se podría haber sido un poco más ambicioso a la hora de presentar al gran público un personaje con visos de seguir presente en unos cuantos libros más. La trama es secundaria y muchos de sus personajes también, salvo dos: el Almirante, que es el jefe de Falcó y una mujer que aunque parece desaparecer al final del libro creo que va a tener también continuación como elemento turbador y debilitador del pétreo e imperturbable Lorenzo Falcó. Son estos dos personajes secundarios en cierto modo los que más me han gustado, incluso más que Falco que llega a ser un poco cargante.

Como dije al principio no quería con este artículo descubrir a nadie a Pérez-Reverte ya que se basta él solito ya sea con sus libros como con sus polémicas para hacerse famoso. Únicamente he de añadir que “Falcó” es una novela lo suficientemente entretenida como para ocupar dos o tres tardes de lectura, no más, ya que debido a los rápidos diálogos y a las transiciones de película en las que se cambia de escenario, la novelase lee muy rápidamente y sin ninguna complicación en cuanto a estilo y léxico. No puedo decir que es un buen aterrizaje en el mundo literario de Pérez-Reverte ya que esta novela no representa ni de lejos su obra anterior, pero es un buen comienzo con un autor de indudable categoría que o gusta a rabiar o es de los que terminan por ser odiados por lectores incapaces de leer más de cien páginas de ninguno de sus libros. Por todo esto, lo dicho, quien se anime con el libro descubrirá a un personaje que quizá deje en el futuro, porque no en este libro y aventura, huella.

Caronte.

martes, 9 de mayo de 2017

Lectura crítica: “Tenemos que hablar de Kevin”

Cuando hace apenas una semana me acerqué hasta mi librería de segunda mano de cabecera tenía la intención y el propósito de empezar a leer algo de Javier Cercas. De hecho llegué a tener en mis manos el libro que quería comprarme de este autor español, y que ya había localizado en una visita anterior a dicha librería. Sin embargo, así como muchas veces el amor surge de un encontronazo al abrir la puerta del portal de tu casa con esa vecina por la que siempre has sentido esas estúpidas mariposas en el estómago, la atracción por un libro puede surgir de la nada, simplemente con un chispazo. Esto fue lo que pasó. Me vi en la librería de siempre, imbuido en ese aroma tan especial que desprende un libro usado, con dos libros, uno en cada mano, sin saber por cuál decidirme. En estos casos lo mejor es que decida el más parcial de los árbitros posibles en una librería: el propio librero. Sin dudarlo me recomendó el que acabo de terminar de leer, haciendo que postergara el descubrimiento de Cercas para otra ocasión. ¡Bendito librero!

Lo que ese bendito librero no me dijo, ni me avisó, fue que el libro que estaba comprando era sumamente adictivo e hipnótico, hasta puntos quizá paranoicos y esquizofrénicos. “Tenemos que hablar de Kevin” es sin lugar a dudas el mejor libro que me he leído en lo que va de año. Es también el libro que más me ha costado leer y al mismo tiempo el que más quería seguir leyendo para saber todo lo que hay que saber de esta historia. Lionel Shriver, la autora de la novela, creó en 2003 una de esas obras que sin grandes pretensiones, sin ese orgullo de grandes autores y grandes novelas que luego se desinflan como la rueda pinchada de una bicicleta, logra lo que muchas no llegan ni tan siquiera a vislumbrar: mantener al lector sumamente interesado en la trama de principio a final, y sobre todo llegarle a lo más profundo.

No destripo la novela a nadie si digo que “Tenemos que hablar de Kevin” trata el tema (bastante tabú en una sociedad colmada hasta la saciedad de tópicos típicos y normal que hay que seguir para ser “normal”) de aquellas mujeres que se sienten infelices al ser madres. El propio título del libro deja entrever de qué va también: hay una madre, Eva, que hace las veces de narradora de la historia a través de una serie de cartas enviadas a su ex marido, Franklin, en las que va desgranando como si fuera una granada sus vida conyugal de pareja primero y familiar después con el nacimiento de Kevin. Kevin... Ese protagonista total y absoluto de este libro. Ese niño llorón, tristón, quieto, raro, extraño, que no quiere a su madre, indiferente a todo y todos, sin sentimiento alguno, sin pensamientos y por así decir casi sin voluntad. Ese bebé, primero, niño, después y por último adolescente que termina sobrecogiendo al lector.

De “Tenemos que hablar de Kevin” se puede contar el argumento de manera somera y cómo empieza la historia. No se destripa nada si también se dice que con 16 años Kevin provoca una matanza en su instituto llevándose la vida de varios de sus compañeros. Pero no se puede, no puedo ni debo ni quiero, decir nada más. Bueno, puedo decir una única cosa más: la historia que las poco más de seiscientas páginas de esta novela va dejando a la luz en esas cartas escritas por Eva a su marido Franklin es simplemente brutal. Brutal de manera literal pero también metafórica. No creo que haya mejor adjetivo para describir este libro, esta historia, que va subiendo en intensidad hasta explotar en una penúltima carta (que hacen las veces de capítulos) que deja sin aliento al lector, además de arrancarle el alma, arrojarla a los pies y pisotearla.

Al principio dije que pocas novelas me han hecho sentir lo que “Tenemos que hablar de Kevin” ha conseguido. Añado aquí que muy pocas han logrado hacerme experimentar tantos, tan variados y tan opuestos sentimientos a medida que iba leyendo. Lionel Shriver de manera sutil pero eficiente mete al lector prácticamente en situación en la trama de la novela y le engancha con un estilo claro, conciso, sin ambages, sin florituras y sin pretensión alguna: deja que la historia vaya fluyendo de manera natural haciendo que sea el lector quien vaya sintiendo lo que considere por cada uno de los personajes protagonistas de esta tremenda historia, que no es más que la historia de una realidad macabra norteamericana: la de las matanzas escolares.

Y “Tenemos que hablar de Kevin” es dura, muy dura, quizá más de la cuenta, pero es real, o al menos realista. Todos nos hemos estremecido, bastante más a menudo de lo que sería normal, con las noticias de masacres en escuelas e institutos americanos. Pero no es lo mismo verlo durante diez minutos un día en un telediario, que leer sobre ello durante varios días varias horas. Por eso esta novela es tan dura, y cruel, y cruda, y salvajemente adictiva (siempre hay un punto morboso en leer sobre este tipo de cosas). Por no decir que también es bastante explícita, sobre todo en el penúltimo capítulo, que es sobrecogedor. Nada destaca por encima de nada en este libro. Esta novela es todo un conjunto que brilla por su manera de narrar de manera novelada una triste y dolorosa realidad.

Es difícil plasmar en papel y en palabras los sentimientos que a los largo de estos días he sentido al leer “Tenemos que hablar de Kevin”. Cada personaje es un mundo: Eva, la madre infeliz por serlo que se da de bruces con una realidad que había idealizado, la de la maternidad, es una mujer atormentada que se culpa constantemente de la acción de su hijo y busca respuestas donde quizá no las haya, sin darse cuenta de que el mal hay ocasiones que viene de manera innata en un bebé; Franklin es ese padre prototipo americano que una vez tiene un hijo, encima varón, se vuelca con él de manera idólatra sin afearle nada, buscando justificaciones a acciones que no las tienen y ante todo no viendo una realidad cegadora que por esa misma característica queda oculta; luego está Celia, la hermana menor de Kevin, a la que saca ocho años, una adorable niñita que ama a su hermano mayor como solo las hermanas pequeñas pueden hacer son sus mayores, a la que se la coge cariño casi sin querer; y por último está Kevin... No creo que pueda ser objetivo a la hora de hablar del protagonista de esta novela, porque sentimientos de odio, rechazo, asco, etc., nunca son buena señal aunque se hable de una ficción; sin embargo en esta novela se sienten y además con mucha intensidad.

Tengo la impresión que por mucho que intentara plasmar en esta crítica lo que “Tenemos que hablar de Kevin” ha supuesto para mí como lector, no lograría realmente transmitir todo lo que esta novela me ha hecho sentir y experimentar: pena, odio, condescendencia, impotencia, asco, ternura, tristeza... Hay novelas que te marcan durante un tiempo, el justo que hay entre un libro y otro, hay otras que por las que se pasa sin pena ni gloria, y luego están novelas como esta, que tengo la sensación que voy a recordar durante mucho tiempo. El único problema o pega que le pongo a este libro es que ahora no sé cual leer sin que me decepcione y por tanto lo desvirtúe. Quien quiera aceptar mi consejo y recomendación de leer sin falta esta novela encontrará un libro duro, muy duro, brutalmente duro quizá, pero que se lee bien y fácilmente, y que engancha hipnóticamente de principio a fin...por desgracia.

Caronte.

jueves, 4 de mayo de 2017

Lectura crítica: "Todas las familias felices"

Cuando el día del libro de este año fui hasta la Plaza del Dos de Mayo a mi librería de segunda mano de cabecera tenía claro que quería comprar un libro de algún lector todavía desconocido para mí y del que no tuviera ningún ejemplar en mi biblioteca particular. Otra de las cosas que también tenía claras en esa mañana de abril radiante en Madrid era que si podía ser ese nuevo descubrimiento debería ser en español, ya fuera un escritor español o iberoamericano, que escribiera en la lengua de Cervantes cuya muerte se celebraba ese día en España con la fiesta de los libros. El escritor que terminó ampliando mi biblioteca con uno de sus libros fue Carlos Fuentes: uno de los escritores más importantes de lo que en su día se llamó el Boom Latinoamericano de las Letras, club formado entre otros por García Márquez, Julio Cortázar o Vargas Llosa. Hacía tiempo ya que me rondaba la cabeza el nombre de Fuentes pero no me terminaba de decidir a leer ninguno de sus libros; sin embargo el Día del Libro de este año terminó esta indecisión.

Lo que no supe hasta que me puse a leer “Todas las familias felices”, que fue el libro que opté por comprar de segunda mano aquella no tan lejana mañana del Día del Libro, es que había comprado no una novela sino un libro de relatos. Es posible que esto suene raro, ya que se supone que uno cuando compra un libro sabe qué libro está comprando, pero a mí no me pasó, porque leyendo la sinopsis, plagada de diferentes historias y personajes, pensé que el libro sería una novela coral sobre la sociedad mexicana, y no un conjunto de relatos o cuentos que en el fondo no constituyen más que un relato coral pero independiente en sus partes de la misma sociedad mexicana de la que quería leer algo. Luego la sorpresa al final no fue tan sorprendente y tras leer el libro tengo la sensación de no haber podido elegir mejor el primer libro de Carlos Fuentes que leer.

Todas las familias felices” como acabo de decir es un libro de cuentos o relatos, 16 concretamente, pero además entre relato y relato se intercalan otras 16 prosas poéticas. Sin entrar a relatar por encima ninguno de los relatos, ni aquellos que más me hayan gustado ni los que menos me han llegado o transmitido, sí quiero dejar claro que como el propio nombre del libro indica, todos los relatos o prosas poéticas aquí reunidos guardan un elemento en común: la familia. En todos los relatos se habla de familias, de diversos tipos de familias con sus diversos tipos de problemas, pasados, presentes y futuros. En todos los relatos México y la sociedad mexicana forman también una parte muy importante, básicamente como contexto en el que se desarrollan las vidas de los diferentes protagonistas de los relatos. Así, con México como escenario, Carlos Fuentes, a través de estos cuentos narra, excusándose en la ficción, la realidad de la sociedad mexicana contemporánea, ya que los cuentos están ambientados en el México más actual (el libro es de 2006).

Como en todo libro de relatos, en “Todas las familias felices” Carlos Fuentes se centra en una temática muy concreta, como he dicho, y en este caso es la familia, los diversos tipos de familias y las relaciones que se pueden dar en ellas, en su seno y de vistas hacia el resto de la sociedad. Así, a lo largo de los 16 relatos se pueden encontrar algunos cuyos protagonistas son un matrimonio gay de larga duración que se ve asaltado en las postrimerías de la vida por la lujuria de la carne joven; otros en los que las relaciones padres hijos son las imperantes, con sus aristas cortantes y sus claroscuros constantes; y otros en los que el amor o el odio, caras de la misma moneda a fin de cuentas, son los protagonistas y socavan las relaciones personales entre los miembros de las familias.

Sin embargo “Todas las familias felices” es más un retrato de la sociedad mexicana, o creo que debe ser así, que de los diferentes tipos de familias que se pueden dar a lo largo y ancho del mundo dando igual el país, la religión o la cultura. En los diferentes relatos que Carlos Fuentes reunió en este libro, ya que por desgracia y por leyes de la naturaleza es maestro mexicano de las letras nos dejó en 2012, se muestra a veces con verdadera crudeza la realidad de México, un país que, por herencia española y cultura que hunde sus raíces en la imposición centenaria de la fe cristiano-católica, sigue teniendo muy en cuenta el qué dirán y las apariencias, que se muestra escéptico, supersticioso y ante todo criticón. Digo esto no como crítica, o como modo de menospreciar a la cultura mexicana, sino como muestra de la realidad que es y que Carlos Fuentes plasma con su maravilloso estilo, limpio y claro, en los diferentes relatos.

Debo además aquí hablar no solo de los relatos o cuentos que forman parte de “Todas las familias felices”, sino también de las prosas poéticas. He aquí un elemento que jamás había leído en un libro. Al principio he de confesar que me resultaron tediosas de leer, no las entendía y además no lograba conectar con su belleza innata a la vez que oculta y disimulada. Sin embargo, para mi propia sorpresa, a medida que me iba leyendo el libro y pasaba por cada una de esas 16 prosas poéticas, que al principio juzgué falazmente como poesías, fui percatándome de la profundidad que esas frases, muchas veces inconexas, sin signos de puntuación a veces, y sin rima alguna, transmitían. Esas prosas poéticas, quizá más incluso que los relatos, muestran el México más ruin, seco, crudo, cruel y sangriento: ese México herido de muerte por la miseria que conlleva violencia que implica muerte. Hay algunas de esas prosas poéticas que realmente son demoledoras por la historia que dejan entrever.

Ya lo dije al principio y lo reitero ahora al concluir esta crítica, “Todas las familias felices” no solo ha sido el primer libro de Carlos Fuentes que cae en mis manos y me leo, sino que además ha sido un magnífico descubrimiento que me ha abierto las puertas de la literatura mexicana quizá con su mejor y más importante representante. Todos y cada uno de los relatos de este libro enganchan y conectan con el lector que muy probablemente puede llegar a verse reflejado en alguno de ellos o ver en alguno de los personajes a algún conocido. Tengo la impresión de que no elegí nada mal qué libro de Fuentes empezar a leer aunque fuera casi una especie de error (¡ojalá todos los errores sean así a la hora de leer!). El estilo simple, sincero y directo de su prosa, así como las diferentes historias y el mosaico caleidoscópico que se muestra de México en sus páginas, hacen de este libro un muy buen empiece o toma de contacto con la obra de Carlos Fuentes. Así que no me queda más que recomendar a todo aquel que quiera profundizar un poco más en la narrativa latinoamericana que se atreva con Fuentes, porque a mí no me ha decepcionado.

Caronte.