Sobre la novela de
la que hoy me toca hablar leí hace no mucho tiempo un artículo que, entre otras
novelas del mismo estilo, alababa una serie de títulos imprescindibles para los
amante de la literatura de espías y espionaje. En esa lista de títulos había otros
que ya había leído y que realmente están muy bien, y quizá por ello me decidí a
leerla. Por esto y porque su autor, Ian McEwan, se ha empezado a convertir en
uno de mis favoritos. Otro factor que contribuyó a que escogiera esta novela y
no otra de temática similar (en este punto he de confesarme adicto a las
novelas que tratan sobre espías y se ambientan en épocas donde el espionaje era
de verdad un trabajo en el que se jugaba el destino de parte del mundo), además
de que hice entre mis amigos de la universidad una encuesta para que eligieran
por mí, fue que se desarrollaba en Berlín y este año se ha cumplido el 25
aniversario de la caída del muro.
“El inocente” no es sin embargo
una novela de espías al uso. En el fondo poco espionaje de peso sale o se trata
en la historia. El único nexo existente con el espionaje es el entorno que
rodea al protagonista de la novela, un joven inglés ingeniero, que es e enviado
a Berlín, una ciudad ocupada por cuatro países, dividida realmente en dos
bloques que intentan llevarse lo mejor posible sabiendo que no se soportan,
para trabajar con los americanos en el proyecto de un túnel secreto que les
servirá para interceptar comunicaciones rusas. Este joven inglés, de nombre
Leonard, es nuestro “inocente”, porque así es como llega a una ciudad que está
en ruinas destruida por la guerra que ya hace quince años que ha acabado. Sin
embargo su inocencia durará más bien poco, el mundo en el que sin quererlo ni
saberlo de primeras se mete le cambiará para siempre y le hará cuestionarse
muchas cosas. En Berlín, Leonard perderá su inocencia en muchos ámbitos de la
vida, se quitará el velo con el que todo ser humano nace.
La historia que se
narra en “El inocente” está
basada en una operación de inteligencia real que llevó a la CIA y al MI6 a
cooperar para la construcción de un túnel entre los sectores americano y ruso
de Berlín para monitorizar las comunicaciones del Alto Mando Ruso. Con esa
trama de fondo, en la que el joven Leonard se verá envuelto en un juego de
secretos y círculos de seguridad, poco a poco irán apareciendo personajes que
llenarán de misterio la novela porque el lector nunca sabe si está ante un
personaje que va de frente con buenas intenciones y que en definitiva es quien
parece ser; o si por el contrario se está ante un personaje que no es ni de
lejos aquello que en un principio parece ser. Este juego de sombras, de
diferentes tonos de grises en una paleta cromática de tonos ocres y sin vida,
dibuja un Berlín donde el miedo y los ecos de los bombardeos de una guerra no
tan lejana todavía siguen pesando sobre la conciencia colectiva de sus
habitantes, y las ruinas de los edificios se esparcen por las parcelas sin que
nadie parezca preocuparse lo más mínimo por ellos.
La historia no se
centra solo en la relación de Leonard con el túnel secreto y con los diferentes
compañeros, en principio de armas, con los que convive diariamente y bajo cuya
supervisión se encuentra, sino que pronto empieza cobrar un matiz más personal.
Y ese matiz no puede estar introducido más que por una mujer. Esta mujer, de
nombre Maria, es alemana y tiene varios años más que Leonard, además está
divorciada, hecho que al principio podría llegar a pasar desapercibido, pero
que con el paso de las páginas gana en importancia, no el mero hecho de estar
divorciada sino más bien su ex marido que se convierte sin quererlo en una
pieza fundamental en la transformación y pérdida de inocencia de Leonard en un
momento dado de la novela que no puedo desvelar aquí.
Desde mi punto de
vista ninguna novela de espionaje, o de espías como cada uno quiera llamarlas,
es tal sin una historia de amor, o mejor dicho de pasión. Hablando con
propiedad nunca hay amor en las novelas de espías, no puede haberlo porque la
propia idiosincrasia del espía le impide que crea en nadie, o que se entregue a
nadie. Es la pasión la que cobra importancia. Amor y pasión no representan la
misma cosa. El amor es una relación que más allá de la mera atracción entre dos
personas, hay un vínculo muy duro basado en la confianza. Por el contrario, la
pasión es más impulsiva, puede conducir al amor, pero en un principio muchas
relaciones se pueden llegar a confundir con ataques de pasión. En “El inocente” es la pasión la que
domina esta relación entre Maria y Leonard. No puede ser otra cosa. Es con
Maria con la que Leonard pierde también en parte la inocencia, esa inocencia
que durante más o menos tiempo nos tiene a todos alejados del deseo carnal. En
esta novela, Ian McEwan mezcla con una maestría que en pocos libros he podido
ver, amor, pasión, secretos y dudas. Como he dicho, creo que una novela de
espías sólo es buena si hay una relación difícil entre un hombre y una mujer,
si hay pasión.
Pasión, espionaje y traición forman parte de
la misma ecuación y en “El inocente”
están presentes en todas y cada una de sus páginas. McEwan crea desde el
principio una atmósfera de dudas, incluso sobre el propio protagonista de la
historia, aunque las dudas que en un principio se pueden tener sobre Leonard
pronto desaparecen debido a su ingenua inocencia, o inocente ingenuidad. El juego
se sombras que se ve en el propio Berlín y en la misión secreta en la que
trabaja Leonard, y en la que nadie parece ser quien dice ser, se contagia también
a su relación con Maria, en la que ésta no termina de decir por completo quién
es ni cuál ha sido su pasado. Y como suele pasar siempre, el pasado termina por
volver, es algo que no podemos evitar. Es una noche cuando este magnífico
cóktail termina por explotar, justamente cuando el pasado termina por volver a
llegar y Leonard termina por perder toda su inocencia.
Me gustaría poder
contar más pero no puedo hacerlo. En este momento “El inocente” se vuelve agobiante para el lector que asume
como propias las angustias de Leonard por todo lo que en un instante se termina
por desencadenar sin saber muy bien cómo manejarlo. Hay pasajes de la novela en
los que McEwan recrea una atmósfera totalmente desconcertante y además con un
ritmo narrativo que llega a conseguir que al lector se le acelere el pulso. La combinación
de regresiones al pasado con la narración presente hace aún más apetecible e
interesante la novela porque hace que el lector tenga que estar muy atento a
todo lo que sucede para saber en qué momento se mueve y no perder el hilo. Siempre
es gratificante encontrar novelas, y escritores, que obliguen al lector a
mantener una atención superior a la media durante la lectura. Esto suele pasar
en las novelas de espionaje, aunque si no se sabe controlar bien esta tensión
narrativa puede llegar a ser excesiva y en vez de obligar al lector a
permanecer enganchado a la historia, se pierda su interés.
El libro me ha
parecido excepcional, de los mejores con atmósfera de espías que he leído recientemente.
Si he de poner alguna pega para que no todo sea tan bonito y reluciente, podría
decir que he echado en falta algo más de espionaje, más oscuridad y dobles
sentidos, más máscaras, más dobles o triples juegos, más traición. Pero a pesar
de estas pegas he de decir que tiene todos los ingredientes necesarios para
gustar a los amantes de la novela de espías, sobre todo en el ámbito pasional. Aunque
pueda parecer que McEwan se centra mucho en el ámbito amoroso/pasional entre
Leonard, nuestro inocente, y Maria, el lector terminará por darse cuenta que
nada sobra, ni una línea, ni una página, y que todo: túnel secreto, vecinos un
tanto impertinentes, ex marido de Maria, jefe de Leonard, guardias de
seguridad, círculos de confianza, etc., termina siendo fundamental para el
final de la historia.
Con “El inocente” Ian McEwan ha
construido un puzle gigante en el que al final todas las piezas terminan
encajando de una manera u otra, y ninguna de manera artificial o forzada. Con esta
novela uno aprende que el amor, la pasión, el espionaje, los secretos, los
dobles juegos y la traición forman parte de un mismo juego que siempre suele
conllevar la pérdida de la inocencia de aquellos que se animan a jugar. Aunque si
no se juega no hay nunca oportunidad de ganar, aunque por el camino se haya
perdido nuestra inocencia.
P.S.: Si se tiene
la posibilidad sería interesante que la novela se leyera en inglés, porque se
consiguen muchos más matices, y en esta novela son más necesarios que en otras.
Caronte.
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