Todo buen lector,
o quizá fanático de la lectura, tiene una pareja, o una triada, o un quinteto,
o un once ideal de escritores cuyos libros devora y adora, rinde pleitesía y
cuida como tesoros perdidos. Sin embargo todo buen lector busca también
descubrir nuevas lecturas, ampliar sus horizontes literarios, sumergirse en
mundos inhóspitos y conocer nuevos nombres que añadir a su biblioteca
particular. En ocasiones estos nuevos nombres no son nada nuevos, sino que
manan de la historia de la literatura universal y ya están más que consagrados;
pero en otras muchas ocasiones los nuevos nombres que vamos añadiendo a nuestra
biblioteca lo son de manera absoluta e indudable. En este último grupo está
David Crespo cuyo primer libro ha sido el último que me he leído, y
sinceramente disfrutado bastante más de lo que me hubiera imaginado cuando
recibí la oportunidad de leerlo gracias a Random House y Suma de Letras (su
grupo editorial y sello de publicación respectivamente).
“El jardín de Sonoko” es una
fábula oriental sobre el destino, el amor y el cómo las personas que nos están
predestinadas acaban cruzándose en nuestra vida y poniéndola patas arriba sin
que podamos evitarlo o huir de ello. De hecho la novela trata de un elemento
mitológico llamado el hilo rojo del destino que ata a las personas de manera
invisible y las va atrayendo poco a poco hasta que se encuentran. Este es el
argumento que se esconde tras la historia que se narra en las páginas de esta
novela y que Davis Crespo ha sabido contar bastante bien, dándole un aire
místico y enigmático tanto a sus personajes como a la ambientación de la
novela, situando la historia en Japón (ese país que tan de moda está entre los
viajeros ávidos de conocer culturas diametralmente opuestas a las propias).
El protagonista de
“El jardín de Sonoko” se llama
Koaru (nombre difícil las primeras veces que uno lo ve escrito porque se
confunden las letras), es dependiente de una tienda de zapatos y tiene una vida
de lo más anodina, aburrida y previsible. Todo, absolutamente todo desde que se
despierta hasta que se vuelve a dormir está tasado y medido. Todo hasta que un
día sus rutinas se ven truncadas por el destino, aunque esto él no lo sepa.
Este cambio lo propicia Sonoko, su compañera de trabajo, con la que come
siempre pero con la que no quiere o no sabe empatizar más allá de hablar del
tiempo o de la tienda. Cuando Sonoko una tarde le invita a salir todo cambia en
la vida de Koaru, porque esa petición de cita va más allá de sus cánones
preestablecidos y le trastocan su vida. Pero aún las cosas van más allá cuando
a la mañana siguiente Sonoko no está en la tienda ya que ha dejado el trabajo.
Es a partir de
este momento cuando “El jardín de
Sonoko” se convierte en una narración desenfrenada en la que los
acontecimientos del presente se entremezclan con los del pasado y la vida de
Koaru vuelve a confines de su memoria que estaban bajo llave y a buen recaudo.
La maraña de personajes del presente y del pasado que se van entrelazando en la
vida de Kaoru y que van haciendo que todo su mundo se vaya descomponiendo en un
abrir y cerrar de ojos hacen de esta novela un compendio de personalidades y
coincidencias que en ocasiones en difícil de creer, cosa que por otro lado no
resta credibilidad a la historia, porque como todo el mundo sabe lo que ocurre
en nuestras vidas al calor del amor no ocurriría en ninguna otra circunstancia.
Tengo que señalar
que “El jardín de Sonoko” me
ha recordado en ocasiones, bastantes, a alguna que otra novela de Haruki
Murakami. Sé que quizá es algo arriesgado comparar a David Crespo, un escritor
amateur y novel por así decir, con el gran genio japonés, eterno candidato al
Nobel de Literatura, cuyo mundo literario está lleno de fantasía, surrealismo,
coincidencias y muchas dosis de imaginación, lo que hace que tantos miles de
personas a lo largo y ancho del planeta sean fanes incondicionales del
novelista japonés. No quiero comparar a Crespo con Murakami, repito, y no
obstante y quizá porque Koaru se me asemeja a algún personaje de Murakami, o
porque es Japón también un personaje más de la novela, o simplemente porque el
amor que en esta novela se trata es algo amargo, no he podido no pensar en el
escritor japonés leyendo este libro del español.
Tanto los
personajes principales como los secundarios de “El jardín de Sonoko”, como la manera de estar escrita la
novela (en primera persona), hacen que el lector se sienta bastante
identificado con la historia. Pero no en su conjunto, ya que hay demasiados
elementos producto del destino, el azar, la casualidad, que hacen que para mí
la novela no salga de la pura fantasía y deje de verosimilitud un tanto
apartada. Además, a pesar de que la novela está ambientada en Japón y sus
personajes tienen nombres japoneses y hay bastantes referencias a la cultura
nipona, durante la lectura, en varias ocasiones he tenido la sensación de que
todo se desarrollaba en Europa, cosa que por ejemplo no me pasa con las novelas
de Murakami. Quizá es que esté ya demasiado deformado por los prejuicios
previos a la lectura de cualquier novela.
Como todo escritor
primerizo David Crespo ha querido ser ambicioso en su primera novela y eso se
nota en “El jardín de Sonoko”,
es una historia contundente, de las que no dejan indiferentes, llena de amor,
de casualidades del destino y de personajes oscuros, o al menos con
claroscuros. Amor y odio se entremezclan en la trama haciendo que el lector se
sienta atraído hacia la situación de Koar;, pero al mismo tiempo, tanta
casualidad, muertos que no lo terminan de estar, una enfermedad misteriosa, anécdotas
un tanto fuera de lugar (que se leen como si fueran cuentos insertado en la
historia principal) y coincidencias un tanto forzadas de más hacen que a veces
la novela se haga un poco pesada de leer porque el lector no entiende nada y
puede incluso perderse en conexiones de parentesco o en relaciones causales muy
rocambolescas, hechas simplemente para dar algo de efectividad a la historia.
No obstante todo
lo anterior, “El jardín de Sonoko”
es una razonablemente buena novela primeriza de un autor que, a pesar de que
tendrá que pulir ciertas cosas, probablemente termine por ganarse un público
entregado a este tipo de historias que pueden llegar a provocar la lágrima
fácil, pero que también entrañan un mensaje universalmente conocido y aceptado
como es el que la vida es pura imprevisibilidad y que si no se vive con total
intensidad es posible que nunca lleguemos a saber de qué trataba vivir, y mucho
menos encontrar el final del hilo rojo del destino; ese hilo que supuestamente
nos hará encontrarnos con la persona que nos tiene que acompañar en nuestro
viaje por la vida llenando nuestra existencia.
Caronte
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