viernes, 19 de agosto de 2016

Lectura crítica: "Vagabundo en África"

Cuando uno está fuera de su casa necesita tener la mente siempre despierta para no caer en la más absoluta melancolía y añoranza de su hogar. Los libros son siempre grandes compañeros de viaje, ya sean estos grandes o pequeños (loa viajes o lo libros). Los libros hacen compañía, disminuyen la distancia entre uno mismo y sus recuerdos lejanos, su hogar, sus amigos, su familia, en definitiva todo aquello que ama y quiere, que necesita para ser. Estoy en Arabia, en mitad del desierto y echo en falta mi hogar: Madrid, mi familia, mis amigos... Sabía que me iban a faltar muchas cosas antes de marcharme, pero una vez aquí me di cuenta de que necesitaba todo eso más de lo que pensaba. Por eso me traje libros. Necesitaba tener un nexo de unión entre este lugar extraño que va a ser mi hogar durante un tiempo que todavía no sé cuánto será y mi hogar en España. No dudé ni un segundo en elegir algunos de los autores que me iban a acompañar en esta aventura. Javier Reverte iba a ser uno de ellos, y no elegí mal.

Vagabundo en África” es de esos libros que hacen que uno no se sienta desamparado en un lugar desconocido y hostil a primera (y también a segunda) vista. Ya que iba a tener que viajar a más de 5000 kilómetros de mi casa por necesidad de trabajo y estar en mitad del desierto más inhumano, feo y desastroso durante un tiempo indeterminado a priori, decidí que Javier Reverte me iba a acompañar en dicha aventura. Y no lo iba a hacer de cualquier manera. Reverte tiene novelas de ficción, novelas que todavía no he leído, pero sobre todo Javier Reverte es un maestro narrando sus propias aventuras personales en los viajes que su alma decide emprender y llevar a su cuerpo. Y el alma de Javier Reverte creo que es africana, como creo que también mi propia alma tiene algo de africana.

Es una sensación muy extrañan la que siento cada vez que veo imágenes de África. No de esa África sensacionalista de telediario y prensa en la que aparecen los dramas de la guerra, los conflictos tribales y el Hambre. Eso no es África. Eso es lo que occidente ha hecho con África. África va mucho más allá del drama. En “Vagabundo en África” Javier Reverte muestra esa verdadera África, la que es pavorosamente hermosa, terriblemente bella y penosamente atractiva y adictiva. El Continente Negro es una tierra brutal, salvaje tanto en lo natural como en lo humano. Es una tierra pura y original todavía, en la que uno no sabe nuca qué puede encontrar. Es un lugar que todavía expira misticismo. Y Javier Reverte ama dicho continente y ha hecho que yo también ame África sin haberla visto nunca (solo he podido contemplar uno de los ríos más míticos del mundo, el Nilo, desde las alturas cuando vine hasta Arabia hace ya más de un mes).

Javier Reverte en “Vagabundo en África” narra el viaje que hizo literalmente por media África en 1997, recorriendo Sudáfrica, Zambia, Zimbabue, Uganda y recayendo también en de Mozambique. Sin embargo aunque pueda parecer chocante el objetivo del viaje no era ninguno de estos países. De hecho Reverte no buscaba encontrarse con la belleza de la naturaleza salvaje desatada en todo su esplender. Reverte buscaba el corazón de las tinieblas. No me he equivocado al citar el título de una de las novelas más conmovedoras de la literatura del maestro Conrad. Reverte en su segundo viaje a África buscaba el río Congo, recorrerlo en el mismo sentido y siguiendo los pasos de Joseph Conrad para poder vivir en su propia alma qué es eso del corazón de las tinieblas y ver que existe y está en el mismo mundo que tiene en Paris por ejemplo la ciudad de la luz.

De todos los libros de Javier Reverte que me he leído este es quizá el más crudo de ellos. “Vagabundo en África” muestra un África realista. Es muy importante recordar que en 1997 África estaba saliendo de una época muy convulsa. En Sudáfrica no hacía ni diez años que había terminado el Apartheid, en Uganda los rescoldos de la guerra todavía estaban calientes, los muertos todavía olían y los vivos parecían aún moribundos y se escondían de cualquiera. Todavía África recelaba del hombre blanco y eso Javier Reverte lo muestra con naturalidad. Pero África es África y ese terror del que siempre es protagonista sea la época que sea no es más que una anécdota y una broma macabra que no acaba nunca. África sigue siendo el continente salvaje donde la naturaleza y la vida tienen su máximo esplendor. Así, de la mano de Reverte y a través de las hojas de este libro el lector escuchará el terrible retumbar de las cataratas Victoria; podrá pasar una noche en medio de la nada dentro de un todoterreno escuchando los ruidos de la noche durmiendo sin dormir, disfrutando del miedo que da saberse rodeado de la vida salvaje; sufrir, salir asqueado y con ganas de vomitar y matar a alguien después de ver los restos de los muertos de la guerra de Uganda un una iglesia y cómo no quedar a merced de la voluntad del río Congo sin saber si uno va a vivir o no.

Como en todas las novelas de Javier Reverte, en “Vagabundo en África” el lector no solo viaja sin moverse, simplemente con su imaginación, sino que también aprende. En este caso, Reverte, en la primera parte del libro, la que se desarrolla en Sudáfrica, cuenta de manera bastante resumida (quizá un poco liosa en algunos momentos) la historia más reciente del país que cierra el continente por el sur. En esta primera parte hay poco de libro de viajes y mucho de libro de historia, cosa que no está mal pero que no es lo que el buen lector de Javier Reverte busca. La segunda parte se centra en parte en la guerra de Uganda y los horrores y masacres cometidos por el odio racial, lodos sembrados por el hombre blanco con polvos en la época colonial, cuando África no era más que un terreno de juego de la política y la estrategia económica mundial. A pesar de que en esta segunda parte hay también mucha parte de historia, en ella ya hay más Javier Reverte también y es quizá en esta parte donde el lector encuentras las imágenes más bellas de África de mano de las magníficas descripciones de Reverte.

Pero es en la tercera parte, que además está escrita en forma de diario, donde “Vagabundo en África” muestra todo su esplendor; donde Javier Reverte demuestra que ama África hasta el punto de aventurarse a recorrer en 1997 quizá el río más peligroso del momento: el Congo. Esta última parte del libro no tiene prácticamente nada que no sea la experiencia de Javier Reverte a bordo de una enorme barcaza surcando las aguas marrones e imprevisibles del río de las tinieblas siguiendo los ecos de Joseph Conrad. Lo que Reverte muestra en este libro es más que una pasión, una obsesión por el río Congo, y eso se nota en como escribe y describe lo que va viviendo en el río. Por ello, esta última parte del libro por sí misma justifica todas las páginas anteriores. He de reconocer que si no fuera porque al leer por las noches después de más de quince horas despierto y diez de trabajo terminaban cayéndoseme los parpados y tenía que dejar el libro para la noche siguiente, me hubiera leído esta última parte del libro del tirón.

No sé cuando iré yo a África pero sé que en algún momento iré y disfrutaré de ese continente no a la manera de Javier Reverte en “Vagabundo en África” porque no creo que sea capaz de dormir en hoteles que tienen ese nombre porque antros de mierda queda muy mal, o viajar en una barcaza durmiendo en un sofá lleno de cucarachas. Pero viajaré a África y me dejaré conquistar por el continente que vio nacer al hombre a la vida. El continente negro, el continente más terriblemente hermoso de la Tierra, allí donde la humanidad puede ver los paisajes más hermosos, de los que dejan sin aliento, al mismo tiempo que puede contemplar la más absoluta miseria y horror. África es un país de contrastes y gracias a Javier Reverte amo ese continente o, mejor dijo, he descubierto que amo ese continente y necesito vivirlo en mis propias carnes. Como siempre ha sido un placer leer a Javier Reverte y volver de su mano a África. Y hoy más que ayer doy gracias a este escritor por haberme hecho viajar lejos de donde estoy viviendo a día de hoy por necesidad y olvidarme de que mi hogar queda muy lejos.


Caronte.

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