Quien me conoce y
sigue el blog sabe que Javier Reverte es uno de mis escritores de cabecera, al
que recurro de vez en cuando sobre todo cuando me siento un poco perdido en
relación a qué leer. No suele defraudarme tampoco ya que desde aquel primer
libro suyo que leí hace ya unos cuantos años no ha habido libro de viajes suyo
(ni novela tampoco, aunque estas han sido las menos) que me haya decepcionado.
“Colinas que arden, lagos de fuego”
no iba a ser una excepción. No lo ha sido. Tampoco lo hubiera podido ser por
nada del mundo tratándose de un libro más sobre África: ese continente
incrustado en el alma de Reverte y que por suerte o por desgracia también me ha
incrustado a mí (aunque en mi caso nunca haya puesto un pie en África).
En esta ocasión
Javier Reverte une en “Colinas que
arden, lagos de fuego” dos viajes al continente africano. El primero de
ellos a Kenia para recorrer a pie varias zonas icónicas del país, entre ellas
el Monte Kenia, para llegar hasta el Lago Turkana. El otro viaje tiene como
escenario Tanzania y en él el principal objetivo de Reverte fue montar en el
Liemba, el trasbordador que semanalmente recorre de punta a punta el Lago
Tanganika, una de las últimas reminiscencias de la época dorada del África
postcolonial. En ese segundo viaje también hay un aparte especial en el que
Reverte se acerca hasta dos lugares muy especiales para todo enamorado del
continente negro: el lugar donde David Livingstone, el gran descubridor de
África, el gran misionero blanco, el mayor afectado por el mal de África, se encontró con Henry Stanley; y el sitio donde se
dice que está enterrado su corazón. Lugares de leyenda.
Tengo que apuntar
un dato relevante sobre “Colinas que
arden, lagos de fuego” y es que probablemente vaya a ser el último
libro de Javier Reverte sobre África. La pasada Feria del Libro de Madrid,
donde compré este libro y Reverte me lo firmó, pude intercambiar con el autor
varias palabras y tras decirle yo que cada vez que leo un libro suyo me entran
más ganas de visitar África como él lo ha hecho, me dijo que me animara y no
dejara de hacerlo ya que él no volvería ya al continente negro. Es por tanto
relevante tener este dato en mente ya que hay ocasiones en las que la
melancolía de Reverte al escribir traspasa las páginas y llega al lector, para
conmoverle y hacerle echar de menos África aún sin haberla pisado nunca.
La literatura de
viajes en España es un género casi residual a diferencia de en el Reino Unido y
otros países en los que este género tiene un respeto enorme. Javier Reverte es sin
lugar a dudas el mejor exponente de escritor de viajes que tenemos en España ya
que no solo sabe narrar con maestría sus aventuras y anécdotas personales, sino
que combina eso con historia y leyenda. En “Colinas
que arden, lagos de fuego” no iba a ser menos y además de viajar
prácticamente con él día a día por África, sufriendo hoteles de mala muerte,
carreteras inmundas y polvorientas, y animales salvajes, nos va completando la
historia del continente africano que en anteriores libros ya ha ido narrando.
Realidad, historia y leyendas se mezclan en las páginas de esta obra en la que
el lector es un miembro más de la expedición de Reverte por tierras africanas.
Lo bueno que
tienen los libros de Reverte sobre África es que cada uno es diferente. El
paisaje y los escenarios pueden ser parecidos pero como en ocasiones se dice en
el libro, África nunca es la misma. En “Colinas
que arden, lagos de fuego” el lector acostumbrado a Reverte haya ecos
lejanos de otros de sus libros y descubre nuevos horizontes a los que, y es mi
caso particular, uno quiere ir y dejarse llevar por la aventura, el caos y lo
inesperado. Leer sobre África es siempre soñar, ya que África siempre ha estado
en la imaginación colectiva: desde los documentales de La 2 de la hora de la
siesta, hasta la película del Rey León, pasando obviamente por los zoos a los
que de pequeños nos llevaban nuestros padres. África está en el ADN de nuestra
memoria, solo hace falta que activemos la enzima necesaria que nos lleve hasta
ese inabarcable continente.
No soy neutral con
Javier Reverte, y menos aún con un libro suyo sobre África. Por ello me es muy
complicado no amar “Colinas que arden,
lagos de fuego” ya que en él he vuelto a sentir las mismas sensaciones
que experimenté hace ya unos años cuando leí su primer libro sobre el
continente africano. Haber vuelto a leer a Reverte narrar sus experiencias
africanas, sus noches de incesantes ruidos salvajes, sus días de agobiante
calor, sus tratos con gentes locales, sus trayectos en coches que se caen a
pedazos, sus caminos de polvo, sus historias legendarias y el pasado histórico
de un continente en el que surgió la vida en la Tierra hace muchos miles de
años; como digo haber vuelto a tener estas sensaciones con la lectura de un
libro es algo impagable. Por esta misma razón recomiendo, no ya este libro,
sino cualquiera de Javier Reverte en el que el escritor madrileño narre alguno
de sus viajes a África o a cualquier otra parte del mundo, porque con él se
viaja, se aprende y se crece como lector y persona.
Caronte.
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