Leer cualquiera de
los libros de viajes de Javier Reverte, ya sea en la cama antes de dormirse, en
el metro camino de la academia de idiomas en la sala de espera de un hospital o
en una cafetería esperando a un amigo con el que has quedado para tomar algo,
constituye una de las sensaciones más placenteras para un lector además sea
amante de la aventura y los viajes. Sumergirse en las páginas de los libros de
Reverte es viajar, implica marcharse no únicamente con la imaginación, sino
prácticamente con todos los sentidos, a lugares no solo exóticos, sino míticos
y llenos de historia. El último libro de Javier Reverte que he leído y del que
voy a hablar en esta ocasión, es también el último publicado por este autor y
lo compré el mismo día que se puso a la venta en las librerías su edición de
bolsillo, porque a pesar de que prácticamente todos sus libros de viajes
merecen la pena, también digo con toda sinceridad que no hay que gastarse los
casi veinte euros que cuestan en “tapa dura”.
En “Un otoño romano”, como su nombre anuncia
casi a bombo y platillo, Javier Reverte narra con su estilo tan peculiar, su
estancia durante unos meses en la ciudad eterna, pero no cuando ésta bulle de
vida, en verano, sino cuando esta vida empieza ya a declinar para dar paso a la
tranquilidad del invierno. Según cuenta el propio Reverte esta estancia en
Roma, nada más y nada menos que en la Academia de España en Roma, se debió a su
inmenso deseo de conocer Roma de verdad, de sentirla como parte de su propia
alma, ya que las veces que había estado en la ciudad de ciudades habían sido
estancias más breves. Así este libro se estructura en forma de diario personal,
en el que mediante anotaciones fechadas de manera más o menos concretas, Reverte
va narrando sus paseos por la ciudad acompañado primero por su mujer, luego ya
solo, sus encuentros con amigos, con personalidades españolas de la ciudad, sus
comidas, el propio proceso de escritura del libro y sobre todo, y como suele
hacer en sus libros muestra al lector cuáles son las sensaciones que invades su
cuerpo al contemplar Roma desde uno de los lugares con mejores vistas de toda
la ciudad.
Pero “Un otoño romano” no es
simplemente un libro en forma de diario en el que Reverte simplemente detalle
su día a día en la ciudad de los emperadores. Este libro también es, como por
otra parte todos sus libros de viaje también son, una visión diferente, ligera
y peculiar, a la historia de la propia ciudad, de sus poetas, de sus artistas,
de sus gobernantes. Así a lo largo de las páginas de este libro, el lector
además de visitar de la mano de Reverte el Coliseo, el Panteón de Agripa
(varias veces además por ser el monumento favorito del autor), o San Pedro,
también conocerá anécdotas de estos edificios y su historia. Pero Reverte va
más allá, ya que también habla de este libro ilustrando al lector de los
antiguos emperadores como Julio César, Marco Antonio, Adriano, también de los
etruscos (civilización anterior a los romanos), y sobre todo, porque según una
confesión de Reverte, de los escritores que alguna vez en su vida vivieron en
Roma y se enamoraron de ella (o la odiaron profundamente) como Stendhal, Wilde,
Goethe, etc.
Parte importante,
cómo no, tienen los Papas en la historia de Roma, y por tanto en “Un otoño romano” se habla mucho
de religión. Bueno de hecho de religión se habla poco. Más bien Javier Reverte toca
la religión para hablar de sus gobernantes, desde los más ruines y asesinos,
como el Papa Borja (o Borgia si se quiere usar el apellido italianizado) de
quien Reverte habla largo y tendido explicando en pocas páginas cómo fue el
reinado terrenal y divino de este valenciano que acaparó un poder casi absoluto
en Roma y de su familia. Pero también habla de otro Papas menos cancerígenos
para la historia de la Iglesia Católica. Papas como Julio II o León X, que
gracias a su refinado gusto por el arte alentaron y financiaron a artistas de
la talla de Rafael, Miguel Ángel, Bernini o Borromini. También en las páginas
de este libro se habla de Leonardo (no hace falta ni tan siquiera mencionar el
apellido Da Vinci) y de pintores de la talla de Caravaggio del que Reverte
quedó totalmente enamorado y del que iba buscando cual sabueso a su presa, por
todas las iglesias de Roma que tuvieran alguna de sus obras.
Pero en el fondo
todo esto es casi accesorio en un libro que en realidad lo que intenta
transmitir es esa legendaria aura que transmite la ciudad de ciudades, la
ciudad eterna, la ciudad de los emperadores: Roma. En “Un otoño romano” Reverte lleva al lector a una ciudad en la
que uno no puede dar un paso sin encontrarse con un pedazo de la historia de
este mundo, de la sociedad occidental. Todas las plazas que recorre Reverte,
desde la de Santa María del Trastevere, que tanto visita por estar a apenas
cinco minutos de la Academia de España en Roma, hasta la de San Pedro, pasando
por la Piazza Navona; todas las calles adoquinadas que pisa; todos los
monumentos que contempla, desde estatuas de escritores hasta bellos obeliscos
egipcios. Todo esto lleva al lector a Roma aunque esté a miles de kilómetros de
la ciudad eterna.
Dejando a un lado
lo que es propiamente dicho el libro, tengo que decir que “Un otoño romano” es sin duda el libro de Javier Reverte que
más me ha gustado y llegado. ¿Por qué? Pues básicamente porque he estado en
Roma, he paseado por las mismas calles que Reverte pasea, he visto los mismos
monumentos que Reverte contempla y describe en las páginas de este libro, he
entrado en la mayoría de las iglesias y museos que cita en las páginas de este
libro. Pero también porque a mí también me dejó Roma un poso de amor de esa
ciudad en mi alma. Amor por una ciudad llena de historia y mitos y leyendas. Un
amor que desgraciadamente solo ha aparecido y se ha materializado en los
últimos tiempos, en los últimos años. En Roma estuve en 2008 y si digo la
verdad volví a Madrid con sensación de no volver, no porque no me gustara sino
por el calor que sufrí aquel mes de julio de hace siete años. Pero desde hace
unos meses me ronda en la cabeza la idea de volver a la ciudad de ciudades y
descubrirla de verdad, como hace Reverte. Porque a pesar de que como he dicho
he estado en muchos de los lugares que cita Javier Reverte en este libro,
también hay otros muchos que ignoré y por lo que seguramente pasé de largo sin
siquiera pararme a pensar qué tesoros y secretos guardarían.
“Un otoño romano” ha reavivado las
ganas de volver a Roma. Y estoy seguro de que lo haré, si puedo este año que
viene, y si se cumplen mis deseos con algún amigo en lugar de hacerlo solo,
amigo o pareja, aunque este último caso es más complicado y difícil. Leer esta
novela implica dejarse llevar por el estilo de Javier Reverte y aceptar que
después de acabarla uno terminará con el gusanillo de hacer la maleta, comprar
el primer pasaje de avión que salga hacia Roma e ir allí a disfrutar de las
calles, el arte, las plazas, las estatuas y en definitiva de la belleza ingente
e inmensa de una ciudad milenaria, de una ciudad eterna. Sé que la literatura
de viajes no gusta a todo el mundo por el componente totalmente subjetivo que
tiene, más aún que la novela. Pero Javier Reverte en todas las novelas sobre
sus viajes, ya sean a Alaska, a África o a Irlanda, pone todo el corazón y
consigue que el lector no solo viaje a esos lugares tan lejanos, sino también
que queramos viajar y dejarnos invadir por ese sentimiento que todo viajero,
que no turista, experimenta: la aventura de conocer y descubrir.
Caronte.
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