Pocas dudas tenía
ya de que Antonio Muñoz Molina es uno de los grandes escritores en activo que
tiene este país, activo y relativamente joven, con mucha carrera todavía por
delante para seguir escribiendo durante muchos años. Pero con la última novela
suya que he leído se ha terminado por disipar cualquier pequeño rescoldo de
duda que pudiera albergar todavía sobre él. Y sinceramente no me esperaba que
todavía pudiera ampliar más mi admiración por este escritor ubetense. Pero como
casi siempre que uno va con juicios previos, he errado y asumo dicho error. No sé
si en los libros suyos que todavía me quedan por leer encontraré todavía mayor admiración
por él; pero lo que sí sé es que con “Sefarad”
he terminado por asumir que Muñoz Molina es una apuesta segura si quiero pasar
un muy buen y placentero rato de lectura.
Esta no es una
novela al uso, de esas a las que todo lector está acostrumbrado desde que
empieza a descubrir la literatura de verdad. “Sefarad” es una novela de historias. No nos vamos a
encontrar entre las páginas de este libro a un personaje principal, salvo que
uno quiera considerar al propio narrador de las historias como el personaje
básico; tampoco vamos a tener un argumento que podamos seguir durante toda la
novela; no tendremos tampoco un lugar donde se vayan a desarrollar los
acontecimientos que ocurran en sus páginas, aunque habrá uno que en varias
historias se repita y que el lector de Muñoz Molina sabe muy bien ubicar en el
mapa de su imaginación literaria. Como he dicho ésta es una novela de
historias, de novelas pequeñas que conforman un relato universal con un
denominador común como es el adió a un lugar, a una situación personal, a lo
que en un momento de nuestras vidas somos y a lo que no volvemos nunca.
Este hilo
argumental común a todas las historias que Muñoz Molina nos presenta en “Sefarad” crea un mosaico
multicolor de historias, personajes, lugares y acontecimientos, unos históricos,
otros inventados, quizá alguno vivido por el escritor, con un sentimiento común
de despedida, voluntaria u obligada, ya sea por la fuerza y la violencia, o
simplemente por la necesidad. Pero esta obra va mucho más allá, y ahonda en
esos sentimientos tan humanos haciendo que el lector los comprenda y los llegue
a sentir a veces como propios. En el fondo todos o hemos vivido alguna situación
similar a las que se narran en esta novela, o las vamos a vivir a lo largo de
nuestra vida, porque al fin y al cabo vivir es despedirse continuamente. La
cuestión es que hay despedidas tan dolorosas que dejan un poso de nostalgia en
el alma y nos duelen, y nos hacen recordar que quizá esa despedida no fue tal,
sino más bien una huida hacia adelante sin mirar atrás a ver qué es lo que
dejábamos.
Las historias
contenidas en “Sefarad” tienen
todas algo de verdad. Hay historias de personajes famosos que tuvieron que huir
en algún momento de sus vidas, que se tuvieron que despedir de su vida y de lo
que habían sido hasta ese instante, quizá para siempre. Salen en este libro
escritores como Kafka y Primo Levy, políticos rusos, comunistas, judíos; pero también
enfermos terminales, personas que buscaron liberarse de sus ataduras a la vida
y se marcharon, personas que fueron muchas cosas y ahora no son nada. Y ante
todo también está Antonio Muñoz Molina como personaje de su propia novela, que
narra de manera magistral todas y cada una de las pequeñas historias que
contiene. Muñoz Molina, a través de sus recuerdos, de lo leído, escuchado o
visto, recrea personajes populares, normales como tú, lector de este blog, o
como yo, escritor del mismo. Personajes tan comunes que no es difícil poder
identificarse quizá con alguno de sus rasgos y caracteres.
Muy interesantes e
intensas son las historias que tienen que ver con las persecuciones absurdas
que se dieron en Europa durante gran parte del siglo XX. Judíos y comunistas
protagonizan gran parte de las historias que se narran en “Sefarad”. Judíos proseguidos por los nazis, mandados a
campos de concentración, sacados a boca de jarro de sus camas tranquilas y
calientes para ser conducidos en vagones de ganado sin ventanas y apiñados
hacia el infierno. Despedidas sin previo aviso, sin ser esperadas. Despedidas
impuestas sin poder replicarlas. Pero también la máquina comunista hizo de las
suyas con los suyos. Muchos comunistas fueron perseguidos por pensarse que eran
traidores al régimen comunistas, al ideal de fraternidad y comunión, un ideal
falso y tramposo que imponía el miedo como doctrina y que llevó a muchas
personas normales a despedirse de su vida de manera sobresaltada, pensando que
cualquier día podían desaparecer como quien no quiere la cosa.
Pero a mí las
historias que mas me han gustado, por tener algo de íntimo recuerdo, al menos
por dónde estaban ambientadas eran las rurales, las de gente normal de España que
por casualidades de la vida tenían que huir o despedirse, decir adió a lo que
un día fueron para ser otras personas y poder así vivir. Estas historias tienen
algo que, sin ser las mejores de la novela, hizo que se me vinieran a la mente
recuerdos del pasado. Son las historias ambientadas en Mágina las que más y
mejor recuerdo de “Sefarad”.
Historias normales, de personas normales que no se sienten bien siendo como son
y deciden cambiar; de personas que fueron de una manera y que por desgracia el
tiempo ha terminado por marchitar y convertirlas en sus propios fantasmas. Esas
historias normales me llegaban más porque sabía donde se producían, porque yo
mismo había recorrido las calles antiguas y señoriales de Mágina y también había
vivido allí momentos de gran carga sentimental, y en el fondo también una
huida: una huida de mí mismo.
Sin embargo, pese
a todo lo que he dicho hay una historia que destaca por encima de todas. Más
que una historia es una reflexión vital y profunda sobre lo que somos las
personas, sobre quiénes hemos sido, sobre lo que seremos y sobre lo que quizá
sin darnos cuenta estemos empezando a ser. Historia, o capítulo como se quiera
decir, se titula “Eres”, y es de las más cortas de “Sefarad”. Sin embargo su relativa brevedad narrativa es
inversamente proporcional a su intensidad y profundidad. Es una historia que
resume todas las incertidumbres que tiene el ser humano, en algún momento de su
vida, sobre quién es, quién ha sido y sobre quién será. Tras leerla no pude
seguir leyendo más ese día. Tuve que dejar la lectura tras ese capítulo y
pensar sobre lo que había leído, para poder analizarlo bien y asumirlo personalmente.
Muñoz Molina es de esos pocos escritores que sin quererlo hace que de vez en
cuando tengas que dejar de leer y pararte a pensar en lo que acabas de vivir
sumergido en las páginas de una novela suya, y esto es algo que los lectores
sabemos apreciar en un escritor.
“Sefarad” no es una novela fácil
de leer, no voy a engañar a nadie. Pero lo bueno que tiene es que al no seguir
un hilo argumental, al no tener unos personajes fijos, se puede leer hasta el
capítulo que se quiera y retomarla más tarde sin ningún problema. Sin embargo,
a pesar de que no es fácil de leer, quizá por el lenguaje y el estilo que a
veces despliega Muñoz Molina, demostrando que es un genio de las letras, es más
que recomendable su lectura. Tanto a nivel personal como emocional esta novela
cambia la visión del lector ante la vida, ante las despedidas, y sobre quiénes
somos, y hace que pensemos, cosa que sinceramente creo que hace mucha falta en
este país en el que abundan las personas que prefieren que otros piensen por
ellas y actúen en su nombre sin querer saber nunca qué pasa ni quiénes somos en
realidad.
Caronte.
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