viernes, 21 de noviembre de 2014

Lectura crítica: "El Palacio de la Luna"

No voy a descubrir la electricidad diciendo que Paul Auster es mi escritor americano favorito, y uno de mis favoritos en inglés (junto con John le Carré). Pero aún así cada vez que descubro y leo alguna de sus novelas esta atracción por Auster se acrecienta y con “El Palacio de la Luna” he vuelto a quedar anonadado por la capacidad de este escritor para mostrar y describir sin pudor el mundo interior del ser humano, ese mundo que todos vivimos personalmente y que pocas veces compartimos con otras personas. Esta novela de Auster fue publicada en 1989, ha llovido mucho desde entonces, pero aún así lo que se plasma en sus páginas sigue teniendo vigencia, y lo tendrá siempre porque lo que esta novela narra por encima de todo es cómo somos los seres humanos y qué sentimos dentro de nosotros mismos, y esto siempre será así por mucho que cambie la sociedad en su conjunto, porque los individuos que la formamos poco cambiamos nuestros mundo interior.

La historia que se narra en “El Palacio de la Luna” se desarrolla en Nueva York. Siempre está esta ciudad presente en las novelas de Auster, aunque las historias no se desarrollen en ella. La eterna ciudad gris de hormigón, acero y cristal, inmensa e inabarcable, multicultural e individualista, rica y miserable. No hay nadie mejor que Auster para describir su ciudad, no ya lo más conocido mundialmente sino aquello que Nueva York se guarda para aquellos que la aman. No he ido nunca a Nueva York pero supongo el día que ponga por primera vez un pie en sus calles poco o nada me resultará extraño, aparte de por el cine que ha retratado eternamente a la ciudad de los rascacielos en multitud de películas, también por las novelas de Auster que siempre llevan al lector a rincones extraños, extravagantes, bohemios y ante todo desconocidos.

En esta ocasión Auster nos presenta a un joven estudiante desnortado, desubicado en el mundo que ha perdido el rumbo de su vida y que se ve incapaz de recobrarlo, llamado Marco Stanley Fogg. La vida de Fogg pierde sentido cuando muere su tío Víctor, con quien había vivido desde que su madre falleció en un accidente de tráfico, y queda sólo en el mundo. Desde este momento Fogg pierde su norte, no encuentra el sentido de nada y sin ese sentido que todos debemos ver para poder seguir día a día viviendo y siendo, termina por dejarse llevar por la vida, simplemente sin hacer absolutamente nada de manera racional. Una vez se le acaba el dinero que su tío le dejó en herencia, tiene que empezar a vender la inmensa colección de libros que también le lega, hasta que llega un momento en que no tiene más que vender. Sus amigos de la facultad o mejor dicho su amigo de la facultad, Zimmer, intenta ayudarle, pero Fogg termina por rechazar la ayuda. Cuando tiene que dejar el apartamento donde vive de alquiler por impago empieza a deambular por las calles de Nueva York de un lado a otro sin rumbo, sin sentido.

Como no tiene ningún lugar donde ir, decide que lo mejor es ir a Central Park, donde suelen vivir los vagabundos y mendigos. Allí es donde una noche lluviosa después de muchas penurias acaba por sucumbir y cae a lo más hondo de su ser. Cae enfermo y si no es por su amigo de la universidad y por Kitty Wu una joven china que conoció un día por casualidad y de la que se quedó prendado, hubiera perecido en una especie de cueva en mitad de Central Park, solo. En este punto empieza a cambiar todo. Tras pasar una temporada en el hospital, va a casa de Zimmer y termina de recuperarse. Mientras tanto su amor con Kitty Wu sigue creciendo y haciéndose cada vez más fuerte. Este amor parece que le hace volver a recuperar un poco el rumbo de su vida, por ello recuperadas sus fuerzas decide buscar trabajo.

A partir de este momento empieza la parte más profunda de “El Palacio de la Luna”, esa donde Auster muestra su maestría con las letras, donde demuestra que es uno de los grandes. Fogg entra a trabajar para un viejo, Thomas Effing, muy particular. Este Effing es uno de los mejore personajes que desde mi punto de vista Auster ha creado en sus novelas, es un viejo gruñón, callado, que no ve y que va en silla de ruedas, que vive en su casa con una mujer que le ayuda y le asiste y con la que suele tener enfrentamientos cargados de ironía, maldad y duras palabras, pero que siempre acaban soportándose. Effing busca a alguien joven que le saque por la ciudad y vea por él. Ese alguien termina siendo Fogg. Empieza aquí una relación extraña, casi diría yo estrambótica. Poco a poco se ve que Fogg no será un simple acompañante de Effing, sino alguien mucho más importante, una parte de un todo más amplio que poco a poco irá descubriendo. Effing tiene un plan y ese plan es contar quien es, quien fue y quien no será, porque también tiene planeada la fecha de su muerte. Fogg termina encargado de redactar la necrológica de Effing, y de contar su verdadera historia que se hunde muy profundamente en la mente y personalidad humanas.

Nada de lo que pasa en esta parte de “El Palacio de la Luna” es lo que parece, nada pasa por pasar, todo es relevante, nada sobra. Auster crea una magnífica tela de araña que atrapa al lector en una historia que se va enredando a medida que se avanza en las páginas de este libro. Sin embargo este enredo aparente no es tal, ya que todo está meticulosamente hilado, y además con puntada fina. No hay respiro en la novela, y cada dos por tres se producen situaciones que cambian por completo la percepción de la historia por parte del lector. La historia poco a poco va mutando y el lector no tiene tiempo, ni capacidad, para anticiparse a la historia y por tanto cada vez que pasa algo que trastoca lo que se daba por casi seguro es como si se volviese al principio. El lector se ve en la obligación de ir cada poco recomponiendo la trama y el carácter de los personajes que ya de por sí siempre es complejo, lo que le da a la novela un realismo increíble.

Lo que pasa después de que Fogg conoce a Effing y empieza a escribir la historia de su vida, y sobre todo de su pasado, no lo voy a contar, ni si quiera esbozar porque entonces esos cambios en “el guión” no serían desconcertantes. Este constante desconcierto es el que hace de este libro un novelón, para mi gusto el mejor que me he leído por el momento de Auster. Cada página que pasaba era adentrarse más y más en las profundidades más inhóspitas de la personalidad humana. Auster es un maestro en reflejar en sus historias, y más aún en los personajes que las protagonizan, las diferentes personalidades que se pueden dar en la sociedad y diseccionar al milímetro los sentimientos humanos. No hay otro autor que sea capaz de mostrar con tanta claridad la complejidad del ser humano y de su mundo interior, siempre tan complejo, mutable y borroso incluso para nosotros mismos. En “El Palacio de la Luna” Auster despliega toda su maestría narrativa en este aspecto y todos los personajes que realmente tienen algo que ver en la historia representan formas de ser completamente diferentes unas de otras. Además también se puede disfrutar de los cambios que se van produciendo en la forma de ser, de pensar, de sentir y de vivir de los personajes principales y las mutaciones que se dan en sus respectivos mundos interiores.

Otro elemento que siempre está presente en las novelas de Auster y que en “El Palacio de la Luna” llega a una dimensión superior a todas las demás es el lirismo de su narrativa. Las imágenes que con la palabra crea Auster son difícilmente igualables pero en esta novela para mí ha alcanzado el zenit. A lo largo de todo el libro hay un elemento conductor que está siempre presente, directa o indirectamente, como es la Luna que termina siendo casi un personaje más de la historia. Un personaje guía, que como la luz de un faro parpadea a lo largo de las páginas y que va guiando tanto al lector como al protagonista principal, Fogg. No tiene que ser siempre la luna de manera directa, puede ser el nombre de un restaurante, o un cuadro con la luna de protagonista, o el nombre de una canción, o la letra de la misma, pero siempre está presente, de principio a fin. Esta constante a lo largo de la novela crea un ambiente mágico que se plasma en reflexiones y miradas al interior de uno mismo realmente impresionantes, que Auster enlaza con la novela de manera prodigiosa, como casi siempre hace en sus novelas.

Podría escribir hojas y hojas alabando esta novela, pero creo que lo mejor es que quien quiera leerla lo haga porque es complicado hacer justicia escribiendo de alguna novela de Auster. Para descubrir el mundo de Paul Auster hay que leerle, y “El Palacio de la Luna” puede ser una la puerta grande que conduzca al lector a descubrir nuevos horizontes literarios, un mundo diferente pero a la vez tan igual al que diariamente vivimos. Auster en esta novela ha superado todos los límites que pensaba que tenía y ha conseguido hacerme olvidar el mundo en el que vivía durante los minutos que cada día pasaba leyendo esta novela, y además me ha demostrado que los sentimientos que alguna vez también yo he vivido no son únicos. Es probable que des este libro saque lecciones importantes para mi vida, y es por ello que recomiendo vivamente su lectura. También quiero decir que no dejará indiferente a nadie, y o gusta hasta la médula o termina siendo repulsivo.

Caronte.

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