Pues ya está confirmado, 2020 además de ser el año de la COVID-19 a nivel global va a ser el año de Bernardo Atxaga a nivel personal en cuanto a lecturas. Con este libro ya son tres los que me he leído de este maravilloso, y desconocido para mí hasta hace unos meses, escritor vasco. Hasta la lectura de esta novela los dos libros anteriores que había leído me dejaron cada uno con sensaciones opuestas: uno me encantó, el otro me dejó muy frío e indiferente. Con esta tercera lectura se ha deshecho el empate de sensaciones y ahora vuelve a predominar la admiración por la manera de narrar de Atxaga, confirmándome que estoy ante uno de los más grandes y originales fabuladores (sin perder contacto con la historia y la realidad vasca) de este gran país donde caben decenas de sentimientos e identidades. Atxaga ha logrado con esta novela transportarme directamente al corazón del ser vasco, del sentimiento de los valles perdidos y verdes de Euskadi.
“El hijo del acordeonista”
es una historia llena de dobles lecturas, de imágenes oníricas de un pueblo
prototípico vasco, de melancolía por un pasado y una edad olvidada por los
hombres; pero, es también una novela trampa que va escondiendo su objetivo
durante todo el tiempo para poco apoco desenvolverlo en el último tercio de la
misma. Bajo una historia narrada bajo el paradigma del manuscrito encontrado y
transcrito encontramos la más absoluta verdad y realidad de lo que ha sido la
historia del País Vasco y España en los últimos cincuenta años.
A través de la historia de dos amigos de toda la vida Bernardo Atxaga construye una historia mágica, llena de sentimientos, matices, pasado, lucha, fuerza, amistad, amor, patria, melancolía… “El hijo del acordeonista” es una novela narrada en dos tiempos: uno presente que transcurre en California, en un rancho con caballos, donde el pasado se encuentra con el presente y el sentimiento vasco traspasa el tiempo y las generaciones para seguir vivo lejos de los verdes valles vascos; el otro tiempo es el pasado, desde los años sesenta hasta la Transición, desde la más tierna niñez, hasta la juventud pasando por la adolescencia, donde van naciendo preguntas sobre quiénes somos y de dónde venimos, donde las personalidades se van transformando hasta moldearnos para convertirnos en quiénes somos.
Bernardo Atxaga desde el principio oculta el fondo de “El hijo del acordeonista”, tira de una trama sentimental, llena de referencias naturales, populares, de recuerdos de infancia y juventud inocentes, donde la música popular, los bailes y las tradiciones de un pueblo ficticio pero paradigmático del sentir vasco como es Obaba, ocultan la historia que este país y la sociedad oprimida vivió durante muchos años. Un pasado oculto, oscuro, con más susurros que voces directas, donde los odios se tragaban para no ser señalados y marginados, sino algo más grave.
Sin ser del todo una novela sobre los inicios del conflicto vasco, “El hijo del acordeonista” cuenta muy bien cómo fueron las ascuas, nunca definitivamente extintas, que dieron lugar a lo que durante cuarenta años terminó por ser una lacra muy oscura para la sociedad vasca. Atxaga no se deja llevar por el miedo al qué dirán y pinta lo que de verdad fue ese conflicto al principio: resistencia frente a la barbarie, frente al olvido, frente al ocultamiento de crímenes (no siempre sangrientos).
El estilo de Atxaga hace que poco a poco, sin uno darse cuenta, acabemos sumergidos hasta el cuello en Obaba. Nos hacemos amigos de los protagonistas, olemos y sentimos lo que los protagonistas huelen y sienten y ven. Los bosques, los valles, los riachuelos, las veladas en el hotel Alaska con música de acordeón. Odiamos como odia el protagonista, amamos como ama. Terminamos por coger cariño a muchos personajes y sufrimos con ellos injusticias. “El hijo del acordeonista” es una novela llena de personajes inolvidables, de esos que marcan y dejan huella, con una historia adictiva que duele, duele por lo que tiene de destructiva, por lo que tiene de verdad, a fin de cuentas.
Con “El hijo del acordeonista” Atxaga no pretende vender ninguna verdad absoluta, simplemente se basa en la ficción, en Obaba, su gran creación literaria (como la Región de Benet o la Mágina de Muñoz Molinba), para contar y hablar de su patria, de su tierra, de su hogar. Ese es el mensaje fundamental que creo que se puede sacar de esta historia: la patria de uno son sus recuerdos, su gente, su infancia, sus juegos y flirteos adolescentes y juveniles, su maduración, su constatación de la realidad del mundo exterior a nuestro infinito mundo interior.
Si tuviera que elegir una de las tres novelas que hasta ahora he leído
de Atxaga para recomendar sin duda elegiría esta. “El hijo del acordeonista” tiene todo lo que es el mundo de
este autor vasco, no por nacionalidad sino por lengua de escritura. Atxaga es
capaz de transmitir belleza y melancolía al mismo tiempo que seriedad haciendo
que los sentimientos que el lector va experimentando durante la lectura de este
libro cambien de página a página. Es una novela que llega al corazón y lo deja
tocado con las diferentes intrahistorias que contiene aparte de la principal.
Añado, aunque esto es mucho más subjetivo, que es la novela que más me ha
gustado de todas las que llevo leídas este año.
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