Llevaba tiempo sin
escribir en el blog, no por propia voluntad, ya que estaría siempre haciéndolo,
sino por falta de tiempo. La espera se ha hecho larga, supongo, pero todo llega
a su fin. También es cierto que si no he escrito nada ha sido porque entre planear
las vacaciones, el trabajo recién comenzado y, lo más importante, que no ha
habido un libro que realmente me haya hecho reaccionar y querer escribir. Lo hago
ahora de nuevo sintiendo las teclas del portátil, viendo cómo van creciendo las
palabras en la pantalla del mismo, sudando por el calor que está haciendo estos
días de julio en Madrid. Lo hago ahora justo después de haber terminado el que
para mí era una de mis mayores cuentas pendientes con uno de mis escritores
fetiches, Antonio Muñoz Molina. El libro lo adquirí el penúltimo día de Feria
del Libro de Madrid en una tienda de segunda mano cuando me di cuenta de que no
tenía ningún libro para que Muñoz Molina me firmara la única mañana que iba a
pasar en el Retiro atendiendo a sus lectores. Y sinceramente aquel impulso que
tuve, todo muy improvisado ha merecido largamente la pena.
“La noche de los tiempos” es
probablemente la novela más ambiciosa y difícil de escribir, y quizá también de
leer, de Muñoz Molina. Impresiona desde el principio. Ese título misterioso y
que a mí por ejemplo me atraer enormemente por lo de místico y algo legendario
que me hace evocar, sin poder explicar las razones o motivos para ello. Las
casi mil páginas de narrativa pura y dura, donde los diálogos son escasos, y
las páginas no contienen más que palabra tras palabra desde el principio hasta
el final de las mismas. Por esto quizá me impresionaba el libro desde que lo
descubrí por primera vez, y fui postergando su lectura poco a poco por no
querer enfrentarme a un libro tan extenso, tan vasto en todos los sentidos. O
eso es lo que me imaginaba. No quería decepcionarme con Muñoz Molina, teniendo
en cuenta que novelas tan extensas recuerdas peligrosamente a los best-sellers que terminan siendo basura
impresa. Acabada su lectura no puedo más que negar todos mis temores y aceptar
este libro como uno de mis favoritos.
La trama de “La noche de los tiempos” es más o
menos simple: el protagonista Ignacio Abel, un arquitecto madrileño que trabaja
en las obras de la Ciudad Universitaria, socialista y republicano, casado con
una mujer de mayor clase social que él, cristiana y devota, con dos hijos, huérfano
de padres, con unos suegros tradicionales y escépticos ante su persona, se
enamora sin remedio y de manera adictiva de una joven americana, Judith Biely,
poniendo patas arriba todo su mundo. Toda esta historia de amor, toda esta relación
clandestina, de casas de citas, de cafés desconocidos, de noches oscuras, de
encuentros furtivos, se ve aderezada con el trasfondo de una España y de un
Madrid prebélicos, ya que la historia se desarrolla durante el año anterior y los
primeros meses posteriores al estallido de la Guerra Civil.
Puede sonar típico
y quien sea escéptico pensará que “La noche
de los tiempos” es una novela más sobre la Guerra Civil y estará llena
de ideología tirante hacia la del propio escritor, como pasa por norma general
en España con las novelas de este tipo. Pero nada de esto ocurre. Esta novela
es quizá la mejor que me he leído sobre el enfrentamiento criminal y animal que
se dio en España entre 1036 y 1939, y sobre todo del combustible, la mecha y el
mechero que llevaron al estallido del polvorín en que se había convertido
España llevada por el fanatismo de la mayoría analfabeta de izquierdas y la
absoluta brutalidad inmoral y anormal de las derechas católicas y de los militares.
Es apasionante a
la vez que triste leer “La noche de
los tiempos”. Apasionante porque Muñoz Molina escribe de tal manera que
envuelve al lector como lo haría una manta zamorana en una noche rasa,
estrellada y fría de noviembre: de manera cálida y haciendo que el lector se
sienta protegido por la historia que está leyendo, ajeno a lo que tenga
alrededor, ya sea la playa durante las vacaciones, el metro camino del trabajo,
o la habitación en la que se pretende dormir una noche tropical del verano
madrileño. Dejarse perder en las páginas de esta novela es de lo mejor que me
ha pasado literariamente hablando este año, y creo que pocas novelas que me
queden por leer este año, aunque aún no sepa cuáles van a ser, conseguirán tan
grado de placer lector, profundidad literaria y calidad narrativa. Si antes ya
pensaba que Muñoz Molina es una de las grandes figuras actuales de las letras
españolas, tras esta novela me reafirmo aún más.
Pero como he dicho
la lectura de esta novela también es triste; ya que a lo largo de las páginas
de “La noche de los tiempos” se
va viendo la deriva fanática, absurda, analfabeta, ignorante, animal y amoral
de la sociedad española, llevada por el odio, que culmina en una guerra sangrienta,
salvaje y animal, donde no hubo vencedores ni vencidos, donde no hubo culpables
ni responsables de empezarla porque ambos bandos, las dos Españas, estaban
sedientas de sangre y rebosantes de odio. Y además está la historia de amor
entre Ignacio Abel y Judith Biely: fugitiva, clandestina, secreta, peligrosa y
casi homicida por daños colaterales, ardiente, pasional y siempre carnal. Una relación
abocada desde el principio al un final infeliz, un final que deja mal sabor de
boca tanto a sus protagonistas (en una escena final de la novela que pone la
guinda a una historia fabulosa) como a los lectres.
Además de lo
anterior “La noche de los tiempos”
termina redondeándose por una descripción fabulosa y magistral de un Madrid que
fue y ya no existe, aunque queden todavía vestigios perdidos, escondidos y casi
olvidados por diferentes barrios y zonas a las que la gran ciudad da la espalda
por vergüenza. Un Madrid de casas de familias acomodadas (Ignacio Abel vive en
la calle Príncipe de Vergara), pero también de casas bajas, arrabales y casas
de vecinos donde el progreso urbano aún no ha penetrado y sigue oliéndose el aroma
de un pueblo castellano antiguo y atrasado.
Magistrales
también son los escasos, pero extensos y profundos diálogos que se intercalan
durante toda la novela y en los que la situación social y política española son
los temas protagonistas. Y son personajes reales a los que Muñoz Molina da y
pone voz en “La noche de los tiempos”;
desde Juan Negrín, quizá el personaje que más me ha gustado, o al menos la voz
más lúcida y cuerda que he leído en este libro (salvo por el Ignacio Abel del
final de la novela durante su último encuentro con Judith Biely ya en EE.UU.),
hasta Bergamín, pasando por Azaña, y algún que otro más, real o ficticio salido
de la imaginación de Molina.
Nada en “La noche de los tiempos” resta;
todo en esta novela es un conjunto impresionante en el que la buena literatura
rebosa a caudales. Hay quien pueda pensar que es excesivamente larga, que
muchas de las descripciones, comparaciones, o páginas enteras están de más,
pero creo que esa gente no sabe o no ha leído en su vida una novela de calidad
del nivel de esta. Tras acabar este libro experimento sensaciones confrontadas:
por un lado me siento triste porque haber acabado una historia que deja un
agrio sabor de boca, en la que el amor siempre está presente pero acaba por
esfumarse de manera dolorosa y melancólica; por otro me siento feliz por
haberme enfrentado a esta novela después de postergarla tanto y tanto tiempo.
Tras su lectura creo que he dado un paso dentro de mi educación literaria.
Y sin embargo no
voy a recomendar “La noche de los
tiempos”, ya que quien quiera leer esta novela debe acercarse a él de
manera voluntaria, ya que solo así podrá disfrutarla en toda su dimensión, sin
complejos ni prejuicios. Para mí ha sido una de las mejores experiencias
literarias.
Caronte.
Totalmente de acuerdo con todo. Acaba de pasarme exactamente lo mismo que a ti.
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