Llevaba mucho tiempo sin coger un libro de Mario Vargas Llosa,
probablemente más de un año, y ya tenía ganas de volver a leerle. La verdad es
que para los que leemos tanto y estamos todo el santo día pendientes de
novedades, de recomendaciones, de cuentas de Instagram de libros, de reseñas de
aficionados a la lectura, de las secciones de libros de los periódicos,
buscando en Amazon (y echando mucho en falta ir a una librería por la situación
que estamos toda la sociedad viviendo) a veces es complicado encontrar huecos
entre lecturas para esos autores que tanto nos gustan y nos han marcado de una
manera u otra. Aún recuerdo a la perfección las sensaciones que me transmitió
la primera novela de Vargas Llosa que leí, “El
sueño del celta”, y cómo tras ese libro me dije que tenía que
adentrarme en su literatura, a la que no me había acercado hasta ese momento
por respeto y por pensar que yo no estaría a la altura de un autor el que,
además, acababan de dar el Nobel.
“Pantaleón y las visitadoras”
es probablemente una de las cinco novelas que conformarían el canon literario
de Vargas Llosa; de hecho, es una novela que va camino de cumplir medio siglo.
Ya en el instituto, hace ya más de una década, cuando estudié la literatura
iberoamericana del siglo XX y se nombraba a Mario Vargas Llosa se citaba esta
obra como una de sus más celebradas e importantes. Y no es de extrañar ya que,
dejando a un lado la trama de la que ahora hablaré, la forma en que la novela
está narrada, sin tener dos capítulos seguidos iguales, y usando diferentes
estilos y el vocabulario tan rico del español peruano, el autor arequipeño
consigue dar al lector una obra entretenida que uno no quiere dejar de leer.
Para hablar de la trama de “Pantaleón
y las visitadoras”, me gustaría empezar diciendo que antes de
interesarme siquiera por este libro cuando leí el título por primera vez pensé
es una novela que versaría sobre un señor con diversas amantes: una especie de
folletín amoroso ambientado en la Lima burguesa e hipócrita. No pude estar más
equivocado. La trama de la novela gira en torno a la misión que se le
encomienda al capitán del ejército peruano Pantaleón Pantoja (Pan-Pan) de
organizar un servicio de prostitutas (visitadoras) dirigido a saciar los
apetitos carnales y los ánimos calenturientos de la tropa destinada en mitad de
la Amazonía peruana. De lo que esta misión desencadena tanto a nivel personal
en Pantaleón (que viaja a Iquitos con su mujer y su madre), como social versa
la novela. Junto a esta trama principal hay otra subyacente derivada de la
existencia de una secta religiosa de prácticas dudosas cuanto menos que termina
por confluir con la trama principal de manera dramática.
Lo que durante toda la novela es una historia cruda, pero con bastante
sentido del humor, ya que según el propio Vargas Llosa el humor y cierta
caricatura fue la única manera que tuvo de afrontar la realidad que muestra en
“Pantaleón y las visitadoras”,
que no deja de ser una novela basada en hechos reales, pasa a convertirse con su
final es una crítica mordaz a los estamentos militares, civiles y religiosos
del Perú de aquellos años.
“Pantaleón y las visitadoras”
no deja de ser un drama tratado con un aire de realismo mágico aderezado con
ese colorido, ese sabor, esos aromas, esos sonidos que tiene el español hablado
al otro lado del charco y que, en no pocas ocasiones, se hace difícil de
entender por quedar totalmente descontextualizado para un lector de España.
Pero es la magia de los autores iberoamericanos: su lenguaje, su español tan
diferente, tan sumamente rico, tan versátil y maleable. Vargas Llosa usa tanto
el castellano de España como el español de Perú para mostrar en las diferentes
formas de narrar matices muy diversos.
Probablemente “Pantaleón y
las visitadoras” sea de los libros que más me han sorprendido para bien
en cuanto a su forma, es decir, a su manera de estar narrado. Vargas Llosa
emplea diferentes formas de narración para ir contando una historia, no de
forma lineal, sino de manera conjunta planteando hechos desde muy diversos
puntos de vista. Así, tenemos conversaciones entremezcladas en capítulos en los
que no hay más que diálogos; informes militares de Pantaleón pidiendo recursos
para ampliar el servicio de visitadoras; informes de militares quejándose, con la
boca chica como se ve al final del libro, de dicho servicio; un programa de
radio en el que se expone el impacto que, en Iquitos, han tenido las
visitadoras; una crónica periodística del drama que acontece y que de una
manera u otra acaba haciendo reventar los remaches del servicio de visitadoras.
Cualquier persona que quiera leer algo de Vargas Llosa creo que en “Pantaleón y las visitadoras”
encontrará una novela tremendamente bien escrita, original en su forma y
divertida al mismo tiempo que dramática en su fondo. Y quien ya haya
descubierto a este peruano Nobel de Literatura y no haya leído aún esta novela,
está tardando en hacerse con ella y ventilársela en estos días de encierro
obligatorio en los que no podemos salir de nuestra casa nada más que con
nuestra imaginación, y para ello los libros son los mejores medios de
transporte.
Caronte.
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