Hace ya unos
cuantos años leí la que por muchos es considerada una de las grandes novelas de
la historia, “1984” de George
Orwell. En aquel entonces, y quizá porque era aún un lector joven, aquel libro
me pareció la mayor sobrevaloración de la historia de la literatura, un libro
insulto, mal escrito para mi gusto (aunque quizá debería de decir que mal
traducido al español), en el que no encontré nada de aquello que todo el mundo
parecía encontrar en las páginas de esa distopía sobre un futuro/presente en el
que la libertad no existe y el sentido crítico se ve castigado con la cárcel y
el confinamiento. No me sorprendió nada, ni me conmovió, ni sentí que estaba
ante una obra profética de hacia dónde se movería el mundo y la sociedad. Quedé
muy decepcionado con la novela y con Orwell. Sin embargo, hace también un
tiempo vi un título suyo que me llamó la atención, ya estos Reyes por error en
un regalo tuve que cambiar un libro por otro, y aquí estoy haciendo la reseña
de esta segunda oportunidad.
“Que no muera la aspidistra” es
una novela sobre un idealista, Gordon Comstock, que odio el capitalismo y el
dinero y todo lo que emana de él. Es un ser que vive en el Londres prebélico de
los años treinta donde tener 5 libras te convierte en un adinerado miembro de la
clase media acomodada, en una habitación alquilada de mala muerte sin baño
privado ni casi calefacción; que trabaja en una librería andrajosa; que tiene
una novia, Rosemary, que no le deja porque le ama aunque Gordon nunca lo vea
así; y que es incapaz de disfrutar de la vida porque es incapaz de darse cuenta
de que el mundo es diferente a sus principios e ideales.
Como puede verse
en el mini resumen que acabo de hacer de lo que es el núcleo de la novela, “Que no muera la aspidistra” es prácticamente
un panfleto anticapitalista que bien podría encajar perfectamente en los
idearios de algún que otro político y partido de izquierda utópica que más que luchar
por el bien de los más desfavorecidos, de los que siempre están abajo en la pirámide
social, terminan por arruinarles la vida eternizando sus condiciones debido a
las luchas de matices ideológicos que cada cierto tiempo achacan a sus
fantasiosos ideales. Por eso de nuevo Orwell y una de sus novelas me han
decepcionado amargamente.
Para mí no tiene
interés alguno que durante las trescientas páginas de “Que no muera la aspidistra” se plantee la vida de su protagonista
como miserable y acuciante por el tema del dinero y su evolución hacia
convertirse en un ser amargado que solo acepta el dinero y el capitalismo
cuando, según él, su novia está a punto de hacer una burrada inhumana. Me
parece un planteamiento hipócrita por parte de Orwell, y ante todo me parece
tedioso estar constantemente leyendo un libro que tacha la realidad del mundo
como algo por lo que los que tenemos una conciencia de izquierdas o socialista
deberíamos estar purgando constantemente nuestros pecados. Es agotador Orwell creyéndose
por encima de todos.
Supongo que en su
momento “Que no muera la aspidistra”
fue una novela decidida a poner en cuestión los principios del capitalismo y la
sociedad centrada en el dinero y cómo este valor ficticio impreso en billetes o
acuñado en piezas de metal a las que llamamos monedas, rige nuestra vida en
todos sus aspectos. Sin embargo, tras su lectura para mí esta novela no es más
que una farsa, una parodia cruel de los anticapitalistas y su ideología desfasada,
absurda y dañina. No hay mayor paradoja que esta y quizá pensar esto es lo que
más ánimos me da después de haber leído este libro, que considero una pérdida
de tiempo.
Probablemente los
más puritanos, esos críticos de pacotilla que se creen intelectuales por
admirar novelas como esta dirán que “Que
no muera la aspidistra” es una fábula absorbente sobre la decadencia de
un sistema que arruina el intelecto y destruye las aspiraciones humanísticas que
debería tener la sociedad. Para mí este libro perfectamente podría haber sido
obviado y me demuestra una vez más que muchas veces un título sugerente y
sugestivo, porque siendo sincero esta novela lo tiene, no esconde una novela
igualmente calificable. Pero bueno, algo decente habrá que decir y eso bueno es
quizá el Londres que describe, ese Londres arisco y árido, difícil de vivir
para quien no tiene recursos suficientes, como era la mayoría en la época de la
novela y como sigue siendo a día de hoy donde la clase media, si es que existe
debe emplear muchos recursos para incluso trabajar.
No voy a decir más
sobre “Que no muera la aspidistra”
porque no tengo más que añadir. Solo puntualizar que no va a haber más
oportunidades para Orwell. Me ha decepcionado dos veces con dos novelas de
cortes parecidos, pero muy distintas. Aquí se acaba mi andadura por la obra de
quien algunos consideran un gran novelista y una de las voces más importantes
de la literatura inglesa de la primera mitad del siglo XX. Yo, por suerte o por
desgracia, no he podido con él.
Caronte.
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