“Las normas de la casa de la sidra”,
quizá el libro más famoso de John Irving gracias a que fue llevado al cine con
bastante éxito tanto de crítica como de público y que además reportó a su autor
el Oscar a Mejor Guión Adaptado, era uno de esos grandes libros pendientes que
tenía por leer. Llevaba muchos años queriendo leer este libro, no sólo porque
quería iniciarme con su autor John Irving del que he leído críticas que le
ponen como uno de los autores americanos imprescindibles de las últimas
décadas, sino también porque desde que salió la película hace ya muchos años me
picaba la curiosidad por saber cómo era el libro (que conste que no ha visto la
película todavía, por tanto no estaba contaminado por ella). Además de todo
esto, leer este libro también ha sido un reto personal para mí porque a pesar
de que en un principio tenía intención de leerlo en español, la imposibilidad
de encontrar la edición que yo quería hizo que al final decidiera, no sin
cierto miedo, comprarlo en inglés. Y esto es lo que hice. Compré el libro el
inglés y lo he acabado después de un mes de lectura, más tiempo del que hubiera
requerido para leer las mismas páginas (casi setecientas) en español. Por esto
ha sido un reto: porque ha sido el libro más extenso al que me he enfrentado en
la lengua de Shakespeare.
Superado un inicio
algo confuso y duro de entender, sobre todo en inglés, el libro poco a poco va
cobrando intensidad, ritmo y sobre todo trama. Para empezar John Irving nos presenta
a Wilbur Larch un médico ginecólogo que dirige un orfanato en el que practica
abortos a las mujeres que así lo desean, y a su vez cuida de los niños cuyas
madres no han podido tener un aborto o no han querido tenerlo pero que tampoco
quieren a su hijo o hija. Es un ambiente desolador en el que conviven
huérfanos, el citado doctor Larch y varias enfermeras que le ayudan a llevar el
orfanato. Pero la historia no empieza aquí directamente, sino que la novela
narra también en forma de flashback algunos episodios de la juventud del doctor
Larch cuando siendo joven decidió dedicarse a practicar abortos para evitar
sufrimiento a las mujeres haciéndolo de un modo seguro, aunque ilegal ya que en
la época en la que transcurre la novela el aborto era una cuestión ilegal en
EE.UU.
Una vez se ha
presentado tanto al personaje del Doctor Larch, que será fundamental durante
toda la novela y aunque parezca su principal protagonista no es así, aparece la
figura de Homer Wells: uno de los huérfanos. Este será desde su primera
aparición en “Las normas de la casa de
la sidra” el personaje alrededor del que girará toda la novela y todos
los personajes que en mayor o menor medida aparecen en ella. Homer Wells es un
niño que crece en el orfanato, que es adoptado varias veces, y devuelto otras
tantas. Poco a poco va creciendo y el Doctor Larch se da cuenta que cuando más
mayor se vaya haciendo más difícil tendrá de salir del orfanato; por esta razón
decide ir enseñando al ya joven Homer como se realiza un parto, pero también un
aborto. He aquí la primera gran diferencia entre Homer Wells y el Doctor Larch;
mientras el segundo siempre ha dedicado su vida a procurar abortos a las
mujeres que así lo deseen y cree que debe ser un derecho, el primero decide
llegado un momento de si juventud que no quiere practicar abortos, sólo traerá
al mundo a los bebés, porque para Homer Wells todo embarazo conlleva desde el
primer momento la existencia de alma.
Durante toda la
novela el tema del aborto será algo recurrente y asunto de disputa, discusión y
en cierta medida desencuentro y distanciamiento entre Homer y el Doctor Larch.
Pero hay mucho más entre estos dos grandísimos y complejos personajes que John
Irving nos ha regalado en “Las normas
de la casa de la sidra”. Ante todo hay amor, casi paterno filial,
aunque no haya esa relación sanguínea. Wilbur Larch quiere a Homer Wells como
si fuera ese hijo que nunca tuvo y aunque muchas veces no quiera reconocerlo en
el fondo de su corazón lo sabe; al mismo tiempo Homer Wells quiere al Doctor
Larch y le considera ese padre que siempre le faltó. Sin embargo un
acontecimiento hará que se separen. Un día llega al orfanato una pareja joven y
guapa: Candy y Wally. En ese momento todo equilibrio que había hasta entonces
en las relaciones dentro del orfanato se ve truncado. Todo cambial.
Candy y Wally son
dos jóvenes de familias más o menos acomodadas, ella, Candy, vive con su padre
que cría langostas y está viudo, y él, Wally lo hace con sus padres (él enfermo
de alzeimer, aunque como en la época en la que se ambienta la novela no se
conocía todavía esta enfermedad se le tomaba por borracho) dueños de una gran
explotación de manzanos. Llega un día en que Candy se queda embarazada y
recurre al Doctor Larch para abortar. Cuando llegan al orfanato Candy y Wally
todos los niños se quedan asombrados y desean que les adopten, pero ninguno lo
consigue. Sin embargo es Homer Wells quien hace buenas migas en seguida con la
pareja y después de que éstos le invitaran a pasar unos días en la plantación
de manzanos, acepta la invitación y se marcha del orfanato. Así empieza la
odisea sentimental de Homer Wells. Desde el primer momento se crean fuertes
vínculos sentimentales entre Candy, Wally y Homer; vínculos que ninguno de
ellos pase lo que pase, bueno o malo, se atreverá a tocar. Poco a poco Homer y
Candy caen enamorados, aunque los dos siguen queriendo a Wally. Es entonces
cuando llega la Segunda Guerra Mundial, y Wally se alista en el ejército; le
destinan a Asia y allí su avión en abatido. Durante muchos meses no hay noticias
suyas y Candy y Homer terminan de caer rendidos, hasta que Candy vuelve a caer
embarazada, pero esta vez la vuelta al orfanato no es para abortar sino para
tener al bebé, Angel. Aquí la historia da otro gran giro en los acontecimientos
y se forman nuevas historias y vínculos de amor, mientras que los ya existentes
sufren cambios que pocos saben medir y calibrar.
En el fondo “Las normas de la casa de la sidra”
es ante todo una novela de amor, pero un amor que no se circunscribe únicamente
a la pareja. Es el amor entre personas del que se habla en este libro y de su
complejidad. A lo largo de las casi setecientas páginas de esta impresionante
novela muchas son las relaciones sentimentales que se crean en el orfanato, en
la casa de Wally, en la casa de Candy, en las plantaciones de manzanos, en
cualquier lado y entre cualquiera de los personajes de la misma. Wally, Candy y
Homer forman un trío sentimental que no había visto nunca en ningún libro:
Candy quiere tanto a Wally como a Homer, y las dudas siempre la perseguirán,
las dudas y la culpa de haber tenido un hijo con Homer pensando que Wally
estaba muerto y luego cuando éste vuelve de la Guerra inválido y estéril, la
ocultación que tanto Homer como Candy deben hacer de su amor ambos lo toman
como una especie de traición. Pero amar no es traicionar a nadie.
“Las normas de la casa de la sidra”
es una novela gigante, no sólo por los temas principales que trata como son el
amor y el aborto, sino también por la gran variedad de personajes, historias y relaciones
entre ellos que se crean y se van desarrollando durante todo el libro. Muchos
son los personajes secundarios que jalonan la historia principal de Homer
Wells: desde Melony una chica del orfanato que se terminó marchando del mismo
porque nadie la adoptaba y estaba harta del mismo y que asimismo fue la primera
novieta de Homer y con la que descubrió qué es el sexo; hasta Mr Rose, el
capataz de los temporeros de los campos de manzanas y productores de sidra que
si he de ser sincero protagoniza una parte de la historia, a partir del último
tercio del libro, que asombrará a los lectores. A pesar de la gran cantidad de
personajes que aparecen en la novela, John Irving da de todos ellos los
suficientes rasgos para poder determinar su personalidad, y así el lector se
puede sentir identificado con muchos caracteres de los mismos, haciendo que la
novela sea interesante.
Pero también “Las normas de la casa de la sidra”
es una novela de los pequeños detalles y pequeñas tramas que duran apenas una
decena de páginas, pero que permiten mantener una acción viva en la misma. Así
la adicción del Doctor Larch por el éter, o la devoción religiosa de una de las
enfermeras que asisten al doctor, o las lecturas de “Jane Eyre” o “David
Copperfield” que todas las noches ya fuera el Doctor Larch o Homer, o
alguna de las enfermeras dan a los huérfanos antes de dormirse, o la fase que
el doctor Larch dedica todas las noches cuando se despide a los huérfanos:
“Buenas noches Príncipes de Maine, Reyes de Nueva Inglaterra”; todas estas
“tradiciones” le dan a la novela ritmo y el lector acaba asumiendo muchas de
ellas como suyas. Y quizá sean todos estos pequeños detalles los que han hecho
que su lectura me haya parecido una delicia, a pesar de la complicación por el
idioma que seguramente haya hecho que me haya perdido muchos matices.
Es imposible que
en un puñado de párrafos pueda plasmar con nitidez todo lo que esta novela me
ha transmitido y me ha hecho sentir. No se puede meter en unas centenas de
líneas lo que a John Irving le ha costado casi setecientas páginas de novela. “Las normas de la casa de la sidra”
es enorme y como tal no podré nunca en una reseña rápida como pretende ser ésta
hablar y comentar todas y cada una de las cosas que me han llamado la atención,
ni las muchas tramas interesantes, ni los personajes secundarios que dan
sentido a la existencia de Homer Wells durante todo el libro. Quien lea esta
reseña verá que me he centrado en Homer Wells y los demás personajes más
cercanos a él (Wally, Candy y el Doctor Larch), pero es que si quisiera hablar
de todo lo que esta novela contiene casi podría escribir otra de la misma
extensión. Mucho me he dejado por contar, pero eso se lo dejo al lector que
quiera atreverse con esta grandísima e interesantísima novela sobre los dilemas
fundamentales a los que el ser humano debe hacer frente en su vida,
particularizados en este libro en los temas del aborto y el amor con todas las
consecuencias que tiene. Creo hacer bien en recomendar esta novela a todo aquel
que quiera pasar unas buenas tardes de lectura ahora que se acerca la oscuridad
del invierno y cada vez está más cerca el frío que quita las ganas de salir a
la calle. Quien lea “Las normas de la
casa de la sidra” no va a quedar defraudado, ya sea para bien o para
mal; lo que es seguro es que no se aburrirá porque cada página guarda una
sorpresa y un sobresalto lo que mantiene al lector siempre alerta. Es más creo
que quien la lea terminará siendo una persona diferente simplemente por el
hecho de plantearse algunos dilemas morales que los personajes de esta novela también
se plantean y terminan resolviendo con alguna que otra sorpresa, que dejo al lector
que descubra por sus propios medios.
Caronte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario