miércoles, 23 de febrero de 2022

Un hombre solo

Ya sabéis los que me conocéis del blog que tengo una debilidad (adquirida muy tardiamente) por Bernardo Atxaga y su obra literaria. Por eso no debería sorprender que vuelva a una de sus novelas y me toque hoy hablar de ella. Aunque en sus novelas más recientes se había alejado algo de los temas vascos más delicados, dejando a un lado el tema de ETA, el terrorismo y los años grises y oscuros de Euskadi bajo el yugo del miedo, la cobardía y el señalamiento público, hubo una época que Atxaga escribió directamente sobre el conflicto vasco significándose bastante con el mismo (no en el sentido que algunos podrían pensar y, desde luego, tampoco como algunos pretender hacer ver ver). Esta es también otra de las razones que me han llevado a leer esta novela: descubrir por mi mismo el tratamiento que Atxaga, probablemente el escritor vasco más importante de las últimas décadas, dio al conflicto terrorista.

Como gran amante de su tierra, de sus paisajes, tradiciones y memoria, y sobre todo de su lengua (toda la obra de Atxaga está en euskera), Bernardo Atxaga siempre ha tenido en sus novelas una querencia especial por el País Vasco y su esencia, su alma. Todas las novelas de Atxaga tienen parte de esa esencia vasca tan única e inimitable, pero Un hombre solo, a diferencia de otras novelas que consagraron a su autor, no solo tiene siempre de fondo a Euskadi (a pesar de que la novela esté ambientada en Barcelona) sino que también toca y enfrenta el conflicto vasco de manera directa.

Un hombre solo narra la historia de un hombre, vasco, antiguo militante en ETA que tras alejarse de la banda armada y de la lucha y resistencia contra la dictadura y tras haber pasado por la cárcel y ser amnistiado compra un hotel en Barcelona, cerca de Monteserrat, con sus amigos y se hace hotelera con ellos, además de panadero. Durante los Mundiales del ’82, en esa España unida por la droga del fútbol, pero alerta por la dureza y frialdad de las balas etarras, y alojando en su hotel a la selección polaca, rodeado por tanto de policías, decide esconder a dos fugitivos de ETA durante unos días en los sótanos del pequeño edificio que utiliza como panadería y su refugio frente a todo. Es ese choque de un presente realista donde sus amigos y antiguos compañeros de cárcel y lucha armada han pasado página y un pasado muy presente por la presencia de esos nuevos militantes por la “libertad de Euskadi”, el que se analiza durante toda la novela.

Atxaga utiliza la forma y los recursos de la novela policiaca de suspense (centrada eso sí, no en la policía que pretende desenmascarar a los malos, sino en la otra cara de la misma moneda) para crear una novela donde confronta de manera directa el conflicto vasco, desde sus orígenes al presente de la novela (años 80) pero mirados con la perspectiva de escribirla en los años 90. Un hombre solo es un choque de realidad, una muestra palpable de que nada en este mundo es de un único color y que la verdad única o el relato monocolor y monocorde de la historia no existe (o no debería existir).

En las páginas de Un hombre solo conviven la lucha, concreta, armada de ETA contra una dictadura que sometía bajo un yugo de sangre al pueblo vasco y a su lengua y cultura (por analfabetismo fascista) con otra lucha, ya indiscriminada, de unos jóvenes vascos atraídos por un relato manipulado de la lucha por un pueblo y una identidad contra un Estado ya no tiránico. Ese choque de realidad, mostrado más por los amigos del protagonista que por él mismo, a quien corroe la culpa del pasado, la melancolía por los que ya no están y el anhelo quizá de volver a sentirse tan vivo como cuando su lucha buscaba acabar con una serie de injusticias ejerciendo incluso la violencia.

Sin embargo, no estamos ante una novela que justifique a ETA en ninguno de sus aspectos. Para nada. Bernardo Atxaga plantea los hechos con claridad y nitidez, sin vergüenza y sin el peso que podría tener el juicio de lectores y público sobre sus espaldas. Un hombre solo es una novela sobre cómo la soledad, la impuesta o la buscada, lleva a decisiones no siempre fáciles, a tomar caminos a veces erróneos, a veces acertados, pero cuya responsabilidad recae en uno mismo a pesar de que esas acciones individuales que uno piensa propias, puedan acarrear consecuencias no medidas o pensadas que pueda afectar de manera irremediable a terceras personas.

He leído esta novela tanto como thriller político como novela sociológica (no voy a mencionar aquí todas las conversaciones políticas que se llevan a cabo durante la novela y que le dan una dimensión filosófica y social tan profunda). No podía dejar de leer la novela. Atxaga ha conseguido con Un hombre solo que toda mi atención se fijara y centrara en cómo el protagonista de esta historia saldría del trance tan difícil en el que su pasado y su presente le habían metido simple y llanamente por no pedir ayuda a sus amigos, por pensar que podría hacer las cosas como casi siempre las había hecho: solo. Es de admirar también, además, que Atxaga escribiera esta historia cuando lo hizo sin pararse a pensar en el qué dirán. Esta es también una novela sobre ETA, pero quizá no la que nos querrían vender como tal aquellos que pretendieran fijar una única visión sobre el pasado.

Caronte.

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