lunes, 6 de abril de 2015

Lectura crítica: "Ventanas de Manhattan"

El último libro de Muñoz Molina que me he leído no se puede considerar una novela al uso. De hecho desde el primer momento que puse mi atención en su lectura supe que no iba a leer una ficción, ni una historia elaborada, ni una trama policíaca o amorosa, misteriosa o de suspense. Sabía que me iba a adentrar en una narración muy personal, muy íntima sobre la Gran Manzana, esa ciudad a la que todo el mundo parece querer soñar con ir como es Nueva York. Sabía que empezar a leer este libro iba a ser como meterme sin que me llamaran en una parte de la vida de su autor y descubrir sus gustos, pasiones, inquietudes y miedos a través de un viaje narrativo increíble por las calles, plazas, locales, parques y avenidas de Nueva York.

Como he dicho este libro, “Ventanas de Manhattan”, no es una novela. En sus páginas no encontramos personajes oscuros, con fantasmas pasados que perseguir e intentar borrar, ni historias llenas de recuerdos e imágenes melancólicas de pasados mejores o peores, pero que sin duda marcan el presente. Este no es un libro al uso. Y nada tiene que ver con las novelas de Muñoz Molina que me he leído hasta ahora. Este libro es un viaje a través de la palabra a una ciudad que abarca miles de sensaciones, muchas de las cuales se plasman en las páginas de esta obra y hacer que el lector huela, vea, saboree, oiga y sienta lo que experimentaría entre la multitud en una esquina de Nueva York justo antes de cruzar un paso de cebra, esperando a que el semáforo se ponga verde e indique se puede pasar con la palabra WALK. Que nadie espere encontrar nada más, pero tampoco nada menos.

Puede que haya mentido un poco a la hora de decir que en “Ventanas de Manhattan” no hay personajes, sí los hay. Son dos: Antonio Muñoz Molina y Nueva York. El primero es el propio autor que a través de su estilo profundo e intimista narra su visión personal de la ciudad de los rascacielos, sus paseos por sus calles y avenidas, sus días con sus amaneceres y puestas de sol, sus mercadillos, sus barrios étnicos y multiculturales, la soledad de la gran multitud que se agolpa en las calles y que se cruza sin ni siquiera verse, sus días grises, sus días de verano en otoño, y de invierno meses antes de que llegue de verdad, sus museos grandes y pequeños, sus bibliotecas, etc. Pero además de Muñoz Molina, el otro gran protagonista del libro es sin lugar a dudas Nueva York; esa ciudad ingente, inabarcable, de grandes edificios donde se alojan las grandes compañías multinacionales, los grandes despachos de abogados y las compañías de seguros, y de barrios que viven en la más absoluta de las miserias, olvidados y abandonados, a la sombra de las relucientes torres de cristal que atraen en exclusiva a los turistas venidos de todos los rincones del globo.

A lo largo de las páginas de “Ventanas de Manhattan” el lector se trasladará prácticamente en cuerpo y alma a Nueva York, y acompañará a Muñoz Molina en sus paseos por calles, parques, avenidas, plazas y mercadillos callejeros, en sus miradas a través de los cristales de las ventanas de los edificios, en sus visitas a pequeñas galerías de arte y museos poco conocidos de la gran manzana, en sus búsquedas de tiendas donde encontrar alguna anticualla. Pero además de esta visita a Nueva York, el lector también se adentrará en los propios recuerdos del autor, y así podrá retraerse a ese fatídico día en el que la respiración de todo el mundo conocido se paró, ese día en que cambió la percepción de la realidad, en que unos terroristas estrellaron dos aviones contra las torres gemelas violando la paz en la que quizá ficticiamente vivíamos tranquilos, felices y sin preocupaciones, ignorando aquello que podía ocurrir y que por desgracia aconteció aquella mañana del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, momento en que enmudeció la ciudad durante unos instantes para una vez asumida la realidad de lo que estaba pasando estallar en llantos, ruidos, sirenas, gritas y silencio mortal. Quizá sean los capítulos del libro más intensos, los que más me han gustado estos que hablan de aquellos días, ya que por primera vez he leído lo que pasó a pie de calle, lejos de los focos de las cámaras de televisión. Además ese momento, clave en el libro, marcará el resto de los recuerdos y visiones de la ciudad que narrará Muñoz Molina en las páginas siguientes.

Sin embargo a pesar de no poder considerar “Ventanas de Manhattan” como una novela sí puedo decir que tiene todo aquello que me gusta de Muñoz Molina, sobre todo su estilo tan elaborado e intenso, con esas magníficas descripciones, no ya de lugares o sitios, en este caso de Nueva York, sino más bien de emociones, sentimientos y sensaciones, que le hacen a uno evocar recuerdos propios casi olvidados. En este libro Muñoz Molina no deja a un lado en ningún momento el estilo que han marcado sus más famosas novelas como “El Jinete Polaco” o “Sefarad”, sino que lo usa para dar a la narración de sus recuerdos e impresiones de la gran manzana un aire nostálgico muy poco usual al hablar de una ciudad como esta, tan cosmopolita, independiente y aparentemente fría. En las páginas de este libro el lector encontrará un Nueva York muy alejado del que suele salir en las películas de Hollywood y al que todos estamos acostumbrado. Aquí Muñoz Molina muestra un Nueva York, que sin dejar de ser el de Central Park, la Quinta Avenida, el Empire State Building, Brookling o el metro destartalado, oscuro y maloliente, es también un Nueva York de barrios marginales, de turismo desaforado con el que algunos pretender hacer negocio convirtiendo en souvenir todo lo que pueda resultar morboso incluso como el atentado de las Torres Gemelas, de la proliferación del barrio chino que come terreno al italiano, de las calles vacías y peligrosas cuando cae la noche, de los mendigos que viven en Central Park y que solo se les ve cuando ya el sol se ha ocultado.

Todo esto y más, como los locales de jazz donde Muñoz Molina pasaba muchas noches escuchando curtidas gargantas de cantantes negras, sudorosas y sensuales; amplios pulmones ajados por el esfuerzo quizá de míticos trompetistas y saxofonistas de esta música rebelde, oveja negra de los diferentes géneros, algo marginada durante muchos años, y encumbrada hasta límites insospechados cuando se puso de moda y pasó a ser algo popular entre una minoría. Esos locales perdidos en calles de Nueva York a los que sólo saben llegar aquellos que realmente los buscan y casi los huelen, como un sabueso a su presa en un día de caza mayor. En “Ventanas de Manhattan” el lector también descubrirá historias muy particulares de personajes diversos, algunos famosos para bien o para mal, pero sobre todo de personajes anónimos que jalonan las experiencias personales de Muñoz Molina en la gran manzana.

He de decir para no faltar a la verdad que no tenía muchas esperanzas puestas en este libro. No me esperaba gran cosa de él, básicamente porque pensaba que iba a ser muy novela de viajes, con muchas descripciones, e impresiones sobre lugares de Nueva York. Sin embargo a medida que iba leyendo “Ventanas de Manhattan” cambié de opinión. Hay pasajes del libro que se pueden hacer algo pesados, no por nada sino porque pueden resultar faltos de interés para según qué lectores. Pero en términos generales he de decir que acabé disfrutando hasta la última página de este viaje novelado, narrado con una delicadeza exquisita, al corazón de la ciudad que dicen que nunca duerme: Nueva York. Creo que todo el mundo que haya viajado a la gran manzana, esté deseando hacerlo o ni por todo el oro del mundo piense poner un pie en sus calles y avenidas, debería leer este libro. Los primeros para ver si de verdad han visitado Nueva York o sólo lo que los guías turísticos enseñan; los segundos para terminar de abrirles el apetito de ir; y los terceros para que puedan confirmar o replantear sus afirmaciones e ideas preconcebidas de la ciudad. De todos modos quien se atreva con él no va a encontrar un libro de viajes, ni mucho menos, sino más bien una narración de todas las sensaciones que uno puede llegar a experimentar en la gran mezcla de vidas que es la ciudad de los rascacielos.

Caronte.

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