martes, 3 de julio de 2018

Lectura crítica: "Colinas que arden, lagos de fuego"

No ha sido premeditado pero al final me ha venido casi como anillo al dedo. No hay mejor manera que afrontar un periodo vacacional soñando con un viaje. En apenas un par de días iré de nuevo al aeropuerto para coger un avión que me llevará hasta las Islas Canarias para pasar allí unos merecidos y, por qué no decirlo, también anhelados días de vacaciones. Voy a la playa a desconectar y olvidarme de todo lo bueno y lo malo que tengo en la cabeza. Y me voy con las ganas que cualquier viajero tiene al emprender cualquier aventura lejos del hogar. Ha querido el azar, aunque mi mano también tiene mucho que decir en esto, que haya sido un libro de Javier Reverte, el gran escritor de viajes español, el que me haya acompañado en los días previos a este viaje. Obviamente Canarias no es el África que Reverte muestra en las hojas de este nuevo libro suyo que leo, pero en sus páginas si he encontrado las ganas que siempre hay que tener para seguir ideando y soñando viajes futuros.

Quien me conoce y sigue el blog sabe que Javier Reverte es uno de mis escritores de cabecera, al que recurro de vez en cuando sobre todo cuando me siento un poco perdido en relación a qué leer. No suele defraudarme tampoco ya que desde aquel primer libro suyo que leí hace ya unos cuantos años no ha habido libro de viajes suyo (ni novela tampoco, aunque estas han sido las menos) que me haya decepcionado. “Colinas que arden, lagos de fuego” no iba a ser una excepción. No lo ha sido. Tampoco lo hubiera podido ser por nada del mundo tratándose de un libro más sobre África: ese continente incrustado en el alma de Reverte y que por suerte o por desgracia también me ha incrustado a mí (aunque en mi caso nunca haya puesto un pie en África).

En esta ocasión Javier Reverte une en “Colinas que arden, lagos de fuego” dos viajes al continente africano. El primero de ellos a Kenia para recorrer a pie varias zonas icónicas del país, entre ellas el Monte Kenia, para llegar hasta el Lago Turkana. El otro viaje tiene como escenario Tanzania y en él el principal objetivo de Reverte fue montar en el Liemba, el trasbordador que semanalmente recorre de punta a punta el Lago Tanganika, una de las últimas reminiscencias de la época dorada del África postcolonial. En ese segundo viaje también hay un aparte especial en el que Reverte se acerca hasta dos lugares muy especiales para todo enamorado del continente negro: el lugar donde David Livingstone, el gran descubridor de África, el gran misionero blanco, el mayor afectado por el mal de África, se encontró con Henry Stanley; y el sitio donde se dice que está enterrado su corazón. Lugares de leyenda.

Tengo que apuntar un dato relevante sobre “Colinas que arden, lagos de fuego” y es que probablemente vaya a ser el último libro de Javier Reverte sobre África. La pasada Feria del Libro de Madrid, donde compré este libro y Reverte me lo firmó, pude intercambiar con el autor varias palabras y tras decirle yo que cada vez que leo un libro suyo me entran más ganas de visitar África como él lo ha hecho, me dijo que me animara y no dejara de hacerlo ya que él no volvería ya al continente negro. Es por tanto relevante tener este dato en mente ya que hay ocasiones en las que la melancolía de Reverte al escribir traspasa las páginas y llega al lector, para conmoverle y hacerle echar de menos África aún sin haberla pisado nunca.

La literatura de viajes en España es un género casi residual a diferencia de en el Reino Unido y otros países en los que este género tiene un respeto enorme. Javier Reverte es sin lugar a dudas el mejor exponente de escritor de viajes que tenemos en España ya que no solo sabe narrar con maestría sus aventuras y anécdotas personales, sino que combina eso con historia y leyenda. En “Colinas que arden, lagos de fuego” no iba a ser menos y además de viajar prácticamente con él día a día por África, sufriendo hoteles de mala muerte, carreteras inmundas y polvorientas, y animales salvajes, nos va completando la historia del continente africano que en anteriores libros ya ha ido narrando. Realidad, historia y leyendas se mezclan en las páginas de esta obra en la que el lector es un miembro más de la expedición de Reverte por tierras africanas.

Lo bueno que tienen los libros de Reverte sobre África es que cada uno es diferente. El paisaje y los escenarios pueden ser parecidos pero como en ocasiones se dice en el libro, África nunca es la misma. En “Colinas que arden, lagos de fuego” el lector acostumbrado a Reverte haya ecos lejanos de otros de sus libros y descubre nuevos horizontes a los que, y es mi caso particular, uno quiere ir y dejarse llevar por la aventura, el caos y lo inesperado. Leer sobre África es siempre soñar, ya que África siempre ha estado en la imaginación colectiva: desde los documentales de La 2 de la hora de la siesta, hasta la película del Rey León, pasando obviamente por los zoos a los que de pequeños nos llevaban nuestros padres. África está en el ADN de nuestra memoria, solo hace falta que activemos la enzima necesaria que nos lleve hasta ese inabarcable continente.

No soy neutral con Javier Reverte, y menos aún con un libro suyo sobre África. Por ello me es muy complicado no amar “Colinas que arden, lagos de fuego” ya que en él he vuelto a sentir las mismas sensaciones que experimenté hace ya unos años cuando leí su primer libro sobre el continente africano. Haber vuelto a leer a Reverte narrar sus experiencias africanas, sus noches de incesantes ruidos salvajes, sus días de agobiante calor, sus tratos con gentes locales, sus trayectos en coches que se caen a pedazos, sus caminos de polvo, sus historias legendarias y el pasado histórico de un continente en el que surgió la vida en la Tierra hace muchos miles de años; como digo haber vuelto a tener estas sensaciones con la lectura de un libro es algo impagable. Por esta misma razón recomiendo, no ya este libro, sino cualquiera de Javier Reverte en el que el escritor madrileño narre alguno de sus viajes a África o a cualquier otra parte del mundo, porque con él se viaja, se aprende y se crece como lector y persona.

Caronte.

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